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Esta obra ha sido editada por la I.

Municipalidad
Curicó, integrada en la siguiente forma:

Alcalde : '

Don Emiliano Rojas Rojas

Regidores:

Don Rodolfo Ramírez Valenzuela

Don Manuel Márquez Bisquertt

Don Rodolfo Lorca Marmolejo

Doña Adelaida Díaz Díaz

Dr. Don Julio Saavedra Elgueta

Dr. Don Luis Rojas Martínez

Dr. Don René Rojas Ramírez

Don Luis Palavicino Troncoso

Secretario Municipal^
Don Manuel Ramírez Moreno
ES PROPIEDAD

INSCRIPCION N9 12Ô51
ltrr¿

RENE LEON ECHAIZ

Historia de Curicó

Tomo I

La Era Colonial

genealogical society
OF THE CHURCH OF
JtSÜS CHRIST
OF LATTER-DAY SA;NTS

SANTIAGO DE GEHLE

EDITORIAL NEURERT

1 9 6 8
Hjji
I
PROLOGO

La Historia de Curicó que hoy se publica no es el resul¬


tado de un ni se escribió para un Concurso. Es el re¬
encargo
sultado prodigioso de más de veinte años de trabajo, hurgan¬
do en archivos nacionales y provinciales, revisando amari¬
llentos y ya olvidados periódicos, recogiendo la tradición cada
día más escasa y diluida, buscando el rastro de civilizaciones
pasadas a través de los objetos indígenas. De este modo, per¬
sistente y agotador, y durante lustros, René León Echaiz per¬
geñó la "Historia de Curicó", su obra capital.
El autor es un hombre ampliamente conocido y conside¬
rado en los círculos de la investigación histórica chilena.
Miembro de la Academia Chilena de la Historia y de la Junta
de Administración de la Sociedad Chilena de Historia y Geo¬
grafía, ha publicado interesantes y originales obras que abar¬
can el campo de la historia, la biografía, el ensayo y la nove¬

la. Mencionaremos, entre ellas, "Evolución Histórica de los


Partidos Políticos Chilenos", "Prehistoria de Chile Central";
las biografías "Francisco Villota, el guerrillero olvidado" y
"El bandido Neira"; los ensayos históricos sobre el Huaso y
el Costino chilenos; y la novela, también de ambiente histó¬
rico, "Mientras corre el río".
René León Echaiz, en esta importantísima obra que pro¬
logamos, no se limita a narrar el pasado curicano. Ha hecho
algo más notable: lo ha trasladado a nuestros días con ca¬
racteres vividos, reales. En estas páginas el lector no encon¬
trará acartonamiento alguno; ellas están escritas con fluidez,
con una amenidad poco corriente en las disciplinas históri¬

cas. A León Echaiz no le ha sido difícil


conseguir llegar a
eso, pues sus condiciones de hábil narrador están asentadas
en un factor imponderable: su amor a las tierras de "agua
negra", sus tierras.
La "Historia de Curicó" comenzó a escribirla René León
en su abogado, en la ciudad de Curicó; muchas de
estudio de
sus páginas fueron realizadas en su casa de Iloca, en un cla¬
ro cuarto de piso enladrillado, cuyas ventanas están siempre

mirando el mar; la ha terminado en Santiago, en su biblio¬


teca, rodeado de viejos y raros libros, de piedras horadadas y
de puntas de flechas.

La historia de esta Historia es larga. La primera parte


—La Era Colonial— fue publicada en 1952. Esa edición,'muy
reducida, se agotó completamente. Hoy día ni con "un cabo
de vela" alguien podría encontrar un ejemplar de ella, tal fue
el interés que suscitó. Entre los años 1960 y 1963, René León
Echaiz publicó en la Revista Chilena de Historia y Geografía
nuevos capítulos de la "Historia de Curicó", que abarcan des¬

de la Independencia hasta Antonio José de Irisarri (1837).


Posteriormente ha completado la obra hasta nuestros días.

Pocas ciudades de este país tienen una his¬


provincias o
toria escrita. Curicó de esas pocas. Toda una rica y
es una

vigorosa tradición regional ha sido rescatada definitivamente


del olvido por René León Echaiz. Probablemente ni los mis¬
mos curicanos se percatan, en la actualidad, de la enorme
importancia de este trabajo histórico. El tiempo, que es lo
único que da una valoración justa de los hombres, de los he¬
chos y de las cosas, se encargará de justipreciarlo debida¬
mente.

Para terminar estas breves líneas, debo confesar que la


petición de escribirlas me causó no poca sorpresa y confu¬
sión. Un simple periodista provinciano no está a la altura de
tan honroso cometido. Vaya en mi descargo por la pobreza
de conceptos, similar cariño v apego a Curicó que el que tie¬
ne mi amigo René León. Sólo eso conformó mi ánimo y me

llevó a escribir este Prólogo.


y

OSCAR RAMIREZ MERINO


Director de "La Prensa"
CAPITULO PRIMERO

LA EPOPEYA DE CONQUISTADORES Y COLONOS

(1541-1744)

1.—LA TIERRA, EL INDIO Y EL ESPAÑOL

Anuncios misteriosos, cuyo significado no ha sido posible


comprender, se han venido repitiendo en la tierra del indio.
Por sobre las montañas se elevan espesas humaredas en co¬
lumnas interminables; y en el silencio de la noche se escu¬
chan gritos angustiosos, en medio de lejanos resplandores
de fuego.
En los caseríos indígenas de la zona curicana, reina aho¬
ra alarma y temor. Desde los cordones cordilleranos hasta la

orilla del mar, hay una inquietante interrogación. Hombres

y mujeres se hacen la misma pregunta, alzan los brazos al


cielo y contemplan estáticos el horizonte lejano.
Es indudable que todos esos signos están trasmitiendo
una nueva extraordinaria. ¿Pero cuál es ella? Su memoria

sólo les recuerda acontecimientos sencillos: la" venida del in¬


ca, el paso fugaz y el regreso más fugaz aún de algunos hom¬
bres blancos; pero su instinto les advierte ahora que se trata
de algo más serio, más trascendental.
Bien pronto lo saben gracias a algunos de ellos que sigi¬
losamente se han ido escurriendo hacia el norte por senderos

9 —
ocuitos que atraviesan montañas y selvas enmarañadas. En
su trayecto recogen noticias de los indios comarcanos y lle¬
gan a la zona con la terrible nueva. Ha llegado otra vez, co¬
mo años atrás, un grupo de hombres blancos; pero esta vez

más enérgicos y decididos, con animales, armas y pertrechos.


Han instalado campamento al pie del cerro que se alza en
los dominios del cacique Michimalongo y por todas las cere¬
monias y preparativos que han realizado, no cabe duda que
ahora intentan establecerse para siempre en esta tierra.

Por toda la indiada de la zona corre como un golpe eléc¬


trico de alarma y un sentimiento de defensa, que bien pronto
se habrá de extinguir. Contemplan atónitos sus tierras, sus
rucas, sus mieses a punto de ser cosechadas y esperan ansio¬
sos el curso de los acontecimientos.

La zona curicana se extiende como una sábana enmara¬


ñada de vegetación, desde los altivos peñones de la cordillera
nevada hasta las mismas riberas del Mar del Sur.
Se inicia en los contrafuertes cordilleranos con la figura'
inconfundible del volcán Peteroa, objeto de respeto y temor
para los indígenas. Desde allí empiezan a surgir las aguas
que habrán de correr a través de toda la zona hasta perderse
en el mar
y que habrán de ser en mucha parte factor deter¬
minante del destino regional. Un poco hacia el sur del Pete-
roa se alza el volcán Planchón y así se completa el panorama
cordillerano de la zona.

Pequeños arroyos y pequeñas vertientes, nacidos en la


cordillera y que poco a poco se van incrementando, terminan
por formar en el extremo norte el caudal del río Teno, cuyas
aguas heladas, que hacen encogerse al indio, sirven para dar¬
le el nombre (Thuno, encogerse de frío) ; y hacia el extremo
sur, el río Lontué, que corre en medio de hondonadas o ba¬
rrancas y al cual el indio, con su lenguaje gráfico, le ha for¬
mado el nombre uniendo las palabras "lom" (hondonada)
y
"tué" (tierra). Ambos ríos, el de "encogersé de frío" y el de
"tierras bajas", corren vertiginosamente hacia el poniente
y
se van acercando en forma
imperceptible hasta terminar va-

10 —
dándose el uno en el otro. Así nace el
grande y majestuoso
"Guelengüelevano", que los incas llamaron "Mataquito".
Entre la cordillera nevada, que es un contrafuerte, y es¬
tos ríos de Teno y de Lontué que se unen para formar el Ma¬
taquito, queda encerrada una enorme extensión de terreno,
que los indios llaman "Curicó", por el color negruzco del agua
de uno de sus riachuelos. Su aspecto es de belleza salvaje. En
los primeros faldeos de la cordillera hay bosques inmensos de

pinos, robles, peumos y otros árboles autóctonos. En el valle


central, la tierra está cubierta de montes impenetrables de
espino y de romero, a través de los cuales el indio ha abierto
senderos estrechos para traficar, que sigilosamente ocultará
después a los conquistadores. De trecho en trecho hay algu¬
nos claros, en donde el indio tiene sus rucas y sus siembras;

y, a veces, pequeñas tolderías de cuatro o cinco rucas agru¬


padas.
Al norte del río Teno, el paisaje es, sin duda, más aco¬
gedor. Amplios terrenos, menos enmarañados y más aptos pa¬
ra el cultivo, hacen de este sector un paraje de
mayor impor¬
tancia que ha atraído una población indígena más numerosa.
Allí se alzan algunos pueblos indígenas, como Teno y Rauco,
con rancheríos poblados
y con valiosas tierras de cultivo, que
habrán de atraer después, intensamente, la atención del es¬
pañol.
Hacia el poniente, desde los inicios del río Mataquito,
empieza una región enteramente diferente. Es la región cos¬
tina, de clima más suave, con mayor población y con mayo¬
res medios de subsistencia..
El río corre por el medio de un valle, cubierto en sus ori¬
llas de vatro y vegetación de crecida talla. Las tierras que lo
rodean son hermosas y fértiles; y el indio sabe que ellas le

aseguran una vida tranquila y sin privaciones. Sus aguas son


lentas en un principio. Caminan reposadamente, escurriéndo¬
se detro de una caja extensa y plana. Su curso más adelante
tiene variantes apreciables. Bordea los cordones serranos de
la cordillera costina; se detiene, hermosos reman¬
a veces, en
sos; se precipita después en un curso veloz; ensancha y junta
sus orillas, permitiendo en partes el vado del hombre y ha¬
ciéndose en otras sólo accesible para botes y balsas.

11 —
A través de todo su curso, los indios se agrupan en sus
orillas. Primero los rancheríos de Gonza y Mataquito (La
Huerta y Peralillo) y luego el de Lora, sin nombrar otros más
pequeños que bajo la tutela de aquéllos se han situado en sus
cercanías.
El río cae punto que los indios llaman De-
al mar en un
pun y en el cual se ha agrupado un caserío que vive de la
pesca. Allí se inician las amplias playas de Iloca, Pichibudis
y Lipimávida, bordeadas de cerros y atravesadas por algunos
riachuelos. El mar llega hasta los faldeos mismos de los ce¬
rros, los carcome y penetra en ellos; pero ello no es obstácu¬
lo para que el indio haya encontrado lugares protegidos para
instalar sus rucas.

El valle del Mataquito está limitado por los cerros de la


cordillera costina, cuyos cordones va atravesando a lo largo
de todo su curso. Son cerros hermosos, cubiertos de una tu¬
pida vegetación, que a veces se convierte en monte impene¬
trable. En un principio se advierte abundancia de palmas au¬

tóctonas, y más adelante, a medida que el cerro se aproxima


al mar, se advierte la exuberancia del roble, el boldo, el litre,
el maqui, el avellano; y la belleza incomparable del cppihue,

que resalta en la selva virgen.


En medio de ios cerros hay fértiles valles, generalmente,
a orillas de pequeños riachuelos, que se abren paso a través

de ellos.
Hacia el extremo poniente, las hermosas lagunas de Vi-
chuquén, Tilicura, Torca y Agua Dulce, la primera de las cua¬
les desemboca en Llico (salida de agua, en lengua aborigen),
ponen en el paisaje una nota pintoresca. Junto a ellas, vive
dispersa numerosa población indígena, oculta y perdida en
uno de los lugares más inaccesibles de la zona
y que ha sido
llamado Vichuquén por los incas que hasta allí llegaron (1).

(1) JEsla
Historia silo abarca el territorio que actualmente constituye
la provincia de Curicó, con los Departamentos de Curicó y Mataquito. A
este territorio lo llamamos "zona curicana". Sólo por excepción, y para
aclarar ideas, el relato se sale, a veces, de dicho territorio y se extiende a
sectores vecinos. Los deslindes de la provincia de Curicó de hoy, son los
siguientes: Norte: laguna de Boyeruca desembocadura del estero Las Gar¬
zas hasta la quebrada de los
Muñoz, cerros de Alcántara y Ranguilí hasta
el lindero poniente del fundo Los Coipos, línea que deslinda
por el lado
sur la hoya del estero Las Palmas, estero Chimbarongo, línea de cumbres


12 —
La zona curicana, desde la cordillera hasta el mar, está
enteramente poblada por el indio.
En los contrafuertes cordilleranos viven una vida inde¬
pendiente ycasi salvaje, las tribus pehuenches. Pertenecen
a una raza robusta, enérgica y belicosa; y son dies¬
fuerte y
tros en el manejo de las terribles boleadoras. Tienen sus tol¬
derías en suaves faldeos, junto a yacimientos de brea que
ellos llaman "upe", de sal y de yeso. No mantienen con las
tribus del valle más relaciones que las del pillaje de que las
hacen víctimas y del comercio fugaz de piñones, pieles, sal

y otros productos que extraen de las proximidades de sus


tolderías, a uno y otro lado de la cordillera, para todo lo cual
salen por un fácil boquete que llaman Planchón. Su propio
idioma, gutural y extraño, que sólo más tarde reemplazan por
el de los demás indígenas, les impide mayores vinculaciones.
Hombres de esta raza habitan la cordillera, desde Acon¬
cagua hasta la zona que más tarde se habrá de llamar Val¬
divia y hacen de traficantes por ambos lados de la cordillera.
En el sur, viven generalmente en las cercanías de plantacio¬
nes de pinos, con cuyo fruto se alimentan
y a las que deben
su nombre de "pehuenches" (hombres de los pinos).
En la isla que forman los ríos de Teno y Lontué y que
los indígenas han llamado "Curicó", se ha radicado una po¬
blación de naturaleza muy diversa. Son indios que viven
agrupados en pequeños caseríos de unas cuantas rucas, que
á veces distan unas de otras considerablemente. Algunos se
han radicado en parajes cordilleranos, como Los Queñes y
Upeo, llamado así el primero por una derivación de la voz
"puyñé" (mellizos) con que se designa a los ríos Claro y
Teno, que corren por allí; y el segundo, por el "upe" o brea
de los pehuenches. Más al poniente hay también otros ca¬
seríos pequeños y de poca importancia, entre los que pueden
citarse uno que está ubicado en el sector Tutuquén, Barros
Negros, y otro en Rauquén. Hay también- no pocos indígenas
que viven diseminados por la extensa isla.

al sur del río Ti-nguiririca. hasta la frontera argentina. Sur: ríos Colorado,
Lontué y Malaquito. Oeste: Océano Pacífico desde la desembocadura del
Mata quito hasta la desembocadura de la laguna de Boyeruca. Oriente: la
cordillera de los Andes.


13 —
En el norte del río Teno es donde se encuentran las prin¬
cipales poblaciones indígenas de este sector. Allí están los
pueblos de Teno y de Rauco, con rancheríos importantes; y
otras poblaciones de menor importancia.
Todos estos indios, los de la isla de Curicó y los del valle
de Teno, son designados con el nombre común de "curis"
(negros), por la isla de Curicó.
Sus costumbres son primitivas y sencillas. Viven, por lo

general, agrupados en tolderías; pero no faltan los que se


han establecido dispersos en cerros y valles. Su ocupación

principal es el cultivo de la papa, el maíz, el zapallo; y las


labores de caza y pesca. En Rauco, cuyas tolderías se yer-
guen en terrenos gredosos (ragh, greda; y co, agua), ha ad¬
quirido cierto desarrollo la industria de la alfarería.
Sus rucas, formadas con horcones, quincha y totora, son
simples ysin comodidad. Los utensilios de que se valen se
reducen principalmente a trastos de greda, palos de pino
para cultivos agrícolas, hachas de piedra y piedras de uso
doméstico.
Las tierras son gozadas en comunidad; pero se reconoce
a cada individuo dpminio exclusivo sobre un pequeño cerco
junto a su ruca.
Sus vestidos son hechos con toscos
tejidos de lana; sus
prendas principales, son el poncho, la chupalla y la ojota;
su género de vida, sus creencias, su alimentación, bien poco

difieren de lo usual en todos los indígenas del país. En su


modo de ser son taciturnos, flojos, con poco espíritu guerre¬
ro ; y, por sobre todo, profundamente desconfiados.

Los de Curicó, obedecen a diversos caciques locales que


residen en las distintas tolderías y cuyo recuerdo no habrá
de sobrevivir. Los de la ribera norte del río Teno, están bajo,
el gobierno de un poderoso jefe, el cacique Teno, que reside
en el caserío de su mismo nombre
y que ejerce jurisdicción
sobre ese poblado y sobre los demás, como Rauco y Oomalle,
que se han levantado en la misma sábana de tierra y que
tienen caciques subalternos que de él dependen. Hay tam¬
bién algunos indios sueltos, dispersos en la zona; pero que,
aunque en forma relativa, obedecen a alguno de los caciques.
En el sector costino, que se inicia con el nacimiento del
río Mataauito, se ha agrupado también una importante y nu-


14 —
merosa población indígena, acaso la más importante y más
numerosa de toda la región. Los suaves remansos que a me¬
nudo va formando el río, los montes feraces de la cordillera
costina, los valles abrigados y las caletas de la costa, han
atraído al indio con intensidad .

En las orillas mismas delrío, se han levantado, en el


curso superior, los caseríos de Gonza y Mataquito, sometidos

al cacique Briso; y más al Poniente, el caserío de Lora, go¬


bernado por los caciques Maripangue. En medio de los cerros
está el pueblo de Vichuquén, sometido al dominio de los ca¬
ciques Vilu y en el cual vive aún una colonia de "mitimaes"
que los incas del Perú han dejado allí para enseñar a los
naturales mejores métodos de cultivo y de fabricación de te¬
las y alfarería.

Hay también caseríos más pequeños sometidos a la ju¬


risdicción de algunos de los ya nombrados. En lo que hoy se
llama Orilla de Navarros, hay algunas rucas que dependen
del pueblo de Gonza, lugar de residencia del cacique Briso.
Del pueblo de Lora, dependen caseríos pequeños, como Li-
cantén, Hualañé, Lipimávida, Coquimbo y algunas rucas es¬
tablecidas en la desembocadura del Mataquito y a lo largo
del curso de los esteros de Iloca y
Pichibudis. Del de Vichu¬
quén, el pequeño Uraco.
El género de vida de los indios de la costa es semejante
al de los indios del centro. Viven también agrupados en tol¬
derías, a excepción del pueblo de Vichuquén, que vive dis¬
perso en las orillas de la laguna, y de algunos indios suel¬
tos, que viven désparramados a lo largo de la región. En los
caseríos de Gonza y Lora y en medio de los indios de Vichu¬
quén reside un cacique principal. En los pueblos de menor
importancia residen caciques subalternos, sometidos a la au¬
toridad de los primeros ; y los indios sueltos tienen también
dependencia relativa de alguno de los caciques principales.
Aun cuando poco difieren de los indios del centro tienen
éstos, que en conjunto son llamados "costinos", algunos ras¬
gos y características propias, que es necesario destacar.
Son, desde luego, más esforzados y animosos y con ma¬
yor espíritu de defensa, rasgos que los harán sobrevivir du¬
rante toda la era colonial, aparte de otras razones, y man¬
tenerse organizados, mientras en la zona del centro desapa-

15 —
rece organización indígena y casi por comple¬
totalmente la
to la supervivencia integral de la raza.
Los indios de Lora y Vichuquén, en especial, son exper¬
tos en alfarería y en la fabricación de telas, industrias que
han perfeccionado considerablemente con las enseñanzas del
inca.
Las rucas de Lora están ubicadas en las cercanías de te¬
rrenos gredosos que facilitan notablemente la alfarería, dan¬
do origen a la fabricación en ese pueblo de cántaros, platos
y otros utensilios. El nombre de Lora proviene, precisamente,
de esta circunstancia: lov, caserío; y ragh, greda.
Para la fabricación de telas utilizan la lana de diversos
animales. La hilanprimero en husos especiales y luego la
tejen en curiosos telares de madera. Saben también colorear
los tejidos y se valen para ello de notables recursos. De la
hoja del boldo sacan un color amarillo-café y de la barba del
roble un color plomo negruzco. Los españoles supieron apro¬
vechar esta destreza de los indios de la zona; y habremos de
ver cómo un encomendero estableció en las orillas del Mata-
quito un "obraje de paños".
Saben, además, trenzar una curiosa especie de canasto
flexible, que llaman "quiñe", y para lo cual utilizan la fibra
■vegetal, muy semejante al cáñamo, de una planta serrina que
llaman "raigún".
En la agricultura utilizan los mismos cultivos y los mis¬
mos sistemas; pero hay un cereal
que es en esta zona donde
se cultiva especialmente: la quínoa.

Los que viven a la orilla del río o del mar, son pescado¬
res diestros. Han aprendido también a fabricar un curioso

tipo de balsa, generalmente con dos cueros inflados de lobo,


o, a veces, con troncos de chagual; y con estas embarcacio¬
nes cruzan el Mataquito, cuyas aguas
profundas no admiten
el vado sino por excepción.
Así, pues, está, hecha y poblada la tierra curicana cuan¬
do llega el rumor alarmante de los hombres blancos
que se
han establecido al pie del cerro.
La tierra y
los hombres (la tierra, el indio y el español),
empezarán desde ahora a chocar en sus destinos, a veces
contrapuestos, o a conjugar sus esfuerzos para hacer la his¬
toria.


16 —
2.—LA VIDA EN LA ZONA DESDE EL HOMBRE PRIMITIVO

Los indios tienen el recuerdo perdido de los años pasa¬


dos. Lo poco que saben lo han escuchado de labios de sus
padres y abuelos, y muy poca luz arroja para conocer su
historia primitiva, pues sólo se remonta a hechos recientes,
vividos en su mayoría por ellos mismos.
Pero hay una cosa de la que están todos convencidos.
Su vida hasta este momento ha sido de paz. Muchos hom¬
bres, venidos desde tierras lejanas, han pasado por sus ru¬
cas; pero ninguno ha prevalecido en la región y apenas podría
decirse que algunos de ellos la han dominado, pues se impu¬
sieron por paz y no por guerra. Por eso aman la tranquili¬
dad y la independencia y aun los mismos pehuenches cordi¬
lleranos, que son belicosos por instinto, sólo en forma fugaz
e intermitente provocan conflictos.

Tres son las culturas aborígenes que primero se estable¬


cen en la zona curicana:
1.—El hombre de los conchales. Caminando por la ori¬
lla del mar ha llegado hasta esta región unos 8.000 A.J.C.
Se ha establecido lugares acogedores de la orilla del mar
en

y ha vivido en ellos largos milenios. Su cultura es mesolítica,


o sea, intermedia entre la paleolítica y la neolítica. Su crá¬
neo es dolicocéfalo. Usa toda clase de instrumentos de piedra
y es, esencialmente, pescador y mariscador. En la costa cu¬
ricana se han descubierto conchales que contienen hachas de
piedra, puntas de flecha y otros objetos y desperdicios de es¬
ta cultura.
2.—El hombre de las piedras horadadas. Llega a la re¬
gión aproximadamente 3.000 A.J.C. Su cultura es neolítica;
y su cráneo braquicéfalo. A esta cultura pertenecen las "pie¬
dras horadadas" que tanto abundan en la región, como tam¬
bién las "piedras de tacitas".
3.—Una raza dolicocéfala, de cultura paleolítica caza¬
dora, que transitó por los faldeos cordilleranos; y de la cual
habrán de derivar los "pehuenches".
Son, pues, estas razas, las que primero se asientan en
tierra curicana. Con el correr de los años van recibiendo, di¬
recta o indirectamente; diversas influencias raciales y cul¬
turales, hasta llegar al estado en que el español las encuentra.


17 —
La primera influencia cultural extraña, de alguna im¬
portancia, la reciben algunos siglos después de la era cris¬
tiana. Desde las orillas del lago Titicaca, han irrumpido en
el valle chileno los hombres de Tiahuanaco, portadores de una
notable civilización. Sólo llegan hasta el río Limarí, pero su
influencia cultural se extiende mucho más al sur y alcanza
hasta la zonacuricana y más aún. A ellos se deben los ins¬
trumentos de madera para la agricultura y los dibujos con
que se adornan después ponchos y demás tejidos.
Por los siglos XI y XII de la Era Cristiana, llegan a Chi¬
le las tribus peruanas de Chincha. En el norte del país se
mezclan con la cultura diaguita, dando así origen a la cul¬
tura chincha-diaguita, que ejerce una considerable influencia
cultural hacia el sur y hacia el norte. A esta civilización de¬
ben los indios de la zona los mayores progresos de su inci¬

piente agricultura. Por ella conocen el maíz, la papa, la


quínoa, las calabazas, el ají, el poroto pallar. De ellos apren¬
den también la alfarería; algo de minería; dibujo ornamen¬
tal; el uso de vestidos de lana; la construcción de murallas
de piedra; el uso del poncho y de otros objetos. Los chincha-
diaguitas conocen también el regadío artificial, pero sólo lo
aplican hasta el río Cachapoal. Acostumbran a vivir en ca->
serios de 10 a 30 habitaciones, pero sólo parcialmente son
seguidos en esto por los aborígenes chilenos.
Desde las pampas irrumpió después una raza guerrera,
la araucana, que se radicó a la altura de Cautín, sin al¬
canzar a ejercer influencia en la zona curicana; pero que
separó en dos porciones la cultura chincha-diaguita: los in¬
dios que se llamaron picunches, al norte del Bío-Bío, entre
los cuales quedan los indios curicanos; y los huilliches, en
la región del sur.
Finalmente, se hace presente la más conocida de las in¬
fluencias extranjeras: la de los incas. Eran hombres de avan¬
zada civilización, que venían del norte, de un poderoso im¬

perio llamado Tavantisuyo, que en su lengua significaba "las


cuatro partes del mundo".
Habían hecho una incursión hasta Coquimbo bajo el rei¬
nado de su soberano Tupac Yupanqui, allá por los años de
1460; y una segunda, que dominó hasta el río Maule, bajo el
reinado de Huaina Capac. Los primeros, pues, no conocieron

18 —
la zona curicana; y, aún más, según el Oidor Santillana, las
tropas habrían llegado hasta el río Caehapoal y no habrían
tenido interés por seguir más al sur. "De allí se volvieron,
dice, por haber llegado a una provincia que dicen de los pro-
maucaes, gente poco aplicada al trabajo y de poca capacidad,

y así los dejaron por cosa perdida". Sólo las tropas de Huaina
Capac, más tarde, se introdujeron en tierra curicana.
Mucho se ha exagerado acerca de la influencia de los
incas en tierra chilena; pero, aun restablecidas las cosas a
la estricta realidad, no puede negarse que es considerable.
Enseñan mejores métodos de cultivo y perfeccionan la alfa¬
rería y los tejidos. Introducen también, en forma incipiente,
el uso de adobe en las habitaciones y de cercas cubiertas
de zarzas.

En las huestes invasoras vienèn habitantes de todos los


rincones del Imperio (aymará, quichuas, etc.), y van quedan¬
do grupos establecidos en diversos parajes del país, con el

objeto de afianzar la dominación y al mismo tiempo enseñar


industrias y agricultura a los naturales. Son las colonias de
"mitimaes", que prevalecieron en algunas partes aun después
que cesó el dominio político de los incas.
La zona curicana fue invadida totalmente, de un extre¬
mo a otro, por los incas; y la influencia que de ellos ha que¬

dado es considerable. Llegaron por el valle central y siguien¬


do el curso de los ríos se remontaron hasta la cordillera y '
bajaron hasta el mar, imponiendo su dominio por medios
pacíficos.
Ya antes de entrar en la zona dieron nombre al lugar
de "¡Ohimbarongo", con un vocablo quichua, derivado de
"chimpa" (el otro lado).
En la isla de Curicó a ese pequeño y veloz riachuelo que
los curis llamaban "Pumaitén" (golondrina), ellos le dan
también un nombre quichua, "Guaico", que significa "que¬
brada con agua" y que para los incas, que han recorrido el
río desde el sector cordillerano en que se escurre por profun¬
das quebradas, es mucho más preciso que el de "Pumaitén".
Con los años, el río terminará por llamarse "Guaiquillo".
Siguiendo el curso de los río? se internan en los valles de
la costa y bordean las riberas del Güelengüelevano. Las lla¬
mas que traen como bestias de carga se atemorizan con sus


19 —
aguas profundas y se niegan, coceando, a acercarse a ellas.
Entonces los incas dan al río un nombre aimará: "Mataque-
tha". Significa "dar coces el llama" y, transformado en Ma-
taquito, será el único que habrá de prevalacer. Igual nombre
dan a un pueblo de indios situado en su orilla.
Dan también denominación a un estero y un cerro cos¬
tino: "Ríaica", que en aimará significa "señor de vasallos";
y a Hualañé, que significa "lugar de patos". Llegan hasta
la orilla del mar y en las proximidades de la desembocadura
del Mataquito se sorprenden con hombres de extraordinario
apetito, a quienes llaman "hillu" (glotón), de donde se de¬
riva el nombre de Iloca.
Finalmente, trepan los cerros de la costa, atraídos por
la fama de una numerosa población asentada en las orillas

de algunas lagunas, en las cuales abunda la caza y la pesca


y cerca de las cuales habría yacimientos de oro. Uniendo las
palabras quechuas "huichai", que significa "ascender", con
"kenko", cuyo significado es "torcido" o "tortuoso", llaman
"Vichuquén" a este paraje, al cual han llegado ascendiendo
por caminos tortuosos.
Los incas se asientan en Vichuquén en forma permanen¬
te. Establecen allí una colonia de "mitimaes", formada por
industriales y agricultores de diversas regiones del Imperio,
que permanecerán aún después de la llegada del español, no
obstante la terminación del dominio político peruano. Ense¬
ñan a los naturales mucho de agricultura y de industria; y
les infiltran el gusto por ceremonias paganas, que después
habrán de exteriorizar en el culto que rinden a imágenes de
la Virgen de Vichuquén, Lora y otras; y en danzas y ri¬
tuales de diversa especie con que honrarán a piedras que
consideran sagradas.
Dan nombre a varias localidades del sector, como "Ura¬
co", que en quechua significa "lugar bajo"; y "Torca", que
proviene también de una voz del mismo origen. Hay nombres
que se perpetúan entre los naturales. El apellido "Llanca",
que aun se encuentra en la zona, es voz quichua, para deno¬
minar una especie de joya, de color verde. Aun el propio nom¬
bre de la dinastía de caciques "Vilu" y "Antivilu" que gober¬
nó Vichuquén durante largo tiempo, parece traer su origen
de "Antivillac", nombre compuesto por las palabras "anti"

20 —

\
(Andes) y "huillac" (profeta o adivino), voces también de
origen incaico y que explicarían la fama de pueblo de brujos
que Vichuquén ha adquirido desde tiempo inmemorial. Es pro¬
bable, pues, que los caciques Vilu hayan sido descendientes
de un jefe incaico que ha permanecido en Vichuquén aun
después de desaparecido el dominio político del inca.
De Vichuquén extrajeron cantidades apreciábles de oro,

cuyos filones afloraban en las quebradas de los cerros y se


escurría en la corriente de los riachuelos. Bajo fuerte cus¬
todia lo transportaban a la ciudad del Cuzco.
Para exteriorizar su culto al sol en forma inequívoca, en
los cordones serrinos que se extienden entre Vichuquén y
Alcántara, grabaron en piedra un sol y otros signos extraños,
que el transcurso de los siglos ha respetado.
El dominio del inca fue, sin embargo, de corta duración
en la tierra chilena. Graves sucesos que se desarrollaban en

la cabecera de su imperio lo fueron disgregando poco a poco.


Muerto el inca Huaina Capac, bajo cuyo gobierno fue in¬
vadido hasta el Maule el territorio chileno, se trabó una lu¬
cha sangrienta por el imperio entre sus hijos Huáscar y Ata-

hualpa. La victoria favoreció a Atahualpa; pero el destino


le tenía reservada para después una amarga suerte. Bajo su
reinado llegaron al Perú las huestes conquistadoras de Fran¬
cisco Pizarro ; fue apresado ; engañado ,con un rescate de oro
y plata que hizo recolectar en todos los ámbitos de su impe¬
rio; y, finalmente, muerto.
Aquello sucedía en 1533 y desde esa fecha cesa la domi¬
nación política de los incas en Chile y empieza el desbande
de los indígenas peruanos del territorio. Hay, sin embargo,
muchas colonias de "mitimaes", que permanecen estableci¬
das y que terminan confundiéndose con los naturales. Una
de ellas es la de Vichuquén, que se queda pacíficamente en¬
tre los indios dispersos de orillas de la laguna.
La influencia del inca en la vida del indio de la zona,
queda grabada con caracteres indelebles, en sus nombres, geo¬
gráficos, en sus apellidos, en su sangre y en muchas de sus
costumbres. El sol y los signos de los cerros de Vichuquén,
que los siglos han respetado hasta el día de hoy, son un sím¬
bolo elocuente del aporte que el inca engarzó en el desarro¬
llo de la zona.

21 —
Así, han vivido los indios de tierra curicana su última
etapa antes de la llegada del español.
Con la influencia de sangre y cultura de diversos pue¬
blos, han llegado a un grado de relativa civilización. Como
todos los indios que viven al norte del Bio Bio reciben el nom¬
bre genérico de "picunches"; y en diversas ocasiones les ha
cabido la denominación de "promaueaes", que significa ene¬
migos no conquistados. Así los llamaron las huestes del inca
Tupac Yupanqui, que los despreció por indeseables. Dejaron
de ser "promaueaes" para Huaina Capac, que los conquistó;
y volvieron a llamarlos así don Pedro de Valdivia y sus hues¬
tes mientras su dominación se extendió sólo hasta la ribera
del río Maipo.
En el territorio mismo de la zona curicana, hay tres gru¬
pos con denominaciones distintas y bien definidas: los "pe-
huenehes" en la cordillera, que provienen de una antigua
raza pampeana; los "curis", en la isla de Curicó y en el valle

de Teno, que provienen de la raza neolítica ' de las piedras


horadadas; y los costinos, establecidos desde el nacimiento
del Mataquito hasta el mar.
No bien termina la dominación pacífica del inca, cuando
ya un nuevo grupo de hombres llega a la zona curicana. Se¬
tentajinetes y veinte infantes, cubiertos de relucientes ar¬
maduras y portando armas en profusión, han llegado, avan¬
zando lentamente desdé el norte.
Los indios los contemplan atónitos, pues son hombres
blancos, que jamás han visto. Sus armas, sus vestimentas, sus
cabalgaduras, les causan inmensa admiración.
Es el invierno del año 1536. Los cascos de las cabalga¬
duras chapotean en los barros de la zona; el frío y la hume¬
dad, los peligrosos ríos que han debido cruzar y los bosques
tupidos que han atravesado, tienen ya a esos hombres fati¬
gados y deprimidos. Se detienen en los caseríos indígenas y
hacen signos de paz. Los indios los observan, a la vez con re¬
celo y admiración, y no les oponen resistencia.
Son aquéllas, las huestes de Gómez de Alvarado,
que van
hacia el sur en viaje de reconocimiento.
Las envía el jefe de una gran expedición que ha acam¬
pado en el valle de Chile, don Diego de Almagro, venido del
Cuzco, de la tierra de los incas ahora dominados, y que ha


22 —
arribado tras jornadas duras, de esfuerzos inauditos, en las
que ha debido atravesar desiertos inhóspitos, montañas géli¬
das y ríos torrentosos. Viene don Diego de Almagro tras el oro
de la tierra chilena, que los incas le han ponderado. Gómez
de Alvarado va por su encargo camino hacia el sur. Apenas
se detiene entre los indios curicanos, que lo acogen y lo auxi¬

lian, para tomar breve descanso.


Por el largo camino él y sus hombres otean el horizonte
con ansiedad y van recogiendo sólo desencanto. Encuentran

indios miserables, terrenos sólo cultivados de claro en claro,


ciénagas, agua torrentosa, impenetrables bosques. El oro, con
cuyo señuelo los lanzaron los incas hacia el sur, se va esfu¬
mando decididamente y los indios son herméticos a sus in¬
dagaciones.
Siguen marchando hacia el sur. Hast$ el Maule, los in¬
dios los reciben en temperamento de paz; pero al sur de es¬
te río, y luego en la confluencia del Ñuble con el Itata, se
les opone una feroz resistencia. Aun cuando el éxito de las
armas favorece a los españoles, Gómez de Alvarado decide

regresar. Aquella tierra no les gusta. No hay oro ni plata que


recoger; el invierno es crudo; y los indios, o son pobres y
débiles o extrañamente feroces.
La zona curicana los
pasar bien pronto de regreso.
ve

Los indios contemplan otra vez atónitos a esos hombres ex¬


traordinarios que por primera vez han llegado a sus tierras,
y admiran de nuevo los caballos, las lanzas, las armaduras.
En su rostro han adivinado el desaliento y bien pronto sa¬
ben que don Diego de Almagro, con todas sus huestes, ha
abandonado el valle de Chile, para regresar a las tierras del
norte de donde viniera.
Sigue, viviendo la zona curicana su paz milenaria.
pues,
Pero he aquí
que ahora la inquietud que les causa la re¬
ciente noticia, se les clava muy hondo. Ese nuevo grupo de
hombres blancos, que ha puesto sus pendones en la orilla
del cerro, les hace prever que tienen el propósito de estable¬
cerse para siempre. Y no se han equivocado.
Aquellas son
las huestes de Pedro de Valdivia, el enérgico, el tenaz, que
viene cumpliendo su destino histórico, para echar los cimien¬
tos de una nueva nación y dejar engarzada para siempre la
sangre española, con el sacrificio de su propia vida.

23 —
3.—LOS CONQUISTADORES DE VALDIVIA ENTRAN EN CONTACTO
CON TIERRA CURICANA: PARLAMENTO, GUERRA Y
PACIFICACION

El cacique Teno, en jornadas de esfuerzo, va camino ha¬


cia el Norte. •

Algunos indios de sus tolderías, que fueron hechos pri¬


sioneros por los invasores blancos y luego puestos en liber¬
tad, le han llevado la noticia de que el jefe de aquellos hom¬
bres convoca a parlamento a los caciques comarcanos.
Así, al amanecer de ese día de verano, ha salido de su
pueblo, envuelto en tosco poncho de lana, la cabeza cubier¬
ta con piel de animal y el arco de flechas cruzado en su es¬

palda. Lo escoltan algunos mocetones de sus dominios y va


internándose por senderos tortuosos. De los indios curicanos
es el único cacique que concurre al Parlamento. Hay, sin du¬

da, otros tan poderosos como él; pero, o no han sido convo¬
cados, por desconocerlos Valdivia, o han desoído el llamamien¬
to con altanera desidia.
Va atravesandopoblados de otros indios y en sigilo con¬
versa con jefes. Ya todos conocen la noticia. Los nuevos
sus

hombres blancos, capitaneados por don Pedro de Valdivia,


han venido también de las tierras nortinas que fueran del
inca. Se han establecido en la margen del río Mapocho; y su
campamento, lleno de colorido y bullicio, produce expectación
en los indios vecinos.
A llegada al valle del Mapocho los caciques de todas
su

las comarcas vecinas, alternan en juntas sigilosas y concier¬


tan su plan.
Por fin, se celebra el Parlamento. Son los primeros días
de febrero de 1541. Los conquistadores españoles, resplande¬
cientes en sus armaduras, se enfrentan al .grupo de caciques,
apoyados en lanzas y arcabuces. Visten casacas atadas a la
cintura; pantalón corto, con jareta en la rodilla; borceguíes
de cuero y medias de lana. Se cubren con cascos de acero y
corazas de malla. Hay en ellos profusión de armas: adargas,

arcabuces, espadas.
Los caciques los contemplan tranquilos. Sentados en el
suelo, envueltos en sus ponchos, cruzan entr,e ellos miradas
significativas. Están. allí, Michimalongo, señor del valle del

24 —
Mapoeho; Colina, Melipilla, Apoquindo, Vitacura, Talagante
y Cachapoal, que vienen de los valles cercanos; Teno, que ha
venido de tierra de los curis; Gualemo que viene de orillas
del río Lontué; Jaujalongo, Chingaimangue, Lampa, Maipo-
nolipillán, Peomo, Pico, Poangue, Apochane, Millacura y
Huara-Huara.
Don Pedro de Valdivia avanza por en medio de todos pa¬
ra iniciar la ceremonia. Les habla en idioma español, que
ellos no entienden. Ha venido en nombre de un jefe pode¬
roso, el Rey de España, que es mil veces más grande que el
inca. Para él tomaba posesión de esas tierras, que no aban¬
donaría jamás; y fundaría un pueblo allí, en ese valle del
Mapoeho. Les habla también del Dios Verdadero, de la fe y
de la salvación eterna.
Los caciques escuchan impasibles. Un lenguaraz perua¬
no, que la expedición ha traído, les vierte el discurso a idio¬
ma de los incas, que los caciques conocen. Mientras escuchan

ahora lo que ellos entienden, cambian miradas de inteligen¬


cia y se observan unos a otros en silencio.
La ceremonia termina con cañonazos, regalos y borra¬
chera. Los
caciques se dispensan hacia sus comarcas; pero
entre ellos ha quedado ya concertada la acción. En aquel mo¬
mento, en que las mieses se inclinan con el peso del fruto sin
cosechar, les conviene la paz y no el trastorno. Han guar¬
dado, por eso, prudente silencio y compostura para cosechar
tranquilos y no desencadenar el hambre sobre ellos. La ac¬
ción vendrá después, cuando éste el fruto cosechado, y será
enérgica y decisiva, porque no quieren dejar piedra sobre
piedra.
•Así sucede, en efecto. Corridos apenas algunos meses de
aquel Parlamento, en septiembre de 1541, la indiada cerca¬
na se subleva. Con infernal algarabía avanzan en poblada
inmensa sobre la ciudad de Santiago de Nueva Extremadura,
que después del Parlamento ha fundado Valdivia. La lucha
es feroz y encarnizada. De la nueva ciudad sólo quedan ves¬

tigios, pues caen los ranchos consumidos por el fuego; mue¬


ren soldados; se pierden animales, bagajes y víveres.
La indiada, sin embargo, es resistida con tenacidad he¬
roica y el empuje de la conauis'ta no se pierde. Mueren miles
de indios en la lucha y por fin deciden retirarse en desbande,

25 —
sin que en realidad destruyan otra cosa que los primeros
adelantos materiales de la nueva ciudad.

Corren los años de 1546. Don Pedro de Valdivia, con se¬


senta jinetes, va camino hacia el sur por el valle central.
Desde que el indio destruyera la ciudad de Santiago del
Nuevo Extremo, mucha vida y muy intensa, ha transcurrido
en la nueva colonia de españoles.
La ciudad ha sido reconstruidaenteramente, con mate¬
rial más sólido y resistente. Se han conocido, para ello, ho¬
ras de sufrimiento, de hambre y de continua amenaza del

indio comarcano. Los trabajos se hacen, dice Valdivia, al Rey


de España, "estando siempre armados y los caballos ensi¬
llados de día".
En todos años, los hombres de Valdivia, con diver¬
esos

sos intentos, han querido conquistar y colonizar los valles


que corren hacia el sur de Santiago. Se han hecho incursio¬
nes y se han concedido encomiendas; y, en parte al menos,

se ha conseguido el fin que se perseguía.

La zona central hasta el Maule, está ya, por lo menos en


ese momento, enteramente pacificada. Los indios del Cacha-

poal habían intentado en un principio continuar la resisten¬


cia y habían atacado a Valdivia en 1544; pero habían sido
derrotados por completo y se habían visto obligados a tras¬
pasar el Maule en su huida, dejando despoblada su tierra,
a la que volvieron después sólo algunos de ellos.

Más al sur del río Cachapoal y hasta el Maule, los indios


han estado siempre en paz. Entre ellos se cuentan los de Cu-
ricó, que no han opuesto jamás resistencia al conquistador
y que no tuvieron participación alguna en el asalto de San¬
tiago. ' 1
En este año de 1546 está, pues, pacificada la tierra chi¬
lena, por lo menos hasta las orillas del río Maule. Por en me¬
dio de ella y directo hacia el sur, que lo atrae con intensidad,
avanza sin tropiezos don Pedro de Valdivia.

Pasa por Chimparongo y se detiene en Teno. En medio


de este pueblo de indios, ha sido mantenido por su orden un
"tambo", o posada. Allí los soldados encuentran reposo y ví-


26 —
veres para reponer susfuerzas desgastadas y seguir la jor¬
nada. Avanza después la columna hasta el Bío-Bío, y allí las
fuerzas indómitas de Araucanía, con tenaz resistencia, lo re¬
chazan. Fracasa, así, su primer intento de invadir el sur.
Realiza después un viaje al Perú en busca de refuerzos.
A su regreso, emprende de nuevo la marcha hacia el sur, que
lo obsesiona. Su vida se desenvuelve desde entonces en me¬
dio de un dinamismo constructor, talvez sin igual en la his¬
toria de la conquista española. Siembra el sur de ciudades
y de fuertes. Tiene alternativas de toda especie, jornadas de
esfuerzo .llenas de dureza, luchas feroces; y, finalmente, en¬
cuentra la muerte en la selva araucana, derribado por aque¬
llos indígenas indómitos hacia quienes había marchado como
un iluminado, presintiendo acaso que con ello forjaba el des¬
tino de la tierra chilena.

Al morir Valdivia, se desencadenan en la ciudad de San¬


tiago violentos incidentes por la sucesión del mando; pero,
en definitiva, la Audiencia de Lima encarga el Gobierno a

Francisco de Villagra.
Corresponde a Villagra enfrentar el empuje de las tro¬
pas de Arauco, que se han alzado amenazadoras desde el sur.
Ha surgido entre ellas un jefe militar, muchacho de veinte
años, que había sido caballerizo de Pedro de Valdivia. Se lla¬
ma Lautaro y es obedecido por la indiada como su nuevo

"toqui". EU dirigió la batalla en que murió Valdivia. El ha


derrotado al propio Villagra en la cuesta de Marihueñu; él
ha saqueado la ciudad de Concepción, y, en una palabra,
tienen en un puño la conquista española.
La alarma de los españoles es ahora sin cuento. Ya no
sólo temen los habitantes del sur: el terror ha traspasado las
riberas del Río Maule y ha llegado hasta Santiago del Nue¬
vo Extremo.
Un día se sabe que el caudillo araucano avanza en fuer¬
tes jornadas hacia el norte. El Cabildo de Santiago, en medio
de la mayor alarma, designa para que salga a detenerlo a
Diego de Cano, que parte hacia el Maule con catorce soldados.
Va a empezar ahora una lucha de esfuerzos y de esca-


27 —
ramuzas en la tierra curicana y las zonas vecinas, han
que
de servir en parte de escenario. En sus fértiles valles,
gran
en sus montañas, en sus pueblos indígenas y en las riberas

del río Mataquito, chocarán las fuerzas de Arauco, enardeci¬


das por su nuevo caudillo, y los pendones de Castilla que, en
forma decisiva, habrán de defender, jugándola entera, la es¬
tabilidad de su conquista.
Son los años de 1556, Don Diego de .Cano, cumpliendo la
misión que el Cabildo le diera, se ha dirigido hacia el sur
por el camino que llaman "del centro", que ha venido for¬
mándose en los cerros costinos.
A orillas del Mataquito detiene la marcha. Se hospeda
en una toldería de indios, llamada también Mataquito, y que
ha sido dada en encomienda a don Juan Jofré. Allí sabe que

el caudillo Läutaro ha cruzado ya el río Maule, avanzando


hacia el norte. La noticia la ha traído al pueblo de Mata-
quito un indio que recién ha llegado, cruzando veloz las aguas
del río en su balsa de cuero.
Pronto las noticias se van concretando y la situación se
torna cada vez más grave. Efectivamente, Lautaro ha cru¬
zado las aguas del Maule y en su proyecto de sublevar a to¬
dos los picunches, viene avanzando día a día.
Hay indios de la zona que se enrolan en sus filas; pero,
en general, es recibido con indiferencia por los indígenas del

norte del Maule. A muchos los obliga a seguirlo y no escati¬


ma actos de violencia y de crueldad, que, en definitiva, le
serán contraproducentes y fatales. De las encomiendas de
don Juan Jofré, ha dado muerte a varios caciques y a mu¬
chos indígenas que se han negado a seguirle.
Por fin, se sabe que ha acampaño al sur de Peteroa, a
la orilla izquierda del río Mataquito, y casi frente del pue¬
blo de indios también lamado Mataquito, en el que se ha de¬
tenido Diego de Cano. Con sus hombres en pie de guerra y
con algunos indios auxiliares, Cano atraviesa el Mataquito

y cae sobre el campamento de Lautaro; pero la empresa es


desgraciada: las tropas araucanas lo vencen y debe dar su
intento por abandonado.
Nueva alarma del Cabildo de Santiago. Se designa aho¬
ra a Pedro de Villagra para que salga a detener a las hues¬

tes indígenas. Lautaro, bordeando siempre el río Mataquito,


28 —
ha establecido campamento un poco hacia el nor-orient'e,
su

en el
lugar llamado Peteroa. Villagra cae sobre él y lo ataca
con decisión; pero también es rechazado y, como Cano, de¬

be abandonar la empresa.
En esos instantes llega desde Santiago a la ribera Norte
del río Mataquito un destacamento de caballería comandado

por el capitán Juan Godínez, que viene a reforzar la-s tropas


de Villagra. , \
Uno de los indios que Lautaro tiene apostados en los lu¬

gares de acceso le lleva presuroso la noticia; y Lautaro, te¬


miendo el empuje de las fuerzas de caballería, cuyas lanzas
numerosas pueden arrasar a la indiada, levanta el campa¬
mento durante la noche y con todo sigilo va siguiendo la co¬
rriente del río Mataquito, camino hacia el Poniente.
Por su parte, Godínez sabe por un indio de encomienda
de Juan Jofré la marcha de Lautaro, y decide seguirlo, mar¬
chando también hacia el Poniente, pero por la ribera norte
del río Mataquito. El mismo indio, enfurecido porque Lauta¬
ro ha dado muerte a su padre, lo va guiando hacia el pueblo

de Lora, acaso para indicarle el fácil vado que allí tienen los
indios para atravesar el río. Mientras sigue avanzando hacia
el Poniente y ya próximo a llegar al pueblo de Lora, sale al
encuentro de Godínez un destacamento de 180 mapuches que
van a reunirse con Lautaro y se traba una encarnizada lucha,
en la que mueren 80 indios y se dispersa el resto de ellos.
Se sabe, por fin, que Lautaro ha emprendido la retirada
y cruzado de nuevo el río Maule, dejando otra vez a la zona
gozar de la paz.
Corre ahora el año de 1557. El Gobernador Villagra ha re¬
corrido el Sur y por dondequiera que ha pasado ha advertido
síntomas claros de una nueva rebelión. Teme, sin embargo,
al invierno que se avecina y regresa a Santiago.
En el camino Villagra
es sorprendido por una terrible
nueva. Los síntomas de trastorno que advirtiera en la india¬

da del sur se han convertido en realidad, y las tropas de

Arauco, encabezadas de nuevo por Lautaro, otra vez han


cruzado las aguas delMaule y marchan sobre Santiago.
Presa de inmensa inquietud, Villagra apresura su mar¬
cha para aventajar al ejército indígena y detener eu avance.
Pronto sabe que Lautaro, como el año anterior, ha esta-


29 —
blecido su campamento a orillas del río Mataquito, en los
faldeos serranos de la ribera sur, frente al pueblo de Mata-
quito, en la ensenada en que cae el camino del centro. Sigi¬
losamente, Villagra atraviesa el río sin ser visto por Lautaro
y se detiene en el pueblo de Mataquito. Se oculta en un bos¬
que de las inmediaciones, dispuesto a impedir que los indios
atraviesen el río. Desde allí envía un "propio" en marcha
forzada hacia el tambo de Teno, a pedir auxilio al capitán
Godínez, que allí está establecido con un destacamento de
soldados.
..'i.
El
"propio", al galope de caballo, sigue el camino del
centro hasta "Las Palmas" y desde allí toma un ramal que
baja hacia Teno. Llega al tambo en unas cuantas horas y
hace que Godínez emprenda en el acto su marcha por el
mismo camino.
En esa misma noche,
Godínez y Villagra están reunidos
en elpueblo de Mataquito (hoy día lugar llamado "El Pe-
ralillo"). Comprenden que es necesario obrar con rapidez.
Concentran las tropas de inmediato, atraviesan el río y mar¬
chan con sigilo hacia el campamento de Lautaro.
Recién despunta el alba, cuando las tropas españolas
advierten desde lejos las empalizadas del campamento y caen
sobre él con ímpetu y decisión. Lautaro, cogido de sorpresa,
apenas puede organizar la defensa y termina por caer herido
de muerte, en medio de la derrota de sus tropas.
Los historiadores durante muchos años han creído que
Lautaro sucumbió en tierra curicana, en la ribera norte del

río Mataquito. En el cerro Chilipirco, donde


se ha creído ubi¬
car el hecho, ha
sido colocado un monolito conmemorativo.
Sin embargo, hoy día es un hecho fuera de toda duda que el
caudillo araucano cayó frente al pueblo de Mataquito, en la
margen sur del río de su nombre. (1)
La zona curicana se pacifica definitivamente con la
muerte de Lautaro. Puede ahora entregarse a las labores de

(1) Esta opinión se fundamenta


analizando lo sostenido por cronistas
coima Antonio de Herrera y Marlño
de Lobera y ipor testigos de la época,
como Diego de Carmona y Juan Jofré. Todos señalan el iSur del Mataquito

como lugar de la muerte de Lautaro. Puede consultarse sobre el particu¬


lar "Apuntes para la historia de Lautaro", de Elias Llzana (Revista Ca¬
tólica, tomos 32 y 33).


30 —
la paz y a formar allí un conglomerado social próspero y
emprendedor. La guerra con el indio se traslada hacia el sur
y hacia allí se encaminan en adelante las legiones de Espa¬
ña, mientras la zona del centro, conquistada definitivamen¬
te, por lo menos hasta el Maule, inicia la era de la paz y
acrecienta la labor fecunda y grandiosa de la colonización.

4.—CUADRO GENERAD DE LA COLONIZACION

El propio don Pedro de Valdivia, aun antes de que se


obtuviera la pacificación total de la zona curicana, había
iniciado su colonización. Los indígenas de sus pueblos jamás
le resistieron y fue posible así el inicio inmediato de la ex¬

plotación agrícola y de otras industrias.


Esta colonización se incrementa y toma un ritmo deci¬
dido de progreso, cuando la zona queda en paz definitiva.
Los hombres de Valdivia tienen desde un principio una
actitud de ansiedad para la tierra curicana. La naturaleza
exuberante de la zona les atrae con fuerza. Admiran montes
enmarañados, cordones serranos con quebradas sugerentes
y quedan extasiados ante la potente vitalidad de valles que
se extienden a lo largo de ríos y arroyuelos.
El oro que recogen y las noticias que sobre él reciben,
están muy lejos de colmar sus ambiciones; pero no pierden
jamás las esperanzas de encontrarlo en abundancia y segui¬
rán buscándolo con incansable afán. No es, por otra parte,
solamente el oro lo que los atrae en la zona. Bien pronto
advierten que las tierras feraces, los indios numerosos y dies¬
tros en algunas industrias, los ríos caudalosos y la natura¬
leza entera, abren un campo incalculable de posibilidades.
Valdivia concede "encomiendas" de indígenas en tierra
curicana a cuatro de sus acompañantes.
Son estos encomenderos los primeros hombres blancos
que llegan a la zona, no en son de conquista sino de coloni¬
zación. Traen derechos concedidos por el conquistador sobre
determinados indios, pero no sobre la tierra. Sin embargo,
aportan a la agricultura, a la industria y a la colonización
en general una contribución considerable.

Con el correr de los años llega una segunda generación


de colonizadores a las tierras de Curicó; son los "terratenien-


31 —
tes'*,que traen derechos sobre la tierra misma y no sobre
los indios, y que inician el proceso de la formación de la pro¬
piedad territorial.
Encomenderos y terratenientes, tan esforzados los unos
como los otros, inician la inmensa tarea de hacer producir y
progresar, en medio de todas las dificultades que sea dable
imaginar, a estas tierras hasta ahora desconocidas para el
trabajo del hombre blanco. Se van sucediendo unos a otros
a través de los años; los nuevos ocupan el lugar de los que

desaparecen; y, así, logran transformar en forma extraor¬


dinaria el aspecto de la región. Los cuatro encomenderos de
don Pedro Valdivia son reemplazados con los años por otros

que ocupan sus mismas encomiendas. Llegan también otros


encomenderos que traen derechos sobre nuevos indios y así
se integra esta primera generación de colonización, que son
los encomenderos. Con los terratenientes, segunda genera¬
ción de colonizadores, sucede algo parecido: tras los prime¬
ros llegan otros y otros, hasta el reparto total del suelo ' de
la región; y las tierras que a unos y otros se conceden van
pasando de generación en generación.
En esta forma, el hombre blanco se arraiga definitiva¬
mente y se vincula a la región con lazos más fuertes y
duraderos que la vida misma. Logra infiltrar a la tierra en

que se establece un nuevo espíritu y un nuevo aspecto. Sur¬


gen molinos en diversas estancias; se plantan las primeras
viñas y arboledas frutales; los cultivos agrícolas y el ganado
se acrecientan en forma considerable; se fabrica sebo y char¬

qui; se echan los cimientos de diversas industrias; y se tra¬


zan los primeros caminos, en reemplazo del sendero del indio.

La Iglesia católica aporta también su coooperación y su


influencia en esta obra, que es a la vez material y espiritual.
Algunos colonizadores instalan oratorios en sus estancias; se
nombran para los pueblos de indios curas doctrineros; y, por
fin, empiezan a establecerse parroquias, viceparroquias y
conventos, con carácter permanente. Todos estos religiosos,
capellanes, curas doctrineros, párrocos y frailes, contribuyen
poderosamente a la obra de la colonización, adoctrinando in¬
dios, velando por benévolos tratamientos para ellos y encen¬
diendo en los colonizadores, con el acicate de la fe, el valor
y el empuje que habían menester para obra tan dura.

32
Todo este conglomerado social que se- va formando en la
región, hace indispensable una organización civil que regule
relaciones, imponga respeto para la Iglesia, administre justi¬
cia, etc. Así llegan los primeros funcionarios del Rey, corregi¬
dores, administradores de pueblos, que escriben otra página
en la historia de la colonización de Curicó.
A todos estos hombres quienes se debe el nacimiento,
es a

la formación y el progreso de la zona curicana, considerada


como conglomerado social. Sin su obra esforzada, que conti¬

nuó la de aquellos que descubrieron y conquistaron la tierra,


nada de lo que en el futuro sucedió habría podido ser siquiera
la sombra de una realidad.
Sin duda, llevaban en su naturaleza los rasgos de hom¬
bres de selección, porque su obra, mirada ahora al través de
los siglos, constituye una etapa admirable de la historia na¬
cional, propia sólo de hombres de temple de acero, iluminados
por un propósito, fijo y obstinado, que, con razón, ha hecho
decir a Domingo Amunátegui Solar: "La historia de la na¬
cionalidad chilena honra a la madre
patria y manifiesta que
losespañoles no sólo han sido grandes en las empresas de la
conquista, sino también en las de la colonización".
5.—LAS ENCOMIENDAS

En simple teoría, y ateniéndonos al texto de las disposi¬


ciones reales, las encomiendas, bajo cuyo título llegaron los
primeros colonizadores euricanos, fueron verdaderos injertos
medioevales en la conquista de América, ya que trasladaron
la condición jurídica del siervo y del señor feudal, hacia el
aborigen americano y el encomendero.
Dbntro de estos términos, la encomienda no se refería a
la tierra, sino que sólo daba derechos sobre los indios, lo que
ha hecho decir muy pintorescamente a Vicuña Mackenna,

que Chile no se repartió por tierra sino por indios y caciques.


El encomendero, pues, por el solo hecho de ser tal, no tenía
derecho alguno sobre la tierra de los indios que se le enco¬
mendaban ni sobre otra tierra. El derecho sobre la tierra de¬
riva de una institución diversa: la merced de tierra, que fue
traída por los terretenientes. Dentro de estos mismos térmi¬
nos, la encomienda no podía afectar a la libertad del indio y

33 —
no podía convertirlo en esclavo. La política de España, desde
los tiempos de la Reina Isabel, tendió a este fin, por medio de
disposiciones reiteradas que, aunque confusas, contradictorias
y, a veces, impracticables, dejan en evidencia que no se per¬
mitía la esclavitud del indio. Tal, la Real Cédula de 1554, la
Tasa de Santillán de 1559, la Tasa de Gamboa de 1580, la Tasa
de Esquilache de 1621 y la Tasa de Lazo de la Vega de 1635.
Sólo por excepción se permitió, durante algún tiempo, como
habremos de verlo, la esclavitud del indio cogido en guerra.
El encomendero, además, dentro de este mismo espíritu
medioeval de la encomienda teórica, tenía el derecho y la obli¬
gación de tutelaje sobre la región en que estaban asentados
sus indios. Debía proteger a los españoles que vivían en ella;

adoctrinar a los indios; aderezar puentes y caminos y con¬


currir a la guerra de Arauco con indios, caballos y armamen¬
tos cada vez que el Gobernador lo llamara.
Sin embargo, la historia de la conquista de América no
puede estudiarse a través de las disposiciones legales exclusi¬
vamente, porque hacerlo sería incurrir en una serie intermi¬
nable de equivocaciones. Las disposiciones que desde España
se dictaban, debían ser aplicadas a inmensa distancia de la

Corte, en una tierra exuberante y entre hombres que lleva¬


ban en la sangre y en la raza la desobediencia. No era raro,
así, que fueran transgredidas o alteradas.
En esta forma, la institución de las encomiendas tuvo
en Chile una naturaleza especial, bien distinta de la que qui¬

sieron darle las disposiciones legales.


Desde luego, la encomienda afectó considerablemente la
libertad del indio, pues siempre amparó el servicio personal
sin limitaciones. En cuanto a la tierra del indio, aunque en su
esencia fue respetada, indirectamente, la explotó el encomen¬
dero, pues obligaba a los indios a trabajarla y le§ exigía una
parte de sus productos a manera de tributo. El indio debía,
además, pagar tributo para el cura, el corregidor y el admi¬
nistrador del pueblo, quienes dentro de sus respectivas órbi¬
tas, estaban encargados de proteger y enseñar al indio y ad¬
ministrarle sus tierras. Estos tributos continuaron exigiéndo¬
se aún después de la abolición de las encomiendas. Existía la

"mita del Rey", institución en virtud de la cual se sacaba a


los indios de algunos pueblos para los trabajos públicos. Exis-

34 —
tían también indios "reservados", sobre los cuales no recaía
la obligación de la encomienda, por viejos o por enfermos.
En cuanto alencomendero, debía pagar ciertos derechos
a la Corona y subvenir para vino, cera y aceite a los conven¬

tos mendicantes, a razón de cinco pesos por cada indio. Las


obligaciones de tutelaje y su correspondiente derecho se hicie¬
ron efectivos en parte muy pequeña, pues el encomendero vi¬
vía en Santiago la mayor parte del año. Otro tanto puede de¬
cirse de la obligación de concurrir a la guerra de Arauco.

Don Pedro de Valdivia hizo en Chile, a principios de 1542,


un reparto de 30 encomiendas en el territorio comprendido
entre Copiapóy el río Maule. Sin duda, considerando en espe¬
cial las muchas dificultades que en ese momento se oponían
a un buen
aprovechamiento de las encomiendas, sesenta en¬
comenderos eran muchos para aquel territorio. Valdivia se
vio, por eso, obligado a un reajuste y redujo a 32 las 60 enco¬
miendas, incluyendo algunos indios del sur del Maule, como
los de Loncomilla.
Las encomiendas eran concedidas en retribución de los
serviciosprestados por los conquistadores y. generalmente
abarcaban "dos vidas": osea, se concedían al beneficiario y a
su inmediato heredero. Cuando la segunda vida se extinguía,
la encomienda era declarada "vaca" y se llamaba a concurso

a los beneméritos del Reino para que, con exposición de sus


"méritos y servicios", se opusieran a ella. Era frecuente, sin
.

embargo, que las encomiendas se mantuvieran en una mis¬


ma familia, pues al declararse vacas por la extinción de la

segunda vida, solían concederse a otro familiar de los bene¬


ficiarios extinguidos.
De las 32 encomiendas
a que quedaron reducidas las que

concedió Valdivia, hubo cuatro que estaban ubicadas en tierra


curicana. Ellas fueron las de Teno, Rauco, Mataquito y Vi-
chuquén. Sus beneficiarios, primeros hombres blancos que
trabajan en la zona, son, sin lugar a dudas, los primeros cu-
ricanos.
Después de estos cuatro encomenderos de Pedro de Val¬
divia, llegan otros, que completan el cuadro de las encomien-


35 —
das en la zona: unos, son sucesores de los primitivos, en las
mismas encomiendas; y otros, traen derechos sobre nuevos
pueblos indígenas, que fueron encomendados con posterio¬
ridad.
Las encomiendas curicanas, con el transcurso de los años,
se extinguieron por sí solas: unas, como Teno y Mataquito,
por extinción de los indios; Rauco, por destrucción del pue¬
blo; y las demás, por abandono de los encomenderos. No fue,
pues, necesaria la abolición oficial del régimen de encomien¬
das para que ellas se extinguieran, pues cuando en 1791, el

Rey de España, a instancias de don Ambrosio O'Higgins, de¬


claró abolidas las encomiendas, ya no quedaba ninguna en
la zona curicana.

6.—LOS ENCOMENDEROS DE DON PEDRO DE VALDIVIA

A) Doña Inés de Suárez y la encomienda de Teno.—Una


extraordinaria mujer ha acompañado a don Pedro de Valdi¬
via en su jornada: doña Inés de Suárez. Comparte
heroica
con él las fatigas de la empresa; sigue al ejército de conquista¬

dores, sin desmayar jamás; y es, en muchos momentos, quien


infunde ánimos a los soldados. Sabe atraerse en bien de la
conquista a muchos indígenas, de quienes obtiene valiosas no¬
ticias; y tiene también, cuando es necesario, actitudes feroces.
A esta mujer, que es amante suya y a quien debe señala¬
dos servicios, don Pedro de Valdivia concede, entre los años
de 1544 y 46, valiosas encomiendas. Una de ellas es la enco¬
mienda de Teno, en la zona curicana. Otras, son las de Col-
chagua, Peumo, Melipilla y Apoquindo. En esta forma doña
Inés de Suárez, para quien, sin duda, Valdivia es espléndido,
llega a ser poseedora en encomienda, de 1.500 indios.
Era inevitable que la murmuración surgiera frente a es¬
tos hechos. El rumor de los descontentos llegó hasta el Virrei¬
nato de Lima, con caracteres de escándalo. Un día, Valdivia,
por orden del Virrey, se ve abocado a una tremenda disyun¬
tiva: debe casar a doña Inés de Suárez, dentro de seis meses,
o hacerla salir del país. Además, debe
repartir entre los con¬
quistadores las encomiendas concedidas a ella. Así, de gol¬
pe, se ponía fin a la munificencia del capitán extremeño.
Sucede, entonces, un hecho extraordinario, en cuyo fon'

36 —
do es difícil
distinguir si se trata de .gesto de Sancho o del
Quijote: opta por casar a doña Inés de Suárez y es elegido
se
para este matrimonio el fiel y leal amigo de Valdivia, Rodri¬
go de Quiroga. Puede, así, doña Inés de Suárez permanecer
en Chile y puede también el jefe de los
conquistadores con¬
tinuar beneficiándola bajo la pantalla de su esposo.

Ya contraído el matrimonio, Valdivia concede las enco¬


miendas que fueron de doña Inés de Suárez, a su esposo Ro¬
drigo de Quiroga.
Doña Inés de Suárez fallece en 1570, sin dejar descenden¬
cia. Entonces Rodrigo de Quiroga empieza a pensar en un
sucesor para sus ricas encomiendas y pide al
Rey que, a su
fallecimiento, ellas pasen a una nieta suya llamada Inés de
Quiroga, que proviene de una hija ilegítima nacida antes de
su matrimonio. En 1573, el Rey accede a esta
justa petición.
Pero no es esto aún satisfactorio para el rico encomende¬
ro. Desea que sus encomiendas
ojalá se perpetúen en su estir¬
pe y se vale de una argucia para mantenerlas siquiera en una
generación más. Cuando ejerce las funciones de Gobernador
de Chile, hace dejación de sus encomiendas y, como Goberna¬

dor, las concede nuevamente al esposo de su nieta, don Anto¬


nio de Quiroga, por dos vidas, a fin de que puedan ser goza¬
das no sólo por su nieta, sino también por el sucesor de ella.
Cuando muere la nieta, el viudo don Antonio pide al Rey
de España la confirmación de las mercedes recibidas del Go¬
bernador de Chile; pero el Consejo de Indias, en forma lenta
y puntillosa, resuelve su instancia desfavorablemente.
Por otra parte, y mientras esto sucedía, el nuevo Gober¬
nador de Chile, don Alonso de Sotomayor, se apoderaba para
sí, a principios de 1584, de las ricas encomiendas de Quiroga.
Pero don Antonio de Quiroga desea a toda costa recupe¬
rar sus derechos en las encomiendas de Teno, Colchagua, Peu¬

mo, Melipilla Apoquindo. Decide entonces trasladarse a Li¬


y
ma, la ciudad de los Virreyes, y luego a la Corte de Madrid,
para pedir justicia. En una y otra parte lo envuelve la lenti¬
tud engorrosa de las tramitaciones judiciales; los infolios y
las providencias se suceden interminablemente; y, mientras


37 —
tanto, transcurren los años, sin que las encomiendas del Rei¬
no de Chile, que él reclama, vuelvan a sus manos. Por fin,
tras larguísimos trámites, obtiene resolución favorable. Desde
Madrid se ordena devolverle sus encomiendas, y, como una
satisfacción por el despojo, se condena al Gobernador Soto-
mayor y a varios otros funcionarios de Chile a pagar dos mil
pesos a don Antonio de Quiroga. La carta ejecutoria es envia¬
da a Chile sólo en 1592, o sea, ocho años después que el Gober¬
nador Sotomayor se había apoderado de las encomiendas.

Luego, cuando muere Quiroga. las encomiendas pasan a


manos de su hijo Juan de Quiroga y Lozada; y a la muerte

de éste, le corresponde a los descendientes de un hermano de


Antonio Quiroga, llamado Bernardino. Se ha perdido la cuen¬
ta y el detalle de los traspasos que se operan ; pero se sabe
que a principios del siglo XVIII, la encomienda de Teno y las
demis que pertenecieron a doña Inés de 'Suárez, estaban en
manos de doña Constanza Chacón, descendiente de Bernar¬

dino Quiroga.
Al morir esta señora, sin dejar descendencia, la enco¬
mienda se declara vacante. El Presidente Uztáriz, entonces,
la concede por dos vidas a don Luis Francisco de Avaria y
Zavala (1717). Muerto 1739, pocos años antes de la fun¬
en
dación de la villa, de Curicó, lo sucede su hijo Francisco An¬
tonio de Avaria y Morales.
Mientras estos traspasos se van operando a través de los
años, la rica encomienda ha mermado considerablemente.
Tuvo 1.500 indios tiempos de doña Inés de Suárez: 800 in¬
en

dios con cinco mil ovejas en tiempos de


Rodrigo Quiroga;
y don Francisco Antonio de Avaria v Morales la recibe sólo
con 101 indígenas, pobres y decadentes.

Por otra parte, el pueblo de Teno quedó bien pronto eli¬


minado de este grupo de encomiendas, por extinción de sus
indios. Así, en 1655, había en Teno solamente un indio de 80
años, y se hizo merced
don Luis de Godoy de muchas de las
a
tierras aue pertenecieron
a ese pueblo; y en 1661, el cacique
Rodrigo Caniauante v otro indio, vendieron las tierras aue
restaban de aauella población. En esta forma, las encomien¬
das aue pertenecieron a doña Inés de Suárez, quedaron desde
esta fecha reducidas a los pueblos de
Colchagua, Peumo. Me-
lipilla y Apoquindo. Teno quedó eliminado. Aún más, es pro-

38 —
bable que antes de que los indios vendieran los últimos jiro¬
nes de su tierra, ya la encomienda había sido abandonada,
porque de otra manera no se explica la venta de la tierra.
B) Don Juan de Cuevas y la encomienda de Vichu-
quén.—Don Juan de Cuevas recibió de Valdivia diversas en¬
comiendas; pero, en definitiva, sólo quedó en posesión de las
encomiendas de Vichuquén, Loncomilla y Huenchullami. En
esta forma, no sólo fue encomendero en la zona misma de
Curicó, sino también en una región próxima cual es la de
¡Curepto, en la cual estaba ubicado el pueblo indígena de
Huenchullami.
La encomienda de Vichuquén se ejercía sobre la nume¬
rosa población de indios que vivía dispersa en las orillas de
las lagunas de aquella región.
Don Juan de Cuevas fue sucedido en estas encomiendas
por don Luis de las Cuevas y Mendoza, hijo suyo, que falle¬
ció en 1630, y que gozó de la encomienda hasta su fallecimien¬
to. Después de él, las encomiendas pasaron a don Luis Núñez
de Silva, excepción hecha de la de Loncomilla, que continuó
en manos de la familia de Cuevas. La encomienda de Vichu¬
quén pasó después a don Teodoro de Araya y Berríos, quien,
a su vez, fue sucedido por su hijo Teodoro de Araya y Men¬
doza.
A esta altura, surge un bullado incidenté, promovido tal
vez por el notable interés que la posibilidad de encontrar más
oro en quebradas y riberas tenía para los colonizadores
sus

el pueblo de Vichuquén. Se dijo que don Teodoro de Araya y


Mendoza había obtenido la encomienda cohechando al Gober¬
nador Francisco de Meneses; y bien pronto, ante la gravedad
del escándalo, la encomienda se declaró vacante. Esto sucedió
en 1687. El Gobernador Juan Henríquez hizo poner edictos
para proceder a su concesión, llamando a los beneméritos del
Reino. En septiembre de 1687 fue concedida a don Luis Jofré
Liñán de Loaíza, descendiente del encomendero don Juan Jo¬
fré. El Rey le confirmó esta encomienda por su vida y por la
de un heredero, con cargo de pagar cada año cuarenta y dos
pesos y cuatro reales.
Don Luis Jofré no gozó de su encomienda en forma muy
tranquila, pues tuvo reiteradas dificultades con los indios. Los
indios de Viohuquén eran sacados por turno de sus rucas para
servir en la "mitad del Rey" (trabajos públicos) y se les man¬
tenía ausentes de su tierra durante tres meses en el año.
Cuando regresaban, muchos de ellos eran sacados nuevamen¬
te por el encomendero don Luis Jofré para sus trabajos per¬
sonales; y en esta forma, durante la mayor parte del año,
esos indios no podían preocuparse de sus familias ni de sus

tierras.. Acostumbraba también el encomendero Jofré a sacar


de sus rucas a niños de corta edad, que no estaban aún en
edad de servicio.
Todos estosprocedimientos fueron origen de rebeldías y
protestas parte de los indios. Culminaron con un reclamo
por
formal que, en nombre de ellos, hizo a la Real Audiencia de

Santiago, el cacique Lorenzo Vilu.


La encomienda de Vichuquén se extinguió en don Miguel
de Jofré y Araya. Estaba en su poder todavía en 1759; pero
por esos mismos años ocurrió su fallecimiento y nadie se in¬
teresó después por la encomienda.
En 1771, los indios de Vichuquén estaban sin encomen¬
dero. En una matrícula que ese año se hizo de las poblaciones
indígenas, preguntados sobre los papeles en que fundaban sus
derechos sobre las tierras, manifestaron que creían que ellos
se encontraban "entre los que
dejó el encomendero del pueblo
que lo fue don Miguel Jofré y que el que puede dar noticia de
esto es un hijo suyo, que vive en Santiago: don Antonio Jofré".
C) Don Juan Jofré y la encomienda de Mataquito.—In¬
discutiblemente, don Juan Jofré fue uno de los hombres más
distinguidos y emprendedores de la conquista y colonización
de Chile. Provenía de don Francisco Jofré, natural de Medi¬
na de Rioseco. Había nacido en 1517. Fue teniente de Gober¬
nador nombrado por Villagra, en Santiago y en Cuyo; y a
él se debe la repoblación de Mendoza y la fundación de
San Juan.
Don Pedro de Valdivia, por medio de diversas cédulas, le
hizo concesión de valiosas encomiendas. En 1544 le entregó
el cacique Tipitureo, que tenía su asiento a orillas del Río
Güelengiielevano (Mataquito), con todos sus indios. En 1549,
los caciques Guaiquilla y Tipandi, "con todos sus principales
e indios a ellos subjetos, que tienen su asiento en los pro-

maueaes".
En resumen, fue favorecido con las encomiendas de Ma-


40 —
cul, Peteroa, Copequén, Mataquito, Calquillay y Pocoa. De es¬
tas encomiendas, sólo una estaba en la zona de Curicó : la de
Mataquito. Estaba ubicada en un pueblo de indios pronto
desaparecido, que existió en lo que hoy se llama Peralillo, a
orillas del río Mataquito. C-tra de sus encomiendas, sin em¬
bargo, la de Peteroa, en la margen sur del Rio Mataquito,
estaba ubicada en una zona vinculada estrechamente a Curi¬
có, entonces y ahora, por lazos sociales y económicos.
Don Juan Jofré, como hemos de verlo en su oportunidad,
hizo en sus. encomiendas una labor considerable de coloni¬
zación.
A su muerte, las encomiendas pasaron a su hijo don Luis
Jofré de Loaíza yAguirre, quien a su vez las trasmitió a su
hijo don Juan Jofré y Gaete. Posteriormente, la encomienda
pasó a manos de don Francisco Arévalo Bficeño.
En manos de todos estos encomenderos, el pueblo de Ma¬
taquito fue sufriendo una rápida y segura despoblación, que
culminó con la extinción total de la encomienda en manos de .

don Francisco Arévalo.


1606, cuando ya la población estaba bastante reduci¬
Ein
da, concedieron 500 cuadras de tierras, que habían sido
se
de los indios, a don Antonio Méndez. El encomendero Aréva¬
lo, con posterioridad, sacó del pueblo a los indios que aún
quedaban; y, finalmente, cuando Mataquito estaba ya total¬
mente despoblado, se concedieron mil cuadras a don Antonio
Torres de Segarra.
La encomienda de Mataquito no ha podido, pues, pasar
de 1632 ; y si bien es cierto que un documento de 1658 habla
del pueblo de Mataquito, reducido sólo a un cacique y cuyo
encomendero es don Francisco Arévalo, no cabe duda que se
trata sólo de una reminiscencia y de algún indio viejo que
ha vuelto dejar sus huesos en el lugar de sus mayores.
a

D) Don Santiago de Azocar y la encomienda de Rauco.


—Fue también encomendero agraciado por Pedro de Valdi¬
via en la zona de Curicó, don Santiago de Azocar, a quien se
concedió la encomienda de Rauco.
Sin embargo, ha habido dudas para ubicar con precisión
la encomienda de Azocar y hay quienes sostienen que se en¬
contraba ubicada en Mallarauco, cerca de Pelvín, en donde
tenía otra encomienda.

_
41 _
Don Domingo Amunátegui, en su obra sobre las enco¬
miendas indígenas de Chile, inclina a creer que esta enco¬
se
mienda estaba ubicada en lo que hoy es provincia de Ouricó.
Parece que esta opinión es la que se ajusta a la verdad.
En Rauco existía en esos años una población indígena nume¬

rosa, con tierras fértiles y con habilidad para la alfarería.


Como no está incluida en ninguna otra encomienda, ni si¬
quiera en la de Inés de Suár'ez y Rodrigo de Quiroga, a quie¬
nes se concedió el pueblo de Teno, inmediato a Rauco y de

cuyo cacique éste dependía, es lógico pensar que ha tenido


que ser concedido a otro encomendero.
Muerto don Santiago de Azocar, la encomienda de Rauco
pasó a poder de su hijo don Juan de Azocar, en cuyo poder se
extinguió. Su duración no ha podido pasar de 1627, pues por
ese entonces el rancherío de Rauco fue destruido por un cam¬
bio de curso del río Teno, que pasó por en medio de él, des¬

truyendo rucas y tierras de sembradío. Los indios han debido


huir perecer; y las tierras
o fueron concedidas a don Fernan¬
do Canales de la Cerda.

7.—ENCOMENDEROS POSTERIORES A VALDIVIA

Los encomenderos que llegaron a tierra curicana después


de los cuatro agraciados por don Pedro de Valdivia, fueron
de dos especies: los sucesores de esas cuatro encomiendas pri¬
mitivas y los que trajeron títulos de nuevas encomiendas. Los
primeros han sido ya mencionados en las líneas anteriores
y es sólo a los segundos a los que ahora habremos de refe¬
rirnos.
Las nuevas encomiendasqué se concedieron en Ouricó,
con posterioridad a don Pedro de Valdivia, fueron dos: la de
Gonza y la de Lora, ambas ubicadas en lo que hoy es Depar¬
tamento de Mataquito.

La encomienda de Gonza estaba ubicada a orillas del río


Mataquito, lo que, hoy
en es el pueblo de la Huerta. Había allí
un caserío
indígena más o menos numeroso, muy cercano al
pueblo de Mataquito.

42 —
Ein el año
1658, bajo el Gobierno de Porter de Casanate,
la encomienda de Gonza figura por primera vez. Por qué ra¬
zón no fue concedida antes, es cosa que ignoramos y que nos
extraña, pues no hay motivo alguno para pensar que el pue¬
blo vecino, Mataquito, haya sido de superior calidad a éste de
Gonza; y. sin embargo, aquél fue concedido en encomienda
desde el primer momento.
En este año de 1658 figura como encomendero de Gonza
don Alonso de Silva. Posteriormente, en 1693, la encomienda
aparece en manos de don Manuel Antonio Gómez de Silva,
a quien le había sido concedida por dos vidas. En segunda vi¬

da le correspondía a su hijo primogénito don Antonio Gómez


de Silva y Verdugo; pero, como a la fecha de la muerte de
don Manuel Antonio, se encontraba en España, la encomien¬
da que correspondía al primogénito, fue concedida a don Mi-
guél Gómez de Silva, sin perjúicio de los derechos de aquél.
En 1743 figura como encomendero don Miguel de Silva.
Esta encomienda se extinguió, a igual que la de Vichu-
quén, por abandono o falta de interés de los encomenderos.
Cuando en 1771 se hizo matrícula de los indios de la Huerta,
se dejó esta constancia: "se encuentra este pueblo sin enco¬
mendero desde muchos años".

La encomienda de Lora se encontraba también ubicada a

orillas del Río Mataquito, en el pueblo indígena del mismo


nombre. También es extraordinario el hecho de que no obs¬
tante ser conocido este
pueblo desde los primeros años de la
Conquista, no haya sido dado en encomienda sino muchos
años después de los primeros repartos; extrañeza que se
agranda si tomamos en cuenta que se trataba de indios de
buena calidad, que después fueron especialmente apreciados.
A fines del siglo XVI fue concedida esta encomienda por
primera vez al conquistador don Pedro Gómez de don Benito,
de quien, pasó después, en segunda vida, a su hijo don Pedro
Gómez Pardo.
Extinguida la segunda vida, el Presidente Alonso García
Ramón, en 1609, -la concedió a un nieto del primer encomen¬
dero, llamado también Pedro Gómez Pardo y nuevamente por
dos vidas. La providencia respectiva hace mención de los mé¬
ritos de los primeros encomenderos y dice que don Pedro Gó¬
mez fue uno de los primeros conquistadores de este Reino,

"en donde sirvió mucho y bien a S. M. en la guerra contra los


indios rebelados, con sus armas, caballos y criados y con mu¬
chos gastos que hizo a su costa y expensas". Agrega que su

hijo Pedro Gómez Pardo "continuo mucho y muy bien el ser¬


vicio de S. M. asimismo a su costa"; y, por estas razones, con¬
cluye el Decreto en la siguiente forma: "encomiendo en vos,
Pedro Gómez Pardo, hijo legítimo de Pedro Gómez Pardo y
nieto del dicho maestre de campo, todos los caciques e indios
del pueblo de Lora".
Don Pedro Gómez Pardo fue también terrateniente en la
misma zona de Lora, gozando de una merced de cuatro mil
cuadras; y, en esta forma, con tierras y con indios, pudo de¬
sarrollar una intensa actividad agrícola. Fue casado con doña
Ana María Cid Maldonado y de este matrimonio nació doña
Ana María Gómez Pardo y Azocar, que fue la heredera de la
encomienda de Lera.
Doña Ana María Gómez Pardo no pudo gozar en forma
tranquila encomienda. A poco de haberla heredado, el Go¬
su
bernador don Francisco Meneses, en 1664, la declaró vacante,

por no haber obtenido la encomendera confirmación real de


su derecho, y se llamó a los beneméritos del Reino para que

se opusieran a ella. En una última tentativa por obtener la

encomienda de sus antepasados, doña María Gómez Pardo se


presentó al concurso, pidiendo que se le concediera de nuevo
la encomienda de Lora; pero el Gobernador Meneses la con¬
cedió ese mismo año de 1664, juntamente con la de Quilicura,
a don Bartolomé Maldonado.
En 1695 nuevamente se encuentra vaca la encomienda de
Lora. Llamados a concurso los beneméritos del Reino, se pre¬
sentaron don Juan Jirón de Montenegro, don Francisco Gaete
Jofré y don José de Ureta Pastene. El Gobernador Marín de
Pcveda la concedió a don José de Ureta, de quien pasó des¬
pués, en 1705, a su hijo don Juan de Ureta Prado. Por dere¬
cho de media anata, don José de Ureta hubo de pagar ciento
treinta ycinco pesos de a ocho reales.
igual que las encomiendas de Gonza y Vichuquén, esta
A
encomienda de Lora se extinguió por abandono o falta de in-

44 —
tcrés. En 1771 se hizo matrícula de los indios del pueblo de

lora. El cacique, a quien se preguntó si tenían encomendero,


"dijo que estaba vacante desde que murieron don Juan y don
Pedro de Ureta, tal vez cincuenta años antes".
Los descendientes del conquistador don Pedro Gómez de
don Benito quedaron,
pues, definitivamente despojados de la
encomienda de Lora. De nada valieron sus servicios, tan elo¬
giados en la resolución que concedió la encomienda a don Pe¬
dro Gómez Pardo, pues la eterna y terrible ingratitud para
con los servidores públicos de Indias, privó a doña María Gó¬

mez Pardo de la encomienda de sus antepasados.

Algunos documentos posteriores en que aparece doña


María Gómez Pardo y un descendiente suyo, llamado Jacinto
de Zárate Bello y Maldonado, como encomenderos de Lora,

podrían hacer creer que la encomienda de Lora se mantuvo


hasta su extinción en manos de los Gómez Pardo.
Así, en 1665, aparece doña María Gómez Pardo pagando
el derecho de media anata por la encomienda de Lora y otra;
y en 1791, don Jacinto de Zárate aparece en pleito con el
mestizo Baltasar de Lora, a quien pretendía incluir en su
encomienda de Lora.

explicación, sin embargo, es bien sencilla: los Gómez


La
Pardo erandueños de una valiosa estancia en Lora; y es in¬
dudable que de acuerdo con la Real Cédula de Mayo de 1608,
que permitió la esclavitud de los indios cogidos en guerra, han
debido recibir encomiendas de esta clase de indios (esclavos)
para su estancia de Lora, encomienda que es bien diversa de
la típica encomienda de pueblo, que hemos estado analizando.

8.—PUEBLOS DE INDIOS SOBRE LOS CUALES SE EJERCIERON

LAS ENCOMIENDAS

Las encomiendas de la zona curicana se ejercen sobre in¬


dios que están organizados en pueblos, a lo largo de toda
la zona.
Las encomiendas deTeno, Lora y Gonza están ubica¬
das en el lenguaje moderno llamaría "capita¬
tolderías que
les", en las cuales reside un cacique principal, del cual de¬
penden también algunas tolderías subalternas. Las enco¬
miendas de Rauco y Mataquito se ejercen en tolderías subal-


45 —
ternas,dependientes la primera del cacique de Teno y la se¬
gunda del cacique de Gonza. Por excepción, la encomienda
de Vichuquén es la única que no se ejerce sobre indios agru¬

pados en rancherío. Los indios de Vichuquén viven dispersos


en las orillas de las lagunas y en los valles que caen a ellas.

Sólo con el transcurso de lós años, y gracias a la influencia


de la Parroquia que se estableció en medio de ellos y a los
funcionarios reales, se consigue que los indios agrupen los
ranchos cerca de la Iglesia, dando así origen al actual pue¬
blo de Vichuquén.
La historia de estos pueblos en la época de la coloniza-
ción'la hemos conocido parte al hacer el relato de la his¬
en

toria de las encomiendas. En general, es una historia senci¬


lla, cuya nota preponderante es un seguro proceso de des¬
población en los rancheríos, proceso que continúa después
durante toda la era colonial y que vive su última etapa en
plena República.
El pueblo de Teno.—Estaba ubicado en las orillas del río
de su mismo nombre y bajo la dependencia de la dinastía de
los caciques Tenu, o Teno. Su población, sin duda, era nume¬
rosa a la llegada de los españoles, pues todas las encomiendas

de doña Inés de Suárez abarcaban en conjunto 1.500 indios


y entre ellas se encontraba la de Teno.
El caserío de Teno adquirió notable importancia desde
los primeros años de la Conquista. Sus indios fueron objeto de
intensa explotación; y don Pedro de Valdivia mantuvo entre
ellos un "tambo" o posada, lo que significó tráfico y estadía
casi permanente de españoles. Todas estas circunstancias tra¬
jeron como consecuencia la mortandad de muchos indios, y
la huida de otros, que buscaron amparo en caseríos no some¬
tidos a encomienda o en lugares inaccesibles, donde hicieron
sus rucas.

En1655, ya el pueblo estaba reducido a una triste expre¬


sión. Ese año, el capitán doñ Luis de Godoy se presentó a las
autoridades reales, pidiendo que se le dieran trescientas cua¬
dras en el pueblo de Teno y dando como razón que se trataba
de un pueblo "de indios muertos que han fallecido de cien
años a esta parte y no hay más que uno que tiene ochenta
años". Esta merced fue concedida, lo que prueba ser ciertos
los hechos en que se fundaba la petición.

46 —
Años más tarde, en 1661, hay, sin embargo, un fugaz re¬
punte de los indios de Teno. Ese año figuran, como últimos
sobrevivientes del pueblo, el cacique Rodrigo Caniguante, sin
duda de la misma dinastía de los caciques Tenu, y una india,
viuda de Pablo Copequén. Son los últimos personaros que
tienen derechos sobre el pueblo de Teno y, como tales, dicen
en un documento de la época: "Vendemos en venta real
per¬
petua ... al capitán Juan Bautista Maturana... unas tie¬
rras que están en el pueblo de Teno. que comprenden los
. .

suelos que están en dicho pueblo y tambo, los cuales corren

para el molino y sitio que es de dicho pueblo". Agrega el do¬


cumento que los indios, antes de vender, fueron interrogados
en su propia lengua.

Así, pues, en plena era de colonización, terminó su vida


el pueblo indígena de Teno.
TS pueblo de Vichuquén.—-Los indios de Vichuquén fue¬
ron los únicos de la zona
que no estuvieron agrupados en
rancherío durante la colonización; y sólo después, muy avan.
zada ya la Colonia, se consiguió agruparlos. Vivían dispersos
a orillas de las lagunas de Vichuquén, Torca, Tilicura
y Agua
Dulce, manteniéndose con la pesca y caza que de ellas obte¬
nían y del cultivo de los valles que por sus orillas se extendían.
En medio de ellos se había establecido una colonia de
"mitimaes", indios peruanos traídos por los incas, que per¬
manecieron después, no obstante el desmoronamiento del Im¬
perio del Cuzco, y que terminaron por confundirse con la po¬
blación nativa.
Los indios de Vichuquén, y acaso esto sea un vestigio de
la dominación incaica, fueron los únicos indios de la zona
que se sacaban del pueblo para «servir en la "mita del Rey" ;
b, por lo menos, son los únicos que han dejado memoria de
estp aspecto. En la mitad del Rey permanecían durante tres
meses, empleados en trabajos públicos.
No. obstante vivir dispersos, los indios de Vichuquén es¬
taban sometidos a organización y gobernados por un cacique.
El primer cacique de que se tiene memoria es de nombre

Giienumanque. Estaba en funciones en 1652; y en esa fecha,


él y su gente, se vieron precisados a defender sus derechos
sobre los terrenos que bordean las lagunas. La afluencia de
españoles y la formación de familias criollas en el lugar,

47 —
había originado a la reducción diversas dificultades relativas
a las tierras. No faltaron quienes se aposentaron en sus te¬
rrenos; y entonces el cacique Giienumanque, en 1652, se vio
precisado a recurrir a la Justicia del Rey, en resguardo de
sus derechos, presentando un escrito a la Real Audiencia, que

dio origen a un largo litigio.


Después de Giienumanque, diversos caciques gobiernan
el pueblo de Vichuquén. No es fácil hacer el recuento de todos
ellos. De los que hemos encontrado memoria, empezando por
el propio Giienumanque, hacemos un cuadro a continuación:

1.—1652: Giienumanque
2.-1680: Lorenzo Antivilu
3.— Gerónimo Catrileu
4.—1687: Cristóbal Catrileu
5.—1708: Santiago Catrileu
6.—1709: Esteban Antivilu. (Tuvo pleito por el cacicazgo con
Ignacio Quitalcura)
7.— Pedro Antivilu. (Tuvo pleito por el cacicazgo con
Miguel Catrileu)
8.— Lorenzo Vilu. (Tuvo pleito con el encomendero
;don Luis Jofré, por tratamiento de los indios).

Puede observarse que el mando se sucedía entre dos di¬


nastías: los Catrileu y los Vilu.
El origen de los Vilu, llamados también Antivilu, es, in¬
discutiblemente, peruano; y aun es probable que el "curaca"
o jefe de la colonia peruana
que se estableció en Vichuquén,
haya sido de este nombre. El nombre Antivilu viene de Anti-
villac, que significa "profeta o adivino de los Andes". Catri¬
leu significa "río cortado" o "puente".
Otros apellidos que se encuentran en las matrículas de
indios de Vichuquén, en esta época, son los de Quitral, Pan¬
gue y Marillanca.
El pueblo indígena de Vichuquén, cuyos indios en 1554,
sumados a los de Huenchullami y Loncomilla, alcanzaban en
total a 7.244, tuvo también su proceso de despoblación. En
1658, según datos del cura Oyarzún, sólo tenía doce indios
Sin embargo, tras la despoblación violenta que sobrevino en
los primeros años de la colonización, los años más tranquilos

48 —
que prosiguieron y en especial el debilitamiento y abandono
de las encomiendas, lograron entonar en parte la población.
La encomienda sobre el pueblo de Vichuquén se extin¬

guió poco después de la fundación de la villa de Curicó; pero


el pueblo mismo, por un extraño fenómeno que en su ocasión
estudiaremos, se mantuvo durante toda la era colonial y en
buena parte de la época republicana, con típica organización
indígena.
El pueblo de Mataquito.—La ubicación del pueblo de Ma¬

taquito debe señalarse, sin discusión alguna, en lo que hoy


se llama Peralillo, a orillas del Río Mataquito, pues cuando

en 1632 se hizo concesión de las tierras que formaron la es¬

tancia de Peralillo, se dijo claramente: "en el pueblo de Ma¬


taquito".
No hay recuerdo de los caciques que gobernaron el pue¬
blo de Mataquito; y esta circunstancia, unida a la vecindad
de este pueblo con Gonza y a ciertas confusiones que luego
se produjeron, permiten establecer que Mataquito era un
pueblo dependiente del de Gonza.
Su población, sumada a la de Pocoa, dio en 1544 un total
de 1.500 indios; y en 1580, el pueblo solo de Mataquito tenía
142 indígenas tributarios. El proceso de despoblación es per¬
fectamente claro. Ya en 1606 el pueblo debe haber estado
bastante reducido, pues se concedieron quinientas cuadras de
tierras de sus indios a don Antonio Méndez. Después, uno de
sus encomenderos, don Francisco Arévalo Briceño, siguiendo

una funesta costumbre de los encomenderos, sacó del pueblo

los últimos indios que quedaban, con lo cual culminó la des¬


población. En 1632 no había ya ningún indio y se concedie¬
ron las tierras a Segarra, en términos
don Antonio Torres de
que son elocuentes: "Por estar despoblado de gente y haber
quedado sin cacique propietario de muchos años a esta parte".
El cura de Vichuquén, don Martín de Oyarzún, informan¬
do acerca de las encomiendas en 1658, habla del "pueblo de

Mataquito con sólo el cacique, cuyo encomendero es don


Francisco Arévalo Briceño, porque los demás indios los ha
sacado el susodicho de su pueblo". Sin duda, el bueno del cu¬
ra sólo ha encontrado el recuerdo del pueblo de Mataquito y

algún indio viejo que, impulsado por la nostalgia, ha querido


volver a lo que fue su pueblo, para dejar .en él sus huesos.


49 —
Años después se ha producido una trágica confusión en¬
tre el pueblo de Mataquito y el de Gonza; confusión que ha
nacido en parte por la lejanía del recuerdo y en parte por ha¬
ber sido el primero dependiente del segundo; y que, aun
cuando se origina después de la era propiamente de coloni¬
zación, deseamos mencionar aquí para ir clarificando algu¬
nos conceptos.

Los herederos de Torres de Segarra en 1733 vendieron


las tierras que le fueron concedidas en el pueblo de Mataqui¬
to a don Juan Garcés de Marcilla; y en esta venta se inclu¬

yeron todas las tierras que fueran vacando en Mataquito por


muerte de los indios. Como el pueblo de Mataquito ya era só¬
lo un recuerdo, este agregado se refería al pueblo de Gonza,
vecino inmediato de las tierras que compraba Garcés. Así lo
entendió desde un principio don Juan Garcés de Marcilla y
tomó posesión de un número considerable de cuadras de tie¬
rra de los indios de Gonza
o La Huerta, pretextando que los

indios estaban muy disminuidos, lo que dio motivo para un


formal reclamo del cacique Briso. Estas dificultades entre
Garcés y sus herederos con los indios de Gonza, se mantu¬
vieron durante muchos años ep forma casi permanente. Las
hubo en 1745, 1749 y 1796.
Hay también un documento de 1796 que habla del "pue¬
blo de Mataquito, nombrado Gonza".
Todas estas confusiones se deben al hecho de haberse
considerado que el pueblo de Mataquito, ya extinguido, era
el mismo de Gonza, que entonces subsistía.
Pero es un hecho fuera de toda duda que se trata de dos

pueblos diferentes, pues así lo establecen antiguos documen¬


tos dela'época en que ambos pueblos coexistían. En el tiem¬
po de los curas doctrineros (siglo XVI), había un cura ex¬
presamente nombrado para los pueblos de Mataquito, Gonza,
Teno y Rauco, lo que revela en forma clara que se trata de

pueblos diferentes; y otro tanto ocurre con el nombramien¬


to de los primeros corregidores, en los cuales se señalan tam¬
bién ambos pueblos separadamente. Una concesión de tierras
hecha en 1618 a don Alonso de Andía, le señala como límite
poniente los pueblos de Gonza y Mataquito, designados sepa¬
radamente. En fin, la concesión de tierras que se hizo en
1632 en el pueblo de Mataquito, por extinción de sus indios,


50 —
en circunstancias que en ese mismo momento y durante ma¬
chos años más, el pueblo de Gonza estaba en plena organiza¬
ción, nos revela una vez más que se trata de dos pueblos di¬
ferentes.
El pueblo de Rauco.—Acaso los indios de Rauco sean los
que menos memoria han dejado. Se sabe que vivían a orillas
del río Teno y que formaban una reducción dependiente del
cacique Teno. De los caciques subalternos que han debido
gobernarlos nada se sabe.
La vida de este pueblo no ha podido pasar de 1627, pues
ese año se hizo una concesión de tierras a don Fernando Ca¬
nales de la Cerda "en el pueblo de Rauco, que está despo¬
blado por falta de naturales por haber pasado el río por me¬
dio del pueblo, llamadas las dichas tierras, Quiñanelén".
Un cambio de curso del río Teno, fue, pues, la causa de
la extinción del pueblo de Rauco. Los indios que entonces vi¬
vían en el pueblo han debido perecer en la inundación y los
sobrevivientes, sin duda, han huido en busca de su libertad.
El pueblo de Gonza.—La ubicación del pueblo de Gonza
hemos podido determinarla con toda precisión en lo que hoy
es la aldea de La Huerta, en el Departamento de Mataquito.

Hay, en efecto, documentos antiguos que hablan del "pueblo


de Gonza, alias la Giierta".
Indiscutiblemente el nombre primitivo fue el de Gonza;
pero, andando los años, se generalizó el de Huerta, derivado
de la "vuelta" que en esa parte da el Río Mataquito.
Las rucas de estos indios se alzaban en las orillas del
Río Mataquito, en las vegas o valles formados entre dicho río
y los cordones serrinos de la costa.
Los caciques que gobernaban este pueblo eran de nom¬
bre Briso y de ellos dependían también rancheríos subalter¬
nos, como Mataquito y .el que se encontraba en lo que hoy se
llama Orilla de Navarros. En una matrícula que se hizo en
1695 figuran los siguientes indios: Don Nicolás, cacique, de
80 años; Pedro Millanamu; Antonio Goaicoca; Cristóbal Ca-

yuguante, y Juan Sanchuiri.


También el pueblo de Gonza se fue despoblando paulati¬
namente durante la Colonización. Ya en 1609 se concedieron
600 cuadras de sus tierras a Martín Muñoz. En un informe
del cura Oyarzún, de 1658, figura sólo el cacique y un hijo;

51 —

0019677 GENÉAI,C 31CAI SOCIETY


OF THE CHURCH OF JESUS CHRIST
OF LATTER-DAY SAINTS
y en la matrícula de 1695, como acabamos de señalarlo, sólo
figuran cinco indios, fuera de las mujeres y los niños. Parte
importante en la despoblación de Gonza debe atribuirse al
traslado que algunos encomenderos hicieron de sus indios,
llevándolos a las estancias El Guaico y a Rapel; y a los con¬
tinuos pleitos que su confusión con el pueblo de Mataquito
les acarreó.

pueblo de Gonza, sin embargo, no desapareció, y, co¬


El
mo en pueblos de Vichuquén y Lora, se produjo con los
los
años una pequeña y relativa repoblación, que habremos de
conocer en su oportunidad.
El pueblo de Lora.—El pueblo de Lora, ubicado también
a orillas del Río Mataquito. constituyó una numerosa y hábil

población indígena, con especiales aptitudes para los tejidos


de lana y para la alfarería.
Fray Pedro Armengol Valenzuela, en su "Glosario Eti¬
mológico", dice que Lora fue una encomienda indígena que
se dio a un encomendero vasco, quien le dio el nombre de Lo¬

ra, que en vascuense significa "flor". Encomenderos vascos


fueron, en realidad, don José y don Juan de Ureta, que goza¬
ron la encomienda desde 1695; pero es una cosa indiscutible
que el nombre de Lora lo tenía el pueblo desde mucho antes
de ser concedido en encomienda y que su etimología es neta¬
mente indígena (lov, caserío; ragh, greda).
Desde tiempo inmemorial, el pueblo de Lora ha estado
gobernado por los caciques Maripangue, poderosa dinastía
que tenía también jurisdicción sobre otros caseríos pequeños
de la zona costina, que ya hemos mencionado.
De la historia de este pueblo en el período de la coloni¬
zación, hemos logrado reconstruir varias etapas.
Primitivamente, el rancherío estuvo ubicado en el valle
del río Mataquito y en las orillas mismas de dicho río, que
los indios cruzaban en botes y balsas y del cual extraían par¬
te de su alimentación. En los archivos de la Real Audiencia
hay un viejo plano, que permite determinar muchas de las
ubicaciones de este antiguo pueblo de Lora. Figuran en él,
en primer término, los cerros de la costa
que corren parale¬
los al río Mataquito. >"Este cerro, dice la leyenda, corre con
mucha extensión así de ancho como de largo para ejido de
sus ganados". Luego, hacia el sur, en los primeros faldeos de


52 —
los cerros, está señalada la "casa donde vivió el cura" y la
"quebrada en que está Quenimilla". En seguida vienen las tie¬
rras de sembrar en el valle del río y en medio de ellas la "ca¬

pilla antigua", de la cual, en la fecha del plano (1692), sólo


se conservan los soportales. Finalmente, el río Mataquito po¬

ne término al asiento del pueblo de Lora.


Esta ubicación se mantuvo durante los primeros años de
la dominación española; pero, a poco andar, el pueblo de
Lora corrió su asiento hacia el norte, a las primeras planicies
de los cerros, probablemente huyendo de alguna crece de las
aguas del río.
A mediados del siglo XVII, muchos indios del pueblo de
Lora fueron sacados por el encomendero y trasladados a la
estancia de don Bartolomé Maldonado, en donde se acimen¬
taron. Con el correr de los años, en 1664, el propio don Bar¬
tolomé Maldonado fue nombrado encomendero de Lora y en
su título se le agregaron expresamente estos indios asenta¬
dos en suestancia; y, aun más, para regularizar totalmente
la sitpación y como parece que esos indios se habían' aclima-~
tado y acrecentado en la estancia, se le dio un cacique saca¬
do de entre los indios principales del pueblo de Lora, que lo
fue don Pedro de Aucamanquer. En esta forma, el pueblo de
Lora sufrió una considerable disgregación en su población.
En 1692 figura como cacique del pueblo, Francisco Nu-
ticalqüin. Por aquellos años, el caserío estaba ya en su nueva
planta y el encomendero, con este pretexto, se había apode¬
rado de las tierras de la antigua ubicación. Además, curioso
contrasentido del espíritu religioso español, había instalado
una curtiduría el local de la antigua capilla. El cacique
en

Nuticalquín presentó su queja a la Real1 Audiencia de San¬


tiago y tras un largo pleito, en el que se debatió ampliamen¬
te la ubicación del antiguo pueblo de Lora, logró ser oído y
obtuvo también la reconstrucción de la capilla.
En 1695 es cacique del pueblo, Francisco Maripangue; y
desde esa fecha, salvo pequeñas interferencias, el gobierno de
lós Maripangue sobre el pueblo de Lora permanece en forma
definitiva. En ese mismo año, los indios principales de la re¬
ducción eran Francisco Milla, Diego de Lora, José de Lora,
Miguel de Lora, Pedro de Lora, Pascual de Lora y Domingo
de Lora.

53 —
En 1705figura como cacique, Francisco Nirre Calquin;
pero con autoridad discutida, pues papeles de la época expre¬
san de él que "dice ser cacique".

El acontecimiento más. extraordinario en la vida del pue¬


blo de Lora, y del cual habremos de estudiar después sus cau¬
sas significado, fue la llegada de una reducción de indios
y su
araucanos, que se establecieron en sus tierras y dieron origen
al pueblo de Kermen o Quelmen.
En un alboroto de indios que hubo en el sur durante el
Gobierno de don Juan Andrés de Uztáriz (1709-1717), un ca¬
cique de Arauco, llamado Ignacio Güentecura, perdió las tie¬
rras y los animales, suyos y de sus vasallos. Desde esa fecha,

Güentecura quedó viviendo entre españoles; y cuando en 1723


se produjo el levantamiento general de indios, Güentecura y

su gente tomaron el partido de los españoles, lo que movió al

Gobernador Cano de Aponte a asignarles tierras en el pueblo


de Lora, "Ínterin que restituida la tierra a la paz se le asig¬
nase la competente en las cercanías de Arauco". Así se intro¬

dujo en la zona curicana, este injerto de Arauco. Su llegada


debe haber ocurrido entre los años de 1723-33, y las tierras
que se les asignaron fueron las de Quelmen, muy cercanas
al lugar en que estaba asentado el rancherío de Lora.
Los indios de Arauco, que sumaban nueve çn total, se
establecieron definitivamente en las tierras de Quelmen. El
cacique Guentecura se casó con una india de Lora llamada
María, y sembró con su gente las tierras que se le asignaron.
No faltaron, sin embargo, las dificultades con los indios de
Lora; y así, en 1739, el cacique de Lora, Marcos Maripangue,
quiso obligarlos a retirarse de las tierras que ocupaban y cul¬
tivaban lo que dio motivo para que el Protector de Indígenas
recurriera en nombre de los indios de Arauco al Gobernador
del Reino, don José de Manso, quien los amparó en sus de¬
rechos.
La historia de los indios de
Quelmen continuó después
de la era de la colonización. Los
caciques se sucedieron en el
Gobierno de la reducción; el número de indios aumentó; y,
finalmente, parece haberse confundido totalmente con la po¬
blación de «Lora. Más adelante, al relatar la historia de la
época que siguió a la fundación de la villa de Ouricó, volve¬
remos a encontrarnos con ellos.


54 —
El proceso de la despoblación de los indios de Lora fue
también consecuencia obligada de la colonización. En 1544,
el pueblo se componía de 600 indios; y en 1658, el cura Oyar-
zún informa que sólo tiene cinco indios. Sin embargo, a igual
que en Vichuquén y en La Huerta después de terminada la
colonización, en el pueblo de Lora se produjo también un cu¬
rioso fenómeno de repoblación.
El pueblo de Lora, como Vichuquén y La Huerta, habrá
de mantenerse durante toda la Colonia, y, aún, durante mu-r
chos años de la era republicana.

9.—LOS TERRATENIENTES: SEGUNDA GENERACION

DE COLONIZADORES

Los encomenderos, que empezaron a llegar a la zona des¬


de los tiempos de don Pedro Valdivia, constituyen la primera
generación de colonizadores. Cuando ya ellos llevan varios
años ejerciendo sus derechos en los indios curicanos, se ini¬
cia la llegada de los "terratenientes", que constituyen la se¬
gunda generación de colonizadores.
El terrateniente es el auténtico agricultor de la era de
la colonización. No trae título sobre indios, como el encomen¬

dero, sino sobre grandes extensiones de tierra. Su fin primor¬


dial es la agricultura y a ella dedica sus mejores esfuerzos. El
brillo del oro y otras maravillas que fueron señuelo para el en¬
comendero, a él no lo seducen mayormente.
En cierto que el encomendero fue también agricultor;

pero lo fue en distinto aspecto y en forma indirecta. Con los


años comprendió- que el brillo del oro no había sido sino una
ilusión perturbadora; y, así, se preocupó de que sus indios
aprovecharan más intensamente las tierras de sus pueblos,
con cultivos
y ganados, o adquirió él mismo tierras. Hay en¬
comenderos, como don Pedro Gómez Pardo y don Luis Jofré,
por ejemplo, que fueron también terratenientes. Pero no es el
encomendero el auténtico agricultor, porque su solo carácter
de tal no lo constituía en propietario de tierras. Si contri¬
buyó a la agricultura, fue en parte "de hecho", y en parte
convirtiéndose en terrateniente.
En cambio, el terrateniente es el legítimo agricultor. Con
él empieza el cultivo del suelo en forma seria y permanente y
con él empieza también la formación de la propiedad terri¬
torial.
Hay, pues, una diferencia clara entre el encomendero y
el terrateniente, que es menester tener en consideración para
comprender debidamente el fenómeno de la colonización. A
primera vista aparecerá, sin duda, como un contrasentido
inexplicable que no tuviera derechos sobre la tierra quien los
tenía sobre los indios y que el dueño de la tierra no tuviera
indios para trabajarla; y se pensará que, en esa forma, nin¬
guna colonización puede haber prosperado. Pero el fenómeno
tiene,una explicación muy clara: el encomendero, como hemos
visto, dedicó también sus indios a la agricultura, aparte de
otras actividades; y el terrateniente, por su parte, obtuvo in¬
dios en arrendamiento de los encomenderos, adquirió indios y
negros esclavos, y contrató servicios de indios libres. En esta
forma la máquina del trabajo pudo ponerse en movimiento.
EU título que daba derecho sobre la tierra era la "mer¬
ced de tierra". Quien quisiera obtenerla, debía presentarse al
Gobernador del Reino, haciendo una exposición de sus servi¬
cios y de los de sus antepasados.
Casi siempre, la merced era confusa, y a veces, incom¬
prensible. Concedía enormes extensiones de tierras, señalando
linderos que hoy día, a veces, es imposible ubicar. En ocasio¬
nes, las mercedes de tierra que se concedían en un sector eran
tan extensas que no cabían en él; y en otras, los deslindes
de una merced se entrecruzaban con los de otra, dando lugar
a incidentes violentos y a pleitos interminables. Había tam¬
bién mercedes de "demasías", o sea, de tierras no ocupadas
dentro de un sector extenso, como la
que en 1628 se concedió
a don Fernando Canales de la Cerda y que comprendía to¬
das las "demasías" entre los ríos Teno y Lontué.

Después de concedida una merced de tierra, era menes¬


ter cumplir con el trámite solemne de lfc toma de posesión.
El mercedario recurría para ello al Corregidor o Teniente de

Corregidor de la zona respectiva o, a falta de ellos, a cual¬


quier español que supiera leér y escribir. En presencia de es¬
ta persona, el mercedario entraba en sus tierras, se paseaba

por ellas y cogía yerbas en señal de dominio, de todo lo cual


se dejaba constancia.

El terrateniente, desde que tomaba posesión de sus tie-


56 —
rras
y se instalaba en ellas, pasaba a ser un personaje impor¬
tante en la región y adquiría sobre ella un verdadero tutela-
je. Tenía de hecho la obligación de proteger a los vecinos pe¬
queños de su "estancia", afianzarlos, interceder por ellos an¬
te las autoridades; y, en general, velar por el buen orden
y
por la prosperidad de toda la región.

10.—PRIMERA DISTRIBUCION DE TIERRA EN CURICO

La tierra curicana empezó a repartirse en 1599.


La
primera merced fue concedida en ¡Lora, en ese año, a
don Pedro Gómez Pardo y abarcaba una extensión de cuatro
mil cuadras. Después de ella fueron concedidas las tierras de
Bucalemu y Palquibudis, en 1604; de Llico, sector sur de Ilo-
ca, Mataquito y Lora, en 1606; de Vichuquén, en 1609.
La zona de la costa es, pues,
la que primero atrae a los
terratenientes. Desde los primeros años de la Conquista, los
españoles se habían adentrado con interés en la zona costi¬
na, y, a través de matorrales impenetrables, por senderos de
la montaña o siguiendo el curso del río Mataquito, descubrie¬
ron sus valles feraces y sus campos de cultivo.

Sin duda, en el estado casi virgen de los campos, ofre¬


cían mejor aspecto los de la zona costina que los del centro.
Si a esto se agrega la suavidad del clima de la costa curica¬
na; las montañas cubiertas de selva virgen, que ofrecen pa¬
ra construir habitaciones desde el roble duro y apellinado,

hasta el coligüe flexible; y una población indígena numero¬


sa, pacífica e industriosa, se comprenderá por qué las prime¬
ras mercedes de tierra se pidieron en la costa.

Hay aún más: la vida en la costa es más fácil y sencilla.


Abundan en las montañas frutas naturales, como avellana,
maqui, boldo; y en las lagunas, ríos y mar, el pescado es tam¬
bién abundante. El señuelo del oro funciona también en esto
y no son pocos los terratenientes que llegan a la costa con
el oro de Vichuquén o el cobre de ¡Caune metido entre ceja
y ceja, y dispuestos a dejar por ellos las labores agrícolas,
cuando la ocasión se ofrezca. En fin, el curso caudaloso del
río Teno, que debían atravesar a vado, infundió temor a mu¬
chos y los llevó hacia el poniente para enfrentar al Mataqui-
to, de curso más tranquilo, estableciéndose en sus orillas o
siguiendo al sur.
La zona cordillerana sólo empieza a repartirse
central y
en 1609. Laprimera merced se concede ese año a Juan Gar¬
cía del Pulgar y abarca mil doscientas cuadras en la Isla de
Curicó. En 1612, se concedieron las primeras mercedes en
Teno; y en 1617, la primera de Rauco.
El total de mercedes concedidas en la zona curicana, de
que hemos encontrado memoria, alcanza al número de cua¬
renta y cuatro. La primera fue la ya mencionada de cuatro
mil cuadras en Lora, concedida en 1599 a don Pedro Gómez
Pardo. La última fue concedida en 1708 a don Marcos Mar-
dones y comprende mil cuadras en Guaico.
En este espacio de tiempo comprendido entre 1599 y
1708 fue repartida enteramente la tierra de la zona curicana.
En el sector de cordillera tuvieron mercedes don Antonio
Jofré de Loayza y don Marcos Mardones (Guaico) ; y don
Francisco Galdames (Upeo). En Teno, don Juan Quiroga, don
Sebastián de la Raigada y don Juan de iSazo; en Comalle,don
Luis de Godoy; en Rauco, don Fernando Canales de la Cer¬
da; en Quete Quete, don Luis González de Medina; en Ou-
ricó, Juan García del Pulgar, Pedro de Escobar Ibacache,
Bernabé Montero, Pedro Ugarte, Fernando Canales de la Cer¬
da; en Palquibudis, Alonso de Andía, Luis Jofré y Francisco
Canales de la Cerda; en las Palmas, Antonio de la Corte y
Juan Rodulfo Lisperguer; en Caune, Antonio Torres de Se-
garra; en Huerta de Mataquito, Martín Muñoz; en Peralillo,
Antonio Méndez y Antonio Torres; en Hualañé, García To¬
rres; en Lora, Pedro Gómez Pardo, García de Torres, Jeróni¬
mo de Valverde, Francisco Sánchez, Cristóbal Osorio, Anto¬

nio Torres, Juan Alvarez de la Guarida y Juan Díaz del Va¬


lle; en Bucalemu, Juan de León y Pedro Ribera; en Iloca,
García de Torres y Rodrigo Ortiz; en Vichuquén, Sebastián
Espinosa, Pedro Orne de Pezoa, Diego Garrido, Juan de Abarf
en Llico, García de Torres; y a orillas del
Mataquito, Pedro
Ortiz Carrasco.
Casi
juntamente con estas mercedes empezó también en '
la zona el proceso
de la subdivisión de la propiedad, fenóme¬
no que se produjo por partición de las tierras entre los here¬

deros del mercedario o por venta de retazos. En esta forma,


58 —
mientras todavía se estaban
repartiendo mercedes, ya las an¬
teriormente concedidas se iban
disgregando para formar es¬
tancias más reducidas y, aún, para iniciar la formación de
pequeños predios que habrán de generalizarse más tarde, a
fines de la Colonia y en la República.

11.—CUADRO GENERAL DE LAS MERCEDES DE TIERRAS

Para hacer más gráfica y más comprensiva la historia


de la tierra, hemos agrupado en un cuadro todos los datos,
que hemos logrado reunir, relacionados con la primera dis¬
tribución de la tierra en Curicó, o sea, con las mercedes de
tierra que se concedieron.
Probablemente haya otras mercedes, de que no hemos
encontrado memoria; pero, por lo menos, las que ofrecemos
en el cuadro que sigue, abarcan todos los sectores de la zona

y dan una idea general de la iniciación de este proceso de la


formación de la propiedad territorial. •*
En la columna primera se ha colocado un número de re¬
ferencia que tiene por objeto poder entroncar los predios que
se forman después, con el transcurso de los años, con este tí¬

tulo primitivo.
En la columna correspondiente a propietarios posteriores
de la misma estancia se han colocado sólo algunos, para dar
una idea general. No se crea,
pues, encontrar allí una histo¬
ria completa de los traspasos de cada propiedad. ¡La numera¬
ción de los nombres en esa columna significa que se trata de
propietarios sucesivos, pero no necesariamente inmediatos
unos de otros. Por lo general se ha evitado colocar entre los

propietarios posteriores, a los herederos inmediatos de los


mercedarios.
*

Propietas posteri
ZJáarcainteto MPoneddacro
1. 2.
dGaercí (TNoair- Corea CArgiysu¬stín Fuenzalid
1.
2.
1 7 3 ) P i r ó l
dHereos dFloreencia Cayetno PPierdórlao Pascul, SLetgóon.
Tor es cura,
3.
1. 2.
tóbal
3.
a ••

Concesiar terani PGóme.z deLeón Jofré Ortiz Tores Carvjal


Pedro Juan Luis Pedro García Méndez Tores
Antonio García
•1

dNúmeero cuadrs
300 500 200
4.000 1.000 5.000

Palquibds dMatequiol Rean lr VLiclyhiuc-o


Ubica ón
Lora Bucalemu Orilas Iloca, de Sur; quén
«

Matquio Lora

merced
J ldAñoae 1
1599 1604 1604 1605 1606 1606 1606

de
refncias
1 2 3 4 5
6 7

N?
Propietas posteri
Juan (163) Riagd Aragón Chimbaron- Medina
CCaoyretenao (M1ir6an2d7) dTorees dlDoameingo GGureagjordio GNuiacjolrádso Rmero RPiceadldroe AdAlnadrecróéns S(d1a6ez3o) Contreas dConveto dGonzeál GJoonszáelfea (R7v2ec4o)
Antonio 1.
2.

3. Luis
4.
(1734)
1. 2. Juan
3. Juan 1.
go

Luis Juan
2.
3. 4.

Concesiar terani Sebastián Espinoza Pdule¬ Muñoz VdJearólen-imo Quiroga Quiroga Sánchez EIbscao-bar
Garcí *

Juan
gar
Martín verde
deJuan
»
deJuan Peo. Pedro
cache

dNúmeero cuadrs 1.200


600 500 200
1.600
200 600

1 1
Ubica ón
1
Vichuqén Isla Ma-
Cdeuricó d(Huerta taquito)
Gonza Lora Teno Teno Lora Cdeuricó
Isla

1 ldAañeo mercd
1
1
1609 1609 1609 1610 1612 1612 1612 1612

de
ref ncias
8
9

N?

13 14 15

10 11 12

-

Moyendteinra (2cua0drs) (Mreedsitnola) Jd(opaserét) Nicolás)


Propietas posteri
Adriaged (C1o6ntr8ea0s) CldCeaarndealslCAannetolsi CldCaane.lsdCaanels Tdorees(O1d7liv0ee3ra) GRonezdáolne MdMeadretiínnazBPMáyé¬ndreoz MNaictíonlázs LdaLbo-rMeeónniczo (dpItuarrietaeg
Domingo
(1681)
Juan Fco.
1. 2.
Cerda
Feo. Ant. Juan Diego
1. 2.
1.
M
2. Juan Fdo. Ana Joysé de
1.
de

2. 3.
r ales
4.

5.
Don so
Fco.
6.
de

Concesiar teranite Rldaai-e Gonzále Osori "dselanC lCdaanels Tores Monter


Sebastián gada
Luis Cristóbal Fernado Cerda
la

Feo.
Cerda
García Bernabé
i

dNúmeero cuadrs
200 500 500 400 600 700
1.000

Ubica ón
1
1 1
Teno Quet- e Rau-co
Lora Teno Rauco Curicó
Hual ñé de
Isla

ldea merced
Año 1612 1614 1614 1617 1618 1618 1618

de
N?


ref ncias 16 17 18
19
20 21
22
Propieta« posteri
GCorblánCLdaoberb. (Meencintrals ueaqlilo, orient) VldLieañreáan. (1643)CCdlaenaredlas ldCaanels GJdOayoreetfitz.AGgauerttoMGaet.AGnatoe-tia
Lucian Lorenzo José
1.
2.

3.
Loyntué parte
Juan Feo.
1.
Jofré
Luis

2.
(1690)
Antoi
3.
Cerda
Fco. Feo. Feo. Casilda
1. 2. 3. 4.
Gaete

Concesiar terani Ugarte


Pedro Andía
deAlonso 1

Sazo dAllvaaerz Guarida


deJuan Juan Tdores
Antonio Segar

dNúmeero cuadrs 2.000 1.500 4.400


200
8.000

Palyquibds CLaoun-se CLooi-s Ranguil


Ubica ón
1 1
Cdeuricó
Isla Entre
Gonza
Teno Lora Sector
-
Negro - pos

j ldAañeo mercd
¡
1618 -
1618 16 8-46 1620 1621

de
N*

ref ncias 23

24
25
26
27
Propietas posteri
Feo.
1. 2.
Cerda
Feo.
1. 2.
1 7
Cerda
3
Cerdal Cerda l Lispergu Bare G(1a7rc3és)Nrauevtznoro, Tor Riquel
N a v r o s ) J s
y
o u
dlCaanels CdAnntaeolis lCdaanels dCAannteolis Rodulf TdPoeedrro ldRiaqeul
f r
Juan Feo.
1.
Gosyauferté (upsuancertaoers)

2.
3.
Feo.

de
1.
d
(
2.
Oer i l
1.
a
Juan Juan Pedro Feo.
Gaet
2.
Feo.

Concesiar teranite dClaanels dlCaanels Cdloaerte Tores Rdeibera POderzneoa dTores LRiosdu-lf
Fdo.
Cerda
Fdo.
Cerda
Antonio Antonio Segar Pedro Pedro Antonio Segar Juan
pergu
,J
-

dNúmeero cuadrs 1.000 2.000


600
1.870 1.000

Ubica ón
Cdeuricó Palms Buyca¬ P)eralio
Bucalemu Vichuqén (Matquio
PLaalmss
Rauco lemu
Isla Las Lora
1

dela merced
_^3
Año 1627 1628 1629 1629 1629-39 1631 1632 1637 1
A

de
N?

ref ncias 28
29 30
31 32
33 34
35
JTPoedrro Riquel Goaferfcé Cldanaels Martínez
1.

Lis-
Fco.
2.
Fco.
Fropietas posteri
Cer¬ LMuardiso-naes Maturn
Antonio
da

Feo.
-

Marcos
1.
Herera
Diego
2.
Maturn
Diego

Rodulf
Juan
pergu
Concesiar terani dClaanels Galdmes Gody Ortiz DdVíaealzel Jdoferé
Feo.
Cerda
Feo. de Rodrigo
Luis Juan Antonio Loaíza Garido Adebar
Diego Juan Mardones
Marcos

dNúmeero cuadrs 600


1.000

Palms
Las
1
Ubica ón
CTPaoelq-unibds,,Rauco Comale Reanculr
ymale
Upeo y
Teno (de norte)
Iloca Lora Guaico RVichauqr-íénn VRichauqr-íénn Guaico

1637
ldea mercd
Afío 1638 1646 1655 1673 4684 1693 (Antes
de)

1700 (Alred¬ de) (Alred¬ de)


dor 1700 dor 1708

35
de

refncias 36
37 38 39
40 41
42 43
44
12.—LA ISLA DE CUBICO EN 1735
i

El espacio de tierra comprendido entre los ríos Teno y


Lontué, desde la cordillera hasta la junta de dichos ríos, fue
generalmente llamado, durante la época de la colonización,
"isla de Curicó", porque en realidad, dado el caudal de los
ríos que lo encerraban, era difícilmente accesible.
Las mercedes de tierra empezaron en la isla de Curicó,

según vimos, en 1609, y terminaron en 1708, con la merced


del Guaico. Durante este espacio de tiempo, juntamente con
las mercedes que se concedían, se fue produciendo también
la subdivisión de la tierra hasta que, al finalizar la era de la
colonización, la isla de Curicó estaba repartida en numerosos
predios.
A fin de completar el cuadro general de las mercedes de
tierra, que hemos insertado, agregamos a continuación las
estancias de la isla de Curicó y sus respectivos dueños en
1735, o sea, al finalizar la era de la colonización en la zona.

Curicó: Francisco Martínez


Pedro Quezada
Nolasco Solorza
Lorenzo Canales
Francisco de Iturriaga
Lorenzo de Labra
José Pavez

Guaico: Diego de Maturana

Güecagüecán : Juan Martínez

Guaiquillo : Pablo Bravo


Félix Donoso
Manuel Cubillos
y
Maquegua: (Entre el Lontué y el Guaiquillo, parte po¬
niente) ; Fernando de Ayala
Manuel Pérez (representando a varios)
La Huerta: Pedro Baeza

Río Claro: Basilio Dramantino.


Esta lista comprende, sin duda, a los más connotados
poseedores de la Isla de Curicó; pero no a todos. Proviene de
una notificación que se hizo en 1735, para que presentaran
sus títulos "todos los vecinos que hubieren tierras entre los
ríos de Teno y Lontué, desde las juntas hasta la cordillera
nevada".

13.—HISTORIA DE VIEJAS ESTANCIAS

a) Las viejas estancias.—Muchas de las estancias que se


formaron a raíz de las mercedes Ce tierra adquirieron un vi¬
gor extraordinario y una importancia notable, que les dieron
capacidad para sobrevivir por muchos años.
Estas son las viejas estancias. Con los años serán disgre¬
gadas o subdivididas ; pero muchas conservarán, siquiera en
un retazo de ellas, el nombre
primitivo. No faltarán tampoco
las que se mantengan en manos de descendientes de los pri¬
meros mercedarios, si bien que no en toda su integridad.

La historia de estas viejas estancias, desde que el primer


estanciero instaló en ellas sus casas e inició su explotación,
hasta que sus herederos las dividieron o vendieron, y hasta
nuestros días, constituye un trozo vivo de la evolución de la
zona. Sin embargo, saldría de los términos de este relato el

referirse a todas ellas; y, por eso, sólo ofreceremos la de al¬


gunas, que hemos considerado las más significativas y de
más vivo color histórico en esta era.

b)El Guaico.—La estancia del Guaico, ubicada en el


extremo oriente de la zona curicana y cuyos comienzos se
ubican en la propia cordillera de los Andes, fue concedida
por primera vez, antes de 1693, a don Antonio Jofré de
Loaíza.
Con Jofré de Loaíza se inicia la formación de la estan-
y el cultivo de ella. Se edificaron las
primeras casas y se
trajeron trabajos indios de las encomiendas de
para los
Gonza (Huerta de Mataquito) y de Lontué, sin duda arren¬
dados por el encomendero.
Con los años, Jofré de Loaíza vendió su estancia a don
Marcos Mardones, quien la adquirió para su madre doña
Luisa Herrera, de quien la recibió posteriormente como he¬
rencia. En manos de los Mardones la estancia del Guaico
progresó considerablemente. Ya en 1701, al hacerse la parti¬
ción de los bienes de doña Luisa Herrera, tenía viña y curti¬
duría, y se habían construido varios ranchos para que vivie¬
ran los indios. Por otra parte, en el inventario que en ese
año se hizo de los bienes que existían en la estancia el Guai¬
co, figuran diversas especies reveladoras de una vida ya asen¬
tada ahí definitivamente y con cierta comodidad. Hay, en
efecto, muebles, alfombras, buenas sillas de montar; y, aun
algunos libros (La Nueva Recopilación y la Historia de Es¬
paña) .

La concesión hecha a Jofré de Loaíza, que


pasó, como
vemos, a manos de Marcos Mardones era, sin embargo, limi¬
tada y dejaba muchas tierras sin ocupar. Esta circunstancia,
movió a Mardones en 1708, a pedir una merced de mil cua¬

dras en "demasías" de la estancia El Guaico.


"El. General de batalla don Francisco Ibáñez de Peralta,
dice el documento que concedió la merced, Caballero de la
Orden de Santiago, del Consejo de S. M., su Gobernador y
Capitán General del Reino de Chile y Presidente de su Real
Audiencia. Por cuanto se me presentó un memorial que con
lo a él decretado es del tenor siguiente: El Comisario Géné¬
ral don Marcos Mardones, milite del Real Ejército de este

Reino, parece ante US. y dice que ha más tiempo de quince


años que sirve a S. M. en la guerra de este Reino en donde
ha ocupado los puestos de Capitán... y Comisario General,-
muy a satisfacción de sus superiores, además de sus ante¬
pasados que fueron Conquistadores de este Reino, los cua¬
les dichos no han sido remunerados, en cuya atención se ha
de servir US. hacerle merced de mil cuadras de tierras sobre
la estancia el Guaico, en la isla de Lontué y Teno, corriendo
desde las juntas de dichos ríos hasta la sierra nevada, enten¬
diéndose se han de buscar en dicha estancia del Guaico de¬
masías de ella y de no hallarse en el distrito de dicha isla,
•en la parte
lugar donde las hubiere vacas, con todos sus
y
usos y costumbres, laderas, aguas,
montes, vertientes y ser-
, vidumbres Santiago, junio 19 de 1708. Hácesele merced'
...

al suplicante en atención a sus méritos y servicios


y los de
sus antepasados, que no se han remunerado
y porque S. M.
manda sean gratificados, de las un mil cuadras de tierra

debajo de los linderos expresados en este memorial, sin per-

68 —
juicio de terceros que mejor derecho tengana ellas y por la
secretaría de Gobierno le darán los despachos acostum¬
se

brados. constando haber enterado el Real Derecho de Media


Au ata".
Don Marcos Mardones pagó por esta merced, como dere¬
cho de media anata, veinticinco pesos de a ocho reales, y se
le dieron los despachos correspondientes, con los cuales pu¬
do tomar posesión de estas nuevas tierras que pasaron a in¬
tegrar la estancia del Guaico.
Andando los años, la estancia del Guaico pasó íntegra¬
mente a don Diego de Maturana, hijo de don Juan Matura-
na y de doña María Montenegro. Con él adquirió la estancia

su mayor importancia, pues se intensificó su explotación, se


mejoró afincamiento y se aumentó su extensión, agregán¬
su
dosele la estancia "La Huerta", ubicada hacia el sur.
Don Diego Maturana pasó a ser personaje de importan¬
cia en la región. Se instaló en buenas casas y llevó un géne¬
ro de vida bastante elevado
para la época. Tuvo en su casa
muebles de diversa especie, numerosos utensilios domésti¬
cos de plata labrada El mismo se ataviaba con lujo y
...

usaba sombrero de castor, con hebilla de oro; espadín con


puño de plata; y en su montura llevaba freno con chapas
también de plata.
Estableció en las casas de la estancia un Oratorio con
todo suornamento, que prestó a la zona valiosos servicios.
El trabajo
y la explotación agrícola se intensificaron en
todo sentido. Hubo muchos esclavos, negros y mulatos; se
estableció una fragua y un molino; se abrió una acequia
importante, sacada desde el río Teno, que después se exten¬
dió hasta la villa de Curicó, llamándose primero acequia del
Rey y luego Cañada; la viña llegó a tener tres mil plan¬
tas; hubo ramada de matanza; plantaciones frutales; cur¬
tiembre ; etc.
La extensión total de la estancia, al menos en los pape¬
les, alcanzó a 4.647 cuadras.
Como una curiosidad, es interesante recordar los potre¬
ros en
que se dividía y los nombres que llevaban. Son los si¬
guientes :
De en medio, Cajón y Cajoncito, con cabida para 250 ca¬
ballos.
Primer potrero, con cabida para 150 caballos.
De San Jerónimo, para 125 caballos.
De Bastidas, para 30 caballos.
Montenegro, para 25 caballos.
De Goyo, Hospital, Dávila, Invernada de Roque.
De Jerónimo, para 30 caballos
Los Maitenes, para 250 caballos.

Lagunillas, para 10 caballos.


Los Chacayes, para 150 caballos.
Invernada de Gregorio, para 56 caballos.
Los Canelillos, para 600 vacas.
Retazo de tierra hasta el Planchón.
La Laguna, para 200 caballos.
Potrero que goza el indio Pedro, para 100 caballos.
Ribera del Río Teno desde la invernada del Río Malo
hasta su nacimiento.
Tierras de la otra banda.
Después de la muerte de don Diego de Maturana la es¬
tancia del Guaico, como habremos de verlo al estudiar el
período que siguió a la fundación de Curicó, fue dividida en
diversas estancias.
Un aspecto curioso de la estancia El Guaico fue la po¬
sesión de algunos potreros al otro lado de la frontera con
Argentina, que tuvo desde antes de los tiempos de don Die¬
go de Maturana. Estas eran las "tierras de la otra banda",
de que se ha hablado, y que estaban integradas por los po¬
treros de "El Yeso", "Las Cuevas" y "El Volcán". En esta
forma, los dueños del Guaico, con tierras a uno y otro lado
del límite, controlaron la frontera y el paso del Planchón.
Los indios pehuenohes acostumbraban pasar este boquete y
salir a vender sal, yeso, brea y otros productos, sacados de
las proximidades de sus tolderías de uno y otro lado del lí¬
mite. Era frecuente también que desde el llano los interesa¬
dos trasmontaran el boquete para comerciar con los indios
en sus propias tolderías. Los propietarios del Guaico exigían

aue se les pidiera licencia para pasar a hacer este comercio

y cobraban medio real por cada carga de yeso que se saca¬


ba. Por la sal y la brea cobraban sólo accidentalmente. En
esta forma, los estancieros del Guaico gozaban del curioso
privilegio de cobrar una especie de derecho de aduana en

70 —
la salida de la cordillera; derecho que, después de fundadas
las villas deCurieó y San Fernando, se aplicó en beneficio
de ambas villas, por iguales partes.
c) Estancia de Curieó—En esta vieja estancia de Cu¬
rieó es en donde se encuentra el germen primero de la villa
de San José de Curieó, y en donde se inicia, el proceso histó¬
rico de su formación.
Fue concedida a don Bernabé Montero, tronco de esta
familia, llegado a Chile en 1600, por merced que en 1618 le
despachó el Gobernador Lope de UUoa desde el pueblo de
Teno. Abarcaba una extensión considerable de tierras, com¬

prendida entre los ríos Teno y Lontué, y de ella derivan in¬


contables propiedades de la era moderna.
Bernabé Montero fue un colono
filántropo y progresis¬
ta. Dentro de los medios precarios de la época, dio notable
impulso a la agricultura de la zona, y contribuyó con su for¬
tuna a obras de interés general, entre ellas, al mantenimien¬
to del Convento de Chimbarongo, al cual hizo valiosas do¬
naciones.
Fue casado con doña Juana de Medina, y de este matri¬
monio proviene la familia Montero de Chile, radicada espe¬
cialmente en la zona colchagüina.
La estancia de Curieó, a la muerte de don Bernabé Mon¬
tero, pasó a su hija doña Juana Redondo González de Me¬
dina y Montero.
Siguen corriendo los años, y la estancia de Curieó lle¬
ga un día al dominio de un descendiente de Montero, llama¬
do don Fernando Martínez de Medina. En este momento
empieza la disgregación de la estancia, disgregación extra¬
ordinaria, porque parece estar condicionada a un ineludible
determinismo histórico, ya que todo su proceso converge al
fin en el nacimiento de la villa de San José de Buenavista
de Curieó.
He aquí este curioso relato: Don Fernando Martínez de
Medina disgregó primero un retazo de doscientas cuadras,
donándolo a doña Ana Méndez, esposa de don Pedro Barra-

Ies. El resto de la estancia fue dividido a su muerte entre sus


dos hijos: don José y don Nicolás Martínez. Un descendiente
de don José vendió más tarde
parte a don Lorenzo de La¬
su
bra ; y la parte de don Nicolás fue dividida entre sus hijos
Francisco y Ana Rosa, esta última esposa de don Francisco
de Iturriaga. Don Pedro Barrates adquirió cincuenta cuadras
más a los herederos de don Fernando Martínez.
Cuando los acontecimientos fueron impulsando el naci¬
miento de la villa de Curicó, todos estos retazos de la vieja
estancia de Curicó convergieron hacia un mismo fin.
Una de las primeras etapas de la fundación de Curicó
fue la erección del convento franciscano de la Velilla. Para
ello fue don Francisco Iturriaga y sus hijos quienes donaron
las tierras necesarias, en 1735, dejando constancia de que
ellas provenían del antiguo título de Bernabé Montero.
Más tarde, en 1743, la viuda de don Lorenzo de Labra,
doña Mónica Donoso, en común con el Alférez Solorza, donan
las tierras necesarias para fundar la villa en las proximida¬
des del convento, tierras que también provienen del viejo tí¬
tulo de Montero.
La villa no puede prosperar en esa planta primitiva y se

decide su traslado hacia un nuevo lugar. Los terrenos en los


cuales se desea el nuevo emplazamiento provienen también
del título de Bernabé Montero y sus propietarios don Pedro
Bárrales y doña Mónica Donoso (propietarios de una parte
cada uno), se apresuran a hacer donación de ellos en 1747.
Finalmente, cuando en 1758, para completar el ciclo de
la formación de la villa, el convento franciscano que hasta
ese momento vivía apegado al
viejo emplazamiento de la vi¬
lla, decide trasladarse hacia el nuevo lugar, don Pedro Bárra¬
les y su esposa doña Ana Méndez le hacen donación de cinco
cuadras de terrenos.
En esta
forma, la estancia de Curicó dio cabida en sus
tierras, primero al primitivo convento franciscano y a la pri¬
mitiva villa de Curicó, y luego, al nuevo emplazamiento de
uno y otra. Así terminó su historia en ésta era de la coloni¬

zación y se adentró en los comienzos de una nueva era.


d) Estancia de Canales de la Cerda.—Don Fernando
Canales de la Cerda fue en los primeros años de la coloniza¬
ción el terrateniente de mayor caudal, y el que tuvo bajo su
dominio las más grandes extensiones de tierras.
Gozó de notable importancia y consideración en la zona
y ocupó el cargo de Corregidor del Partido de Colchagua, cu¬
yos límites llegaban hasta el río Teno en casi todo el curso

_
72 —
de este río, quedando incluida en él gran parte de sus pro¬
piedades.
Fue casado con doña Lorenza de Figueroa, y la descen¬
dencia que provino de este matrimonio continuó radicada
en la zona. Don Fernando falleció en Perú en 1638, desempe¬
ñando el Corregimiento de Tarija.
La estancia que Canales de la Cerda formó en la zona cu-
ricana es, sin duda, una de las más extensas de la época.
La parte principal estaba ubicada en el sector Teno-
Rauco, y comprendía un total de 2.600 cuadras repartidas a
una y otra vera del río Teno. En el inventario que de sus

bienes hizo su viuda en 1664, se expresa que esta estancia


proviene de cinco títulos. Sin embargo, sólo hemos podido in¬
dividualizar tres de ellos: en Teno y Rauco, por 400-cuadras,
en 1617; en Rauco, por 600 cuadras, en 1618; y en el pueblo

de Rauco, por 1.000 cuadras, en 1627.


La última de estas mercedes fue concedida en el antiguo

pueblo indígena, destruido por una avenida del río Teno. La


concesión fue expedida desde la ciudad de Concepción por
den Luis Fernández de Córdoba y Arce, y comprendía 500
cuadras a un lado del río, y 500 hacia el otro lado que llega¬
ban hasta el pueblo de Teno. Tuvieron estas tierras el nom¬
bre de Quiñanelén y estaban emplazadas precisamente en los
terrenos que fueron de los indios de Rauco, en ese momen¬
to dispersos y destruidos por 1a. avenida del río Teno, que
se
desplazó por el medio de su caserío.
Tenía también Canales de la Cerda otro conjunto de 1.900
cuadras ubicadas en diferentes partes, y que provenían de di¬
ferentes títulos. Finalmente, para completar sus dominios en
tierra curicana, era dueño de un título de demasías entre el
Teno y el Lontué, o sea, en la isla de Curicó, que, según una
curiosa expresión del inventario que hizo su viuda, era "un
título de demasías que no se sabe la cantidad de cuadras".
La estancia de Canales de la Cerda era notable no sólo
por su extensión, sino también por la vida que en ella se
llevaba, por sus costumbres, por el impulso de progreso que
en ella se dio a las faenas
agrícolas.
La casa en que vivía el estanciero estaba ubicada hacia
el lado de Teno. Su
construcción, a usanza de la época y del
lugar, era en extremo sencilla-: murallas de adobe, techo de
paja, y sólo tres piezas principales en la distribución interior.
Tenía utensilios de plata labrada, que hacían un total de 72
marcos; caja con cerradura y llave; "sillas de sentar hechas
en este Reino"; cujas; escopetas; un bufete, etc. Para el cul¬

tivo de su estancia tenía ocho negros esclavos, tres negras


mujeres y algunos indios. La había dotado también de herra¬
mientas de diversa clase: azadones, hachas, azuelas, barre¬
nos, "gurbias".
Su espíritu de empresa está de manifiesto en las indus¬
trias y cultivos a que dedicó la estancia. Había en ella molino,
arboleda, viña con cuatro mil plantas, doscientas arrobas de
vasija, y, anexa a la casa habitación, una "bodega doblada,
cubierta de paja". Los campos estaban relativamente bien
dotados de animales. Tenía doscientas cabezas de ganado va¬
cuno de "cierro y seña"; 1.500 cabezas de ganado ovejuno;

1.000 cabras y 40 yeguas.


El acendrado espíritu religioso de la época hizo a Canales
de la Cerda construir, al lado de su casa, una cómoda capilla,
dotada con ornamento entero, que prestó durante muchos
tños valiosos servicios religiosos a los riberanos del Teno.
No sólo en lo que es hoy tierra de Curicó tuvo sus domi¬
nios don Fernando Canales de la Cerda. Ellos se extendieron
también hacia el Norte, pues tuvo merced de tierras en Tin-
guiririca, lo que hacía aún más extensos sus dominios.
Al fallecimiento de Canales de la Cerda, sus tierras pa¬
saron al dominio de su hijo don Francisco Canales de la Cer¬

da. Don Francisco era dueño, además, de la estancia Palqui-


budis, adquirida por compra a la esposa de don Luis Jofré de
Loaiza, estancia de la que tomó posesión en 1667 ; y de las tie¬
rras que le habían sido concedidas en 1638 en
Palquibudis,
Teno, Comalle y Rauco. A la muerte de don Francisco, todas
estas tierras pasaron al dominio de su hijo don Antonio Ca¬
nales de la Cerda.
e) Estancia Las Palmas.—La estancia Las Palmas, en¬
clavada en medio de los primeros cordones de la sierra costi¬
na, cubierta primeros años por enormes plantaciones
en sus
silvestres de palmas autóctonas (jubea spectabilis), es otra
de las que tienen una vieja historia.
Durante los años de la colonización, todo el extenso valle
que corre hacia el lado de Rauco, en medio de los primeros
I

cordones de la costa, recibía el nombre de valle de Las


Palmas.
El Gobernador don Luis Fernández de Córdoba hizo mer¬
ced de dos mil cuadras en 1629 a don Antonio de la Corte.
Estas tierras estaban ubicadas en el expresado valle de las
Palmas, y la estancia que se formó fue llamada estancia de
las Palmas o Candelaria.
años, esta estancia pasó a poder de
Con el correr de los
don Juan Rodulfo Lisperguer, hijo de aquel conquistador del
mismo nombre, que fuera Gobernador del presidio San Igna¬
cio en la provincia de Imperial, y que murió en 1608 en una
emboscada de los indios. Eira también emparentado con aque¬
lla extraña mujer de la Colonia, doña Catalina de los Ríos

y Lisperguer. apodada "La Quintrala".


Don Juan Rodulfo Lisperguer amplió los límites de la
estancia Las Palmas mediante una nueva concesión de "al¬
gunos cerros, lomas, quebradas, vallezuelos y ojos de agua",
vecinos a sus tierras, que le hizo en 1637 el Gobernador Lazo
de la Vega.
Con posterioridad, la estancia pasó a poder de don Pe¬
dro de Toro. ' !
En1687, el monasterio de monjas de Santa Clara el An¬
tiguo, de Santiago, a cuyo favor la estancia reconocía censo,
la sacó a remate público por censos insolutos. Fue adjudica¬
da a don Francisco Riquel de la Barrera.
Un sector de Las Palmas perteneció a don Francisco
Gaete Jofré, quien probablemente lo adquirió por compra a
alguno de los sucesivos propietarios mencionados.
La estancia Las Palmas y el valle en que se ubicó deben
su nombre a las enormes plantaciones de palma chilena en

estado silvestre, que en los años de la colonización cubrían


grandes extensiones de la comarca. Estos árboles, que alcan¬
zan diez o más metros de
altura, daban a esos parajes un as¬
pecto típico notable, y eran al mismo tiempo una> provechosa
fuente de riqueza por su producción de miel y cocos. En
aquella época una y otra cosa eran explotadas en diversos
parajes del país, en que tales plantaciones existían. Los cocos,
que se producen en grandes racimos, eran extraídos periódi¬
camente, y la miel se obtenía mediante cortes oblicuos he¬
chos en el tronco.

75 —
En la estancia Las Palmas se sacaban entre uno y cinco
racimos de cocos de cada planta, y cada racimo rendía dos
almudes y medio. Para la extracción de la miel, haciendo ex¬
cepción a la costumbre de la época, se derribaban las plantas,
las cuales colocadas después en una determinada posición,

dejaban escurrir gran cantidad de miel. Cada planta cortada


era cotizada en un precio que fluctuaba entre 8 y 14 reales.

Indudablemente, este procedimiento fue el causante de la ex¬


tinción de aquellas hermosas y típicas plantaciones que die¬
ron a toda la comarca una denominación que hasta hoy sub¬

siste; pero lo extraordinario es que hoy día es éste el proce¬


dimiento usual para la extracción de la miel por haberse
comprobado que es más comercial que el otro.
f) La estancia Peralillo y los Garcés de Marcilla.—Po¬
cas veces la historia de la tierra está tan vinculada a la his¬
toria de una familia como la estancia del Peralillo a los Gar¬
cés de Marcilla. , ,

Una y otra han estado ligadas con trabazón de extraña


solidez desde los primeros tiempos de la etapa colonizadora;
y se han mantenido con ella a través de los años y de los
acontecimientos, desde entonces hasta nuestros días, en tal
forma que es imposible hacer la evocación de una sin la otra.
Los primeros Garcés que llegan a Ghile desde España,
son don Antonio y don Pedro Garcés de Marcilla
y Tavira.
Don Antonio, que fue el tronco de la rama Garcés de Pe¬
ralillo, contrajo matrimonio en 1688 con doña Luisa Salas
Gómez de Miranda. Su acercamiento a la zona curicana de¬
riva de designación como Corregidor del Maule, cargo que
su

desempe-ó durante varios años, pues lo hemos encontrado en


ejercicio de él en 1711 y también en 1721.
Fue don Antonio Garcés un Corregidor esforzado
y diná¬
mico, cualidades que le acarrearon, como en todas las épo¬
cas
y en todo lugar, contratiempos, incidentes y acusaciones.
De todo esto, nada fue más bullado
que él conflicto de las
salinas de Boyeruca. Se decía que el
Corregidor Garcés, sin
autorización ninguna y sólo "por mano de
Corregidor", ex¬
plotaba para sí las salinas de Boyeruca, al lado de Llico, uti¬
lizando para ello a los indios de los alrededores
; y que, al
mismo tiempo, impedía por todos los medios
que otros hi¬
cieran igual explotación. La verdad, sin
embargo, era que,

76 —
desde los tiempos del Corregidor don Juan de Mendoza y
Saavedra, había sido costumbre que los Corregidores del
Partido, como cualquier particular, explotaran salinas con su
industria sin que de ellos se siguiera perjuicio a nadie y sin
que nadie hubiera reclamado jamás.
A fines de 1671 es bautizado Santiago, don Juan Car¬
en

ees de Marcilla. Es hijo del recién mencionado don Antonio


Garcés y de doña Luisa Salas Gómez de Miranda. Este don
Juan Garcés, que se vincula a la zona a raíz del nombra¬
miento de su padre como Corregidor del Maule, termina por
establecerse en ella definitivamente. En los
primeros años
se dedica alejercicio dei comercio dentro del Partido, efec¬
tuando en él compras y ventas de mercaderías. Es "tratante

y contratante", al decir de papeles de la época. El carácter


dinámico de su progenitor fue heredado con creces por don
Juan Garcés, convirtiéndolo en un hombre de esfuerzo ex¬
traordinario, emprendedor y de carácter enérgico.
El superior Gobierne del Reino le confirió, en 1720, la
administración del pueblo indígena de Lora, merced que le
acarreó la malquerencia del Corregidor del Partido, que aspi¬
raba también a esa administración. Cuando don Juan Garcés
se presentó ante el Corregidor a pedir que se le diera posesión
de los indios y exhibió el despacho de su nombramiento, se
originó entre ellos un incidente de grandes proporciones, del
cual resultó la prisión de don Juan Garcés, a quien se con¬

dujo a la "guardia principal" de la ciudad de Concepción. Lo


que se dijeron en esta ocasión es difícil saberlo. Para justifi¬
car su prisión, se hacía a don Juan Garcés el
cargo de haber¬
le dicho al Corregidor
que no se le hacía ningún favor con
haberle concedido la administración de los indios de Lora,
por cuanto había cobrado "sus gracias", "... dando a enten¬
der haber contribuido con alguna cosa de valor"; y que si
no se le daba la
posesión cobraría lo que había dado, "y con
eso no habría
perdido nada". Don Juan Garcés, por su parte,
acusaba al Corregidor de haberse violentado cuando le pre¬
sentó sus despachos, manifestándole que aquello "era gran
desvergüenza y picardía" y "que le cercenaba- los tributos".
Le habría
agregado también que "no se saldría con la osadía,
y que no le podrían quitar los indios, porque tenía mandada
a traer la merced de ellos
por mano de la señora Marquesa


77 —
de Velmar". Sostenía, además, don Juan Garcés, que advir¬
tiendo que la intención del. Corregidor era sacarlo de quicios,
para tener de qué acusarlo, se retiró a una sala vecina en
donde habría tenido sólo expresiones de protesta por el de¬
saire; y que en ningún momento podría haber expresado lo
que se le imputaba, por cuanto no había contribuido con na¬
da para obtener la merced de los indios, y que ni aun las
gracias había dado a S. SI.
Años más tarde, en 1733, don Juan Garcés, con ánimo
de sentar pie definitivamente en los campos de la zona, ad¬
quirió una estancia de mil cuadras a los herederos del ca¬
pitán don Antonio Torres de Segarra. Estas mil • cuadras de
tierra estaban ubicadas en lo que fuera el antiguo pueblo
de indios de Mataquito, a orillas del río del mismo nombre,

pueblo que ya en esa época erá sólo un lejano recuerdo. Pro¬


venían de aquella concesión que en 1632 el Gobernador don
Juan Lazo de la Vega hizo a don Antonio Torres de Sega¬
rra, por estar el pueblo de Mataquito "despoblado de gente",

después de haber sufrido en toda su intensidad ese proceso


fatal iniciado por la encomienda de indígenas, seguido por
el traslado de indios y el reparto de su tierra, y rubricado

por el despueble total, cuyo relato hicimos en párrafo an¬


terior.
Don Juan Garcés de Marcilla fue un activo estanciero.
Sé estableció en sus tierras forma
permanente y les dio
en

todo el aspecto de una estancia floreciente, que desde enton¬


ces empezó a llamarse "El Peralillo". A orillas de un viejo

camino que iba a Santiago, llamado entonces "camino del


centro" y que había sido utilizado con frecuencia por Iné3
de Suárez y por Quiroga, edificó amplias y cómodas casas
para su habitación. A orillas del viejo camino existen hasta
hoy vestigios de esta primera casa de la estancia del Pera¬
lillo.
También don Juan Garcés edificó en su estancia una
capilla el servicio espiritual. La zona, alejada del valle
para
central y alejada de los centros religiosos efe la
costa, harto
necesitaba de los servicios de una capilla,
y así lo compren¬
dieron los vecinos desde el primer instante. La nueva
capilla
fue colocada bajo la tuición de la
Parroquia de Vichuquén,
cuya existencia era ya secular. El cura de Vichuquén, atrave-

78 —
salido montañas, llegaba hasta el Peralillo periódicamente a
ejercer su ministerio. Allí oficiaba misa, celebraba bautizos,
matrimonios y funerales, cuya certificación estampaba en los
libros parroquiales de Vichuquén, en los cuales se lee con
frecuencia: "En la Iglesia del Peralillo...". No pocas veces
se celebraban también aparatosas misiones, a las cuales con¬

currían dpn Juan Garcés de Marcilla, los españoles de los


contornos y los indios del pueblo vecino de la Huerta o Gonza,
cada vez más disminuidos.
De estos mismos años arranca su origen el lugarejo lla¬
mado Orilla de Navarros. Don Juan Garcés vendió un pedazo

de tierra de su título a don Juan Navarro y posteriormente,


otro pedazo colindante con el anterior a-don José Navarro.
Esto sucedía en 1733. Las tierras de los Navarro, ubicadas a
orillas del río Mataquito, dieron nombre a toda la vecindad,
formada en su mayor parte por indios de la Huerta, que po¬
seían ahí terrenos, y desde entonces empezó a llamarse "Ori¬
lla de Navarros".
En las vecindades de la estancia del Peralillo estaba em¬

plazado el caserío indígena de la Huerta o Gonza, con cuyos


pobladores don Juan Garcés mantuvo siempre agrias rela¬
ciones, que dieron origen a no pocos litigios.
Cuando en 1732 compró la estancia a los herederos de
Torres de Segarra. éstos agregaron en la venta que vendían
también todas las tierras que fuesen vacando en Mataquito,
por muerte de los indios. El pueblo de Mataquito ya había
desaparecido por entero y, sin duda, los herederos de Torres
de Segarra creyeron que el pueblo vecino de Gonza o la Huer¬
ta era el antiguo pueblo de Mataqüito, en el cual se había con¬
cedido la estancia a su
padre. Por eso se creyeron autorizados
para vender las tierras que siguieran vacando por muerte de
los indios.
Don Juan Garcés entendió también que laventa de tie¬
rras en el
pueblo de Mataquito se refería al pueblo de la
Huerta, y desde un principio se apoderó de gran número de
cuadras de tierras de esa. población indígena. Gobernaba en
esos años el pueblo de la Huerta el cacique Domingo Briso,
quien de inmediato formuló instancia en defensa de sus tie¬
rras, originándose con ello un largo conflicto que habría de
mantenerse por más de cincuenta años, primero entre don


79 —
Juan Garcés y el cacique Domingo Briso, y luego entre los
sucesores de y otro. Ha sido necesario el transcurso de
uno

siglos para que, mirado este problema que conmovió a su


época, a la luz de hechos históricos y de documentos, haya
podido establecerse que él no tuvo otra causa que una tre¬
menda confusión entre los pueblos indígenas de Mataquito
y de Gonza o la Huerta.
El primer conflicto promovido entre don Juan Garcés y
el cacique Briso fue resuelto mediante una mensura de tie¬
rras que se hizo en 1745. Atendido el número de indios exis¬

tentes entonces, se les asignó un número proporcional de


cuadras de tierra y se entregó el resto a don Juan Garcés.
Entre éstas estaban las tierras en las cuales los indios habían
tenido en años anteriores vieja capilla, y que después
una

pasó aformar el fundo Remolinos. Pero no paró aquí la difi¬


cultad, pues, como habremos de verlo cuando sigamos la his¬
toria de esta estancia, la lucha de los indios de la Huerta
con la estancia de Peralillo, se mantuvo latente durante mu¬
chos años.
Don Juan Garcés de Marcilla fue casado con doña María
Josefa Donoso, y fueron
hijos Jacinto, Juan, Bernardo,
sus
Antonio, Nicolás, Isabel y Manuela Garcés Donoso.
En los archivos parroquiales de Vichuquén, en
viejos in¬
folios, -se conserva la partida de bautismo de don Antonio
Garcés Donoso, cuyo texto, lleno del vivo colorido de la época
dice así: "En la Iglesia del Peralillo, a seis de enero del año
de 1734, puse óleo y crisma a Antonio, de edad de doce días,
natural de esta doctrina, hijo legítimo de don Juan Garcés
y
de doña María Josefa Donoso. Fueron
padridos don Jeróni¬
mo Loyola, y Antonia
Mejías. Bautizó a necesidad Nicolás
Torres, de que doy fe.—Peredo".
En sus últimos años, don Juan Garcés de
Marcilla, cum¬
plida su misión de esforzado estanciero y después de haber
formado la estancia de Peralillo,
que en gran parte habría
de conservarse hasta hoy día, en manos de
descendientes su¬
yos, se retiró a vivir a Santiago, la capital del Reino. A car¬
go del Peralillo quedó un hijo suyo, don Juan Garcés Dono¬
so, que no obstante ser, según documentos de la
época, "ciego
de ambos ojos", desarrolló como sus
antepasados intensa ac¬
tividad. No sólo atendió la estancia con dedicación, sino que

80 —
prestó también servicios públicos, como Lugarteniente de
Corregidor en la doctrina de Vichuquén, y fue electo Alcalde
de segundo voto en Talca.
Así termina en esta época la historia de la estancia el Pe-
ralillo, que habremos de seguir después cuando hagamos el
relato de una nueva era.
g) Las estancias de Iloca.—El río Mataquito, de severo
torrente, formado por la unión de los ríos de Teno y de Lon-
tué, atraviesa hermoso valle que corta los cordones cordi¬
un
lleranos de la costa. Desde su caída al mar,la tierra toma el
nombre genérico de Iloca, que abarca valles, cerros y arena¬
les, desde la desembocadura misma hasta las proximidades
de Llico.
A la llegada del español, su aspecto era desolador. El río

Mataquito desembocaba en el mar en el lugar denominado


Depun, varias leguas al sur de su actual desembocadura. Des¬
de una cuadra antes de la desembocadura, el río formaba una
hermosa laguna que luego los españoles llamaron "aguadilla
de los pescadores". Después que el río desembocaba, los fal¬
deos de los cerros formaban valles de diversa extensión, que
limitaban con las grises arenas de una playa sin fin; y este
conjunto, unido a cerros desgastados, cubiertos en parte de
espesa vegetación autóctona, formaba el lugar de Iloca.
No obstante su aspecto desolado despertó el interés del
indígena, por el alimento abundante y por la suavidad de su
clima. Hubo caseríos más o menos organizados en los luga-
rejos de Coquimbo y Lipimávida, y agrupaciones de indios
en la desemm>cadura del
Mataquito y a lo largo del curso de
los esteros de Iloca (Perales de hoy) y de Pichibudis. etc.
Cuando llegó el español, sintió también por este lugar el
mismo interés que había atraído al indio, y escudriñó sus lla¬
nos y sus cerros, se internó en la
tupida madeja de la mon¬
taña virgen, y terminó por establecerse con raíces que aún
perduran. . - — Br )

Dos grandes concesiones de tierra, que dieron origen a


las primeras estancias, se hicieron en Iloca.
En 1606, cuando recién empezaba la colonización de la

81 —
zona, el Gobernador don Alonso García Ramón hizo una con¬
cesión de cinco mil cuadras a don García de Torres Carvajal;
concesión enorme, que abarcaba desde la desembocadura del
río de Lora (Mataquito) hasta Llico, y por el oriente hasta
los cerros de Vichuquén. "Una estancia de labranza y crianza,
dice la merced, que está en términos de los pueblos de Lora
y Vichuquén, donde entra el río de Lora al mar, en el sitio
llamado Rencura y corriendo por su loma, quedando vista al
oriente y laguna de Vichuquén que entra al mar en el sitio
llamado Llico, y todas las vertientes de un sitio à otro, bajan¬
do al mar, donde están dos aguadas, la una llamada Iloca y la
otra Piohibudis, donde habrá doscientas cuadras de largo,
poco más o menos, de un lindero a otro, y de ancho 25".
En 1673 se hizo por el Presidente don Juan Henríquez
la segunda concesión de tierras, siendo su beneficiario don

Rodrigo Ortiz Gatica, vecino de Concepción, hijo del castella¬


no don Agustín de Aran da y Gatica. Constaba esta merced de

mil cuadras, enclavadas en los lomajes de los cerros. Su ubi¬


cación estaba dentro de los términos de la merced de García
de Tories, recién mencionada, y se refería, sin duda, a terre¬
nos por los cuales aquél no se había interesado y de que no
tomó posesión. "En unas lomas, dice el documento, que vier¬
ten al río Mataquito y a la laguna que está en dicho río una
cuadra del mar al sitio de Rencura y al estero de Iloca, linde¬
ros al arroyo de Posenda, que entra en dicho río de Mata-

quito".
La primera de estas concesiones dio origen a las propie¬
dades mayores de la zona de Iloca y a otras importantes pro¬

piedades de la región. De ella provienen las estancias de Lli¬


co, Mergüeve, Guiñe y Quesería, que en 1734 estaban en po¬
der de don Cayetano Correa; y de ella provienen también las
estancias del Médano, la Montaña y Coquimbo, que por la
misma época pertenecen asimismo a don Cayetano Correa.
Don Cayetano Correa pasó a ser, así, a mediados del si¬
glo XVILL y cuando la villa de Curicó no había sido aún fun¬
dada, el propietario más acaudalado de la zona de Iloca. SuS
extensas propiedades las había adquirido en
parte por he¬
rencia de su
parte
esposa y en por compra a herederos de
García Torres. ' 1 • t" ;
Proviene también de esta misma concesión de García To-


82 —
rres, la estancia Naicura, que en 1734 pertenecía a Florencia
cíe Torres, esposa de Mateo Piquez; y la que se llamó "estancia
de Iloca" y que perteneció a Pedro de Piróla. Esta última es¬
tancia se extendía del estero de Reneura hacia el norte, in¬
cluyendo lo que se llamaba el "llano de Duao", y había sido
adquirida por Piróla, por compra hecha a herederos de Gar¬
cía Torres. A la muerte de Piróla, ocurrida antes de 1734, sus
tierras pasaron a sus hijos, quienes las incrementan más aún,
haciendo nuevas adquisiciones a herederos de García Torres.
Pero también pronto empezó su disgregación, dando origen
a propiedades de más reducidos términos: Agustín Piróla
vendió cien cuadras a José Fuenzalida, en 1734; Cristóbal Pi¬
róla vendió treinta y seis cuadras a León de Fuenzalida, en
1737; y Pascual Piróla, en el mismo año, vendió seis cuadras
a Juan de Herrada.
Lasegunda de las concesiones de Iloca, aquella que en
1673 hizo a Rodrigo Ortiz Gatica, interpuesta o injertada
se

entre las tierras de la primera, ha dado origen a diversas pe¬


queñas propiedades; y de esta raíz, además de las tierras de
indios, cuya naturaleza habremos de estudiar, proviene el
típico 'y curioso cuadro de la propiedad territorial pequeña
de este rincón marítimo de Iloca.

14.—LA IGLESIA CATOLICA EN LA COLONIZACION DE CURICO

a) Una labor fecunda.—La Iglesia católica no podía


dejar de contribuir también a una obra que tiene tantos visos
espirituales, como la colonización.
Los conquistadores españoles profundamente católicos
se hacen
acompañar de religiosos en sus empresas. Los colo¬
nizadores que les siguen, a poco de establecerse en sus respec¬
tivas zonas, se ven auxiliados también por sacerdotes de su
religión, que llegan allí obedeciendo a una necesidad aún su¬
perior a la que originó la llegada de los funcionarios civiles.
Algunos establecen oratorios particulares en las casas de
sus estancias. En
algunos pueblos o doctrinas se nombran
curas doctrineros,
que enseñan a los indios los principios de
la fe católica. En otras localidades se crean
parroquias o se
establecen conventos de congregaciones regulares, todos los
cuales desempeñan su ministerio con extraordinaria eficacia.

83 —
La labor que a todos estos religiosos corresponde es difí¬
cil en extremo. Por un lado, tienen que instruir a. los indios,
moderar sus costumbres e inducirlos al buen comportamien¬
to y al trabajo. Por el otro, deben prestar a los colonizadores
auxilios religiosos ymorigerar el duro tratamiento que algu¬
nos de ellos daban a los indios. Saben cumplir esta labor en

forma extraordinaria y son así factores esenciales en la co¬


lonización. Si fue heroica la conducta de los conquistadores

y de los que, venciendo mil dificultades, explotaron las tie¬


rras incultas, no lo fue menos la de estos religiosos, que
adoctrinaron indios y alentaron con la fe a hombres que,
indudablemente, necesitaban de su auxilio para llevar a ca¬
bo tan extraordinaria empresa.
Les hechos prácticos que fueron consecuencia de la ac¬
ción de la Iglesia
de considerable trascendencia, y habre¬
son
mos de conocerlos en el curso de estas páginas. No sólo los en¬

contramos en el campo espiritual sino en todo orden de cosas


que digan relación con el bien general. Muy especialmente
contribuyó la Iglesia al nacimiento de poblaciones organiza¬
das; y así podemos ver cómo en la zona curicana y en sus
alrededores fueron parroquias y conventos los que hicieron

poblarse a los hombres. Talca se formó alrededor del conven¬


to agustino, Curicó y San Pedro de Alcántara alrededor de
conventos franciscanos; y Vichuquén se fue formando jun¬
to a una parroquia.
Esta acción colonizadora de la
Iglesia tiene un carácter
amplio generalizado. No fue exclusiva de la zona curicana,
y
sino que constituyó un fenómeno general en el Reino de Chi¬
le y en América.

b) Oratorios particulares de los estancieros.—Algunos


de los estancieros más acaudalados de la zona establecieron
en propias estancias oratorios particulares, y con ellos
sus

cooperaron a la acción organizada y oficial de la Iglesia.


Seguramente el primer oratorio fue establecido en Vi¬
chuquén, en la encomienda de don Juan de Cuevas, pues este
encomendero, en otra de sus encomiendas (Loncomilla), le¬
vantó una capilla que sirvió de base a una parroquia;
j/, aun¬
que no hay antecedentes concretos sobre su manera de ac¬
tuar en esta materia en Vichuquén, es
muy lógico suponer
que haya hecho lo mismo en su encomienda de dicho lugar

84 —
ubicada en medio de los cerros, con difícil acceso y con nu¬
merosa población indígena.
Entre los terratenientes, que se vincularon a la zona con
el vínculo de la tierra misma, mucho más fuerte que el que
ligaba a los encomenderos, fue más frecuente, por lo mismo,
que establecieran oratorios en sus estancias. En ellos ejer¬
cían ios servicios
religiosos, las más de las veces en forma in¬
termitente, los párrocos vecinos o algún capellán especial.
Es indudable que estos oratorios desempeñaron un papel im¬
portante en la cristianización de la zona, pues en ellos se ce¬
lebraban bautizos, matrimonios, funerales y misiones de cier¬
ta importancia.
Durante el siglo XVII, o sea, en los primeros años de la
colonización de Curicó, hay constancia de tres oratorios parti¬
culares de estancieros curicanos: de don Fernando Canales
de la Cerda, de don Luis González de Medina y de don Juan
de Sazo, todos ubicados en Teno. Don Fernando Canales de
la Cerda, como ya sabemos, edificó sus casas en Teno, y jun¬
to a ellas, un oratorio. La fecha de su establecimiento debe¬
mos ubicarla antes de 1664, pues en ese año, al hacer su viuda

el inventario de sus bienes, menciona un "ornamento de igle¬


sia entero". El oratorio de don Luis González de Medina figu¬
ra en el inventario de sus bienes hecho1684, en el cual se
en

mencionan "una capilla con ornamento de damasco y misal" ;


lienzos de San Juan; de Nuestra Señora de las Mercedes;
de Nuestra Señora del Rosario; de Nuestra Señora de Belén;
de San Luis; algunas imágenes de bulto; etc. El oratorio de
don Juan de Sazo figura en un documento de 1659, que habla
de "una iglesia con una casulla y frontal y un misal".
En este mismo siglo XVH existió, no ya propiamente en
zona curicana, sino en sus proximidades, un oratorio de im¬

portancia: el de doña Fabiana de Ocampo, en Curepto. Fue


doña Fabiana de Ocampo una rica estanciera, viuda del ca¬
pitán don Luis de Castro y Castilla. Era dueña de Curepto
(margen sur del río
Mataquito), de las estancias "Las Peñue-
las" y "La Limpia",
con viña y curtiduría. Para la atención
religiosa de sus servidores y de los numerosos comarcanos,
estableció junto a sus casas un oratorio bien dotado, que en
su testamento de 1687 señala como "una
capilla con su orna¬
mento, cáliz y misal". Esta capilla de doña Fabiana de Ocam-
po desempeñó un papel religioso de importancia, pues en ella
se realizaron misiones concurridísimas, con la presencia de
religiosos y religiosas, y sirvió también como viceparroquia
a la Parroquia de Curepto.

En los archivosparroquiales de Curepto, la primera par¬


tida del libro de bautizos, en medio de nutridas noticias que
nos revelan el colorido de la época, nos menciona este orato¬

rio. "El 30 de agosto del año de 1684, dice, bauticé, puse ólec
y crisma en la parroquia de doña Fabiana de Ocampo a Jua¬
na Margarita, natural de Maule, de edad de treinta y tres

días hija de Marcela, india soltera del servicio de doña Fabia¬


na de .Ocampo, y de padre no conocido. Fueron padrinos Se-,

bastián y 'Agustina, indios. Testigos, Felipe Díaz y Diego de


Aguilera y Sor Serenidad. Lo firmé. Don Antonio de Alarcón".
En el siglo XVIII establecieron también en la zona tres
se
oratorios particulares : de don Juan Garcés, en Perali-
uno,
11o; otro, de don Francisco de Iturriaga, en Tutuquén; y un
tercero, de don Diego de Maturana, en Guaico. El de Perali-
11o ya lo hemos conocido al hacer la historia de esta estancia.
El de don Francisco Iturriaga fue establecido en Tutuquén,
más o menos por los mismos años. Existía ya en 1735, pues
ese año, al hacer don Francisco de
Iturriaga y sus hijos do¬
nación de tierras para que se estableciera un convento fran¬
ciscano, las señalaron "junto a la capilla y de mis casas an¬
tiguas". Es, pues, esta capilla anterior al convento fran¬
ciscano, lo que pone en evidencia el papel importante que
ha debido desempeñar en la isla de Curicó, dentro de la cual
estaba emplazado. Se mantuvo durante toda la era colonial,
y sólo desapareció, iniciada ya la era republicana, por una
avenida del río Teno, que la destruyó (1827). El oratorio de
don Diego de Maturana fue establecido en el Guaico
poco
antes de la fundación de Curicó y sirvió
para la atención re¬
ligiosa de los moradores cordilleranos. A la muerte de don
Diego de Maturana parece que este oratorio no siguió fun¬
cionando por muchos años, pues el
ornamento, al hacerse la
partición de sus bienes, en 1760, se adjudicó a don José de
Maturana, a la sazón párroco de Vichuquén.
c) Los curas doctrineros.—Los curas doctrineros cons¬
tituyen el primer paso de acción organizada y oficial de la


86 —
Iglesia católica; y a ellos corresponde la labor más pesada y
meritoria en la cristianización del indio.
El doctrinero ejerce su ministerio desde los primeros
años de ia colonización, aun antes de que nacieran los prime¬
ros oratorios particulares. Hace un trabajo duro, de apóstol,

sin iglesia establecida, sin organización parroquial, sin resi¬


dencia fija Debe recorrer permanentemente los asientos
...

indígenas a su cargo, para enfrentarse a la ingrata tarea de


adoctrinar indios semibárbaros, y atender a los españoles ae
la comarca.
Los caseríos indígenas recibían un doctrinero cuando sus
indios se convertían
a la religión católica, o sea, cuando pasa¬

ban a ser "doctrina". Esta denominación, que habría de apli¬


carse más tarde al territorio jurisdiccional de una parroquia,

se aplicaba, pues, en estos primeros tiempos, a todo pueblo

de indios convertidos, que aún no tenía parroquia.


En la zona curicana recibieron el nombre de doctrina, los
pueblos de Mataquito, Gonza, Teno, Rauco Vichuquén y Lora,
y todos ellos tuvieron cura doctrinero para su servicio re¬
ligioso. 4. 1 j
En 1585 estaban a cargo de estos pueblos los sacerdotes

fray Leoncio de Toro, padre dominico; y Diego de Lobera,


presbítero. El primero tenía a su cargo los pueblos de Gonza,
Mataquito, Teno Rauco. El segundo, los de Huenchullami
y
(ubicado fuera de la zona), Vichuquén y Lora.
Basta imaginar el aspecto de la zona en esos años y sus
medios de comunicación, para comprender las inmensas difi¬
cultades que habrían de afrontar estos doctrineros para
cumplir su misión en todos los caseríos a su cargo, y la extra¬
ordinaria dureza de su oficio. A fray Leoncio de Toro le era
preciso atravesar cerros y llanuras para trasladarse de Teno
y Rauco, a Gonza y Mataquito. Lobera debía internarse en
serranías peligrosas y casi impenetrables para llegar de Lora
a
Vichuquén, y luego atravesar el caudaloso Mataquito para
llegar hasta Huenchullami.
Los indios de estos pueblos estaban obligados a pagar un
tributo especial para el mantenimiento del cura doctrinero.
En las encomiendas de Mataquito y Peteroa, por ejemplo,
los indios estaban gravados, según la tasa de Gamboa, con
dos pesos cada uno al año
para los gastos generales, entre


87 —
los cuales se incluía el pago de Doctrinero, Corregidor y Ad¬
ministrador.
presbítero don Diego de Lobera recibía una asignación
El
de setecientos veinte pesos en oro ycomida, la más alta asig¬
nación de doctrinero en todo el país, lo que revela la impor¬
tancia que lian debido tener aquellos caseríos. Fray Leoncio
de Toro tenía un salario de trescientos treinta pesos, que era
también uno del país.
de los mayores
ElObispo Medellín, al dar cuenta al Rey en 1585 del es¬
tado de las doctrinas, se queja con justicia del enorme trabajo
de los doctrineros, haciendo notar que cada sacerdote tiene
a su cargo muchos "lugariílos", apartados en mucha distan¬

cia los unos de los otros.


Con el de los años estas dificultades, lejos de dis¬
correr

minuir, acrecientan más aún, debido ai fenómeno del des¬


se
plazamiento de los indios. Los encomenderos y los terrate¬
nientes empezaron a sacar indios de los pueblos para trasla¬
darlos a las estancias, y entonces el recorrido de los doctri¬
neros se hizo más extenso, pues debieron llegar también
hasta las estancias en donde se encontraban indios.
Hay un documento de 1641 que nos arroja bastante luz
a,cerca del estado de las doctrinas en esa fecha. Fray Gaspar
de Villarroel, dirigiéndose al Rey de España, le dice lo si¬
guiente: "Fuéronse poblando estancias conforme las nece¬
sidades de sus dueños. Repartiéndose en ellas los indios no
dejaron los curas el cuidado de ellos; con que el clérigo cuya
feligresía tenía por término un pueblezuelo de cuarenta cho¬
zas, se halló obligado a administrar sacramento' a 50 indios
esparcidos de 4 en 4, a ocho y diez leguas de distancia en 50
casas, con que hay doctrinas de 40 leguas. El estipendio ta¬
sado para cada cura son dos pesos y dos reales de cada indio;
éstos se pagan de lo que al indio le han de pagar por su tra¬
bajo. Hay muchas doctrinas de 30 indios y otras de menos,
esparcidas en diez o doce estancias, a cuatro y cinco leguas
unas de otras; las cuales todas ha de visitar el
clérigo para
enseñar la doctrina cristiana en cada una, para decir dos o
tres misas los días de fiesta, habiendo, caminado después de
dichas ellas, siete u ocho leguas antes de comer, para con¬
fesar, olear, bautizar y desposar, y esto a 200 ó 300 perso¬
nas, negros, mulatos, mestizos y españoles dueños de estan-


88 —
cia, y a todos éstos se administra a costa de los 30 indios. Y
el triste cura arriesga ahogarse cada día por sesenta pe¬
en
sos en el año. De esta parte son las doctrinas de Melipilla,

Limache, Longomilla. Cauquenes, Lora y otras".


El colorido, el realismo y la dureza de este cuadro pinta¬
do por Villarroel, hacen innecesario cualquier comentario
Por estos mismos años, la estructura de las doctrinas y
el agrupamiento de les caseríos habían variado totalmente.
Por otra parte, la estrechez de la remuneración de los doc¬
trineros a que se refiere Villarroel no era igual en todos los
pueblos de la zona, pues había algunos que ya disfrutaban de
censos para el servicio de doctrinero.

Las doctrinas que existían en esa época en la zona eran


las siguientes:
Peteroa, con los pueblos de Peteroa, Gualemo, Mataquito
icon doscientos diecisiete pesos en censos), Gonza (con cien¬
to setenta y dos) y Paniagüe.
Lora, con los pueblos de Lora (avaluado en sesenta pesos
para este aspecto) ; Vichuquén (con setecientos cincuenta y
siete pesos de censo) ; y Huenchullami. En 1646 estaba fusio¬
nada con la doctrina de Peteroa, por lo reducido de su esti¬
pendio.
Chiníbarongo, con los pueblos de Nancagua, Teno (con
tres mil cuatrocientos ochenta y ocho pesos y siete reales en
censos), y Rauco (despoblado y con 3.471 pesos de censos).
d) Los primeros conventos y parroquias.—Con el andar
de los años, los oratorios particulares y los curas doctrineros
fueron insuficientes para la atención religiosa de la zona, por
el aumento de la población
y por la disgregación de los in¬
dios. Pe hizo sentir la necesidad de una acción de la Iglesia,
más organizada y más regular, naciendo así, los conventos
y las parroquias, que constituyeron un nuevo paso, y muy
eficaz, de la Iglesia Católica en pro de la colonización de
Curicó. ' —h—it"'"'
Las leyes de Indias habían establecido terminantemente
Que en
ninguna localidad debieran establecerse a un mismo
tiempo convento y parroquia. "En los pueblos y reducciones
de indios donde hubiere monasterio y estuviere la doctrina
encargada a religiosos, dice la ley primera, título 13 de la Re¬
copilación de Indias, no propongan curas clérigos hasta que
otra cosa se provea". Y agrega la ley segunda: "Donde hu¬
biere clérigo puesto por el arzobispo u obispo, no se
cura

funde monasterio de ninguna orden .

Pero Tas leyes'que se'hacían en España se consumían en


la maraña exuberante de las Indias, y raras veces eran cum¬
plidas toda su integridad. Así, el espíritu religioso y la
en
dureza de la colonización, tuvieron más fuerza que la pro¬
hibición legal, V nacieron conjuntamente conventos' y parro¬
quias en las mismas localidades. El convento franciscano de
San Pedro de Alcántara se formó en terreno jurisdiccional de
la parroquia de Vichuquén. La "doctrina" de Chimbarongo y

luega la parroquia tenían su campo de acción donde ya exis¬


tía un convento mercedario; y la parroquia de Curicó (la
mencionamos aun cuando su nacimiento es posterior a la era
de colonización) se formó donde ya ejercía ministerio un con¬
vento franciscano.
La primera iglesia de naturaleza permanente que ejerce
ministerio en zona curicana es el convento mercedario de
Chimbarongo, emplazado hacia el norte del pueblo de Teno.
Fue establecido en 1612, bajo la advocación de San Juan-
Bautista, en tierras donadas por don Juan Báutista de Porras.
Antes de su establecimiento, la zona de Curicó carecía
por entero de servicio religioso permanente y regularizado.
Solamente actuaban, recorriendo serranías y valles, los esfor¬
zados curas doctrineros; y, acaso, el problemático oratorio de
la encomienda de Juan de Cuevas, en Vichuquén.
El convento mercedario de Chimbarongo, con iglesia es¬
tablecida y con servicio religioso permanente, desarrolló efi¬
caz labor en la región y fue recibido con
general beneplácito
por todos los moradores.
En Teno y Rauco, en la isla de Curicó
y en la zona del
Mataquito, los habitantes recurrieron al convento merceda¬
rio para sus servicios religiosos, y son muchos también los
que buscaron en él lugar, seguro para sus sepulturas. El te¬
rrateniente de Lora don Jacinto de Zárate
y Bello, y el de
Teno don Sebastián de la Raigada
(Arriagada), para no ci¬
tar otros, fueron sepultados en este convento. "Es mi volun¬
tad que cuando la voluntad del Señor fuere servida llevarme
de la presente vida a la eterna, mi
cuerpo sea enterrado en
la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes de San Juan


90 —
Bautista de Chimbarongo", es cláusula usual en el testa¬
mento de muchos viejos curicanos.
El convento mercedario de Chimbarongo fue la base que
dio nacimiento al pueblo del mismo nombre, que, aunque si¬
tuado fuera de los términos de la provincia de Curicó, lo
mencionamos aquí para recalcar un fenómeno que se exte¬
riorizó en toda la región.
Estuvo ubicado primitivamente este convento casi en el
deslinde mismo de la actual provincia de Curicó, tres kiló¬
metros hacia el poniente de la estación de Quinta, en el lugar
que hoy día se llama Convento Viejo. A su alrededor se fue
agrupando en forma natural un apreciable caserío, que, con
alternativas de diversa especie, habría de convertirse en el
pueblo de Chimbarongo.
En 1627, el Gobernador don Luis Fernández de Córdoba
quiso fundar una villa en el valle de Colohagua, probable¬
mente junto al convento de Chimbarongo; pero no pudo
hacerlo, porque en esa misma época llegó una Real Cédula
desde España, prohibiendo la fundación de ciudades o villas 1
sin expresa orden del Rey.
En 1660 se estableció por los mismos parajes una nueva
parroquia, que primero se llamo de Chimbarongo y luego de
San José de Toro, parroquia que significa un nuevo paso
para la formación del pueblo. Estaba ubicada a cuatro kiló¬
metros de distancia del convento mercedario, en el lugar que
hoy día lleva el nombre de San José de Toro.
El Gobernador don Martín de Mujica, que gobernó el
Reino de Chile entre los años de 1646 y 1650, intentó también
fundar una villa en el valle de Colchagua; pero fracasó por
la misma razón que Fernández d eCórdoba.
Finalmente, el Gobernador Marín de Poveda, cuyo Go¬
bierno abarcó de 1692 a 1700, logró fundar la villa de Chim¬

barongo junto al convento mercedario, en 1695 ; pero aquella


villa no prevaleció. Carvallo Goyeneche, que escribe a fines
del siglo XVni, dice que no hay memoria de ella.
Sin embargo, con el correr de los años, la influencia se¬
cular irradiada por el viejo convento mercedario, terminó por
dar nacimiento al
pueblo de Chimbarongo. Y, fenómeno cu¬
rioso, los tres elementos que contribuyeron a su nacimiento
(el convento, la parroquia y el caserío espontáneo) termina-


91 —
ron por agruparse (la Parroquia sólo en el siglo XIX), de¬
jando sus emplazamientos primitivos, para forjar en forma
definitiva el actual trazado del pueblo de Chimbarongo.
En l.as serranías de Viohuquén, en medio de la pobla¬
ción indígena dispersa y numerosa, nace la segunda iglesia
permanente y organizada de la zona curicana. La acción del
cura doctrinero ya no fue suficiente para atender la zona; y

se creó entonces la parroquia definitiva de Vichuquén, se edi¬

ficó una iglesia y se nombró cura párroco.


No hay constancia del año preciso de la creación de esta

parroquia; pero documentos de la época nos permiten deter¬


minar el período en el cual ha debido ser fundada. En 1643,
según un informe de fray Gaspar de Villarroel, Vichuquén,
junto con otros pueblos de indios, integraba la "doctrina de
Lora", atendida por un cura doctrinero; y en 1658, ya apare¬
ce un curapárroco propio de Vichuquén. Ein consecuencia,
la parroquia ha debido necesariamente ser fundada entre los
años de 1646 y 1658.
El territorio jurisdiccional de esta parroquia abarcaba un
extenso sector de la zona costina, que se llamaba "doctrina
de Vichuquén" o "doctrina de las salinas". El primer cura
párroco parece haber sido don Martín de Oyarzún. La prime¬
ra iglesia para el funcionamiento de la
parroquia fue edifi¬
cada en forma ligera, con material no muy sólido,
y fue así
cómo temblores de la época la destruyeron casi por entero.
El cura Oyarzún en 1659 hizo una presentación, solici¬
tando socorros para el ejercicio de su ministerio. Dice
que la
iglesia se encuentra ya destruida por la acción de temblores
de años anteriores y que carece de ornamentos,
cálices, cris-
teros y misales. Su petición fue debidamente atendida
y pu¬
do, así, dificar la iglesia y dotarla de los ornamentos y objetos
sagrados de que había menester, Estas primeras iglesias y la
casa habitación del párroco fueron coñstruidas en el actual

emplazamiento de la casa del párroco.


No se conserva en los libros
parroquiales de Vichuquén
documentación de los primeros años. El
registro de defuncio¬
nes está iniciado en 1683;
y el registro de bautizos, sólo en
1723. Son realmente extraordinarias las
primeras partidas
asentadas en esos registros, que por
reflejar el múltiple y
vivo colorido de la época, deseamos transcribir.


92 —
Dice la primera partida de defunción, fechada en 1683:
"Enterré el cuerpo de Pascuala, hija legítima de Juan e Isa¬
bel, india de encomienda del capitán don Diego Montenegro,
de edad 40 años y poco más. Feo. Sarabia, cura." Y dice la
primera partida de bautizos: "Español pardo. En Vichuquén,
en siete días del mes de noviembre del año 1723, el Licen¬

ciado don Gaspar Marchán bautizó, puso óleo y crisma a


Julián, de la doctrina, de edad de un mes, hijo legítimo del
teniente don Pedro Pardo y de doña Juliana Marín. Fueron
padrinos don... (ilegible) de Contreras y María Bisquert, de
que doy fe, Peredo".
La nueva parroquia fue dotada con una hermosa ima¬

gen de la Virgen, tallada en madera, que .constituye un va¬


lioso exponente de la imaginería quiteña, y que hasta hace

poco se conservó en los altares parroquiales.


Alrededor de esta imagen se ha tejido un rara leyenda,

que la tradición ha conservado hasta nuestros días. Se dice


que recién traída a Vichuquén, fue colocada en uno de los
altares de la iglesia; y que, al día siguiente, con gran sor¬
presa del párroco y de los fieles, no fue encontrada en el lu¬
gar donde se la dejó. Fue buscada empeñosamente por los
alrededores, y un indio logró encontrarla en medio de una
quebrada de los cerros vecinos. Llevada de nueva hasta el
altar, desapareció por segunda vez y fue también encontra¬
da en los cerros. Como el mismo hecho acaeciera por tercera
vez, comprendieron los vecinos que la Virgen no había sido
llevada hasta la iglesia a su satisfacción. Entonces los indios
organizaron una solemne ceremonia y la trasladaron en pro¬
cesión desde la montaña hasta la iglesia, llevando trajes típi¬
cos y bonetes,
y en medio de cánticos y rituales primitivos.
Desde entonces, la imagen no abandonó más los altares.
Esta leyenda quedó tan adentrada en el espíritu de la
población, que año tras año se siguió realizando la misma
ceremonia, con todo su ritual pagano de origen incaico; y,
aún, ha sido conservada hasta no hace muchos años.
Una imagen de la Virgen, tallada en madera, y del mis¬
mo
tipo y época de la de Vichuquén, se conserva también en
1.a parroquia de Curepto y en la capilla de Lora. Lo extraor¬
dinario es que están aureoladas con la misma leyenda, con
leves variantes.


93 —
El aumento de la población española y el afincamiento
definitivo de muchas familias, aumentó en forma considera¬
ble la importancia de la parroquia de Vichuquén. Ejercía
funciones en forma activa en toda la región, y estableció vi-

ceparroquias en diversas localidades. Contribuyó eficazmen¬


te al progreso de la zona y constituyó un factor de estabili¬
dad para los grupos humanos.
La primera viceparroquia dependiente de la parroquia
de Vichuquén fue la de Nuestra Señora de las Nieves, ubica¬
da en las proximidades de Vichuquén, pero fuera de los lími¬
tes actuales de la provincia de Curicó. La capilla que allí se
edificó fue llamada posteriormente "capilla de las Paredes",
y dió origen a la parroquia y al pueblo de Paredones, forma¬
dos en el último tercio del siglo XVIII.
En el pueblo de Lora se estableció también viceparro¬

quia desde los primeros años. La capilla fue construida en


pleno valle, a no mucha distancia del río Mataquito y en me¬
dio de tierras de cultivo. En los años de la colonización, el
pueblo de Lora tuvo, durante algún tiempo, cura permanente
para la atención de su viceparroquia; y así, en un viejo pla¬
no del pueblo de Lora de 1629, figura la casa en que vivió el

cura, emplazada en los primeros faldeos de los cerros. Pero


lo ordinario fue que esta viceparroquia fuera atendida por el

párroco de Viohuquén.
■Hubo épocas en que esta capilla fue enteramente aban¬
donada; y así, uno de los encomenderos del pueblo llegó al
extremo de tomar posesión del edificio de la capilla para ins¬
talar en él una curtiduría.
En la capilla de Lora fue venerada también una imagen
quiteña de la Virgen, que, como hemos visto, se conserva
también hasta hoy día y está también aureolada con una le¬
yenda semejante a la de Vichuquén. Aquí la imagen no ha¬
bría sido traída por los españoles sino encontrada por un mi¬
sionero en medio de los indios, que la veneraban, y llevada
por él a la capilla; pero desapareció una y otra vez, hasta que
los indios, en medio de solemne procesión, la llevaron al al¬
tar. En recuerdo de este hecho, hasta no ha mucho se rea¬
lizó en Lora una típica procesión con vestigios del ceremo¬
nial incaico, en la que había algarabía de danzas, cantos, bo¬
netes y vestimentas extrañas.
La tercera
viceparroquia fue establecida en el convento
franciscano de San Pedro de Alcántara, y data de 1717.
La cuarta, fue la del pueblo indígena de Gonza o La
Huerta. Se construyó allí una capilla para el servicio de sus
moradores, pero fue mal atendida y terminó por desaparecer
completamente. Las tierras en que estaba ubicada la capilla
fueron concedidas a don Juan
Garcés, en 1745, y pasaron a
formar lo que se llamó después Fundo Remolinos. Muchos
años después, en 1771, al hacerse la matrícula de los indios
del pueblo de la Huerta, se hizo esta amarga anotación: "Di¬
cen los indios que hubo capilla en el pueblo, pero al presente

no hay y sólo han señalado el lugar donde estaba, en las tie¬

rras de que actualmente goza don Jacinto Garcés".

En el pueblo indígena de Quelmen, formado con indios

que se trajeron de Arauco, no hubo capilla en los años de la


colonización. Sólo fue establecida más tarde por el cura de
Vichuquén, don José de Maturana.
La acción de la parroquia de Vichuquén se extendió,
pues, considerablemente en estos años; y no sólo se desarro-
lió en la iglesia matriz y en las viceparroquias, sino también
en oratorios
particulares, de los cuales el más connotado fue
el establecido en la estancia Peraíillo. Su labor no fue sólo
de carácter espiritual, sino que contribuyó también al pro¬
greso material de la región, especialmente con su contribu¬
ción al nacimiento de la aldea de Vichuquén.
No hay constancia completa de todos los párrocos que
tuvieron a su cargo esta Parroquia de Vichuquén; pero, ha¬
ciendo recuento en algunos documentos, podemos señalar en
la época colonizadora, de entre ellos, los siguientes:
1658: Martín de Oyarzún.
1683: Francisco Sarabia.
1712: Juan de Silva.
1723-34: Peredo.
Con la Parroquia de Vichuquén toda la región costina
de Curicó disfrutó de servicios
parroquiales organizados; pe¬
ro en la región central (isla de Curicó y valle de Teno), no
sucedía lo mismo. El convento mercedario de Chimbarongo,
sin ser
parroquia, sólo tenía una acción restringida, y la pa¬
rroquia más cercana, la de Nancagua, no alcanzaba a ejercer
acción ninguna.


95 —
Así se hizo necesario el nacimiento de una nueva parro¬
quia, y se creó la de Chimbarongo, segregada de la de Nan-
cagua y que más tarde se llamó de "San José de Toro", por
el apellido del estanciero comarcano don Andrés de Toro Ma¬
zóte, dueño de la estancia de San José de Chimbarongo. Fue
creada en 1660, y su iglesia se edificó a cuatro kilómetros de
distancia del convento mercedario, en lo que hoy se llama
San José de Toro.
Su radio de acción incluía el valle de Teno y la isla de
Curicó; y era, así, muy semejante a la antigua "doctrina de
Chimbarongo", cuyo doctrinero tenía a su cargo los pueblos
de Teno y Rauco. El párroco debía visitar de vez en cuando
el territorio de su parroquia. Llegaba a Teno y Rauco con
cierta frecuencia; pero a la Isla de Curicó sólo de vez en
cuando, pues para llegar a ella debía atravesar el río Teno,
en esaépoca inabordable durante gran parte del año. Por lo
general, el párroco de Chimbarongo ejercía sus funciones en
los distintos oratorios de los estancieros, cuya existencia en
esta época ya hemos conocido.
Del nombre de esta parroquia nació más tarde el nom¬
bre de la villa de Curicó (San José de Buenavista de Curicó),

y el de su parroquia, creada también bajo la advocación de


San José.
Indudablemente, la zona de Teno y Rauco, o sea, toda
la margen norte del río Teno, ganó considerablemente con
la creación de la parroquia de Chimbarongo.
La zona del sur, o sea, la isla de Curicó, aun cuando en

parte mejoró su situación, no obtuvo sin embargo un cambio


muy apreciable, pues la barrera del río Teno hacía imposible
una atención regular por parte del
párroco. Hay un docu¬
mento de la época que nos dice que sólo una vez al año lle¬
gaba el párroco de Chimbarongo hasta la Isla de Curicó. Es¬
te documento es la Real Cédula de 1736 que autorizó la crea¬
ción del convento franciscano de Curicó, y dice así en su par¬
te pertinente: "la distancia de diez leguas en que se halla el
cura de Chimbarongo, a que está anexo el citado
pueblo de
Curicó y la situación entre dos ríos nombrados Teno y Lon-
tué, cuyas caudalosas corrientes hacen impracticable al pá¬
rroco el paso y cumplimiento de su ministerio, privándose
por esto a aquellos vecinos de poder oír misa y recibir los San-


96 —
tos Sacramentos, cuyo consuelo logran solamente ' una vez al
año y esto a costa de exponer su vida el cura". Indudable¬
mente, el cuadro que pinta este documento es valedero sólo
en cuanto se riefere a la labor del párroco de Chimbarongo

y no en cuanto a la atención religiosa misma de los vecinos


de Curicó, ya que los estancieros que tenían oratorios pro¬
porcionaban a los comarcanos una atención religiosa mucho
más frecuente, y alguna labor desarrollaban también los
mercedarios de Chimbarongo. Pero, sea como fuere, con la
creación de la parroquia de Chimbarongo la zona curicana
contó ya con servicio religioso organizado, bueno o malo, que
la abarcó en toda su extensión : la zona de la costa con la
parroquia de Vichuquén; el valle de Teno y la Isla de Curi¬
có,con la de Chimbarongo.
Por los años de 1691 se establece en la zona la cuarta

iglesia organizada, con acción


en Curicó.
A veinte kilómetros hacia el noreste de Vichuquén, lle¬
gan algunos recoletos franciscanos a establecer un hospicio.
La hermosura del paisaje del lugar en que se establecen es
original: las montañas costinas se alternan con fértiles va¬
lles, y por en medio de todo corre un pintoresco arroyo, que
más tarde habrá de llamarse de Las Garzas.
Los vecinos llaman al
paraje "San Antonio de Quen-
quén". El año anterior, la estanciera doña Francisca Muñoz
de Gormaz hizo donación de cuatro cuadras regadas a la re¬
ligión de San Francisco "para que puedan hacer una casa de
misión para que los fieles tengan el pasto espiritual en estos
parajes",
El padre Bernardo de Hormeño, comisionado por la con¬

gregación, llega con algunos religiosos en 1691 y erige en los


terrenos donados, el hospicio franciscano de San Pedro de
Alcántara. No es, pues, un convento el que se levanta. Es so¬
lamente un hospicio, o sea, una hospedería para el aloja¬
miento de los religiosos que van en tránsito hacia los conven¬
tos de Concepción
y Chillán, el presidio de Valdivia o las mi¬
siones del sur (Tucapel, Maquegua, Peñuelas o Raquilgüe).
En esta forma, suele haber en San Pedro de Alcántara algún
religioso para su atención, y también permanecen allí algu¬
nos días los
que van en tránsito hacia el sur, para reponerse
de las
fatigas del viaje en aquel paraje de paz, en medio de las

97 —
montañas. Unos y otros prestan, durante su permanencia,
servicios religiosos a los comarcanos.
Veinte años transcurren en estas condiciones. Los veci¬
nos de San Antonio de Quenquén, paraje que ha empezado
a tomar el nombre Hospicio (San Pedro de Alcántara),
del
valorizan la importancia que la religión de San Francisco
tiene para ellos y piden que en lugar del hospicio se erija un
convento. Su deseo es vehemente y sincero, pues ofrecen li¬
mosnas para levantar una buena iglesia y monasterio, y pa¬

ra mantener doce religiosos.

general de San Francisco en Chile, Francisco


El síndico
tíe Aragón, hizo eco de este deseo y pidió a la Real Au¬
se
diencia que el hospicio de San Pedro de Alcántara se erigie¬
ra en convento, juntamente con el hospicio de Unihue, ubi¬

cado también en el Partido del Maule. Esto suecede en 1711.


Desgraciadamente se hizo también una petición semejante
para el hospicio de Mendoza, el cual había sido ordenado de¬
moler por Real Orden de 1703, por haberse erigido sin auto¬
rización del Rey. En igual situación, o sea, sin autorización
real, están los hospicios de Alcántara y de Unihue, y esto
da motivo para que la Real Audiencia, basándose en la or¬
den real que manda demoler el hospicio de Mendoza, ordene
ahora (1714) la demolición de los tres hospicios.
muy fácil imaginar el desconcierto que esta orden
Es
habría de producir en la congregación de San Francisco y
entre los vecinos de San Pedro de Alcántara. Unos y otros,
esperaban que el hospicio sería convertido en convento, pues
habían quedado comprobados sus buenos servicios en una
información de testigos tomada por el cura de Vichuquén;
pero en íugar de ello la Real Audiencia ordenaba su demo¬
lición.

Se hacendesesperados esfuerzos para impedir que esto


se consume. El síndico
Aragón pidió que esta orden de de¬
molición fuera suspendida "con cargo de alegar en forma la
defensa de dicho convento". El provincial de la Orden hace
llegar hasta el Rey la reclamación y alega en su defensa que
el consentimiento real es necesario para crear un convento,
pero no un hospicio. Finalmente, Felipe V, en 1717, ratificó
la erección de los hospicios de Mendoza, Unihue y Alcántara,


98 —
Y"

y consintió en que ellos fueran erigidos ahora como conven¬


tos.
Se inicia unasegunda época para San Pedro de Alcán¬
tara; y es ahora cuando mayores servicios presta a la región.
Ccn el rango de convento y contando con el apoyo de los ve¬
cinos, se construye una buena iglesia; y se establecen allí en
forma permanente algunos religiosos. Los vecinos de la co¬
marca, que no podían ser atendidos debidamente por la pa¬
rroquia de Vichuquén, a veinte kilómetros de distancia, ni
por los servicios intermitentes del antiguo hospicio, tuvieron
ahora atención esmerada del convento franciscano.
La acción quedesarrolló en la zona fue importantísima;
y actuó con carácter de Vice Parroquia, dependiente de Vi¬
chuquén. Los vecinos contribuyeron con limosna, censos y
capellanías a su mantenimiento, y hubo muchos vecinos de
importancia que encontraron en él sepultura para sus restos.
Cuando el hospicio se convirtió en convento, muchos ve¬
cinos de la zona construyeron casa en sus alrededores; y así,
en forma espontánea, se fue formando a su vera un caserío,

que dió origen al pueblo que hasta hoy día se llama San Pe¬
dro de Alcántara. De la misma época datan las hermosas
plantaciones de palmas conservadas en el pueblo hasta hoy,
y que le dan un aspecto peculiar. También contribuyó el con¬
vento al progreso material, pues adquirió propiedades agrí¬
colas en las vecindades, como la estancia de Guiñe, vecina a
las tierras de don Cayetano Correa.
El convento de Alcántara tuvo una larga vida, pero no
alcanzó a llegar hasta nosotros. Hoy día conserva el conven¬
to franciscano de Santiago, como recuerdo suyo, un curioso
timbre metálico que usaba para sus actuaciones, hecho en
relieve^ y que se aplicaba sobre resina de pino colocada en el
papel. Tiene en medio la imagen de San Francisco y rodeán¬
dola una inscripción que dice: "Sigil Sanct Petrid Alcánta¬
ra" (sello de San Pedro de Alcántara).
El
lugar en que se ubicó este convento está fuera de los
límites de la actual provincia de Curicó. Lo hemos mencio¬
nado, no obstante esto, por la irradiación notable que ejer¬
ció sobre ella
y porque en sus claustros tuvieron sepultura
antiguos curicanos de la zona costeña.
Llegamos así a la quinta y última iglesia que actuó en

99 —
esta época sobre la zona curicana: el convento franciscano
de Curicó.
España en 1570. Un vecino de
Sil historia se inicia en
Mata de Monteagudo, llamado Diego de Prado, desenterran¬
do los viejos cimientos de un edificio en un campo llamado
La Velilla, encontró una imagen de la Virgen, que llevó has¬
ta su casa. Fue venerada en forma especial y adquirió fama
de hacer milagros. Se cuenta que la propia esposa de Diego
de Prado obtuvo en forma milagrosa su mejoría de grave en¬
fermedad; y que este hecho lo movió a erigirle primero una
ermita y luego una iglesia.
Años más tarde se trasladó a Indias un descendiente de
Diego de Prado, llamado Manuel Díaz Fernández. Llegó pri¬
mero a México, luego al Perú y, finalmente, a Santiago de
Chile.
La tradición de aquella imagen de la Virgen encontrada
en La Velilla, conservada intensamente a través de los años,
había llegado hasta Díaz Fernández con todo su vigor. De¬
sea perpetuarla en estas tierras nuevas y hacer que aquí se

venere también. Así, concibe la idea de erigir un convento


para tal efecto.
En la congregación franciscana halló su idea amplia
acogida, y se señaló la Isla de Curicó como emplazamiento
para la núeva iglesia. De documentos que se conservan en el
archivo franciscano se desprende que se consideraba al Par¬
tido del Maule, al que la isla de Curicó pertenecía, como "la
parte que más carece de pasto espiritual de todas cuantas
jurisdicciones y partidos tiene este Reino" ; y que la Isla mis¬
ma de Curicó, no obstante su población calculada en cuatro

mil personas, carecía de beneficio espiritual "por la gran dis¬


tancia de la residencia del párroco y otros gravísimos acci¬
dentes".
El obispo de Santiago, don Juan de Sarricolea
y Olea, an¬
te estas razones, que aunque exageraban mucho,
t^enían tam¬
bién mucho de verdad, autorizó el 20 de octubre de 1734 la
erección de este convento en concede
la Isla de Curicó. "Se
licencia, dice el documento correspondiente, para que los pa¬
dres de la Recoleta de San Francisco de esta ciudad
puedan
hacer en el referido paraje una casa de oficio en
que puedan
estar y habitar dos o tres religiosos sacerdotes,
por modo de


100 —
misioneros, y que puedan tener y tengan un oratorio o capi¬
lla moderada con una sola campana pequeña con que pue¬
dan hacer señal para las misas". El lugar de su ubicación
lo señala esta licencia "en la isla que hacen los dos ríos de
Teno y Lontué, nombrada de Curicó en lengua de indio y en
la de español San José de Buena Vista".
Era necesaria también la autorización de la autoridad
civil, tal objeto el Procurador General de San Francis¬
y con
co se dirigió a la Real Audiencia demandando de ella autori¬
zación "por lo que mira a la jurisdicción real". La Real Au¬
diencia envió la petición en 1735 al Consejo de Indias, y el
Rey de España, por Real Cédula firmada en San Ildefonso
en 31 de agosto de 1736, dió también su autorización. "He
resuelto conceder, dijo, a dicha religión de San Francisco del
Reino de Chile la licencia que solicita para dicha fundación
del convento de recoletos en el citado lugar de Curicó, con el
título de Nuestra Señora de la Velilla".
Los franciscanos iniciaron su obra antes de obtener la
aprobación real y antes de la licencia del Obispo, tomando
en cuenta, sin duda, la
pasmosa lentitud de las comunicacio¬
nes en
aquella época.
Cuando todavía el Obispo no había concedido su licen¬
cia, partió desde Santiago de Chile el Padre Gaspar R-eyero
y un hermano lego que lo acompañaba. Hicieron el trayecto
montados en muías
y llegaron hasta la Isla de Curicó, bus¬
cando un sitio adecuado para la fundación del convento fran¬
ciscano.
El
padre Reyero se sintió atraído por el paraje llamado
entonces Carrizal, ubicado al oriente del cerro de Curicó, y
allí pensó ubicar el convento;
pero pronto llegaron desde
Santiago otros dos padres que se hospedaron en Tutuquén,
en casa de don Francicco de
Iturriaga, lo que movió a éste y
a los vecinos de
Tutuquén a pedir que el convento se erigie
se en
aquel lugar. Los vecinos del Carrizal, por su parte, apo¬
yaban al Padre Reyero. La controversia fue llevada al pro¬
vincial de la Orden, que en esos días se encontraba en Ma-
íloa, y en definitiva se acordó que el convento se estableciera
en el Carrizal. El fundador, don Manuel Díaz Fernández, se
nnpuso de que el lugar elegido no era, en realidad, el más
apropiado para el convento, y después de algunas gestiones

101 —
obtuvo que se ordenara construirlo en el lugar designado por
.Iturriaga, hacia el lado de Tutuquén.
Don Francisco de Iturriaga y sus liijos Agustín y José,
por escritura firmada en febrero de 1735, donaron diez cua¬
dras y un regador de aguas para la fundación del convento.
Estas cuadras provenían del antiguo título de Bernabé Mon¬
tero y están individualizadas por Iturriaga, diciendo que ellas
se encuentran "junto a la capilla y de mis casas antiguas".

En estas tierras deIturriaga, en lo que hoy se llama


"Convento Viejo", fue construido el templo franciscano, que
quedó erigido con el nombre de "Nuestra Señora de la Veli-
lia y el Santo Cristo del Amparo y San Juan de Prado".
En abril de 1735, en presencia de su fundador don Ma¬
nuel Díaz Fernández, el convento fue inaugurado solemne¬
mente. Díaz Fernández fue
siempre generoso para con el
convento. Hizo primero una limosna de diez mil pesos, airo¬
sos pesos de aquellos años lejanos, que sirvieron para la edi¬

ficación; y luego, en su testamento, otorgado en 1737, le hizo


nuevas y valiosas asignaciones, entre ellas una imagen de la

Virgen de la Velilla, ricamente alhajada, que fue llevada al


Convento y que aún hoy día se conserva en él.
Los primeros años de vida del convento fueron de conti¬
nua lucha contra la adversidad. Parecía como si una fuerza
misteriosa quisiera poner a prueba la solidez de la nueva
obra, llamada a desempeñar una misión trascendental. En
1738, un incendio que se propagó rápidamente destruyó casi
enteramente la iglesia y el convento, logrando salvarse, afor¬
tunadamente, la imagen de la Velilla y valiosos ornamentos.
De inmediato, Díaz Fernández
proporcionó la ayuda necesa¬
ria y pudieron empezar a edificarse de nuevo. En 1739, un
nuevo incendio destruyó gran
parte de los trabajos que se es¬
taban realizando y mucho material que se había acumulado
para los trabajos; pero Díaz Fernández concurrió de nuevo
con los auxilios necesarios
y la edificación pudo terminarse
definitivamente.
Porfin, los habitantes de la Isla de Curicó contaron con
una iglesia establecida dentro de sus linderos, y con atención
permanente. - - - . —
En el lugar donde el convento se estableció había un

pequeño caserío formado espontáneamente por los vecinos


102 —
comarcanos. En medio de él, los franciscanos constituyeron
una nota de típico y vivo colorido español. La iglesia era de
reducida extensión: 30 o 35 metros de largo por doce de an¬

cho; una sola campana en medio de un pequeño torreón da¬


ba la señal para las misas; y no más de tres padres estaban
a cargo de los servicios religiosos.
La imagen de la Virgen de la Velilla, como patrona del
convento, era venerada con especial devoción. Ricamente al¬
hajada por su donante. Díaz Fernández, con vestimentas de
brocado, blancas, azules y nacaradas, ha contemplado, desde
entonces hasta ahora, toda la vida del convento franciscano

y de la Villa de Curi'có, que a su lado nació y a su lado ha


crecido.

El papel que este convento desempeñó en la zona es de


inmensa importancia.
La pequeña iglesia, instalada en medio de ese caserío in¬
cipiente, irradió su acción por toda la zona. Prestó servicios
religiosos en forma permanente; sirvió de viceparroquia al
curato de Chimbarongo; abrió una escuela de primeras letras
en 1737 ;
y en los terrenos vecinos un cementerio para dar se¬
pultura a los vecinos, a más de los que eran recibidos en el
templo mismo.
Los recoletos franciscanos fueron recibidos en la comar
ca con vivo
regocijo, pasando a ser en ella figuras populares
y queridas. Bien pronto recibieron nuevas donaciones y lo¬
graron formar una finca de cincuenta cuadras en las cerca¬
nías del convento, y se confundieron totalmente con la vida
regional.
El caserío en el cual se establecieron fue creciendo poco
à
poco, alentado por la presencia del convento, hasta tomar
contornos de aldea. De allí habría de salir con los años la vi¬
lla de Curicó. En esto está el mejor aspecto de la obra colo¬
nizadora de la iglesia en zona curicana. Iniciada con los pri¬
meros curas doctrineros se fue haciendo cada vez más eficaz,
Hasta culminar en la formación de este germen de la villa de
Curicó. Al convento franciscano le cupo la gloria de vivir la
última etapa de labor colonizadora de la iglesia; y, por eso,
en medio de la obra
grande y total que la iglesia católica des¬
arrolló en zona curicana, la del convento franciscano resalta


103 —
con caracteres especiales, que lo vinculan en todos los aspec¬
tos a las mejoras tradiciones de la villa y de la zona.

15—ORGANIZACION CIVIL Y MILITAR

a) Una necesidad social.— En medio de toda esta mara¬


ña de encomenderos y terratenientes; de curas doctrineros,
parroquias y conventos; de indios y de caseríos, surgió como
una necesidad social imprescindible la de imponer orden en¬

tre aquellos grupos, muchas veces divergentes, y en los cua¬


les chocaban distintos intereses y distintas concepciones es¬
pirituales y materiales
Así nació en la zona una organización civil y militar,
que tuvo por objeto regir las relaciones entre concomenderos,
terratenientes e indios; imponer respeto para la Iglesia, apo¬
yar los principios que ella defendía y ayudar al cobro de sus
tributos; imponer orden en los distintos grupos humanos; y
reafirmar los vínculos con la Corona de España en toda esta
nueva vida.
Lo propio ocurría todo el Reino de Chile y en toda
en
América. Cuando las tierras vírgenes se fueron cubriendo de
poblaciones, de estancias, de iglesias, de industrias, los espa¬
ñoles comprendieron la necesidad de una organización. Ini¬
ciaron en forma esta obra en la segunda mitad del siglo XVI.
El territorio de las Indias quedó dividido en secciones exten¬
sas, que se llamaron virreinatos, y en otras más pequeñas,
que se llamaron gobernaciones. La Gobernación, qn principio,
dependía de un virreinato, pero tenía en no poca parte de¬
pendencia directa de los Reyes de España, con quienes po¬
día entenderse cada vez que quisiera.
Chile fue erigido en Gobernación dependiente del verrei-
nato del Perú, y a su frente fue colocado un Gobernador o
Capitán General, que más tarde se llamó también Presidente,
porque presidía la Real Audiencia. Las atribuciones de este
funcionario eran amplias y se extendían desde el mando del
ejército y el reparto de tierras e indios, hasta la administra¬
ción de justicia y el patronato sobre la iglesia.
En general, virreinatos y gobernaciones vivieron en la
práctica dentro del más completo aislamiento unos y otros, y
entendiéndose directamente con el Rey, dentro de la tenden-

104 —
-cr¬

eíageneral en aquella época en que España vivía dividida en


Reinos. Así como en la Península había reinos distintos bajo
el gobierno de la misma Corona, en las Indias también hubo
distintos Reinos que obedecían a los Reyes de España; y así,
existió el Reino de Chile.
El territorio de este Reino de
Chile, aunque pobre, era
demasiado extenso para que un solo hombre pudiera gober¬
narlo. Fue, así, dividido en diversos partidos, frente
a cuyo
se puso un,corregidor, con atribuciones civiles, militares y ju¬
diciales y que, a más de corregidor, se titulaba justicia ma¬
yor y capitán a guerra.
Con las mismas finalidades de organización, fueron crea¬
dos los administradores de pueblos' indígenas y se echaron las
bases para los cuadros militares.
En esta forma, la zona curicana tuvo Corregidores, ad¬
ministradores de pueblo y cuerpos militares.
b) Los Partidos y los Corregidores—Dentro de este cua¬
dro general de la organización civil, la zona curicana quedó
repartida entre dos partidos o corregimientos, frente a cada
uno de los cuales hubo un Corregidor. Una línea imaginaria

de ocho leguas de largo, que empezaba por el oriente a dis¬


tancia de una legua hacia el sur del río Teno; luego el río
Teno mismo y por fin el estero Nilahue, constituían la fron¬
tera. Al norte de ella se formó el Partido de Colchagua, y al
sur, el Partido del Maule, ambos con extensos territorios, en
los cuales el sector curicano constituía sólo un pequeño re¬
tazo.
En esta
forma, los rancheríos indígenas de Teno y Rau¬
co; un gran retazo de la Isla de Curicó; las estancias y los
grupos circunvecinos de españoles, fueron regidos por el Co¬
rregidor de Colchagua. Y los rancheríos de Gonza, Mataqui-
to, Lora y Vichuquén; el resto de la Isla de Curicó; el con¬
vento de San Francisco; el hospicio de Alcántara; la Parro¬
quia de Vichuquén; la capilla de las Paredes y las estancias
y poblados de todo este sector, quedaron bajo la jurisdicción
del Corregidor del Maule.
No pocos de los corregidores fueron vivientes de la mis¬
ma zona,
propietarios de estancias qué residían en sus caso¬
nas de
campo el año entero y que desde allí ejercían sus fun¬
ciones. Sólo cuando más tarde se fundaron las villas de San


105 —
m

Fernando de Tinguiririca y de San Agustín de Talca, se es¬


tableció en ellas la cabecera del Partido y allí residió el Co¬
rregidor.
Los nombramientos corregidor eran hechos por un
de
período de un año. Sin embargo, lo ordinario era que perma¬
necieran en el cargo por períodos muy superiores, porque la
autoridad central no designaba reemplazantes.
primeros nombramients de corregidor para la zona
Los
fueron hechos en 1593 por el Gobernador del Reino don Mar¬

tín García de Oñez y Loyola. Para el Partido de Colchagua


fue nombrado don Alvaro de Villagra y para el Partido del
Maule, don Diego de Rojas. Estos son, pues, los primeros re¬
presentantes de una lejana autoridad que vienen a imponer
los cauces del orden en los conglomerados humanos en plena
formación de la zona curicana.
c) El Partido de Colchagua.— La línea imaginaria que
ya conocemos, al sur del Teno, el río Teno mismo, el estero
de Nilahue y la laguna de Cáhuil en que desemboca, son los
linderos que marcan el extremo sur del Partido de Colcha-
gue. En él queda incluido un gran pedazo de la zona curica¬
na, que ya conocemos, y toda la tierra colchagiiina con los
pueblos indígenas de Nancagua, Colchagua, Peumo, Ligüei-
mo, Pichidegua, Rapel, Mallogua Tagua-Tagua y Copequén.
El primer corregidor fue don Alvaro de Villa.gra
hijo na¬
tural del que fue Gobernador del Reino, don Francisco de
Villagra.
A contar desde él, los corregidores se suceden ininterrum¬

pidamente. He aquí su nómina:


.

1.—1593: Alvaro de Villagra.


2.—1594: Juan Pérez de Cáceres.
3.—1595: Francisco Pérez de Valenzuela.
4.—1595-1603: Diego de (Salas.
5.—1603-1605: Gonzalo Gutiérrez.
6.—1605: Diego Arias de Saavedra.
7.—1606 : Lorenzo Moraga.
8.—1607: Juan de Ibarra.
9.—1608: Francisco de Pan y Agua.
10.—1609: Martín de Zamora.
11-—1610: Carlos de la Cerda.


106 —
12.-1611-1612: Juan de Liberona.
13—1612-1614: Miguel de Amézquita.
14.-1614-1616: Pedro de Acurcio.
15.—1617-1618: Alvaro de Navia y Roenes.
16.-1618-1620: Bernardino de Quiroga.
17.—1620-1622: Juan Pérez de Cáceres.
18.—1622-1624: Juan de Vallejos.
19.—1624: Alonso de Zelada.
20.-1625-1627: Jerónimo de Cisternas.
21.—1627-1628: Juan Ponce de León.
22.—1628-1630: Fernando Alvarez de Toledo.
23.—1630-1631: Fernando Canales de la Cerda.
24.-1631-1632: Francisco de Venegas.
25.—1633-1635: Agustín Ramírez y Sierra.
26.—1635-1638: Antonio Fernández y Caballero.
27.-1638-1640: Felipe de Arce Cabeza de Vaca.
28.—1640-1642: Diego Jofré.
29.—1642-1645: Martín Ruiz de Gamboa.
30.-1645-1647: Juan López de Madariaga.
31.-1647-1649: Valentín de Córdoba.
32.-1649-1650: Juan Alvarez Berríos.
33.—1650-1651: Francisco Higueras de Santa Ana.
34.—1651-1654: Francisco de Flores Maldonado.
35.—1654-1655: Lorenzo Díaz de Zúñiga.
36.—1655-1656: Luis de Godoy
y Figueroa.
37.-1656-1659: Juan de Caso Fuerte.
38.—1659-1660: Juan López de Madariaga.
38.-1660-1662: Diego de Leiba.
40.—1662-Í664 : Bartolomé Maldonado.
ti.—1664-1667: Diego de* Aguilar Maqueda.
42.-1667-1668: Andrés de Orozco.
43.—1668-1670: Francisco de Villavicencio.
44.—1670-1671: Lorenzo Pérez de Valenzuela.
45.—1671-1673: Alonso Gómez de Silva.
46.—1673-1675: Pedro de Toro Mazóte.
47.-1675-1677 : Juan Antonio de Morales y la Banda.
48.-1677-1681: Antonio Carvajal Campo Frío.
49.—1682-1685: Luis de Guzmán Coronado.
50.—1685-1688: José Maturana y Valle.
51.-1688-1692: Pedro Oovarrubias Lisperguer.


107 —
52.—1692-1695: José de Alvear.
53.—1695-1697: José de Alzamora.
54.—1697-1699 : Blas de los Reyes.
55.—1699-1700: Fernando de Corral y Calvo de la Torre.
56.—1701: Martín Ruiz de Gamboa.
57.—1702-1703: Antonio Garcés.
58.—1704-1706: Martín Ruiz de Gamboa.
59.—1707-1709: Antonio Garcés.
60.—1709-1711: Juan Antonio de Padilla.
61.—1712-1713: Juan Núñez de Silva.
62.—1714-1716: Millán López Martínez.
63.—1717-1720: Francisco José Gallardo Verdugo.
64.—1721: Diego Calvo Encalada.

65.—1722-1723: Francisco José Gallardo Verdugo.


66.—1723-1724: Diego de Toro Zambrano.
67.—1725-1727: Lorenzo de Labra.
68.—1727-1729: Bartolomé Pérez de Valenzuela.
69.—1729-1730: José Portales y Meneses.
70.—1731: Pedro Vásquez de Acuña.
71.—1732-1734: Luis de Aragón.
72.—1735-1738: Pedro José de Cañas Trujillo.
73.—1739: Sebastián de Valenzuela.
74.—1740:1745: Pedro Gibert.

Con don Pedro Gibert termina la era de la colonización.


Durante gobierno fue fundada la villa de Curicó, que pu¬
su

so fin a Los corregidores que vienen después de él


esa era.

pertenecen ya a otro período, cuyo relato haremos después.


d) El Partido del Maule.—Todo el territorio que se
extiende al sur de la línea imaginaria que hemos menciona¬
do, del río Teno y del estero Nilahue con su laguna de Cá¬
huil, formaba el Corregimiento o Partido de Maule. La más
importante zona curicana, cuyo diseño ya hicimos, quedaba
bajo.su jurisdicción; y a más de ella, los pueblos indígenas
de Cauquenes, Chanco, Pungal, Purales, Pocoa, LoncomiHa,
Putagán, Duao, Huenchullami, Gualemo, Lontué, Peteroa y
Peuquén, y todas las estancias y conglomerados humanos del
mismo sector.
El primer Corregidor fue don Diego de Rojas nombra¬
do en 1593. Después de él no hay constancia de nombra-

108 —
mientos de corregidores para el Partido del Maule, hasta el
año 1602, en que fue nombrado don Juan Alvarez de Luna.
La lista de corregidores del Maule en esta era de coloni¬
zación es también extensa. Se inicia con don Diego de Rojas
y termina con don Juan Cornelio de Baeza, bajo cuyo go¬
bierno fue fundada la villa Je Curicó. En la obra sobre
"Historia de Talca", de don Gustavo Opazo Maturana, se
publica una lista bastante completa de los corregidores del
Maule. La investigación realizada por el autor de esa obra
ha hecho innecesario que nosotros nos adentremos en la
misma materia y nos remitimos a él en lo que respecta a lo*
corregidores del Maule. Debemos, sí, agregar a esa lista los
siguientes nombres que no se mencionan: don Antonio de
Mendoza y Saavedra que lo fue en 1701; don Antonio Gar-
cés, que fue corregidor también en el período 1711-1713; y
don Francisco Tagle que fue corregidor en los años 1733

y 34.
e) Los tenientes de Corregidor.—El territorio de cada
Corregimiento era demasiado extenso para ser gobernado
por un solo hombre. Por muy activo que fuera el corregidor,
la falta de buenos caminos y de medios de movilización le

impedía estar en todos los lugares con la presteza debida.


Por eso fue que los corregidores entregaron sectores de su

territorio, que se denominaban "doctrina", "asiento", "isla"


o "valle", a un funcionario subalterno
suyo, que se llamaba
"teniente de corregidor'. Esta división administrativa no
coincidía necesariamente con la "doctrina" parroquial.
En la zona curicana encontramos durante la era de la
colonización tres parajes con teniente de corregidor: la isla
de Curicó (incompleta), Teno-Chimbarongo y Vichuquén.
Por excepción hemos encontrado un documento de 1732, que
nos habla de teniente de corregidor de Naicura; pero, indu¬
dablemente, se refiere al de Vichuquén, actuando en esos
momentos en Naicura. Los de Curicó y Vichuquén depen¬
dían del Corregidor de Maule; y el de Teno-Chimbarongo,
cuya jurisdicción abarcaba también un retazo de la isla de
Curicó, dependía del corregidor de Colchagua.
He aquí algunos de los tenientes de corregidor:
Isla tie Curicó:


109 —
1724: Marcos Mardones.
1735: Pablo de Labra.
1742: Félix Donoso. (1)

Teno:
'

1644: Alfonso de Varacaldo.


1681: Alfonso Gómez de Silva.
1699: José Maturana.
1702: Juan Francisco Navarro.
1740: Alonso de Labbé.

Vichuquén:

1689: Lorenzo Muñoz de Gormaz.


1690 : José Vélez Pantoja.
1732: Manuel Pequiiñan.
1733: Alonso de Contreras.
173?: Juan Garcés.

f) Los administradores de
pueblos indígenas.—Para la
protección y defensa de los pueblos indígenas, que quedaron
enclavados en medio de encomenderos y terratenientes, ex¬
puestos a la codicia de conglomerados en plena ebullición,
fue necesario nombrar funcionarios especiales, la la¬
pues
bor del corregidor o.del teniente de corregidor no era sufi¬
ciente.
Se nombraron, así, administradores de pueblos de indios
cuya misión era la de defender al indígena, administrarle sus
bienes y evitar que fuera víctima de
explotaciones. Si cum¬
plieron o no con su misión es difícil advertirlo al través de
toda la maraña histórica que se ha formado sobre esta mate¬
ria, pues mientras de unos antecedentes aparecen cumplién¬
dola, de otros aparece que, lejos de eso, contribuyeron tam¬
bién a la explotación del indio, algunos de ellos.
Algunos de los administradores de pueblos de indios en
la zona curicana, fueron los
siguientes:

(1) JEn los primeros meses de 1744 la Isla de


Curicó no figuraba entre
las localidades con teniente de
Corregidor. Igualmente, otras de las loca¬
lidades que aquí se señalan no tenían
en determinados momentos teniente
de Corregidor.

110 —
1604: Luis González, administrador del pueblo de Teno.
1626: Francisco de Pan y Agua de Loaíza, administrador de
los pueblos de Teno y Rauco. Fue también propieta¬
rio de tierras Teno, y posteriormente se estable¬
en

ció en Nancagua. De su nombre ha derivado el de la


localidad de Paniagüe.
1629: Luis Núñez de Silva, administrador de los pueblos de
Lora y Vichuquén.
1638: Bartolomé Jorquera, administrador del pueblo de
Teno.
1650: Pedro Roldán, administrador del pueblo de Teno.
1720: Juan Garcés, administrador del pueblo de Lora.
1743: Andrés de Escudero, administardor del pueblo de Lora.

Los administradores de
pueblos indígenas estaban suje¬
tos a la autoridad del Protector General de
Indígenas y te¬
nían derecho a cobrar, en remuneración de sus servicios, un
tributo a los indios, que en un principio alcanzaba, junta¬
mente con lo que debía pagarse al doctrinero y al corregidor,
a dos pesos
por cada indio.
g) Organización militar.—No se conoció en la zona cu-
ricana durante este período otra organización militar que la
de las "milicias", formadas por elementos regionales.
La primitiva organización militar del Reino de Chile ha¬
bía sido la del ejército permanente, formado por soldados
aguerridos, bien disciplinados (dentro de lo posible) y con
buen equipo y armamento; pero este ejército, que sólo tenía
destacamentos en los lugares de mayor importancia, se fue
haciendo insuficiente para atender a todo el territorio.
Así fueron naciendo, como una necesidad, las "milicias"
o guardia
nacional, destinadas a reemplazar en las distin¬
tas localidades del Reino a la fuerza de línea.
La oficialidad de estas milicias estuvo formada en su in¬
mensa mayoría por jóvenes de familias criollas, deseosos de
prestar servicios militares y para quienes el arado aue en
ellas obtuvieron constituyó siempre un timbre de oraullo. La
tropa fue integrada por elementos populares, especialmente
mestizos.
Todo individuo en estado de cargar armas estaba, obli¬
gado a pertenecer a ellas. Sus miembros usaban uniforme v


111 —
recibían armamento, que consistía especialmente en lanzas
y espadas. Eran instruidos generalmente por oficiales de lí¬
nea; y cada vez que eran necesarios sus servicios se les con¬
vocaba y remuneraba con un corto sueldo.

En el Partido del Maule las milicias fueron organizadas


por primera vez en 1694. Se debe su creación a don Cristóbal
de Amaya, valeroso soldado español, participante de la gue¬
rra de Arauco, y que había sido corregidor del Partido. Con

el título de capitán de caballos y con la aprobación del Ca¬


bildo de Santiago se dio a la tarea de organizar en el Partido
del Maule una compañía de milicianos, lo que cumplió con
éxito. Ingresaron a ella vecinos de todos los sectores del
Partido, y con el correr de los años esta milicia del Maule,
repartida en distintos parajes de su territorio, adquirió espe¬
cial nombradla en el Reino, tanto por lo numerosa como por
lo disciplinada y bien armada.

Muchas personas distinguidas de la zona curicana forma¬


ron parte de la milicia del Maule, deseosas, como las demás,
de prestar servicios militares y de ostentar grados que die¬
ran más brillo a su posición. Es frecuente en papeles de la

época encontrar grados militares en muchas personas. Así,


por ejemplo, don Juan Garcés, don Lorenzo de Labra, don
Pedro Nolasco Solorza, don Miguel de la Jara todos vi¬
. ..,

vientes en la zona curicana, tenían grado militar.

;.Cuál era la misión que


desempeñaban estas milicias?
Precisamente, la misma razón que las había hecho na¬
cer, o sea, la defensa de toda la organización y de toda la vida
que se gestaba en campos y poblados, les estaba señalando

su misión. Deben desempeñar, desde luego, funciones poli¬


ciales, respaldando a las autoridades y haciendo cumplir sus
resoluciones; prestar amparo a los habitantes de la zona:
perseguir bandoleros, que ya empiezan a merodear y a for¬
mar focos peligrosos en dos
lugares de la zona: los cerrillos
de Teno y el Morrillo; y resguardar el boquete del Planchón,
por el cual hay tráfico de diversas especies. En especial les
estaba encomendado a las milicias el papel de detener a la
indiada embravecida, que por mucho tiempo se mantuvo ame¬
nazante desde el río Maule al sur; y que en no pocas ocasio¬
nes irrumpió, encarnada en los pehuenches, desde la cordi-

112 —
llera andina, para arrasar con estancias, hombres y mujeres
del Partido.

16.—SIGNIFICADO DE LA COLONIZACION EN LA ZONA

a) Aspecto general.—Estos hombres blancos que por


primera vez descubrieron y conquistaron la tierra curicana, y
que más tarde fueron en ella encomenderos, terratenientes,
religiosos, corregidores, administradores de pueblos de in¬
dios originaron en ella una alteración profunda de su
...,

naturaleza.
La tierra del indio cambió por entero; la vida
del hom¬
bre se encauzó por otras sendas y el destino entero
de la tie¬
rra y de los hombres quedó marcado en forma bien distinta

de la que tenía señalada antes que el blanco se adentrara


en la zona.

La
obra, sin duda, fue inmerfca. Tuvo, como toda cosa
humana, sus ventajas y sus inconvenientes, bondades e infor¬
tunios; pero deja, indiscutiblemente, un saldo a su haber.
Ella se fue desarrollando lentamente durante toda la etapa
de la colonización; y fue más intensa mientras más se avan¬
zó en este proceso colonizador. Con el empuje del coloniza¬
dor español, se formó en la zona la propiedad agrícola; nacie¬
ron las primeras familias
regionales; se inició el proceso de
la formación de la raza; se desarrollaron la agricultura, la
minería, el comercio y la industria; los campos fueron cru¬
zados por caminos ; cambió en su esencia el aspecto de la tie¬
rra y de la vida; y se fue haciendo posible, en fin, el naci¬
miento de la villa de San José de Curicó, que habría de dar
unidad y ligazón a la zona.
Un resultado negativo fue la despoblación de los pue¬
blos pero este problema, como habremos de ver¬
indígenas;
lo, tiene la gravedad que parece desprenderse de su sola
no
enunciación.
Las dificultades con que tropezaron y los sacrificios que
debieron afrontar los colonizadores, fueron incontables; y el
salir airoso de ellos nos hace comprender la calidad huma¬
na extraordinaria que se encarnaba en aquellos hombres.
Hubieron de luchar primero con la naturaleza hosca e
impenetrable de la zona; y la vencieron.

113 —
Lucharon después con la amenaza del indio, que los ha¬
cía emprender sus trabajos en medio de dura intranqui¬
lidad. En la zona curicana la amenaza del indio venía en

un principio de las márgenes del río Maüle, ante el cual la


indiada sureña se mantuvo en acecho por muchos años, atra¬

vesándolo a veces; y en todo tiempo, de los contrafuertes cor¬


dilleranos, desde los cuales caían como langosta los indios
pehuenches. Un documento de 1657 (Informe sobre las cosas
de Chile, por Alonso de Solórzano), nos ha dejado una rela¬
ción de una invasión de indios en ese año : "Se entraron, dice,
por la cordillera los indios puelches y pegiienches a las riberas
del Partido de Maule y maloquearon las estancias de doña
Catalina de Vilches y la del capitán Juan de Vilches, las de
Sala y de la Cerda, y la de Francisco García, la de Cristóbal
Muñoz y la de Perque de los Padres de la Compañía, de que
se llevaron gran pillaje y doscientos prisioneros entre mujeres,

indios y chusma, con mucho ganado, yeguas y caballos",


Finalmente, una nueva amenaza cayó sobre los coloniza¬
dores de la zona, para dificultar más aún su labor. Empeza¬
ron a formarse pandillas de bandoleros que merodeaban en

la región, asaltando estancias e interceptandd los caminos,


para robar y asesinar. Estaban formadas por indios y negros
que huían de encomiendas y estancias, y por muchos mestizos
descendentes que no se habían adaptado a la vida del blan¬
co. Algunas de estas bandas empezaron a concentrarse en

dos lugares estratégicos que, durante toda la Colonia, man¬


tuvieron una siniestra fama: los cerrillos de Teno y el Morri¬
llo. Los bandoleros perturbaron grandemente la labor colo¬
nizadora y su peligro fue permanente durante toda la era
colonial, aun después de fundada la villa de Curicó.
Todos estos peligros y asechanzas supieron vencer los co¬
lonizadores y su obra trajo, así, para la zona un cambio total
en su naturaleza y colorido.

b) Aspecto de la tierra y de la vida.—La tierra feraz, cu¬


bierta de montes impenetrables de espino y romero, a través
de los cuales el indio ha trazado pequeños senderos; los cor¬
dones de cerros, cubiertos de pinos, robles, peumos, boldos, li¬
tres, avellanos... ; los claros en medio de la vegetación en los
cuales el indio levanta sus rucas y tiene sus sencillos culti¬
vos; y en general, todo ese cuadro primitivo y simple que el


114 —
español encuentra a su llegada, va cambiando impercepti¬
blemente a medida que avanza la labor colonizadora.
Las selvas y los montes van cediendo terreno a los culti¬
vos; los senderos ocultos .del indio misterioso van siendo
reemplazados por amplios caminos, que recorren la zona cu-
ricana de norte a y de oriente a poniente; por todas par¬
sur

tes se van alzando casonas de corte español, iglesias y ca¬


pillas, industrias y molinos; de los ríos correntosos van sur¬
giendo canales que crean riqueza en tierras hasta entonces
áridas; y se va formando poco a poco el germen de lo que ha¬
brá de ser la villa de Curicó.
Lo que no logra alterar la colonización en el aspecto de
la tierra, es el nombre que le dan los indios. La gente blanca
hará vanos esfuerzos para dar nombre español a los luga¬
res. El nombre indígena se mantendrá en casi todas partes
y prevalecerá
para llegar intacto hasta nosotros, en una ma¬
nifestación elocuente de supervivencia indígena por encima
de toda la obra de colonización.
Junto el
aspecto de la tierra, la colonización altera
con

elaspecto de la vida de los grupos humanos que viven en ella.


Desde luego, hay un cambio completo en la población que
cubre el territorio. En lugar del indio primitivo, bien o mal
organizado, y a medida que se acrecienta su despoblación, se
va formando poco a poco un nuevo conglomerado humano,
compuesto por blancos que se asientan definitivamente en la
región, por mestizos, por indios enmarcados en la nueva or¬
ganización y por negros.
Esta población se agrupaba en esta época especialmente
en los valles de la costa, como otrora la indígena. Las márge¬
nes del Mataquito y las orillas de las lagunas de Vichuquén

fueron los lugares más poblados, con mayor número de es¬


tancias y de habitaciones humanas. Siguieron en importan¬
cia el valle norte del Teno y la Isla de Curicó. ¿Razones? Sin
duda, el clima y la facilidad de sustento de la zona costina,
el señuelo del oro y el temor al cauce torrentoso del río Te-
no, que detenía a los hombres en su orilla norte o los desvia¬
ba hacia la costa.

Quienes originaron primordialmente estos grupos huma¬


nos distribuidos en toda la zona curicana, no fueron los en¬
comenderos sino los terratenientes.


115 —
El encomendero no residía en el
lugar de su encomienda.
Precursor de sistema qué tiende a generalizarse en los
un

timpos modernos, vivía en la capital del Reino la


mayor
parte del año y sólo visitaba su encomienda en la época de
cobrar el tributo. De no ser así, la labor colonizadora
habría
sido más eficaz de lo que
fue, pues el encomendero estaba
obligado a arreglar los caminos y puentes de su zona
y a
preocuparse de los indios, obligación que no cumplió debida¬
mente al vivir alejado de ella. De los encomenderos curicanos
no sabemos de ninguno que se haya radicado en la zona per¬
manentemente, salvo cuando fueron a la vez terratenientes
o establecieron industrias.
El terrateniente, en cambio, desde que se le hacía la
merced de tierra, se radicaba en ella, construía su casa, y ha¬
cía vida rural con su familia durante todo el año. Sin duda,
hubo algunos tendencia a seguir el género de vida del en¬
en

comendero; pero, en general, el terrateniente fue el centro de


la nueva población. A su alrededor
giró casi toda la vida de
la de colonización. El vecindario de
era
indios, mestizos y
blancos pobres se
agrupaba a su vera; imponía orden en la
zona; organizaba misiones religiosas;
y hasta influía en los
actos y decisiones de las autoridades centrales y de la región.
En suma, al terrateniente debe
se
primordialmente la obra
material de la colonización.
Según Alonso de Solórzano, la población de blancos en
el Partido del Maule en 1657 era de
100 hombres y 80 muje¬
res; y en el Partido de
Colchagua, de 240 hombres y 350 mu¬
jeres. Oerca de ochenta años después, la población de la Isla
de Curicó, según datos de los
archivos franciscanos, alcanza¬
ba a cuatro mil
personas entre indios y blancos.
Estos nuevos grupos humanos
que se establecen llevan
un género de vida
que, como habrá de comprenderse, es en¬
teramente diverso al que hasta entonces se conocía
en la re¬
gión. Otro tanto sucede con el mestizo
y con grandes secto¬
res indígenas, hacia
quienes irradian las nuevas costumbres.
El idioma
español empieza a hablarse en
zona. toda la ^
Es cierto que el indio conserva su
lengua autóctona y que hay
, españoles, especialmente religiosos, que la aprenden ; pero el
fenómeno de carácter general çs
que tanto el mestizo como el
indio se van adaptando al idioma de los
colonizadores. Esta


116 —
alteración lingüística ha debido producirse, sin duda, en los
primeros años de la colonización, lo que es fácil comprobar
en mucho lugares de la zona, especialmente costinos, que por

su aislamiento casi completo hasta hoy día, conservan en sus

elementos populares de raigambre indígena, una lengua vi¬


vaz, palabrosa y con notable soltura, con claros rasgos de
castellano antiguo, y muy diversa de la que habla hoy día
el elemento popular de otros lugares.
Las habitaciones de corte español empezaron también a
aparecer en toda la región. Sin embargo, hay una curiosa
mezcla de la arquitectura española con los rasgos indígenas:
sobre la gruesa muralla española se coloca el techo de paja
de la toldería indígena, sujeto con horcones también indíge¬
nas. Andando los años, y en especial desde comienzos del si-

zlo XVII, el techo de paja fue reemplazado en parte por la

teja española, y se generalizó el típico estilo de casa de cam¬


po con amplios corredores.
El estanciero vivía en su casa con su familia, con nu¬
merosos servidores y con los esclavos, lo que hacía que cada

estancia fuera el centro de un numeroso conglomerado. Los


esclavos eran indios yanaconas, negros y mulatos y, a juzgar
por los documentos de la época, existieron en la zona en
abundancia.
El amoblado que en esta época guarnecía las casas era
sencillo como las casas mismas y fue notablemente superado

en los años que siguieron a la


fundación de la villa de Curicó.
Es muy fácil reconstruir el amoblado de una casa de
campo en la zona curicana durante la era de colonización,
confrontando diversos inventarios de la época. En los corre¬
dores exteriores o en el zaguán se colocaban escaños de ma¬
dera torneada. En una sala exterior, en la cual el estanciero
recibía, se colocaba un bufete, para el "recado de escribir",
con algunos taburetes o pisos, y en las más acomodadas un
escritorio de Flandes. En el dormitorio, una "cuja" de cuero
o un catre de madera
torneada; cajas de Panamá o de alerce
con cerraduras
y llave para guardar la ropa; a veces, cajetas
con gurnición dorada para el mismo objeto; una santera de

madera labrada para el santo de la devoción; en una mesa,


alguna "tembladera", ,o vaso de delgado metal, a veces plata,
para los brebajes; y, en fin, una "vacenilla" de cobre, que en


117 —
años posteriores habrá de ser de plata. En el comedor una
mesa grande rodeada de taburetes o sillas de madera; ana¬
queles y escaparates a orilla de la pared; candelabros de
bronce con velas de sebo; platos y utensilios de plata, aun¬
que no tan abundantes como lo serán en años posteriores; y
fruteros labrados. En piezas interiores se guardaba el almo-
frez, funda de cuero para envolver las camas en los viajes;
> sillas de montar, algunas con armazones de bronce; y la ro¬
mana para pesar productos. En casas más acomodadas había

también un salón, con alfombras, cojines de terciopelo o de


lana, con taburetes, con una caja costurero para la dueña
de casa y, en algunas, hasta con espejos, que ya existían en
la zona en 1640.

La vestimenta usada por


hombres y mujeres era com¬
plicada, pero no elegante. En el hombre, desde que se estable¬
cía en una estancia, se operaba un cambio notable en su ata¬
vío, pues del vestido rudo de soldado, compuesto de casco,
casaca atada a la cintura, pantalón apretado a la rodilla

con jareta, canillera y borceguíes de cuero, pasaba a un ves¬

tido civil más a tono con su nueva actividad.


Podemos reconstruir la
siguiente forma la vestimen¬
en

ta de un estanciero curicanoel siglo XVII : sombrero ne¬


en

gro de paño de Castilla o de castor, con anchas alas y cinti¬


llo de oro; saco de paño de Quito o de Castilla o de pelo de
camello; jubón o chaleco ajustado al cuerpo; pantalones
hasta poco más abajo de la rodilla con ligas al final; capa

española de paño de Quito o de Castilla, con vueltas de fel¬


pa y forrada con bayeta de color; zapatos nqgros de cuero;
medias de lana o seda; y, para montar, espuelas de plata.

La vestimenta de la mujer se componía de mantos, man¬


tellina de bayeta, capotillos de terciopelo de colores bajos con
pasamanos de plata, vestidos enfaldados de tafetán de Méxi¬
co, basquiñas de raso de Castilla, tocas para cubrir la cabeza;
.faldellines de color bajo; y vestidos de esparragón. Usaba
también algunas joyas de perlas y de oro, zarcillos y gar¬
gantillas.
Los géneros usados toda esta vestimenta eran el paño
en
de Castilla Quito, la bayeta (tela de lana poco tupida),
o de
el tafetán de México, el terciopelo, el raso de Castilla, el da-

118 —
masco de China (tejido de seda con dibujos), hilo de Flandes
y de Sevilla, felpa y pelo de camello.
En los sectores de menor categoría, se advertía la vesti¬
menta típica del andaluz, o la ruda tenida indígena de man¬
ta, chupalla y ojota.
El estanciero vivía permanentemente armado en defensa
de persona y de sus intereses; pero ya no tenía en su es¬
su

tancia ni el cañón, ni el arcabuz, ni la ballesta que había usa¬


do el conquistador. Usa ahora la escopeta, más portátil, y
con llave española;
nadie le falta el aderezo de espada
y a
y daga, con puños de plata. Hay algunos que conservan las
armaduras del tiempo de la Conquista, sin utilidad ya en es¬
ta zona; y, así, en un testamento de 1640 del Partido de
Colchagua, encontramos una armadura con peto, espaldar,
gola y brazaletes, celada claveteada de oro y plata, faldones
de malla, cordones de seda y guarniciones.

Para adorno de las habitaciones no se conocía otra cosa

que las imágenes religiosas, en lienzos o de bulto. En los in¬


ventarios de la zona, del siglo XVII, hay lienzos con moldura,
de San Juan, de la Virgen, de San Luis, de San Vicente, del
Ecce Homo, San Antonio, Santa María Magdalena, todos de
vara y media ; imágenes de bulto de Santa Rosa y de Nuestra
Señora de la Concepción, de tres cuartas; y "hechuras" de
Cristo Nuestro Señor pintado en cruces de madera de me¬
dia vara.

La introducción de libros fue en la zona poco menos, que


nula. Sólo los hemos encontrado en la estancia el Guaico y
en Cayetano Correa en la costa. En la pri¬
la estancia de don
mera había en tomo de la Nueva Recopilación de Le¬
1701 un

yes de Indias, dos tomos de Historia de España y un tomo de


Tasso. En la segunda había dos tomos de leyes, Santa María
la Antigua y Santa María Egipciaca. Existían, también, sin

duda, algunos libros en los conventos franciscanos de Curicó


y Alcántara y en la Parroquia de Vichuquén.
toda esta sencillez, se fue formando el nuevo
Así, con
aspecto de la vida curicana que, no obstante, significó una
alteración total de la vida anterior.

c) Formación de la propiedad territorial.—-El terrate¬


niente, agraciado con una merced de tierra y que se estable-

119 —
ce en inicia en esta era la formación de la propiedad
la zona,
territorial, sólo de la grande sino también de la pequeña.
no
Es éste un complejo e interesante fenómeno que señala
rumbos indestructibles para el futuro, pues no hay en la zo¬
na tipo de propiedad moderna que no traiga su origen de la

era colonizadora.
La granconcesión hecha al mercedario de tierras da ori¬
gen a la gran propiedad territorial. Las viejas estancias, cu¬
yo estudio en parte hemos hecho, se han transformado, suce-
diéndose de mano en mano, en las grandes haciendas de hoy.
Sin duda, ninguna se conserva en toda su extensión; pero los
amplios linderos que tuvieron han sido capaces de formar en
su seno dos o más haciendas de notable extensión.
También la gran concesión ha dado origen a muchas pe¬
queñas propiedades. La estancia inmensa de muchos terra¬
tenientes, al pasar sucesivamente a sus herederos o al vender¬
se en retazos, fue
disminuyendo en extensión, dando origen
a muchas propiedades
pequeñas, o bien a una grande y varias
pequeñas a su vera. De ahí proviene en gran parte el fenóme¬
no curioso de que hay localidades que llevan el nombre de

antiguas estancias, como Patacón, etc.


Algo podríamos decir también de la propiedad indígena;
pero nos referiremos a esta materia más adelante.
Es, pues, esta era colonizadora- la que inicia en la zona
la formación de la propiedad territorial; y en este proceso
interviene no sólo el primitivo mercedario de tierra, sino
también sus sucesores, los que adquieren después pedazos
de terreno y los indios.
El rasgo característico de este proceso, que habrá de se¬
ñalarse mejor en el futuro, es la clara tendencia hacia la sub¬
división de la propiedad.
d) La agricultura.—Los cultivos agrícolas del indígena
se reducían a el maíz, algunas especies de fréjol, la
la papa,
quínoa, el ají, el zapallo y la calabaza. Los colonizadores
agregaron a éstos sus propios cultivos, con lo cual la agricul¬
tura tuvo una variedad y riqueza considerables.
Las primeras especies que los colonizadores introdujeron
en la zona curicana fueron el trigo
y la cebada, que habían
sido traídos desde España por los conquistadores. El lino y el
cáñamo, que se trajeron a Chile por la misma época, no pa-

120 —
recen haber sido cultivados en tierra curicana durante la
Colonia.
En 1a, tasa de Gamboa (1580) encontramos un cuadro no¬
table de los cultivos agrícolas de la zona, mezclados los indí¬
genas y los europeos. Reglamentando esa Ordenanza los tri¬
butos que debían pagar los indios del encomendero don Luis
Jofré. establecía lo siguiente para la encomienda de Peteroa:
985 pesos oro y 394 en pescado, aparejos, 200 fanegas de trigo,
100 fanegas de cebada, 120 de maíz y 6 de fréjoles; y para la
encomienda de Mataquito: 710 pesos de oro, 150 fanegas de
trigo, 80 de cebada, 5 de maíz, 4 de fréjoles y pescado, apare¬
jos, ovejas y legumbres.
Los cultivos europeos se extendieron rápidamente en to¬
da la zona según se desprende de documentos de la época en
los cuales aparecen siembras de trigo y de cebada en las
más apartadas localidades.
Los árboles frutales fueron traídos también a la zona
desde los primeros años de la colonización. A Chile habían sido
traídas las especies frutales en pleno siglo XVI, a excepción
del cerezo que sólo llegó en 1615. En la zona curicana empe¬
zamos a encontrar arboledas frutales desde mediados del si¬
glo XVII. Don Juan de Sazo tenía en Teno en 1659 una arbo¬
leda completa de especies frutales; don Domingo de Amaga¬
da, en 1681, tenía una viña cercada enteramente por "zir-
gíielos" (ciruelos) y arboleda frutal completa ; y don Fernan¬
do Canales de la Cerda tenía también arboleda completa por
la misma época. En el siglo XVIII don Diego Maturana, en
el Guaico, plantó higueras, perales y otros árboles frutaies.
Los viñedos se plantaron también desde los primeros
años de la colonización. Encina sostiene en su Historia de
Chile que las viñas tuvieron durante la Colonia especial au¬
ge en la zona del Mataquito; pero su observación se refiere
indudablemente a la ribera sur de dicho río, pues al norte
de él, o sea, en la zona curicana no conocemos más existen¬
cia de viñas durante la Colonia que una que otra en sus
inicios.
Los viñedos durante la colonización y durante toda la
Colonia, tuvieron
auge especialmente en el valle de Teno, en
donde encontramos los siguientes, que son, sin duda, los pri¬
meros de la zona:


121 —
1659.—Juan de Sazo, viña con lagar y 13 tinajas.
Iß64.—Fernando Canales de la Cerda, viña de cuatro mil
plantas con 200 arrobas de vasija.
1666.—Juan González Rainero, viña con 180 arrobas de vasi¬
ja; y otra con 2.500 plantas y 200 arrobas de vasija.
1681.—Domingo de Arriagada, viña con 300 plantas.
1684.—Ruis González de Medina, viña de 82 hileras.

Además, en la isla misma de Curicó, don Diego Matura-


na tuvo viña de tres mil plantas en su estancia El Guaico,
cuva plantación había sido iniciada por don Marcos Mardones.
Las bodegas de que se servían estos viñedos, como igual¬
mente los sistemas de vendimia, eran rudimentarios. La va¬
sija era de greda o de cuero.
La crianza de animales adquirió
también en la zona no¬
table desarrollo y bien pronto las estancias" se poblaron de
gran cantidad de ganado ovejuno, vacuno y caballar. La
abundancia fue tal que en muchas partes se formaron ma¬
nadas de potros y muías chúcaros, y grandes cantidades de
ovejas montaraces. En las estancias de la zona los agriculto¬
res hicieron clara diferencia entre estas clases de animales,
y llamaron de "cierre y señal" al ganado ovejuno o vacuno
que estaba bajo su control, y muías o caballos "de camino",
a los que se
prestaban para menestereses humanos.
En las estancias de la zona, desde los parajes cordillera¬
nos hasta la orilla del mar, había ya en el siglo XVn grandes
cantidades de ganado ovejuno y vacuno, cabras, mánadas de
"bhrricos", muías, potros, chivatos y carneros.
Con la crianza del caballo sucedió en el Reino de Chile

un fenómeno curioso. En un principio, los colonos los cria¬


ron gran entusiasmo; pero el servicio público empezó a
con

arrebatárselos para la guerra, y en vista de esto recurrieron


al ardid de criar únicamente muías, a las cuales no afecta¬
ban las "derramas". Esto originó la prohibición de criar mu-
las que se decretó en 1607.
En la zona curicana parece,
sin embargo, que la situa¬
ción a acabamos de referirnos, no se alteró. Las derra¬
que
mas siguieron operando en igual forma
y los agricultores si¬
guieron la crianza de muías. En 1633, ante el escribano de
Colehagua, comparecen numerosos terratenientes, compro-

122 —
metiéndose a dar a S. M., a sus jueces y oficiales reales o a
cualquier corregidor, caballos "que no sean mancos ni ma¬
tados". Como contrapartida, y no obstante las prohibiciones,
por esos mismos años se encuentran en la zona curicana ma¬
nadas de muías chúcaras y de camino.
En la zona de Vichuquén se dio especial importancia a la
cría de caballos de carrera, afición que desde los primeros
años encontró amplia acogida entre sus moradores, y que dio
motivo a incontables reyertas. El Gobernador don José de
Manso dictó pragmática prohibiendo las carreras de
una

caballos; pero, no obstante esto, en Vichuquén se siguió rea¬


lizándolas. En cierta ocasión, en 1793, el propio Manso, en
una de sus pasadas para la frontera, hubo de intervenir dic¬

tando en Orilla de Tinguiririca. un decreto para anular unas


carreras realizadas en Vichuquén, ordenando la devolución

de lo que en ellas se hubiere ganado.


De regadío se hicieron también algunos ensayos en esta
era. En tiempos del indio hubo en la zona desconocimiento

absoluto del regadío artificial, pues la cultura indígena chin-


cha-diaguita sólo había introducido su uso hasta el río Ca-
chapoal. Los españoles, al decir de Encina, sólo hicieron obras
de importancia hasta el río Teno, y al sur de este río sólo
por excepción se aprovecharon esteros y ríos pequeños. Lla¬
maban tierras de "pan llevar" a las de riego y de "pan co¬
ger" a las de secano. Entre las de pan coger, había algunas
que llamaban "rulos", cuya humedad natural hacía inñece-
sario el riego. En la zona curicana se conocieron en esta era
"tierras llanas y de pan llevar" en.San Antonio de Quenquén
(Alcántara), y un canal que construyó para el regadío y para
el molino del Guaico don Diego de Maturana, que prolonga¬
do después hasta Curicó se llamó "acequia del Rey" y cons¬

tituye el actual canal de la Cañada. La afirmación de Enci¬


na es exacta en lo
que respecta a esta era, pues las tierras
de Alcántara están al norte de la línea del Teno, y el canal
de don Diego Maturana fue sacado del Teno, si bien es cier¬
to que de su ribera sur. Sin embargo, después de la funda¬
ción de Curicó se hicieron obras de importancia más al sur
del Teno.
e) La minería—El señuelo del oro fue lo que impulsó
más poderosamente, en algunos momentos, la conquista de

123 —
América. Viejas leyendas y confusas noticias que daban los
indios, llevaban a los conquistadores de un extremo a otro
del Nuevo Mundo, tras una quimera que no siempre alcan¬
zaron.

Con el oro metido entre ceja y ceja llegaron a la zona cu-


ricana los primeros españoles; y aquí, como en muchos otros
lugares de América, encontraron un cúmulo de mitos y noti¬
cias que les alteraron el sueño y los hicieron recorrer ansio¬
sos valles y montañas.
Los indios de la zona algo sabían de laboreo de minas,

aprendido de los incas y de los chinchas; y habían hecho


también algunas explotaciones. Durante la dominación incai¬
ca venían periódicamente enviados del Inca a recoger' de los

indígenas chilenos el tributo de oro a que estaban obligados.


Recorrían las tolderías hasta la ribera norte del Maule, y re¬
gresaban luego cargando a hombros el oro obtenido para de¬
positarlo en el tesoro imperial.
Al llegar los españoles a zona curicana, saben por los in¬
dios de un viejo mineral de oro cerca del pueblo de Teno, que
habían explotado los incas y que dejaron oculto con motivo
de su retirada. Lo buscan afanosamente por el cajón del Teno,
sin resultado alguno. ¡Es acaso el primer mito, la primera le¬

yenda con que los indios engañan al español.


Se ha hablado también de que habría existido en los ce¬
rros de Huirquilemo una mina de oro
que perteneció a un
cacique y que también los españoles buscaron en vano desde
los primeros años de la colonización. Pero éste es un mito
moderno, que ha sido proyectado sobre el pasado. La mina del
cacique no existió jamás. El error proviene del nombre de un
minero que se llamó Pablo Cacique y que, avanzada
ya la Co¬
lonia, tuvo una mina de oro "La
Descubridora", en los cerros
de Huirquilemo. Cuando él la abandonó, otros mineros si¬
guieron buscándola y así llegó hasta nosotros el relato nove¬
lesco de "'la mina del cacique".
La minería, como finalidad primordial de la colonización,
fue pronto .abandonada por los colonizadores de la zona, que
encauzaron sus mayores esfuerzs en la
agricultura. Pero no
por eso dejaron por entero de lado sus esperanzas y hubo mu¬
chos que durante toda la Colonia, con mayor o menor suerte,

explotaron minerales y establecieron lavaderos y trapiches.



124 —
El encomendero don Juan Jofré tuvo minerales de oro

cerca del pueblo de Mataquito; en Caune se explotaron mine¬


rales de cobre; en las
quebradas y esteros de Vichuquén hubo
lavaderos de oro, vestigios se encuentran aún; en el
cuyos
Morrillo hubo también minerales; cerca de la laguna de Vi¬
chuquén, yacimientos de hierro; y trapiches de oro cerca de
Las Palmas.
Hubo también otras explotaciones mineras de carácter
más modesto y que no tenían la atracción ni el interés de
las otras: la sal, el yeso y la brea'de la cordillera. Gran can¬
tidad de estos productos existía en los primeros contrafuertes
de la cordillera curicana. Junto a yacimientos, estaban
sus

las tolderías de los indios pehuenches, que eran quienes las


explotaban. Por el boquete de Planchón, los indios bajaban a
vender sus productos a la zona central y a veces los propios
españoles llegaban hasta las tolderías para adquirirlos. El
yeso era el producto de mayor importancia, pues se usaba
en las vendimias. La sal, al cabo de pocos años, fue poco ape¬

tecida, pues había salinas abundantes en la zona costina.


La brea era embarcada para el Perú.
f) El esfuerzo industrial.—No obstante haberse sosteni¬
do que el español en todo tiempo ha sido desafecto a la indus¬
tria y a la técnica, hay en esta zona, como en todo el país,
desde los primeros años de la colonización, un esfuerzo in¬
dustrial digno de consideración.
Las primeras industrias que adquieren difusión en esta
zona, son las que derivan en forma inmediata y directa de la
agricultura. Luego que los colonizadores tuvieron cosechas
abundantes de trigo y manadas numerosas de ganado, se vie¬
ron abocados a la necesidad de la molienda, del aprovecha¬

miento de cueros y carnes, y de la elaboración de la lana. Así


empezaron a surgir en la región curicana, molinos, curtidu¬
rías, ramadas de matanza y obrajes de paños.
Los procedimientos que se usan en todas estas industrias
son elementales. Los colonizadores carecen de elementos pri¬

mordiales, pero saben vencer todos los obstáculss y obtener


sus objetivos.

Molinos tuvieron en esta era, don Juan de Sazo, en Teno

(1659) ; los últimos indios de Teno, hasta 1661; don Fernando


Canales de la Cerda, en 1644; don Pedro de Arriagada, en


125 —
1668; don Diego de Maturana, en Guaico, a principios del
siglo XVHI.
Curtidurías para el aprovechamiento de los cueros del ga¬
nado establecieron, entre otros, don Luis González de Medina,
en Teno; don Marcos Mardones y don Diego de Maturana,
en el Guaico; y don Rodolfo de Rojas en Los Coipos.
Los molinos eran de factura muy simple: una rueda en
medio de un curso de agua, para dar la fuerza motriz ; y con¬

tigua a ella, la piedra y demás instalaciones. Cuando el curso


del agua era muy pequeño, la rueda se colocaba horizontal-
mente. Estos molinos no sólo prestaban servicios a su dueño,
sino que molían el trigo de todos los contornos, por el sistema
"a maquila", o sea, cobrando una porción determinada de
harina por cada molienda que hacían.
Las instalaciones de las curtidurías eran también muy
simples. Consistían en tinajas, enfriaderas, pilones y pelam¬
bres. Para el trabajo se especializaban algunos indios o ne¬

gros en el oficio de curtidores, y se fabricaban suelas con el


cuero de los vacunos, y cordobanes con el de ovejunos
y ca¬
bríos. En muchas estancias había gran aprovechamiento de
estos productos, que, a partir del siglo XVII, en gran parte
se vendieron al Perú. Como dato curioso
para apreciar m^
jor el colorido de esta industria, debemos mencionar una es¬
critura firmada en Colchagua en 1639, entre don Juan Ro-
dulfo Lisperguer, propietario de la estancia de Las Palmas,
y don Lorenzo Pérez de Valenzuela. Pérez de Valenzuela te¬
nía una partida de cueros de "capado" y de cabra. Como no
podía curtirlos, Lisperguer le facilitó seis peones y un cur¬
tidor. A su vez, Valenzuela le vendió 1.795 cordobanes de ca¬
pado a 18 reales cada uno y 278 cordobanes de cabra a 12
reales cada uno.

Para el aprovechamiento de la carne del ganado nacen


también diversas industrias que se establecen en casi todas
las estancias, con el nombre de ramadas de matanza. Las
lenguas y los lomos se aprovechan en salazones o charqui;
las gorduras se convierten en "sebo", industria
que tiene en
la época una importancia primordial,
ya que proporciona el
material para la fabricación de velas, usadas para el alum¬
brado de las habitaciones. Era tal la abundancia de carne en
las estancias que, en épocas de matanza,
para evitar podre-


126 —
dumbres, era necesario arrojar grandes cantidades a los ríos
o al mar, o hacer enormes quemazones. A partir del siglo
XVII, parte del charqui y del sebo se exportó al Perú.
El encomendero don Juan Jofré estableció en Peteroa la
industria de mayor importancia, y que constituyó para la épo¬
ca un hecho extraordinario. La abundancia de ganado en la

zona y la habilidad extraordinaria de los indios costinos para


los tejidos de lana, lo hicieron concebir la idea de instalar
un "obraje de paños" o fábrica de hilados, en su encomienda

de Peteroa. Aunque este obraje estaba ubicado fuera de la


zona curicana, ya que Peteroa se encuentra al sur del Mata-

quito, lo mencionamos aquí por las vinculaciones que tuvo


con la zona don Juan Jofré, que fue también encomendero

de Mataquito, y que, por lo tanto, ha debido emplear en el

obraje indios, ganado y elementos de la zona curicana; y,


además, por las vinculaciones que siempre ha tenido el sec¬
tor de Peteroa con la zona curicana.
Elobraje de paños empezó a trabajar en 1587, bajo la
dirección de un andaluz, técnico en esta clase de trabajos,

que se llamaba Alonso Bueso. Los indios de la zona, hábiles


tejedores, colaboraron eficazmente a esta labor, siendo remu¬
nerados sus trabajos con algunas varas de tela. Bien pronto
el obraje rindió sus frutos y empezaron a salir de sus telares,

jergas, paños pardos, frailescos, negros y blancos; bayetas y


cordellates; frazadas, estameñas y sayales.
Hubo también otras industrias, no derivadas ya directa
e inmediatamente de la agricultura, pero que tuvieron tam¬
bién considerable importancia.
Desde losprimeros tiempos fueron explotados los montes
vírgenes, especialmente en los cerros de la costa, para la ex¬
tracción de maderas, que se utilizaban en las construcciones.
Algunos indios fueron adiestrados en la fabricación de
zapatos, los que se fabricaron en gran escala dentro de la zo¬
na. Es curioso sobre este
particular un documento de "1641,
en el cual dos
indios, maestros zapateros del Partido de Col-
chagua, se obligan a fabricar para don Juan de Madariaga,
sin duda comerciante, cuatrocientos pares de zapatos de dos
suelas y plantillas, unos con cópate y otros sin él.
Otra industria de importancia que se inició en esta era


127 —
fue la de las salinas en las lagunas de Boyeruca yBucalemu,
sitas en las proximidades de Vichuquén.
Los primeros españoles llegados a la zona extrajeron de
ellas en forma natural la sal de comer, casi sin industria ni
esfuerzo alguno, valiéndose sólo del procedimiento de enca¬
jonar las aguas en las sinuosidades de las rocas y esperar la
acción del sol para que cristalizara la sal y recogerla des¬
pués sin dificultad alguna.
Un corregidor del Maule, don Juan de Mendoza y Saave-
dra, que gobernó el Partido entre 1695 y 1697, al considérai'
que las salinas constituían una riqueza natural, hizo decla¬
ración en el sentido de que ellas pertenecían a S. M., "para
ayuda de sus reales huestes". Estableció que, como tales, só¬
lo podrían ser explotadas para beneficio del Rey, tarea en
la cual debían colaborar los indios del pueblo de Vichuquén

y los vecinos. "Con extracción de indios, dice la orden, y a


prorrata de vecinos". Los vecinos consideraron que si era del
Rey la sal que cristalizaba en las rocas naturalmente, debía
ser de ellos la que pudieran obtener valiéndose de alguna

industria arficial. Empezaron así las salinas a ser explota¬


das artificialmente por los vecinos de Boyeruca y Bucalemu,
El sistema usado consistía en retener el agua por medio de

tajamares construidos a sus expensas, y producir así la for¬


mación de la sal.
Dos documentos de la época descripciones pin¬
nos hacen
torescas del sistema usado la
explotación de la sal. Uno
en

de 1711: 'Todas las personas de dicho Partido (Maule), te¬


niendo medios y aplicando la industria procuraban atajar
parte de las lagunas de Bucalemu y otras inmediatas ha¬
ciendo tajamares a sus expensas para detener el agua que
les comunica con el mar y rompiendo la roca para que se
introduzca cuando se hallan selladas de arena, y por este
medio se hacen
particulares, como trabajadas a industria y
solicitud del que las pretende conservar" (1). Otro de 1744:
"En la laguna de Boyeruca tienen los vecinos de tiempo in¬
memorial la inteligencia de formar parapetos o tajamares con
que recogen el agua de la laguna cuando se cierra por natu¬
raleza la boca del mar que la fecunda, para guardar con este

(1) Capitanía General, vol. 3.


128 —
arte la sal que mediante esta industria se congela en las
riberas de la laguna" (1).
La explotación artificial de las salinas se hizo general.
Ei propio Corregidor Mendoza, que había declarado la pro¬

piedad del Rey, adquirió también para su dominio particu¬


lar uiia de estas salinas, la que explotó en sociedad con al¬

gunos vecinos de la zona. La salina de Mendoza pasó a ser


"salina del Corregidor", o sea, una granjeria anexa al cargo
de corregidor del Maule ; y así, expiradas las funciones de
Mendoza, ella fue explotada por sus sucesores en el cargo.
La explotación de las salinas, dado el gran consumo de
sal que se hacía para la fabricación de salazones, constituyó
una industria de gran importancia, que dio lustre a la zona,

a tal punto que en mapas de la época la única indicación

de la zona que se consigna es la de "Las Salinas" en la des¬


embocadura de las lagunas de Boyeruca y Bucalemu.
La producción del Rey, como es de imaginar, perdió

pronto su importancia frente a la explotación artificial.


En 1711 ya nadie se acordaba de la sal del Rey. Sólo don

Felipe Toledo y Navarrete, movido por el deseo de que se le


arrendaran a él las salinas naturales, aunque él diga que
"movido de celo", hizo
presente al Corregidor la situación que
se babía
producido. Era corregidor del Partido del Maule en
esa fecha don Antonio Garcés de Marcilla, quien al infor¬

mar sobre la
presentación de Toledo dice que es un pedimen¬
to "extraño del hecho de verdad", por* ser todas las salinas,
en el día, de dominio particular, debido a la industria de los

vecinos. Con este informe se negó lugar a la petición de To¬


ledo y las salinas confirmaron para siempre su calidad de
propiedad privada.
Gran parte del país fue surtido desde entonces con la
sal de Boyeruca
y Bucalemu, cuyas cargas son transporta¬
das a lomo de muía a través de los cerros. Termina la era co¬

lonizadora, Colonia, avanza la República, se llega


pasa la
basta los propios días que vivimos, y en todo tiempo las sa¬
brías de la costa de Vichuquén siguen explotándose en la
nysma forma sencilla y primitiva, y su sal trasmontando los
cerros costinos a lomo de muía.

(1) Capitanía General, vol. 694.


129 —
g) El comercio.—Para proveer a las necesidades de la
población, cada día ep aumento, que se había establecido
hasta en los rincones más ocultos de la zona, hubo de for¬
marse un rudimentario comercio.
Sin duda, los colonizadores trajeron directamente desde
la capital del Reino muchos de sus muebles, vestidos, herra¬
mientas y objetos de uso doméstico, agrícola o industrial;
pero, en gran parte y a medida que avanzó el tiempo, se va¬
lieron de comerciantes que traían per su cuenta mercaderías
para venderlas. Estos comerciantes eran por lo general es¬
tancieros de la zona que adquirían en la capital o en el ex¬
tranjero las especies de mayor uso dentro de la zona y las
vendían en su propia casa rural o recorrían, a veces, las es¬
tancias para ofrecerlas. Nunca el español consideró desdoroso
dedicarse al comercio en las Indias, al revés de lo que suce¬
día en España misma.
En un documento de 1640 de los archivos notariales de
Colchagua (t. 2) encontramos un cuadro bastante vivo de lo
que fue el comercio en esta era y que también nos ayuda
a delinear méjor el aspecto de la vida en esos años. Un co¬

merciante del Partido de Colchagua declara en aquel docu¬


mento recibir las siguientes mercaderías: 80 varas de tafetán
de Castilla negro y pardo; media pieza de cambray; ocho
jubones hechos, de mujer, de China; 16 pares de medias de
Toledo, de sedas de colores; 15 pares de medias de seda, de
Génova; 14 varas de damasco de la China, verde y negro;
tres pares de medias de Bruselas, de color; 9 mañtellines de
bayetas de Castilla; dos cuchilleras con su herramienta; una 1
libra de hilo azul dé Flandes; una libra de hilo azul de Se¬
villa; dos libras de hilo de asentar; un marco de cuerdas; dos
docenas de navajudas; dos gargantillas con dos
pares de zar¬
cillos, todo de oro; dos paños de agujas; dos libras de seda
de color; 80 varas de cordellate; tres docenas de cuchillos;
machetes con vainas y cuchillos; cuatro
pares de estribos;
doce cerrojos; 20 frenos jerezanos; 7 azuelas de
carpintero;
4 docenas de tijeras de Vergara; 38 varas de
paño de Quito;
6 faldellines de paño verde
y azul, de Quito ; 7 sombreros de
color negro; 14 espejos pequeños; 160
manojos de tabaco;
40 varas de bayeta amarilla; 6 varas de
Holanda; 4 jubones
de color verde y morado; un capote de
paño de Quito forrado

130 —
en bayeta de Castilla verde; 12 gruesas de botones de seda
negros; 5 gruesas de colores, y 12 libras de cintas de hiladi-
11o, blancas y de color.
Esta mercadería venía de distintos lugares del mundo.
En teoría, España era celosa guardadora del monopolio co¬
mercial y prohibía en forma absoluta que tocaran en Indias
barcos o comerciantes que no provenían de la Península; pe¬
ro, en el hecho, no se impedía la llegada de mercadería ex¬
tranjera, y las colonias españolas recibieron artículos hasta
de los más apartados parajes del mundo. En la propia zona
curicana, si analizamos los objetos en uso en esta era, pode¬
mos anotar que de Frandes venían espejos, escritorios y ta¬

pices; de Francia, sombreros de castor; de Holanda, algu¬


nos géneros; de Alemania, espadas; de China, sedas; de Gé-

nova y de Bruselas, medias; de Quito, paños; de Méjico, tafe¬

tán; de Roma, imágenes y pinturas; de Quito y del Cuzco,


imaginería religiosa; etc. Todo esto, sin contar lo que venía
de España.
Naturalmente, la mercadería llegaba a la zona conside¬
rablemente recargada de precio, pues en su trayecto debía
vencer dificultades extraordinarias
y sortear peligros a ve¬
ces novelescos.
h) Caminos y medios de comunicación.— Otro significa¬
do que la colonización tuvo para la zona curicana, fue la
formación en ella de los primeros caminos y de los prime¬
ros medios de comunicación.
Todo ese conglomerado humano que se había repartido
en los valles, en los cerros, en las orillas del mar, lagunas
y
ríos,.lejos de la captai del Reino y de centros poblados, ne¬
cesitaba tener acceso hacia la capital y hacia los puntos
comarcanos con los cuales debía mantener alguna relación.
Así empezaron a nacer los caminos. Los senderos del
indio eran incómodos y estrechos; pero, sin duda, prestaron
en los
primeros años enormes servicios, y en gran parte sir¬
vieron para que sobre ellos mismos los españoles trazaran
sus caminos.
Para llegar a la zona curicana desde Santiago, se usaron
en los primeros años tres caminos diferentes:
, 1) Camino de la frontera.— Atravesaba el valle central
y correspondía aproximadamente al actúa] camino longitu-

131 —
dinal. De Chimbarongo caía al pueblo indígena de Teno, en
donde había un tambo o posada; atravesaba el río Teno, pe¬
ligrosísimo, pues debía vadearse; pasaba por la isla de Cu-
ricó a la altura del actual caserío de Rauquén, o sea, algu¬
nas cuadras al oriente de la actual ciudad; cruzaba' el río
Lontué a la altura del lugar hoy llamado La Obra; y desde
allí seguía al sur.
Este camino, rudimentario en un principio, fue el pri¬
mero que usaronlos conquistadores españoles, pues el pro¬
pio Valdivia se valió de él para sus expediciones al sur. Su
nombre lo adquirió al principio del siglo XVII, con motivo
del establecimiento del sistema de "guerra defensiva" con
los indios del sur, que señaló al río Bío-Bío como frontera
entre la tierra en poder de los españoles y la de los indios no
sometidos.
2) Camino del centro.— Estaba trazado no por el valle
central sino por los cerros de la costa. De Santiago se diri¬
gía a Melipilla; luego a Peumo, Pichidegua y Colchagua; pa¬
saba por Lolol, Nilahue, Las Palmas y Los Coipos; caía al
río Mataquito a la altura del pueblo indígena del mismo
nombre (hoy Peralillo) ; cruzaba el río en el balseadero de
Tonlemu; y pasaba al sur por el poniente de la villa de
Talca.
Este camino fue también usado desde los
primeros años
de la Conquista. De él se valían doña Inés de Suárez y Ro¬
drigo de Quiroga para llegar a su encomienda de Teno, uti¬
lizando también un ramal que partía desde Las Palmas ha¬
cia el pueblo de Teno. Sin duda, fue éste el camino más usa¬
do durante la época de la colonización. Era preferido porque
caía directamente al río Mataquito, fácilmente abordable en
balsa y evitaba, así, cruzar los ríos "de Teno
y Lontué, que
por su curso correntoso sólo podían atraverse a vado y con
peligro. Esta misma razón contribuyó también, como hemos
visto, juntamente con otras causas, a concentrar la pobla¬
ción colonizadora en la zona costina y en el valle norte del
Teno más que en la isla de Curicó.
Del camino del centro quedan aún notables vestigios y
existe en toda su integridad su caída al valle de Mataquito.
3) Camino Real de la costa o de los costinos.—Seguía
su curso por la región netamente costina. Partía desde Val-


132 —
paraíso y seguía a Casablanca, Rosario, Malvilla, Llolleo y
Santo Domingo; entraba a la zona bordeando la laguna de
los Choros (Cáhuil), Boyeruca y Bucalemu, por su costado
oriente; subía al cerro en Llico; seguía por los cerros de
Iloca; y caía al Mataquito a la altura de Lora, en donde ha¬
bía un balseadero. Quedan aún notables vestigios de este
camino.

Estos tres caminos vinculaban a la zona con la capital


del Reino y con Valparaíso, y por ellos traficaban los fun¬
cionarios y los colonizadores. Por ellos se llevaban también
losproductos, especialmente cuando habían de ser embar¬
cados; pero para vincularse entre ellos los habitantes de la
zona necesitaban también de ramificaciones o caminos pe¬
queños, de función limitada. Así empezaron también a for¬
marse caminos ramales.
El másantiguo de estos caminos ramales fue el que exis¬
tió entre el pueblo de Teno y Las Palmas, y que tenía por
objeto conectar este pueblo con el camino del centro. En Las
Palmas fue conservado por los españoles un "camarico",
costumbre indígena que el español adoptó, y que consistía
en la obligación
que tenían los indios de llevar a ciertos lu¬
gares obsequios a los viajantes. En el camarico de Las Pal¬
mas "los viajeros se detenían para recibir de los indios, veni¬

dos de los pueblos de Mataquito o de Gonza, alimentos y ani¬


males de transporte. Desde allí, repuestos del cansancio, los
que iban al sur caían al valle de Mataquito y los que iban a
Teno seguían el camino ramal que hacia allá conducía.
En la primera mitad del siglo XVIII, existía un camino
que iba del pueblo de Gonza a Vichuquén y diversas ramifi¬
caciones que bajaban desde el camino de los costinos a loca¬
lidades de la costa. También se formó en esta época un ca¬
mino hacia la cordillera en la Isla de Curicó, que partía des¬
de el camino de la frontera.

'El paso de los ríos tuvo


siempre sus complicaciones.
El río
Teno, cuyo curso cerrentoso imposibilitaba en ab¬
soluto toda navegación, debía ser atravesado a vado, eligién¬
dose para ello los
parajes más angostos y de menor corrien¬
te- Su
paso era peligroso, sobre todo en invierno, en que el
peligro era extremo y manifiesto; y año tras año morían

133 —
viajeros ahogados en la tumultuosa corriente. El río Lon-
tué debía atravesarse en igual forma.
En cambio, el río Mataquito, que era más ancho y más

profundo, podía ser navegado por balsas de cueros de lobo


inflados o de troncos de chagual, al estilo indio. Para este
efecto se establecieron dos balseaderos: uno en Tonlemu, ca¬
si al frente del pueblo de Mataquito, de cuya existencia hay
constancia desde 1621 y que se utilizaba para el servicio del
"camino del centro"; y otro frente al pueblo de Lora, que
aparece trazado en un plano de 1692 y que servía para el
"camino de los costinos".
Los medios de transporte en esta era fueron rudimen¬
tarios.
Se utilizaron primero los indios, a quienes se cargaba
como bestias, y posteriormente empezaron a utilizarse mu¬
a

lares y borricos y hasta los caballos inutilizados para otro


servicio. Coches y carretas no se conocieron en la zona en
esta era, debido en parte al mal estado de los caminos.
Para el transporte de la correspondencia no tuvieron
los colonizadores de la zona servicio alguno organizado, el

que sólo se estableció después de la fundación de Curicó, por


medio de un "postillón" a caballo, que mensualmente partía
desde Santiago a Concepción, pasando por la zona.
Los colonizadores de la zona debieron valerse en esta
época de los arrieros o viajantes para encargarles sus "reca¬
dos" o correspondencia. Solían también valerse de los co¬
rreos oficiales que, de cuando en cuando, pasaban por la
zona, entregándoles sus cartas particulares; y cuando la ur¬
gencia del caso era extrema, no tenían otro medio que va¬
lerse del "propio", persona de confianza a la cual se enviaba
a apartados
lugares, sin otra misión que la de llevar una
carta o un encargo.
i) Formación de las primeras familias regionales.— Co¬
mo consecuencia también de este, notable y complejo proce¬
so de la colonización, se inició en la zona curicana la forma¬
ción de las primeras familias regionales.
Los colonizadores que llegaron a la zona en estos
pri¬
meros años de la historia de
Ohile, en su gran mayoría se
asentaron en ella definitivamente
y junto con afincar su
estancia o atender su industria o su cargo público, trajeron

134 —
su familia o la formaron, radicándola junto a ellos y junto
a su trabajo. En esta forma hubo en la región, poco a poco,
numerosos grupos familiares. Los hijos de los primeros co¬
lonizadores, radicados también en la zona, en muchos casos
contrajeron matrimonio con personas de la vecindad; y en
esta forma empezaron los entronques y las ramificaciones,
que habrían de ser el germen de la sociedad regional.
Los colonizadores, o sea, los que llegaron a la zona an¬
tes de la fundación de la villa de Curicó, son, pues, los tron¬
cos de lasprimeras familias regionales; y de ellos provienen
no pocas de las actuales familias curicanas.

Como observación general con respecto a las familias


que se establecen en la zona en esta era, cabe observar que
ellas constituyen parte del mejor elemento que venía de Es¬
paña en esos años. El soldado profesional, el aventurero se¬
diento de oro y el vagabundo inquieto, rara vez se estableció
en alguna parte. Recorría el país o las Indias de un extremo

a otro, en busca de aventura y de riquezas, y engendraba


hijos mestizos que por lo general abandonaba; pero nunca
pensó en establecer casa ni en formar familia. En cambio,
el hombre de buena calidad perdió pronto sus deseos de
aventuras y sus aficiones militares, y no pensó sino en ra¬
dicarse en un pedazo de suelo con casa y con familia.
El estudio de la formación de las familias regionales es,
sin duda, un tema de interés; pero no es éste un libro de

genealogías y sólo nos cabe por eso, consignar breves esbo¬


zos sobre el
particular.
De los encomenderos, que constituyen el primer grupo
humano de raza blanca que arriba a la zona, solamente dos
dieron origen a familias curicanas: don Juan de Cuevas y
don Juan Jofré, sin mencionar para esta cuenta a los des¬
cendientes suyos, que también fueron encomenderos. Hijo
de don Juan de Cuevas fue don Luis de Cuevas
y Mendoza,
de quien continúa la sucesión de los Cuevas
y Escobar, Cue¬
vas Balcázar
y Barba Torres, Cuevas y Navia, Cuevas Astor-
ga, Cuevas Oyarzún, Cuevas Santelices; y así se llega a fa¬
milias de hoy día, con vinculaciones en la región, como Cue¬
vas
Ovaile, Valdés Cuevas, Ortúzar Cuevas, Valdés Ossa,
etc. Don Juan Jofré dejó en la zona numerosa descendencia,
de la cual
provienen diversas familias actuales de este ape-

135 —
llido, entre ellas la que formó en Vichuquén don Luis Jofré
Liñal deLoaiza, de quien desciende don Miguel Jofré y Ara-
ya, encomendero de Vichuquén en 1759, y don Antonio Jo¬
fré.
Los terratenientes o mercedarios de tierra son en esta
era los que principalmente contribuyen a la formación de
familias regionales, juntamente con los demás agricultores
que a través de los años van adquiriendo tierras. Este fenó¬
meno puede explicarse fácilmente en razón de que ellos te¬
nían, para establecerse en la zona, el vínculo de la tierra,
mucho más poderoso que el que tenía el encomendero.
Sería largo referirse a todos los terratenientes y a las
familias a que dieron origen, lo que nos obliga a insinuar so¬
lamente algunas noticias.
Don Sebastián de la Raigada, mercedario de tierras en
Teno, en 1612, dió origen a la familia Arriagada, uno de cu¬
yos miembros, don Francisco de Arriagada, fue de los pri¬
meros pobladores de la villa de Curicó en su segunda plan¬

ta. A mediados del siglo XVIII había miembros de esta fa¬


milia que aún se apellidaban La Riagada; pero en definitiva
se generalizó la forma "Arriagada".

Don Fernando Canales de la Cerda, terrateniente desde


1617, fue casado con doña Lorenza de Figueroa. Su sucesión
siguió en la zona con don Juan Francisco de la Cerda; don
Antonio Canales de la Cerda; don Francisco' Javier Cañales
de la Cerda, que fue de los primeros pobladores de la villa de
Curicó en su segunda planta; y, trasmontando
algunos años,
con don Francisco Canales de la Cerda,
que figura con casa
en Curicó en 1807;
y don Dámaso Canales, fallecido en 1859.
De este linaje frovienen familias
regionales de estos días,
como ¡Canales Argomedo, Canales
Merino, Canales Correa,
Munita Canales, etc.
Don Bernabé Montero, mercedario de la estancia de
Curicó desde 1618, dió origen a la familia
Montero, ramifi¬
cada en las zonas de Curicó
y Colchagua, y cuyo principal
sector de agrupamiento ha sido el de
Vichuquén-Paredones.
Don Marcos Mardones, terrateniente del Guaico en 1708,
hijo del corregidor del Maule, don Francismo Mardones, dió
origen a la familia de su apellido en la zona curicana. De
él proviene don José Antonio Mardones
y Daza, que edificó


136 —
-

casa en la plazuela de San Francisco y en la villa de Curicó ;


y su hijo don José Antonio Mar dones y Oróstegui.
Hay también familias que se forman en esta era y que
no provienen ni de encomenderos ni de terratenientes, sino
de otros colonizadores que llegan a establecerse en la zona,
ya sea por haber adquirido tierras en herencia o en compra,
o por haber sido designados para cargos públicos.
Don Juan Bautista de Maturana, que en 1661 adquirió
las tierras de los indios de Teno, es el
tronco de la familia
regional de su apellido. Es hijo de don Pedro Zerazo de la
Barrera y de doña María Maturana Negrón, hija de uno de
los compañeros de Pedro de Valdivia, llamado también Juan
Bautista de Maturana. El apellido Maturana viene, pues, por
línea materna, costumbre que se siguió con bastante fre¬
cuencia en aquella época. De este linaje provienen don Die¬
go de Maturana, estanciero del Guaico; don José de Matu¬
rana, primer párroco de Curicó; y don Juan Ignacio de Ma¬
turana, teniente de Corregidor en Curicó.
Don Pedro Vidal de Arras, establecido en Vichuquén an¬
tes de 1661, originario de Zaragoza, íhijo de Pedro Vidal de
Arras y de María de la Torre, dió origen a la familia Vidal,
de Curicó. Fue casado con doña Josefa Verdugo, y tuvo por
hijos a Pedro José, Francisco, Gregoria, María, Rufina, Pe-
trona, Josefa, Clemencia, Gerarda y Margarita. De varios
de estos hijos provienen las diversas ramificaciones de la ac¬
tual familia Vidal.
DonCayetano Correa, que adquirió las estancias de
Llico, Mergüeve, Guiñe, el Médano, los Cuervos, etc,, fue tron¬
co de la familia Correa. Era casado con doña Gregoria de
Oyarzún Vélez Pantoja y Pozo Silva, bisnieta del encomen¬
dero de Castro, don Juanes de Oyarzún y de doña Inés de
Bazán, de- gloriosa actuación en el año 1600, cuando el pi¬
rata holandés Baltasar de Cordes se apoderó de la ciudad de
Castro. Descendientes de don Cayetano Correa han consti¬
tuido las distintas ramificaciones de esta familia.
El estanciero del Peralillo, don Juan Garcés de Marci-
11a, fue casado condoña María Josefa Donoso y de algunos
de sus
hijos, que en otra ocasión hemos mencionado, provie¬
ne la familia Garcés en sus distintas ramificaciones, algu¬
nas de las cuales conservan .hasta
hoy día sectores de la vie-

137 —
ja estancia de Peralillo. Provienen de este linaje las familias
Vidal Garcés, Díaz Garcés, Oportus Pizarro, etc.
Don Lorenzo de Labra, propietario de una parte de la
antigua estancia de Curicó, formó también la familia regio¬
nal de su apellido. Fue casado con doña Ménica Donoso y
tuvo por hijos a Lorenzo José, Pablo, María Concepción,
Magdalena Josefa, María Josefa y Francisco Labra Donoso.
Don Alonso Labbé, agrimensor francés, establecido en Teno
en 17-20, es tronco de la familia Labbé; don Andrés -Ruiz de

Gamboa y Zúñiga, propietario en Teno en 1731, es tronco de


la familia Ruiz; don Francisco de Iturriaga, establecido en
Teno por 1681, dió origen a la familia de Iturriaga; y don

Gaspar de Moraga y Valenzuela, establecido en la zona de la


costa, dió origen a la familia Moraga.
DonAgustín de Urzúa, hijo de los vecinos de Colcha-
gua, don Juan Ruiz de Urzúa y doña Beatriz de Aranda,
contrajo matrimonio con doña Casilda Gaete, propietaria de
la estancia Ranquilí, estableciéndose en la zona y dando ori¬

gen a la familia Urzúa. Fueron hijos suyos los señores Juan


Manuel, Agustín y Pedro Urzúa Gaete, Casilda, Beatriz y Ro¬
sauro Urzúa Gaete. Don
Agustín Urzúa Gaete, don Rosauro
y don Manuel Urzúa Gaete se establecieron en la estancia
de sus padres, en Ranguilí, y son los troncos de la familia
Urzúa de esa región. Doña Beatriz se estableció en una hi¬
juela de la misma estancia, que pasó a formar la estancia
Los Negros; y doña Casilda,,en otro sector de
Ranguilí. Don
Pedro Urzúa Gaete se trasladó Curicó y
a
fue uno de los pri¬
meros pobladores de la villa en su segunda planta, en 1747,
con casa en la esquina de las actuales calles de Estado y
Chacabuco. Sus hijos fueron, entre otros, don Antonio, don
Fermín, doña Loreto y doña Josefa. Don Antonio contrajo
matrimonio en Talca con doña Fructuosa
Opazo y es el tron¬
co de los Urzúa de Talca. En
cambio, sus demás hermanos
permanecieron en Curicó, dando origen a la rama curicana
de esta familia. Don Fermín de Urzúa fue alcalde
y tenien¬
te de corregidor de Curicó; doña Loreto fue casada con don
José María Merino, tronco de esta familia en
Curicó; y doña
Josefa, fue casada con don Bartolomé Muñoz.
De don Cristóbal de Valderrama
y Donoso, proviene la
familia Valderrama de Curicó. Era
hijo de don Mi,guel Val'

138 —
derrama y de doña Petronila Donoso, y descendiente de Her¬
nando Ortiz de Valderrama. Fue casado con doña Antonia
Gaete, hermana de doña Casilda, que ya conocemos, y pro¬
pietaria de Caune. Hijos suyos fueron don Félix Valderra¬
ma, radicado en Caune, y don Prudencio Valderrama, uno
de los primeros pobladores de Curicó en su segunda planta.
Muchas otras son las familias que se radicaron en la
zona durante la era de la colonización. Podemos agregar,
sólo por vía de ejemplo, las siguientes: Ortiz, Muñoz, Quiro-
ga, Sánchez, León, Sazo, Osorio, Gaete, Valenzuela, Pavez,
Espinosa, Donoso, Poblete, Quezada, Bustamante, Navarro,
Vélez, Cubillos, Roa, Bárrales, etc.
Estas familias constituyen la primera etapa de la for¬
mación de las familias regionales. Después de la fundación
de la villa de Curicó llega un segundo grupo y después de la
Independencia un tercero, con todos los cuales se completa
el cuadro de este proceso social.

j) Se inicia el proceso de la formación de la raza.— La


colonización en tierra curicana, como en todo el país, marca

el comienzo del complejo, interesante y dilatado proceso de


la formación de la raza.
Es sólo a cuando este fenómeno ad¬
través de los años,
quiere su cariz integral. Al iniciarse la colonización y en
sus primeros años, no tiene forma ni colorido; pero al final
de la era, y en especial en los años que signen a la fundación
de la villa de Curicó, adquiere caracteres vigorosos.
Tres elementos humanos intervienen en este proceso: el
elemento blanco, representado por el colonizador español,
que hemos visto establecerse en todos los rincones de la zo¬
na; el elemento indio, que vivía en la tierra al llegar el es¬
pañol y que disminuido y desvirtuado, continuó en ellas; y el
elemento negro, que fue traído desde las selvas africanas.
Con estos tres elementos puros la raza se va formando.
El blanco no es de una sola especie y da origen a diversos
matices raciales y sociales, pues al lado del colonizador de
categoría, encomendero, terrateniente, funcionario ..., etc.,
hay elementos más modestos, aventureros inquietos, de los
cuales poca o ninguna memoria ha quedado. El indio tam¬
poco es de una sola clase. Unos y otros se van mezclando con

139 —
los años en forma inextricable, dando nacimiento a nuevos
colores y matices.
En la era que sigue a la fundación de Curicó, y en el
momento final de la Colonia, enfocaremos de nuevo este fe¬
nómeno para apreciarlo en toda su integridad. Entonces ve¬
remos cómo cada uno de los elementos humanos forma ti¬
pos raciales y castas sociales de distinta naturaleza; cómo
hay grupos que, en general, no se mezclan y otros lo hacen
intensamente ; y cómo el problema de las clases sociales se
reduce, durante la Colonia, principalmente un problema ra¬
cial.
k) Fundación de ciudades.—Sin la colonización habría
sido un imposible la fundación de muchas ciudades
hecho
en país. Con ella, en cambio, las ciudades fueron naciendo
el
en forma natural a lo largo de todo su territorio; y nació

también la villa de Curicó, hecho que inició una nueva eta¬


pa en el territorio cuya historia relatamos. (Usamos aquí la
expresión "ciudad" en su sentido amplio y usual, y no en el
restringido que le dieron los españoles, al distinguir entre
"villa" y "ciudad").
En los primeros años de la Conquista se fundaron en el

país diversas ciudades, cuya historia, llena de alternativas y


de incidentes, no corresponde a este estudio. Don Pedro de
Valdivia, fuera de Santiago, fundó La Serena, Concepción,
Imperial, Valdivia, Villarrica, Los Confines o Angol. Don
García Hurtado de Mendoza fundó Cañete y Osorno; y el
Gobernador Ruiz de Gamboa, fundó Castro y Chillan.
Estamos ya a fines del siglo XVI. La vida del naciente
Reino de Chile no tiene la suficiente intensidad para que
puedan nacer nuevas ciudades; y, aun, de éstas que se han
fundado en los primeros años, sólo algunas tienen verdade¬
ra vida urbana:
Santiago, en el centro; La Serena, en el nor¬
te; y Concepción y Chillan, en el sur. Las otras han llevado
una vida
lánguida e intrascendente y algunas han sufrido
feroces ataques de los indios (destrucción de las 7 ciudades
en. 1598). En el resto del
país, sólo se llevaba vida rural. El
encomendero vivía generalmente en
Santiago. El terrate¬
niente, en su casa de campo, con su familia, sus indios y sus
servidores; y si necesitaba algo o deseaba educar a sus hijos,
recurría a Santiago.

140 —
Elsiglo XVII transcurrió casi enteramente en las mis¬
mas condiciones, salvo que los españoles fueron autorizados
por las Paces de Quillén (1641) para ocupar las ciudades des¬
truidas. El estado del país, la población, las necesidades so¬
ciales y económicas no permitían más ciudades que las ya
fundadas. Los dos intentos que se hicieron en esta época
para fundar nuevas ciudades, fracasaron por entero. Fraca¬
só el Gobernador Luis Fernández de Córdoba, que antes de
1627 quiso fundar una ciudad en el valle de Colchagua; y
fracasó el Gobernador Martín de Mujica, que a mediados del
siglo XVII intentó fundar pueblos en los partidos de Colcha-
gua, Maule e Itata.
Pero ya afines del siglo XVII y durante el siglo XVTII
la colonización fue operando su milagro. Eos campos se han
ido poblando; las selvas, convirtiéndose en campos de culti¬
vo; los núcleos de colonizadores han adquirido importancia;
las iglesias y capillas irradian cultura y fe: hay industria,
comercio, relaciones, litigios, funcionarios... Ya no bastan
las viejas ciudades, distantes en extremo unas de otras, y
van naciendo,' en forma natural, obedeciendo a una
impe¬
riosa necesidad social, nuevas ciudades en el país.
Marín de Poveda, que gobernó entre 1692 y 1700, fundó
las ciudades de Nueva Esperanza, en Rere; otra en Itata;

Talca, en el Partido del Maule, cerca del convento de San


Agustín; y Chimbarongo, en el partido de iColchagua, cerca
del convento mercedario. Su tentativa sólo tuvo un éxito
parcial. Buena Esperanza se mantuvo; Talca, no tuvo éxi¬
to alguno; y de Chimbarongo y de la de Itata no quedó, se¬
gún Carvallo y Goyeneche, ni siquiera memoria.
Ya pleno siglo XVIII, don José de Manso fundó San
en

Felipe el Real, en 1740; Los Angeles, en 1742; Nuestra Se¬


ñora de las Mercedes de Tutubén o Cauquenes, en 1742; San
Agustín de Talca (segunda fundación), en 1742; San Fer¬
nando de Tinguiririca, en 1742; San José de Logroño o Me-
lipilla, en 1743; Santa ¡Cruz de Triana o Rancagua, en 1743;
Copiapó o San Francisco de la Selva, en 1744; y San José de
Buena Vista de Curicó, en 1744, habiendo sido precedido es¬
ta última por un
pequeño centro poblado natural, que se in¬
crementó con un convento franciscano.
Años después, el Gobernador Ortiz de Rozas fundó Qui-

141 —
rigiie, -Coelemu, San Antonio de la Florida, Casablanca, Pe-
torca, La Ligua, Cuz-Cuz, y ordenó el traslado a nuevos em¬
plazamientos de las ciudades de Concepción, 'Chillán y Cu¬
rco, esta última en 1747. Posteriormente, don Ambrosio
O'Higgins fundó las ciudades de San José de Maipo, Nueva
Bilbao o Constitución, Linares, Parral, Santa Rosa de los
Andes y Vallenar.

En esta forma se fue desarrollando en elpaís el proceso


de la formación de poblaciones. Este proceso marcó en la
zona curicana tres grados bien notables de su vida. El pri¬

mero, es la vida rural absoluta. Encomenderos, terratenien¬


tes, religiosos y funcionarios vivían en entero- aislamiento,
sin que hubiera en la comarca ciudad alguna, y obligados a
recurrir a la lejana capital del Reino para la solución de
muchos de sus problemas. En 1742, con la fundación de San
Fernando de Tinguiririca y de San' Agustín de Talca, se ini¬
ció un segundo grado. En esta época, los habitantes de la
margen norte del río Teno, o sea, los del partido de Oolcha-
gua, tienen ya la ciudad de San Fernando; y los del partido
del Maule, tienen la de Talca. El tercer grado se inicia con el
establecimiento definitivo de Curicó en su segunda planta,
en 1747. Desde entonces se inicia la vida urbana y la con¬

centración de la vida de la zona en esta nueva villa. La vi¬


lla primitiva, la fundada por Manso en 1744, no había te¬
nido la fuerza suficiente para crear un nexo entre los dis¬
tintos núcleos de la zona ni para crear vida urbana. En su
nuevo emplazamiento, en cambio, Curicó da vida urbana,
crea unión dentro de la zona y hace nacer el espíritu regio¬
nal. Este fue uno de los tantos resultados de la colonización
de la que, tras varias etapas sucesivas, pudo por
zona
fin en
este año de 1747 ofrecer su resultado integral.

1) Un resultado negativo: la despoblación de pueblos


indígenas.— No toda la obra de la colonización, que al fin
y al cabo era cosa humana, podía ser positiva y edificante.
También trajo un resultado negativo fuerte y trascendental,
que ha sido fuente permanente para acarrear ataques a la
labor de España en las Indias. Este resultado fue la despo¬
blación indígena.
En la zona curicana este fenómeno se observa clara-


142 —
mente en los diversos rancheríos; y el despueble es, así, la
forma como sigue haciéndose la historia del indio de la zona.
Don Tomás Guevara calcula que a la época de la llega¬
da de los españoles, los indios "curis", que vivían en la isla
de Curicó y en el valle de Teno, alcanzaban probablemente a
más de tres mil. Otros cálculos establecen que en 1544 ha¬
bía 7.244 indios repartidos entre Vichuquén, Huenchullami
y Loncomila; 1.500 en Mataquito y Pocoa; y 600 en Lora. En
1580 había 142 indios en Mataquito.
Ya en 1627, había desaparecido el pueblo de Rauco, de
indios curis; hacia 1632, el de Mataquito; y en 1661, el de
Teno. O sea, antes de cien años, desde la Conquista, sólo

quedaban en la zona curicana tres poblaciones indígenas de


importancia: Gonza o la Huerta, Vichuquén y Lora. La po¬
blación de estos pueblos, ya en 1658, según datos del cura
Oyarzún, era bien precaria: Vichuquén, tenía 12 indios; Lo¬
ra, cinco; y Gonza, sólo tenía el cacique y un hijo. No pue¬
de haber noticia más desoladora que ésta para el estudio de
este fenómeno del despueble.
¿Cuáles fueron las causas del tal fenómeno?
Desde luego, la mayor responsabilidad es menester car¬
garla a la cuenta de la colonización, encarnada para este
efecto en corregidores, administradores de pueblos, encomen¬
deros y terratenientes. El religioso no llevó velas en este en¬
tierro, sino que, por el contrario, fue una fuerza de acción
permanente en defensa del indio, aquí y en toda América.
El fiscal de la Audiencia de Chile, don Pedro Machado,
en carta
que dirigió al Rey en 1634, hace cargos feroces a
los corregidores y administradores de pueblos indígenas. Di¬
ce
que los corregidores tenían en sus corregimientos, estan¬
cias, viñas, curtidurías y otras industrias, en las cuales ocu¬
paban a los indios. "Y como estos corregidores, dice textual¬
mente, sólo son uno o dos años, en este breve tiempo quie¬
ren de un
corregimiento muy tenue sacar gruesa cantidad
de dinero
y no trasquilar el ganado como el buen pastor, si¬
no desollarlo".
Respecto de los administradores, dice que
exigían a los indios la cuarta parte de las cosechas que ellos
obtenían; y a fin de que creciera esta parte hacían que cre¬
ciera el trabajo, y, en tal forma, los indios huían o morían.
Los encomenderos, por su parte, acostumbraban sacar


143 —
los indios de su pueblo, para llevarlos a trabajar a estancias

propias o ajenas. Este hecho contribuía a que los rancherios


se despoblaran y, a veces, causaba la muerte de algunos in¬
dios. ^

El mismo fiscal, don Pedro Machado, en la misma car¬


ta al Rey, le agrega también que las mujeres del Reino, es¬
pecialmente las de los encomenderos, "se sirven de las indias
con tanta tiranía que por muy livianas ocasiones las desue¬

llan a azotes".

Pero preciso analizar con detención este problema y


es

no achacar la colonización todas las causas del despueble


a

de indios. Hubo también causas naturales, como las epide¬


mias, que causaron mortandad en diversos caseríos; y la
avenida del río Teno, que destruyó el pueblo de Rauco. Tam¬
bién los soldados que luchaban en el sur, solían hacer in¬
cursiones durante el invierno a los rancheríos indígenas pa¬
ra proveerse de indios y animales. Hubo también indios que

voluntariamente contribuyeron al despueble, como aquellos


de Teno .que vendieron sus tierras.

Mucho se ha escrito y comentado sobre el despueble de


indios Chile; pero, analizando el fenómeno con detención,
en

en lo que respecta a la zona curicana, muy semejante sin


duda en este aspecto al resto del país, podemos llegar a
la conclusión de que no tuvo los caracteres de gravedad con

que se le ha revestido.

luego, debe advertirse que el despueble de indios


Desde
en la là colonización no significó extinción de las po¬
era de
blaciones, sino únicamente disminución. Con la colonización
desaparecieron sólo algunos pueblos, pero hubo otros que se
mantuvieron y que sólo desaparecieron en plena era repu¬
blicana. Aún más: preciso advertir que con los años la
es

colonización disminuyó la intensidad de muchas de sus ins¬


tituciones, entre ellas las encomiendas, lo cual trajo una re¬
lativa repoblación de los caseríos indígenas, a más de otras
causas que también contribuyeron a lo mismo.

La forma operó la despoblación es también digna


como

de análisis. En la zona, ladespoblación de indios no consis¬


tió en que ellos murieran, únicamente. La despoblación se
produjo también en otras formas, como la huida, el trasla-

144 —
do..que en realidad significaban un simple desplaza¬
miento.
Hubo muchos indios que en esta era empezaron a huir
de los pueblos sometidos a encomiendas o de las estancias
a donde los llevaban. Después de huir, empezaban a vagar
por todo el Reino, de un lugar a otro, para dar origen, con
los años, al elemento obrero de las ciudades, al inquilino de
los campos y al trabajador vagabundo sin raigambre en par¬
te alguna; o bien levantaban su ruca en algún lugar inac¬
cesible, fuera de todo control, sin encomendero, sin cura, sin
administrador.
Hubo otros que fueron sacados de los pueblos por los
encomenderos para hacerlos trabajar en sus propias estan¬
cias o para arrendarlos en otras estancias. Fray Gaspar de
Villarroel, en carta dirigida al Rey en 1641, se quejaba de
esta situación y le decía: "Fuéronse poblando estancias con¬
forme a las comodidades de sus dueños, repartiéndose en
ellas los indios". Los ejemplos en zona curicana son nume¬
rosos. El cura de Vichuquén, don Martín de Oyarzún, por

ejemplo, haciendo en 1658 un informe acerca de los habitan¬


tes de su doctrina, da una larga lista de estancieros y enco¬
menderos que tienen indios en sus estancias. Hacia 1664, el
estanciero Bartolomé Maldonado, había llevado a su estan¬
cia numerosos indios del pueblo de Lora, y a fin de que for¬
maran pueblo en la estancia, se les dió un cacique sacado
del mismo pueblo de Lora y llamado Pedro Aucamanquer.
En 1693, los indios de Gonza, Mataquito y Lontué fueron
trasladados a la estancia del Guaico.
Así, pues, el despueble de indios no consistió precisa¬
mente en su muerte, sino que también operó por el despla¬
zamiento de grupos hacia otros lugares.
Hay que inistir también en el hecho de que la población
indígena no se extinguió, sino que simplemente disminuyó.
En la zona curicana hay dos circunstancias significati¬
vas, que ponen en evidencia esta afirmación: una, es la su¬
pervivencia directa de la población indígena en los caseríos
de Lora,
Vichuquén y la Huerta, que se mantuvo hasta la
era
republicana. La otra, es la supervivencia indirecta en el
mestizaje fuertemente indio de las clases populares de mu¬
chos lugares de la zona, que en algunos parajes de la costa

145 —
se ha mantenido casi sin mezcla blanca. En la zona curica-
na se puede observar el fenómeno que es general en el país,
relativo a la fuerte dosis de sangre
india en las clases popu¬
lares; y, además, un fenómeno netamente regional, cual es
la conservación de apellidos, costumbres y hasta pureza de

sangre india, en algunas localidades. En tal forma, la raza


indígena ha sido desvirtuada o absorbida, pero no puede ha¬
blarse de su extinción ni en la era colonial, ni hoy día.
La despoblación de indios fue para la época un proble¬
ma trascendental, que afectaba a la base económica de la

naciente organización colonial. Disminuyendo los indios, dis¬


minuían los tributos, en desmedro de corregidores, adminis¬
tradores, encomenderos y religiosos; y disminuía el trabaja¬
dor, en desmedro del terrateniente, en especial.
Indudablemente, el hecho preocupó seriamente a la po¬
blación blanca del país y permanentemente se estuvieron
adoptando medidas que remediaran la escasez creciente de
indios. Muchas determinaciones tomadas en esta época, tan¬
to en la zona como en el resto del país, perseguían en gran
parte esta finalidad. He aquí algunas.
Esclavitud de los indios.— Ya sabemos que la norma ge¬
neral de la Corona de España fue la de prohibir la esclavitud
del indio, aun cuando en el hecho sus órdenes no siempre
fueron respetadas.
Diversas razones, y entre ellas la despoblación de los
pueblos indígenas, movieron a la Corona a hacer una excep¬
ción con los indios cogidos en guerra;
y, así, por Real Cédu¬
la de 26 de mayo de 1608, se estableció
que todos los indios
de las. provincias rebeladas
que fueran capturados en guerra
"sean habidos y tenidos por esclavos...
y como tales se pue¬
dan servir de ellos y venderlos, darlos
y disponer de ellos a
su voluntad". Estos fueron los indios llamados
"yanaconas",
aunque en el uso de este término hay mucha precisión ni
no
uniformidad. Bastaba, pues, con capturar indios en la gue¬
rra del sur,
para tener obreros esclavos que trabajasen es¬
tancias e industrias, faltas de brazos por la despoblación de
los indiosregionales.
Había, además, otra categoría de indios esclavos, que
después de ser cogidos en guerra pasaban al dominio de la
Corona y se llamaban "reyunos". Estos indios eran también


146 —
concedidos en encomienda, como los indios de pueblo, pero
con el solo objeto de ser sometidos a servicio personal. Solían

conservar la denominación de "reyunos" aun después de su

entrega a particulares. A la zona curicana llegaron nume¬


rosos indios de esta clase, que vinieron a suplir a los indios

de los pueblos, y que contribuyeron a formar el inquilino de


las haciendas. A manera de ejemplo, don Francisco de San¬
ta Ana, en Teno, tenía en 1681 una encomienda de tres in¬
dios yanaconas; y en el mismo Teno tenía también una en¬
comienda de yanaconas el capitán don Antonio de Quezada,
quien la poseía en segunda vida, encomienda que a su falle¬
cimiento fue concedida a don Gregorio Guajardo, por dos
vidas, en 1699.
La esclavitud de los indios fue abolida por Real Cédula
de 1674, estableciéndose que todos aquellos que en aquel mo¬
mento estuvieran sometidos a esclavitud quedaban "deposi¬

tados" al servicio de sus antiguos dueños. Sin embargo, co¬


mo era lo usual, la Real Cédula no fue cumplida y se siguie¬
ron concediendo encomiendas de indios yanaconas, para
comprobar lo cual bastan los ejemplos recién mencionados
de los yanaconas de Teno.
Traída de negros.— También llegaron a la zona curica¬
na en esta era,
para reémplazar al indio que desaparecía,
numerosos negros esclavos originarios de Africa.
Es curioso el criterio racial de la Corona de
España so¬
bre esta materia, pues mientras trató a toda costa de
impe¬
dir la esclavitud del indio, no
puso ningún repara a la cruel
e inhumana traída de
negros, que eran arrebatados de su
tierra. Y es más extraordinario que los más enérgicos im¬
pugnadores de la esclavitud del indio, como el Padre Las Ca¬
sas, hayan recomendado, para evitarla, la traída del negro,
que era sometido a una esclavitud más cruel y dolorosa.
Así, pues, el negro llegó al Reino de Chile por un doble
motivo: para defender al indio de la esclavitud y para suplir
las consecuencias del
despueble.
Mucho se ha dicho que
la entrada del negro a Chile fue
muy reducida; y que aquí no se mezcló, especialmente por¬
que fue víctima del desprecio del indio. De esto se deduciría
que nq habría quedado en Chile vestigio de importancia de
sangre negra.


147 —
Sin embargo, la verdad es distinta. El negro entró en
gran cantidad, especialmente en el siglo XVII, y se mezcló
T
también con blancos, indios y mestizos, contribuyendo con
una parte no despreciable a formar el aspecto racial de la

clase popular chilena. El estudio de la documentación his¬


tórica de la época lleva incuestionablemente a esta conclu¬
sión. Por lo que respecta a la zona curicana, es fácil com¬
probar la existencia de numerosos negros en las estancias,
especialmente en el siglo XVII. Eran traídos desde Buenos
Aires o Perú y su cotización era aproximadamente de tres¬
cientos pesos de a ocho reales. En el siglo XVIII se encuen¬
tra ya gran cantidad de mulatos y zambos, repartidos en las
estancias, en los pueblos de indios y en la villa de Curicó,
fuera de los negros sin mezcla que aún subsistían en mu¬
chas partes.
Cartas de asiento con indios.—Se hizo también costum¬
bre en la
región, cuando la falta de indios de pueblo fue ya
notable, el contratar indios libres de la misma zona o de
fuera, para determinados trabajos. Estos contratos se deno¬
minaban "cartas de asiento". En los archivos notariales de
la zona se encuentran numerosas de ellas. Por ejemplo, don
Martín Hernández, de Teno, celebró en 1702 una carta de
asiento con indio, por el plazo de un año,
un obligándose
"de darle treinta pesos de a ocho reales libres de tributo, de¬
recho de cura, corregidor, protector y bulas de la Santa Cru¬
zada, y le ha de dar el sustento necesario, curarle en sus en¬
fermedades, hacerle buenos tratamientos, doctrinarle e ins¬
truirle en los misterios de la Santa Fe Católica".
El indio que celebraba estos tratos no era, indudable¬
mente, ni el indio esclavo ni el de encomienda, pues a éstos
la práctica los entregaba sin limitación al- blanco a quien
pertenecían, sino el indio libre o suelto, especialmente el que
no tenía tierras con
que sustentarse.
Traída de indios de Arauco a Quelmen.— En la zona cu¬
ricana hubo, en fin, una medida de carácter 'especial, que
tuvo por objeto, en parte aumentar la
población indígena
de la zona, disminuida por el despueble,
y en parte dar ubi¬
cación a un grupo de araucanos leales a la Corona, que ha¬
bían quedado sin tierras.
La historia ya la conocemos. Un
cacique de Arauco, 11a-
-
f

148 —
"

mado Ignacio Guentecura, quedó sin tierras en una revuelta


de indios y siguió viviendo entre españoles. En el levanta¬
miento de indios de 1723, el cacique y su gente tomaron el
partido de los españoles, lo que les valió que, como recom¬
pensa, se les diera tierras en el pueblo de (Lora. Así llegó a
la zona un refuerzo indígena proveniente de Arauco, que se
estableció definitivamente en las tierras de Quelmen, donde
formaron pueblo y de donde no pudo sacarlos ni el reclamo
de los indios de Lora, dentro de cuyos linderos se habían
instalado.

17.—LA GESTA DEL REINO DE CHILE EN ESTOS ANOS

En los años en que todo esto sucede, Chile entero vivía


intensamente la gesta heroica de la conquista y colonización
integrales.
Poco después de la muerte de don Pedro de Valdivia,
fue designado para la Gobernación de Chile don García Hur¬
tado de Mendoza, quien desembarcó cerca de Concepción, en
1557. Prosiguió también con intensidad la obra tenaz de sus
antecesores. En medio de feroces luchas con la indiada, re¬
conoció el país hasta muy al sur; fundó las ciudades de Ca¬
ñete y Osorno; repobló las ciudades viejas despobladas por
la guerra y levantó de nuevo los fuertes que habían sido des¬
truidos por el indio. Cerca de cuatro años duró el gobierno
de Hurtado de Mendoza y, al cabo de este tiempo, fue rem¬
plazado por Francisco de Villagra. Ahora se inicia una nue¬
va
etapa en la historia del Reino, pues la guerra violenta y
mantenida con el indio ha terminado, y queda definitiva¬
mente asegurada la dominación del español. La frontera de
guerra es ahora el Bío-Bío, como otrora lo fuera el río Mau¬
le, y la indiada sólo accidentalmente cae sobre las huestes
españolas.
Los gobernadores nombrados por España se suceden.
Los hay buenos y malos; pero, en general, su obra tiende a
consolidar lo que el empuje de los conquistadores logró cons¬
truir. Se destacan entre ellos por sus méritos Martín Oñez
de Loyola, bajo cuyo gobierno se establecieron en Chile los
jesuítas, y que murió en una celada de los indios; Alonso de
Ribera; Martín Mujica; Pedro Porter de Casanate; Marcos

149 —
José de Garro; Tomás Marín de Poveda; Juan Ondrés de Us-
táriz; Gabriel Cano de Aponte... Los indios sólo periódica¬
mente caen sobre el español, pero es menester estar siempre
en guardia. ¡Después de la muerte de Oñez de Loyola (1598),
dstruyeron siete ciudades en el sur, sembrando el terror en
la naciente colonia. Más tarde, en tiempos de Alonso de'Ri¬
bera, tuvo lugar la sublevación del toqui Ancanamún; en
1641 se realizó el parlamento llamado "las Paces de Qui-
llén"; y en 1723 hubo un levantamiento general de los in¬
dios. Pero este ataque del indio no era una cosa sistemática,
sino algo que sucedía intermitentemente y que no amenaza¬
ba ni la obra colonizadora conjunto, ni la conquista.
en

Durante estos años produjo la organización colonial


se

del Reino. Empezó a gestarse la sociabilidad chilena, la ra¬


za, la civilización cristiana, la vida económica; y, en gene¬
ral, toda la obra colonizadora, cuyos contornos, por lo que
respecta a la zona curicana hemos 'conocido ya, y que fueron
los mismos en todo el país, con las naturales variantes que
cada lugar imprimió.

CAPITULO SEGUNDO

EL PROCESO DE LA FUNDACION

(1744-1747)

1.—LA ISLA DE CURICO

El espacio de terreno comprendido entre los ríos Teno


y Lontué, "intransitables sin manifiesto peligro en muchos
tiempos del año" (1), lo conocemos ya como "la Isla de Cu-
ricó". Le han dado ese nombre con inventiva desesperada y
gráfica, sus propios habitantes, que han de vivir alejados del
resto del territorio del Reino, por el torrente de los ríos.

(1) Carta de don José de Manso al Rey de España.


150 —
Hay pequeñas rancherías de indios establecidas en él; y
hay también un pequeño agrupamiento de españoles, forma¬
do a poca distancia dél lugar en que ambos ríos se junta pa¬
ra formar el Mataquito. Son agricultores, hombres de es¬
fuerzo que, a costa de sacrificios incontables, han logrado
proporcionarse cierta holgura; y a quienes el deseo de una
vida social ha reunido en desordenado agrupamiento que
constituye un exponente de la exuberancia social que la co¬
lonización ha significado.
Este agrupamiento de españoles es el germen que ha¬
brá de convertirse, etapa tras etapa, en la ciudad de Curicó.
En principio, la vida de estos hombres adolece de un
un

notable vacío. Todos ellos han venido de la vieja y religiosa


España, o son hijos o nietos de los que de allá vinieron, lo
que los hace sentir intensamente la falta de servicios reli¬
giosos permanentes. Forman parte de la jurisdicción de la
Parroquia de San José de Toro, en Chimbarongo, a diez le¬
guas de distancia, y en la otra banda del río Teno.
Sin embargo, corriendo el año de 1735, se ha estableci¬
do entre ellos el convento de recoletos franciscanos que ya
conocemos, bajo la advocación de la Virgen de la Velilla. Por
doquier se respira ya satisfacción. Documentos de la época
nos revelan en forma elocuente este estado de ánimo colec¬
tivo."Contribuyen al pasto espiritual de tantas almas y edu¬
cación de la juventud", dice más tarde don José de Manso
al Rey de España. "'Logran el pasto espiritual
y doctrina de
sus hijos
y familiares", expresan por su parte vecinos desta¬
cados del lugar.

El caserío tiene ahora una nueva importancia. Son mu¬


chos los que, atraídos por el aliciente del convento, acuden
de distintos puntos a poblarse voluntariamente, sin que pa¬
ra ellos sea obstáculo el tener
que comprar o arrendar junto
al convento un pedazo de tierra. El centro poblado ha cre¬
cido notablemente. Ya el nombre de "Curicó" y de "San Jo¬
sé de la Buena Vista",
que se había aplicado a la isla ente¬
ra, se va circunscribiendo a ese grupo de casas que se alza
alrededor del convento. Nadie, sin embargo, osa llamarlo
"ciudad" y ni siquiera "villa", pues le faltan aún las "soleg-
nidades". A lo sumo, documentos de esa época hablan del
"asiento de San José de Buena Vista", o de la "población",
etc.

El ambiente de aquel agrupamiento es de una inmensa


paz, sólo turbada por el toque regular de la campana de los
recoletos. En las casas, distribuidas alrededor del templo,
viven hombres de trabajo, entregados por entero al cultivo
de sus tierras o a la atención de sus molinos.
Desde sus casas, construidas con adobe, teja y coligiie,
se dirigen lentamente, con esa lentitud típica de la era co¬
lonial, hacia sus tierras de cultivo. Allí tienen el sustento
seguro, gracias a la labor enorme que ellos o sus padres han
debido desarrollar para convertir montes o pantanos en tie¬
rras de cultivo.
Los recoletos franciscanos, reverenciados por los habi¬
tantes, ejercen la tutela espiritual; y así, lentamente, trans¬
curren los días y los años en ese "espacio de terreno, vulgar¬

mente llamado La Isla, sitio entre los dos rápidos caudalosos


ríos de Teno y de Lontué" (1).

2.—VISITA DEL GOBERNADOR DON JOSE DE MANSO Y PETICION


DE LOS VECINOS

Vistosa y escogida comitiva de caballeros españoles se


ha detenido frente a la puerta del convento franciscano.
Briosos caballos, ataviados elegantemente con hermosos ape¬
ros y monturas, en los cuales resalta el brillo de la
plata, son
apenas dominados por sus jinetes, mientras ponen pie en
tierra con extremada rapidez.
Uno a uno se van acercando hasta la puerta del conven¬
to, encogidas las piernas por larga caminata. Visten casaca
de paño hasta la cintura, pantalón apretado con jareta po¬
co más abajo de la rodilla;
y calzan borceguíes con hebilla
de plata.
En medio de ellos camina ceremoniosamente un hidal¬
go de estatura regular, algo grueso y con facciones varoni¬
les y fuertes. Se ha cubierto al bajar con amplia capa espa¬
ñola que le ha tendido uno de los soldados de la comitiva, y

(1) Carta de don José de Manso al Rey.


152 —
revela <en todos sus gestos y movimientos estar revestido de
suprema autoridad.
En la puerfa del convento lo recibe acogedoramente el
superior de los franciscanos, y ambos se saludan a la vez con
ceremonia y afectuosidad: "Vuesa Paternidad" "Vuesa
. . .

Excelencia" ...

El recién llegado es don José Antonio Manso de Velas-


co, "Caballero de la Orden de Santiago, General de los Rea¬
les Ejércitos de Su Majestad, Gobernador y Capitán General
del Reino de Chile y Presidente de la Real Audiencia". No
es raro, pues, que lo rodee el respeto general.

Corren los años de 1743. ¡El Gobernador de Chile, en via¬


je realizado con ocasión de la llegada al sur de una escua¬
dra española, se ha detenido a restaurar sus fuerzas en la
recoleta franciscana. No es la primera vez que alcanza has¬
ta allí. En sus viajes hacia la frontera del sur, ha encontra¬
do siempre cálida acogida entre los franciscanos y en el con¬
vento, cómodo hospedaje.
La noticia de su llegada sé ha extendido de inmediato a
todos los habitantes de la aldea, para quienes, en la quietud
de su vida cotidiana, es aquél un acontecimiento extraordi¬
nario.
Los vecinosprincipales conversan y se agitan; hay al¬
go que les viene preocupando intensamente y quieren apro¬
vechar la presencia del Gobernador. Pronto llega hasta el
conventoun escogido grupo. Resalta la figura elegante de
doña Ménica Donoso, viuda del capitán don Lorenzo de La¬
bra, de finas facciones, y enteramente vestida de negro. Van
allí también el alférez Pedro Nolasco Solorza ; don Manuel
de Olaso; Nicolás Solorza; don Félix Donoso; y el capitán
de caballos don Miguel de la Jara.
Son recibidos en espacioso salón enladrillado del con¬
vento, con amplias ventanas, a través de las cuales se filtra
abundante luz. El Gobernador de Chile, don José Manso de
Velaseo, cómodamente sentado en sillón frailuno, de alto
respaldo, los atiende con amabilidad. Uno de ellos toma la
palabra. Saben que el Gobernador está empeñado en la fun¬
dación de ciudades de españoles, y que son esos también los
íntimos deseos de Su Majestad el Rey. Pues bien, ellos qui¬
sieran que para honor y adelantamiento de la población en


153 —
que viven, se erigiese allí, con todas las formalidades debi¬
das, una villa o ciudad.
Ya en otras ocasiones vecinos y
religiosos han hecho al
Gobernador la misma petición. Ello se conforma con fer¬
vientes deseos de don José de Manso, y acepta, pues, de pla¬
no tan justificada petición. Se fundará allí mismo una nue¬

va villa; que ha de llevar el nombre de San Joseph de Buena

Vista. Quiere el Gobernador que sea este nombre, ya usado


para la isla y para el caserío, el que prevalezca, y sólo así la
nombra cuando más tarde comunica al Rey su fundación.
No prevé que la costumbre popular habrá de agregarle el
nombre indígena de la zona, "Curicó", que ha de ser el úni¬
co que prevalecerá a través de los siglos.

3.—DON JOSE DE MANSO

Años más tarde, cuando ya la villa había sido formal¬


mente fundada en el asiento de San José de Buena Vista,
don José de Manso refería al Rey de España la forma cómo
había acogido la petición de los vecinos. "Por conformarse
con mi interior ferviente deseo, le dice, condescendí gustoso

y capté la voluntad de los dueños de la tierra para que a es¬


te fin donasen".
No
exageraba un punto don José de Manso al decir que
aquello había coincidido con fervientes deseos de su parte,
pues pocos como él habían dedicado tan grandes desvelos a
la fundación de ciudades.
Era Gobernador de 'Chile desde el 15 de noviembre de
1737. Más de treinta años al servicio del Rey en campañas
militares, lo rodeaban deun prestigio merecido y notorio.
Su ascensión al Gobierno de Chile había marcado, sin duda,
un acontecimiento de
importancia en la historia colonial del
Reino, pues Manso fue siempre gobernante probo y sin man¬
cha, animado de claros sentimientos en favor del real ser¬
vicio.
En el
desempeño de sus funciones es el gobernante ejem¬
plar de la 'Colonia. Su laboriosidad y sus energías no cono¬
cen parangón; y se ha
entregado por entero al servicio del
bien público, desempeñándose en todo con honradez abso¬
luta y con un amplio sentido de justicia.

154 —
El territorio del Reino, hasta la frontera del sur, no te¬
nía secretos para él. Una y otra vez lo ha recorrido con co¬
mitivas de caballeros, llamado por su afán de poblarlo hasta
donde posible: La Corona de España, vivamente empe¬
sea
ñada en que los habitantes del país se agrupen' en ciudades,
había dirigido a Chile reiteradas instrucciones sobre este
particular. A don José de Manso le ha correspondido la glo¬
ria mayor en estas fundaciones y, como ya sabemos, son mu¬
chas las villas que nacen de su esfuerzo, a más de San José
de Buena Vista.
/

4.—DONACIÓN DE TIERRAS
4

Cuando ya está concebida y acordada la fundación de


la villa, la primera preocupación de don José de Manso es
obtener terrenos para que ese proyecto se concrete en una
realidad. Así lo dice a los vecinos que con él se entrevistan.
Es necesario que los dueños de la tierra donen a su Majestad
el Rey lo que sea necesario para trazar las calles y solares
de la nueva villa.
No puede dudarse de que, no obstante el ferviente deseo
de los vecinos, ha de ser difícil obtener de inmediato terre¬
nos necesarios. Las tierras del lugar, de migajón profundo,
son celosamente retenidas y apreciadas por su extraordina¬
rio rendimiento. Pero don José de Manso hace fuerza cuan¬
do, junto con acceder al deseo de los vecinos, les formula a
su vez este pedimento. Así, dos vecinos notorios ofrecen en
conjunto diez cuadras de terreno para que se funde la villa.
Son doña Mónica Donoso y el alférez don Pedro Nolasco So-
lorza. "Capté la voluntad de los dueños de la tierra, dirá
más tarde don José de Manso al Rey, para que a este fin do¬
nasen como lo hicieron a Vuestra Majestad diez cuadras en
el más adecuado sitio".
Es necesario ahora formalizar tal ofrecimiento, y dejar
testimonio de él para los años venideros.
El 9 de octubre' de ese año de 1743, está en el asiento de
San José de Buena Vista, el escribano de Talca, don Juan
Antonio Cheriños. Se va a firmar la escritura de donación
de tierras, y hay un ambiente de seriedad y ceremonia en¬
tre los concurrentes. Está allí don Juan iCornelio de Baeza,


155 —
Corregidor
y Justicia Mayor del Partido del
Maule, en repre¬
sentación del Rey; los donantes doña
Mónica Donoso
alférez Solorza; y para ser y el
testigos de un acontecimiento de
tal importancia, tres vecinos
caracterizados del asiento: don
Félix Donoso, don Manuel de Olaso
y don Miguel de la Jara.
En grueso papel, lentamente
desenvuelto por el escriba¬
no, se ha extendido con caracteres firmes la
escritura de do¬
nación. El sello de Su
Majestad, impreso con un negro pro¬
fundo, está marcado
un ángulo
en
superior del documento.
"Parecieron doña Mónica Donoso,
empieza el instrumen¬
to con toda
ceremonia, viuda, mujer que fue del capitán
. . .

don Lorenzo de
Labra, y el Alférez Pedro Nolasco Solorza,
ambos vecinos de este dicho Partido ..Con letras segu¬
ras y claras, se consignan después los detalles y fórmulas de
la trascendental donación.
La señora Donoso
y el alférez son dueños de cien cua¬
dras de suelo ubicados en el
llano que se extiende entre el
cerrillo de Curicó
y el estero que pasa a las puertas del con¬
vento franciscano. Tienen en
consideración que el vecinda¬
rio ha pedido al señor don
José Manso de Velasco
que funde
una villa, ciudad o pueblo "en el dicho
asiento". Y como Su
Señoría sirviese concederles
se
semejante merced, ellos ha¬
cen
donación, en proporción de cinco cada uno, "a Su Ma¬
jestad Dios lo guarde". Quieren con ello que el beneficio de
fundarles una ciudad concedido
por el Gobernador a los ve¬
cinos, tenga real y cumplido efecto.
He aquí la escritura
que se extiende en aquella ocasión:
En el asiento de SanJosé de
de Ohimbarongo, en
Buenavista, Partido del Maule, doctrina
días del mes de octubre
nueve
renta y tres, ante mí el de mil setecientos cua¬
escribano y
noso viuda, mujer, ia última, que fuetestigos, parecieron doña Mónica Do¬
del capitán don
y el alférez Pedro Nolasco Lorenzo de Labra,
dijeron que por cuanto
Solorza, ambos vecinos de este dicho
por parte del vecindario Partido y
tiene pedido al señor de este dicho asiento se
don José Manso de
Consejo de Su Majestad, Velasco, caballero de la Orden
de ¡Santiago, del
les ejércitos, Mariscal de campo de sus rea¬
Gobernador General de este
Audiencia, que en atención a lo Reino y presidente de su Real
mucho que reporta
que se funde una
villa, ciudad o pueblo en el dicho vecindario en
fundado en él el convento dicho asiento por haberse
y recoleta de Nuestra
de logran el pasto Señora de la Velilla, don¬
espiritual y doctrina de sus
Señoría «e sirviese hijos y familiares, y que Su
concederles esta
este beneficio merced, en cuyos términos ty
tenga cumplido efecto, para que
que hacen gracia, otorgan por el tenor de la presente,
donación, buena, pina, mera,
cable, que en derecho se llama perfecta, acabada, irrevo¬
de mano a mano inter vivos,
y con las
partes presentes dada luego,
insinuaciones y remuneraciones de
leyes en

156 —
derecho necesarias, a Su Majestad Dios lo guarde, de diez cuadras de tie¬
rra, cinco cada uno, de las que tienen contiguas en el dicho asiento de
cien cuadras que tienen y poseen por suyas, próximas en el llano que ha¬
ce entre el cerrillo de Curicó y el estero que pasa cerca de la puerta de
dicho convento y Recoleta, para que Su Señoría las reparta a la persona
o personas que fueren de su superior agrado para el expresado fin de esta
población de villa o ciudad, tomando la posesión en la forma y manera
que por bien tuviere y fuere de su superior arbitrio. Y ala firmeza y
cumplimiento de lo que dicho es, la dicha doña Mónica obliga sus bienes
y el dicho Pedro Nolasco Solorza su persona y sus bienes, y de ambos los
habidos y por haber, y dieron poder cumplido a la justicia de Su Majes¬
tad para el apremio a su cumplimiento. Y estando presente a lo conve¬
nido en este instrumento el señor General don Juan Cornelio de Baeza,
Corregidor, Justicia Mayor y Capitán a Guerra de este dicho Partido, ha¬
biéndola oído otorgó que la aceptaba en nombre de Su Majestad y agra¬
dece a la dicha doña Mónica y alférez Pedro Nolasco Solorza esta dona¬
ción. Y los otorgantes a quienes yo el presente escribano doy fe que co¬
nozco así lo otorgaron y firmaron. Siendo presentes por testigos el Gene¬
ral don Manuel de Oiaso, don Félix Donoso y el capitán de caballos don
Miguel de la Jara. Doña Mónica Donoso, Juan Cornelio de Baeza. Pedro
Solorza. Ante mí, Juan Antonio Cheriños.

5.-OBJECIONES DE LA REAL AUDIENCIA POR INSUFICIENCIA DE

LOS TERRENOS DONADOS. DECRETO DE MANSO

Diez cuadras de terreno no eran suficientes para fun¬


dar una villa. Se precisabaun espacio mayor, donde pudie¬
ran trazarse con toda comodidad calles, plazas, solares ...

La legislación española era rigurosa en lo que se refiere


a fundación de nuevas ciudades y reglamentaba hasta con
detalles increíbles las exigencias que era
necesario cumplir.
El Emperador Carlos Quinto, a principios del siglo XVI, ha¬
bía ordenado ya a los conquistadores españoles que al fun¬
dar ciudades dejaran siempre terreno necesario para su cre¬
cimiento posterior. La Recopilación de Indias había recogi¬
do esa disposición y agregado otras que hacían más estricta
aún la fundación de una villa o ciudad.
En las diez cuadras donadas por la señora Donoso
y el
alférez 'Solorza, era imposible cumplir con las exigencias le¬
gales. Había apenas terreno suficiente para trazar una pla¬
za y nueve manzanas, en las cuales apenas lograrían ubi¬
carsetreinta y seis solares, que no eran suficientes para los
que deseaban poblarse. No había terreno para que la villa
pudiera extenderse en el futuro; ni terrenos para "propios",
ni para rentas de la Real Hacienda. Faltaban extensiones

para que pastaran los animales, extensiones que reciben en-

157 —
tonces el nombre de dehesas; ni esos espacios abiertos y co¬
munes que se llamaban "ejidos".
Era imposible, pues, fundar allí válidamente villa o ciu¬
dad.

Sin embargo, la historia es para nosotros obscura sobre


este particular.
Ignoramos cuál fue la actitud inmediata de don José de
Manso después de esta donación. No sabemos si pretendió
fundar allí mismo la villa de San José de Buena Vista; o si,
respetuoso de las disposiciones legales, suspendió toda de¬
terminación. Sólo sabemos que la Real Audiencia, a raíz de
la donación de las diez cuadras de terreno, formuló objecio¬
nes. Ya sea que estas objeciones se hayan referido al hecho

mismo de la donación o a algún intento de fundación que ha¬

ya realizado el Gobernador, ellas nos revelan que no ha po¬


dido existir fundación válida de la villa inmediatamente des-
*

pués de la donación y menos en el corto espacio de diez cua¬


dras.

Transcurrió casi un año en iguales condiciones. No ha¬


bía terrenos para organizar debidamente la villa. Los due¬
ños de la tierra se abstenían de hacer nuevas donaciones,
porque era duro ceder gratuitamente suelos de tan excelen¬
te calidad. Don José de Manso se decidió, por fin, a tomar

una actitud definitiva, a fin de que la nueva villa pudiera

fundarse realmente. En su despacho de Santiago, dicta el


11 de agosto de 1744, el siguiente decreto:

Por cuanto he proveído el Decreto del tenor


siguiente: Santiago, on¬
ce de agosto de mil setecientos cuarenta y cuatro. Atendiendo el buen es¬
tado de la nueva población de San José de la Buena vista
y deseando con¬
tribuir a sus mayores adelantamientos y alivio de los pobladores y que
uno y otro depende de la averiguación de tierras
y potreros vacos de aque¬
lla jurisdicción, que habiéndolos como se
cree, se destinarán unos para
propios, rentas, dehesas y ejidos, subviniéndose así al reparo que ha en¬
contrado la Real Audiencia y que de esta suerte es
inevitable por la es¬
casez de terreno, y otras para distribuirse entre
beneméritos pobladores a
proporción del mérito que cada uno adquiriere, y siendo de crecido nú¬
mero de cuadras las que sobrasen, en beneficio de la Real Hacienda. Por
tanto, mando a don Félix Donoso, teniendo dé corregidor de Curicó, en
cuiyo territorio está situada esta población y comisario de
ella, que asocia¬
do con don Manuel de Olaso, persona de
notorio crédito, procedan, procu¬
ren e indaguen si en aquella jurisdicción hay alguna tierra apoderada y
qué sujetos las detenten y teniendo prudente, fundada sospecha, les' obli¬
guen a la exhibición pe títulos e instrumentos
y procedan a hacer men¬
sura de ellos por sus rumbos y linderos
y constando por esta diligencia que


158 —
tienen usurpada alguna, la declaren por vaca con expresión del número de
cuadras CU).

Este decreto es la fuente real de la villa de San José de


Buenavista de Curieó y sólo a raíz de él pudo hacerse la fun¬
dación legítima.
Los comisionados Donoso y Olaso cumplieron su encar¬
go con toda exactitud. En corto espacio de tiempo lograron
reunir los terrenos necesarios y la villa se pudo fundar. Fue¬
ron recuperadas treintay ocho o más cuadras que no per¬
tenecían nadie; y don Nicolás Solorza hizo una donación
a

magnífica de treinta y cinco cuadras. Así fue posible que la


población irregular de Curicó, agrupada alrededor del con¬
vento franciscano, se convirtiera en "una formal población
de españoles con la solegnidad que las demás" (2).

6.—CARTA DE DON JOSE DE MANSO AL REY

El Gobernador don José Antonio Manso de Velasco, es¬


tá ahora orgulloso de su obra. Su decreto de 11 de agosto de
1744 ha hecho posible que se erija formalmente la villa de
San José de la Buena Vista.
Estamos ya a 2 de noviembre del año de gracia de 1744,
a poco iñás de dos m'eses de la dictación de aquel decreto, y
la villa se encuentra fundada con todas las solemnidades y
requisitos; se han trazado solares y calles; y, en medio de
todo, una plaza en cuadro.
Don José de Manso, sentado en su despacho de Santia¬
go de Chile, se apresta para comunicar al Rey tan grata no¬
ticia. Desea, sin duda, congraciarse ante los ojos de la Co¬
rona de España, con la mención de nuevos servicios agrega¬
dos alos que ya tiene prestados.
Con estilo correcto y fluido se dirige al Monarca:

Señor: A causa de la gente de ambos sexos que 'habita en un espacio


de terreno, vulgarmente llamado CLa Isla, sitio entre los dos rápidos cau¬
dalosos ríos de Teno y Lontué, intransitables, sin manifiesto peligro en
muchos tiempos del año, dispuso la piedad de un devoto, con la licencia y
aprobación de Vuestra Majestad, fundar en él un suntuoso convento de re¬
ligiosos recoletos de San Francisco, que contribuyan al pasto espiritual de

(1) Capitanía General, vol. 560.


(2) Carta de Manso al Rey de España.
tantas almas y educación de la juventud; lo que no sólo se consiguió, si¬
no que con el atractivo y devoción de esta santa casa, se fueron poblan¬
do muchos en sus inmediaciones, voluntariamente, aun con la pensión de
comprar o arrendar un corto sitio; y con motivo de hacer yo allí mansión
cuidadosa a mis pasadas para la frontera, por darles consuelo y tenerlo
yo de ver la devoción y voluntaria congregación de tantos pobres, me pi¬
dieron generalmente ellos y los religiosos que les dispusiese en el mismo
paraje una formal población de españoles con la solegnidad que las de¬
más, a que por conformarse con mi interior ferviente deseo, condescendí
gustoso, y capté la voluntad de los dueños de la tierra para que a este fin
donasen, como lo hicieron, a Vuestra Majestad, diez cuadras en el más
adecuado sitio y erigí en él la .población con el título de San Joseph de
Buena Vista, dando al mismo tiempo las consiguientes providencias de dis¬
tribución de solares, apertura de una espaciosa acequia para la conducción
del agua, de que carecían y hoy corre con mucha abundancia, y otras con¬
ducentes a su establecimiento y promoción, como todo lo comprenderá
Vuestra Majestad del testimonio de autos incluso. Es, Señor, esta pobla¬
ción una de las tres que he fundado en el Corregimiento de Maule y es¬
tá situada en donde da principio la jurisdicción y termina la de Coloha-
gua con quien confina, a distancia de 20 leguas de la de San Fernando
de Tinguiririca, y de 25 de la de San Agustín de Talca, y se va adelantan¬
do todavía más mediante el mucho gentío que se puebla para cuyo incen¬
tivo, ultra del que les suministra la cercanía del convento y la existencia
de la Vice Parroquia en ella, he esperanzado a los pobladores con algunas
mercedes de tierra de las que en esa comarca se hallaren vacantes y que
quedaren después del destino de dehesas y algunas equivalentes propios pa¬
ra lo que he mandado se averigüen y aclaren las que hubieren, y luego que

llegue el nuevo Reverendo Obispo electo por Vuestra Majestad trataré con
él ,1a división del cuarto de Ohimbarongo a que pertenece este territorio y
que lo erija en separado curato con el mismo título que el de la población,
que lo juzgo necesario para el más cómodo pasto espiritual de la religresía,
honor y adelantamiento de la dicha población. Todo lo que me ha pare¬
cido poner en noticia de Vuestra Majestad con vivo deseo de que ésta y
demás nuevas poblaciones en que incesantemente trabajo lleguen en lo ve¬
nidero al colmo del auge y sean de la Real aprobación de Vuestra Majes¬
tad y que en su inteligencia mande lo que sea de su Real agrado.
Dios guarde la católica Real persona de Vuestra Majestad los muchos
años que la cristiandad ha menester.
Santiago de Chile, 2 de noviembre de 1744. Don Joseph de Manso. (1)

Sin duda, don José de Manso se ha


apresurado a poner
en conocimiento del Rey, a la mayor brevedad, la fundación
de la villa; pero su carta sigue la lenta tramitación de todos
los asuntos coloniales. La recibe el
Consejo de Indias con de¬
sesperante indiferencia, y no hay ninguna prisa para re¬
solver acerca de contenido. Cerca de tres
su
después años
de haber sido enviada, .el 12 de
agosto de 1747, el señor Fis¬
cal del Consejo emite su informe con
pasmoso desgano. "No
parece hay que hacer, dice, más que avisarle el recibo de su
carta aprobándole lo ejecutado y
que se espera la noticia de
estar este pueblo toda perfección".
en Transcurre un año

01) Manuscritos de don José Toribio Medina.


160 —
completo después del informe del Fiscal, y sólo el 12 de agos¬
to de 1748, reunido el Consejo de Indias, con toda ceremonia
y luciendo sus miembros empolvadas pelucas, se aprueba la
fundación de San José de Buena Vista. En los autos, se es¬
tampa una frase seca y defintiva: "Con el señor Fiscal".
Mientras tanto,
villa de allende los mares, la vida
en la
ha continuado con menos lentitud que la tramitación de su
expediente, y algunos de los fundamentos con que se ha
aprobado su fundación, han perdido por entero su sentido.
El Consejo y el Fiscal, en efecto, han aprobado su fundación
por haberse ubicado en "lugar cómodo" y al lado de un con¬
vento franciscano. Ignoran que a la fecha en que ellos emi¬
ten su aprobación (1748), se encuentra ya la villa ubicada
en su nuevo lugar, y lejos del convento, por ser incómoda e

insalubre su primitiva ubicación.

7.—VERDADERA FECHA DE LA FUNDACION DE CURICO


\

a) Una duda histórica.— Surge aquí un problema inte¬


resante relacionado con los acontecimientos que acabamos
de relatar.

¿Cuál es la verdadera fecha de la fundación de Curicó?


No hay, desgraciadamente, documento alguno que pue¬
da contestarnos con precisión matemática, y la verdad es

preciso deducirla de un conjunto de antecedentes y circuns¬


tancias. El expediente de la fundación de la villa no se en¬
cuentra en los archivos coloniales de Chile, pues fue envia¬
do al Rey
por el Gobernador Mans o de Velasco. "Todo lo
comprenderá Vuestra Majestad, le dice, del testimonio de
autos incluso". No sabemos si este documento se encuentra
actualmente en el archivo del Consejo de Indias, y no pode¬
mos, por tanto, contar con él para la solución de este pro¬
blema.
b) Primer antecedente: escritura de donación de 9 de
octubre de 1743.— El primer antecedente positivo que se
ofrece a la vista de los investigadores es la escritura de la
primera donación de tierras para fundar la villa. ¡Lleva fe¬
cha 9 de octubre de
1743, y en ella doña Mónica Donoso y el
alférez Solorza donan diez cuadras de terreno al Rey para


161 —
que en el asiento de San José de Buena Vista pueda fundar¬
se villa, ciudad o pueblo.
una

Se ha argumentado que si en 1743 se donaron las tie¬


rras, ese mismo año ha debido fundarse la villa; y aun cuan¬
do en otras poblaciones cercanas, como San Fernando y Tal¬
ca, la fundación sólo se realizó años después de donadas las
tierras, ha habido una extraordinaria uniformidad para sos¬
tener que Curicó fue fundado en 1743.
La ciudad misma de Curicó celebró el Bicentenario de
su fundación el 9 de octubre de 1943, aniversario de la do¬
nación de tierras por el alférez Solorza y doña Mónica Do¬
noso.

Señalan también el año 1743 como feoha de la funda¬


ción de Curicó, don Tomás Guevara en la Historia de Curi¬
có; don Diego Barros Arana, en la Historia General de Chile;
y don Francisco Antonio Encina, en la Historia de Chile.
c) Segundo antecedente: decreto de Manso de 11 de
agosto de 1744—Pero existe en los archivos coloniales el
decreto de don José de Manso de 11 de agosto de 1744, que
ya conocemos, y que da origen
fundadas dudas. Induda¬
a
blemente, los historiadores nacionales que se han referido a
esta materia, no han conocido dicho decreto, que se encuen¬
tra oculto en los archivos de la Capitanía General (Vol 560),
sin figurar en el índice y sin ser mencionado ni siquiera en
el sobrehumano trabajo de catalogación realizado
por don
José Toribio Medina.
En este decreto, dictado casi un año después de la do¬
nación de tierras, el Gobernador Manso de Velasco ordenó
que se buscaran terrenos para la población de San José de
Buena Vista, teniendo presente los
reparos formulados por
la Real Audiencia. Estos terrenos,
según el mismo decreto,
debían ser destinados para propios
y rentas de la población;
para ejidos y dehesas; y para ser repartidos entre beneméri¬
tos pobladores en proporción al mérito
que cada uno adquirie¬
re. Si en este decreto el. Gobernador Manso de Velasco habla

de reparos de la Real Audiencia, de buscar terrenos


y de re¬
parto entre beneméritos pobladores, es indudablemente por¬
que la villa aún no ha sido fundada.
La donación del alférez Solorza
y de la señora Donoso
no ha sido suficiente para la fundación. En diez cuadras de
terreno hay sólo espacio para trazar una plaza de armas y
treinta y seis solares. En estos treinta y seis solares es pre¬
ciso ubicar parroquia, cárcel y cabildo; dejar lo necesario
para rentas y propios, ejidos y dehesas; y sólo el resto pue¬
de distribuirse entre los pobladores. Es, así, imposible, que
allí se pueda fundar la nueva villa. Las leyes españolas son
estrictas sobre el particular; y la lógica indica que no pue¬
de establecerse una villa sin que se cuente con terrenos pa¬
ra financiarla (rentas y propios), ni con campos para que
pasten los animales y espacios abiertos y comunes para los
pobladores (dehesas y ejidos). La Real Audiencia formula,
por eso, objeciones, y el Gobernador Manso de Velasco se ve
precisado a ordenar que áe busquen nuevas extensiones de
terreno.
Estos antecedentes, que se desprenden del decreto de
Manso de 1744, hacen pensar que la villa de San José de Bue¬
na Vista no ha podido ser fundada sino después de la dicta-

ción de dicho decreto. Así lo sostiene la Historia de Talca, de


don Gustavo Opazo Maturana, y así lo hemos sostenido tam¬
bién nosotros en artículos de prensa. El 9 de octubre de 1743
no tiene otro significado que ser la fecha en que se hizo la

donación de los primeros terrenos para fundar la villa, o sea,


es el primer
paso para la fundación.
d) Nueva duda.— El asunto, sin embargo, signe siendo
susceptible de discusión. Hay una frase en el decreto que se
presta para nuevas dudas y nuevas vacilaciones: "Atendien¬
do al buen estado de la nueva población de fían José de Bue¬
na Vista
y deseando contribuir a sus mayores adelantamien¬
tos ...".
En esta frase, con la cual el Gobernador encabezó su
decreto, se ha creído encontrar la prueba de la existencia de
la villa con anterioridad a él. Si se habla de la "nueva
pobla¬
ción de San José de Buena Vista", es
porque la villa ya está
fundada. El decreto de Manso no tiene otro significado que
el de querer dotar de tierras a la villa
ya fundada para pro¬
veer a su
mayor adelantamiento.
Es necesario, sin embargo, tener en consideración que
desde antes de la fundación de la villa existía en el mismo
lugar un caserío informal, que se incrementó notablemente
con el establecimiento del convento franciscano. Debe te-


163 —
nerse en cuenta, además, que este caserío era llamado "San
José de Buena Vista", "Curicó" o "población de don Lorenzo
de Labra", por estar próximo a su estancia. Es indudable, en
consecuencia, que la "población" a la cual se refiere el de¬
creto de Manso, es este caserío informal, al cual se desea
convertir en villa, procurándole los terrenos necesarios para
que con tal carácter pueda ser fundado. Esta opinión se con¬
firma más aún si se observa que el decreto se refiere sólo a
la "población", y en ninguna de sus partes nos habla de
"villa" o "ciudad", como lo hacen los documentos que son
posteriores a la fundación.
e) Oíros antecedentes.— Hay también otros dos ante¬
cedentes que nos afirman más en la misma opinión.
Uno, es la carta que el Gobernador Manso de Velasco
dirige al Rey para comunicarle la fundación de la villa. La
fecha de esta carta, 2 de noviembre de 1744, pone en eviden¬
cia que la fundación de la villa no ha podido ser realizada en
octubre de 1743. Si recordamos el vehemente deseo de los
Gobernadores de Indias de hacer valer sus servicios ante el
Rey, comprenderemos que es enteramente imposible que se
haya podido comunicar al Rey, con más de un año de atra¬
so, un acontecimiento de tanta importancia y tan deseado
por él, como la fundación de una villa. Necesariamente, la
fundación ha debido realizarse muy poco antes de la fecha
de la carta.
El otro antecedente es un informe suscrito en 1745 por
los señores Félix Donoso y Manuel de Olaso, que son preci¬
samente los dos comisionados a quienes el Decreto de Man¬
so encomendó labúsqueda de tierras. De este informe (1) se
desprende en forma terminante que la villa de Curicó fue
fundada en diez cuadras, que fueron las donadas primitiva¬
mente, en 35 inmediatas que donó Nicolás Solorza y en 38
de demasías. O sea, fue fundada después del decreto de Man¬
so, ya que antes de él, sólo se disponía de las diez cuadras
primitivas.
f) Conclusión defintiva.— Definitivamente, pues, llega¬
mos a la conclusión que ya habíamos
anticipado: Curicó no
ha podido ser fundado sino después del decreto de 11 de

(!) Capitanía General, vol. 706.


164 —
agosto de 1744, o por lo menos no ha podido hacerse antes
una fundación válida.
Desgraciadamente, no se conoce la fecha precisa en que
esta fundación haya podido realizarse. El expediente de la
fundación fue enviado por don José de Manso al Rey y es
enteramente desconocido.
Hay, sin embargo, una época relativamente estrecha,
dentro de la cual podemos ubicar la fundación. El decreto
de Manso, ordenando la búsqueda de terrenos es de fecha 11
de agosto de 1744. La carta en que el mismo don José de
Manso comunica al Rey estar ya fundada la villa, está fe¬
chada el 2 de noviembre del mismo año de 1744. Indiscuti¬
blemente, pues, la fundación de Curicó ha debido realizarse
en el espacio de tiempo comprendido entre ambas fechas.

8.—LA PRIMITIVA VILLA DE SAN JOSE DE BUENA VISTA

Fundada ya la villa, sigue la misma vida lenta y monó¬


tona del antigua caserío ; pero se advierte desde entonces
mayor organización y mayores comodidades para los habi¬
tantes.
Por primera providencia, don José de Manso se preocu¬
pó de la distribución de solares y ordenó abrir una espaciosa
acequia para conducir el agua, de la cual carecían los habi¬
tantes del caserío.
En el centro de las diez cuadras donadas por la señora
Donoso y el alférez Solorza se ubicó la plaza. En el resto de
estas diez cuadras y contiguas a la plaza, se trazaron nueve
cuadras cuadradas o manzanas, que, en conjunto, recibieron

el nombre de "cuadro". En ellas se distribuyeron treinta y seis

solares,o sea, cuatro en cada manzana. Quedaron también


delineadas cuatro calles, que fueron las principales de la
villa.
Distantes de la plaza en dos, tres, cuatro y diez cuadras,
quedaron ubicados en sus solares respectivos, cuarenta ve¬
cinos. A esta parte de la villa, para distinguirla del "cuadro",
se le llamó "arrabal". El resto del terreno
quedó desocupado
Para la extensión futura de la villa, y afin de que fuera uti¬
lizado en ejidos, dehesas, propios y rentas.
El templo franciscano, totalmente construido, es lo más


165 —
importante que la villa ostenta. Su edificación resalta en
medio de la incipiente arquitectura de la villa y su irradia¬
ción espiritual es cada vez más fuerte. Al amparo suyo fun¬
ciona én la villa una escuela de niños, cuyo papel culturiza-
dor es fácil imaginár.
Una vez fundada, tuvo también la villa una Vice Parro¬
quia que funcionaba en una capilla de sólo doce varas de ex¬
tensión, y que era atendida por el párroco de San José de
Chimbarongo.
Muchos inconvenientes ofrecía, sin duda, a los habitan¬
tes la existencia de una iglesia que sólo tenía el rango de vi¬
ce parroquia. La residencia del párroco, varias leguas al nor¬

te del río Teno, impedía una normal atención religiosa; y,

según informe de los señores Manuel de Olaso y Félix Dono¬


so, mantenía "indecente la capilla".
Don José de Manso comprendió desde un principio seme¬

jante situación y en la carta en que comunicó al 'Rey la fun¬


dación de la villa, le manifiesta que una vez que llegue el nue¬
vo Obispo tratará con él la división del curato de Chimbaron¬

go para crear un nuevo curato en Curicó. En esta forma Cu-


ricó fue erigido en curato, creándose en él una Parroquia. Un
vecino piadoso prometió construir con la mayor decencia y
para dentro de muy poco una nueva iglesia que reemplazara
.a la pequeña capilla. No pudo, sin embargo, por diversas ra¬
zones, cumplirse totalmente esta promesa.
En las puertas mismas de la villa se establece un molino,

y dos separados de ella apenas en dos leguas. 'Con ellos se


surte de harina a los habitantes de la villa.
Es así como ha quedado constituida la villa de San José
de Buena Vista.
Los tiempos futuros no respetarán el lugar en que se
ha ubicado y llevarán imperiosamente a sus pobladores ha¬
cia una nueva planta que ha de ser la que sobrevivirá. De la
ubicación en que ha quedado erigida, sólo se conservará un
recuerdo, algunas ruinas inadvertidas y uno que otro case¬
rón de corte español.
La villa fundada por Manso no está, pues, destinada a
sobrevivir. Otro Gobernador que vendrá más tarde la ubica¬
rá definitivamente.
Mirados estos hechos con criterio superficial, podría ne-

166 —
garse a don José de Manso el mérito de la fundación de Cun¬
eó, ya que de su obra no subsiste ningún resto material. Sin
embargo, es él, quien ha creado definitivamente el germen de
la villa; y es por su obra que se ha formado el espíritu de
ciudad organizada, que ha de hacer posible que la villa per¬
dure, cualquiera que sea el recinto material en que quede
ubicada. A

'•—DE COMO LA COLONIZACION DE CUBICO HIZO POSIBLE LA


FUNDACION DE UNA VILLA

Es así cómo la historia se ha venido engranando al tra¬


vés de los años.

La fundación de la villa de Curicó no es un hecho aisla¬


do, surgido de improviso en un instante cualquiera, sino que
ha sido el resultado dellargo proceso de la colonización de la
zona, en la cual se gastaron valiosas energías y esfuerzos so¬
brehumanos. Podría pensarse que una fuerza superior ha liga¬
do los hechos, los unos con los otros, de lo cual ha resultado
como consecuencia la formación de una villa. La inexistencia
de cualquiera de estos hechos o la falla en su ligazón habría
hecho imposible, tal vez, el nacimiento de esta villa.
Primero, los encomenderos de Valdivia reconocen la zona
, \ *

y vinculan a ella sus intereses. Luego hay otros hombres, los


terratenientes, que poco a poco van llegando a la zona para
cultivar la tierra.

españoles en tierra de indios hace


El establecimiento de
necesaria la organización civil y espiritual de aquella nueva
sociedad. Llegan así, corregidores, administradores de pue¬
blos, doctrineros, párrocos... Un convento de recoletos fran¬
ciscanos se establece junto a un pequeño caserío. El conven¬
to hace que ese caserío se incremente hasta merecer conver¬
tirse en villa.
Cuando ya toda esta sociedad está organizada, un Gober¬
nador del Reino, don José Manso de Velasco, se hospeda en el
convento franciscano. Admira el estado de la nueva pobla¬
ción que se extiende a su vera; constata la existencia de es¬
tancias y agricultores en la región; advierte molinos, salinas,
curtidurías... Acepta entonces la petición de los vecinos

167 —
para fundar una villa, y así nace San José de Buenavista de
Curicó.
Termina, así, el período de la colonización, cuya fuerza
ha hecho posible el nacimiento de la villa.

10.—INCONVENIENTES DE LA UBICACION DE LA VILLA.


PETICION DE LOS VECINOS

Durante varios años habían estado los vecinos ubicados


•en aquellos lugares, y habían aceptado siempre, como algo
irremediable, los numerosos inconvenientes que su ubicación
les reportaba.
Parece que el mismo carácter informal que revestía su
población, privada de rango oficial, había desarrollado en ellos
un sentimiento de impotencia y de conformidad. Pero cuando

su población fue convertida en villa y adquirieron las prerro¬

gativas correspondientes, pensaron que bien podrían ser ins¬


talados en una nueva planta que el Rey podría proporcio¬
narles.
Encabezados por el párroco de la villa, don José de Ma-
turana, hicieron, así, los vecinos, petición formal a la Junta
de Poblaciones para que la villa se estableciera en otro em¬

plazamiento.
En realidad, la ubicación dada por Manso a la villa, es
manifiestamente inconveniente; y son por eso numerosas las
razones que los vecinos tienen para pedir el traslado.
El terreno se encuentra a un nivel inferior al de las aguas

que lo circundan y es así húmedo y de "mala naturaleza".


Se forman en él numerosos pantanos que lo hacen insano y
que, aún, impiden que muchos ranchos sean habitables. En
las calles y en los solares "mana el agua con abundancia"; y
dentro de los sitios el terreno gredoso impide que fructifiquen
árboles y plantas. Es, pues, sobradamente razonable pedir el
traslado de la ubicación.
_ v
11.—DILIGENCIAS PARA EL TRASLADO DE LA VILLA

La
petición de los vecinos ha. sido atendida de inmediato.
corregidor del Partido de Maule, don Juan Cornelio de
El
Baeza, ha sido designado para examinar en el terreno las ra-


168 —
zones invocadas; y, en cumplimiento de esta misión, se en¬
cuentra en la Isla de Curicó.
Es el día 5 de octubre de 1747. Acompañado jpor el cura

párroco y otros vecinos caracterizados, recorre los solares y


las calles y logra comprobar los insalvables inconvenientes
del terreno de la villa. Los suelos, indudablemente, son hú¬
medos e insanos; y la residencia en esa planta es extremada¬
mente dura para los habitantes.
Recorre también los terrenos vecinos, y se detiene en un
llano al oriente de la villa, en la falda de un pequeño cerro.
Está sitúada a mayor altura que la planta de la villa, no hay
aguas en cantidad excesiva y ofrece espléndida amplitud para
la futura extensión de la villa. El corregidor Baeza y los ve¬
cinos que lo acompañan, no encuentran otro terreno mejor

que aquél para la nueva ubicación de la villa.


De regreso ya a San José de Buena Vista se celebra una
Junta General de Vecinos, presidida por el corregidor. Se pide
la opinión a los asistentes, y hay parecer unánime para pen¬
sar que la villa debe ser trasladada a una planta mejor, y que

no hay terreno más apropiado para ello que el llano que se

extiende a los pies del "cerrillo de Curicó", perteneciente a


don Pedro Bárrales, "que reconocieron el corregidor con el
cura y vicario y con los demás vecinos por lo parejo y enjuto

del suelo y demás buenas condiciones que se expresan en la

diligencia..." (1). La uniformidad de pareceres evita mayo¬


res discusiones, y la Junta se disuelve en medio de general

satisfacción de los vecinos.

12.—DONACION DE TERRENOS POR DON PEDRO BARRALES

El dueño del suelo donde se ha acordado ubicar la villa


don Pedro Bárrales, es indudablemente un hombre generoso.
El 7 de octubre de 1747 comparece ante el teniente de co¬
rregidor de Curicó don Félix Donoso y firma escritura en la
cual "como dueño legítimo y poseedor de estas tierras ... ha¬
ce gracia y donación... a Su Majestad Dios le guarde, de
cuarenta y nueve cuadras de tierras de los dominios que tic-

(1) Las frases entre comillas de este párrafo corresponden al decreto


le Ortiz de Rozas. Las del anterior, a la escritura
■■■
de donación de Bárrales.


169 —
ne y pôrqùe son suyas, próximas contiguas a este cerrillo
de Curicó".
Comparece también en la misma escritura doña Mónica
Donoso, que años atrás había sido una de las donantes para
la primera ubicación de la villa. Como propietaria colindante
doña Mónica se compromete a reforzar la donación de Barra-
Ies en el caso de que la villa necesite extenderse a terrenos
vecinos para delinear en buena forma las calles y solares. Ex¬
pone que si lo donado por don Pedro Bárrales no alcanzare
a compromete a do¬
enterar cuarenta y nueve cuadras, ella se
nar lo que falte. "La citada doña Mónica, dice la escritura,
cede todas aquellas que para el cumplimiento de las 49 nece¬
sarias a la población no alcanzaren de las del referido Barra-
Ies por la situación que se diese a la villa, como poseedora
más inmediata".
En
definitiva, fueron utilizadas cuarenta y dos cuadras
de las donadas por don Pedro Bárrales y siete de las donadas
por doña Mónica Donoso (1).
En esta forma, hubo terreno suficiente para trazar una

amplia villa, que durante muchos años podrá recibir holga¬


damente a los que deseen poblarse en ella.

13.—TOMA DE POSESION DEL SUELO, EN NOMBRE DEL REY

Iy i ' »
Un día solamente ha transcurrido desde que se hiciera la
donación de las tierras. Estamos a 8 de octubre de 1747 y se
va a dar cumplimiento
ya al trascendental y ceremonioso
trámite de la toma de posesión.
Don Juan Cornelio de Baeza, en nombre de S. M. avanza
lentamente con su comitiva por en medio de los
espinos que
cubren el terreno donado por
don Pedro Bárrales. Lo acom¬
pañan los principales vecinos del lugar; y entre ellos se ad¬
vierten los señores Félix
Donoso, Juan Ignacio Maturana,
Sebastián Valenzuela y Pedro Bárrales.
Más o menos a tres cuadras del cerrillo de Curicó, y
aproximadamente en el centro de las 40 cuadras, la comitiva
se detiene. El
corregidor Baeza avanza, solo, varios pasos
más;
se inclina hasta el suelo y coge
algunas yerbas para simboli-

(1) Escribanos de Talca, vol. 13.


170 —
zar con ese acto los derechos del Rey sobre aquella tierra. Co¬
mo nadie formula oposición, queda ya entendido que el Rey
es dueño de ese suelo. "Ra cual posesión, dice al estampar la
diligencia, tomé sin contradicción de tercero alguno".
El punto en que se ha detenido la comitiva permite apre¬
ciar cómodamente la excelente planta que ha sido elegida
para ubicar la villa. Bajo la protección y abrigo del cerro, las
49 cuadras forman un paño magnífico. Por el costado del sur
corre el río Guaiquillo, del cual será fácil extraer un canal

para el servicio del pueblo; y abundan en las cercanías ma¬


teriales para construcción.
Por otra parte, se ha tomado posesión, según afirma el
documento respectivo, dando vista al convento de San Fran¬
cisco y a las casas de don Pedro Bárrales. El documento men¬
ciona una y otra casa, comprendiendo, sin duda, el significa¬
do histórico que ambas revisten. El convento franciscano que
se alza al poniente, ha sido una de las fuerzas impulsadoras

que hicieron realidad el nacimiento de la villa. Don Pedro


Bárrales, cuyas casas se alzan hacia el sur, es quien ha hecho
posible, en gran parte, el establecimiento definitivo de la vi¬
lla, con su magnífica donación.

14.—DECRETO DEL GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS ORDENANDO

EL TRASLADO DE LA VILLA

Ya está, pues, determinado el terreno que conviene para


el traslado de la villa. Ya sus propietarios don Pedro Bárrales
y doña Mónica Donoso se han adelantado a hacer donación
de él; y se ha tomado formal posesión en nombre del Rey.
Aún más: un vecino se ha comprometido a trazar un canal
que surta de aguas a la población en la nueva planta.
No hay, pues, obstáculo alguno para que se ordene sin di¬
lación el traslado de San José de Buena Vista a los nuevos
terrenos. Así lo comprende la Junta de Poblaciones y el 10 de
octubre de 1747, en auto firmado por don Domingo Ortiz de
Rozas, Presidente, ¡Capitán General y Gobernador del Reino;
el señor Recabarren; don Juan de Balmaceda; don Juan Gre¬

gorio de Jáuregui; el fiscal señor Rozas; y el escribano público


don José de Alvarez, ordena lo siguiente: "En la ciudad de
Santiago de Chile, en 10 de octubre de 1747 los señores de la
*

171 —
Junta de Poblaciones habiendo visto los autos formados a re¬
presentación de D. José de Maturana, cura y vicario de la
villa de San José de Buena Vista en la doctrina de
Curicó
sobre la traslación de dicha villa
y las dilgencias actuadas por
don Juan Cornelio de Baeza, Corregidor de
aquel Partido de
Maule y sus villas, con el concurso del vecindario,
dijeron que
debían de mandar y mandaban se traslade la dicha villa de
San José de Buena Vista a la parte del sur
que reconocieron
elcorregidor con el cura y vicario y con Tos demás vecinos por
loparejo y enjuto del suelo y demás buenas condiciones que se
expresan en la diligencia del 5 del corriente y despacho de
hallarse actualmente en la dicha villa el señor don José Cle¬
mente Traslaviña, del Consejo de Sú Majestad, Oidor de esta
Real Audiencia y Protector de ella, cometieron a él el recono¬
cimiento del sitio para la traslación de la villa
y demás dili¬
gencias que fuesen necesarias hasta su consecución sin dila¬
ción alguna y se despache el recaudo necesario
para la eje¬
cución de este auto, el que se registrará en el libro de
pobla¬
ciones y fundaciones de la dicha villa ..(1).
Por este auto, pues, queda ordenado el traslado de la vi¬
lla. Por él sabemos, además, que ha sido
designado protector
de ella don José Clemente Traslaviña.
El Gobernador don Domingo Ortiz de Rozas, en confor¬
midad este
auto, ordena lo siguiente: "Con cuya confor¬
con

midad y para que el auto inserto


tenga cumplido efecto, el
señor don José Clemente de Traslaviña le hará
cumplir y eje¬
cutar según y como en él se contienen".

15.—EL PROTECTOR TRASLAVIÑA DELEGA SUS ATRIBUCIONES


PARA EL TRASLADO DE LA
VILLA» SUS INSTRUCCIONES

Cuando don José Clemente Traslaviña recibe el Decreto


del Gobernador Ortiz de Rozas ha
abandonado ya la villa de
San José de Buena Vista
y se encuentra en San Fernando de
Tinguiririca.
Le será difícil, así, cumplir personalmente lo ordenado
por la Junta de Poblaciones y por el Gobernador del Reino,
pues para ello necesitaría emprender de nuevo un penoso

(1) Capitanía General, vol. 560.


172 —
trayecto a caballo y permanecer otra vez algunos días en la
villa de San José de Buenavista. Delega entonces sus atribu¬
ciones en el corregidor del Maule don Juan Cornelio de Baeza,
por medio de una providencia dictada desde San Fernando
el 14 de octubre de 1747.
Todas las atribuciones que la Junta de Poblaciones había
conferido a Traslaviña quedan, en esta forma, traspasadas al
Corregidor Baeza "Para que con el celo y experiencia que
siempre ha demostrado en servicio de ambas Majestades, de¬
linee la nueva traza de la villa de San José de Buena Vista
en lugar acordado por la Junta de Poblaciones". (Provi¬
el
dencia de Traslaviña).*
Con la misma fecha, el Oidor Traslaviña imparte desde
San Fernando las instrucciones para el adelantamiento de la
villa. Van dirigidas al teniente de Corregidor de Curicó don
Juan Ignacio de Maturana y reglan, en especial, la forma de
distribuir los solares y de proveer al aumento de los poblado¬
res. "Instrucción, dice el titùlo, que ha de tener don Juan

Ignacio de Maturana, lugar teniente de Corregidor de la isla


de Curicó, Partido del Maule, y Super Intendente de su nueva
villa de San José de Buena Vista... para la mejor disposi¬
ción de solares y aumento de su vecindario" (1) .-
En las líneas siguientes, con exagerado detalle, se con¬

signan una tras otra las instrucciones del caso.


Primeramente, debe ser "deslindada y amojonada" la
tierra donada. En el medio de las 49 cuadras deberá señalar¬
se la plaza de armas "de a ciento y cincuenta varas caste¬
llanas". 1
En el lugar más cómodo deberá ser ubicada la iglesia
parroquial, a la cual deberá destinarse un solar completo, de
un cuarto de
cuadra, rebajadas seis varas para el trazado de
la calle real. Un segundo solar contiguo a la plaza deberá des¬
tinarse para cárcel y cabildo; y un tercero, de la misma ubi¬
cación, para propios de la villa. Todos estos solares deberán

(1) Los documentos oficiales, desde la fundación en la primera planta


designan a la villa únicamente con el nombre de "San José de Buena Vis¬
ta" y no con el de Curicó. Fue la costumbre popular la que empezó desde
li>S primeros años a darle este nombre, uue finalmente fue aceptado en los
documentos oficiales, a finés de la Colonia (el de Curicó). "San José de
Buena Vista" es, pues, el nombre oficial, y Curicó. el nombre que le dio la
costumbre popular y que también terminó por oficializarse.


173 —
ser trazados, previa rebaja de seis varas para el señalamien¬
to de la calle. Los otros solares contiguos a la plaza habrá que
distribuirlos "a sujetos de conveniencia".
Los demás pobladores serán ubicados en los solares res¬
tantes, en forma que los de mayor calidad queden en las cer¬
canías de la plaza, y los de "corta conveniencia" en los con¬
fines de la villa.
Deberá velar don Juan Ignacio de Maturana, prolijamen¬
te, "en la rectitud de las calles para la mayor hermosura de
la villa, dejando seis varas de cada solar que compongan las
doce que ha de tener cada calle de ancho para el mejor ma¬
nejo y seguridadde los terremotos".
A fin de dar
un buen aspecto a la población deberá
pro¬
curarse, en cuanto sea posible, la uniformidad de las calles
Cada cual deberá cerrar y edificar según sus facultades; y no
se permitirá que dentro de los solares se
planten viñas. Na¬
die podrá recibir más de un solar, porque "la experiencia ha
demostrado que del exceso resulta quedar sin cercas las ca¬
lles, y por consiguiente, notablemente imperfecta la villa".
Deberá advertirse a todos los pobladores que el solar que
se les otorga es una concesión gratuita, sin gravamen
alguno
y sin otra obligación "que la de estar prontos y acudir con
sus armas y caballos a las
operaciones de guerra en defensa
del Reino".

Quedan, así, tomadas hasta en los menores detalles las


providencias para la formación de la villa.

16.—TRAZADO DE LA NUEVA PLANTA DE LA VILLA POR EL

CORREGIDOR BAEZA

A don Félix Donoso le cupo la misión de notificar al co¬


rregidor don Juan Cornelio de Baeza lo ordenado por el Oidor
Traslaviña, que delegaba en él las atribuciones conferidas por
la Junta de Poblaciones y el Gobernador Ortiz de Rozas.
La notificación se realiza el 16 de octubre de 1747 en San
Jcsé de Buena Vista, donde a la sazón se encontraba el Co¬
rregidor del Maule.
Al día siguiente, cumple don Juan Cornelio de Baeza
su cometido, con toda diligencia.

Con el concurso de muchas personas se instaló el corre-


174 —
gidor a una distancia de tres cuadras y media del cerro, en
el sitio que actualmente corresponde a la plaza de armas.
Con un cordel de 200 jarcias y con vara castellana se
inicia desde allí la medición de la planta. El corregidor en¬
carga a Pedro Zepeda que gire el cordel, para trazar la plaza,
por el llano que a su alrededor se extiende. Desde las cabe¬
ceras de la plaza se miden las manzanas en que deben que¬

dar ubicados los solares, y queda trazada la planta de la vi¬


lla con 49 manzanas y una plaza en cuadro.
Ha quedado, pues, iniciada la formación de Curicó en un
nuevo emplazamiento, destinado por sus condiciones a
pre¬
valecer. Es necesario que se inicie ahora su construcción. De¬
berán trazarse y distribuirse los solares; levantarse las casas
de los pobladores; erigir iglesia y edificios para servicios pú¬
blicos ...

Todo lo que falta será obtenido con el empuje de los po¬


bladores. El primer paso está dado ya, y se ha abierto una
nueva era para la zona curicana.

17.—EL GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

Es al Gobernador don Domingo Ortiz de Rozas, a quien


se debe principalmente la organización definitiva de la villa
y su establecimiento en la planta que actualmente ocupa la
ciudad de Curicó. Plabía asumido el Gobierno
de ¡Chile en
reemplazo de don José Antonio Manso de Velasco, tras un
breve interinato de don Francisco Alonso de Obando. Manso
había sido promovido al cargo de Virrey del Perú.
Provenía el nuevo Gobernador de las montañas de San¬
tander; teniente general, era el oficial de más alta
y, como
graduación que había llegado al Reino de Chile.
Para bien del país, Ortiz de Rozas es también honorable
y de actividad inagotable y constructiva. Imita el ejemplo de
su antecesor, y nuevas poblaciones son fundadas por su ini¬
ciativa. Así, nacen Cuz-Cuz, Casablanca, Coelemu, Quirigiie,
Petorca. La Ligua y San Antonio de la Florida. ¡Se preocupa
también en forma especial de trasladar la ubicación de algu¬
nas villas que por una u otra circunstancia han sido funda¬
das lugares inconvenientes. San José de Buena Vista es
en

trasladado, como hemos visto, desde su primitiva planta (hoy



175 —
Conventó Viejo), hasta la planta actual (ciudad de Curicó).
Concepción es llevada desde el lugar en que,hoy se encuen¬
tra Penco, hasta la ubicación en que hoy día se halla. Chillan
también, como las anteriores, es trasladada de .ubicación.
Esfuerzos tan señalados en bien de las poblaciones del
país, valieron ai Gobernador de Chile el título de Conde de
Poblaciones.

18.—LOS NOMBRES SAN JOSE DE BUENA VISTA Y CUBICO

Acaso sea conveniente, para precisar conceptos, repetir


y reunir ahora lo que hemos dicho acerca de los nombres
San José de Buena Vista y Curicó.
Elespacio de terreno comprendido entre los ríos Teno y
Lontué era llamado,, desde antes de la fundación de la villa,

"isla de Curicó", o "isla de San José de Buena Vista". El


nombre de Curicó, que en lengua indígena significa "agua
negra", se le daba por el color negruzco de las aguas de un
riachuelo que en ella corría. San José, por la parroquia de
San José de Toro, de Chimbáronlo, a cuya jurisdicción per¬
tenecía; y Buena Vista, por el hermoso paisaje que, desde
mayor altura, advertía el viajero que transitaba por el cami¬
no de la frontera, una vez
que atravesaba el río Teno, en
dirección hacia el sur,
La población espontánea que se formó en la isla, fue
llamada primero "población de Lorenzo de Labra", por la
cercanía de la estancia del dicho don Lorenzo. Más tarde,
cuando el convento franciscano hizo crecer este caserío, se le
llamó, como a la isla, "población de San José de Buena Vis¬
ta", o "población de Curicó", o "Asiento" de Curicó o de San
José de Buenavista.
Al fundarse la villa y al trasladarse a su planta definiti¬
va, los documentos oficiales la llamaron solamente "villa de
San José de Buena Vista", y excluyeron el nombre de "Curi¬
có". Sin embargo, la costumbre popular desde un principio
la llamó también Curicó, como a la isla y como al caserío in¬
formal. Los documentos oficiales resistieron hasta el último
el nombre indígena. El Rey de España, en 1799, habla toda¬
vía de "la villa de San José de Buena Vista, Partido
nueva

de Curicó". Pero al finalizar la Colonia, ya el nombre indíge-

176 —
na de "Curicó" había logrado imponerse definitivamente y
estaba en vías de eliminación el nombre de "San José de

Buena Vista", que los españoles habían querido hacer pre¬


valecer. Se hablaba todavía de la villa de San José de Buena
Vista; pero era ya mucho más frecuente hablar de "San Jo¬
sé de Curicó", de "San José de Buena Vista de Curicó", o,
simplemente, de "Curicó". En los propios documentos oficia-
íes se advierte ya más elasticidad; y así, en un plano de la
villa de 1807 se habla de la villa de Curicó, su título S. José
de Buena Vista.
Finalmente, la era republicana mantuvo en definitiva
sólo el nombre de 'Curicó, con que la ciudad ha llegado has¬
ta nuestros días.

CAPITULO TERCERO
t

LA VILLA COLONIAL

(1747-1810)

1.—ERA DE LA VILLA COLONIAL

Cuando don Juan Cornelio de Baeza, con cordel y vara


castellana, trazó en su nueva planta la villa de San José de
Buenavista, una nueva era se abrió para la zona curicana.
Hasta esa fecha no existía un vínculo lo suficientemente
fuerte para ligar a hombres y lugares entre sí.
A través de todo el territorio que encerraban los ríos de
Teno y de Lontué; en el valle del Norte del Teno; en los ce¬
rros lejanos de Caune
y de Nilahue; en las márgenes del Ma-
taquito..., se alzaban las estancias con vida casi indèpen-
diente. Desde la cordillera hasta la orilla misma del Océano,
Babia una intensa actividad: estancias que prosperaban; ga¬
nados y siembras; ingenios y molinos; minerales, salinas,
curtidurías. En ciertos lugares se habían agrupado hombres
blancos y mestizos, en poblaciones que habrían de ser el
germen de futuras aldeas. En otros, vivían aún pueblos de in-


177 —
dios, con caciques y tierras, hablando su idioma y conservan¬
do sus costumbres.
Sin embargo, a todo este conjunto le faltaba un víncu¬
lo. Los estancieros, a veces, no se conocían entre sí; los in¬
dios no sabían lo que sucedía en el resto de la zona; ni ha¬
bía un punto único de reunión para transacciones comercia¬
les o cualquier acto de vida civil o religiosa.
para
En principio, ni siquiera había villas cercanas a las
un

cuales se pudiera recurrir. Con el correr de los años se fun¬


daron algunas hacia el nofte y hacia el sur: San Fernando
de Tinguiririca (1742), San Agustín de Talca (1742). Desde
el momento mismo de su fundación, los colonizadores curica-
nos recurrieron a ellas. Pero, mientras los habitantes de los

campos del norte recurrían a San Fernando, los del sector


sur recurrían a Talca; y, en esta forma, las nuevas villas,

más que constructivas, fueron para la zona curicana un fac¬


tor más de desintegración.
Administrativamente la zona estaba dividida entre dos
partidos: el sector norte, pertenecía al Partido de Colcha-
gua; y el sur, al de Maule. Religiosamente, la confusión era
mayor aún. La isla de Curicó dependía, primero, de la Pa¬
rroquia de San José de Toro, en forma directa. Más al ponien¬
te estaban la Parroquia de Vichuquén, la Parroquia de Pare¬
dones, el convento de Alcántara.
No había, pues,
una autoridad única que ejerciera fun¬
cione toda la zona, sino que éstas se habían
en dividido entre
funcionarios de distintas regiones.
La distancia del lugar de residencia de las autoridades
civilesy religiosas, corregidores y párrocos, hacía ilusoria
su autoridad. Había, es cierto, tenientes de corregidor y otros

funcionarios en diversos lugares; pero su autoridad era sin


trascendencia. Perdidos en medio de los campos, sin fuerza
que apoyara sus decisiones, sin signos externos que respal¬
darán su poder, eran, muchas veces, autoridades de ope¬
reta.
Cuando la villa de Curicó quedó fundada definitivamente
en medio de esta zona (1747), una nueva era se inició para
ella: la era de la villa colonial.
Desde ahora habría un lugar donde acudir en busca de

negocios o de noticias. Habría un párroco con parroquia per-


178 —
manente y bien edificada ; un teniente de corregidor, con po¬
der y con milicias; un Cabildo, que atendiera las necesidades
locales; nuevas escuelas para educar a los hijos... Aun las
regiones que administrtivamente están fuera del alcance ju¬
risdiccional de la nueva villa, como Teno y Mataquito, em¬
piezan a mirarla como el centro de sus operaciones, en forma
tan intensa, que años más tarde, cuando se crea el Partido
de Curicó, es necesario confirmar administrativamente esta
situación.
Nace, pues, con la villa nueva, el espíritu de zona, el es¬
píritu regional.
La villa primitiva de Manso, aunque había sido fundada
formalmente y aunque era cosa viva y de cierta importancia,
no pudo formar este espíritu. No hay ningún documento co¬

lonial del cual pueda desprenderse que esa villa haya sido
centro de atracción para la zona y, aunque en carta al Rey
de España, don José de Manso habla del mucho gentío que
acude a poblarse, no hay ninguna prueba de que efectiva¬
mente haya sido numeroso ni menos que haya acudido de
puntos distantes. Este fenómeno no tiene nada de extraor¬
dinario. El espíritu regional no podía generarlo la villa de
Manso, por su corta vida, por los defectos de su fundación, y
porque no era otra cosa que una población ya conocida, sin
porvenir ni pretensiones, a la cual se había dado el barniz
de "población formal".
La nueva villa, en cambio, establecida en una planta
extensa y apropiada, trazada con regularidad y precisión,
daba la impresión de algo duradero y de porvenir. La zona vio
en ella una verdadera villa, una futura ciudad,
y de ahí na¬
ció su capacidad para abrir la era nueva del regionalismo,
la era de la villa colonial.

2.—EL REPARTO DE SOLARES

Trazadas ya las calles y manzanas de la nueva villa, es


necesario ubicar en ellas a las personas que quieran avecin¬
darse. Los españoles son prácticos en esta materia y han
fundado ya en el reino numerosas villas y ciudades, a las
cuales han aplicado casi siempre un mismo molde de trazado
y distribución.


179 —
En esta nueva villa la misión corresponde al teniente
de corregidor don Juan Ignacio de Maturana. Cada manzana
fue dividida en cuatro solares, por medio de dos líneas per¬
pendiculares que se cruzaban en el centro de ella. En esta
forma, todos los solares tuvieron una extensión de un cuarto
de manzana, y todos hacían esquina en su respectiva man¬
zana, dando frente a dos calles.
A nadie podía darse más de un solar, según las instruc¬
ciones estrictas del Protector Traslaviña, "por cuanto la ex¬
periencia ha demostrado que del exceso resulta quedar sin
cercas las calles y por consiguiente notablemente imperfecta

la villa".
Traslaviña había ordenado quefrente a la plaza se deja¬
ra un solar para otro para "Cabildo y Cárceles";
parroquia y
y que los demás solares con frente a la plaza fueron distri¬
buidos a "sujetos de conveniencia". Así se procede con toda
fidelidad.
En el extremo poniente de la plaza, dando frente a ella,
se señala un solar
la Parroquia de la villa; y en el extremo
a

oriente se destina otro para cárcel y cabildo.


Los demás solares que dan frente a la plaza, aunuqe no
totalmente, pues algunos se dejan baldíos, son distribuidos
entre personas de "conveniencia".
En el extremo oriente, colindante con cárcel
y cabildo,
queda señalado el solar de don Juan Ignacio Maturana, la
primera autoridad de la villa, teniente de corregidor y super¬
intendente, cuya hidalguía y "conveniencia" era notoria, pues
descendía en línea recta de uno de los conquistadores del
Reino: don Juan Bautista Maturana.
Esquina encontrada con Cárcel y Cabildo, hacia el lado
sur de la
plaza, tuvo su solar don Calixto Crúzate, de antigua
y linajuda estirpe, cuyos orígenes se remontan a la era de
las Cruzadas. Proviene de don Pedro de
Guevara, a quien se
llamó "el Cruzado", por haber participado con el
Rey de Na¬
varra en la toma de
Jerusalén, y en cuya memoria el escudo
de armas de la familia lleva tres cruces de Jerusalén, cuyo
uso fue concedido por elEmperador Carlos Quinto.
Entre la Cárcel y elsolar de Crúzate, en la esquina sur
oriente de la plaza, quedó ubicado don Francisco Canales de
la Cerda, rico estanciero que residía en Ripingue
y descen-


180 —
diente de aquel acaudalado colonizador que fue don Fernan¬
do Canales de la Cerda.
Frente a la
Parroquia, hacia el lado norte, tuvo su solar
don Prudencio de Valderrama, miembro de una antigua fa¬
milia de la zona curicana; y al extremo nororiente de la pla¬
za, quedó señalado el de don Jacinto Farias, que tenía su re¬
sidencia en la villa vieja, detrás del convento franciscano.
Los demás solares con frente a la plaza no fueron conce¬
didos en esta primera distribución. De doce que eran en to¬
tal, sólo siete fueron repartidos y cinco quedaron desocupa¬
dos, aunque de estos últimos es muy probable que por lo me¬
nos uno haya sido destinado a fines de utilidad general di¬

recta.
Para el resto de los solares había que
graduar el rango
de los pobladores. "Graduará para los solares inmediatos a la
plaza, había dicho Traslaviña, la calidad y conveniencia de
las personas que han de poblar; y en los confines de la villa
dará a los de corta conveniencia a cuarto de solar".
Sin
embargo, en esta parte no fueron íntegramente cum¬
plidas las instrucciones del Protector, pues a personas de ca¬
lidad se les dieron solares distantes de la plaza, no obstante
quedar desocupados algunos más próximos a ella. A don Fé¬
lix Donoso, que pertenecía a una notoria familia, la misma
de doña Mónica Donoso, donante de tierras para la funda¬
ción, los Donoso Pajuelo, y que había sido teniente de corre¬
gidor hasta pocos días antes de la distribución, se le dio un
solar casi en los extremos mismos de la villa, en la esquina
formada por las calles que actualmente se llaman Merced y
Chacabuco. Su hijo don Domingo tuvo un solar contiguo al
suyo, hacia el lado norte de la villa. Dos Donoso habían llega¬
do a Chile en los
primeros años de la Conquista. A media¬
dos del siglo XVI estaba avecindado ya en Santiago don
Francisco Donoso y Cerrudo, de quien proviene la familia
Donoso de Chile. Su avecindamiento en la zona se remonta
a fines del siglo XVII, época en que don Diego Donoso es
dueño de estancia en Vichuquén.
Los solares más distantes de laplaza fueron los de Agus¬
tín Bastidas, con frente a Alameda, en la esquina
la actual
de Montt;
y el de Marcos Ponce, de Peralillo, diagonalmente
colindante con el suyo, y con frente a la calle que seguía ha-


181 —
cia el poniente;el de Mateo Bustamante, con frente tam¬
y
bién a la en la esquina de la actual calle de Merced,
Alameda,
y colindante con el de Félix Donoso.
En la esquina que forman las calles que hoy día se lla¬
man Estado y Ohacabuco, tuvo su solar don Pedro de
Urzúa,
cuya familia es conocida desde el tiempo de la colonización;
y colindante con el suyo, hacia el norte, don Sebastián Va-
lenzuela. La familia Valenzuela provenía de don Francisco
Pérez de Valenuzela, uno de los conquistadores del Reino,
que había venido a Chile en 1550. Un hijo suyo, Francisco Pé¬
rez de Valenzuela y Buisa, fue corregidor de Colchagua, y un

tataranieto fue vecino de Vichuquén y dueño de la estancia


Boyeruca. Más tarde, la familia se acercó al centro de la zona.
En la esquina de las actuales calles Arturo Prat y Car¬

men, se situó el solar de José Quezada, que venía de Comalle.


Colindante con el suyo, hacia el ponente, el de Mateo Soto-
mayor, y esquina encontrada el de Francisco Arriagada, tam¬
bién de Comalle, cuya familia proviene de Sebastián de la
¡Raigada, que a principios del siglo, XVII fue propietario en
Teno y administrador de los pueblos indígenas de Teno y
Rauco. Un descendiente suyo, don Nicolás de la Arriagada y
Gajardo, recibió como herencia la estancia de Teno y fue
abuelo de don Francisco Arriagada.

Finalmente, en la esquina de las actuales calles de Mer¬


ced y Peña, se señaló el solar de don Juan G. Barahona, que
venía a poblarse desde Quilicura.
Entotal, fueron dieciocho los solares que primitivamen¬
te distribuyeron, incluyendo en ellos los asignados a la
se

Parroquia y al Cabildo. La mayor parte del trazado de la vi¬


lla quedó sin destino, como un campo baldío, esperando el
arribo de nuevos pobladores.
Hay en los archivos de la Capitanía General un curioso
plano, que es, sin duda, el primero que se ha hecho de Curicó.
Está fechada en 1747 y en él se contiene el trazado de la villa
con sus 49 manzanas; la ubicación de los primeros 18 solares

que se repartieron; y el canal del pueblo, primera obra pública


que se construyó. Este ^lano (1) es un documento vivo que
nos da *una impresión real de lo que fue la villa en sus pri-

(1) Capitanía General, vol. 560.


182
meros días. Ninguna descripción ni relato alguno de la épo¬
ca, pueden ofrecernos una mejor imagen de la villa, que las
líneas borrosas y los caracteres toscos de este plano. A través
de él, surge con claridad el aspecto frío de aquel llano pri¬
mitivo, con unas cuantas líneas, señalando las calles, la plaza
y las figuras simétricas de los solares.
Poco después de esta primera distribución de 18 solares,
hubo nuevos vecinos que desearon poblarse y se hizo entre
ellos un nuevo reparto.
Sus solares no aparecen señalados en el plano de 1747;
pero es indudable que les fueron entregados por esa misma,
época y probablemente sólo algunos días después de la con¬
fección de este plano. Tal afirmación se deduce de documen¬
tos que existen archivados en la Capitanía General, junta¬
mente con el plazo del 47 y con los demás antecedentes del
traslado de la villa. Estos documentos consisten en compro¬
misos firmados por diversas personas, obligándose a levantar
los dos frentes de su solar que caen a la calle, con muralla
de adobes,
y a terminar su casa, todo antes del comienzo de
las lluvias. No hay, en consecuencia, duda alguna de que
estas personas tuvieron solares.
Estos nuevos vecinos fueron ocho: Miguel Iturriaga, de
Quilpoco; Juan González, de Chequenlemu ; Domingo Gua-
jardo, de Teno; Pedro González, de Chequenlemu; Nicolás
Marchant, de los altos de Ripingüe; Domingo Espinosa, de
Huecahuecán; Domingo Núñez, de Peralillo; y Laureano
Araya.
En esta forma, con 18 solares primero, y 8 en seguida,
quedó constituida la planta de la villa de San José de Buena
Vista en su segunda ubicación, que habría de ser definitiva-
Ante ella, queda abierto ahora el porvenir.

3.—EL PROGRESO DE LA VILLA EN FORMACION

Con estos elementos empezó a formarse lentamente la


nueva villa de San José de Buena Vista.
Habían acudido al formal llamado que se había hecho
para poblarse, habitantes de las más diversas regiones: de
Teno y de Comalle; dç Peralillo y de Ripingüe; de Quilicu-
ra; de Chequenlemu; de Huecahuecán. Sólo los habitantes de


183 —
la villa vieja no respondieron al llamado como debían, ya
que en principal beneficio de ellos se hacía el traslado, y fue¬
ron muy pocos los que se decidieron a poblarse en los prime¬
ros años, hasta que un cataclismo natural, como una fuerza

impulsora del destino, los obligó a dejar su vieja planta.


Desde el momento mismo en que se trazó la villa, todos
estos elementos, aunque con lentitud y parsimonia, empe¬
zaron a actuar. Mientras los vecinos cercaban sus solares y
edificaban sus casas, las autoridades civiles y religiosas em¬
pezaban a preocuparse de las obras públicas.
De este esfuerzo conjuntofue naciendo la villa. Cada cual
a medida de su fuerza y dentro del calmado ambiente colo¬

nial, fue desempeñando su papel. Dos vecinos se observaban


unos a otros, trabajando en sus solares; se cruzaban
y son¬
reían en las callejuelas nacientes, llenas de polvo y de sol; y
observaban con orgullo lo que iba formándose, como una
esperanza. El teniente de corregidor, el párroco, el Obispo de
Santiago, el Protector Traslaviña y los vecinos más caracte¬
rizados tomaban sus medidas para que la villa tuviera obras
públicas; para que hubiera parroquia, cabildo, cárcel, canal.
Así fue conjugado el interés público y el particular, ba-
sándos el uno en el otro, y la villa se hizo realidad.
Los vecinos empezaron por cercar sus solares en los cua¬
tro costados. En los dos frentes a la calle levantaron muralla
de adobe y en los deslindes interiores sólo cercas de espino.
Primero lo hicieron los vecinos de la plaza "sujetos de
conveniencia", a quienes se había dado primacía en la con¬
fianza de que con su esfuerzo darían ejemplo a los demás. El
Protector Traslaviña, al dar sus instrucciones había dichc:
"Los demás solares con frente a la plaza los distribuirá a
sujetos de conveniencia para que con la menor dilación, cer¬
cándole, lo clausuren y den ornato y aliento a los demás''.
Lo hizo después el resto de los vecinos; y pronto la villa,
con solares cerrados, dentro de los cuales se
trabajaba, y con
callejuelas desiertas y silenciosas, ofrecía un singular aspecto
de tranquilidad, turbado sólo por el paso de algún poblador

que traficaba de un solar a otro o por el teniente de corregi¬


dor que vigilaba las obras.
Vino después la edificación de las casas,-hecha con ma¬
yor lentitud y con mayores tropiezos. Dentro de los solares


184 —

-
se confeccionaron gruesos adobones y se fue acumulando
madera y coligue, traídos en carreta de los campos y cerros
de la vecindad; totora traída de las vegas que rodeaban la
villa; y sogas de cuero o de fibra vegetal para el trenzado
de la techumbre.
La obligación de todos, según compromiso que habían
firmado a fines de 1747, -era levantar las murallas de sus so¬

lares y edificar sus casas "para antes de aguas"; y es muy


probable que por lo menos la mayoría de los primeros pobla¬
dores haya cumplido con ella.
Las casas, en su gran mayoría," fueron levantadas en el
centro de los solares,.lejos de la calle, a cuyo frente sólo que¬
daba la pared de adobes que primero se había construido
Esta curiosa ubicación se debía en parte a la obligación de
cercar los solares que se había impuesto con carácter prefe¬

rente a cada vecino y en parte al deseo de independencia


y de tierra propia rodeando la casa, típico del carácter es¬
pañol.
Los edificios fueron de naturaleza sencilla. Gruesas pa¬
redes de adobones tabique de quincha embarrada al estilo
o

indígena, y sin pintura; techo de totora o teja sobre un tren¬


zado de coligue; habitaciones extensas con piso de tierra o
ladrillo. En el interior se instalaron también caballerizas y
establos.
Los trabajos eran dirigidos por los propios pobladores y
ejecutados por indios, mestizos, negros y mulatos traídos de
los campos vecinos y por algunos obreros de raza blanca.
Entre las mejores casas debemos mencionar las de don
Pedro Urzúa y de Marcos Ponce. Las dos, por excepción, fue¬
ron ubicadas con frente a la calle; tenían una esquina "de
pilar", tienda y trastienda en ella; extensas bodegas; nu¬
con
merosas piezas enladrilladas; patios interiores y techumbre
de teja. Estaba ubicada la primera en la esquina que hoy ha¬
cen las calles de Estado y Chacabuco, costado poniente; y
la segunda en la esquina que hacen las actuales calles de
Chacabuco y Arturo Prat. Las que se edificaron en forma más
simple parecen haber sido la de Agustín Bastidas, en la Ala¬
meda, y la de Francisco Arriagada, en calle Prat, pues am¬
bos solares figuran como sitios eriazos en un plano de la villa
confeccionado a fines de la era colonial.


185 —
Dentro de los solares empezaron también a hacerse plan¬
taciones y a sembrarse hortalizas. Parece que en esta misma
época empezaron a plantarse viñas dentro de la traza de la
villa, no obstante que el Protector Traslaviña expresamente
lo había prohibido. "Sin permitir, había dicho en sus instruc¬
ciones para el trazado de la villa, que en la traza de la funda¬
ción se planten viñas". Pero aquel delicioso "acato pero no
cumplo" de la Colonia, parece haber triunfado una vez más.
calles no adquirieron ningún aspecto: desoladas y
tristes, enfrentando sólo a los murallones de los solares, sin
pintura alguna; polvorientas o pantanosas; y sólo cruzadas
de vez en cuando por algún vecino, por carretas que venían de
los campos o por tropas de muías cargadas. Así fueron por lo
general las calles coloniales y con mayor razón habrían de
serlo aquéllas, en una villa que recién empezaba su vida.

4.—LAS PRIMERAS OBRAS PUBLICAS: CANAL DEL PUEBLO,


CARCEL Y CABILDO

De las obras públicas, la primera que se realiza es el ca¬


nal del pueblo, para dotar de agua a los solares, pues aun
cuando es costumbre que cada cual cabe su noria para la
bebida, es necesario el paso de una pequeña acequia para el
regadío y otros
usos.
Era todavía teniente de Corregidor de Curicó don Félix
Donoso y recién se había acordado por la Junta de Poblacio¬
nes el traslado de la villa,, cuando
ya se practicaban las pri¬
meras diligencias para la construcción de este canal del pue¬
blo. Se encomendó la-obra al capitán don Pedro Nolasco So-
lorza, el mismo que años antes, con grado de alférez, había
hecho donación para que se fundara la villa primitiva en
unión de doña Ménica Donoso. Por escritura firmada el 6 de
octubre de 1747, el capitán Solorza se comprometió a sacar
este canal, en el plazo de un mes, desde el río Guaquillo, por
una remuneración de doscientos pesós de a ocho reales.
El contrato para esta obra es,
pues, anterior a muehas
de las diligencias practicadas para el traslado de la villa, lo
que revela su importancia y la premiosa necesidad que de él
tenían los pobladores. El, en efecto, se celebra el 6 de octu¬
bre. Sólo al día siguiente, el 7 de octubre, se hace la donación

186 —
de tierras para el traslado de la villa; el 8 de octubre se toma
posesión de esas tierras; y el 14 de octubre el Protector de la
villa da las instrucciones para el trazado y distribución.
El documento es otorgado ante el teniente de corregidor
don Félix Donoso.

Ante mí. don Félix Donoso, lugarteniente de corregidor de esta Doctri¬


na, pareció el cauitán Pedro Nolasco Solorza y dijo que por la presente carta
es obligaba y obligó en toda forma de derecho a saber sacar el agua para
la villa que se ha de trasladar a inmediaciones del cerrillo de Curicó a la
parte del sur, en tierras de Pedro Bárrales, abriendo la acequia con dos
varas de ancho su cauce y tres cuartas de profundidad sin incluir los bor¬
des que han de formar la misma tierra oue se sacare del centro, dejando
tierra firme y proporcionada en la parte del Guaico y debiendo después de
hacer llegar a la villa su agua por partes que no dañen a la población v
esta obra ha de empezar desde el día 15 de octubre y concluirla el día 15
de noviembre de este mismo año de 1747 a satisfacióri del señor Protector
de esta villa dándosele doscientos pesos de a ocho reales por el costo de la
expresada obra y las herramientas que son dos barretas y dos azadones
que están en poder de don Félix Donoso.

Cuando elcapitán Solorza inició los trabajos, el teniente


de Corregidor don Félix Donoso había dejado ya su cargo y
lo reemplazaba don Juan Ignacio Maturana.

Cumplió su cometido con toda escrupulosidad y el agua


llegó hasta la villa. El canal fue abierto en el río Guaquillc,
al oriente de la villa; atravesó el llano donde más tarde se es-
tabeció el convento franciscano; siguió su curso por lo que
fue después cañada o alameda, y penetró en las manzanas de
la villa, haciendo en cada una de ellas una curiosa forma de
U, para bañar todos los solares. Penetraba primero por el so¬
lar del lado sur oriente, se dirigía luego hácia el norte, lue¬
go al poniente y finalmente hacia el sur, para salir después
de la manzana. En esta forma, el agua atravesaba los cuatro
solares de cada manzana. De una manzana a otra el canal
pasaba a tajo abierto.
Prestó esta obra servicios
a la villa durante muchos años.

Fue usada hasta el año 1782, fecha en que quedó terminada


la "acequia del rey", que vino a reemplazarla.
El edificio para cabildo y cárcel fue levantado por don
Prudencia Valderrama en el solar destinado al efecto, al orien¬
te de la
plaza. El local de cabildo sería para cuando lo hubie¬
re, pero mientras tanto lo ocuparía el teniente de corregidor,
ña cárcel tendría uso desde el primer instante.
El Oidor Traslaviña, Protector de la villa, se había preo-


187 —
cupado en persona de esta obra y celebró contrato con don
Prudencio Valderrama, entregándole para que la realizara
dos mil doscientos pesos "en plata y moneda coriente de la
Real Hacienda del Rey".
Parece que en un principio hubo algunas dificultades y
conflictos para esta construcción, que obligaron al contra¬
tista de ella a afianzar con otros vecinos el estricto cumpli¬
miento de su obligación. A fines de 1750 comparecieron ante
él teniente de corregidor don Juan Ignacio de Maturana,
tres vecinos de la villa: don Pedro Urzúa, don José Iturria-
ga y don Gregorio Barahona, quienes rindieron fianza en fa¬
vor de Valderrama.
El edificio construyó, por fin-, de adobe y teja, bajo
se

como lo eran todos los de la


época, y con frente a la plaza y a
la actual calle Estado. El Cabildo ocupó una extensa sala
hacia el lado de la plaza y allí el teniente de corregidor rea¬
lizaba sus escasas e intermitentes actuaciones; se adminis¬
traba justicia; y en ocasiones extraordinarias servía de lu¬
gar de detención para vecinos pudientes que podían pagar
de su peculio a los carceleros que los vigilaran. La cárcel
ocupó el resto del edificio y los extensos patios interiores.
Con los años, sufrió este edificio incontables y continuos
deterioros. A través de documentos coloniales de distintos
años puede observarse que corridos algunos años después de
su construcción, se mantuvo en permanente mal estado de
conservación. En 1794, el Subdelegado del Partido, don Fran¬
cisco Javier de Bustarpante, dice haber hecho reparaciones
"en puertas y otros remiendos" de la cárcel. El año 1795, la
propia Real Audiencia se preocupa de su mal estado y en
carta que dirige al Rey le pide que dote de "propios" a la
villa de Curicó para que pueda atender a sus necesidades,
entre las cuales señala con lugar destacado el edificio de la
Cárcel, que se encuentra en "deplorable estado". Al año si¬
guiente, en 1796. el Procurador de la villa, don Jacinto Pi¬
zarra, en una presentación que hace al Gobierno del Reino
expresa también, sin ambages, que "la Cárcel está en rui¬
nas". En 1809, a fines ya de la Colonia, y siendo Subdelega¬
do del Partido de Curicó don Baltasar Ramírez de Arellano,
se hicieron algunas reparaciones al edificio.- Desde luego, se
adornó la sala del ayuntamiento, sin duda, para dar mayor

188 —
realce a los actos que allí se ejecutaban. Además, se levantó
un pedazo del edificio que estaba en el suelo; y se constru¬
yó, hacia la plaza, un extenso corredor de 37 varas de largo,
para que sirviera de recova.
Así llegó este edificio hasta la era republicana y prestó
sus servicios hasta fines del siglo pasado, en que fue reem¬

plazado por otro sólido, de cal y ladrillo, con altos y colum¬


nas, que a su vez hubo de ceder su lugar al edificio moderno,
elevado en el mismo solar, y bajo el cual se ubican actual¬
mente Intendencia, Municipalidad y otros servicios públicos.
La Cárcel, que había sido en la Colonia objetivo importante
del edificio, se encuentra actualmente en las afueras de la
ciudad.
En todo momento, y muy en especial durante la Colo¬

nia, los habitantes de la villa tuvieron viva preocupación


por este edificio de Cárcel y Cabildo. Cuando lo vieron alzar¬
se en los primeros años con su aspecto chato
y descolorido,
se sintieorn orgullosos de contar con él. Reclamaron
después
insistentemente cuando con los años el edificio iba decayen¬
do, y no había oportunidad en que no trataran de obtener
su mejoramiento. Tan vivo era su interés, tanto el ardor
que ponían en sus reclamos, que en cierta ocasión, a raíz
de un conflicto tenido con el Cabildo de Talca, fue la villa
de Curicó objete de las burlas del Procurador talquino. Mu¬
cho reclaman, dijo, refiriéndose a los curicanos, por el estado
de sus obras públicas, y sólo tienen una: el edificio de Cárcel

y Cabildo.
La construcción del edificio de la Parroquia se debe a don
José de Maturana, primer Párroco de la villa, que había
desempeñado este cargo desde los tiempos de la villa vieja
y que había tenido especial intervención en el traslado de la
villa a su nueva planta. El Protector Traslaviña convino con
él las condiciones del contrato, y el Cura' Maturana quedó
obligado a construir la Parroquia por el precio de dos mil
quinientos veinte pesos, que le fueron entregados. El edificio
debía ser construido con adobes; debía tener treinta y cinco
varas de largo y nueve de ancho ; cuatro ventanas ; y una sa¬
cristía anexa, con una ventana.
En 1750 inició el cura Maturana la construcción de la
obra y al cabo de varios años la villa vio con satisfacción al-


189 —
zarse frente a la plaza, en el solar del lado poniente que se
había señalado para el efecto, una Parroquia sencilla, de ado¬
be y teja, de poca altura; pero que podía llenar las necesida¬
des espirituales a que estaba destinada.
Años después el cura Maturana fue destinado a la Pa¬
rroquia de Vichuquén, que en aquellos tiempos, por su anti¬
güedad y por su importancia, era considerada como de rango
superior a la de Curicó. Vino a reemplazarlo a Curicó don
Antonio Cornelio de Quezada.
El cura Quezada opinó que la Parroquia estaba deficien¬
temente construida. Estimó de mala calidad los materiales,

poco sólidas las paredes y la techumbre, y reclamó a la au¬


toridad eclesiástica, sosteniendo que su antecesor, el cura
Maturana, no había cumplido debidamente su contrato con
el Rey. Así se inició uno de los tantos curiosos incidentes de
la vida colonial, que tan pródiga fue en conflictos entre au¬
toridades y vecinos.
Intervino el Obispo Alday, y el cura Maturana, que ha¬
bía procedido en todo con. entera honradez, fue obligado a
venir desde su Parroquia de Vichuquén, a responder a los
cargos que se le hacían. ,

Muchas fueron las alternativas de este incidente ; pero no


hay nada más pintoresco ni más típicamente colonial que la
discusión personal promovida entre ambos curas con motivo
del reconocimiento de los trabajos. A
petición del cura Que¬
zada, el Obispo había ordenado que se practicara un reconoci¬
miento de las obras de la Parroquia. Ambos curas se
presen¬
taron a ella, cada uno con su maestro
perito, y se empezó la
revisión de los trabajos realizados. Cuando el cura Maturana
pedía la inspección de alguna parte cuya buena calidad desea¬
ba demostrar, el cura Quezada se oponía. Así, de palabra en
palabra, los ánimos se fueron agriando, hasta que por fin se
dijeron expresiones fuertes y el reconocimiento río pudo con¬
tinuar. Posteriormente se ordenó que fuera hecho únicamente
por los peritos, sin la presencia de los curas. Finalmente, el
Gobernador Amat, en un viaje a la Frontera, se detuvo en
la villa de Curicó y reconoció el edificio de la
Parroquia. Que¬
dó satisfecho de él y declaró que el cura Maturana habte
cumplido en buena forma con su obligación.


190 —
En 1771 se ordenaron algunas reparaciones al edificio pa¬
rroquial. Años después, en 1774, el Gobernador don Agustín
de Jáuregui, hizo entregar al cura Céspedes-, que reemplazaba
a Quezada, la cantidad de trescientos pesos con el mis¬
mo fin.
El año 1793, el Gobernador de Chile don Ambrosio O'Hig-
gins, ante la necesidad de construir una torre sólida para la
Parroquia de la villa de Curicó, ordenó dar seiscientos pesos
al cura de esa época, don Antonio de
Céspedes. El cura Cés¬
pedes inició esta obra con toda actividad. Fue preciso pri¬
mero deshacer la vieja torre
parroquial y hacer el enmaderado
para una nueva. Un maestro en carpintería de la villa, por
deshacer y hacer de nuevo el
enmaderado, cobró la suma de
cincuenta y seis pesos. La obra fue hecha entera de
ladrillos,
material que fue adquirido en las cercanías. Se cobraba
por
el mil de ladrillos la cantidad de seis
pesos a excepción de una
partida que fue adquirida a cinco pesos, porque su fabricante
era un feligrés
muy "devoto" de la Parroquia. Para el enma¬
derado se usó madera de ciprés, traído de los montes cerca¬
nos, y que costaba doce reales la carga. Los peones que reali¬
zaban el trabajo ganaban un salario de cuatro
pesos y cuatro
reales al mes; y a veces se les daba mote.
El ambiente colonial, lleno de conflictos y con una at¬
mósfera pesada de incidentes
y rencores, no dejó libre al cura
Céspedes de dudas y reclamaciones por la construción de la
obra. Varios años después de haber recibido los fondos
para
ella, el Subdelegado del Partido, don Juan Antonio de Armas,
lo acusó de mantenér la
iglesia en mal estado y desaseo y de
no haber terminado la torre en siete años, no obstante haber
sacado para ello seiscientos pesos, de los cuales ni
siquiera ha¬
bía rendido cuenta. Esta acusación dio motivo
para agrios y
enojosos incidentes y para mutuas imputaciones entre el cu¬
ra y el
subdelegado. En una plática dominical, el cura Cés¬
pedes, en la cúspide de su indignación, llegó a decir que se le
daba "un pito" que hubieran informado en su contra. En de¬
finitiva se vio el cura obligado a rendir cuenta de los traba¬
jos realizados y de la inversión de los fondos. Lo hizo en mar¬
zo de 1802
y su cuenta mencionó desde el costo del material
basta el mote que se daba a los peones, resultando que de los


191 —
seiscientos pesos sólo sobraban doce pesos y seis reales. No
terminó aquí este odioso incidente, pues la cuenta del cura
Céspedes fue objeto de diversos reparos y se comisionó al
cura de Talca, don José Ignacio Cienfuegos, para que revisara

los trabajos. El cura Cienfuegos se trasladó a la villa de Curicó

y practicó una minuciosa revisión de la nueva torre, después


de lo cual presentó un informe. Finalmente, el Gobernador
del Reino, don Luis Muñoz de Guzmán, en 1804, ordenó que
se aprobara la cúenta del cura Céspedes, pero con el agre¬

gado de "por esta vez".


A fines de la Colonia, la Parroquia fue dotada de utensi¬
lios y ropa para el culto, para reemplazar los muy deteriora¬
dos que se conservaban de los primeros años. Ocurría esto
en 1806. El Subdelegado Argomedo
y el Párroco, cumpliendo
instrucciones del Gobierno, hicieron un cálculo de las necesi¬
dades de la Parroquia, para lo cual se asesoraron por el maes¬
tro en carpintería Adrián Corbalán. En el cálculo que reali¬
zaron incluyeron también la falta de utensilios y ropa para el

culto; y como el Gobierno estimara que esto era de mayor


urgencia que cualesquiera de las reparaciones del edificio, or¬
denó que se diera para ello a la Parroquia de Curicó la can¬
tidad de seiscientos veintisiete pesos.
Así fue entregada la Parroquia de Curicó a la era repu¬
blicana, después de haber costado su edificación y reparacio¬
nes tantos desvelos, conflictos e incidentes.

5.—ORGANIZACION CIVIL

a) Los Corregidores.—Cuando fue fundada la villa de


San José de Buena Vista y cuando se trasladó a su nueva
planta, la organización civil era la misma de los primeros
»tiempos; y así se mantuvo también durante muchos años de
esta era de la villa colonial.
Al costado norte del Teno y del Nilahue
y de la línea
imaginaria que ya conocemos, se extendía el Partido de Col-
chagua; y al costado sur, el de Maule. Había así dos Corregi¬
dores que gobernaban la zona.
Los corregidores del Maule fueron, sin
duda, los que
más tuvieron que ver con la zona
curicana, ya que bajo su ju-

192 —
risdicción estaba la villa misma de San José de Buena Vista,
casi toda la Isla de Curicó y sectores importantes de la costa,
como Vichuquén, Lora y Las Salinas.
Conocemos ya a muchos de los que ejercieron funciones
antes de que se fundara la villa. Cuando ésta se fundó, estaba
en funciones don Juan Cornelio de Baeza, y él mismo estaba
aún en 1747, cuando la villa fue trasladada a su nueva plan¬
ta. Es entonces con este Corregidor de Maule con quien se
inicia la era de la villa colonial.
La lista de estos Corregidores hasta la fecha en que se
creó el Partido de Curicó, es la siguiente:

1.—Juan Cornelio de Baeza.


2.—Tomás José Feco.
3.—Antonio de Sarabia.
4.—Ignacio José de Alcázar.
5.—Francisco Echanes y Herrera.
6.—Cristóbal López.
7.—Francisco de Polloni y Lepiani.
8.—Antonio de Salcedo y Carrillo.
9.—Francisco Antonio López y Sánchez.
10.—José Antonio Bravo de Naveda.
11.—Fernando de Padilla.
12.—Francisco de Polloni y Lepiani.
13.—Bernardo López.
14.—Prudencio de Silva y Gaete.
15.—Juan Esteban de la Cruz y Baha monde.
16.—Vicente de la Cruz y Bahamonde.
17.—Domingo Saiz.
18.—Vicente de la Cruz (1790-1798).

Desde don Juan Esteban de la Cruz (1787) los Corregi¬


dores, por la nueva división administrativa del Reino, se lla¬
maron subdelegados.
Todos estos funcionarios residían en San Agustín de
Talca y de muy pocos de ellos se recuerda que hayan mostra¬
do algún interés por la zona curicana o por la villa de San
José de Buenavista.
Don Francisco Polloni, que gobernó entre 1775 y 1777,
visitó Curicó en cierta ocasión y quedó sorprendido
por los
continuos disturbios que se promovían en la villa y por el es¬
tado de rivalidad
y desunión en que vivían sus vecinos. Visi¬
tó también la villa don Prudencia de Silva
y en cierto mo¬
mento llegó hasta ella con carácter de Corregidor don José de
Silva, que seguramente desempeñaba el cargo provisoriamen-


193 —
te, pasó revista a las milicias y las adiestró en el ejercicio
de las armas.
Don Francisco Antonio López fue tal vez el Corregidor
de Maule que más detenidamente visitó la zona. En 1771 vi¬
sitó los pueblos indígenas de Huerta, Vichuquén y Lora, ha¬
ciendo la matrícula de los indios. En Vichuquén adoptó me¬
didas para regularizar el rancherío, ordenando a los indios
que se poblaran cerca de la iglesia. Llegó también hasta la vi¬
lla de San José de Buena Vista para hacer la visita de conven¬
tos, y se constituyó en los de San Francisco y la Merced, to¬
mando nota de los religiosos que en ellos vivían y de los re¬
cursos con que contaban. Llegó también con el mismo objeto

hasta el convento de San Pedro de Alcántara en la doctrina


de Paredones.
Don Juan Antonio Salcedo practicó una visita llena de
incidentes y de dificultades. Mientras él permanecía en la
villa, se promovieron disturbios y querellas, y aun parece que
los vecinos trataron con altanería al Corregidor, pues, según
un papel de aquella época, "lo pusieron en tal estado que se

había resuelto'mandar a esa Capital bajo partida de registro


a muchos de los revoltosos e inquietos que componen ese

pueblo" (Curicó).
El Corregidor don Fernando de Padilla sintió una atrac¬
ción incomparable por Vichuquén y llegaba con frecuencia
hasta esa localidad. En 1776, encontrándose en Vichuquén,
fue detenido por el Alguacil mayor de Talca, de orden de
un Juez visitador.
A don José Vicente de la Cruz, que gobernó entre 1788 y
1798, le correspondió hacer la primera propuesta para desig¬
nación de alcalde y procurador general de la villa. El mismo
don José Vicente de la Cruz estaba en funciones cuando fue
creado el Partido de Cüricö y fue, por tanto, durante su go¬
bierno cuando el Partido de Maule sufrió la considerable des¬
membración del territorio que pasó a integrar el nuevo Par¬
tido.
Los Corregidores de Colchagua ejercieron sus funciones
en una extensión de la zona curicana mucho más reducida,
que abarcaba sectores como Teno, Comalle, Caune, una par¬
te de la Isla de Curicó ...


194 —
Hubo diversos funcionarios que desempeñaron estas fun¬
ciones; pero es muy poco lo que se sabe de la actuación que
hayan tenido en zona curicana, y desde luego nada tuvieron
que hacer en la villa misma de San José de Buenavista, que
quedaba fuera de su territorio jurisdiccional. A los que de¬
sempeñaban sus funciones antes de la fundación de la villa,
los conocimos cuando analizamos la colonización. De los que
actúan después de la fundación señalaremos también su
nómina.
El año 1750 fue conferido el Corregimiento de Colcha-
gua a don Francisco Buenaventura Ramírez, que ya había
sido Corregidor en 1748. En su nombramiento, que es modelo
de curiosidad, se expresaba que a falta suya el Corregimiento
fuera otorgado al Marqués de Villa Palma de Encalada o a
quien contrajera matrimonio con una de las hijas del expresa¬
do don Francisco Buenaventura. Parece que ninguna de estas
personas pudo asumir el Corregimiento, pues en 1768 se pre¬
sentó al Rey de España don Antonio de Ulloa, diciendo es¬
tar casado con doña Fructuosa Ramírez y Laredo; y que como
ella es hija de don Francisco Buenaventura, a él, como es¬
poso, le corresponde el Corregimiento de Colchagua. Para
colmo de curiosidad agrega que estando imposibilitado para

desempeñar personalmente el cargo por estar prestando ser-


úcios a la Corona en el Gobierno de la Luisiana, debe autori¬
zársele para nombrar él una persona que le reemplace. El
Rey de España, por Real Orden de diciembre de 1768, ordenó
que, para resolver, el Gobernador de Chile lo informara acer¬
ca de las
personas que habían desempeñado el Corregimiento
de Colchagua desde 1750. Nada se sabe acerca del pronun¬
ciamiento definitivo.
Podemos hacer la siguiente lista de
Corregidores de Col-
chagua, posteriores a la fundación de la villa de Curicó y
hasta la época de la creación del Partido de Curicó:

1747: Ignacio Salinas.


1748: Juan Buenaventura Ramírez.
1748-1750: Alonso de Prado y Cobarrubias.
1751-1752: Manuel de Zavala.
1752-1759: Ignacio de Salinas.
1760-1763: Gabriel Fernández Valdivieso.
1763-1769: Francisco Antonio de Velasco.
1769-1774: Juan de la Morandé.

195 —
1774-1775: Pedro José de Cañas Trujille.
1775-1785: Antonio de Ugarte.
1785-1788: Luis Antonio Velasco.
1788: Juan Antonio Salcedo.
1788-1790: Luis Antonio Velasco.
1791-1797: Gregorio Dimas de Echaurren.

Todos los Corregidores de Colchagua de esta era tuvieron


su residencia en la villa de San Fernando, que ya estaba
fundada.

b) Los tenientes de Corregidor.—Cada Corregidor entre¬


gaba sectores de su Partido a funcionarios llamados lugarte¬
niente de Corregidor, que eran subalternos suyos y que ejer¬
cían funciones en parajes no siempre bien determinados y sin
una denominación fija y común. En papeles antiguos los.lu¬

gares donde actúa un teniente de Corregidor son llamados de


distinta manera; y así, mientras unos hablan de "doctrina"
o de "asiento", otros simplemente hablan de "isla" o de
"valle". No siempre estos territorios coincidían con la "doc¬
trina" parroquial, o territorio jurisdiccional de una Pa¬
rroquia.
En esta era de la villa colonial que relatamos, la situa¬
ción de los tenientes de Corregidor en zona curicana es la
misma de los años anteriores a la existencia de la villa. Ha¬
bía, pues, un teniente de Corregidor para los valles de Teno
y Chimbarongo, que dependía del Corregidor de Colchagua;
otro, para Vichuquén, y otro .para Curicó. que dependía del
Corregidor de Maule.
Cuando fue fundada la villa de Curicó en 1744, desempe:
ñaba el cargo de teniente de Corregidor don Félix Donoso,
que probablemente fue designado en ese mismo año. El mis¬
mo don Félix Donoso teniente de
era Corregidor cuando se
inician las gestiones para trasladar la villa y es, por tanto,
el funcionario con quien se inicia la era de la villa colonial.
El es quien actúa cuando don Pedro Bárrales
y doña Mónica
Donoso, en octubre de 1747, hacen donación de tierras para
la segunda planta de la villa. El también está
presente como
teniente deCorregidor, cuando se toma posesión de esa tierra
en 8 de octubre de 1747. Sin
embargo, pocos días después fue
reemplazado en su cargo por don Juan Ignacio de Maturana,
quien figura como teniente de Corregidor cuando el Protec-


196 —
tor Traslaviña da las instrucciones para el trazado de la villa.
Parece indudable que entre ambos funcionarios hubo dificul¬
tades y rencores, pues al hacerse el reparto de solares bajo
la dirección teniente de Corregidor, el antiguo,
del nuevo
den Félix Donoso, "sujeto de conveniencia", no obstante las
claras instrucciones de Traslaviña, recibió un solar distante
i

de la plaza. Es cierto que, en general, no se cumplieron en


todo las instrucciones del Protector, pues hubo personas de
"conveniencia" que quedaron distantes de la plaza; pero no
deja de ser sugestivo que, precisamente, el teniente de Corre¬
gidor que recién terminaba sus funciones, haya sido uno
de ellos.
He aquí los tenientes de Corregidor desde la fundación
de la villa:

1744-1747: Félix Donoso.


1747-1759: Juan Ignacio de Maturana.
1765: Félix Donoso.
1766-1767: Alouso Ignacio de Moreiras.
1768-1770: Joaquín Fermandois.
1771: Pablo Labra.
de
1772-1774: Luis de Mena.
1775-1777: Pedro Bárrales.
1778-1779: Joaquín Fermandois.
1780: Lorenzo de Labra.
1781-1782: Joaquín Fermandois. (1)

Como ahora ejercen jurisdicción sobre una villa, a los


tenientes de Corregidor se les agregan diversas denomina-
,
ciones, que son reveladoras de las atribuciones de que estaban
investidos: super in tendente de la villa, teniente de justicia
mayor, juez de comisión, teniente general, etc.
Don Fermín de Urzúa, que ejerció sus funciones después
del cambio de la división administrativa del Reino, no fue
propiamente teniente de Corregidor, sino "diputado".
Todos estos funcionarios fueron vecinos de la misma villa,
con intereses y vinculaciones en ella. Ejercieron sus funciones
con prudencia
y con rectitud y no hay constancia de abusos
de autoridad ni de incorrecciones cometidas
por ellos, lo que
no
siempre puede decirse de los funcionarios coloniales.

(I) Debe advertirse que el cargo de teniente de Corregidor tenía ca¬


rácter circunstancial; y que no siempre existia en el mismo lugar.


197 —
Donoso, don Ignacio de Maturana, don Pedro
Don Félix
Bárrales, don Pablo y don Lorenzo de Labra y don Luis de
Mena pertenecían a familias de la región. Moreiras era espa¬
ñol de origen portugués, propietario de la estancia Peteroa,
al lado sur del río Lontué. Fermandois era originario de la

capital y se dedicaba en la villa eñ forma activa a la agricul¬


tura, crianza de animales, minería, molinos, explotación de
maderas, etc., siendo de una actividad no igualada durante
la colonia curicana.
Las atribuciones de los tenientes deCorregidor eran ex¬
tensas. Representaban al Corregidor en sus respectivos para¬
jes; administraban justicia; tenían en sus manos la autoridad
civil; y desempeñaban el papel de escribanos y ministros
de fe.
EnVichuquén hubo también diversos tenientes de Co¬
rregidor e igualmente en Teno y Chimbarongo. Podemos ano¬
tar los siguientes:

VICHUQUEN:

1744: Vicente Cabrera.


1744: Antonio Penrros.
1746 Juan Garcés y Donoso.
1752: Pedro de Zúñiga.
1777: Antonio de Morales.
1780: José Cubillos.
1783: Hermenegildo Céspedes.

TENO Y CHIMBARONGO:

1747: Juan José Contreras.


1759: José Bravo de Naveda.
1760: José Leocadio de la Raigada.
1774: Martín Ruiz de Gamboa.
1777: Juan Bahamonde.

Todo este sistema de organización con Corregidores y te¬


nientes de Corregidor, sólo se mantuvo hasta 1787; y desde
esa fecha se puso en
práctica la nueva división administrativa
del Reino de Chile. El territorio fue dividido en dos Inten¬
dencias separadas por el río Maule: al
norte, la Intendencia
de Santiago, y al sur la de Concepción. El Gobernador del
Reino era a la vez Intendente de Santiago, y para Concep¬
ción se designó un Intendente especial. Como el territorio de
cada Intendencia era muy extenso, fue dividido en sectores


198 —
más pequeños llamados "Partidos" o "Subdelegaciones", al
frente de los cuales se colocó un "Subdelegado"; y cada par¬
tido fue dividido en "diputaciones", al frente de las cuales
se colocó "diputado".
un
Prácticamente en las regiones del interior del país la si¬
tuación fue la misma y sólo se produjo un cambio de nom¬
bres. Sólo con respecto a las diputaciones cabe observar que
eran más numerosas que los territorios jurisdiccionales de

los antiguos tenientes de Corregidor, pues abarcaban terri¬


torios más pequeños.
La zona curicana, como antes, quedó repartida en dos

Subdelegaciones o Partidos: de Colchagua y de Maule. Sus


deslindes eran los mismos de los antiguos Partidos.
Tanto el Partido de Colchagua como el de Maule fueron
divididos en numerosas diputaciones. ¡El primero tuvo dentro
de sus linderos diputaciones curicanas como Teno, y otras
con notable ligazón en la zona, como Nilahue, Cáhuil. En

los linderos de Maule quedaron las diputaciones de Curicó,


Vichuquén, Caune y Paredones; y más tarde, cuando se creó
el Partido de Curicó, se agregaron otras, como La Huerta,

Tutuquén, Pichibudis, Convento Viejo e Iloca.


He aquí algunos de los diputados:

1782: Juan Bahamonde.

CURICO:

1788: Fermín de Urzúa.


1789: Jacinto Pizarro.

CAUNE:

1787: Pedro de Ubilla.


1788: Manuel de Aliaga.

VICHUQUEN:
1787-1789: Hermenegildo Céspedes.
1789: Juan Nicolás Santelices.
1791: Hermenegildo Céspedes.
1792: Juan Enrique Garcés.
PAREDONES:

1791: Antonio Morales.


1792: Miguel Rojas.

TENO:

1787: Manuel Eguiluz.


199 —
La última etapa en la organización civil de Curicó, en lo
que a gobierno central se relaciona, la constituye la creación
del Partido de Curicó en 1793, que hemos de relatar en pá¬
rrafo aparte. Desde esa fecha, la zona curicana, unida y abar¬
cando sectores segregados de Colchagua y Maule, tuvo un
Corregidor propio y diputados que dependían de él en cada
una de sus principales ^localidades.

c) El Cabildo y sus personeros.— Da villa de Curicó no


tuvo nunca'en la era colonial un Cabildo regularmente cons¬
tituido. Cuando se eligió por primera vez no tuvo su personal
completo, y posteriormente tuvo, además, el vicio de no ser
designado en la forma usual.
Los Cabildos tuvieron en las Indias un carácter pecu¬
liar. Mientras los Virreyes, Gobernadores o Corregidores re¬

presentaban a la Corona de España, los Cabildos, que en su


esencia eran de origen popular, representaban intereses lo¬
cales. Surgieron así los Cabildos casi espontáneamente, como
una fuerza viva nacida de los propios conquistadores, que
adquirían aquí espíritu local.
Se componía este organismo, regularmente, de doce o
seis Regidores, según la importancia de la ciudad; dos Al¬
caldes; un Procurador General que lo representaba; y otros
funcionarios de monta inferior. Sus atribuciones se extendían
desde el orden ornamental de la villa ciudad, hasta la ad¬
o

ministración de justicia
la dictación de Ordenanzas; y en
y
ciertos casos gozaba también de atribuciones políticas.
El primer Cabildo de una población era
elegido por el
Gobernador; pero los siguientes se generaban >en gran parte
en forma popular,
pues los mismos Regidores designaban sus
reemplazantes, dejando al Gobernador el derecho de desig¬
nar a sólo tres de ellos.
No cabe duda de que los Cabildos no fueron siempre del
total agrado de la Corona de España, desde luego porque en
ellos se refugiaba la voz popular
y porque estaban domina¬
dos en cada localidad por el elemento
criollo, o sea, por los
españoles nacidos en Chile. Había, pues, un choque de inte¬
reses que no podía ser
grato a la Corona, y del cual resulta¬
ron no pocas dificultades entre los Cabildos
y los represen¬
tantes del Rey.


200 —
r

Poco a poco se fue tratando de restarles importancia,


disminuyendo sus atribuciones; y, aún, se les amortiguó mu¬
cho su carácter popular, reemplazando el sistema de
gene¬
ración propia por el de venta de los cargos. Contribuyó tam¬
bién a esta última determinación la escasez de fondos de la
Corona, que la hacía adoptar los más originales arbitrios pa¬
ra procurárselos. Más adelante el sistema de vender
cargos
fue cayendo en desuso y se fue introduciendo, por lo menos
en Chile, el sistema de Alcaldes y Regidores nombrados por
el Gobernador, con lo cual se privó más aún a los Cabildos
de su carácter popular.
También hubo poblaciones a las cuales no se dió Cabil¬
dos y que no estuvieron bajo la jurisdicción de ningún otro,
cómo Curicó, que estuvo privada de este organismo durante
muchos años de su vida colonial.
Es extraordinario que a pesar de todas estas medidas
los Cabildos coloniales no perdieron importancia. Privados
de muchas atribuciones, designados sus personeros en pú¬
blica subasta o por nombramiento de la autoridad central,
representaron siempre, en mayor o menor escala, los intere¬
ses locales
y un espíritu distinto y hasta contrapuesto al de
la Corona. ¿La causa de ello? Sencillamente, la naturaleza
misma de los Cabildos y el hecho de que villas y ciudades es¬
taban dominadas por encomenderos, terratenientes y otros
elementos locales, con intereses y con afectos regionales. En
esta forma lo común era que los cargos del Cabildo, en todo
caso, recayeran en ellos, ya fueran subastados o conferidos
por la autoridad. Siguieron, pues, representando los Cabildos
el espíritu popular y la tendencia local; y no fue raro, así,

que con el correr del tiempo fueran eficaces receptáculos y


cooperadores de la idea de independencia nacional.
La villa de Curicó no tuvo Cabildo cuando fue fundada
en 1744. No lo tuvo tampoco cuando fue trasladada de plan¬
ta en 1747 ni en muchos años de su vida colonial. Sólo des¬
de 1791 empezó a contar con un Cabildo incompleto.
El
Subdelegado de Maule de aquella época, don Vicen¬
te de laCruz, recibió instrucciones del Gobierno para que
anualmente propusiera personas que desempeñaran los car¬
gos de Alcalde y Procurador. En cumplimiento de estas ór-


201 —
denes propuso para Alcalde a los señores Jacinto Pizarro,
Javier Moreira y Francisco Muñoz; y para Procurador Gene¬
ral a los señores Juan Fernández, José Antonio Fermandois

y Matías Grez.
Don Ambrosio O'Higgins, Gobernador entonces del Rei¬
no, designó como Alcalde a don Jacinto Pizarro, y como
Pro¬
curador a don Juan Fernández, quienes fueron así los
pri¬
meros que ocuparon estos cargos en la villa de Curicó. En

1792 se nombró también Alcalde de segundo voto, cargo que

recayó en don Javier Moreira.


La lista de los Alcaldes y Procuradores de la villa desde
1791 hasta fines de la Colonia, es la siguiente:

ALCALDES DE PRIMER VOTO:

1791: Jacinto Pizarro.


1795: Joaquín Fermandois.
1796: José A. Franco.
.1797: Francisco Javier Moreira.
1798: Francisco Pizarro.
1801: Fermín de Urzúa.
1802: Juan Fernández de Leiva.
1803: Francisco Labbé.
1804: Perfecto Merino.
1805: Matías Grez.
.1807: Miguel Mardones.
1808: Juan Fernández de Leiva.
1809: 'Francisco Muñoz.
1810: Rafael Garcés.

ALCALDES DE SEGUNDO VOTO (1)

1792: Javier Moreira.


1793: Fermín de Urzúa.
1802: José Barainca.
1803: Francisco Muñoz.
1805: Ramón de Uribe.
1807: Matías Muñoz.
1809: Diego Donoso.
1810: José A. Vidal.

PROCURADORES GENERALES:

1791: Juan Fernández.

(!) La designación de Alcaide de segundo voto trae su origen de la


antigua distinción de los habitantes de la ciudades. Los encomendero» te¬
nían un Alcalde y los moradores otro. Esta distinción jamás se usó en 'a
villa de Curicó. El Alcalde de segundo voto fue en esta villa sólo un TW"
tigio.


202 —
1793: Francisco Muñoz.
1794: José A. Silva.
1796: Jacinto Pizarro.
1798: Pedro Pizarro.
1800: Matías Antonio Grez.
1802: Manuel Pérez.
1803: José A. Mardones y Daza.
1805: Juan Fernández.
1807: Francisco Muñoz.
1809: Francisco Merino.
1810: Francisco Muñoz.

Existían también los llamados "Alcaldes de Herman¬


dad", que generalmente eran nombrados por el Cabildo. En
realidad, eran verdaderos jefes de policía rural, cuyas fun¬
ciones ejercían fuera del centro poblado y tenían por ob¬
se

jeto perseguir y juzgar delincuentes. En la zona curicana


hubo Alcaldes de Hermandad desde antes que se establecie¬
ra el Cabildo. Para los sectores rurales de la Isla de Curicó

fue nombrado en 1768 don Alfonso Rebolledo, y en


1791 don
Juan Fernández de Leiva. Para Vichuquén se nombró en
1768 a don Manuel Baeza y Urzúa, y para el territorio "en¬
tre los ríos Teno y Tinguiririca, de mar a cordillera", se nom¬
bró en 1798 a don Graciliano Lazo de la Vega.

Cabe observar que


el Cabildo de Curicó fue siempre in¬
completo y que en muchas ocasiones sólo se nombró primer
Alcalde y Procurador. Cabe observar también que siempre
fué nombrado este Cabildo por el Gobierno Central.

En 1794, creado ya el Partido de Curicó, no se hizo de¬


signación de Alcalde, a petición del Subdelegado del Partido
don Francisco Javier de Bustamante, quien dijo al Gobierno
que estas designaciones traían siempre resentimientos y en¬
vidias entre los vecinos y molestias y divisiones entre las fa¬
milias. Hubo solamente designación de Procurador General,
cargo que recayó en don José A. Silva. Seguramente esto no
fue otra cosa que un nuevo golpe al poder municipal.

En el vecindario de la villa fue


generando un claro
se

descontento por la forma como se elegían los cargos del Ca¬


bildo, sistema que contrariaba en mucho sus aspiraciones
regionales porque, aun cuando Alcaldes y Procuradores eran
vecinos de la villa, su designación hecha por el Gobierno y
a
propuesta del Subdelegado, establecía cierta ligazón entre


203 —
ellos y la autoridad central, que, en parte al menos, altera¬
ba la esencia de lo que debía ser un Cabildo.
i Gobierno los se¬
A principios de 1809 se presentaron al
ñores Juan Fernández y
Pedro Pizarro, haciendo presentes
los inconvenientes que tenía el sistema en uso para elegir
Alcaldes y Procuradores. Dicen en su presentación que son
los Alcaldes y los Procuradores los llamados a fiscalizar los
actos del Subdelegado; pero que, si son nombrados por éste,
por una razón natural no pueden fiscalizarlo en debida for¬
ma. De ahí resultan, agregan, incontables perjuicios para el

interés común. La villa de Curicó, según los solicitantes, se


encontraba a causa de esto en tan lamentable estado, que
en invierno los vecinos deben retirarse a "lo más recóndito
de las habitaciones" para evitar las lagunas y barriales que
se forman en las calles.
Lo curioso es que ambos peticionarios, los señores Fer¬
nández y Pizarro, habían sido miembros del Cabildo, desig¬
nados conforme al sistema que criticaban.
El Fiscal, informando
acerca de esta petición, expresó
que las razones dadas eran "juiciosas" y que era convenien¬
te que el Gobernador adoptara medidas tanto para designar
Alcaldes y Procuradores, como para mejorar el estado de la
villa; pero el Gobernador ordenó únicamente que el Subde¬
legado se pusiera de acuerdo con los Alcaldes y Procurado¬
res para mejorar la "policía de las calles
y demás avenidas
de la población". Nada dijo del sistema mismo al cual se
atribuían los males, y las designaciones continuaron hacién¬
dose en la misma forma, situación que se mantuvo también
en los primeros años de la era de la
Independencia.
d) Otros funcionarios.—Aparte de los mencionados hu¬
bo también durante la Colonia, en la villa de Curicó, otros
funcionarios de carácter administrativo.
Tal vez el más antiguo de los de esta clase sea el agri¬
mensor, cuya misión era la de medir y deslindar terrenos.
Intervenía en los enteros de títulos a los mercedarios de tie¬
rras, en los pleitos que se suscitaban entre particulares, en
la determinación de tierras vacas, en las mediciones de pue¬
blos indígenas y aún en la fijación de deslindes entre los
Partidos.


204 —
La zona curicana no tuvo en principio un agrimen¬
un

sor propio. Tenían atribuciones sobre su territorio los agri¬


mensores de Colchagua y de Maule. Agrimensores de Colchá¬

osle fueron, entre otros, Andrés de Escudero y Francisco Fer¬


nández. De Maule, Alonso de Labbé (1749) ; Alonso Ignacio
de Moreira! (1768) ; y Juan Antonio Morales de la Vega (1760-
1763 y 1786, adelante). En 1796, o sea, algunos años después
de la creación del Partido de Curicó, se designó agrimensor

propio para Curicó, cargo que recayó en el agrimensor de


Colchagua, Morales de la Vega, quien desempeñó desde en¬
tonces "el ejercicio de este destino en uno y otro Partido".
En 1807 era agrimensor de Curicó don Francisco de Borja
Orihuela.
El cargo de escribano fue creado también en Curicó des¬
pués de la erección del Partido. Antes de esa fecha eran usa¬
dos los servicios de los escribanos de Colchagua y Maule, o
so otorgaban los instrumentos ante autoridades locales: te¬

niente de Corregidor, Diputado o Alcalde.


Fue creado este cargo de escribano con fecha l9 de julio
de 1795 por el Gobernador don Ambrosio O'Higgins, no obs¬
tante que en un principio se había opuesto el Subdelegado
del Partido de Curicó, don Francisco Javier de Bustamante,
"por lo muy pobre y deteriorado de este vecindario". Se tasó
el cargo en la cantidad de trescientos cincuenta pesos y se
sacó a pública subasta. Hechos los pregones del cargo, no
hubo quién se interesara por él. Años más tarde se hicieron
nuevos pregones en la villa y el cargo se adjudicó a don Ma¬
nuel Olmos, en la suma de ochocientos diez pesos (1797).

Don Manuel Olmos fue, así, el primer escribano del Par¬


tido de Curicó. Sin embargo, en los archivos coloniales no
aparecen actuaciones suyas. Años después de su nombra¬
miento siguen actuando los Subdelegados o los Alcaldes; y
sólo en la era republicana, desde 1813, empieza a actuar un
escribano en Curicó: don Fernando Olmedo.
Otro funcionario de importancia fue el administrador
de alcabalas. Da alcabala era uno de los recursos de que se
valía la Corona para incrementar el tesoro real, siempre po¬
dre, y consistía en un derecho con que se gravaba la trans¬
ferencia de bienes muebles y raíces. Para aplicar este grava-


205 —
men se nombraba un administrador de alcabalas que ejercía
sus funciones durante dos años.
En Curicó existió administrador sólo desde la creación
del Partido. Algunas de las personas que desempeñaron este
cargo, con el correspondiente precio que pagaron por la su¬
basta, fueron los siguientes:

José María Gómez 1796-1797 ($ 875)


Manuel Miranda 1798-1799 ($ 400)
Tomás López I8OO-1I8OI ($ 500)
Diego Donoso 1806'1807 ($ 300)

Otro funcionario fue el administrador del estanco. En


Chile se estableció estanco del tabaco en 1755, y existía so¬
bre otras especies, como los naipes, desde años antes. Era
una institución de carácter económico que radicaba exclusi¬
vamente en el Gobierno el expendio de las especies a que se
aplicaba.
El primer administrador nombrado para Curicó fue don
Francisco Fernández, en 1753. Desde 1787 hasta 1790 desem¬
peñó el cargo don José Antonio Fermandois. En 1796, don
Juan de Dios Acereto. Al año siguiente (1797) se interesó
por el cargo el teniente visitador de administraciones del ta¬
baco, don Pedro Pablo de Medina, pero no fue atendido en
su petición; y el propio
Rey de España, que a veces interve¬
nía en asuntos demasiado pequeños, en una real Orden fir¬
mada en su nombre por el Príncipe de la Paz, manifiesta ha¬
ber quedado enterado de los motivos que se tuvieron para
no atender al expresado Medina. En 1802 fue designado pa¬

ra la administración de Curicó don


Eugenio Fernández de
Olmedo, administrador que parece no haberse desempeñado
a satisfacción del Gobierno,
pues el mismo año fue nombra¬
do don Miguel Lombera "por descubierto y fuga de Eugenio
Fernández de Olmedo". En reemplazo de Lombera se desig¬
nó después a don Ramón Manuel Prieto.
Había también en parajes de menor importancia, "es¬
tanquillos de tabaco" a cargo de administradores. La zona
curicana los tuvo en Lora, Paredones, Remolinos, Alcánta¬
ra, Tilicura, Las Salinas, Los Negros, Vichuquén, Chequen-
lemu y otros lugares. En 1796, don Eusebio Fuenzalida esta-


206 —
ba a cargo del estanquillo de Lora, y don Rafael Garcés, del
de Remolinos.
En la villa de Curicó hubo administrador de correos des¬
de 1801, siendo su primer titular don Melchor Pizarro. En
otros lugares de la zona, existían "maestros de posta", como
igualmente en la villa antes que se nombrara administrador.
Maestro de escuela, con carácter oficial, hubo en la villa
desde 1803, siendo el primero don Francisco Suárez, que ga¬
naba una renta de cien pesos al año, y luego don Nicolás
Muñoz.
Protector de indígenas hubo Curicó desde 1782, año
en
en que fue creado el cargo a instancias del Protector Gene¬
ral de Indígenas, Pérez de Uriondo. Antes de esa fecha, ejer¬
cía funciones sobre los pueblos de indios de la zona, el Pro¬
tector del Partido del Maule. El primer Protector designado

para Curicó fue don José Mecinas (1782). En 1798 desem¬


peñaba el cargo don Juan Fernández de Leiva, y en 1802
don Juan Antonio Mardones.
El cargo menos favorecido era, sin duda, el de pregone¬
ro, que fue generalmente despreciado durante la Colonia.
En todas las subastas que se hacían en la villa de Curi¬

có, jamás actuaba una persona de importancia. Generalmen¬


te lo hacía un indio o un reo, y se dejaba constancia expresa
de su calidad: "Hizo que el indio Manuel Camilo Canales,
que hace oficio de pregonero, pregonase el remate" (1805).
"Hizo los pregones el indio Camilo Pinto" (1798).
Las funciones del pregonero en Curicó consistían en
anunciar públicamente y en alta voz, desde la puerta del
Cabildo, las subastas que se realizaban y las ofertas que se
habían hecho. Interveníaprincipalmente en la subasta de
las alcabalas; delarriendo del potrero de los indios de Lora;
y de los ramos de conchas del mar, canchas de bolas y bal¬
sas y canoas del río Mataquito.

Su manera de actuar era formulista y ceremoniosa. De¬


bía anunciar primero en alta voz el objeto del remate. "El
real derecho de alcabalas de este Partido, decía el pregonero
en 1795, se pone en público remate por entero o por doctri¬
nas, el que quiera comparezca". Este pregón se repetía du¬
rante tres veces "con mediación de tiempo" y a son de caja;


207 —
y cuando alguien hacía oferta, el pregonero debía publicar¬
la. Varios días se repetía la misma operación y, finalmente,

en la mayoría de los casos, se enviaban los antecedentes a

Santiago para que allí continuaran los pregones. Cuando el


remate podía finiquitarse en Curicó como en el caso del po¬
trero de Lora, era el mismo pregonero el encangado de pro¬
clamar el resultado. La fórmula empleada era también ce¬
remoniosa: "Ochenta pesos dan por cada un año de arren¬
damiento por el potrero del pueblo de Lora; apercibo de re¬
mate; a la una, a las dos, a la tercera y que buena pro le ha¬
ga a don Francisco Javier Correa el derecho de arrendamien¬
to del potrero de Lora" (1807).

Finalmente, en la villa de Curicó hubo también desde


fines de la Colonia, Alcaide de la Cárcel. En 1803 desempe¬
ñaba el cargo don Simón Ahumada.

mencionados, a excepción del de pre¬


Todos los cargos
gonero, que en la Colonia fue despreciado, gozaban de res¬
petabilidad.

6.—ORGANIZACION MILITAR

Desde la fundación de la villa de Curicó, hubo en ella


una milicia bien organizada, que continuó prestando en la
villa y en la zona, los mismos valiosos y necesarios servicios
«te la vieja milicia de la colonizadora.
era
Estaba formada por dos .escuadrones de caballería y una

compañía de infantería; tenía su oficialidad y su tropa per¬


fectamente organizada y poseía armas en gran parte pro¬
pias. Recibían instrucción los milicianos en los campos de
los alrededores o en la explanada ubicada al oriente de la
villa, que durante la Colonia se llamó primero "llano" y lue¬
go "llano de la Recoleta". En caso de necesidad, eran llama¬
dos a prestar servicios.
Pertenecían a estas milicias vecinos distinguidos de la
villa y de la zona, que ostentaban con orgullo sus grados, sus
uniformes y sus armas, consistentes en lanzas, espadas y fu¬
siles de chispa.
Las milicias del Partido del Maule, al cual pertenecía la
villa de Curicó, fueron reestructuradas en 1778 por Real Or-


208 —
den dictada en esa fecha; y desde entonces los cuadros de
Curicó y de todos los parajes del Partido, mejor organizados,
adquirieron su mayor importancia.
En 1786 se estableció una guardia permanente en el pa¬
so del Planchón, comandada por don José Antonio Franco.

Carvallo y Goyeneche, en su Descripción Histórica Geo¬


gráfica del Reino de Chile, señala a don Joaquín Fermandois
como comandante de las milicias de Curicó.
En un viejo documento de 1800 hemos encontrado el
cuadro completo de las milicias curicanas, confeccionado
.

con motivo de la revista de milicias realizada ese año. Sus


datos principales son los siguientes, transcritos a la letra:

PLANA MAYOR:

Primer Comandante, don Francisco Javier de Bustamante.


2? Comandante, don Fermín de Urzúa.
Ayudante Mayor, don Jacinto Pizarro.
Primer Pvrta Estandarte, don Pedro Pizarro y Silva.
2° Porta Estandarte, don Manuel Moreiras.

PRIMER ESCUADRON DE CABALLERIA:

PRIMERA COMPAÑIA:

Capitán comandante 1', mudó de domicilio.


Teniente, don Juan Francisco Labbé.
Alférez, don José Javier de Bustamante. (Mudó de domicilio).
50 soldados. 49 armas propias.

TERCERA COMPAÑIA:

Capitán, muerto.
Teniente, don Manuel de Mardones.
Alférez, vacante por haber mudado de domicilio.
50 soldados. 40 armas propias.

QUINTA COMPAÑIA:

Capitán, muerto.
Teniente, don Francisco de la Arriagada.
Alférez, vacante por haber mudado de domicilio.
50 soldados. 4G armas propias.

SEGUNDO ESCUADRON DE CABALLERIA:

SEGUNDA COMPAÑIA:

Capitán: Comandante 2?.


Teniente, don José Antonio de Silva.


209 —
Alférez, don Miguel Franco.
50 soldados. 40 armas propias.

CUARTA COMPAÑIA:

Capitán, don José Antonio Franco.


Teniente, don Manuel de Urzúa.
Alférez, don José Antonio Mardones.
50 soldados. 40 armas propias.

SEXTA CClMPASrlA:

Capitán, muerto.
Teniente, don Diego de Valenzuela.
Alférez, don Valentín Cotar.
50 soldados. 49 armas propias.

COMP ASIA DE INFANTERIA:

Capitán, don Juan Fernández de Eeiva.


Teniente, don Miguel Muñoz.
Alférez, don Melchor Pizarro.
50 soldados. 10 armas propias y armas del Rey: 8 fusiles inser¬
vibles.

TOTAL:

7 Compañías.
350 soldados
266 armas propias.
8 armas del Rey (1).
y

Este curioso cuadro, lleno de colorido, nos muestra en


forma clara el estado de las milicias curicanas a fines de la
Colonia.
Raleadas sus la muerte y por la ausencia, las
filas por
compañías mantienen, sin embargo, su organización y os¬
tentan una plana en la que no faltan ni los Porta Estan¬
darte.

simple lectura de los datos se infiere el orgullo con


De la

que los vecinos mantenían sus milicias, integradas por ellos


mismos, y sin deberle al Rey en su organización otra cosa
que ocho fusiles inservibles.

(1) El capitán don José Antonio Franco, que era capitán de la cuar¬
ta compañía (segundo escuadrón de caballería), estaba también a cargo
de la vigilancia del Boquete del Planchón, desde 1786.
7.—LA IGLESIA Y SU OBRA

a) Recuento del pasado y nueva labor.— En este perío¬


do de la villa colonial, la Iglesia tuvo también un aporte con¬
siderable en el progreso material y espiritual de la tierra cu-
ricana.
Ya durante la colonización había contribuido con efica¬
cia a esa obra extraordinaria de adentrarse en regiones des¬

conocidas para organizarías, cultivar sus tierras, levantar


poblaciones y cristianizar indígenas.
Hemos visto a los
religiosos en la zona curicana acom¬
pañando los primeros colonizadores, haciendo así posible
a
que nacieran oratorios particulares en Vichuquén, en Teno,
en Guaico, en Peralillo, en Tutuquén. Los hemos conocido
como "curas doctrineros", recorriendo incansables las po¬
blaciones más apartadas y adoctrinando indios con constan¬
cia admirable. Los hemos visto, en fin, estableciéndose defi¬
nitivamente con Parroquias y Conventos. v ■
Cuando se inicia la era de la villa colonial, desde el día
de la fundación de Curicó, la labor de la Iglesia en la villa
y en su zona, continúa con el mismo ritmo y trascendencia.
Hay historiadores que señalan un descenso en la obra
de la Iglesia en las Indias, haciendo notar que con el correr
de los años se fue aminorando la primitiva pureza espiritual
en el juego de los intereses materiales
y de la corrupción;
pero parece indudable que de hechos singulares han querido
formar una ley general.
Sin duda, hubo colonias en las Indias en las cuales la
prosperidad económica descontrolada y exuberante de cier¬
tos momentos produjo un vuelco de valores en el que tam¬
bién naufragaron hombres de iglesia. En Lima, llena de oro,
bubo algunos eclesiásticos codiciosos, explotadores de indios,
amancebados o amigos de festines. En Potosí, enloquecida
con sus minas de
plata, no desentonaban en la general opu¬
lencia los religiosos mundanos, ricamente vestidos y perfu¬
mados; ni en México, los de vida disipada.
Pero estos hechos no constituyen la norma, sino que son
episodios aislados, producidos a consecuencia del ambiente
general en momentos determinados. La norma general es


211 —
que la Iglesia, durante toda la Colonia, desempeñó un papel
que tuvo ribetes de grandiosidad.
Este período de la villa colonial que relatamos, corres¬

ponde más o menos a la supuesta era de decadencia de la


Iglesia en las Indias. Sin embargo, no hay ni en la villa ni
en la región de Curicó demostración alguna de tal decaden¬

cia y, por el contrario, la Iglesia continuó su papel iniciado


en los primeros años de la Colonia, durante la conquista y

la colonización.
Desdeluego, la Iglesia tuvo un espíritu amplio en lo que
respecta a la conciencia y a los dogmas. No hay anteceden¬
te alguno en los archivos coloniales relativos a Curicó, de

persecuciones religiosas, de inquisición o de presiones sobre


la conciencia.
Hubo estrictez, en cambio, por parte de la Iglesia, en lo
que respecta a la moralidad, lo que significó no poco bene¬
ficio para una sociedad en plena formación. Los archivos co¬
loniales están llenos de ejemplos de esta actividad. Los curas
de Vichuquén vivieron permanentemente preocupados de las
costumbres y de la moral de los pueblos indígenas sometidos
a su jurisdicción. Un cura de la Parroquia de Curicó,
que sir¬
vió su cargo durante treinta años con celo extraordinario, don
Antonio de Céspedes, cansaba a las autoridades civiles con
reclamos y denuncios por faltas de moralidad, para las cua¬
les exigía enérgicas sanciones. Un día enviaba al Subdelega¬
do una misiva porque un tal vivía en concubinato público y
escandaloso con pariente cercana. Luego hacía un nuevo re¬
clamo porque otro tal. hombre casado, vivía en la villa aman¬
cebado con mujer soltera, la que había arrebatado al propio
cura cuando pretendía llevarla a las Recogidas. Su celo en
pro de la moral excedía a veces los límites de lo conveniente,
como cuando envolvió en sus denuncios a "una niña virtuo¬
sa, de familia conocida", y a un religioso. Estas requisitorias
del cura Céspedes no sólo iban dirigidas a las autoridades lo¬
cales sino que también al propio Gobernador del Reino, a

quien en cierta ocasión, refiriéndose a las muchas inmorali¬


dades que se cometían en la doctrina de Curicó, le habla de
ella llamándola "esta miserable doctrina".
Desarrolló también la Iglesia en esta época una labor


212 —
7

de difusión de la enseñanza, ya que la inmensa mayoría de


las manifestaciones intelectuales se desarrollan en ella al am¬

paro de iglesias y conventos. Los sacerdotes eran hombres de


cultura, muy por encima del nivel intelectual de la época y
que irradiaron, por eso, notable influencia intelectual sobre
sus contemporáneos. Muy en especial se manifestó esta ac¬
ción intelectual en la formación de colegios, como podremos
constatarlo más adelante.
Para finalizar este cuadro de la labor de la
Iglesia en
esta época, hay recordar que contribuyó también eficaz¬
que
mente al progreso material de la región. La Parroquia de Vi-

chuquén, establecida en medio de una población indígena dis¬


persa, contribuyó para que alrededor de ella se empezaran a
poblar, a partir de 1771, en forma más ordenada y regular
los habitantes de la zona. El cura Céspedes de Curicó es otro

exponente de la misma acción. Cuando los vecinos de la villa


se interesaron por la creación del Partido de Curicó, el cura

Céspedes se ausentó durante cuatro meses de su Doctrina y


contribuyó al éxito de esta aspiración del vecindario no sólo
con gestiones, sino con dinero para los gastos, hasta que en

1793 se obtuvo la creación del Partido. Antes que él había


tenido una semejante el cura Maturana, que había
actitud
sido uno de los más entusiastas propulsores del cambio de
planta de la villa. El propio cura Céspedes, en un documento
de la época, se encarga de relatar otro de sus servicios públi¬
cos, cuando en 1792 puso a riesgo su vida y salud con motivo
de "la invención de la carga de plata del Rey" en el promon¬
torio de Lontué.
b) Parroquias: Curicó y Vichuquén.—Sólo dos Pa¬
Las
rroquias actúan en la zona curicana durante toda la era co¬
lonial; y ambas estaban establecidas desde antes que Curicó
se radicara en su
planta definitiva. No hay, pues, Parroquias
que nazcan durante esta época que hemos llamado "era de
la villa colonial". En ella siguieron actuando las que ya es¬
taban establecidas. Estas Parroquias son la de Vichuquén y
la de Curicó.

La
primera fue establecida en plena era de colonización
y losprimeros antecedentes en que de ella se trata, se re¬
montan a 1658. Después de la fundación de Curicó, continuó


213 —
desempeñando una misión de importancia en la zona costina.
Tuvo Vice Parroquias en Lora y en Quelmen; y a fines del

siglo XVIII, por su intensa actividad, era atendida no sola¬


mente por un Párroco, sino también por un teniente cura.
En. 1788 fue reconstruida y recibió el nombre de San An¬
tonio de Vichuquén.
Hay párrocos que sobresalen por su actividad y por su
celo apostólico. Recorren la Doctrina por caminos intransita¬
bles, atienden las Vice Parroquias, suavizan las relaciones en¬
tre indios y españoles...
Anualmente se celebra en la Parroquia una extraordina¬
ria festividad, con gran afluencia de indígenas, en homenaje
a la vieja imagen de la Virgen, tallada en madera, sobre la

cüal se ha tejido la curiosa leyenda que ya conocemos.


De entre los Párrocos quesirven a la Parroquia durante
esta era, esjusto destacar los nombres de don José de Matu-
rana (1756-1767); Javier de Ravanal (1767); José de Espino-

za (1781-1787) ; Pedro Castro (1787-1795) ; y José A. de Egui-

luz (1795 hasta principios del siglo XIX).

Parroquia de la villa de Curicó tiene un origen mu¬


La
cho más moderno, ya que, como toemos visto, fue establecida
en la primitiva planta de la villa. En la carta en que comu¬

nica al Rey la fundación de la villa, don José Manso expresa,


con fecha 2 de noviembre de 1744, que sólo existe una Vice

Parroquia en la villa; pero en el informe hecho por los seño¬


res Manuel de Olaso y Félix Donoso, con fecha 22 de marzo

de 1745, se da cuenta de haberse creado ya el nuevo Curato.


En consecuencia, la fecha de la creación de la Parroquia de
Curicó debemos necesariamente encontrarla en el período in¬
termedio entre las dos fechas anotadas.
La
Parroquia funcionó primero en la capilla que había
servido de Vice Parroquia en la planta primitiva de la villa;
y cuando se realizó el traslado en 1747, tuvo el cómodo local
construido por el cura Maturana, en el costado poniente de
la plaza.
No es preciso insistir en la importancia que correspondió
en la villa a la
Parroquia de Curicó, ni el papel que le cupo.
Tanto por la institución a la cual representa como por el mé¬
rito propio de quienes sirvieron de Párrocos, Curicó, que en-


214 —
tonces pasaba por un duro período de formación, le debe
mucho de su desenvolvimiento.
Los Párrocos de
Curicó, desde la erección de la Parro¬
quia hasta fines de la era colonial, fueron éstos:

1745-1756: José de Maturana.


1756-1773: Antonio Cornelio de Quczada.
1773-1803: Antonio de Céspedes.
1804 .... Bartolomé Darrigrande.

c) Las Vice Parroquias.—Hubo también Vice Parroquias


que cooperaron dentro de la
zona a la labor de las parroquias.
De entre ellas las más singulares fueron, sin duda, las es¬
tablecidas en pueblos de indios, dependientes de la Parroquia
de Vichuquén. Durante la era de la colonización las ranche¬

rías indígenas habían sido atendidas primero por curas doc¬


trineros. Más tarde, extinguidos Teno y Rauco, sólo subsis¬
tieron los pueblos costinos de La Huerta, Lora y Vichuquén;
y el Párroco de este último pueblo se preocupó de establecer
Vice Parroquias en los otros dos. Así fue como nacieron,
durante la Colonización, las Vice Parroquias de la Huerta
y de Lora.
La de la Huerta tuvo corta vida y no alcanzó a llegar a
la era de la villa colonial. Al momento de fundarse la villa
de Curicó, ya había desaparecido por entero; pero, no obs¬
tante ello, su recuerdo perduró en los indígenas en tal for¬
ma que, muchos años
después, señalaban el lugar donde ha¬
bía estado la capilla.
La Vice Parroquia de Lora logró llegar hasta la era cuyo
relato hacemos. Después de su malaventura con el encomen¬
dero que la transformó en curtiduría, logró radicarse defi¬
nitivamente en los faldeos del cerro y allí subsistió durante
toda la Colonia. En 1785, las súplicas de un cura de Vichu¬
quén nos han dejado constancia del triste estado en que la
capilla se encontraba en esos años. "La capilla Vice Parroquia
de Lora, dice el cura, sé halla arruinada, sán ornamentos y en
sumo grado indecente". Años más tarde, en 1789, la capilla

funcionaba en un rancho de paja. Una matrícula de indios


hecha en aquel año en el pueblo de Lora, nos ha dejado la si¬
guiente noticia: "La situación en que está un rancho de paja


215 —
que es la capilla de este pueblo es una planicie muy hermosa
que da vista a diferentes partes por la otra banda del río, cu¬
yo plan tiene agua corriente siempre que se la quieran echar".
Hay también en esta era una Vice Parroquia en el pue¬
blo indígena de Quelmen. En un principio, parece que los
pá¬
rrocos de Vichuquén se desentendieron un tanto de la aten-

ció espiritual de los indígenas de este pueblo, cuya naturaleza


era sin duda más belicosa que la de los demás indios de la

zona; pero bastó que llegara al curato el activo don José de


Maturana, trasladado desde Curicó, para que empezara la la¬
bor catequizadora de aquel pueblo. En un documento de 1757,
dice el cura Maturana: "Cerca de dos años ha que soy cura
de dicha Doctrina (Vichuquén) y desde entonces que estoy
trabajando con los indios de dicho pueblo de Quelmen sólo
a fin de que se logren esos miserables, ya que voluntariamente
salieron del barbarismo ha tiempo de 12 ó 13 años y no ha¬
llando en el examen que les hice entre hombres, mujeres y chi¬

cos cuatro capaces de sacramento, solicité ante el señor Pre¬


sidente ponerles un capellán fiscal que los sujetase, doctrina¬
se y enseñase por estar yo en nueve leguas de distancia".
Así pues, a instancias del Párroco de Vichuquén don José
de Maturana, fue creada la Vice Parroquia de Quelmen. Su

primer Vice Párroco fue don Agustín Muñoz.


Los indígenas estuvieron gravados, durante toda esta era
colonial, con el deber de pagar un tributo para el sostenimien¬
to de la Vice Parroquia, ya fuera al cura de Vichuquén o al
Vice Párroco cuando lo había; pero no siempre sucedió que
los derechos fueran pagados con puntualidad y los archivos
coloniales están llenos de indignadas protestas formuladas
por los Párrocos.
En esta era fue establecida también una Vice
Parroquia
en la localidad de Teno. No era
ya un pueblo de indios, pues
el viejo pueblo de los tiempos de Valdivia se había extinguido
por entero, sino un centro poblado mixto en
plena formación.
Este poblado y el valle entero del río
Teno habían venido au¬
mentando en forma considerable su
población, lo que movió
al Párroco de
Chimbarongo a establecer una Vice Parroquia
con un teniente cura permanente. Esta Vice
Parroquia data
del último tercio del siglo XVIII.

216 —
Continuaron subsistiendo también en esta era otras Vice
Parroquias dependientes del curato de Vichuquén, pero ubi¬
cadas fuera de la zonacuricana, que habían sido creadas du¬
rante la colonización. Entre ellas mencionaremos a la de Nues¬
tra Señora de las Nieves de Paredones, que subsistió como
Vice Parroquia hasta el año 1778, año en que fue erigida como
Parroquia ; y el convento franciscano de San Pedro de Alcán¬
tara, que se mantuvo como Vice Parroquia durante toda la
era colonial, dependiente primero del curato de Vichuquén

y luego del de Paredones.


d) Los conventos; San Pedro de Alcántara.—Los conven¬
tos de religiosos que se habían formado durante la era colo¬
nizadora, y que tan valiosos servicios habían prestado a la re¬
gión, continuaron viviendo durante toda la era colonial.
De ellos debemos mencionar, en primer término, el con¬
vento franciscano de San Pedro de Alcántara, situado fuera
de la zona netamente curicana, pero al cual debemos referir¬
nos una vez más por su notable irradiación hacia ella. Duran¬

te gran parte de esta era continuó desempeñando el rol de


Vice Parroquia del curato de Vichuquén y en tal forma con¬
tinuó siendo convento curicano; pero posteriormente pasó a
depender de la Parroquia de Paredones (1778). Enclavado en
medio de los cerros, rodeado de la paz imponderable de los be¬
llos parajes de su emplazamiento, el convento de Alcántara si¬

guió cumpliendo una hermosa misión en la zona costina.


Cuando en 1771 se hizo visita por
el Corregidor a los con¬
ventos del Partido de Maule, San Pedro de Alcántara era
ubicado ya en lá Doctrina de Paredones, no obstante que esta
Parroquiano había sido aún erigida, lo que revela que antes
de este acontecimiento el Párroco de Vichuquén se había
desentendido de intervención directa, entregándolo al tenien-
ts cura de Paredones, situación que se confirmó más tarde
al crearse la
Parroquia de Paredones en 1778.
Con ocasión de esta visita se dejó establecido que el con¬
vento tenía 90 años de fundación, dato que incurre en un error
de diez años,
pues el convento fue establecido como hospicio
en 1691
y, en consecuencia, en la fecha de la visita (1771)
sólo tenía 80 años de existencia. Superior del convento es en
esos años el Padre Guardián Juan Antonio Barrán, a quien


217 —
acompaña en sus labores el lector jubilado fray Domingo Sa-
rriqueta, fray Fermín Larraín, fray Luis Toledo y el herma¬
no fray Manuel Solís. En total ocho religiosos para atender

aquel convento.
Los vecinos de la zona cumplieron religiosamente la pro¬
mesa que hicieron para el mantenimiento del convento, en los

años en que sólo era un hospicio. Así, en este año de 1771,


hay incontables capellanías impuestas en muchas propiedades
de la zona, la mayor parte propiedades pequeñas, que, en

total, dan al convento una renta anual de trescientos pesos.


Estas capellanías son pagadas al convento en diversas forma,
unas en plata y otras en fruto, y revelan claramente la bue¬

na acogida que han encontrado en la región los recoletos fran¬

ciscanos. Las principales capellanías gravaban a las estancias


Ranguilí, Los Negros, Llico, Peralillo, Iloca, Duao y Palqui-
budis.
El convento de Alcántara subsistió durante toda la Colo¬
nia. Empezó a decrecer después, durante la era republicana,
y se extinguió por entero a principios del siglo XX.
e) San Francisco y Convento Viejo—Después de la fun¬
dación de la villa de Curicó, el convento franciscano de Nues¬
tra Señora de la Velilla continuó viviendo con gran intensi¬
dad. Perdió su carácter de Vice Parroquia por haberse esta¬
blecido en la villa primero una Vice Parroquia y después
una Parroquia.

Cuando la villa dejó los lares en que fuera fundada y se


estableció en el emplazamiento en que ha llegado hasta nues¬
tros días, el convento franciscano se mantuvo siempre en su

viejo solar, aislado y tenaz, como si un sentimiento de orgullo


le impidiera seguir a la villa que había nacido a su vera. La

mayoría de los vecinos de la villa vieja imitó su ejemplo y


siguieron junto ä él, aferrados a su primitivo solar.
En 1751 un fuerte temblor destruyó casi por entero los
edificios del pueblo viejo y originó serios perjuicios en el con¬
vento franciscano. Después de esto, los vecinos que habían
permanecido en los alrededores del convento se decidieron a
abandonarlo para edificar sus casas en la nueva villa; y. en
esta forma, el aislamiento del convento fue total.
El 1758, el convento franciscano dejó también su ubica-

218 —
ción primitiva y se trasladó a la nueva villa de Curicó, en
donde ubicó también su escuela de primeras letras. Don Pe¬
dro Bárrales y su esposa doña Ana Méndez donaron un reta¬
zo de tierra de cinco cuadras de extensión en los extramuros
de la villa, hacia el lado oriente. Allí los padres franciscanos
edificaron una sólida iglesia y su convento. En aquellos años
estaba a cargo del convento el Padre Guardián Juan Díaz y

a él, juntamente con los padres Carlos Iturriaga y Antonio


Donoso, le correspondió realizar el traslado.
En esta forma el convento franciscano yla villa habrían
de seguir ligados
través de los siglos. Primero la villa había
a
buscado el reparo del convento para nacerá y ahora era el
convento el que seguía a la villa para establecerse junto a
sus murallas. Esta nueva ubicación del convento fue defini¬
tiva. En ella permaneció inalterablemente y en ella ha llega¬
do hasta nosotros, juntamente con la escuela formada a su
vera desde 1737.
En los primeros años era su emplazamiento sólo un llano
desolado, distante cerca de dos cuadras de la línea oriente
del trazado de la villa; pero poco a poco sus alrededores se
fueron poblando con muchos vecinos que prefirieron edificar
sus casas junto al convento y no en la planta de la villa. Así

nació en los extramuros de la villa el barrio de San Francisco,


hoy día totalmente incorporado a la ciudad y lleno aún de
viejos edificios y de enrejados vizcaínos que atestiguan su
viejo origen y la buena calidad de quienes lo formaron.
En 1771 el convento tenía siete religiosos, "tres de misa
y cuatro legos". Era Superior el Padre Guardián Fray Anto¬
nio Escobar. En la visita de conventos que ese año se realizó
sedejó constancia de que fundación 36
el convento tenía de
años; que su claustro,su iglesia y sus oficinas se encontraban
perfectamente concluidos; y la sacristía e iglesia aperada de
muy buenas alhajas donadas por don Manuel Díaz Fernández,
fundador del convento, con estrictas cláusulas para que no
fueran prestadas ni salieran del convento.
En cuanto a sus rentas, sólo contaba, según constancia
de la visita mencionada, a más de las limosnas, con 35 pesos
anuales para el vestuario de los religiosos, que provenían de
una bodega en Valparaíso y de una casa en Santiago. Esta
casa estaba ubicada en calle Morandé y había sido legada al
convento por su fundador don Manuel Díaz Fernández. Du¬
rante muchos años fue dada en arrendamiento ; pero más tar¬
de, en 1781, se vendió en la suma de dos mil pesos a don
Santiago Pérez, siendo Superior del Convento el Padre Guar¬
dián fray Manuel de la Puente.
A fines de la Colonia o en los primeros años de la era re¬

publicana (no tenemos el dato exacto de la fecha), el convento


franciscano estableció una capilla anexa en una de las caña¬
dillas de la villa, en el mismo lugar en que años más tarde
habría de establecerse la iglesia del Carmen, a la cual se do¬
naron las alhajas y las imágenes de la capilla franciscana.

Corren los años de 1791. Por el polvoriento camino real de


la Frontera, un padre franciscano y un lego, cabalgando mu-
las, tratan de alcanzar el convento de la Velilla antes que
obscurezca.
Han hecho pesadas jornadas caminando lentamente des¬
de la capital del, Reino. Se han detenido para reponer la fa¬
tiga en Santa Cruz de Triana, en San Fernando de Tinguiri-
ríca... han sufrido el rigor del calor estival, el peligro ace¬
,

chante de ríos caudalosos... ; pero ya llegan al fin del fatigo¬


so viaje. Hacia el poniente del camino real advierten la er¬

guida torre del convento franciscano de la Velilla y tuercen


la dirección de sus cabalgaduras por un callejón que empal¬
ma con el camino y que llega hasta la plazuela misma del

Convento.
Obscurece ya cuando golpean a las puertas de San Fran¬
cisco y, tras larga espera, son introducidos cautelosamente
Los religiosos franciscanos los reciben con fría cortesía
y con
curiosidad un tanto temerosa.
El viajero que en forma tan extraordinaria ha
llegado al
convento curicano es el Padre Tadeo
Boza, que llega desterra¬
do por Real Orden de Carlos IV. Es
hijo de don Antonio
Boza, natural de Canarias, que se estableció en Santiago y
que fue casado con una hermana de don Juan Garcés, terra¬
teniente curicano.
El Padre Boza acaba de verse envuelto en ruidosos inci¬
dentes en la capital del
Reino, con motivo del establecimiento
de la "'alternativa" en los conventos de América. Como conse-


220 —
cuencia de estas incidencias fueron desterrados tres Definido¬
res franciscanos a los conventos más lejanos de la Orden.

Estos conventos fueron los de Santa Rosa de Viterbo en Cu-


rimón, de Higuerillas Ovalle, y de la Velilla en Curicó. Así,
en
llegó desterado a Curicó el Padre Tadeo Boza.
Los habitantes de la villa, hasta los cuales trascendió la
noticia, lo recibieron curiosidad y con estupor. Durante
con

tres años permaneció el Convento y coadyudó a la labor


en
de los recoletos regionales.

En 1794, cuando la alternativa de la Orden correspondió


aun Padre criollo (Lorenzo de Núñez), la Real Audencia, a

instancias suyas, levantó el destierro a los tres Definidores;


y, en esa forma, el Padre Boza pudo abondonar el Convento
de la Velilla y emprender de nuevo el fatigoso viaje hacia la

capital del Reino, por el polvoriento camino de la Frontera.


Una vez trasladados los recoletos franciscanos al nuevo
emplazamiento de la villa de Curicó, su viejo Convento aban¬
donado se yergue aún durante varios años. Las gruesas pare¬
des de ladrillo, heridas ya por el fuerte temblor, se van des¬

plomando poco a poco hasta reducirse a ruinas.


Los vecinos de la zona, en quienes se mantiene vivo el
recuerdo del Convento franciscano y de sus servicios, empie¬
zan a llamar "Convento Viejo", al lugar donde estuvo ubicado.

Ya en 1759, un año después del traslado de los franciscanos,


hay en los protocolos notariales de Curicó escrituras que lla¬
man "Convento Viejo" a ese lugar; y este nombre, conser¬

vado invariablemente por la tradición, ha llegado hasta noso¬


tros y se ha extendido a toda la comarca.
Un año después de haberse trasladado, los franciscanos
vendieron el sitio del antiguo Convento y treinta cuadras de
terreno contiguas que habían logrado reunir para su mante¬
nimiento. Era Superior en ese tiempo Fray Pedro Madariaga
y a él le correspondió hacer la enajenación. Diez cuadras fue¬
ron vendidas a don Lorenzo de Labra Donoso y a doña Mer¬
cedes de Alderete.
En esta forma, del antiguo Convento sólo quedaron las
tuinas y el recuerdo.
Con el correr de los años, los terrenos fueron pasando de
mano hasta
en mano llegar a nuestros días. Los viejos ladri-


221 —
líos y las piedras de la construcción del Convento, fueron
. tilizados por los vecinos y hasta hoy día hay muchas casas
que están edificadas con ellos. El suelo destinado por los re¬
coletos a cementerio fue con los años convertido en viña; y
hasta no mientras el arado del labrador removía
hace mucho,
la tierra, solían aparecer huesos humanos de antiguos vecinos
de la villa, que creyeron encontrar reposo para sus restos a
la vera del Convento franciscano.
En enero de
1916, un historiador franciscano, el Pa¬
dre Roberto Lagos, autor de un interesante trabajo sobre
los Orígenes del Convento de Curicó, hizo una visita a la loca¬
lidad de Convento Viejo, para ubicar el emplazamiento del

antiguo templo franciscano. Consiguió su intento, valiéndose


de ladrillos y tejas enterrados y de la comprobación de la al¬

tura, y pudo también ubicar restos casi imperceptibles de la


antigua villa de Curicó.
Hoy día, queda del antiguo Convento y de la antigua vi¬
lla sólo elrecuerdo, manifestado en el nombre tradicional de
la localidad; la inmutable hermosura del paisaje, adornada
aún con algunas palmas autóctonas de la época; una que
otra casona de corte colonial con gruesas murallas y enreja¬
dos vizcaínos; y otros vestigios repartidos en el campo.

f) El Convento de la Merced.—Los mercedarios consti-


tituyen la primera Orden religiosa que llegó al país, pues ya
en los años primeros de la Conquista, don Pedro de Valdivia

fue acompañado por dos religiosos mercedarios. Los francis¬


canos sólo llegaron diez o doce años
después; y el solar que
hoy ocupa su Convento mayor de Santiago perteneció pri¬
mitivamente a los mercedarios.

Sin embargo, la acción de los mercedarios en la zona


curicana durante la colonización sólo seejerció por el dis¬
tante ¡Convento de Ohimbarongo y no hubo Convento en la
zona misma.

Cuando se fundó la villa


primitiva de don José Manso,
hubo intento para establecer en ella un Convento Merceda-
rio; y con tal objeto el vecino don Francisco Javier Canales
de la Cerda donó a la Orden catorce cuadras
junto a la villa
y una finca de cien cuadras al poniente de ella.
_
222 —
Por diversas razones no pudo, en aquella ocasión, fun¬
darse el Convento mercedario.
Más tarde (1747) la villa se trasladó a su nuevo empla¬
zamiento y de nuevo se pensó en la erección del Convento
mercedario. 'Esta vez doña Mónica Donoso hizo donación del
sitio necesario dentro de la villa, en donde ¡hasta hoy día se
encuentra la iglesia y el convento mercedario.
Le correspondió la fundación al Padre Fray Tomás Tai-
llebois, ex Definidor de la Orden, quien inició los trabajos en
1752. El edificio que se construyó quedó mirando hacia el
po¬
niente, tenía 58 varas de largo y 10y2 de ancho, una sacris¬
tía competente, torreón y dos campanas; y hacia el lado del
norte, un corredor que abarcaba todo el largo de la iglesia.
Se le hizo también una buena portería y claustradas frente
a celdas y corredores.

No pudo el Padre Taillebois dejar esto completamente


terminado, sino delineado y en principio. La terminación de
la obra le correspondió a su sucesor, el Padre Miguel Du-
bourg, quien completó el edificio.
Cuando en 1771 se hizo la visita de conventos que ya he¬
mos mentado, estaban todavía a cargo del Convento el Padre

Dubourg y un lego llamado Fray Manuel Padilla. Das rentas


del Convento consistían en 12 fanegas de harina y 15 arrobas
de vino que pagaba don Domingo Arriagada por un censo

impuesto en su estancia de Teno ; cuatrocientos pesos impues¬


tos en la estancia de Lorenzo Canales; cien pesos impuestos
en la estancia de Carlos Briories;
y la limosna de los fieles.
En 1797 era Superior el Padre Francisco Cazotte.

El convento mercedario sobrevivió durante toda la Colo¬


nia y llegó a nuestros días. Su labor espiritual y cultural ha
sido también intensa y provechosa para la villa y la región,,
prestando servicios religiosos, dando sepultura a los vecinos
y estableciendo, en los años de la Colonia que relatamos, una
escuela pública.
En 1779, siendo aún Superior el Padre Presentado Fray
Miguel Dubourg, el Convento mercedario de Curieó compró
a doña Mónica Donoso tres cuadras
y sesenta varas de terre¬
no, colindantes con el capitán Juan Espina y con Juan de
Vergara; y este terreno lo conservó durante toda la era colo-
nial.Igualmente, mantuvo en su poder durante todo este pe¬
ríodo las ciento catorce cuadras que le donó Canales de la
Cerda, situadas al poniente de la nueva villa. Sólo en plena
era republicana, en 1831, el Convento Mercedario vendió
todas sus tierras, que en ese entonces formaban un conjunto
de 148 cuadras, con una casa vieja, a don Manuel Márquez,
a razón de cuarenta pesos la cuadra.

g) Los oratorios particulares.—El fervor religioso de los


estancieros, en quienes palpitaba aún con viveza el espíritu es¬
pañol, los había impulsado a establecer, desde los primeros
años de la colonización, oratorios particulares en muchas
estancias.

Algunos de estos antiguos oratorios se conservaron des¬


pués de la fundación de Curicó; y los que desaparecieron
fueron reemplazados con creces por los que después se esta¬
blecieron.

Carecería de objeto hacer un estudio acabado de los


nuevos oratorios, pues ellos han debido multiplicarse en esta
época considerablemente. Llama la atención el hecho de que
ellos fueron establecidos aún en parajes apartados de la- zona.
Así, en losúltimos años de la Colonia, se levantó un oratorio
en la estancia Naicura, cerca de la desembocadura del río
Mataquito; y otro en Iloca, que se construyó a la bajada del
camino de Vichuquén, cerca del actual cementerio, en el pa¬
raje que hoy día se denomina "La Capilla".
El oratorio de
Naicura se mantenía con un gravamen
establecido la
estancia, en virtud del cual su propietario
en

estaba obligado a hacer decir en ella una misa semanal. Con


este gravamen la adquirió a fines de la Colonia el Presbítero

Miguel Peredo y con el mismo gravamen la trasmitió a sus


hermanas, quienes la poseyeron hasta el primer tercio del
siglo XIX.
La
capilla de Iloca fue establecida por don Dionisio Gua-
jardo, que era propietario de una extensa propiedad en Iloca
y de tierras en Duao. Construyó para dicha capilla un local
espacioso y una habitación para el sacerdote que viniera a
decir misa. Pue dotada por el mismo don Dionisio Guajaróo
con un altar con frontis de
baquetilla, platillo y vinajeras ele
plata, ornamento, imagen de la Virgen de Monserrate, rosa¬
rio con diez cuentas y cruz de oro.
Don Dionisio Guajardo testó en 1805
y en su testamento
dejó establecido que la capilla sería para el beneficio espiri- '
tuai de sus hijos. Una hija suya, doña María Silvestre, casada
con don Julián Jofré, heredó la estancia de Iloca con sus ca¬
sas, y quedó a cargo de la capilla. En el testamento dice don
Dionisio Guajardo que si alguna vez se destruye la capilla,
todas las especies deberán ser depositadas en el convento más
cercano, hasta que la capilla sea reedificada, de lo cual en¬
carga a sus herederos y albaceas.
La capilla de Iloca era atendida primitivamente por los
franciscanos de San Pedro de Alcántara y después por el
Párroco de Vichuquén. Se mantuvo hasta pocos años después
de la muerte de don Julián Jofré, a mediados del siglo XIX,
existiendo hoy día sólo leves vestigios de ella. En la tradi¬
ción de la zona se conserva aún memoria de. los oficios reli¬
giosos de las misiones que en ella se celebraban; y hasta la
y
noticiajocosa de un Párroco de Vichuquén, casi sordo, que
para confesar se aplicaba al oído un cacho de buey, cuyo ex¬
tremo contrario sacaba por el ventanillo del confesionario.
Tanto el oratorio de Naicura como el de Iloca, prestaron
valiosos servicios en las apartadas regiones en que estuvieron
establecidos.

8.—ASPECTO FINANCIERO

El problema es el mismo de siempre y el de todos los lu¬


gares del mundo.
El Reyel Cabildo representaban en la zona a la autori¬
y
dad. Uno y otro, según la materia, debían mantener funcio¬
narios civiles, militares y eclesiásticos, defender de indios y
bandidos a los habitantes, arreglar caminos, disponer de edi¬
ficios para servicios públicos, tener puentes y balseaderos,
arreglar las calles de la villa, etc.
Para hacer todo esto recurren, como siempre y como en
todas partes, a los impuestos, produciéndose así una renta
pública destinada a atender las necesidades generales y loca¬
les. No se crea, sin embargo,
que los impuestos del Reino de
Chile fueron suficientes para subvenir los gastos que a la
Corona significaba este Reino. La colonia de Chile fue siem-


225 —
pre pobre y desde 16Ô0 fue necesario traer del Perú, en
plata sonante, una ayuda económica que se llamó "real situa¬
do". Sólo a fines de la era colonial los impuestos alcanzaron
a cubrir los gastos.

En la zona curicana el fenómeno general se produjo en


igual forma, con la agravante de que ni a fines de la Colonia
los impuestos que aquí se aplicaron fueron suficientes para
atender las necesidades públicas.
Dos clases de impuestos ordinarios hubo durante la Co¬
lonia: unos, que gravaban actividades generales del país, per¬
tenecían al tesoro real para las necesidades generales; otros,
que se imponían sobre actividades locales, incrementaban los
haberes del Cabildo de cada localidad para las necesidades
locales, y recibían el nombre de "propios".
Había también una contribución extraordinaria, siem¬
pre odiada y temida por los habitantes, que la Corona o los
Cabildos imponían en momentos de penuria económica. Se
llamaba "derrama" cuando la imponía el Gobernador en nom¬
bre del Rey para el tesoro real.
La zona curicana estuvo siempre gravada con impues¬
tos de toda clase. Para el tesoro del Rey soportó alcabala, al¬
mojarifazgo, quinto real, estancos y tributos de indios. Para
la renta local estuvo gravada con impuestos por la produc¬
ción de las salinas, canchas de bola, concha del mar, carre¬
ras de caballos y ventas en la plaza (propios de la villa). Tu¬
vo también en diversas ocasiones, "derramas" impuestas por
el Gobernador.
Los impuestos ordinarios para el tesoro del Rey tuvieron
en Curicó rasgos peculiares que resulta de interés rememorar.
La alcabala eta un impuesto que gravaba las enajena¬
ciones de bienes muebles y raices. ¡Su aplicación era supervi-
gilada por la Junta de Almoneda y en cada localidad estaba
a cargo de un administrador.
Fue costumbre durante toda la Colonia subastar estos
cargos y entregarlos al mejor postor, quien cobraba el im¬
puesto por su cuenta y sólo enteraba el precio de la subas¬
ta. Sólo en una ocasión en que no hubo postor, la Junta de
Almoneda ordenó que el cobro se hiciera
por medio de un fun¬
cionario remunerado, orden que en definitiva no se llevó a
efecto por haberse aceptado con
posterioridad un subastador.
He aquí un cuadro de las rentas
producidas en esta for¬
ma en Curicó, o
sea, del precio pagado por el subastador,
cuadro en el cual es curioso observar la disminución
que se
fue originando con los años.


226 —
1796 y 1797 ... |$ 875 por cada año
1798 y 1799 ...
400 por cada año
1800 y 1801 ...
500 por cada año
1806 y 1807 ...
300 por cada año

La administración de alcabalas existió en Curicó sólo


desde la creación del Partido en 1793. Antes de esa fecha el
cobro del impuesto estaba a cargo de los administradores de
los Partidos de Colchagua y Maule.
El almojarifazgo era un impuesto de internación y ex¬
portación que se aplicaba en las aduanas a las mercaderías.
Su monto alcanzaba a un 5%.
En la zona curicana sólo había acceso directo desde el
extranjero por el boquete del Planchón en la cordilera de los
Andes, pues la costa regional fue totalmente inaccesible a
toda clase de embarcaciones. Lo único que seinternaba por
el boquete del Planchón eran la brea, el yeso,
la sal y otros
productos de menor importancia que los indios pehuenches
tenían en tolderías de los contrafuertes cordilleranos y
sus

que vendían a quien iba a buscarlos o que ellos mismos baja¬


ban al valle. El paso de estos productos por el boquete del
Planchón estuvo siempre gravado. Propiamente, y en el es¬
tricto sentido de la palabra, no tiene este impuesto los carac¬
teres del impuesto de almojarifazgo, por cuanto los produc¬
tos de los pehuenches estaban ubicados en gran parte dentro
de los linderos del Reino de Chile. Era más propiamente un
impuesto por la extracción de esos productos, que se hacía
efectivo a su paso por el Planchón.
En los primeros años, durante la era de la colonización,
este impuesto fue un derecho exclusivo de los propietarios de
la estancia El Guaico. Los linderos de esta estancia llegaban
hasta la misma frontera oriental del Reino y, aún, compren¬
día tierra en la otra banda. En esta forma podía controlar
perfectamente el paso de los productos por el Planchón. El
derecho que se cobraba era de medio real por cada carga de
yeso. La sal, la brea y los demás productos sólo pagaban
derechos accidentalmente, a voluntad del estanciero. Aproxi¬
madamente se sacaban por el bpquete cien cargas de yeso al
año, lo cual significaba para los dueños del Guaico una en¬
trada de más o menos seis pesos de a ocho reales. La sal, la
brea y los demás productos tenían un tráfico inestable, regu¬
lado por las necesidades del comercio y por el trato de puer¬
tos. En 1772 atravesaron por el boquete mil cargas de sal;
pero, generalmente, su consumo era reducido, por la com¬
petencia de las salinas de la costa.


227 —
Con el correr de los años fue fundada en el Partido de
Colchagua la villa de San Fernando (1742) y como el boquete
del Planchón estaba incluido dentro de los términos de ese
Partido, se estableció que el derecho de medio real sería en
beneficio de la nueva villa, terminando así el secular derecho
de los dueños del Guaico. Este impuesto de almojarifazgo
tuvo, así, en esta región, el rasgo peculiar de destinarse a
rentas locales y no al tesoro del Rey.
En la villa de Curicó, fundada máso menos por los mis¬
mos años (1744), no se miró con muy buenos ojos que San
Fernando gozara de este derecho, pues se pensaba que estan¬
do el boquete frente a Curicó y con fácil y corto acceso hacia
esta villa, era lógico que ella gozara de las rentas que produ¬
cía. El teniente Corregidor de Curicó, don Joaquín Ferman-
dois, pidió oficialmente en 1769 que el producto del boquete
del Planchón fuera invertido en la villa de Curicó para aten¬
der sus necesidades, especialmente en lo que respecta a edi¬
ficios públicos. La solución que se encontró fue la de distri¬
buir entre ambas villas el producto de este impuesto y así
quedó establecido en forma definitiva, gozando de él desde
esa fecha las villas de San Temando y Curicó.
La escasa renta que este impuesto producía, no tuvo
tampoco regularidad. Con motivo de dificultades con los in¬
dios, las licencias estuvieron suspendidas durante muchos
años, y sólo en 1784, a instancias del Corregidor de Colcha¬
gua, se iniciaron gestiones para restablecer este comercio.
Recomendaba en forma especial el Corregidor que se enta¬
blaran de nuevo relaciones con los indios pehuenches y que
se cobrara otra el derecho del boquete, encomendándose
vez
esta misión al comandante a cargo de dicho boquete, don
José Antonio Franco.
El Procurador del Cabildo de San Femando aprovechó
la ocasión para sostener que sólo la villa de San Fernando
debía percibir los productos del impuesto, ya que el boquete
se encontraba en el Partido de
Colchagua, y sólo sus habitan¬
tes se habían preocupado de resguardarlo,
proporcionando
servicios personales y alimentos. Con motivo de estas gestio¬
nes, fueron restablecidos el comercio con los indios y el traft
co por el Planchón, pero no como quería el Procurador del
Cabildo de San Fernardo, sino en beneficio por igual de San
Fernando y Curicó.
Con los años se inició el tráfico de
ganado por el boque¬
te, pero en forma muy restringida y con la exigencia de auto¬
rización previa. Así, en 1802, el propietario del Guaico, don

228 —
Lucas de Arriarán, necesitó de autorización especial para
pasar ganado vacuno que traía a su estancia.
El estanco no propiamente un impuesto, pero pro¬
era

porcionaba rentas al tesoro real, por cuanto el expendio de


las especies estancadas sólo podía hacerlo el Gobierno.
El quinto real era un impuesto que se aplicaba a los mi¬
nerales de oro y a los lavaderos y trapiches del mismo metal
y consistía en un 20% sobre el mineral producido. No obs¬
tante la notable actividad minera de la zona curicana duran¬
te esta era, su escaso resultado práctico y la modestia de
sus explotaciones quitó a este impuesto toda importancia.
El tributo de los indios fue una institución establecida
desde los primeros años de la colonización. No nos referimos
aquí al tributo que los indios debían pagar al encomendero,
que sólo tiene un carácter particular, sino al que debían pa¬
gar por los servicios públicos y que se repartía entre el cura,
el Corregidor y el Protector de indígenas.
En los primeros años cada indio debía dar dos pesos
"para gastos generales", los cuales correspondían en esa épo¬
ca al doctrinero, al administrador del pueblo y al Corregidor.
Estaban afectos a este impuesto todos los pueblos sometidos
a encomienda, aun cuando nada tenía
que ver una cosa con
otra. Ya terminada la era de la colonización, el impuesto se
mantuvo en la misma forma, aun después que fueron aboli¬
das las encomiendas. Sólo tuvo con los años alteración de
forma. Su monto se fijó en ocho pesos y medio por cada in¬
dio, de los cuales correspondían doce reales al Párroco (reem¬
plazante del doctrinero) y -el resto debía repartirse entre el
Corregidor y el Coadjutor del Protector de Indígenas (reem¬
plazante del administrador de pueblo).
En la zona curicana estaban afectos a impuesto en esta
era los
pueblos indígenas de La Huerta, Lora y Vichuquén,
únicos que subsistían a la fecha de la fundación de Curicó,
de los primitivos pueblos encomendados. .
La suma pobreza de los indios de estas rancherías hizo
prácticamente imposible el cobro de este impuesto. Durante
esta era la población indígena se mantuvo en desmedradas
condiciones, entregada a los vicios y a la ociosidad, con lo
cual carecían no sólo de lo necesario para el pago de los im¬
puestos, sino de lo más esencial para su subsistencia. Los
funcionarios encargados del cobro de los impuestos debían
afrontar enormes dificultades y en no pocas ocasiones fueron
agredidos por los indios.
El pueblo de Lora era, sin duda, el de mejor situación,


229 —
pues sus indios gozaban de espléndidas tierras de cultivo a
orillas del río Mataquito y en las montañas vecinas. Se resol¬
vió entonces separar de estas tierras un potrero de trescien¬
tas cuadras para destinarlo exclusivamente al pago de los
tributos.
Primitivamente se acordó dar en arriendo este potrero
a propios caciques para satisfacer los tributos con esta
los
renta; pero sucedió que hubo caciques que no pagaban el
arriendo, por lo cual los indios fueron perseguidos por no pa¬
go de tributos. Se acordó entonces arrendar el potrero a es¬
pañoles y no a indios y se acostumbró a rematarlo cada tres
años, entregándolo al mejor postor. En 1785 estaba arren¬
dado este potrero en setenta y cinco pesos; en 1798 en ochen¬
ta y seis pesos; y en 1807, en ochenta pesos.
El producto del arriendo era, sin embargo, generalmente
insuficiente para satisfacer los tributos de los indios. Era
frecuente que el Párroco de Vichuquén quedara sin su parte.
Los curas don Javier de Ravanal en 1767, don José de Espi¬
nosa en 1785 y don José Antonio Eguiluz en 1797, reclama¬

ron airadamente el pago de sus derechos. Sin embargo, hubo

ocasiones, como en 1797, en que aún hubo sobrante, que se


ordenó entregar a los indios más necesitados.
Varias tentativas se hicieron para encontrar una solu¬
ción mejor a este problema; y así, en 1791, el cacique Santia¬
go Maripangui, apoyado por varios indios, pidió que le fuera
entregado el potrero, comprometiéndose a pagar los tributos;
y en 1798 el cura Eguiluz, de Vichuquén, pidió que, por adeu¬
dársele derechos, se le cediera el potrero de Lora, ofreciendo
cien pesos por el arriendo. Ninguna de estas proposiciones
encontró buena acogida y la práctica de arrendar el potrero
se mantuvo durante toda la Colonia.
La situación de los pueblos de la Huerta
y Vichuquén
era mucho más deplorable
que la de Lora, pues no contaban
como éste con el recurso del arriendo de un
potrero. Los inci¬
dentes para el cobro de los tributos en estos
pueblos se suce¬
dían año tras año. Â veces los indios eran
despojados de pon¬
cho, cosechas y animales para cubrir los tributos insolutos:
y en no pocas ocasiones hubo violenta resistenciá de parte
de los indios. En definitiva las autoridades terminaron por
convencerse de que era
imposible cobrar estos tributos y re¬
comendaron al Subdelegado de Curieó, en reiteradas ocasio¬
nes, que no insistiera en su cobro por la extrema pobreza de
los indios, debiendo aplicarse a pago de tributos únicamente
el producto del potrero de Lora.


230 —
Los propios de la villa de Curicó fueron de diversa especie
y, conforme a su naturaleza, eran establecidos por las auto¬
ridades locales con visto bueno de la autoridad central, en
beneficio de necesidades locales.
Cinco fueron lospropios de la villa que, en definitiva,
quedaron establecidas en esta era:
1) El de las salinas, que consistía en medio real por ca¬
da carga de sal que se sacaba de las salinas de la costa.
2) El de canchas de bolas, que obligaba a los propie¬
tarios de estos establecimiéntos.
3) El de conchas del mar, que gravaba la extracción de
las conchas que el mar arrojaba en las playas de la zona y
que se utilizaban para la fabricación de cal. En la práctica
este impuesto funcionó siempre de una manera peculiar, pues
el encargado de su cobro (cargo que se obtenía en remate),
en lugar de exigir el pago de una tasa, compraba a los "ma¬

riscadores" las conchas, a razón de dos reales la carga, para


luego venderlas por su cuenta a seis reales.
4) El de carreras de caballos.
5) El de plaza, que gravaba a los comerciantes que ven¬
dían productos en la plaza de la villa.
Para el cobro de todas estas categorías de impuestos,
o "ramos", llamaba, no había funcionarios espe¬
como se las
ciales, sino cada dos años se remataba la función; y en
que
esta forma el mejor postor, previo pago del precio del re¬
mate, tenía derecho a cobrar los impuestos por su cuenta
durante el bienio correspondiente.
No siempre la villa de Curicó gozó de estos "propios" en
forma integral.
Antes de la creación del Partido sólo tenía derecho a per¬
cibir el impuesto de las canchas de bolas producido dentro
de los estrechos linderos de la isla de Curicó. Cuando se creó
el Partido de Curicó, en derecho le correspondían los ramos
de conchas del mar de las
playas de Iloca y Llico; el de can¬
chas de bolas de todo el territorio del Partido; y una parte
del de balsas y canoas del río Mataquito. Sin embargo, la villa
de San Agustín de Talca se
negó a ceder estos ramos y du¬
rante varios años continuó usufructuando de los impuestos
por conchas del mar, de las canchas de bolas de Vichuquén
y Paredones y del producto total del balseaje del río Mata-
quito. Fue necesario que el Procurador del ¡Cabildo de Curicó,
don Jacinto Pizarro, hiciera formal reclamación en 1796 pa¬
ra que Curicó
pudiera disfrutar de estos propios. ¡Sin embar-

231 —
go, el ramo de balsas y canoas del río Mataquito, no fue ce¬
dido por Talca, no obstante la orden del Gobierno.
Años más tarde, otro Procurador, don Matías Antonio
Grez. obtuvo la concesión para Curicó de los ramos de ca¬
rreras de caballos, plaza y salinas, enterándose así el grupo
de cinco ramos que constituyeron los propios de la era co¬
lonial.
Cuando la Real Audiencia
pidió al Rey la aprobación
del impuesto a la sal (medio real por cada carga), le dijo que
podría producir anualmente cuatrocientos treinta y siete pe¬
sos cuatro reales, ya que las salinas ubicadas en el Partido de

.Curicó pueden producir hasta siete mil fanegas por año. El


Rey aprobó este impuestao, por Real Orden fechada en Aran-
juez el 18 de mayo de 1799. que se dirigió en estos términos
a la Real Audiencia: "A la Audiencia de Chile aprobando su

resolución sobre establecer el impuesto de medio real en cada


carga de sal para propios de la nueva villa de San José de
Buena Vista, Partido de Curicó, en aquel Reino".
¿Cuál era el beneficio económico que estos ramos signi¬
ficaban para la villa de Curicó? Algunos datos parciales en
nuestro poder, dan breve noticia sobre el particular. Las
canchas de bolas produjeron durante los años 1791, 1792,
1793 y 1794 la suma de $ 185 anuales. Durante los años 1807,
1808, 1809 y 1810 el producido de los propios de la villa fue
.

el siguiente por cada año:

Salinas $ 127
Canchas de bolas 75
Conchas del mar ... 40
Carreras de caballos 15
Plaza 75

Total $ 332

Es interesante conocer también la forma cómo invertía


la villa estos ingresos.
En 1809 se gastaron cien pesos en pagar el maestro de
escuela; veinte pesos en arriendo de una casa para escuela;
y quinientos noventa y nueve pesos, siete reales y un cuartillo
en la mantención de los reos de la Cárcel, en construir un co¬
rredor para recoba en la Plaza de Armas, en componer calles
y puentes, en reconstruir un pedazo de Cárcel, en la "sos-
tención de las aguas que vienen al pueblo", en herramientas,
en prisiones para la Cárcel y en adornar la sala de Ayunta¬
miento. En total, se gastaron setecientos ' diecinueve pesos,

232 —
siete reales y un cuartillo; y como los ingresos por propios só¬
lo alcanzaban a trescientos treinta y dos pesos, quedó la villa
con déficit de 387. El procedimiento seguido para obviar este
inconveniente no tuvo ninguna de las complicaciones de las
finanzas modernas, sino que fue extremadamente simple: el
Subdelegado de esa época, don Baltasar Ramírez de Arella¬
no, puso de su bolsillo lo que faltó a la villa, y quedó así con¬
vertido en su acreedor por la suma de trescientos ochenta y
siete pesos, de cuya devolución no hay constancia alguna.
Este curioso procedimiento financiero había tenido un prece¬
dente en 1794, año en que el Subdelegado don Francisco Ja¬
vier de Bustamanté invirtió los derechos percibidos por sus
actuaciones en reemplazo de escribano "en puertas y. otros
remiendos de la Cárcel y para socorro de los reos".
Indudablemente, una situación económica como la que
exponemos, hizo siempre a las autoridades locales pensar en
la necesidad de buscar nuevos recursos. Con tal objeto se
realizaron gestiones de diversa naturaleza. En 1796 la villa
tenía establecido un impuesto de abasto, que consistía en el
cobro de dos reales por cabeza de ganado vacuno que se bene¬
ficiaba para el consumo; pero como las autoridades locales
no podían
por sí solas establecer los propios, sino que necesi¬
taban la confirmación de la autoridad central, este impuesto
tuvo corta vida, pues llegado a conocimiento de la capital
del Reino fue desaprobado y se estableció que no podía co¬
brarse derecho alguno por matanza de animales, debiendo
sí los agricultores pagar por su cuenta el celador.
En 1809 el Subdelegado Ramírez de Arellano propuso que
se establecieran dos nuevos ramos : uno
por peleas de gallos ;
y otro por pontazgos, debiendo para este último interesarse
a alguien
para que rematara el derecho a construir puentes
en los ríos Teno
y Lontué. En agosto de 1810 el Gobierno
central, a cargo ya del Conde de la Conquista, don Mateo de
Toro Zambrano, aprobó esta idea y ordenó que el Subdelega¬
do, con los Alcaldes y 4 ó 6 vecinos principales, vieran modo
de establecer estos nuevos ramos. Pero la Colonia vivía ya sus
últimos momentos y no fue posible que la villa de Curicó dis¬
frutara en esta era de tales recursos. Sólo en la era republi¬
cana se estableció el ramo de rueda de gallos y respecto al
pontazgo en Teno y Lontué no hay constancia alguna.
Hubo también un impuesto peculiar que a fines de la Co¬
lonia afectó a los comerciantes de la zona. Nos referimos al
impuesto por revisión de pesas y medidas. Estaba, destinado
para el tesoro del Rey, pero es muy difícil encuadrarlo en


233 —

JL
algunas de las categorías que hemos descrito, pues tiene ca¬
racteres de unas y de otras. El Gobierno del Reino ordenó en
1786 que se practicara en todos los Partidos una revisión de
las pesas y medidas que usaban los comerciantes, bodegone¬
ros y hacendados. Se estableció también un arancel fijando
las tasas o derechos que debían pagarse por la revisión o sello.
Esta medida un eficaz control sobre
entrañaba, desde luego,
el comercio de la época, ubicado aún en los más apartados pa¬
rajes del Reino, y muchos de cuyos componentes lo ejercían
en forma inconveniente; y entrañaba también un verdadero

impuesto que proporcionaría ingresos al tesoro del Rey.


Ras tasas establecidas por revisión y sello eran las si¬
guientes :
Por balanza o peso de cruz, dos tomines, o sea, tres reaies.
Por balanza de media fanega, un peso.
Por el almud o medio almud, cuatro reales.
Por cada peso o marca, dos tomines, o sea, tres reales.

En la zona curicana se aplicó este impuesto poco después


de suestablecimiento, bajo el control de los Corregidores de
Colohagua y Maule, en cuyas jurisdicciones estaba su terri¬
torio. Después de la creación del Partido transcurrieron mu¬
chos años sin que este impuesto se aplicara en la zona. Sólo
en 1800 el Subdelegado don Juan Antonio de Armas ordenó

su aplicación. Se publicó bando con tropa


y caja en la villa de
Curieó y se ordenó que todos los diputados del Partido lo pu¬
blicaran también en sus respectivos territorios, a fin de que
los vecinos tuvieran dispuestas sus pesas y medidas. Sin du¬
da, no fue bien recibida en la zona esta disposición; y, aún,
hubo un reclamo formal del cura de Vichuquén, quien hizo
presente la carga que ella significaba para muchos pobres de
su Doctrina.

9.—DISEÑO Y DEVOLUCION DE LA VILLA COLONIAL

a) Aspecto urbano en los primeros años—El esfuerzo


lento, pero seguro, de los primeros pobladores y de los que
siguieron a ellos, fue formando poco a poco el perfil de la
villa de San José de Buenavista.
En las 49 cuadras que habían donado don Pedro Bárra¬
les y doña Mónica Donoso, se había trazado la plaza de cien¬
to cincuenta varas castellanas; y partiendo de ella, hacia los
cuatro puntos cardinales, se habían delineado tres calles para


234 —
cada lado, de doce varas de ancho. La Parroquia y el edificio
del Cabildo habían sido levantados dando frente a la plaza,
al poniente y al oriente de ella, respectivamente. El canal del
pueblo, sacado del Guaiquillo, surtió de agua los solares, que
empezaron a verdear con huertas y jardines; y dentro de los
solares lentamente fueron aumentando y mejorándose los
edificios de los pobladores. Los padres recoletos y los merce-
darios alzaron sus templos, los primeros en el suburbio orien¬
te y los segundos dentro de la traza de la villa ; y en los suelos
circundantes se fueron generando fincas pequeñas y población
rural.
De acuerdo con las instrucciones del Protector Trasla-
viña, las calles son rectas y regulares, de once varas de an¬
cho. No puede negarse que su aspecto es triste y desolador.
En el verano reverbera el sol y enormes nubarrones de polvo
suelto se levantan al paso de peatones o cabalgaduras; y en
invierno los barriales y lagunas dificultan el tránsito en gran
parte. De cada manzana sale a la calle la acequia del servicio
y la atraviesa a tajo abierto, sin que, por lo menos en los pri¬
meros años, haya un puente que facilite su paso.

En 1796, el Procurador de la villa se queja de que por fal¬


ta de recursos "no hay puentes en las calles ni en las entra¬
das de la villa". Hacia fines de la Colonia, en 1809, algunos
vecinos, en presentación hecha al Gobernador del Reino, se
quejan del mal estado de las calles y le dicen que en invierno
los habitantes deben retirarse a "lo más recóndito de las ha¬
bitaciones . .
evadir las lagunas y barros que se forman
.
para
en las calles". Ese mismo año, por obra del Subdelegado Ra¬

mírez de Ârellano, se realizan algunas mejoras.

Hay tres calles de norte a sur, y tres de oriente a ponien¬


te. Ninguna de ellas tiene nombre, y sólo son mencionadas en
las escrituras como "Calle real". Cuando alguien quiere espe¬
cificar bien la ubicación de su solar, tiene que recurrir a sus
deslindes y enumerar los vecinos de los cuatro puntos car¬
dinales; y, aún, señalar los que viven al otro lado de la calle;
"Al oriente, calle real de por medio, sitio de doña Juana Me¬
na", o bien, "esquina con esquina con doña Manuela Martí¬
nez". Por excepción, a fines de la Colonia, se empezó a llamar
"calle de San Francisco" a la que enfrentaba con el convento
franciscano; y Bella Vista a la que enfrentaba el cerro (ac¬
tual Art-uro Prat).
Al final del trazado de la villa, por sus cuatro costados,
se extiende una
faja baldía de terreno, que forman hoy día
la Alameda y las avenidas Camilo Henríquez,
O'Higgins y


235 —
San Martín. A todas se les llama indistintamente "el llano",
y en verdad que merecen el nombre, pues sólo son fajas deso¬
ladas y polvorientas de terreno gris que envuelven a la villa.
Con los años el lleno del costado oriente es llamado "llano
de la Recoleta", por la proximidad del convento de San Fran¬
cisco, dando así nacimiento al primer nombre de calle de la
villa. Más adelante el llano de la Recoleta, siguiendo una
vieja costumbre española, fue llamado "cañada", y por igual
razón los tres llanos se llamaron "cañadilla".
A continuación de los llanos están los suburbios o "gote¬
ras de la villa". Poco a poco se han ido poblando, por subdi¬

visión de la propiedad, hasta que llega un momento en que


está cercado todo el terreno circunvecino.
Desde el llano de la Recoleta parte hacia el oriente un
callejón que pasa primero por el Convento franciscano y va
a empalmar luego con el camino real de la Frontera, distante
algunos kilómetros de la villa. A ese callejón, que habrá de
ser después el Callejón del Pino y la Avenida España, los
papeles de la época lo llaman la calle larga, o simplemente,
el callejón.
La Plaza de Armas no pasa de ser un potrero
polvorien¬
to y sucio. No tiene más adornos que algunos
espinos y en
ella se estacionan las cabalgaduras y las
tropas de muías
de estancieros y viandantes.
El cerro, que habrá de ser después un hermoso paseo pú¬
blico, es en esta época propiedad particular. En un principio
perteneció a don Antonio Mardones, quien lo vendió después
en ochenta
pesos a don Joaquín Fermandois. Sólo en la era
republicana pasó a ser propiedad municipal. El nombre que
se le da en los años coloniales es el de cerrillo de Curicó. A

fines de la Colonia empezó a ser llamado cerro de Buenavista.


El canal del pueblo, que fue construido junto con la re¬
fundación de la villa, prestó servicios durante muchos años;
pero luego fue reemplazado por. un canal que sacaba aguas
del río Teno, construido por el estanciero del Guaico don
Diego de Maturana para su uso particular y que en 1782 llegó
hasta la villa. Atravesaba el llano de la Recoleta de Norte
a Sur y doblaba
por la calle que se llama Villota. Este nuevo
canal fue llamado primero
acequia del Rey o acequia real.
Más tarde fue llamado la
cañada, por el llano que atravesa¬
ba, y conservó este nombre hasta hoy día, a pesar de que
aquel llano pasó a llamarse Alameda.
Para los comerciante sambulantes
y para todos aquellos
que venían desde los campos en carretas y muías
para ven-
der productos, no había otro lugar de estacionamiento que
la Plaza.Allí se detenían las carretas y las piaras de muías
en medio de enormes polvaredas. Bajo los espinos de la Plaza

se amarraban las cabalgaduras ; los bueyes eran desenyugados

para que rastrojearan las escasas yerbas que allí crecían; y


en uno y otro extremo los comerciantes voceaban sus pro¬

ductos o mercaderías.
Con los años se hace necesario establecer un lugar ade¬
cuado, una especie de Mercado, para paradero temporal de
los comerciantes en aves, huevos y comestibles, o de pequeño
monto. El Subdelegado don Baltasar Ramírez de Arellano,
en 1809, cuando finalizaba la Colonia, hizo construir en la
Plaza un corredor de 37 varas de largo con este fin, que se
llamó "la Recova", y en el cual pudieron tales comerciantes
instalarseen forma más cómoda para ejercer su oficio en

determinados días y horas.


Para sepultar a los muertos no hay otro recinto que las
iglesias. Los vecinos de mayor importancia son sepultados en
el recinto mismo de la iglesia, ya sea la Parroquia, San Fran¬
cisco o la Merced ; y hay muchos que en sus testamentos se¬
ñalan la iglesia en que desean ser enterrados y a veces su
deseo de ser amortajados con el hábito de la Orden respecti¬
va. Los demás vecinos son
sepultados en el Campo Santo ane¬
xo a la Parroquia, que hace el
papel de cementerio público
y que está ubicado a los pies de la iglesia parroquial, en el
lugar que hoy día ocupan sus propiedades de renta de calle
Merced. Lo mismo ocurre en toda la zona, en donde todas las
iglesias dan sepultura a los vecinos y las Parroquias y Vice
Parroquias tienen Campos Santos anexos.
En general, la construcción de las casas de la villa ofre¬
ce en estos años dos formas
diferentes, cuyos rasgos es fácil
extraer de las descripciones hechas en el Archivo de escri¬
banos.
En los primeros años la gran mayoría de las casas fue
edificada en. el centro de los solares, dando frente a la calle
únicamente las murallas divisorias de ellos. La forma de estas
construcciones bien poco difería de algunas construcciones
campesinas. Tenían pared de adobe y arconadas de roble o
canelo. Ofrecían un frente hacia la calle y otro hacia el in¬
terior, ambos con corredores de horcones de espino. En el in¬
terior de la casa había una sola habitación con divisiones de
tabique de palizada, formando así diversas piezas que servían
de cámara o cuarto (dormitorio), recámara, salón, etc.. En
los corredores solía construirse también algún cuartillo de

237 —
palizada. Las piezas de la casa tenían puertas de una hoja
a uno y "otro corredor; y la pieza principal, puerta de dos ho¬
jas y a veces una ventana con "portañuelas".
Con los años se fue construyendo el otro tipo de habita¬
ción, más urbano y más típicamente colonial. Es la habita¬
ción con frente a oculta en el centro del solar.
la calle y no
En los primeros años de la fundación, parece que se edifica¬
ron pocas casas de esta naturaleza, pero con los años se fue

generalizando y tendió a desaparecer el tipo primitivo. Las


casas de esta nueva factura están edificadas en la orilla mis¬

ma de la calle. Tenían en la esquina tienda y trastienda, a

veces con pilar. La puerta, ubicada en el centro del solar, era


ancha y de dos piezas. A continuación de ella seguían un
ancho pasadizo llamado zaguán, en el cual había uno o dos
cuartillos. Hacia la calle se ubicaban algunos cuartos con
distintos fines (sal, guardar cosecha o monturas, etc.). La
casa de don José Medina y de doña Josefa Ordenes, por
ejemplo, tenía seis cuartos a la calle, a fines de la Colonia.
En el primer cuarto se recibían las carretas y las cabalgadu¬
ras. Venía después un segundo cuerpo del edificio en el cual
se ubicaba el salón (cuadra), comedor, recámara y cuartos
de dormir (cámaras). En el tercer patio estaba la cocina, el
cuarto de bodega, despensa, una mediagua para el horno del
pan y un corralón para caballeriza y establo. Algunas eran
más reducidas y distribuían sus compartimentos en sólo
dos. patios.

Hubo también habitaciones de alquiler,, que eran toma¬


das por funcionarios o por personas que sólo transitoriamen¬
te se establecían en la villa. Lo que generalmente se arren¬
daba era la tienda y la trastienda, con puerta a la esquina,
cuando su propietario no las ütilizaba para establecer comer¬
cio en ellas. Un documento de la da la siguiente
época nos
descripción de una casa de alquiler en Curicó:
'^Nombran
casa a una tienda
y trastienda porque tiene puerta a la calle
poco más grande que la de un cuarto redondo. Esas son las
habitaciones de alquiler".
b) Aumento del vecindario y traspaso de solares.—A
medida que van transcurriendo los años desde la fundación
de la villa, hay nuevos grupos familiares que se establecen
en ella
o en sus alrededores
inmediatos, continuando así el
cuadro de la formación de las familias
regionales. Entre ellas
podemos mencionar las siguientes: Fermandois, Merino, Sil¬
va, Munita, Muñoz, Rodenas, Márquez, Vergara, Quevedo,

238 —
t
If Pizarro, Olave, Cotar, Loyola, Salinas, Baeza, Vila, Llórente,
Rojas, Moreira, etc.
Hay también diversas familias que en esta época llegan
a establecerse
no ya en la villa misma ni en sus alrededoies,

I sino en los campos de la zona. Entre ellas podemos mencionar


alas siguientes: Villota, que se establece en Comalle; Grez,
en el Guaico; Besoaín y Olea, en la costa; Corbalán, en Pal-

quibudis; Aliaga y Santelices, en Vichuquén; Torrealba, en


Las Palmas; Olmedo y Aliaga, en Caune; De la Fuente, en
la costa; Leyton y Mancilla, en los Guindos.
En la villa misma, la llegada de nuevos vecinos va gene¬
rando mayor actividad y movimiento. Durante toda la Colo¬
nia no se produce, sin embargo, un aumento notable de la
po¬
blación; pero se logra, por lo menos, la formación de un con¬
conglomerado social que sirve de centro a la región.
En la traza de la villa se conceden solares quien los
a
solicite. Los mejores son bien pronto repartidos totalmente
y sólo quedan disponibles sitios en los extremos de la villa,
alejados de las casas ya construidas, que sólo se ocupan len¬
tamente y que en gran parte quedan sin edificar durante toda
laera. Se inician también las transacciones dentro de la
parte
central de la villa, la venta de casas y de sitios, la subdivisión
de solares, hechos que, juntamente con las transmisiones por
herencia, contribuyen a que los primitivos solares de la villa
vayan pasando de unas manos a otras. Don José de Trasla-
viña, en sus instrucciones para el trazado de la villa, había
impuesto diversas restricciones para la enajenación de sola¬
ces, prohibiendo que se vendiera un sitio sin que estuviera
previamente cercado y edificado, y estableciendo que las casas
edificadas sólo podían venderse, en los primeros años, a otros
pobladores o personas que quisieran establecerse en la pobla¬
ción. Pero con los años estas restricciones quedan fuera de
uso por diversas razones
y los vecinos pueden libremente
enajenar casas y solares.
Tenemos anotadas numerosas transacciones de sitios y
casas en la. villa durante estos años, qiie son interesantes
para conocer el origen de la propiedad urbana; pero cuyo
detalle alargaría inoficiosamente este trabajo, que no puede
explayarse en aspectos muy especiales.
c) Las goteras de la villa.—Los buenos solares de la vi¬
lla estuvieron ocupados a los pocos años ; y sólo restaron los
de algunos extremos
aislados, poco acogedores, que sólo fue-
ion
adquiridbs lentamente, con el transcurso de los años,

239 —
y que, aun después de ser adquiridos, tardaron en ser edifi¬
cados, o no se edificaron durante toda la era colonial.
Esta circunstancia y el deseo de hacer vida de campo
cerca de la villa, movió a muchas personas a adquirir peque¬
ñas fincas en sus confines, más allá de los cuatro llanos que
la circundaban. Juntamente con algunas propiedades agrí¬
colas vecinas a la villa, algunas de las cuales existían desde
antes de la fundación, constituyeron ellas lo que se llamó
"las goteras de la villa".
La
nueva villa quedó así encerrada enteramente entre

propiedades particulares, sin expectativas de extenderse, co¬


mo no fuera mediante compra o nuevas donaciones de los

terrenos vecinos. Esta situación no varió durante toda la Co¬


lonia: La villa no sobrepasó las 49 cuadras en que fue fun¬
dada. Más allá de ellas estaban "las goteras". El Procurador
del Cabildo, don Manuel Antonio Grez, se refería en 1800 a
esta situación y decía en forma muy precisa: "Están turba¬
das las salidas de la villa". Agrega que hasta la fecha no hay
terreno disponible en los alrededores y que los vecinos no
tienen ni siquiera dónde fabricar ladrillos y adobles para sus
casas; que la situación de la villa es estrecha; y que sólo
tiene siete cuadras, inmediatamente después de las cuales
hay cercas de los dueños de la tierra.
Al lado poniente de la villa, donde hoy se encuentra la
estación de Ferrocarriles y propiedades adyacentes, tuvo pro¬
piedad y casas don Manuel Fermandois. Era una finca de
diez cuadras y media que cubría totalmente el costado po¬
niente de la villa. Fermandois vendió esta propiedad a don
Eugenio Daza, quien a su vez la vendió en doscientos cin¬
cuenta peso, en 1809, a don
Gaspar Vidal, que fue su último
propietario colonial.
Inmediatamente después de esta propiedad, y siguiendo
hacia el Poniente, estaba la finca del Convento Mercedario,
que va hemos conocido.
Hacia el lado del oriente se formó durante esta era el nú¬
cleo más densamente poblado de las goteras de la villa, debi¬
do a la proximidad del convento franciscano y del callejón
que daba acceso al camino de la Frontera. Inmediatamente
después del llano de la Recoleta (Alameda de hoy), seguía
una polvorienta callejuela, que habría de ser más tarde la

calle de San Francisco. En ella se establecieron algunos ve¬


cinos que edificaron casa siguiendo la línea de la calle. Ai
llegar al Convento esta cállejuela desembocaba en una es¬
pecie de plazuela, que se llamó de San Francisco, en la cual

240 —
se edificaron también algunas casas. Después de la Plazue¬
la, seguía el callejón que conducía al camino de
la Frontera.
A uno y otro lado del
callejón, se formaron diversas propie¬
dades agrícolas de
pequeña extensión.
En la callejuela que partía de la Cañada, edificó su casa,
haciendo esquina con la Cañada, don Anselmo Concha. Su
sitio llegaba por el fondo hasta la
acequia del Rey, que pntra-
ba a la villa bordeando el
cerrillo; y lo había adquirido en
1791 en doscientos veinticinco pesos. A continuación de esta
casa y siguiendo la misma
callejuela, estaba.la casa de don
José de Maturana. Entre
una y otra, había un
sendero que
las separaba.
En la Plazuela de San Francisco
hicieron casa don José
Antonio Mandones y Daza
y don Joaquín Fermandois. Este
último tenía, además, a continuación de
la casa, su finca
con frente al
callejón.
Por el callejón hacia el oriente
tenían, primero, su huer¬
ta los Padres
Franciscanos, al costado del Convento y miran¬
do hacia el Norte.
Inmediatamente después seguía un cami¬
no que daba entrada a propiedades interiores y a continua¬
ción de él tenía su
propiedad don Manuel Segundo Cruzat.
tapiada con muralla en los dos frentes que daban a la calle
con cerca de
y
espino los dos restantes. Esta propiedad la ven¬
dió en 1801 a don Manuel
Mardones, en un mil pesos. A con¬
tinuación seguía la propiedad de don Francisco
Javier Mo-
reiras y luego la que don Perfecto Merino
y don Celedonio
Villota, sociedad, compraron en 1810 a doña Venancia Al¬
en
calde. Al de don Manuel Cruzat
sur
y con frente al camino
que separaba a éste de la huerta de los
franciscanos, tenía
propiedad don Bartolomé Muñoz. Por el otro frente del calle¬
jón y enfrentando la huerta de los
franciscanos, se extendía
hacia el oriente la finca de don
Joaquín Fermandois. Dando
frente, al
calejón tenia también propiedad don Frascisco Pi¬
zarra. Detrás del Convento
franciscano tuvieron propiedades
la familia Merino
y don Rafael Quevedo.
Hacia el sur de la villa, en lo
que hoy está ubicada la Po¬
blación Santa Inés, el Carmen
y otras propiedades, tenían
Pequeñas fincas las familias Grez
y Espinosa; y hacia el nor¬
te, doña María de Gracia
Servel, don Jacinto Pizarro y la
familia Donoso.
Envolviendo todo estaban las propiedades de don Pedro
Bárrales y de la Sucesión de don Lorenzo de
Labra, primtivos
dueños de los terrenos ocupados por la villa
y por las propie¬
dades vecinas. Ambas
propiedades abarcan tierras por los
—-
241 —
cuatro costados de la villa y deslindan parcialmente con ella
en el norte y en el sur: las de Labra, cargadas al poniente, y
las de Barrates al oriente. De ambas propiedades se han ven¬
dido y se siguen vendiendo durante mucho tiempo sitios y
fincas para los que quieran poblarse en los alrededores de la
villa. Entre don Pedro Bárrales y la Sucesión de don Lorenzo
de Labra, se promovieron diversos pleitos para fijar deslindes.
Próximas,a la villa tenían también propiedades don Juan
Vergara y don Francisco Martínez (uno de los herederos de
la antigua estancia de Curicó).
d) Aspecto urbano de fines de la Colonia.—Al finalizar
la Colonia, el aspecto de la villa es, en su esencia, el mismo
de los primeros años.
Las calles son siempre polvorientas o empantanadas; la
Plaza, un potrero desolado; los llanos o cañadas, estepas sin
atractivo alguno; las casas, del mismo estilo primitivo; y el
edificio del Cabildo y Cárcel, en deplorable estado. Las igle¬
sias parroquial, de San Francisco y de la Merced son, sin
du,da, los edificios de más significación.
Hay, sin embargo, en los últimos años de la era colonial,
algunas obras de mejoramiento: se han coleado puentes de
madera en las acequias que atraviesan las calles a tajo abier¬
to; se ha construido una Recova en la Plaza de Armas, y se
han realizado obras para evitar que en invierno se inunde
el pueblo con las aguas de los alrededores y "para mejorar
la policía de las calles y demás avenidas de la población".
Nada puede darnos una idea más viva del estado de la
villa en sus últimos tiempos coloniales que algunos documen¬
tos de la época, en los cuales se describen diversos aspectos
de este particular, y en los cuales podemos apreciar lo que
significó para la villa el transcurso de 63 años de vida co¬
lonial.
En1795, la Real Audiencia de Santiago, en una presen¬
tación que hace al Rey de España, nos da a conocer algunos
aspectos de la villa en esos años. Le dice al Rey que es nece¬
sario dotar de recursos a la villa de San José de Buenavista,
en el Partido deCuricó, pues "carece de obras públicas, la
Cárcel está endeplorable estado y no hay egidos ni dehesas".
En 1800, el Procurador de la villa, don Matías Antonio
Grez, se dirigió al Subdelegado del Partido y le hizo revela¬
doras afirmaciones sobre el estado de la villa. Le dice que la
villa desde su fundación se halla careciendo de los beneficios
que "por repetidas reales determinaciones le son debidos, lo
que es causa de su decadencia". Le agrega que el Rey, notando


242 —
que faltaban terrenos para la villa, ordenó que se le asignaran
tierras baldías, ejidos y dehesas en las vecindades; pero que
hasta la fecha no hay terrenos disponibles, los vecinos no
tienen ni siquiera dónde fabricar adobes y ladrillos ni dónde
fincarse y están turbadas las salidas de la villa. Le hace, por
fin,una afirmación mucho más grave: 'No se cumplió al fun¬
dar la villa, le dice, con lo dispuesto en las Leyes de Indias". .

En 1809, algunos vecinos se presentan al Gobernador del


Reino y le dicen que Curicó
se encuentra "en lamentable es¬
tado", invierno los vecinos deben retirarse a "lo más
y que en
recóndito de las habitaciones... para evadir las lagunas y
barros que se forman en las calles". En ese mismo año, el Sub¬
delegado da cuenta de haber invertido algunos fondos en le¬
vantar un
pedazo de Cárcel que estaba en el suelo, en cons¬
truir la Recova, en componer calles y puentes, en sostener
las aguas que vienen al pueblo y en otras obras de mejora¬
miento local.
Ningún documento sobre el estado de la villa colonial en
sus últimos añoses más elocuente que un plano conservado
en el Archivo Moría Vicuña (1).
Es un hermoso croquis de la villa en 1807, dibujado a to¬
do color, en el cuál se diseñan no sólo las calles y Plaza, sino
también los rasgos más sobresalientes de los edificios y sola¬
res, y se mencionan los vecinos que en ellos viven.
Los alrededores de la Plaza aparecen totalmente pobla¬
dos y edificados; y frente al costado poniente de la Cañada
son muy pocos los solares que quedan sin edificar. En cambio,
hay sectores enteros que aparecen baldíos, sin edificios de
ninguna clase, en los cuales las calles son sólo callejones de¬
siertos que corren entre hileras de murallones de adobe o de
cercas de espino. Tal sucede con todo el sector nor-poniente
de la villa, en el ángulo oue forman las actuales avenidas Ca¬
milo Henríouez y O'Higgins, en el cual aparecen en ese plano
diez manzanas enteramente desocupadas. Tal sucede también
frente a Henríquez, en la aue no hay
la actual avenida Camilo
una sola casa construida; y en la actual Avenida O'Higgins,
en la que sólo
hay tres ranchos de paja. Hay igualmente so¬
lares baldíos, dispersos en otros lugares de la villa.
Las manzanas, por 7o general, están divididas en cuatro
solares y algunas en menos ; pero" no hay ninguna que aparez¬
ca dividida en más de cuatro, lo cual revela con exactitud el

estado de la propiedad urbana en ese año.

(1) Vol. 34.


243 —
Hay todavía muchas casas edificadas en el centro de los
solares y no con frente a la calle; y esta costumbre puede
advertirse aún en la Plaza misma de la villa.
Las casas cubiertas de teja predominan sobre las que
tienen techumbre de paja. Hay, en efecto, 55 casas de tejas y
adobe, y 34 ranchos de paja. Estas habitaciones constituyen
la total edificación dentro de la traza de la villa, a más del
edificio del Cabildo y Cárcel'y de las" iglesia. Hay, en total, 64
sitios eriazos, sin edificar. Frente a la actual Avenida Cami¬
o
lo Henríquez, todos los sitios son eriazos, y casi en su tota¬
lidad son eriazos también los sitios que dan frente a la actual
Avenida CHiggins. Hay también sitios eriazos frente a la
Cañada; uno, frente a la actual Avenida San Martín; y va¬
rios en el interior de la villa, aun en las manzanas centrales.
Los solares están circundados con murallas de adobe o
con cerca de espino, apareciendo 36 de esta última clase.
Dentro del trazado de la villa aparecen ubicados 53 ve¬
cinos que, sin duda, son los jefes de hogar. He aquí sus nom¬
bres: Rafael Sánchez, Manuel Fermandois, Josefa Maturana,
Francisco Muñoz, Josefa Valenzuela, Josefa Urzúa, Pruden¬
cio Donoso, Mercedes Muñoz, Belarmino Cotar, Santiago Lo¬
yola, Miguel Muñoz, Juan José Hidalgo, Mónica Parra, Diego
Martínez, Melchor Pizarro, Santiago Salinas, Alberto Rojas,
Francisco Canales, Manuel Baeza, Borja Palacios, Juan Fer¬
nández, Antonio Amengual, Rosalía Labra, Ildefonso Mar-
dones, José Antonio Silva, las Moreira (dos hermanas), Mi¬
caela Silva, Fernando Vila, Juan Méndez, Miguel Mardones,
Dolores Morales, Nicolás Méndez, Juan Méndez, Gertrudis
Daza, Juan Llórente, Paulino Salinas, Margarita Valenzuela,
Noiasco Donoso, Mariano Cubillos, José Martínez, José Ro¬
denas, Francisca Bárrales, José M. Valdivia, Atanasio Sazo,
Antonio Vilches, María Bravo, Fermín de Urzúa, Francisco
Juan Poblete, Antonio Tobar, León Avila, Juan Mena y Ra¬
món Riveros.
Si nos atuviéramos exclusivamente a los reclamos de
las autoridades y de los vecinos de la época, llegaríamos ne¬
cesariamente a la conclusión de que 63 años de vida colonial
bien poco o nada significaron para la villa de Curicó.
Pero es necesario conjugar unos antecedentes con otros,
comparar el plano realizado al refundarse la villa en 1747
con,este otro de 1807, y tener en consideración que el pro¬
greso local debe siempre guardar relación con la época.
Sin duda, la villa .de Curicó en sus 63 años de vida co¬
lonial, no pasó de ser una aldea descolorida. Pero si miramos


244 —
el estado general del Reino de Chile, la fuerte lucha en que
las Indias enteras estaban, empeñadas y la falta de recursos
en propia zona curicana, podremos comprender que hay
la
un largo trecho caminado desde que se trazaron calles y pla¬
za y se repartieron los primeros solares, hasta este villorrio

de fines de Colonia, con iglesias, recova, escuelas, casas de


calidad no despreciable y un núcleo de vecinos que está ya
dando forma a una ciudad.
e) Estado social y costumbres.— En estas líneas no pre¬
tendemos encuadrar el fenómeno entero de las costumbres
coloniales de la villa. El* ha venido diseñándose ya en el es¬
tudio de la organización colonial y en el relato de sus acon¬
tecimientos. Las costumbres coloniales están„ formadas por
ese conjunto complejo que hemos venido estudiando.
Sólo queremos diseñar ahora algunos aspectos generales
del diario vivir de la villa colonial, algunos de ellos contem¬
plados y reglamentados en la legislación y otros establecidos
únicamente por el hábito de los vecinos.
La villa vivió 63 años de su vida colonial en forma mo¬
nótona y tranquila, alterando su paz sólo en ocasiones ex¬
traordinarias.
El teniente de Corregidor y el Subdelegado después; el
Cura Párroco y los Alcaldes, eran los personajes de mayor
importancia de la villa, a quienes todos rendían homenaje,
pero con quienes se envolvían también, a veces, en ruidosos
incidentes. Los padres de San Francisco y de la Merced, los
oficiales de las milicias y los demás funcionarios, completa¬
ban el cuadro de las personas investidas con autoridad. Des¬
pués de ellos venía ese complejo conjunto colonial de las cas¬
tas en el que alternaban españoles, mestizos, in¬
sociales,
dios, negros...
Es difícil decir si en estos tiempos es más poderosa la au¬
toridad civil o la eclesiástica. La primera dispone de la fuer¬
za, puede encarcelar o privar de los bienes a los individuos.
La segunda, es1 respetada y temida y dispone del arma pode¬
rosa de la excomunión, ante la cual se rinden autoridades y
particulares.
La vida del habitante de la villa empezaba en las prime¬
ras horas de la mañana. Después del desayuno, caminaba al¬
gunos pasos para oír misa en la iglesia parroquial, en la
Merced o en San Francisco. Terminada la misa, volvía a su
casa para montar el caballo que le tenía presto algún escla¬
vo o
inquilino en el patio de la casa y en él salía a revisar
su
campo, cuando era propietario en las cercanías de la vi-


245 —
lia. Si no tenía tierras cerca de la villa, permanecía en la ma¬
ñana atendiendo o, sencillamente, sin ha¬
pequeños negocios
cer nada. Almorzaba entre diez y once de la mañana. Des¬
pués de almuerzo, venía una larga y tranquila siesta y a con¬
tinuación de ella, la comida. Después de la comida y espe¬
cialmente al atardecer, venía la hora de las tertulias, en
trastiendas y zaguanes. La mujer salía en la mañana a mi¬
sa, daba luego una vuelta por la Plaza o la Recova para ha¬
cer algunas compras, y regresaba a la casa, para no salir de

ella en el resto del día. A las ocho de la noche todo el mun¬

do estaba recogido en sus casas, y las calles, en el silencio


más absoluto, hacían pensar en una villa despoblada. A es¬
ta hora era la "cena". Al caer la noche, la obscuridad era to¬
tal, pues en ninguna calle había alumbrado público, y sólo
de vez en cuando, una que otra casa colocaba en su puerta
un débil farol con vela de sebo.
La vida descrita era, sin duda, la de la gente acomoda¬
da. Los mestizos pobres, los indios, los negros y, en general,
esclavos y sirvientes, llevaban una vida dura, entregados al
trabajo de sol a sol.
Los vecinos eran esencialmente religiosos. Diariamente
asistían a la misa o a otros oficios. No obstante la poca po¬
blación, había ya en la villa tres iglesias bien dotadas y bien
atendidas. Periódicamente se realizaban procesiones y otras
festividades religiosas, y en ciertas épocas fue costumbre que
el Cura Párroco recorriera, durante los días festivos, la Pla¬
za y las calles de la villa, rezando el Rosario. En las casas
particulares, la religiosidad no desmerecía en nada a las ma¬
nifestaciones públicas: se rezaba el Rosario; se hacían ora¬
ciones antes de las comidas; y se colocaban profusamente en
las habitaciones cuadros religiosos e imágenes de bulto, ta¬
lladas en madera o de metal. Las autoridades hacían tam¬
bién manifestaciones públicas de religiosidad. El Cabildo te¬
nía en la iglesia parroquial un banco especial, que se llamaba
el "banco del Cabildo", en el cual oían la misa el Subdele¬
gado, los Alcaldes y el Procurador del Cabildo.
Las diversiones públicas se reducían a las carreras de
caballos, realizadas con gran afluencia de público, permiti¬
das ya en esta época; las riñas de gallos; las canchas de bo¬
las y los juegos de azar. Una que otra vez se organizaban
también corridas de toros. En las clases populares se juga¬
ba la chueca, de origen indio; pero eran tales los desórdenes
y las borracheras promovidos en el curso de ella, que en 1751


246 —
el Obispo de Santiago ordenó al Cura de Curicó que la pro¬
hibiera terminantemente.
En las clases
populares, formadas por indios, mestizos,
negros, mulatos y algunos blancos, la moralidad dejaba bas¬
tante que desear. Había en la villa numerosas "chinganas",
en las cuales a diario se promovían reyertas y borracheras.
Los robos y los hechos de sangre ocurrían con frecuencia; y
los amancebamientos eran numerosos.
En materia de vestidos y menajes, el criterio general en
el Reino de Chile, desde poco antes de la fundación de la vi¬
lla de Curicó, tiende hacia lujo y refinamiento. La
un mayor
vieja austeridad castellana, de vestidos negros y amoblados
sencillos, empieza a ser reemplazada por las primeras vetas
del refinamiento francés.
Cuando los Borbones llegaron al trono de España, la
vinculación familiar que se estableció entre las casas reinan¬
tes de Francia y de España, hizo que muchos comerciantes
franceses llegaran a las costas de América. Con ellos, llegó
el colorido, el lujo y el refinamiento. A los muebles tallados
en madera de los castellanos, se agregan ahora sillones dora¬

dos y muebles y repisas de elegante factura. Los objetos de


vidrio y los espejos se van convirtiendo en algo habitual en
los hogares. Eis cierto que el espejo había llegado antes al
Reino de Chile, y aun en la zona curicana lo hemos encon¬
trado en pleno siglo XVII; pero su verdadera difusión se de¬
be a los franceses. Las habitaciones se empiezan a revestir de
cortinajes de lujo; y, en general, en vestidos y géneros, se
advierte una mayor fineza.
Más o menos por la misma fecha empiezan a llegar a
Chile los vizcaínos. Estos vascos esforzados y emprendedores,
de carácter duro
y costumbres sencillas, no traen, como los
franceses, lujo ni confort; pero su presencia significa tam¬
bién alteración de costumbres y de gustos. La tendencia pro¬
gresista de los vascos ejerció influencia notable en la factu¬
rade casas y menajes. A ellos se deben, en especial, esas ini¬
gualables rejas vizcaínas que protegieron ventanas y zagua¬
nes y
que desde su llegada, hasta hoy día, ostentan ciudades
y campos de Chile.
Todo esto sucedía a fines del siglo XVIII. Franceses y
vascos llegaron a Chile cuando la villa de Curicó aun no na¬
cía; pero su influencia y sus costumbres tardan algunos años
en llegar a la zona curicana, y en realidad sólo se advierten

con caracteres sólidos en la era que sigue a la fundación de


Curicó.


247
Los primeros años de la villa coinciden, pues, con este
cambio de costumbres orientado hacia el lujo que el siglo
XVIII había inoculado en el Reino. En las casas de la villa
hay muebles y cortinajes que contrastan con el menaje de
los antiguos colonizadores, y el vestido de hombres y muje¬
res tiene ya mayores adornos y complicaciones. Don Joaquín
Fermandois causa admiración a los vecinos de la villa, atra¬
vesando sus calesa. Hay algunos que van a la misa
calles en

mayor contorneando bastones con empuñadura de pro o pla¬


ta. Hay alguien que luce elegante bastón de coligüe, con em¬
puñadura de oro, que relumbra a los rayos del sol; pero, a su
fallecimiento, con general sorpresa se comprueba que la em¬
puñadura no es de oro, sino de "alquimia de latón sahuma¬
do con oro".
Los vestidos y menajes son de distinta procedencia. Los
traídos del extranjero alternan con los que se hacen en el
Reino. Poco a poco se van formando artesanos que constru¬
yen muebles y plateros que elaboran objetos y vajilla de
metal.
Es costumbre también que las mujeres, al contraer ma¬
trimonio, aporten gran parte del menaje de casa y su ajuar-
completo de vestimentas. Es la vieja costumbre de la dote.
Los padres deben dotar a sus hijas para que éstas lleven al
matrimonio vestidos, menajes, ganados y tierras. En los ar¬
chivos coloniales relativos a Curicó, hay noticia de numero¬
sas dotes de personas acomodadas de la época. Don Melchor
de Urzúa, en 1791, dotó a su hija Ana Josefa, que contrajo
matrimonio con don Matías Grez, en la suma de 775 pesos,
que le enteró con tierras, animales, alhajas y ropa. Don Bar¬
tolomé Muñoz, en 1779, dotó a su hija María Gracia, al con¬
traer matrimonio con don Miguel Mardones, con 500 pesos
en ropa, alhajas, muebles, ganado y una esclava.

Es necesario, sin embargo, evitar que estos hechos nos


lleven a un error. A pesar de todo, no es posible decir que
la vida en la villa haya sido lujosa. Fue, como antes en la
zona, en extremo sencilla. Pero dentro de esta sencillez y del
ambiente de la época y del lugar, en la villa colonial se infil¬
tran ya los primeros gérmenes del refinamiento, que si no
logran alterar el estado general, consiguen siquiera hacer
que la zona camine un paso más en el camino iniciado des¬
de los lejanos tiempos de la colonización.
En el vestido del hombre son pocas las modificaciones

que se experimentan. El hecho es, en realidad, curioso; pero


es el hombre que habita en la villa el que sigue usando en


248 —
mayor grado la antigua vestimenta de los colonizadores; y,
sn cambio, el hombre de campo va usando en mayor o me¬
nor grado la típica vestimenta del "huaso", más apropiada
jmra su género de vida.
Sigue, pues, en uso, el sombrero negro de paño o de cas¬
tor; el saco de paño y el jubón; los pantalones poco más aba¬
jo de la rodilla ; las medias y la capa españolas. Sólo se hacen
algunos aditamentos para amoldar mejor esta vestimenta a
la vida de misas, procesiones y tertulias de la villa. Se ven
ahora casacas largas adornadas con galones de plata o de
oro; calzones con charreteras de plata y oro; zapatos con
elegantes hebillas, y prendas de terciopelo. Hacia fines de la
Colonia, no falta algún sombrero hongo de alta copa, ni al¬
guna peluca.
Desde 1792 se advierte en la villa una nueva vestimenta
de hombre, vistosa y brillante. Es el uniforme de las milicias,
fijado ese año en forma definitiva. Los milicianos lucen orgu-
llosamente casaca de color azul, con vueltas, solapa y colla¬
rín de color rojo vivo, y pantalones y chupa blancos.

mujer experimenta ahora alteracio¬


La vestimenta de la
nes importancia. A lás prendas y telas usadas durante la
de
colonización, se agregan ahora los colores vivos, galones de
oro en los faldellines de terciopelo, petos de cinta de tisú, co¬

tonas, manguillos, medias de seda de diversos colores, chine¬


las con cinta de seda, botones de oro, gasa, estopilla, zaraza,
brocados, chaquetas adornadas con oro y plata o encajes, ca¬
pa de bayeta de vivos colores para el invierno, -y zapatos ca¬
lados, con hebilla metálica. A fines de la Colonia se advierten
ya vestidos de cola en reemplazo de las antiguas basquiñas.

traje de las clases populares se reducía, como antes,


El
a la
ojota, la chupalla y el poncho indígenas.
El amoblado de las casas ofrece en esta era variantes y
mejoras que lo diferencian del menaje del colonizador.
En las casas con frente a zaguán,
la calle de la villa, el
a veces
protegido por una reja de hierro forjado, tiene un es¬
caño de madera torneada, para recibir a personas de poca ca¬
tegoría y para tomar el fresco en las noches de verano. En
alguno de los cuartos que dan a la calle, o en el cuartillo del
zaguán, suele haber una "escribanía" y algunos taburetes; y
allí el dueño de casa atiende sus negocios y se recibe a los
comerciantes. La escribanía es con cerradura y Have. En ella
se guardan los papeles importantes y hay un tintero, una

, — 249 —
caja con obleas, una pluma de ganso y un sello para cerrar
cartas. En este cuarto se guarda también la pequeña alfom¬
bra y el piso que se llevan a misa. En el tipo de casas con co¬
rredores que se edificaba en medio del solar, esta habitación,
llamada "sala", suele ubicarse en el cuartillo del corredor
exterior.
En el salón o cuadra, ubicado en el segundo cuerpo o en

el corredor exterior, según el tipo de casa, se reciben las visi¬


tas y se hace tertulia. Hay allí un estrado o entarimado de
madera, conclavazones de hierro. Está cubierto cr»i alfom¬
bra y en algunos, además de los antiguos taburetes, hay si¬
llones con franjas finas de plata y tapanca de terciopelo. Allí
se ubican las personas de mayor importancia. El resto de la

cuadra, simplemente enladrillado, está cubierto de taburetes.


Hay cortinas y dosel de damasco; cojines; saliveras de cobre;
taburines forrados en filipichín; y, a veces, espejo con mar¬
co dorado.
Ein los dormitorios o "cámaras", se introducen ya en es¬
ta época "tocadores" esmaltados con plata, con cajón y con
espejo. La cama está protegida con cortinas, hay petacas y
cajas de madera para guardar la ropa, algunos banquillos de
pie torneado y, a veces, cortinaje en las puertas.
En el comedor se introducen también mayores comodi¬
dades. Hay escaparates repisas, platería, loza de China, fras¬
y
cos de vidrio
y calabazas ricamente adornadas con guarnicio¬
nes de plata. En otras habitaciones se distribuyen diversos

objetos de uso diario: el almofrez, para los viajes; la silla de


montar, a veces aderezada con pistoleras con contornos de
plata; armas; petates; armero; candeleros; tijera de despa¬
bilar, etc.
Las armas más usadas en esta época son la pistola, la
carabina, la daga, el trabuco, la espada y la escopeta.
El adorno de las habitaciones es el mismo de la era co¬
lonizadora. Se reduce a imágenes
religiosas en lienzo o en
bulto. Las imágenes de lienzo, suelen tener ahora marcos
plateados o dorados. Las imágenes de bulto son, como en la
colonización, santos quiteños, hermosamente tallados en ma¬
dera y de un colorido vivísimó y atray-ente. Hay, sin embar¬
go, en esta era, santos de bulto de otras materias. En el in¬
ventario de bienes de doña Antonia Baeza, en 1781, figura
"un San Antonio de bulto de
piedra de maguanga en su ni¬
cho"; y en el de doña María Mercedes Ruiz de Gamboa, en


250 —
1806, figura "un señor de una tercia de grandor fabricado de
plata maciza".
Acostumbraban también las mujeres usar algunas joyas de
oro, de plata y de perlas; relicarios, zarcillos, rositas de oro,
sortijas, gargantillas, etc. En un inventario figura un canas¬
tillo de oro con catorce limones cuyo peso en cada uno era
de un castellano. Especialmente valiosos eran los rosarios
que algunas elegantes usaban para sus devociones. Hay al¬
gunos de cuentas venturinas, con limones de oro y cruz igual¬
mente de oro; y hay también uno enteramente de oro, con
crucifijo cubierto de perlas, cuyo peso de oro es de veinte
castellanos.
La platería de la época merece una anotación especial.
Ya desde los tiempos de la colonización se advierte en la
zona la existencia de numerosos objetos labrados en plata.

En la villa de Curicó y en los campos de zona se encuentra


ahora verdadera abundancia de ellos.
Los objetos de plata fueron, en realidad, comunes en to¬
do el Reino de Chile y éste fue el metal que circuló en ma¬
yor abundancia, sellado o labrado. En la zona curicana en¬
contramos en esta época objetos de plata de la más variada
especie. Hay útiles de comedor (platos, cucharas, tenedores,
cucharones, saleros, jarros); mates con macerina y bombilla:
fuentes; una imagen de Cristo, que ya hemos descrito; hebi¬
llas de zapatos; espuelas, tinteros, blandines, y hasta bace-
nillas. Admira en los tiempos modernos el examen de los in¬
ventarios de la era colonial. En medio de la sencillez de sus
objetos, es extraordinario encontrar platería labrada para los
más diversos usos cotidianos.
La profesión de platero adquirió así notable importancia.
En la' zona curicana hubo varios en los años de la villa co¬
lonial. En 1788. vivían en la villa cinco maestros plateros; y
hacia 1800, vivía al sur del río Mataquito el maestro platero
Mateo Miranda, que trabajaba en oro y plata.
Esta platería colonial ha llegado en muy pequeña can¬
tidad hasta nuestros días. Es curiosa la forma como se ago¬
tó; y. aunque parezca novelesca, constituye un hecho histó¬
rico altamente honroso para la región. La platería de los ho¬
gares curieanos fue consumida en servicio de la Patria. En
los primeros años de la Indenendencia, cuando recién había
trasmontado los Andes el Ejército Libertador, los vecinos de
la villa hicieron
ingentes sacrificios y entregaron al nuevo
Gobierno, el numerario de que disponían, para la continua¬
ción de la campaña; y, cuando se agotó el dinero, entrega-


251 —
ron su plata labrada. Ya en 1818 estaba en la zona casi ago¬
tada la platería de los vecinos y fueron autorizados entonces
para pagar sus contribuciones en otras especies.
Un aspecto interesante del cuadro de las costumbres y
estado social de la Colonia es el relativo a las castas socia¬
les que en ella imperaron.
El reducido conglomerado humano que poblaba el Reino
de Chile y, en general, todas las Indias, estaba dividido en
castas sociales infranqueables, que se escalonaban desde el
blanco hasta el producto híbrido del negro y del indio.
En los primeros años de la Conquista esta división en
castas es apenas perceptible por razones fáciles de compren¬
der, ya que faltan aún algunos de los elementos de la curiosa
escala social que la constituyó; pero, con el transcurso de
los años, se va marcando con profundos caracteres hasta ad¬
quirir la nitidez que fue nota típica de la vida colonial.
En la zona curicana este fenómeno apenas se advierte
durante la colonización. Cuando ella se inicia, y en sus pri¬
meros años, no tiene forma ni color; pero al final de la era

va adquiriendo consistencia, para mostrar todo su vigor en


los años que siguen a la fundación de Curicó.
La división en castas fue de carácter esencialmente ra¬
cial. Los hombres valían y eran considerados según el color
de su epidermis. El blanco valía más que el mestizo, y éste
más que el indio. Se comprenderá, así, cuán profundos carac¬
teres tuvo este fenómeno y cuán infranqueables eran estas
barreras que estaban basadas en caracteres físicos indestruc¬
tibles.
El problema racial y de las castas no es un
problema re¬
gional. Es un problema que afecta al Reino de Chile entero
y a todas las Indias, con ligeras variantes de un territorio a
otro. Lo que diremos aquí de este
problema no se refiere,
pues, exclusivamente a la zona curicana sino al país entero
y muchas de sus anotaciones pueden aplicarse a todo el te¬
rritorio de las Indias. Las consignamos
para dar noticia más
completa del estado social de la región y para señalar uno
que otro rasgo peculiar que aquí tuvo el problema general.
Si la división de castas tuvo base
racial, forzoso es me¬
ditar sobre las razas que actuaron en el territorio de Chile
y en esta zona cuya historia relatamos.
Tres son los elementos raciales
puros que intervienen en
este proceso: el elemento indio; el elemento
blanco, represen¬
tado por el colonizador
español que, en lo que respecta a es¬
ta zona, lo hemos visto establecerse en todos sus rincones,
s

252 —
porotros grupos españoles de menor categoría social que
permanentemente estuvieron llegando al país y por algunas
vetas de extranjeros; y el elemento negro, que fue traído
desde el Africa.
El indio de la zona curicana tiene rasgos raciales de for¬
ma especial. Los pehuenches de la cordillera provienen de
una vieja raza paleolítica; los indios del valle central y los
costinos derivan del hombre de los conchales y del de las pie¬
dras horadadas. En Vichuquén se han establecido grupos de
incas y en Quelmén se ha asentado definitivamente también
un grupo de indios araucanos, terminando ambos por con-
fudirse racialmente con los indios de la zona. El elemento
indio actúa en lo zona durante todo la colonia y, aún, du¬
rante muchos años de la era republicana.
El elemento blanco no es tampoco en el país ni en la
zona de naturaleza uniforme.

En iosprimeros años de la Conquista y de la Coloniza¬


ción llegan al país elementos casi exclusivamente castella¬
nos, leoneses y andaluces, grupos raciales de distinta natu¬
raleza, que actuarán en forma diferente y que darán origen
a sectores sociales también distintos.
Desde principios del siglo XVII empieza en Chile la
afluencia de elementos vascos, que antes de esa fecha había
sido sólo accidental. El vasco es esforzado, emprendedor y
tesonero. La semejahza de sus tierras con el territorio chile¬
no lo hace aclimatarse aquí en forma fácil y bien pronto es
un grupo racial
que predomina en muchos aspectos. Hay
también vetas de otras nacionalidades o regiones de España,
que contribuyen a la formación racial. Portugueses, como
Freiré, Pereira, Almeida, Moreira; árabes, como Aliaga y
Manzor; catalanes, como Moxó, Montt, Matta, Vila; franceses,
como Lois, Morandé, Letelier, Pinochet, Droguet, Labbé, lle¬

gan a Chile durante la Colonia y contribuyen a dar forma a


su aspecto social
y racial.
En la zona curicana este fenómeno puede advertirse con
toda claridad. Si analizamos los apellidos de los colonizado¬
res que se establecen en ella en los primeros años podremos
advertir que casi todos ellos son de origen castellano o leonés
(1) ; y que sólo por excepción hay vascos, como Ureta, Ugar-

(1) Castellano Viejo: Barahona, Santelices, Olea, Espinosa, Salinas,


I'aniagua, Manso, Muñoz, Munita, Montero, Villota y Merino. Castellano
Nuevo: Poblete, Valenzuela, Canales". Leonés: Olmedo, León, Benavides,
Jotré,


253 —
te, Maturana, Urzúa; gallegos, como Vidal; franceses, como
Labbé. Al margen de estos grupos, llegan también a la zona
en-estos primeros años, como a todo el país, grupos de espa¬
ñoles anónimos, especialmente de origen andaluz, insubordi¬
nados, pendencieros e imprevisores, que son los que dan ori¬
gen en gran parte al mestizaje, y a quienes se debe casi to¬
talmente la mezcla de sangre blanca que hoy día llevan las
clases populares chilenas.
Desde la fecha de la fundación de la villa se advierten
ya otros grupos raciales en la zona curicana. 'Entre los pri¬
meros pobladores hay apellidos vascos, como Bustamante,
Maturaña, Urzúa, Iturriaga; franceses, como Marchant; y
más tarde, entre los vecinos de la villa, se encuentran cata¬
lanes, como Vila; portugueses, como Moreira; y franceses,
como Fermandois. En las estancias encontramos Pereira, de
origen portugués, y Aliaga, de origen árabe (Ali Aga).
El elemento negro continúa actuando en esta era en for¬
ma relativamente importante.
Los negros, según vimos, fueron
traídos a Chile durante
la era colonizadora para defender al
indio de la esclavitud y
para aminorar las consecuencias del despueble de los case¬
ríos indígenas. Provenían de Angola o de Guinea (Africa) y
eran traídos a Chile desde Lima o Buenos Aires. La mayor
parte llegó si siglo XVII, o sea, en plena era colonizado¬
en
ra. En el siglo XVIII se nota un notable descenso en su
entrada al país; pero en esta época se había formado ya una
masa notable de mulatos y zambos, producto de las mezclas
de los primeros negros con blancos y con indios. Estas estir¬
pes mezcladas bien pronto igualan en número a la raza ne¬
gra pura y posteriormente, a medida que disminuye la entra¬
da de negros, la superan considerablemente. Llega un mo¬
mento en que termina por completo la entrada de negros. La
raza, por mezclas sucesivas con blancos, mestizos e indios, se
confunde por entero; pero no podemos decir que desaparece,
pues su sangre continúa corriendo en proporción no despre¬
ciable en la clase popular chilena.
El fenómeno es el mismo en la zona curicana. Después
de la fundación de lavilla, se advierte menor cantidad de ne¬
gros en la zona y, en cambio, una cantidad considerable de
mulatos y zambos. El negro, sin embargo, existe en la zona
hasta fines de la Colonia. A manera de
ejemplo, podemos ci¬
tar dos casos de existencia de negros:
uno, en la villa de Cu-
ricó y otro en Vichuquén. Don Bartolomé
Muñoz, en 1790,
vendió en ciento sesenta pesos a don Francisco Serafín de

254 —
Turuvio, de paso en la villa, "un negro esclavo de 20 años,
no hipotecado, que no ha cometido delito, ni sujeto a nin¬
guna obligación de deuda". Don Pedro Nolasco Jotré, al ha¬
cer testamento en Vichuquén, en 1787, declara tener "una

negra esclava con dos hijos pequeños". El negro existe, pues,


en toda la zona curiçana en esta era de la villa colonial, si
bien es cierto que en menor cantidad que en los años de la
colonización.
Estos tres elementos raciales puros (el blanco, el indio
y el negro), se mezclaron intensamente en el país y en la zo¬
na, dando origen a otras estirpes raciales y generando en con¬
junto la raza chilena con sus diversas variantes.
La mezcla más común fue la del blanco con el indio, que
dio origen al mestizaje.
En realidad, las relaciones con la raza indígena no fueron
gratas a todos los núcleos españoles ni en todas las épocas.
El español de condición social superior, sólo se mezcló
con indígenas en forma muy precaria y contribuyó así muy

escasamente a la formación del mestizaje. Los castellanos y


leoneses, que fueron de los primeros en llegar a Chile, y que
dieron origen a clases acomodadas, por lo general sólo toma¬
ron indias en los
primeros años de la Conquista, mientras
afrontaban campañas duras, en lugares inhóspitos, sin mu¬
jer y sin hogar; pero se desentendieron de ellas a los pocos
años cuando, convertidos en encomenderos o estancieros, es¬
tablecieron su hogar. El vasco, llegado a Chile en el siglo
XVIII y que dio origen también a grupos sociales superiores,
no se mezcló nunca con
indígenas.
En cambio, el elemento social inferior, especialmente de
origen andaluz, que también llegó a Chile desde los primeros
años de la Conquista, se mezcló intensamente y en toda época
con la raza
indígena, dando origen a la masa del mestizaje.
Estos elementos continuaron llegando a Chile durante toda
la Colonia. Rara vez se establecieron en
alguna parte defini¬
tivamente y recorrían el país o las Indias de un extremo a
otro. Eran imprevisores, indolentes, a veces de irregular con¬
ducta; actuaban al margen de los elementos más sensatos y
emprendedores, que hemos visto establecerse como encomen¬
deros o terratenientes; y lejos de hacer aquí fortuna, se refun¬
dieron con indios, mestizos y negros, -manteniéndose por lo
general en precaria situación económica. Muchos de ellos eran
soldados profesionales o aventureros que pasaron sól-o fugaz¬
mente por el país. Su llegada fue más intensa en el siglo XVII,
con motivo de la crisis económica
que azotó a España durante

255 —

L
todo ese siglo, privándola de fuentes de producción y hasta de
artículos alimenticios. Grandes masas de individuos, en las
cuales a veces también tomaban parte familias enteras, llega¬
ron así al territorio de América, en busca de medios de sub¬
sistencia.
De acuerdo con estos hechos, en las regiones del país cu¬
ya colonización intensiva se inició relativamente tarde, la ma¬
sa del mestizaje no proviene del elemento colonizador caste¬
llano o leonés, que se estableció en ella, sino de elementos
sociales de otra categoría, especialmente andaluces, y de los.
mestizos que se desplazaron desde otras regiones. Así sucedió
en la zona curicana, cuya colonización en forma intensa só¬
lo se inicia con los terratenientes en el siglo XVII. La masa
de mestizos que se forma en la zona proviene, pues, de otras
regiones o es el fruto del español anónimo y modesto, que
llegó y actuó al margen de los colonizadores y que muchas
veces se estableció en caseríos indígenas. En 1789 había agre¬

gados en Lora 238 inquilinos, mestizos, mulatos y españoles,


y 87 en Vichuquén que vivían de la pesca. En 1771, en la
Huerta, una española era casada cop el indio Nicolás Briso
y tenia cinco hijos.
Nada más difícil que estudiar el carácter del mestizo. En
sus venas corre la sangre
de dos razas fuertes, con todas sus
virtudes y defectos; tiene así una forma única de actuar.
y no
En realidad, debe hacerse una distinción entre el mestizo
ascendente y el mestizo descendente.El primero, se asimila
al español, adquiere sus costumbres, su idioma y su religión;
y en no pocos casos se enriquece. Muchas veces termina por
confundirse con él, gozando de su misma situación social. El
segundo, sé asimüa al indio, vive con él, adquiere sus vicios,
adopta su idioma y no sale de su pobreza y de sus hábitos.
El negro se mezcló con españoles, indios y mestizos, dan¬
do origen a mulatos y zambos. El español que mantuvo rela¬
ciones con él fue el de condición inferior ; y el mestizo que las
mantuvo, fue el descendente. Mulatos y zambos, no pesaron
en gran forma en la sociedad chilena, no obstante
que su nú¬
mero creció considerablemente en el
siglo XVIII. Terminaron
por confundirse con indios y mestizos para formar en con¬
junto la clase popular chilena.
En la zona curicana empiezan a
aparecer zambos y mu¬
latos desde el siglo XVHI. Se encuentran en número conside¬
rable después de la fundación de la villa de Curicó, aun cuan¬
do su importancia no llega a la altura del elemento mestizo.
He aquí algunos ejemplos, sin
perjuicio de cifras generales que

256 —
daremos después. En 1779 (villa de Curicó) en la dote matri¬
monial, de doña María Gracia Muñoz, se incluye "una mulata
llamada Antonia, de edad de tres años", avaluada en 150
pesos. En 1798, en el testamento de don Manuel Labbé, figura
"una mulata esclava con siete hijos varones igualmente escla¬
vos". En 1807, don Matías Muñoz vende a dos Manuel Már¬
quez una mulata esclava en 200 pesos, "sin tacha ninguna ni
enfermedad interior, apestada de viruela, llamada María, de
edad de 14 a 15 años". En 1810, el Párroco de la villa don Bar¬
tolomé Darrigrande compra a don Justo Grez "un mulatillo
de edad de 9 a 10 años, llamado Antonio", en 140 pesos. Fi¬
nalmente, en las matrículas que se hicieron de los pueblos in¬
dígenas de la Huerta, Vichuquén, Quelmén y Lora, es frecuen¬
te encontrar mulatos y zambos libres, y aun esclavos de es¬
tancieros vecinos, que viven entre los indios.
Todas estas estirpes daban la base para la formación de
la complicada escala social de la Colonia.
El primer lugar lo ocupaban los blancos, o, más propia¬
mente, los españoles, pues la afluencia de extranjeros no in¬
fluyó durante la Colonia en la densidad de la población. El
español constituía la clase privilegiada, pues en él se radicaba
el poder y la fortuna. En sus manos estaban los cargos pú¬
blicos, las encomiendas y la tierra.
Con el correr de los años fueron naciendo en el territo¬
rio chileno numerosos hijos de estos españoles, y se generó
así una distinción entre ellos. Se llamó españoles "peninsula¬
res" a los nacidos en España, y "criollos" a los nacidos en
Chile. Entre ambas categorías se estableció bien pronto una
sorda rivalidad, que fue uno de los gérmenes de la Indepen¬
dencia Nacional. El español peninsular gozaba de privilegios
administrativos, y era preferido en la provisión de los cargos
oficiales, gozando así del poder público. El criollo, en cambio,
tenía en sus manos la mayor parte de la riqueza territorial y
del comercio ; era superior en número al peninsular ; era orgu¬
lloso, pues muchos de ellos descendían de los primeros con¬
quistadores; y disponía del poder local en los Cabildos.
En la zona curicana, esta diferencia fue, en realidad dé¬
bilmente advertible, y ni siquiera hubo preferencias para pe¬
ninsulares en los cargos públicos. Durante toda la era colonial
llegaron españoles peninsulares que se establecieron en ella.
Con los años llegaron también criollos y nacieron en ella hijos
de unos y de otros. Pero nunca hubo rivalidad ni diferencias
entre ellos. La riqueza fue disfrutada por ambos grupos y en
mayor escala por los criollos; los cargos públicos fueron re-


257 —
partidos entre peninsulares y criollos, y hasta podría decir¬
se que fueron preferidos los criollos, pues el cargo más impor¬

tante, el de Subdelegado, sólo una vez fue conferido a un pe¬


ninsular y los Cabildos estuvieron siempre en manos de crio¬
llos, no obstante que Alcaldes y Procuradores eran nombra¬
dos por la autoridad central.
Hubo también otro distingo entre españoles, si bien que
de índole diversa que el anterior. Al español de buena condi¬
ción social (encomendero, terrateniente, comerciante) se le lla¬
maba "caballero" ; y al de- condición humilde, que vivía oon
el pueblo y se mezclaba con indios y con negros (labradores,
carpinteros, pescadores, plateros), se le llamaba sencillamente
"español". ,

En todo caso, fueran ellos peninsulares o criollos, caba¬


lleros o no, los españoles constituían la más alta jerarquía
social de la Colonia.
El segundo lugar lo ocupaban los mestizos, cuya estirpe
venía de la mezcla de indios y españoles, y que ya en el siglo
XVIII constituyen una porción considerable de la población.
En rigor, el mestizaje no'puede ser considerado como una ca¬
tegoría social independiente. El formó parte de la estirpe de
los blancos y de los indios, según fuere ascendente o descen¬
dente, y en muchos casos se confundió con ellos en tal for¬
ma, que fue incluido en forma absoluta en una u otra cate¬
goría.
La tercera categoría la formaron los indios, a quienes di¬
versas disposiciones protectoras colocaban en situación muy

por encima de negros y estirpes semejantes; y que desde la


abolición de las encomiendas en 1791, fue un hombre total¬
mente libre.
La última categoría social la formaron los negros y las
estirpes mezcladas que llevaban sangre negra: mulatos (mez¬
cla de blanco y negro), y zambos (mezcla de indio y negro).
Formaban ellos la última categoría, estaban afectos a la es-
clivitud y eran despreciados por las demás
estirpes. En esta
era, por lo menos en teoría, ya no -hay esclavos indios, pues
habiendo sido abolida la esclavitud indígena en 1674, es legal¬
mente imposible que subsista alguno. En cambio, la esclavitud
del negro fue permitida mientras hubo esclavitud,
y así exis¬
tieron en la zona y en todo el país negros, mulatos
y zambos
esclavos en cantidad considerable. El
negro observó por lo
general inalterable lealtad para con sus amos, y de allí que
con frecuencia fueran "manumitidos" o
puestos en libertad
en premio de sus servicios o de su conducta. En la
propia zo-

258 —
na de Curicó hemos encontrado casos de manumisión. Así,
don Antonio Falcón, en 1800, manumitió una esclava "por
haberle servido con toda lealtad y por otros justos motivos";
y don Diego Valenzuela, en 1805, manumitió un esclavo con
cargo de que lo sirviera por ocho años más.
Para apreciar y comprender en toda su intensidad este
interesante problema, es de importancia conocer las matrí¬
culas o censos de población que se hicieron en algunas loca¬
lidades. En ellos puede observarse la honda separación que
se hacía entre las diversas categorías, y el volumen que cada
una de ellas fue adquiriendo con los años.

He aquí algunos de ellos:

Año 1778.

Partido de Colchagua:

Españoles 20.875
Indios 3.727
Mestizos 3.774
Mulatos y negros . 2.887
Partido de Maule:

Españoles 26.254
Mestizos 1.278
Indios 1.285
Mulatos y zambos libres 873
Negros y mulatos esclavos 286
Año 1787.

Teno (Diputación de) :

Caballeros (incluyendo sus hijos y mujeres) 181


Esclavos de caballeros 38
Españoles (con hijos y mujeres) 1.604
Esclavos de españoles (.,•••• H
Indios 152

Año 1788.

Caune (Diputación de) :

Caballeros (con hijos y mujeres) 108


Esclavos de caballeros 71
Españoles (con hijos y mujeres) 317
Mestizos "y demás laya de gente" 644
Mulatos libres (con hijos y mujeres) 78
Indios 116

Curicó (Diputación de):


Caballeros (hacendados, labradores, mercaderes,
con mujeres e hijos) : 185
Esclavos de caballeros 22
Españoles (labradores, gañanes, vaqueros, oveje¬
ros, zapateros, arrieros, escueleros, albañiles,
carpinteros, pescadores, mayordomos, merca¬
deres, plateros, herreros, caldereros, fusteros,
serenos, tinajeros, con mujeres e hijos) 1.384
Esclavos de españoles 24
Mestizos (gañanes, zapateros, herreros) 255
Mulatos libres (gañanes, zapateros, curtidores, he¬
rreros) .'. 160
Indios (gañanes, zapateros) 159

Ningún documento puede explicar con mejor colorido que


estas matrículas el estado social de la Colonia. Aquí adverti¬
mos la infranqueable separación entre las castas, el problema
racial, la esclavitud y la ubicación en el trabajo que cada cas¬
ta buscó. Debemos, sin embargo, advertir que los datos rela¬
tivos a los mestizos no nos parecen del todo precisos. Sin
duda, hubo mayor cantidad de mestizos en todas las locali¬
dades; y si no figuran en estas matrículas, creemos que ello
se debe al fenómeno de asimilación que
ya hemos explicado,
lo que ha dado por resultado que gran número de ellos haya
sido incluido en los rubros de españoles y de indios.
Terminada la era colonial, el concepto de razas y de cas¬
tas fue perdiendo importancia con los años. La República abo¬
lió la esclavitud y con ella se fueron formando otros conceptos,
como la riqueza, el talento
y la educación, para determinar
la valía social. Estos conceptos alternaron en un principio
con los primitivos, y terminaron luego
por superarlos.
Sin embargo, la huella que dejaron las viejas ideas colo¬
niales de razas y de castas fue tan honda, y la naturaleza de
cada una de las estirpes era tan diversa, que es imposible
negar la influencia que hasta hoy día ellas han ejercido en
la organización social.


260 —
\

Vascos, castellanos y leoneses, que tenían una naturaleza


especial y que actuaron en determinadas formas, dieron ori¬
gen a determinados- grupos de la sociedad chilena. Mestizos,
indios y negros, con naturaleza física y moral diversa de los
otros y con actuación también diferente, originaron a su vez
grupos sociales de otra clase.
El problema, sin duda, es complejo ; pero hay algunos he¬
chos que resaltan a la vista y que un examen ligero de la vida
cotidiana y del proceso histórico chileno ponen en evidencia.
El elemento vasco, radicado especialmente en Santiago,
dio origen a una clase acomodada y dirigente, especie de aris¬
tocracia republicana, que ha ejercido notable influencia en
los destinos del país.
Elcastellano, de costumbres sobrias y trabajador, se es¬
tableció a lo largo del país, como encomendero, terrateniente
o comerciante, y dio origen en especial a la clase acomodada
de provincia, de buena situación económica o social y casi
siempre dedicada a la agricultura. Thayer y Encina, estudian¬
do este problema, han establecido una diferencia entre el cas¬
tellano viejo y el castellano nuevo ;y han estimado que este
último se radicó en pueblos pequeños, especialmente en los
que fueron asientos indígenas, en donde ha vivido en forma
orgullosa, sin relacionarse con indios ni mestizos. Por lo que
respecta a la zona curicana, tal afirmación general no es del
todo exacta, pues hay aquí castellanos viejos que han cons¬
tituido familias de importancia en las cercanías de antiguos
asientosindígenas y hay, por el contrario, castellanos nuevos
que se ubicaron en la villa de Curicó.
El elemento andaluz, que fue aventurero e imprevisor,
que raramente se estableció en alguna parte y que se rela¬
cionó con toda clase de gente, ha dado la mayor parte de la
sangre blanca en i a formación del mestizaje.
El mestizo ha tenido una trayectoria diferente según el
rol que asumió. Cuando fue descendente, se confundió con
indios, y con él se formó la clase popular. Cuando fue ascen¬
dente, cooperó a la formación de las clases acomodadas, en
diversas formas más o menos intensas. El "huaso" de hoy día,
no es otra cosa mestizo ascendente enriquecido'.
que un
Del indio y del derivado la clase popular
negro ha
chilena, en todas sus diversas manifestaciones. Provienen del
indio suelto, que tenía su ruca y su cerco, muchos pequeños
propietarios de hoy. Del indio de encomienda o de pueblo,
que quedó con tierras después de divididas las comunidades,
provienen también pequeños propietarios. En cambio, el in-


261 —
dio suelto que no tuvo tierras y el negro han dado origen al
inquilino de hacienda, al obrero de las ciudades y al vaga¬
bundo inquieto, que recorre el pais de un extremo a otro en
busca de trabajo.
De todos los elementos modernos que han resultado de
este largo proceso racial, ninguno es más complejo que el de
la clase popular, Por sus venas corre la sangre aventurera e
ingeniosa del andaluz; \a reconcentrada, belicosa y taciturna
del indio; la bondad y melancolía del negro. Su vida de hoy,
imprevisora y a veces-viciosa;" su vivo ingenio; sus rasgos de
ferocidad o de heroísmo; su resistencia; su poco apego a la
comodidad material y la invencible tendencia al vagabundaje
de muchos de ellos, no son otra cosa que el fuerte atavismo
de las razas mezcladas que le dieron origen.
La nota característica de la vida colonial en los lugares
en que ya quedó establecida la dominación española, fue la
paz en que ella transcurrió.
Dentro de la villa de Curicó, sus habitantes veían correr
días sin preocupaciones ni trastornos, bien distintos de aque¬
llos violentos y llenos de zozobras que habían vivido los con¬
quistadores y colonizadores, y bien distintos también de los
que vivirían después, plenos de emoción, cuando se iniciaran
las jornadas de la Independencia. Pero en este ambiente de
-paz y de tranquilidad en
que por norma general vivió la villa,
hubo algunos acontecimientos que a veces la turbaron y que
pusieron en conmoción a ella y a la zona.
Uno de estos acontecimientos extraordinarios fue la erup¬
ción del volcán Peteroa. Ocurrió el 3 de diciembre de 1763. El
Abate Molina, en breve descripción que ha sido citada des¬
pués por Astaburuaga v Guevara, nos ha trasmitido los pavo¬
rosos caracteres que ella revistió. Las cenizas y lavas invadie¬
ron yllenaron todos los valles inmediatos. Se ha dicho que un
pedazo inmenso de montaña se precipitó sobre el río Teno, sus¬
pendiendo durante diez días el curso de sus aguas; y que por
fin logró abrirse paso a través de él, despeñándose en el valle
vertiginosamente. Este fenómeno volcánico fue el que dio
origen a la laguna del Teno (o del Planchón) y a las termas
del azufre. Vicuña Mackenna se refiere a él llamándolo "te¬
rrorífica explosión del volcán Peteroa que tronchó cerros y
montañas como si fueran trozos de madera" (1).

(1) El volcán Peteroa no debe ser confundido con el Planchón, ubi¬


cado también en la actual provincia de
Curicó, pero más hacia el sur Que
el primero. Después de esta erupción el Peteroa ha tenido
poca actividad.

262 —
Se comprenderá, pues, la tremenda impresión que aquel
fenómeno ha deblao producir.
Los indios de la zona provocaron también, a veces, al¬
teraciones y nerviosidades en la villa de Curicó. Los pehuen-
ches de la cordillera solían bajar al llano a perpetrar algunos
robos, y hubo ocasiones en que amenazaron con incursiones
mayores, poniendo en alarma a los estancieros y a los vecinos
déla villa. Los indios de los pueblos de la costa tuvieron a ve¬
ces desórdenes y
conmociones, que causaron más de alguna
preocupación en la villa de Curicó, hacia la cual convergían
todas las noticias de la zona.
El
bandidaje alarmó también no pocas veces a los tran¬
quilos habitantes de la villa. De distintos parajes de la zona,
y en especial desde los cerrillos de Teno, cuya historia sinies¬
tra seguía forjándose, llegaban con frecuencia relatos terro¬
ríficos de asaltos y bandidos, las más de las veces abultados
considerablemente. Las malandanzas de los bandoleros a ve¬
ces se ejercieron a las puertas mismas de la villa, turbando
así la paz colectiva de sus habitantes.
Pero lo que más abundó y lo que más apasionó a los ha¬
bitantes de la villa colonial, fueron los incidentes que de
cuando en cuando se originaban entre autoridades y vecinos.
Tuvieron como nota común la violencia y la tenacidad. Por
motivos muchas veces pequeños, las autoridades se mezclaban
entre sí o con algún vecino connotado en polémica airada o en
conflicto enojoso. La villa entera y a veces la zona se preocu¬
paba de él y seguía con apasionamiento sus alternativas.
Los más bullados de estos incidentes originaron en
se

tiempos del Párroco don Antonio de Céspedes. El Subdelegado


de la época, don Juan Antonio de Armas, los Alcaldes señores
Juan Fernández de Leiva y Francisco Muñoz y connotados
vecinos, tuvieron con el Párroco agrios conflictos, que moti¬
varon hasta la intervención del Presidente del Reino, don Luis
Muñoz de Guzmán.
Un Domingo de Ramos, el Párroco dio orden de no reci¬
bir en la iglesia ni al Subdelegado ni al Alcalde, y de no dar¬
les agua bendita ni
preferencia en el reparto de ramos, no

En la
republican asólo ha tenido pequeñas erupciones, siendo la últi¬
era
ma 1891. Pero en esta era se ha producido la aparición del Quizapú,
en
cráter adventicio del Descabezado Grande, ubicado en la provincia de Tal¬
ca. Sus
primeras manifestaciones datan de 1845 y sólo en 1914 apareció
con caracteres de volcán. En 1932 lanzó una lluvia de ceniza
que, en pleno
día, obscureció por entero la zona curicana, causando la consiguiente
alarma.


263 —
obstante estar colocado en lugar preferente el banco del Ca¬
bildo. En otra ocasión organizó por las calles una gran alga¬
zara con música y una
corrida de toros, presentándose él
mismo a "echar lances" a
ternerillo. El Subdelegado Armas
un
estimó que aquello tenía por objeto "molestar al Alcalde".
En varias ocasiones negó la comunión a personas desafectas
y desde el púlpito trató con dureza a personas y familias con¬
notadas de la villa, llamándolos "los encopetados", "los de
tintura y capa de grana", etc. El Subdelegado Armas, a su
vez, le negaba auxilio cuando el Párroco requería su ayuda
para corregir inmoralidades, y le dirigía cartas burlescas.
El Alcalde don Francisco Muñoz se retiró un día de la
misa mientras el cura Céspedes predicaba. Mientras hacía el
trayecto de retirada por la nave central de la iglesia, desde
el banco del Cabildo hasta la puerta, fue advertido por el cu¬
ra, que lo apostrofó con violencia, gritando desde el púlpito:
"¡Se va el Rey! ¡Se va el Rey! ¡'Ese es el Rey, al que deben
seguir!" El Alcalde Muñoz, defendiéndose más tarde, dijo
que se había retirado "por una necesidad corporal urgente".
A tal extremo llegaron las cosas que el cura Céspedes es¬
cribió reclamando al Gobernador del Reino, en 1803. Don Luis
Muñoz de Guzmán, que a la sazón gobernaba, inclinó sus de¬
terminaciones en favor del párroco y envió una enérgica nota
al Subdelegado.
*■

He leído, le dice en mayo de 1803, con el mayor asombro una carta...


que me ha escrito el cura de esa villa don Antonio de Céspedes, indicán¬
dome los daños espirituales de que padece su feligresía, y el desprecio que
han hecho el Subdelegado don Juan Antonio Armas, el subalterno don
Juan Fernández y el Alcalde don Francisco Muñoz, no sólo de 'su persona
y carácter, sino de la misma religión, como lo acredita una carta irónica
del primero que acompaña, escrita a su despedida, después que él y los
demás le han negado los auxilios debidos, exigiéndole justificación de caui
sas, que es de resorte de ellos como jueces, a consecuencia de los de¬
nuncios ...
llegando el desacato del referido don Francisco hasta salirse
del medio de la iglesia en tiempo de la
plática que hacía el cura del pue¬
blo después de la misa, sin atender a las amonestaciones que en aquel
acto le hizo éste de que se detuviera con ios demás
que por su mal ejem¬
plo le seguían.

Terminaba el Presidente pidiendo que se convocara a es¬


tas tres personas y se les hiciera saber .el sumo desagrado que
ha causado su conducta, ya que siendo los
principales del
pueblo debían dar ejemplo de reverencia a la Iglesia; y que
suspendía la severa corrección que merecían.
Cuando esta comunicación fue recibida en Curicó, don
Juan Antonio de Armas ya no era Subdelegado del Partido.
Tampoco era Subdelegado subalterno don Juan Fernández, y

264 —
sóloejercía funciones aun don Francisco Muñoz, como Alcal¬
de de segundo voto. El nuevo Subdelegado del Partido, don
José Gregorio Argomedo, debió cumplir lo ordenado en esta
misiva; y así, en junio de 1803, trasmitió a los señores Armas,
Fernández y Muñoz, las amonestaciones del Gobierno.
El Subdelegado don Francisco Javier de Bustamante, tu¬
vo también, en 1797, un bullado incidente con don José de
Baraínca. Se seguía én esos años un pleito en Curicó entre los
señores Manuel Eguiluz y Francisco Poblete. El señor Baraín¬
ca se presentó en carácter de Ministro de Fe ante el Subdele¬

gado, a fin de notificarle un decreto del Gobierno que orde¬


naba enviar el expediente a Santiago. El Subdelegado le exigió
la entrega del decreto y Baraínca se negó, por lo que no fue
posible cumplir la diligencia. Pocos instantes después, don Jo¬
sé de Baraínca se presentó de nuevo al despacho del Subde¬
legado, acompañado ahora de dos hombres en calidad de tes¬
tigos. La paciencia del Subdelegado llegó sólo hasta aquí. Hizo
apresar a Baraínca, le colocó grillos y lo envió a la Cárcel;
y sólo cuando se allanó a pagar dos reales al día para vigilan¬
tes, accedió a mantenerlo preso en la sala del Cabildo. Fue
necesario que un hermano de Baraínca, el clérigo don Fran¬
cisco de Borja Baraínca, residente en Santiago, reclamara
al Gobierno, para que pudiera ser puesto en libertad.'
En 1801, hubo también un incidente notable entre el Sub¬
delegado Armas y el cura de Vichuquén, don José Antonio de
Eguiluz. Sucedió que el notario eclesiástico de Vichuquén,
'don Juan Ramírez, dio algunos ramalazos a un indio de ape¬
llido Repollanca, el cual se quejó a las autoridades. Se siguió
entonces un sumario, de resultas del cual se ordenó la prisión
del notario y el embargo de sus bienes. Cuando el cura de Vi¬
chuquén recibió nota del Subdelegado Armas comunicándole
estos- hechos y haciéndole presente que debía nombrar otro
notario, lleno de.indignación le contestó: "Recibo la autori¬
zada de US., más que la de un señor Presidente, en que me
dice los excesos y atropellos que hizo Ramírez en contra de
la Real Justicia, por haberle dado unos riendazos al indio Re¬
pollanca. .. Enterado de fodo y del Decreto, oficio a US.
que no pongo otro Notario ni hay otro que poner, y he de ver
por el medio que me sea posible si a Ramírez le vale el fuero
de empleo para que se haya hecho con él la carnicería que
su
se ha hecho. Si US. sabe defender a jueces picaros, o a lo
..

menos lo ha vertido con plata y pluma, yo digo que he de de¬


fender con plata y pluma, y razón, a un hombre de bien".
Esta vez fue el Subdelegado Armas quien reclamó, enviando


265 —
la cartadel cura al Presidente del Reino. Intervino entonces
elObispo de Santiago, enviando una severa reprimenda al
Párroco de Vichuquén.
Hubo también otros incidentes de menor consecuencia,
como originado en 1797 entre el Subdelegado Bustamante y
el
el agrimensor del Partido, Morales de la Vega; y los que reite¬
radamente se promovieron entre el Párroco de Vichuquén,
el Protector de indígenas y el Corregidor del Maule, por la
distribución de los tributos indígenas.
La instrucción pública y las manifestaciones culturales
son en esta era notablemente rudimentarias. No puede desco¬

nocerse, sin embargo, que hombres de entonces hicieron más


de algún esfuerzo por la educación y la cultura de la zona.
La primera escuela pública había sido creada antes de
la fundación de la villa de Curicó, en el Convento franciscano.
El fundador del Convento, don Manuel Díaz Fernández, había
dicho en su testamento, otorgado en 1737: "Eis mi voluntad
que se aplique un donado o hermano religioso lego a enseñar
los niños que concurrieren, a modo de escuela, la doctrina

cristiana, leer y escribir, sin que esto se deje por descuido o


negligencia". Así fue creada, antes que la propia villa de Cu¬
ricó, la primera escuela de la zona. Estuvo en un principio a
cargo de un lego, y prestó desde entonces servicios de consi¬
deración. Cuando el convento se trasladó años más tarde al
nuevo emplazamiento de la villa, la escuela siguió funcionan¬
do, y ha logrado llegar hasta nuestros días.
El convento mercedario, establecido en la villa pocos años
después del traslado a su segunda planta, abrió también una
escuela de primeras letras que constituye el segundo estable¬
cimiento de esta naturaleza eh la zona.
Años después, el Párroco de la villa, don Antonio de Cés¬
pedes, estableció una escuela particular también; y en 1801,
el mismo Párroco pidió al Gobierno que se estableciera en la
villa una escuela pública, costeada con recursos municipales.
La Real Audiencia encontró atendibles las razones del cura
y ordenó
en 1802 la creación de la escuela. Este estableci¬
miento fue llamado "Escuela del Rey", y empezó a funcionar
en 1803. Segastaron en ella, en aquel año, cien pesos para
el pago de profesor, quien tenía obligación de enseñar a "leer,
escribir y firmar"; cincuenta pesos
para "bancos, catones, me¬
sas, tinteros y cartillas"; y veintidós pesos para el arriendo
de una casa ubicada en la Plaza, de Armas. En
1809, la Es¬
cuela del Rey significaba a la villa un
gasto de cien pesos
por el profesor y veinte por el arriendo de la casa. El primer


266 —
profesor fue don Francisco Suárez, a quien reemplazó después
don Nicolás Muñoz.
'

En el padrón de habitantes de la diputación de Curicó


que se hizo 1788 (antes de la creación de la Escuela del
en
Rey), figuran "dos escueleros", que corresponden, seguramen¬
te, a las escuelas de San Francisco y la Merced.
La entrada de libros a la zona continuó siendo muy escasa.
Ya hemos visto que antes de la fundación de Curicó sólo
existían algunos libros en los conventos franciscanos; en la
Parroquia de Vichuquén ; en la estancia del Guaico, en la cual
encontramos un tomo de la Recopilación de Indias, dos tomos
de Historia de España y un tomo de Tasso; y en la estancia
de don Cayetano Correa, en la costa.
Después de la fundación de Curicó la situación no sufre
alteración de importancia. Los conventos siguien siendo casi
los únicos lugares en que hay biblioteca. La de San Pedro de
Alcántara, no obstante la lejanía de su ubicación,'parece ha¬
ber sido de importancia, pues en un inventario hecho pocos
años después de terminada la Colonia, figuran "21 libros im¬
presos" y dos estantes para libros. En el convento de la Mer¬
ced, de la villa de Curicó, se formó también una pequeña Bi¬
blioteca; y así, en 1787, al hacerse el inventario del Padre Mi¬
guel Dubourg, figuran "cuatro breviarios, un diurno, un cua¬
dernillo de la Orden y doce libros". Los funcionarios de la vi¬
lla suelen tener también algunos libros de leyes enviados por
el Gobierno
y en las escuelas existen "catones" y otros textos
elementales. Entre los particulares puede decirse que no exis¬
ten libros. Por excepción, hemos encontrado en 1771, en Iloca,
en poder de don José Besoaín, los mismos libros que pertene-
cieron a don Cayetano Correa, y que son los siguientes: Santa
María la Antigua, Santa María Egipciaca, y dos tomos de
leyes. Estos libros habían sido recibidos por la esposa del Sr.
Besoaín, doña Fructuosa Correa, como parte de la herencia
de su padre don Cayetano Correa.
Otras manifestaciones intelectuales o artísticas no se co¬
nocieron en grado importante en la zona durante esta época.
De pintura no se veía otra cosa que las imágenes religiosas
en lienzo, repartidas en casas de la villa y en estancias; y de
escultura sólo se conocían las hermosas imágenes quiteñas ta¬
lladas en madera y otros santos de bulto. La música sólo era
oída en las iglesias o en reuniones
privadas; y una que otra
vez en las
"algazaras de música", que armaba por las calles
el cura
Céspedes "para molestar al Alcalde". Hubo también
algunos asomos de poesía popular; y así se recuerdan los pa-

267 —
lias realizadas entre Taguada y Javier de la Rosa a fines del
siglo xvin. «intan
Médicos no hubo en la Colonia en esta zona, y sólo inter¬
venían en las enfermedades prácticos y curanderas. Abogados
tampoco se conocieron; pero para reemplazarlos hubo perso¬
nas competentes en leyes que prestaron valiosos servicios, re¬
presentando a los litigantes en pleitos. Entre ellos podemos
mencionar a los señores José de Aránguiz, José Baraínca,
Manuel Olmos de Aguilera y Juan Fernández de Leiva.
Un aspecto curioso del estado social de esta era, que re¬
vela mucho de imprevisión, es el relativo a los archivos. No
había orden ni norma alguna para conservar los documentos
públicos, 110 obstante que de ellos a veces dependía el bien¬
estar y el patrimonio de las personas.
Las escrituras públicas se otorgaban ante los escribanos
de Colchagua y Maule, ante tenientes de Corregidor y Diputa¬
dos, Alcaldes y Subdelegados, en tal forma que no había una
autoridad única ni un registro único donde estampar los ac¬
tos y negociaciones de la época. Era, pues, difícil dar con el
1

paradero de alguna escritura, y los interesados no tenían me¬


jor garantía que obtener una copia en el momento mismo de
extender la escritura. Hoy día, gran parte de estos instrumen¬
tos están compilados en tomos titulados Escribanos de Curicó.
que se conservan en el Archivo Nacional de Santiago.
Los expedientes de pleitos estaban aún más repartidos
que las escrituras. La época colonial de Chile se caracterizó
por el desorden en materia judicial. Las causas civiles y cri¬
minales no estaban entregadas a una autoridad o
jerarquía
única, sino que eran conocidas por la Real Audiencia, por los
Presidentes, por los Corregidores, por los alcaldes, etc. En es¬
ta forma, los autos relativos a pleitos
seguidos en Curicó es¬
tán hoy repartidos en los archivos de la Real Audiencia, de
la Capitanía General y Judicial de Curicó.
Lo más notable es lo ocurrido con los
expedientes sobre
la fundación de la villa de Curicó.
Cuando don José de Manso fundó la villa en su primera
planta, en 1744, hizo levantar un expediente que contenía
todas las actuaciones del particular. Este expediente lo envió
al Rey de España con fecha 2 de noviembre de 1744, fue en¬
tregado al Fiscal y de ahí pasó al Consejo de Indias. Nada
más se sabe de él, y en los archivos nacionales no- se ha encon¬
trado jamás alguna copia suya.
Cuando la villa fue trasladada, en 1747, a su segunda plan¬
ta, se formó nuevamente un expediente con las actuaciones


268 —
del caso. Ya en 1787 esteexpediente se encontraba extravia¬
do.Requerido el escribano mayor de la Gobernación para dar
cuenta de él, expidió el siguiente certificado:

Certifico que los autos de la fundación de la villa de San José de Bue-


navista de Curicó no paran en la oficina de mi cargo, porque a la funda¬
ción de las villas tuvieron sus Protectores que corrían con los adelanta¬
mientos de ellas, y rindieron sus cuentas al Tribunal Mayor de Cuentas,
j los autos que el Corregidor de la villa de San Agustín de Talca y el cura
de Curicó formaron sobre varios puntos para el fomento de la misma villa,
sepasaron a la Junta Superior de Hacienda, en donde se bailan.—Stgo.,
Nov. 19 de 1787.

UGARTE.

Hoy día, este expediente sobre el traslado de la villa se


encuentra en el Archivo de la Capitanía General, volumen 560

(Archivo Nacional).

10.—LA VIDA RURAL

a) La tierra.—Cada vez más, la tierra de la zona conti¬


núa adquiriendo ribetes de laboriosa colmena. Las estancias
aumentan en todos los sectores. Casas, bodegas, molinos, ca¬
pillas, curtidurías, se reproducen como por encanto. Viñedos,
arboledas y sementeras se han venido extendiendo como una
sábana. La población aumenta, se advierten ya núcleos pobla¬
dos que son como germen de futuras aldeas; y hay, en fin,
una vida que bulle cada vez con más fuerza.

Desde los lejanos tiempos de los primeros colonizadores,


que empezaron a transformar la tierra abrupta que recibie¬
ron, ¡ qué de cambios se han venido operando ! Los documentos
de esta época nos dan la visión de una tierra nueva, que no
es la misma del indio ni la misma de los colonizadores. Tiene

otros aspecto y otra vida. La del indio fue inhóspita y dura.


La del colonizador fue una tierra en pleno proceso de trans¬
formación. La de esta era, es ya el principio de una realidad
llena de vida, en la que se empieza a advertir el fruto de dos
siglos de lucha.
Hay mapas de esta era que son documentos elocuentes,
en los cuales es posible advertir con claridad este nuevo es¬
pecio de la tierra.
En el archivo Moría Vicuña hay un hermoso diseño de
la Doctrina de Guricó, o sea del territorio jurisdiccional de
la Parroquia, hecho en 1807, "a escala de 4 leguas arregladas
a .vara castellana". Se trata del mismo terreno de la "isla de
Curicó". Aparecen en él los ríos Teno y Lontué desde la cor-

269 —
dillera hasta que, confundiéndose, dan origen al Mataquito.
Al extremo poniente está señalada la villa de Curicó y el Con¬
vento Viejo. El "camino rep.1 de Santiago a Concepción", o
sea, el camino de la Frontera, cruza la isla de norte a sur,
algunas cuadras al oriente de la villa. Están diseñadas las
estancias de Guaico, Huerta, Chuñuñé, Quilvo, Guindos, Quete-
Quete, Maquehua, Chequenlemu y el valle de Upeo. Montes
vírgenes se advierten en las proximidades del Guaico, en los
Guindos y en la isla que forman el estero Chequenlemillo y
el río Lontué.
Hay también en el archivo de la Capitanía General otro
mapa de la isla de Curicó. hecho en 1759, y que ilustra un liti¬
gio particular. En la isla que hacen los ríos Teno y Lontué,
no
hay más indicación que ésta. "Isla que hacen los dos ríos
Teno y Lontué entre la cual está Curicó. Canales ha vendido
en esta isla muchas tierras con el mismo título con que
pre¬
tende derecho a las islas que están de la otra parte del río de
Lontué y goza en la cordillera de más de tres mil cuadras con
el mismo título entre estos dos ríos". El comienzo del río Ma¬

taquito es designado en este mapa como "río grande de Pete-


roa". A orillas se diseña el "Morillo de las Cruces". ,
sus

De la zona costina hay en el archivo de la Capitanía Ge¬


neral un diseño de 1787, que abarca sectores como Vichuquén,
Paredones, Bucalemu, etc. En él aparecen trazadas las lagu¬
nas de Vichuquén, Torca, Boyeruca, Bucalemu y los Choros
(Cáhuil) ; los esteros de Alcántara, Paredones, Tilicura; las
Parroquias de Vichuquén y de Paredones; las estancias de Hi¬
guerilla, Dollenco, Túbulo, Boyeruca, Bucalemu, San Francis¬
co de la Palma. De norte a sur, la zona que abarca este ma¬

pa aparece cruzada por el "camino real antiguo", que no es


otro que el viejo camino de los costinos. De él parte en direc¬
ción hacia el nor-oriente, un ramal que se llama "camino real
de los pescadores a Santiago". En el estero de Tilicura, apa¬
rece trazado el vado de Totorilla.
Hay también descripciones de la época, que son de un
valor inapreciable para conocer el aspecto rural.
He aquí como describe don Fermín Urzúa, en 1788, la di¬
putación de Curicó: "Tiene esta diputación cosa de doscien¬
tas cincuenta cuadras de tierra que llaman de rulo que entre
las de pan llevar (1) así se distinguen porque no es menester
regadío para el cultivo de lo que en ellas se siembre, sí sólo

(1) Ha querido referirse à las de "pan coger", o de secano.


270 —
sembrar y cercar para precaver el daño de las gentes y ani¬
males. En estos rulos hay varios montes altos de canelos y pata-
guas, pitra y arrayanes, cuyos palos sirven para umbralados
y envarillados de las construcciones, cercas y bateas; y como
la subsistencia de las humedades es por el conjunto de aguas
que subterráneamente en ellas se recopilan, se forman varios
arroyos y entre ellos una fuente copiosa, reventando en me¬
dio de ella un borbollón de más de vara en contorno, cuya se
halla cosa de tres cuartos de legua de esta villa, para el po¬
niente, y algunos esterillos, de los que es uno de agua negra,
y de él se deriva Curicó, que en lengua indiana significa Agua
Negra (digo Negra Agua), y con agua de este estero muelen
dos molinos que distan de esta villa al poniente poco más de
legua el uno, y el otro menos. Y así los arroyos como los es¬
terillos, sirven sus aguas para el regadío de otras tantas
cuadras de tierra. Al oriente, distancia de tres y media le¬
guas, hay una mina de tierra blanca que sirve para el blan¬
queo de los templos y demás construcciones de esta villa.
Sólo se contiene en esta diputación una hacienda de impor¬
tancia, y aunque en las listas consta de dos hacendados, só¬
lo el señor dueño se halla en ésta y la hacienda en diputa¬
ción distinta. Esta diputación está entre dos ríos que for¬
man una figura triangular; al norte, Teno y al sur, Lontué.
Por lo que hace a diputación, siguiendo la propia figura de
oriente a poniente, por las riberas del Teno al lado del sur
por el centro de dicha primera figura de ancho una legua y
de largo ocho, pertenece a la Subdelegación de Colchagua, di¬
vididas con linderos y miras; y por lo respectivo a doctrina
es de río a
río, hasta sus juntas que forman una isla. Minera¬
les no hay; algunos templos: la iglesia parroquial, una de
Nuestra Señora de Mercedes, otra de recoletos franciscanos
y una capila distancia de seis leguas de esta villa al oriente".
Debemos anotar al margen que esta descripción es exce¬
sivamente estricta al señalar una sola hacienda de impor¬
tancia, pues las había en mayor número; y que se trata de
uno de los
pocos documentos coloniales que hablan de "ha¬
cienda" y no de "estancia". Debemos advertir también que la
capilla de que habla es la del Guaico; y que omite la capilla
de Tutuquén.
He aquí una descripción de la diputación de Vichuquén,
hecha el mismo año de 1788, por don Hermenegildo Céspe¬
des: "Comprenden un retazo de la doctrina de Vichuquén.. .
y su extensión de oriente a póniente es de diez leguas; su lin¬
dero al oriente es desde un estero que baja de un cerro nom-


271 —
brado Ranguilí, cuyo estero entra al río nombrado Mataquito
y dicho río está al sur y entra al mar, que es al poniente ; y al
norte, deslinda un estero que sirve de deslinde de la doctrina
de Vichuquén y Paredones ; su distancia de sur a norte es de
seis leguas y dentro de dicho territorio hay tres capillas (se
refiere, sin duda, a las iglesias de Vichuquén, Lora y Quel-
men, únicas que existían en ese año, aun cuando con poste¬
rioridad se establecieron capillas particulares) y dos pueblos
de indios". (Lora y Vichuquén).

Tenemos finalmente una descripción de la zona de la cos¬


ta hecha en don Antonio de Céspedes, que constitu¬
1799 por
ye un triste retrato de esta región, pero que sin duda es exa¬
gerada. va que está en contradicción con otros antecedentes.
Dice Céspedes aue la zona es tan pobre que en ella no hay
ni leña ; y que sólo se ven palquis y uno que otro arbolillo que
lo comen los animales. Agrega que viajaba un día con un ca¬

ballero por esa región, y que éste, mirando del cerro al río
y del río al cerro, le dijo: ¿Y cómo vive esta gente?
el escenario en el cual se desarrolla la vida
Eiste es, pues,
rural de la zona' curicana. Montañas, ríos, estancias, capillas,
molinos, indios, vegetación; v todo esto rodeando por todos
sus costados a la naciente villa de Curicó, en la cual empie¬

zan a formarse los primeros gérmenes de vida urbana.

b) El curso de los ríos.—Nada hay, ni hombres ni cosas,


que dé un colorido más típico a la vida rural de Curicó, que
el curso de sus ríos. Ellos lo atraviesan de un extremo a otro;
sus cauces, tranquiloso correntosos, aislan
a la zona o la co¬
nectan con el resto del
país; fertilizan sus campos, mueven
sus molinos. Hasta hoy día la vida económica de la zona
está en gran parte subordinada a sus ríos; pero la situación
de hoy es un pálido reflejo de lo que fue en la era colonial, en
la cual los ríos, entonces torrentosos, controlaban casi todos
los aspectos de la vida. Si el torrente se embravece, no hay
vado que valga ni balsa que pueda cruzar, y quedan enton¬
ces'regiones enteras sin correspondencia, sin mercaderías, sin
auxilios religiosos. Si el agua falta o si no hay un cauce pró¬
ximo, las tierras son estériles y no hay fuerza que mueva las
ru°das de los molinos.

Las aguas descienden lentamente, desde la cima de los


Andes hacia el valle central. En medio de un espectáculo cau¬
tivante, surgen cristalinas de todas partes y se despeñan bu¬
lliciosamente, siguiendo las desigualdades del terreno. Peque-

272 —
ños cauces se van acercando poco a poco unos a otros y por
fin adquieren los caracteres imponentes de verdaderos ríos:
al norte, el Teno; y al sur, el Lontué. Ambos ríos corren ve¬
lozmente de oriente a poniente. Mantienen en un momento
dado considerable distancia; pero poco a poco se van aproxi¬
mado hasta confundirse el uno con el otro, para dar origen
al caudaloso Mataquito, que se pierde en el mar después de
atravesar el valle de la costa.

El Teno y el Lontué encierran entre sus riberas a la isla


de Curicó, en la cual se ha alzado la villa de San José de Bue-
navista. El Mataquito, internándose por los cordones serranos,
da comienzo a la zona de la costa. Sus aguas son lentas en
un principio. Caminan reposadamete, escurriéndose dentro
de una llanura extensa y plana. Su curso, más adelante, tiene
variantes apreciables. Bordea la cordillera de la costa; se de¬
tiene a veces en hermosos remansos; se precipita después en
un curso veloz; ensancha y junta sus orillas; y sólo permite

ser cruzado en balsas.

A ambos lados del río Mataquito, corre hermoso y fértil


valle. El del lado norte forma la zona curicana. En él se han
levantado estancias, molinos, capillas; viven indios en sus
tolderías y se están formando gérmenes de futuras aldeas. Al
costado sur, fuera de la zona curicana. hay también vida bu-
llente. Está el pueblo de indios de Huenchullami ;' la Parroquia
de Curepto, que está haciendo nacer una aldea a su vera; es¬
tancias valiosas, como el Culenar, San Francisco de Paula . . .

Frente al pueblo de Gonza o La Huerta, el Mataquito


hace una curva v se divide en dos brazos, que luego se jun¬
tan. Cae al mar frente a un promontorio que se llama Depun,
oue se alza frente a la estancia Naicura. Después de su des¬

embocadura corren nor la orilla del mar valiosas tierras de


cultivo, destinadas desaparecer devoradas por su cauce to¬
a
rrentoso. Durante toda là era colonial éste es el lugar de la
desembocadura del río; pero, con el correr de los años, y pro¬
mediando ya el siglo 19. las aguas empiezan • a devorar las
tierras de cultivo y caminan hacia el norte, para terminar
desembocando donde lo hacen hoy día.
No hay en esta era una denominación uniforme para
este río. Los indios lo habían llamado primero "Güelengüele-
vano". Los incas, al invadir la zona, le dieron el nombre ai-
mará Mataquetha, que, tranformado en Mataquito, ha lle¬
gado hasta nosotros. Sin embargo, la era colonial le da tam-

273 —
bién otros nombres. Ercilla, en La Araucana, habla de Mata-
quinos, y hay estrofas en las cuales lo llama río Claro:

A la corva ribera del río Claro

que vuelve atrás en circulo gran trecho


después hasta la mar corre derecho.

Algunas cartas geográficas, entre ellas das de Blaew


(1658) y Guillaume de L'Isle (1703), lo llaman río de Lora; e
igual denominación le da el Voyage autour du monde de
Woodes Rogers. El Diccionario Geográfico Histórico de las In¬
dias occidentales (1779) lo llama Mataquino, como Ercilla.
Fue también común que se diera distintos nombres a los di¬
versos sectores de su curso: en su nacimiento, se le llamaba

"río grande de Peteroa"; frente a donde había estado el pue¬


blo indígena de Mataquito, en Peralillo, se le llamaba "Mata-
quito", y frente al pueblo indígena de Lora, se le llamaba
"río de Lora". Con los años, se fue uniformando la denomina¬
ción de río Mataquito para todo su curso, y así llegó hasta
nosotros, sin otro desvío que el nombre de "falso Maule" que
algunos marinos le dieron en época moderna, por la seme¬
janza de su desembocadura con la del Maule.
Los ríos de la zona han variado de cauce en muchas oca¬
siones, alterando muchos aspectos de la vida rural. Ya cono¬
cemos la avenida del río Teno en el siglo XVII, que hizo des¬
aparecer el rancherío.indígena de Rauco; y los trastornos del
mismo río en 1763 con motivo de la erupción del Peteroa. En
los últimos años de la colonia el río Teno, empezó a variar su
cauce en forma alarmante, amenazando varias propiedades

vecinas. Ya en 1818, varios propietarios, encabezados por don


Pedro Antonio Villota, iniciaron obras para restituirlo a su
antiguo cauce, sosteniendo que estaba en peligro la capilla,
entonces instalada en la estancia de los Iturriaga. Hubo opo¬
sición por estas obras y se ordenó suspenderlas; pero bien
pronto pudo constatarse que esos temores eran fundados,
pues en 1827 el río cambió de curso y arrasó con valiosos
terrenos y con la capilla de Tutuquén que había sido erigida
en Parroquia en 1824
y que hubo de trasladarse después de
esto a su emplazamiento actual, en Rauco (1).

(1) El Mataquito ha tenido también en la era moderna alteraciones


de importancia en su cauce: una. fue en 1827, que acarreó la pérdida de
gran parte de las tierras de los indios de Lora; y otra, a mediados del siglo,


274 —
Las estancias.—Hay en esta época un número mucho
c)
mayor de estancias o propiedades agrícolas. Las antiguas
concesiones de tierra, que dieron a los terratenientes la po¬
sesión de predios extraordinariamente extensos, se han veni¬
do subdividiendo con los años, por herencia o por ventas. Es¬
ta era que se inicia
fundación de la villa de Curicó, se
con la
caracteriza, pues, por una clara tendencia hacia la subdivi¬
sión territorial, que va aumentando el número de las estan¬
cias, a la vez que disminuye su extensión.
La propiedad territorial tiene ahora una mayor cotiza¬
ción y su tradición y comercio es ya cosa usual. Los hombres
compran y venden propiedades; las familias se distribuyen en
hijuelas las viejas estancias de sus antepasados; y nd faltan
quienes enajenen retazos. La población rural, así, aumenta
notablemente; el suelo se cultiva mejor; hay nuevas casas y
agrupamientos humanos en medio de los campos; y, como
consecuencia de todo, mayor colorido humano en la vida.
i

,Es curioso conocer cómo apreciaban los hombres la tie¬


rra de los diversos sectores de la zona, a través de sus tran¬
sacciones comerciales; y cómo juzgaban la bondad de los sue¬
los en uno y otro lugar. He aquí algunos datos sobre el precio
de la tierra en esta era:

El Boldo 7 pesos 4 reales la cuadra


Hueca Huecán 8 pesos 1» cuadra
Upeo 10 reales la cuadra
Rauco 10 pesos la cuadra
Tricao 2 pesos la cuadra
Guaico 2 pesos la cuadra
Romeral 1 ipeso 4 reales la cuadra
La Montaña (Sector Iloca) 1 peso la cuadra
Quilvo J. peso la cuadra
Entre el Lontué y el Guaiquillo .• • • 4 reales la cuadra
Chuñuñé 9 reales la cuadra
Iloca ../ ••• 10 reales la cuadra

Dar a conocer el púmero completo de estancias en todo


este período de la vida colonial, es tarea imposible. Vamos a
trazar, sin embargo, un cuadro lo más completo que nos ha
sido dado componer, con las estancias que tuvo la zona curi-
cana, desde la fundación de su villa en 1744 hasta el final

Que trajo por resultado el cambio de su desembocadura, desde Depun has-


la las proximidades del Peñón, arrasando con valiosas tierras de la estan¬
cia El Médano.


275 —
de la Colonia en 1810. Colocaremos en él un número de re¬

ferencia, para relacionar las estancias de esta época con las


primitivas mercedes de tierra que enumeramos en páginas
anteriores. 'Cuando se desee saber de cuál merced de tierra
proviene una determinada estancia, bastará con buscar su
número de referencia en el cuadro de las mercedes de tierra.
No incluimos en este cuadro las tierras de los indios, a las que
nos referiremos por separado. Los nombres de lugares, cuan¬
do están entre paréntesis, constituyen nombre de estancia;
y, en caso contrario, simple ubicación. Las personas que fi¬
guran en conjunto, como propietarios de determinada estan¬
cia, o de determinada ubicación, no son necesariamente co¬
muneros. Son simplemente vecinos en la misma época, o sus
estancias tienen el mismo nombre. Cuando los propietarios
están numerados, quiere decir que fueron dueños, sucesiva¬
mente, de la misma estancia. Las propiedades están agrupa¬
das por regiopes. Algunos estancieros que poseyeron en la
época de la colonización y que continuaron poseyendo en
esta era, no están incluidos, sin embargo, en este cuadro, en
razón de haber sido en aquella época, y no en ésta, donde ac¬
tuaron por mayor tiempo y con mayor intensidad.


276 —
ESTANCIAS EN LA ZONA CURICANA

(1744-1810)

Núm.
de re¬ Ubicación o Núm. de
feren¬ nombre de la cuadras Propietario Año
cia estancia

38 Comalle y Teno 1.037, 1. Petronila Delgado y 1790


parte Pedro de los Alamos.
ppal. 2. Celedonio Villota.

19, 20 Rauco 2.000 Agustín Gamboa (casado 1770


y 28 con Rosa Torrealba).

19, 20 Rauco Maria Mercedes Ruiz de 1806


y 28 Gamboa.

19, 20 Rauco 1. Eugenia Ruiz de Gam¬ 1805


y 28 boa.— 2. José Antonio y
Andrés Zúñiga Gamboa
y Agustín del Pozo.—
3. Juan Peo. Labbé.

19, 30 Rauco Manuela Ruiz de Gam¬ 1798


y 28 boa (casada con Manuel
Labbé).

19, 20 Rauco y Teno 1. Antonio Canales de la


y 28 Cerda (¡hasta 1750).— 2.
Feo. Canales de la Cerda.

38 Comalle Nicolás Arriagada. 1792

Juan Fernández Labra. 1805


Quilpoco

19 San Antonio del 300 José Antonio Mardones. 1785


Cerrillo (Teno)

19 El Guanaco 50 Convento San Feo.


Núm.
de re¬ Ubicación o Núm. de
feren¬ nombre de la cuadras Propietario Año
cia ■
estancia

19 Quinta 1. Graciliano Lazo de la 1604


Vega.— 2. Juan Vergara.

23 Hueca-Huecán Mateo González, 'Euge¬


nio Daza, Gertrudis Sil¬
va, Fea. Espinosa, Fer¬
mín Urzúa, Juan Llórente.

41 y Guaico Juan Ignacio, Magdale¬ 1750


44 na, José, Pedro y Petro¬
nila Maturana.— Lucas a
de Arriarán (parte de la
Hijuela de Juan Ignacio), 1608
Feo. Grez (la parte de
Magdalena), Miguel Grez
(la parte de José). Lucas
y José A. Bravo (potrero
Las Cuevas). Suc. de Juan
Ignacio Maturana y Mer¬
cedes Acuña (el resto de
la hijuela de Juan Igna¬
cio Maturana).
/

23 Guañuñé Rafael Daza. 1784

41 y La Huerta 1. Pedro Urzúa Gaete.— Hacia


44 (Guaico) 2. 1806
Loreto, Fermín y An¬
tonio Urzúa.— 3. Loreto y
-
Fermín Urzúa.

41 y (Lado argenti¬ 1. Jacinto Farias.— 2. Do¬ 1744


44 no) : Potrero El 1784
mingo Espinosa.
Yeso

Hueca-Huecán Domingo Espinosa. Hacia


1804

41 y Potrero El Vol¬ Jacinto Farias. 1744


44 cán (lado argen¬
tino)


278 —
Núm.
de re¬ Ubicación o Núm. de
feren¬ nombre de la cuadras Propietario Año
cia estancia

37 Upeo Antonio Briones. 1804

37 Upeo 1. Félix y Feo. Araya.— 1790


2. Feo. Araya y Joaquín
López.

Los Pasillos 1. Felipe Clavel.— 2. Jo¬ 1804


sé Santos Fuenzalida.

23 Los Niches Santos Izquierdo.

Orillas del Lon- ■

tué Joaquín Fermandois. 1784

19, 20 Curicó 148


y 28 Convento La Merced Desde
1744
22 Curicó
Pedro Bárrales y Ana
Méndez.
29 Curicó
1. Antonio Canales de la 1744
Cerda.— 2. Feo. Javier
Canales de la C.— 3. Ma¬ a

ría Mercedes Alderete


(parte).— 4. Feo. y An¬ 1808
tonio Labra Alderete (la
misma parte).

22 Curicó Mónica Donoso.


1
22 Curicó Nicolás Solorza.

29 Entre el Lontué Francisco Rojas. 1808


y el Guaiquillo
(parte poniente) 1
23 Id. (parte orien¬ José María Apablaza. 1744
te) 1


279 —
Núm.
de re¬ Ubicación o Núm. de
feren¬ nombre de la cuadras Propietario Año
cia estancia

15 Los Guindos José María Mancilla, Ma¬ 1807


nuel Pavez, Juan Ley-
ton, Santos Bustamante,
Juan Méndez, Peo. Gue¬
rrero.

15 El Boldo Valentín Cotar. 1794

22 Tutuquén 1. Juana de
Iturriaga (es¬ 1780
posa dePrudencio Val-
derrama) .— 2. Antonio,
Agustín, Dámaso, María,
Tránsito, Rosa y Rufino
Valderrama Iturriaga.

27, 30 Sector Caune, Beatriz Urzúa Gaete, Fé¬ 1764


y 35 Los Negros, Los lix Valderrama Gaete,
Coipos, Rangui- Agustín Urzúa Gaete, Ro-
lí, Las Palmas dulfo Rojas, María Ro¬
jas (Los Coipos), Peo.
Rojas, Juan González,
Juan Valderrama, Rosau¬
ro Urzúa Gaete, Miguel
de Rojas, José Ramírez,
Lorenzo González.

Patacón José Meléndez. 1790

21 Hualañé 1.000 Francisco de Oliveira. 1751

17 Tricao 200 1. Nicolás Parías y su Su¬ 1796


cesión.— 2. Narcisa Ama¬
gada y José Valenzuela.

34 Peralillo 1. Juan Garcés Donoso. 1789


2. Juan Enrique Garcés. 1802

6, 10 La Huerta Mariano Garcés, Antonio 1802


y 34 (Mataquito) Gutiérrez, Miguel Rojas,
Mercedes Vargas, Agus¬
tín Correa, Ramón Uri-
be, Dionisio Saavedra, Pe¬
dro Antonio de la Puente.


280 —
Núm.
de re¬ Ubicación o Núm. de
feren¬ nombre de la cuadras Propietario Año
cia estancia

34 San Antonio de Antonio Garcés Donoso. 1789


Maica

34 Remolinos 1. Jacinto Garcés Dono¬ 1771


so.— 2. Su sucesión.— 3. a

Rafael Garcés. 1805

27 Caune Pedro y Mariana Bara- 1793


hona, Juana Pizarro, Fer¬
nando y Diego Rey. Se¬
bastián Navarro, Santia¬
go Rey, 'Miguel Valderra-
ma, Juan José Moreno,
Marcelo Cabrera, Victo¬
riano Olmedo, Miguel Ale¬
gría, Ramón Uribe.

Patacón Feo. Valenzuela y su suc.

24 y Palquibudis 1. Antonio Canales de la 1796


36 Cerda— 2. Feo. Javier
Canales de la C.— 3. Dio-
nisia Canales de la C., es¬
posa de José Corbalán.

El Morrillo Francisco Moreno Jofré.

30 y Las Palmas 1. Juan José Ramírez de 1760


35 Torrealba.— 2. Margari¬
ta Torrealba, casada con
Manuel Salinas. Suceso¬
res de Feo. Gaete (una
parte).

Huirquilemo 200 1. Pedro José Fardas.— 1796


2. Nicolás Farias.— 3. Jo¬
sé Valenzuela.

Vichuquén Pedro Nolasco Jofré. 1787


'


281 —
Núm.
de re¬ Ubicación o Núm. de
feren¬ nombre de la cuadras Propietario Año
cia estancia

1 Vichuquén Juar. de Oyarzún y Fco. 1775


Alarcón.

Vichuquén José Antonio Fuentes, 1302


Agustín González.'

5 y 1 Vichuquén Antonio Correa. 1781


8 1' «Mergiieve)

33 1 Vichuquén 1.291 1. Manuel Aliaga.— 2. An- 1774


tanio, Dionisio, Ignacio y
José Casas Cordero.

1 Boyeruca María Muñoz, Jacinto y 1752


Juan Muñoz, Vicente y
Javier Cabrera.

33 1 Boyeruca Manuel de Padilla, Grego¬ 1787


rio Valenzuela, Juan José
Alvarez, José Vidal, Do¬
mingo Espinosa.

1 Boyeruca Pedro Valenzuela. 1754


1
1 Boyeruca Alejandro (y Fausto Ca¬ 1777
! brera. • V

33 1 Bucalemu Manuel de Obregón. 1787


.

33 1 Bucalemu 299 1. Manuel de Aliaga.— 2. 1774


Manuel y Juan Gómez;
Calixto Alvarez í<54 cua¬
dras).

42 y j Ranil 1 '
1.200 Pedro Garrido. 1775
43

1 Doyenco y Tú Alejo Muñoz, Alejandro 1787


1 bulo Cabrera.


282 —
Núm.
de re¬ Ubicación o Núm. de
feren¬ nombre de la cuadras Propietario Año
da estancia

San Fco. de la 414 Miguel Escobar, Feo. Mu- ¡ 1787


Palma ñoz.

Higuerilla 591 Francisco Pérez. | 1787


I
Calvario Nicolás Saldaña. | 1787

Aguada José Salas. ! 1787

Uraco Pascual Oyarce. I 1789

5 y Güiñe y Llico 1. Gregorio Correa.— 2. | 1789


8 Nicolás Santelices, casa¬
do con Fea. Correa.

Rincón de Hi¬ Lucas Fuenzalida. I 1789


guerilla

5 y Quesería 500 1. José de Besoaín, casa- | 1771


do con Fructuosa Correa.
2. Juana Josefa Besoaín,
casada con José A. de la
Fuente.
I
40 Licantén Antonio Díaz. I 1789

1, 14, Lora Hermenegildo C é s p edes, I 1802


18, 26, Remigio González, Eu-
31 bio Fuenzalida, Manuel
Clavel, Lorenzo Lagos,
Bacilio Alcaíno, Agustín
Labbé, Tadeo Rodríguez,
Hermenegildo Briones, Lá¬
zaro Meléndez.

Id. Lora José A. de la Fuente. í 1784

5 Naicura 1. José Arriagada.— 2. | 1810


Presb. Miguel Peredo.—
3. Juana, Fea., Rosa y
María Josefa Peredo.


283 —

k
Núm.
de re¬ Ubicación o Núm. de
feren¬ nombre de la cuadras Propietario Año
cia estancia

5 El Médano l.OOO 1. José de Besoaín.— 2. 1771


Stgo. Besoaín.— 3. Do¬ a

mingo Bosoaín. 1810

.5 Coquimbo i. José de Besoaín.— 2. 1771


Stgo. Besoaín.— 3. Do¬ a

mingo Besoaín. 1810

5 La Montaña 1. Juan de Dios Moraga 1750


■y Petronila Correa.— 2. a

Felipe, Josefa y Tomasa 1789


Moraga Correa.— 3. Pe¬
dro Jofré (160 cuadras
compradas a los anterio¬
res), José de Besoaín (350
cuadras contiguas al Mé¬
dano) .

5 Iloca 30 y 541/2 Juan Peña y Lucas Fuen- 1784


.
zalida.

5 Iloca y Duao 255 1. Pascual Piróla.— 2. 1770


(noca) Dionisio Guajardo.— 3. a
Julián Jofré, casado con 1810
una hija de Dionisio Gua¬

ja jrdo.

d) Sigue la historia de viejas estancias.—;Las viejas es¬


tancias cuya historia empezara en plena era de colonización,
siguen en su mayor parte viviendo en esta nueva era, con la
misma intensidad y con el mismo vigor. Ahora se forman,
además, nuevas estancias de la misma factura. Una y otras
tienen extraordinaria vitalidad. Se han formado en terrenos
propicios y han prosperado desde los primeros años; sus pro¬
pietarios se han dedicado a ellas con interés y con qfécto;
y las han hecho adquirir nombradla en toda la región. Sus
viejas casonas, en las cuales se concentra la habitación del
estanciero, las bodegas, los corrales, la vivienda de trabajado¬
res y, a veces, capilla, se alzan en medio de los campos y son

conocidas y respetadas.

El vigor que adquieren hace que estas estancias sobrevi¬


van, en su misma esencia, durante muchos años. A la muerte

284 —
de algunos de sus propietarios pueden subdividirse entre los
herederos; pero siempre queda una hijuela principal, con
las casas antiguas, que mantiene 'el nombre y la tradición.
Puede disminuir su extensión con la venta de retazos, pero
siempre la estancia sigue siendo la misma. Hay algunas que
se han mantenido hasta nuestros propios días con el mismo
nombre y con el mismo perfil; otras que, al dividirse, dan
denominación a zonas enteras ; y no falta familia que la man-
tenga permanentemente en su linaje. Hay algunas que, des¬
pués de vivir largos años, desaparecen antes que expire la era
colonial; pero- su recuerdo y su fama sobreviven hasta hoy
día, y en el seno de ellas se forman, a veces, estancias tan
vigorosas como ella.
Estas viejas estancias constituyen el mejor exponente de
la tradición regional. Su historia comienza antes de la funda¬
ción de la villa de Curicó y mantienen, como ninguna otra
cosa, la continuidad inalterable de la vida.
En los faldeos cordilleranossigue viviendo la estancia del
Guaico, con su misma intensidad,
no obstante las parcela¬
ciones y ventas que en ella se suceden.
Al fundarse la villa de Curicó,
quedó esta estancia en po¬
der de don Diego Maturana, progresista estanciero que con¬
tribuyó notablemente al progreso de sus tierras. Eue casado
con doña Ana Hernández y tuvo los siguientes hijos: Juan

Ignacio, teniente de Corregidor de Curicó; José, primer Pá¬


rroco de Curicó y Párroco también de Viohuquén; María Jo¬

sefa, casadacon don Pedro Baeza; Francisca, casada con Jo¬


sé de Guzmán; María, casada con Baltasar Bravo; Petronila,
casada con Felipe Franco; y María Magdalena, casada con
Nicolás de Arriagada.
Don Diego de Maturana otorgó testamento en. 1747 y su
esposa lo hizo en 1759. Al fallecimiento de ambos, la estancia
del Guaico se mantenía en toda su integridad. Sólo se le ha¬
bían disgregado los potreros de "El Volcán" y "El Yeso", ubi¬
cados más allá de la frontera argentina y que habían sido
vendidos en 1744 a don Jacinto Farias en 170 pesos. Pero,
después del fallecimiento de ellos, la estancia se dividió entre
sus herederos
y se formaron diversas hijuelas, que dieron
origen a otras tantas estancias.
La hijuela principal, compuesta de 1.650 cuadras y en la
cual se encontraban las casas y el molino, y cuyo deslinde
era un peñón grande en la barranca del Teno, fue adjudica-


285 —
da a don Juan Ignacio de Maturana. Siguió denominándose
"Guaico" y mantuvo la continuidad y la tradición, aun
cuando una gran parte de ella fue vendida después a don
Lucas de Arriarán. Otra hijuela, de 848 cuadras, correspon¬
dió a Magdalena Maturana; 584 cuadras, a don José
doña
de Maturana "de la población del Guaico para abajo", amén
de otras tierras menores; 1.538, a doña Petronila Maturana,
"desde la punta del cerro Chuñuñé"; la hijuela denominada
"La Huerta", en el extremo sur de la estancia, a doña María
de Gracia Baeza y Maturana, esposa de don Pedro de Urzúa,
e hija de doña María Josefa Maturana y de don Pedro Bae¬

za; y el potrero "Las Cuevas", al otro lado de la frontera


argentina, a don Lucas y don José Antonio Bravo, hijos de
doña María Maturana y de don Baltasar Bravo.
Con el correr de los años estas hijuelas, a su vez, se van
disgregando o pasando a otras manos. De la hijuela principal
se disgregó primero un retazo de 550 cuadras, contiguas al

molino, que fue vendido a don Lucas de Arriarán ; y luego, ai


fallecer uon Juan Ignacio Maturana pasó a sus hijos, quienes
la vendieron a doña Mercedes Acuña, viuda de don Antonio
Baraínca, en 1782. La hijuela de doña Magdalena Maturana
pasó a don Francisco Grez, quien edificó casa junto al cerri¬
llo de la iglesia; y la hijuela de don José de Maturana pasó
a don Miguel Grez. De esta época data la radicación de la fa¬

milia Grez en zona curicana. Había estado radicada hasta es¬


ta época Peteroa y Lontué. La hijuela de "La Huerta" pa¬
en
só a los hijos de don Pedro de Urzúa, señores Fermín, Anto¬
nio y doña Loreto Urzúa; de ellos, don Antonio Urzúa vendió
su parte a los demás,
quienes se partieron.
En dos ocasiones la estancia del Guaico se ha visto en¬
vuelta en litigios judiciales de importancia: una, en 1776,
con el Monasterio Antiguo de la Virgep. de Santa Clara de
Santiago, por cobro de censos; y otra, en 1794, año en que la
estancia aparece en remate, como en el caso anterior.
En los autos de litigio de deslindes que se siguió en¬
un
tre don Lucas de Arriarán y don Miguel Grez, se conserva un
diseño de la estancia del Guaico en 1807. En él figura la hi¬

juela principal, que perteneció a don Juan Ignacio de Matu¬


rana, con las casas y el molino; la hijuela de don Francisco
Grez, llamada "San Pablo", en la cual aparecen señalados el
cerro de San Pablo
y el cerrillo de la iglesia; y las hijuelas de
don Lucas de Arriarán y de don Miguel Gr,ez. El río Teno
de extremo
cruza un a otro el sector diseñado ; y arrancando

286 —
de él se advierten los primeros tramos de la "acequia del
Rey", que había sido construida por don Diego Maturana
para la estancia el Guaico y que, a la sazón, llegaba hasta la
villa de Curicó.
El potrero "El Yeso",la otra banda, que había sido
en
vendido por el propio don Diego Maturana, estaba en 1784
en poder de don Domingo Espinosa.
La estancia del Guaico fue
dividiéndose, pues, ininte¬
rrumpidamente a partir de la muerte de don Diego Matura¬
na; y puede decirse que casi toda la propiedad agrícola, desde
el sector cordillerano de Cuneo hasta la actual villa de Ro¬
meral, proviene de ella. Sin embargo, a pesar de las divisio¬
nes y aé
las enajenaciones, la estancia "El Guaico" ha per¬
durado al través de los años y ha llegado hasta la hora ac¬
tual. Desapareció la antigua estancia, de increíble extensión;
pero, manteniendo su tradición y su continuidad, han llegado
nasta hoy algunas hijuelas con su mismo nombre
y que son
las herederas del vigor y colorido de aquella estancia.

Da estancia de Curicó desempeñó todo su papel antes de


la fundación de la viña, contribuyendo a eila, como hemos
visto, en todas sus etapas. Despues de la fundación de la
villa, su historia ya no tiene colorido. Algunos retazos de ella,
ubicados en los alrededores de la
villa, son vendidos a per¬
sonas radicarse en sus cercanías. Numerosas pro¬
que quieren
piedades agrícolas de extensión relativamente pequeña, se
lorman en el resto de sus tierras; pero no hay estancias con
el vigor necesario para seguir la continuidad de la vieja es¬
tancia de Curicó, cuyo nombre también se pierde. De las pro¬
piedades que se forman en su tierra, acaso la de mayor im¬
portancia y la que más se acerca a la denominación de vieja
estancia, es la de Tutuquén. Se formó, como vimos, en plena
era de colonización, al coi-responderle a doña Ana Rosa Mar¬

tínez, esposa de don Francisco de Iturriaga, como herencia


de su padre. En esta forma, la estancia de Tutuquén llega a
los años posteriores a la fundación de Curicó, en manos de
la familia Iturriaga. En el segundo tercio del siglo XVIII
estaba en poder de doña Juana de Iturriaga, casada con don
Prudencio Valderrama. En 1780 fue dividida entre los hijos de
don Prudencio Valderrama y doña Juana Iturriaga, señores
Antonio, Agustín, Dámaso, María, María del Tránsito, María
Rosa y Rufina Valderrama.

La gran estancia de don Fernando Canales de la Cerda,


287 —
en cuyos lindes quedaban incluidos sectores curicanos de
Rauco, Teno e Isla de Guricó, pasó, según vimos, a su hijo don
Francisco Canales de la Cerda, quien la agregó a sus tierras
de Rauco y Palquibudis, Teno y Comalle, extendiendo aún
más ios
ya dilatados deslindes de la estancia de su padre.
En la época de la fundación de la villa de Curicó, estas
tierras estaban en posesión de don Francisco Javier Canales
de la Cerda, después de haber pertenecido hasta 1750 a su pa¬
dre don Antonio Canales de la Cerda. Ya no fue posible en
esta época que se mantuvieran en toda su integridad tierras
de tal extensión, y empezó el fatal proceso de su disgregación.

Del sector norte del río Teno se formó la estancia de


Rauco, de mas de dos mil cuadras de extensión. En 1770 per¬
tenecía a don Agustín Gamboa, casado con doña Rosa Torreal-
ba. Era estancia valiosa, con viña, tierras de pan llevar,
una

montes ae canelo y espino, y una gran casa habitación de cer¬


ca de 40 metros de largo circundada de corredores. Estaba
ubicada al frente de la estancia Comalle, que fue después de
don Celedonio Víllota, y separada de ella por el camino real.
Al fallecimiento de don Agustín Gamboa, ocurrido a fines del
siglo, la estancia fue repartida entre sus hijos Pedro, Ma¬
nuela, Eugenia y María Mercedes Ruiz de Gamboa. La parte
de doña Eugenia, a su vez, se repartió entre sus hijos José
Antonio y Andrés Zúñiga Gamboa, y Agustín del Pozo, quie¬
nes vendieron sus respectivas hijuelas, en 1805, a don Juan
Francisco Labbé, que formó alü su estancia definitivamente,
agregándolas a una hijuela que había adquirido por herencia
de sus padres don Manuel Eabbé y doña Manuela Ruiz de
Gamboa. Doña María Mercedes Ruiz de Gamboa conservó su
hijuela durante toda la era colonial y hasta principios de la
era republicana. Fue casada con don Alfonso Fernández de
Rebolledo y vivió en Rauco y en Curicó en forma opulenta,
con esclavos, con amoblados, vestimentas,
joyas y cortinajes
de lujo.

También del sector norte del río Teno se formaron las


estancias San Antonio del Cerrillo, El Guanaco y Quinta.

De las tierras ubicadas


en la isla de Curicó, se formaron
diversas propiedades, de todos tamaños, que fueron vendidas
por don Francisco Javier Canales de la Cerda. El propio don
Francisco se reservó algunas para sí, especialmente un reta¬
zo de más de tres mil cuadras en la cordillera de los Andes.

Un gran retazo pasó a poder de doña María Mercedes de Al"

288 —
derete en 1755, quien a su vez lo trasmitió a sus hijos Mateo,
Francisco y Antonio Labra y Alderete.
El sector de Palquibudis se mantuvo
poder de don en
Francisco Javier Cañares de la Cerda, y dio origen a la estan¬
cia de Palquibudis. Don Francisco Javier estuvo en posesión
de esta estancia durante muchos años y tuvo serias dificulta¬
des con los propietarios del Peralillo, con quienes disputaba

un retazo de 500 cuadras ubicado en las proximidades del

pueblo indígena de La Huerta. A su fallecimiento, ocurrido


después de 1796, pasó al dominio de su hija doña Dionisia
Lanales de la Cerda, esposa de don José Corbalán.

Con el correr de los años, la descendencia del primitivo


estanciero don Fernando Canales de la Cerda había aumen¬
tado considerablemente. Había nietos y bisnietos radicados
en distintos
puntos de la zona curicana; y un grupo numero¬
so de ellos, entre los que figuran Margarita, Rosa y Tomasa

Canales de la Cerda, nietas del antiguo estanciero, Teresa,


Francisca y Micaela Valenzuela, bisnieta, y otros descendien¬
tes apellidados Canales de la Cerda, Poblete y Guajardo, ini¬
ciaron pleito en contra de don Francisco Javier Canales de
la Cerda. Sostuvieron que por herencia de don Fernando Ca¬
nales de la Cerda, les correspondían las tierras ubicadas "en¬
tre el Teno y el Lontué desde sus juntas hasta su nacimien¬
to". Todas estas personas vivían en Bucalemu. Dieron poder
para que las representara en el pleito, que se seguía en San¬
tiago, a don Bernardo Herrera; y en 1782 le hicieron donación
de la mitad de las tierras que pudieran corresponderles. No

hay noticias acerca del resultado de este pleito.


Frente a la estancia de Rauco, y al otro lado del camino
real, está ubicada la estancia "Comalle".
Pertenece en esta era a los cónyuges don Pedro de los
Alamos y doña Petronila Delgado. Es una hermosa estancia,
que proviene de la antigua concesión hecha en 1655 a don
Luis de Godoy. Se compone de 977 cuadras planas y 60 cua¬
dras de cerros la
parte principal. Sus linderos abarcan,
en

además, sectores de Rauco, de Teno y de los cerros de Hue¬


mul, y por ello es llamada también "estancia de Teno", "es¬
tancia de Rauco" y "estancia de Huemul".
Tenía viñedos plantaciones frutales (duraznos, pera¬
y
les, higueras, manzanos, nogales, guindos, membrillos y ci¬
ruelos) ; curtiembre con sus instalaciones de enfriaderas, ti-


289 —
najas, pilones y pelambres; bodegas para granero y para vi¬
no, con vasija de cuero; trapiche para minerales; y molino.
Las casasprincipales eran construidas con adobe y es¬
taban protegidas ai interior y al exterior por amplios corre¬
dores. La parte principal se componía de 4 piezas: la tienda,
ubicada a un extremo, con puerta al exterior y "mojinete"
con
yentana en él; la sala; la recámara; y la cuadra. Ade¬
más de la puerta de la tienda hay otra que da también al
exterior y una hacia el interior. A continación de la tienda
corre hacia el interior un cañón de mediagua, en el cual se

han ubicado los ranchos de despensa, granero para guardar


aparejos y efectos de matanza, cocina y curtiduría. En el
interior de la casa se han colocado muebles de diversa es¬
pecie, espejos, sillas y taburetes tapizados con suela, y pla¬
cería labrada.
En el archivo de la Real Audiencia se conserva plano un

de esta estancia, fechado en 1793 y con la firma de Domingo


Ramírez de Urrutia. Aparecen las casas con sus arboledas
frutales, trazadas en la curva del estero Comalle; y en los al¬
rededores de la estancia, el "Rincón de los Nilos", "Rincón
de Rebolledos" y ;^La Cabrería".

Al fallecimiento de don Pedro de los Alamos y de doña


PetronilaDelgado, la estancia pasó a sus herederos. En 1790,
estando en poder de ellos, salió a remate y fue adquirida por
don Celedonio Villota, en 15.948 pesos y 5 reales. Un retazo
pasó en 1792 a don Nicolás Arriagada.
Don Celedonio
Villota, comerciante de rancia prosapia
vizcaína, había llegado al país en 1760. Se casó en Chile con
doña Josefa Pérez de Cotapos y fue en su época uno de los
hombres más acaudalados del Reino. Con la adquisición de la
estancia Comalle se vinculó a la realizó en ella nego¬
zona y
ciaciones de diversa especie. Nunca estuvo, sin embargo, real¬
mente establecido en ella. Su estancia era una inversión co¬
mercial, como otras muchas, y sólo la visitaba de vez en
cuando. Formó también en Curicó una sociedad con don Per¬
fecto Merino, realizando en ella diversos negocios, tales co¬
mo la adquisición de una finca cerca de la villa, en 1810.

Don Celedonio Villota murió repentinamente en 1816,


agobiado por los años y por los contratiempos y conflictos
que los acontecimientos de la época habían producido en su
familia. La estancia de Comalle
quedó en definitiva en ma-

290 —
nos de su hijo don José Antonio Villota, que enteró en dinero
la herencia de sus demás hermanos. Avanzado ya el siglo
XIX, en 1833, los herederos de don José Antonio Villota ven¬
dieron la estancia en 44.000 pesos a don Antonio José de
Irisarri, célebre hombre de estado al que como Intendente
de Colchagua le correspondió actuar en los sangrientos y
tristes sucesos de la villa de Curicó, durante la época de Por¬
tales.
La estancia "LasPalmas", después de la fundación de la
villa de Curicó, pasó al dominio de la familia Torrealba, por
compra que de ella hizo don Juan José Ramírez de Tofreal-
ba, iniciando así el acercamiento de su linaje a la zona cu-
ricana.

La familia Torrealba proviene de don Jüan Ramírez de


Torrealba y de doña Francisca Jiménez de Torrealba, ave¬
cindados en la ciudad de Córdoba, en España. Un hijo suyo,
(ion Juan Ramírez de Torrealba, fue el primero de su apelli¬
do que se estableció en el Reino de Chile, a mediados del si¬
glo XVli. Desempeñó el cargo de recaudador de diezmos en
el Partido de Maule y al contraer matrimonio con doña Ma¬
ría Gómez de Jorquera, recibió en dote una valiosa estancia
de más de dos mil cuadras, ubicada en el sector Chimbaron-
go-Auquinco-Chépica, de la cual se formaron después las es¬
tancias Los Culenes, San Antonio, Traiguén, Almendral,
Posillos y Sapal. Se estableció en esta estancia definitivamen¬
te y allí falleció, siendo sepultado en el convento merceda-
rio de Chimbarongo. La familia Torrealba quedó radicada
desde entonces en zona colchagüina y poco a poco se fue
realizando su acercamiento a la zona curicana. Al morir don
Juan Ramírez de Torrealba, la estancia de Chimbarongo con¬
tinuó en poder- de su hijo don Julián Antonio Ramírez de
Torrealba.

Don Juan José Ramírez de Torrealba, hijo del anterior,


fue, como vimos, propietario de Las Palmas, en esta etapa
de la villa colonial. Era casado con doña Casilda González
de Medina; fue vecino fundador de la villa de San Fernando
en 1742 y tuvo casa instalada dentro de su trazado. Como es¬
tanciero fue uno de los más ricos de la región. No solamente
era dueño de Las Palmas, sino también de las estancias El

Manzano, Boldomávida, Apaltas, Quinagüe, Las Peñuelas y


Las Cabeceras, aparte de otras tierras menores. Su vida rural
era opulenta. Entre sus servidores se contaban numerosos es-


291 —
clavos, mulatos y negros; sus propiedades estaban dotadas
de numeroso ganado; tenía tres viñas; bodega con vasija,
curtiduría, molino, arboleda con toda clase de frutales. Su
casa de vivienda en el campo era una enorme casona de co¬

rredores, con un patio interior circunvalado de habitaciones.


Sus mayores vinculaciones las mantuvo siempre con la villa
de San Fernando y no con Curicó. En San Fernando tuvo no
sólo su casa habitación, sino varias casas más. Allí murió, a
fines del siglo XVIII; y en la iglesia parroquial de la misma
villa recibió sepultura. Hijos suyos fueron Lázaro, Julián,
Juan José, María Antonia, Rosa y Margarita Torrealba. Es¬
ta última, que fue casada con Manuel Salinas, fue la herede¬
ra de la estancia Las Palmas.

En las inmediaciones de la estancia Las Palmas se for¬


man en esta época algunas valiosas estancias de fuerte fac¬
tura.

Provienen de lavieja concesión de ocho mil cuadras que


en 1621 se hizo a don Alonso Torres de
Segarra y de quien
pasó, con el andar del tiempo, a don Francisco Ortiz de Gaete
Jofré, cercanamente emparentado con la esposa de Pedro de
Valdivia, doña Marina Gaete. De él pasó a su hijo Francisco
Ortiz Gaete y Agurto, Corregidor de Concepción, y luego a
su nieto don Francisco Gaete y Mier.

Abarcaba esta concesión el sector comprendido entre


Ranguilí, Caune, Los Negros y Los Coipos; y se le agregó un
sector de las Palmas, por compra que de ei se hizo.

Cuando falleció don Francisco Gaete Mier, se inició la dis¬


gregación de estas tierras y la formación de diversas estan¬
cias. Su hija Antonia Gaete, esposa de Cristóbal Valderrama,
recibió una hijuela que pasó a constituir la estancia Caune,
que tomó el nombre del estero de Caune, en cuyas proximi¬
dades se ubicó, voz que en lengua indígena significa "cho¬
rrear agua". Su hija Casilda Gaete,
esposa de don Agustín
Urzúa, recibió una hijuela que constituyó la estancia Ran¬
guilí, en la cual quedó incluido ese retazo de Las Palmas,
que integraba la estancia de don Francisco Gaete.
En estas condiciones se termina el período de la coloni¬
zación y se llega a los años de la fundación de la villa de Cu¬
ricó. Por esta época continúa la división de estas tierras, lo
que da origen a la formación de nuevas estancias. La estan¬
cia de Caune pasa al dominio de don Félix Valderrama, hijo


292 —
de don Cristóbal y de doña. Antonia Gaete; y luego a sus he¬
rederos. La estancia Ranguilí, por muerte de doña Casilda
Gaete, se divide en cinco hijuelas, que pasan al dominio de
sus hijos Agustín, Manuel, Rosauro, Casilda y Beatriz Ur-

zúa Gaete. La hijuela de esta última pasa a constituir la es¬


tancia Los Negros.
Siguen corriendo los años y estas viejas estancias conti¬
núan dividiéndose; pero, a igual que en otras de la zona, siem¬
pre hav en ellas una o varias hijuelas que conservan el nom¬
bre o la tradición de la estancia antigua de donde provienen.
A fines de laera colonial, son ya muchos los propietarios

que están radicados en este sector. Hay estancias y pequeñas


propiedades : pero la continuidad no se ha 'perdido. La estan¬
cia Caune, disminuida en sus linderos, ha dado, sin embargo,
nombre a una región entera. Lo mismo sucede con Ranguilí,
y tanto una como otra, al subdividirse, han contribuido a
poblar su comarca, con lo que producen el germen de futu¬
ros villorios. La estancia Los Negros sigue viviendo en la
misma forma ; y en sus proximidades se forma una nueva es¬
tancia aue se llama Los Coipos, nombre que toma de un es¬
tero vecino.

Algunos de los propietarios radicados a fines de la Colo¬


nia en este sector, son los siguientes:

Ranguilí: Herederos de Casilda Urzúa Gaete (3.000 cua¬


dras) ; herederos de Rosauro Urzúa Gaete (1.000 cuadras") ;
herederos de José Ramírez (2.000 cuadras) ; herederos de
Agustín Urzúa Gaete.
Los Negros: Herederos de Beatriz Urzúa Gaete: y here¬
deros de Miguel de Rojas.

Los Coipos; Juan González: Lorenzo González; María Ro¬


jas: Francisco de Rojas; Marcos González; Juan Valderrama.
Caune: Herederos de Félix Valderrama (1.000 cuadras) ;
Pedro Barahona; Mariana Barahona: Fer¬
Juana Bizarro;
nando Rev: Santiago Rey;
Sebastián Navarro; Diego Rev:
Miguel Valderrama; Juan José Moreno; Marcelo Cabrera;
Victoriano Olmedo; Miguel Alegría; y Ramón Uribe.
El esforzado estanciero de Peralillo don Juan Garcés de
Marcilla, después de là fundación de Curicó, vive en retiro,
achacoso y anciano, en la capital del Reino.
A cargo de la estancia ha quedado su hijo don Juan Gar-

293 —
cés Donoso, "ciego de ambos ojos", según el decir de un papel
de la época; pero que, no obstante eso, no desmiente el tem¬
ple de sus progenitores y actúa intensamente, primero como
administrador de su padre y luego como propietario de la hi¬

juela principal del Peralillo. Fue teniente de Corregidor de


la región en 1746. Hacia 1777 levantó un trapiche de oro en
Quilpoco; y atendió las labores agrícolas con dedicación y
eficacia. Mantuvo en los cerros y en los valles de la estancia
numeroso ganado vacuno y ovejuno, y se enhebró en largos
pleitos por dominio de reses con algunos comarcanos, siendo
defendido ante los tribunales de la capital del Reino por
su padre don Juan Garcés de Marcillá. En 1774, cuando el

Gobernador del Reino don Agustín de Jáuregui, visitó la ciu¬


dad de Talca, cabecera del Corregimiento del Maule, en cuyos
linderos se incluía entonces gran parte de la zona curicana,
don Juan Garcés Donoso hizo viaje especial desde el Pera¬
lillo, y figuró entre los vecinos de importancia que le dieron
bienvenida. Por su actividad y por sus condiciones, fue ele¬
gido, en 1775, Alcalde de segundo voto en Talca; pero, en el
Cabildo talquino, que no podía tolerar que una persona que
no vivía en la ciudad misma
ocupara aquel cargo, se levan¬
taron protestas por su elección, alegándose que no podía
ser alcalde quien "no veía ni de día ni de noche".

La estancia del Peralillo tuvo en vida de don Juan Garcés


de Marcilla una dilatada extensión. Se iniciaba en el lindero
mismo del pueblo indígena de la Huerta y terminaba en Hua-
lañé (lugar de patos) ; pero cuando don Juan Garcés de Mar-
cilla falleció, empezó, como en muchos otros casos, la disgre¬
gación de la vieja estancia. Tres de sus hijos se hicieron cargo
de ella, narcelándola en tres
hijuelas diferentes. Don Juan,
que ya conocemos, fue dueño de la hijuela principal, con las
casas viejas y con la capilla, que continuó llamándose Pera¬
lillo. Don Jacinto Garcés Donoso fue dueño de una hijuela
situada al oriente de la anterior, que se llamó Remolinos.
Estaba ubicada Remolinos en tierras que habían sido de los
indios del pueblo de la Huerta y en las cuales habían tenido
su capilla. Por un arreglo con don Juan Garcés de Marcilla
le habían sido entregadas en la mensura que se hizo el año
1745. Don Juan Garcés había sacado desde el río Mataquito
qn canal que sirvió para el regadío de esta estancia y para
instalar en ella un molino, canal que más tarde habría de
despertar la codicia de los indios. Finalmente, don Antonio
Garcés Donoso fue dueño de una hijuela situada hacia el


294 —
lado poniente, en las inmediaciones del cerro de Maica, que
se llamó "San Antonio de Maica".
El nroblema indígena, aparentemente había quedado so¬
lucionado en 1745. Para finiquitar un conflicto entre don
Juan Garcés de Marcilla y los indios de la Huerta, se hizo
ese año una mensura, dándoseles a los indios un retazo de 84

cuadras y media, y entregándose a don Juan Garcés el resto.


Corrieron los años y fallecieron los que habían intervenido
en esta solución : don Juan Garcés y el cacique Domingo Bri¬

so. Las tierras que habían pertenecido a los indios y que se

entregaron en esta mensura a don Juan Garcés. pasaron a po¬


der de don Jacinto Garcés, quien formó con ellas la estancia
Remolinos; pero en los indios quedó el recuerdo de que aqué¬
llas habían sido tierras de sus antepasados y de que en ellas
tuvieron una capilla. Así fue que en 1796, el nuevo cacique,
llamádo también Domingo Briso, las reclamó a las autorida¬
des del Reino. Garcés sostuvo que era sólo la codicia lo que
movía a los indios, pues aquellas tierras no habían sido ad¬
judicadas a ellos en la menshra que se hizo en 1745, y que
ahora, al Verlas regadas con el canal que se había construido,
querían adquirirlas de nuevo. Indudablemente el reclamo de
los indios no prosperó y la estancia Remolinos continuó en
poder de la familia Garcés.
Siguen pasando los años. Don Juan Garcés Donoso fa¬
lleció. y la hijuela principal del Peralillo, de aue era dueño,
oasó á su hijo don Juan Enrique Garcés. y de éste a don Juan
(Jarees v Vargas, ya ên plena época republicana. Don Juan
Garcés Donoso tuvo también otros hijos, a los cuales no co¬
rrespondió participación en el Peralillo: uno fue don Ber¬
nardo, religioso, a auien se enteró su herencia en dinero efec¬
tivo: y otra, fue doña Mercedes, casada con don José Antonio
Bravo, auien renunció a la herencia de su padre, en atención
a que éste îë había donado en vida la estancia El Durazno,

de más de cuatro mil cuadras, ubicada a la orilla sur del río


Mataquito. ' — ! ""-j ~r;
El dueño de Remolinos, don Jacinto Garcés, fue casado
en primeras nupcias con doña Mercedes Correa Fuenzalida,
v en segundas con doña Mercedes de Vargas y Mena. De am¬

bos matrimonios tuvo numerosos hijos; y a su fallecimiento


suestancia, inevitablemente, hubo de seguir subdividiéndose.
Las principales hijuelas que se formaron fueron las de la
Huerta, que correspondió a don Mariano Garcés Vargas y a

295 —
doña Carmen Garcës Vargas, casada con don Pedro Antonio
de la Fuente; y la de Remolinos propiamente tal, que, en
definitiva, correspondió a don Rafael Garcés Correa.
Así terminó la historia colonial de la estancia del Pera-
lillo y de la familia Garcés de Marcilla. Una y otra se man¬
tuvieron vinculadas desde los lejanos años de la coloniza¬
ción hasta la expiración de la era colonial ; y habrán de con¬
tinuar en la misma forma durante la República, hasta los
propios días que vivimos. Del primitivo estanciero don Juan
Garcés de Marcilla descienden numerosas familias del país,
muchas de ellas con vinculaciones regionales hasta hoy día.
Podemos citar a las familias Vidal Garcés, Díaz Garcés, Opor-
tus Pizarro, Garcés Opazo, Olea Garcés, Garcés de Lafuen-
te, Garcés Urzúa y Garcés Grez. De la primitiva estancia del
Peralillo han derivado numerosas propiedades agrícolas de
la era actual. Entre ellas, podemos mencionar el fundo lla¬
mado actualmente Peralillo; Remolinos ; Parronal ; Baran-
dica; El Carmelo; Mira Ríos. Algunos de estos fundos conti¬
núan hasta hoy en poder de descendientes de don Juan Gar¬
cés de Marcilla".

En la zona de Uoca, las estancias de mayor importan¬


cia que estaban formadas a la época de la fundación de la
villa de Curicó eran, sin duda, las de don Cayetano Correa.
Estaban repartidos en la zona misma de Uoca y en los valles
y de Vichuquén. Provenían, en su mayor parte, de
cerros
la concesión hecha en 1606 a García de Torres, y en pequeña
parte, en lo que respecta a Vichuquén, de la concesión hecha
en 1609 a Sebastián de Espinosa.
Las estancias, que don.Cayetano Correa formó en la zona
de Iloca fueron El Médano, La Montaña y Coquimbo; hacia
el norte, la estancia de Llico; y hacia
Vichuquén, las de Mer-
giieve, Güiñe y Quesería.
DonCayetano Correa no tenía sus casas en Iloca sino en
Vichuquén. Allí vivía con cierta holgura y opulencia, con es¬
clavos mulatos, vestimentas elegantes con abotonaduras de
oro, objetos de platería y muebles de cierto valor; y, lo que
es más extraordinario, con
algunos libros.
Al fallecimiento de don
Cayetano Correa, sólo algunos
de sus numerosos hijos continuaron el dominio de sus tie¬
rrascostinas. Las estancias del Médano, Quesería y Coquim¬
bo pasaron a doña Fructuosa Correa, casada con don J°sé

296 —
de Besoaín; la Montaña pasó a doña Petronila Correa, casa¬
da con don Juan de Dios Moraga; Mergiieve. a don Antonio
Correa; y Llico y Güiñe, a don Gregorio Correa.
El Médano, Quesería y Coquimbo adquirieron extraor¬
dinario carácter en manos de doña Fructuosa Correa y de
don José Besoaín, quienes se dedicaron a ellas con ahinco y
con espíritu emprendedor. Estaba el Médano ubicado a ori¬
llas del mar, a continuación de la desembocadura del río Ma-
taquito, entonces ubicada en Depun. Ocupaba valiosas ve¬
gas, arrasadas .después en gran parte por el avance del rio,
y debe su nombre a los montones de arena que existen en
sus inmediaciones. Quesería estaba ubicada a poca .distancia

de la Parroquia de Vichuquén; y Coquimbo, contiguo a un


pequeño rancherío indígena de ese mismo nombre, asenta¬
do en fértiles quebradas de los cerros costinos, a poca distan¬
cia del Médano.

Don José de Besoaín seestableció definitivamente en es¬


tas estancias costinas, no obstante sus grandes vinculaciones
con la ciudad de Talca, de cuyo Cabildo había sido Regidor
en 1744. La familia Besoaín
proviene de don Ignacio de Be-
sohaín, natural del Señorío de Vizcaya, y de doña María Jo¬
sefa Hidalgo, padres del mencionado don José, que habría
de ser el tronco de esta familia en Chile. Cuando don José
de Besoaín contrajo matrimonio con doña Fructuosa Correa,
era todo un señor, de costumbres opulentas. Vestía,chupa
de terciopelo con franjas de plata, casaca con botones tam¬
bién de plata, y sombrero de castor. A pie, usaba bastón con
casquillo de plata. A caballo, usaba montura con carona, ta¬
panca y pistoleras de terciopelo carmesí, con franjas y ador¬
nos de plata
y seda; frenos, estriberas y espuelas de plata.
La estancia del Médano componía de 1.000 cuadras;
se

Quesería, de 500; Coquimbo, de más reducida extensión,


y
fue aumentada por don José .de Besoaín con 350 cuadras de
la Montaña, que compró a su concuñado don Juan de Dios
Moraga.
En la estancia del Médano, don José de Besoaín edificó
casas en las cuales se radicó con su familia. Era un edificio
confortable y valioso, ubicado cerca del mar y recostado en
los cordones de la cordillera costina. Tenía 30 varas de lar¬
go, corredores por todos sus costados, sala, cuadra, recáma¬
ra, cuarto de hospedaje, dos cuartos pequeños para despen¬
sa y cocina. Al corredor principal se abrían cuatro puertas


297 —
de madera de dos manos con su correspondiente ventana.
El techo, en un principio, era totalmente de paja. En esta
casa vivió don José de Besoaín la mayor parte de su vida y
la adornó con muebles y utensilios de toda clase y con gran
cantidad de imágenes religiosas detoda especie. Sin embar¬
go,durante toda su vida, conservó en su dominio una casa
habitación en San Agustín de Talca, villa con la cual siem¬
pre mantuvo vinculaciones, a diferencia de su actitud para
con la villa de Curicó, con la cual no tuvo nunca el menor
vínculo. Hacia 1771, estando don José Besoaín en su estan¬
cia del Médano, se sintió aquejado de grave enfermedad; se
llamó apresuradamente a un padre franciscano de San Pe¬
dro de Alcántara (Fray Francisco de Ribera), para que lo
auxiliara religiosamente ; y poco después falleció en ella.

Tres hijos había tenido en su matrimonio con doña


Fructuosa Correa: Juana Josefa, Santiago y Antonio Be¬
soaín. De éstos, sólo los dos primeros le sucedieron en sus
estancias.

Don Santiago heredó el Médano y Coquimbo y continuó


viviendo en esas estancias, siendo heredado a su fallecimien¬
to por su hijo don Domingo Besoaín y Sepúlveda. Ya entra¬
da la era republicana, el Médano y Coquimbo continuaron
siempre en manos de descendientes de don José de Besoaín,
y con los años se disgregó del Médano una hijuela que pasó
a llamarse El Peñón. En tiempos de don Santiago Besoaín

sufrió también el Médano algunas reducciones, por ventas de


retazos a Juan Peña y a, Lucas Fuenzalida (30 y 5é'/o cua¬
dras, respectivamente).
Doña Juan Josefa Besoaín Correa heredó la estancia
Quesería. Era casada con don José Antonio de la Fuente,
propietario también de una estancia en Lora. Fue Regidor
del Cabildo de Talca desde 1775 hasta fines de la Colonia, y
no obstante ello se radicó en sus estancias de la costa curi-

cana, siendo el tronco de su linaje en esta zona. Era hijo de


don Matías Nicolás de la Fuente, gallego de origen, que fue
el primero de su linaje establecido en Chile. Ya terminada
la era colonial, la estancia Quesería pasó a su hijo don Ma¬
nuel Antonio de laFuente, que también conservó la estancia
de Lora. A mediados del siglo XIX, don Manuel Antonio de
la Fuente compró sus tierras a gran número de indios del
pueblo de Lora, con el propósito de aumentar su estancia.
Por esos mismos años, mientras traficaba
por los cerros des-


298 —
de su estancia de Quesería hacia Lora, fue alevosamente ase¬
sinado por una partida de indios, que dejaron su cadáver
desnudo, afirmado en el tronco de un roble.
La Montaña, otra de las estancias de don Cayetano Co¬
rrea, pasó a su hija doña Petronila Correa, casada con don
Juan de Dios Moraga, miembro de una antigua familia re¬
gional. El primero en establecerse en la zona había sido don
Gaspar Moraga, estanciero de Vichuquén a principios del
siglo XVIIi. M linaje proviene de don Hernando Moraga,
llegado a Chile con Hurtado de Mendoza. Estaba esta estan¬
cia ubicada en los cerros costinos que se extendían entre
Lora, Vichuquén e Iloca. Deslindaba por el sur con tierras
de los indios de Lora y abarcaba también las lomas que caían
al estero de Iloca (hoy Perales). Se componía principalmen¬
te de cerros cubiertos por enmarañada floresta virgen, en la
que alternaban el roble, el boldo, el litre, el canelo, el maqui
y el flexible coligue, y en la que no faltaba la nota pintores¬
ca del copihue rojo entrelazado en la exuberante vegetación.
Don Juan de Dios Moraga y su esposa se establecieron en
esta estancia y tuvieron en ella explotación de madera y car¬
bón, y crianza de ganado. Construyeron en ella una casa de
material ligero, en la cual habitaron. Los linderos de esta
estancia, llenos de sinuosidades por los accidentes del terre¬
no, y por la interposición de propiedades pequeñas, abarca¬
ban todo el sector selvático que se extiende detrás de los pri¬
meros cerros de Iloca, y los montes que caían al pueblo de
Lora. Colindaba por varios de sus costados con pequeñas
propiedades pertenecientes a labradores modestos que allí
se habían establecido, a indios que en tiempo más o menos

lejano habían levantado sus rucas en lugares inaccesibles al


control español, o a indios que habían adquirido un retazo
de montaña en la división de pequeñas comunidades a las

que pertenecían.
Don Juan de Dios Moraga vendió 350 cuadras de esta
estancia a don José de Besoaín. A sufallecimiento, el resto
pasó a sus hijos Felipe, Josefa y Tomasa Moraga, quienes, a
su vez, vendieron 160 cuadras a don Pedro Jofré.
Con los años, todo el sector en que estuvo ubicada la an¬
tigua estancia, incluyendo las pequeñas propiedades vecinas
y los retazos que inevitablemente se le han disgregado, ha
recibido el nombre genérico de La Montaña, y hasta hoy día


299 —
constituye un hermoso paraje de naturaleza agreste y vir¬
gen, cubierto aún, en gran parte, de floresta inexplotada.
La estancia
Mergiieve, otra de las de don Cayetano Co¬
rrea, pasó Hijo don Antonio Correa, quien tuvo en ella
a su
crianza de ganado, fabricación de sebo y curtiduría. Vivió
con cierta opulencia, con numerosos esclavos 'y buen menaje

de casa. Falleció en 1781 y dejó como hijos, habidos en su


matrimonio con doña María Josefa Rojas, a José Antonio,
Miguel, Micaela, Antonia, Gertrudis, Cayetano, Gregorio,
María del Pilar y José María.

Finalmente, las estancias Güiñe y Lloca pasaron de don


Cayetano Correa a su hijo don Gregorio Correa. De él pasa¬
ron estas estancias a su hija Francisca, que fue casada con
don Juan Nicolás Santelices.

Otra estancia de importancia que estaba formada en la


zona de lloca, a la época de la fundación de Curicó, es la es¬
tancia lloca y Duao, que perteneció a don Pedro Piróla. La
parte de lloca estaba ubicada hacia el norte del estero Ran-
cura y abarcaba todos los cerros ubicados a espaldas de la

actual aldea de lloca. La parte de Duao comprendía lo que


se llamaba "el llano de Duao", ubicado en las inmediaciones
del estero de Pichibudis.

Provenía esta estancia, a igual que las estancias iloca-


nes de Cayetano Correa, de la antigua concesión hecha en
1606 a García de Torres. Hemos visto que al fallecimiento de
don Pedro Piróla, pasó a sus hijos, quienes vendieron varios
retazos a diversas personas. Sin embargo, al llegar a la épo¬
ca que ahora historiamos, una gran parte de la antigua es¬

tancia, comprendiendo cerros próximos al estero de lloca y


el llano de Duao, estaba aún en poder de un hijo de Piróla,
llamado Pascual Piróla, de quien pasó a su heredero Dioni¬
sio Guajardo. Don Dionisio Guajardo se preocupó especial¬
mente de la estancia de lloca. Le edificó buenas casas de ha¬
bitación en el mismo emplazamiento que hoy ocupa una ca¬
sa grande de corredores, a entrada del pueblo de lloca. Era
aquél el único retazo de terreno de la estancia que llegaba
hasta la playa, pues inmediatamente hacia el norte seguían
retazos de otros dueños, que dieron origen con los años a Ia
formación de la aldea de lloca. Guajardo edificó su casa mi¬
rando hacia el mar, con notable extensión y amplios corre¬
dores. Esta casa se mantuvo hasta mediados del siglo XIX,
y una vez en ruinas se levantó de nuevo en sus mismos ci-

300 —
mientos por don Santiago Correa, propietario de esta estan¬
cia hasta no hace muchos años. Don Dionisio Guajardo cons¬
truyó también una capilla para la atención religiosa de la
zona, queestaba ubicada en el lugar que hasta hoy día se
llama La Capilla.

Don Dionisio Guajardo falleció a fines de la Colonia


(hacia 1805), y la estancia de Iloca y Duao pasó a su hija
María Silvestre, que fue casada con don Julián Jofré. En su
poder, expiró la era colonial se mantuvo aún durante mu¬
chos años, pues don Julián Jofré vivió hasta mediados del si¬

glo XIX.
También en la zona de Iloca estaba formada en esta
época lq estancia Naicura (voz indígena, que significa pie¬
dra del gato), ubicada en las proximidades de la desemboca¬
dura del río Mataquito.

Proviene también de la antigua concesión de García de


Torres, y durante toda la era de la colonización estuvo en
manos de herededos suyos. Después de la fundación de Cu-
ricó. la encontramos en manos de don José Arriagada, en
1789; fines de la Colonia, en poder del Presbítero don Mi¬
y a
guel Peredo, a quien le había servido de congrua para obte¬
ner las órdenes sagradas, con el cargo de decir una misa se¬

manal en la capilla que existía en la estancia. A su falleci¬


miento, la dejó en herencia a sus hermanas, Rosa, Juana,
Francisca y María Josefa Peredo, con el mismo gravamen;
y ellas, sucediéndose unas a otras, llegaron con la estancia
hasta la era republicana.

Se produjeron también en esta estancia, al través de los


años, diversas disgregaciones. Una de ellas es la que dió ori¬
gen a la estancia Los Cuervos.
En la zona costina próxima a Vichuquén se formaron
en época varias estancias de importancia que por no
esta
corresponder exactamente a la zona curicana no detallare¬
mos aquí, limitándonos sólo, por sus innegables vinculacio¬
nes con la
zona, á dar una breve noticia de ellas.
Las principales de estas estancias fueron las de Boye-
cura; Bucalemu; Doyenco; Túbulo ; San Francisco de la Pal¬
ma (así llamada por sus plantaciones de palmas chilenas) ;
Higuerilla; Calvario; Aguada; Querelema; Panilonco; Rin¬
cón de la Ruda, y Totorilla, que tomó su nombre del vado de
Totorilla en el estero de Tilicura. Algunas de ellas fueron

301 —
individualizadas en el cuadro de las estancias que trazamos
en páginas anteriores.
Todas estas estancias estaban ubicadas
amplio .en un

sectorcomprendido entre las lagunas de Vichuquén, Torca,


Boyeruca, Bucalemu y Los Choros (hoy Cáhuil).
En los archivos de la Capitanía General se conservan
interesantes planos de esta región de los años 1787 y 1791,
firmados algunos por Francisco Canard. En ellos se diseñan
las estancias, los caminos, los principales parajes y, aún, la
ubicación que en esos años tuvieron las casas de cada estan¬
cia. Es especialmente interesante el plano de la estancia de
San Francisco de la Palma ubicada al poniente de la Pa¬
rroquia de Paredones y colindante con Querelema, Panilon-
co, Boyeruca. Majada de los Leiva y Rincón de la Ruda. En
esta época está dividida en diversas hijuelas y tiene un to¬
tal de 414 cuadras. Se advierte en el plano el diseño de la
estancia, la Parroquia de Paredones., el estero de Paredones
atravesándola de oriente a poniente, y las plantaciones de
palmas autóctonas.
e) Formación de centros poblados.— La vida rural de
la región
no se redujo solamente a la formación y manteni¬
miento de estancias. No todos los hombres vivieronen el ais¬
lamiento de sus casas de campo, ni todos estuvieron separa¬
dos por distancias infranqueables, por montañas o por ríos.
Por el contrario, en muchas partes se formaron espontánea¬
mente centros pobladoso agrupamientos humanos, que fue¬
ron fruto de la exuberancia natural que se produjo en el
grupo humano de la región.
'

Algo semejante había sucedido en la era anterior con el


nacimiento de la villa de Curicó, cuya fundación fue sólo un
estímulo externo que vino a hacer aflorar un fenómeno que
se venía gestando naturalmente.
En menor escala, lo que sucede ahora es lo mismo de
antes. En diversos lugares de la zona los hombres se agru¬
pan en espacios reducidos de terreno, para vivir en común.
Las casas, a veces, se miran unas a otras; los hombres tra¬
ban amistad y mantienen relaciones; se ayudan unos a
otros; se forma, en general, una noción de conjunto, que da
al lugar caracteres peculiares y un género de vida no del to¬
do igual al que se lleva en la estancia.

Estos centros poblados se van formando de distinta ma-

302 —
ñera, según sea el lugar y la forma como actúen en él los
hechos naturales que los hacen nacer.
Una de estas formas es el renacimiento de los antiguos
caseríos indígenas. Teno. Rauco y Comalle habían sido pue¬
blos de indios de cierta importancia, que desaparecieron du¬
rante la colonización por la dispersión y muerte de sus ha¬
bitantes. Con el correr de los años, y en especial cuando el
régimen de encomiendas empieza a perder su vigor, hay in¬
dios que retornan a los lares de sus mayores y se instalan
en cualquier rincón. Mestizos, mulatos y algunos españoles

de poca' condición social se van uniendo a ellos y se va for¬


mando un agrupamiento. Contribuye a ello la atracción de
estancias importantes formadas en las vecindades, y la exis¬
tencia de pequeños retazos de tierra desocupada que han
quedado como vestigios del viejo caserío.
Así nacieron en la zona, en esta era,
los poblados de Te-
no, Rauco yComalle. Son sólo agrupamientos sin importan¬
cia, con escaso número y escasa calidad en sus pobladores,
sin orden ni concierto, y dispersos en espacios de terreno que
son demasiado extensos para que puedan constituir aldea,
villa o ciudad. Pero ellos constituyen el germen de aldeas
que habrán de formarse después.
El agrupamiento de hombres a la vera de las grandes
estancias es otra de las formas en que se generan los centros
poblados de esta era.

Repartidas a lo largo de la zona, hay estancias que ad¬


quieren más que otras, vigor y nombradla. En ellas hay tra¬
bajo para los pobres ; extensas habitaciones en las que se da
hospedaje a los viajeros; armas para defenderse de los ban¬
doleros; alimentos en abundancia; a veces capilla y servicio
religioso; orden y protección constante de los estancieros.
Muchos hombres se sienten atraídos hacia ellas y se incorpo¬
ran a lo que se llama "las casas", o sea, ese conglomerado
de construcciones en que viven el estanciero y sus inquilinos
y obreros, y en donde se han instalado las bodegas y anexos
de la estancia. Muchas veces la estancia se divide en hijue¬
las. o se venden o cedenpequeños retazos, con lo cual
en ella
resulta que no sólo aumenta en el lugar el número de pobla¬
dores, sino que aumenta también el número de propietarios.
El nombre de la estancia irrumpe más allá de sus linderos,
y se extiende a todo el agrupamiento que se ha formado a su
alrededor.


303 —
Así sucedió en la zona varias estancias.
con
Caune, Pa¬
tacón, Ranguillí, Las Palmas, Palquibudis, son grandes es¬
tancias alrededor de las cuales se agrupa un conglomerado
humano heterogéneo que termina por radicarse allí definti-
vamente. Muchos se hacen propietarios y todos, en una u
otra forma, mantienen vinculaciones con la estancia. Así.
todo el lugar toma pronto el mismo nombre que lleva la es¬
tancia.

Estos agrupamientos humanos no alcanzan tampoco a


constituir aldea, villa ni ciudad. Son grupos dispersos, sin
solidez y sin colorido. Algunos, como los nombrados, tienen
cierta importancia; pero hay otros más débiles aún, como
los Guindos o La Montaña. Sin embargo, todos ellos consti¬

tuyen gérmenes destinados a desenvolverse tarde o temprano.


Hay casos en que la simple subdivisión de la tierra y la
formación de pequeñas propiedades en un recinto pequeño,
dan origen a un centro poblado. Ejemplo típico es Romeral.

En estos años de la Colonia era un llano inhóspito, cu¬


bierto en parte de monte virgen, especialmente de ro¬
gran
mero. Papeles de la época lo designan displicentemente como
"el monte de Romeral al sur de Teno". Con los años se van

formando de diversa pequeñas propiedades, en las


manera

que se plantan viñedos y árboles frutales. Se les da el nom¬


bre de "finquitas". Hacia fines de la Colonia, es ya conside¬
rable el número ds estas propiedades en el antiguo monte de
romero, y hay ya un agrupamiento humano que con los años
habrá de transformarse en aldea.

Los rancheríos de indios que han llegado poblados y


organizados hasta esta era, dan también origen a centros
poblados.
Lora, Vichuquén y La Huerta son pueblos de indios que
viven esta efá en toda su extensión. Tienen caciques, tierras
y organización indígena, amparados por las autoridades, es¬
pañolas. Los parajes en que viven son hermosos y apacibles;
hay en ellos tierras de cultivo, caza y pesca; y aun los más
pobres, que son los de la Huerta, tendrían un holgado vivir
si se aplicaran al trabajo. Pero, desgraciadamente, los indios
son flojos y viciosos,
y viven en la miseria y el relajamiento.
Estas circunstancias, sin duda, son las que atraen a gente
de la más diversa especie a vivir entre los indios, no obstan¬
te disposiciones legales que lo prohiben. Unos, persiguen ex-

304 —
plotar las fuentes de riqueza que los indios, por su desidia o
su vida viciosa, tienen abandonadas; otros, sumirse en la vi¬
da independiente y relajada que ellos llevan. Esta gente que
se acerca a vivir con los indios de los pueblos, está formada
por indios sueltos, de distintos lugares; por mestizos descen¬
dentes; por mulatos y negros libres; por españoles de baja
categoría social; por soldados desertores; por hombres per¬
seguidos por la justicia; por esclavos que han huido, etc. Un
funcionario de la época (1788) dice de esta gente en los pue¬
blos de indios del Partido del Maule: "Estoy persuadido por
lo que he experimentado que los que hoy viven agregados a
los pueblos son los que siguen los mismos sistemas de los
naturales, y sólo lo hacen por gozar de la protección que go¬
zan aquéllos en grande aumento de sus perversas inclinacio¬
nes, como que viven donde no hay campana ni recelan cár¬
cel" (1).
En los los pueblos de indios, esta gente es recibida sin
obstáculos, se les da el nombre de "inquilinos", y a veces su¬
peran en número a la población autóctona. En la matrícula
hecha en 1789. había en Lora 238 inquilinos "entre mestizos,
mulatos y algunos españoles", en circunstancias que los in¬
dios eran sólo 54. En Vichuquén, en el mismo año, había 85
inquilinos "manteniéndose de la pesca en la laguna" y sólo
31 indios. En la Huerta. 59 "inquilinos agregados", y 16 in¬
dios. Toda esta gente, unida a los indios, constituye un agru-
pamiento de importancia, que hace vida común y mantiene
vinculaciones de diversa especie. A excepción de Vichuquén,
cuyos pobladores viven dispersos a orillas de las lagunas, los
demás están agrupados en rancherías desordenadas y no
siempre compactas. A más de los pueblos principales (Lora,
Vichuquén y la Huerta), hay otros caseríos pequeños en di¬
versas localidades de la zona, como Lipimávida, Upeo, Li-
cantén, Coquimbo, Uraco, en los cuales, aunque en menor
escala, se opera el mismo proceso. Ninguno de ellos alcanza
a constituir aldea en esta era, sino simplemente gérmenes
de ellas, con la sola excepción de Vichuquén, que se trans¬
formó y se organizó en esta era, a impulsos de fuertes fac¬
tores externos.
Son interesantes las descripciones de estos centros po¬
blados hechas por documentos coloniales, que nos proporcio¬
nan una visión viva de su naturaleza.

(1) Capitanía General, vol. 511.

305 —
A continuación, transcribiremos algunas de enas:

Teno. Informe hecho en 1787 por el Subdelegado de Col-


chagua, sobre la diputación de Teno:
ig,* vL' • ' "" i

diputación de T henn, a cargo de don Manuel Eguiluz, tiene su ma¬


La
yor largo desde la cordillera hasta los Canelos y división de la diputación
de Caune de doce leguas, y su mayor ancho de cinco leguas. Divídese por
«1 oriente con la cordillera nevada y estancia del Guaico; por el sur, con
el Partido del Maule; por el norte, con la diputación de Chimbarongo y
Pocilios; y por el oeste con la estancia de las Palmas. Es el valle de Teno
muy abundante de todas layas de agricultura; produce mucho trigo y le¬
gumbres; mantiene muchos ganados mayores y menores; es muy opulento
de maderas en su cordillera, de robles, cipreses y laurel. En dicha cordille¬
ra se halla el portillo nor donde ipasan a sacar brea, sal y yeso de la otra
banda, que se hallan dichas especies en tierra de los pehuenches. Asimis¬
mo, tiene a la parte del norte muchas tierras inútiles inhabitables a falta
de riegos, que se Ies puede dar, hab'endo facilidad de abrir bocas tomas
en el río Thenn. Tiene en el valle una vice Parroquia con su teniente de
cura, que pone el cura de Chimbarongo.

Caune. Informe hecho en 1788 por el Subdelegado de


Colchagua sobre la diputación de Caune.

La
diputación de Cagne, a cargo de don Pedro de Ubilla, su largo de
oriente poniente, ocho leguas y su imayor ancho de tres leguas y media.
a

Divídese por el lado del norte con la diputación de Colchagua y la de Ni-


lahue; por el oriente, con la de Almendral y Palmas; y por el sur, con el
Partido de Maule, estero de Nilahue de por medio; y al mismo poniente,
con el propio estero. Es abundante en crianza de ganado, algunas labran¬
zas de temporal y chácaras de rulo.

Lora. Informe del diputado don Manuel de Fuenzalida


en 1789.

Está situado este pueblo a orillas del río Mataquito, cuyo río en casi
todo el distrito de este pueblo lleva su corriente al sud-oeste, siendo su si¬
tuación en dos leguas de vega, que es todo lo que corre dicho pueblo por la
parte del norte de dicho río. Su ancho es de cuatro cuadras en lo más an¬
gosto, hasta diez en lo más ancho, cuya vega es de famosos pastos de gra¬
no. Se mantiene en ella un potrero de engorda de crecido número. Sin em¬
barazo de las siembras de los indios de este pueblo y de muchos otros que
viven agregados a él, teniendo cada uno de por sí tierras para sembrar y
pastos para criar, sin entrevención unos de otros por vivir en diferentes
quebradas, todas fértiles de agua perenne de todo el año y rulos suficien¬
tes para las siembras, sin mistarse unos con otros. Tiene dicho pueblo
adentro de sus goces, sin mendigar, maderas de toda clase, que con dis¬
tancia de cuadras no más de se puede tirar para los edificios que quisie¬
ren. Tiene igualmente infinitos totorales y coliguales para formar los te¬
chos de sus casas. Dista este pueblo de la iglesia parroquial de esta doc¬
trina de seis a siete leguas de mal camino
por así todo de montaña. La
situación en que está un rancho de paja, que es la capilla de este pueblo,
es una planice muy hermosa, que da vista a diferentes partes por la otra
banda del río, cuyo plan tiene agua corriente
siempre que se la quieran
echar. Todas las lomas y quebradas que bajan a la loma de este pueblo


306 —-
son de abundantes pastos y sus rincones y bajos que intermedian, están
todos llenos de poblaciones por las comodidades que allí disfrutan para
bueno y malo.

Vichuquén, Informe del diputado don Hermenegildo Cés¬


pedes en 1789.
Está dicho pueblo situado entre las lagunas que se dicen del mismo
nombre por la
parte del sur, corriendo del este al oeste sus orillas por
cuarenta y una cuadras. Casi todas se oomiponen de puntas de loma que
rematan contra dichas lagunas, todo ello de tierra árida y sin más vega
por esta parte que el atravieso de la cabecera de la laguna grande. En
este atravieso antiguamente hubo lagunas, pero el año 51 con el terremo¬
to y salida de mar se destruyeron, y sólo últimamente a costa de mucho
dinero y trabajo se han hecho trabajar algunas.

La vega de que gozan los indios, está el estero que baja de por medio.
Tendrá poco más de una legua y en parte se estrecha mucho con los ce¬
rros. El terreno es entre cascajo y arena, muy poco apropiado para sem¬
brar. En la laguna pueden ¡pescar. También tienen leña, madera y alguna
paja para sus ranchos.
La iglesia parroquia estámedio de d'Cho pueblo en una falda de
en
loma donde se halla un corto
plan para poderla edificar, donde se halla
la casa del cura por no caber más en aquel plan, ni tampoco se halla en
todo el pueblo lugar donde se ipueda formar aldea para poder avecindar
en ella ni aun los pocos indios que en él se hallan.

La Huerta. Informe del diputado don Hermenegildo Cés¬


pedes en 1789.

Está dicho pueblo situado a orillas del río de Mataquito por la parte
del norte,
cuya corriente corre al rumbo de sudueste por término de 24
cuadras que es el largo de dicho pueblo. El reducto de su asiento es una
corta vega que corre a orillas de dicho río que encerrará entre cincuenta
hasta sesenta cuadras cúbicas, que es el único terreno donde los natura¬
les de este pueblo siembran las legumbres y granos para su mantención,
entendiéndose que tiene dicho pueblo agua más que la del río que pasa a
sus orillas a excepción de una acequia de grave costo que atraviesa la una
punta del pueblo sacada por el comisario don Juan Garcés y la mantiene
hoy don Jacinto Garcés, su hijo, con la que -corre un -molino de pan a
beneficio rúblico de es'e valle, por no haber otro en larga distancia, y el
resto de dicho pueblo es un retazo de llano y una falda de loma, uno y
otro seco y sin agua, estérii de pastos, los que sólo mantiene la primave¬
ra
Igualmente, estéril de madera, leña, y sin ningún espino con que se
puedan mantener cercos, si no es solicitándolo del vecindario.

Todos estos centros poblados se han formado a impulsos


de fenómenos naturales, gestados durante rnuchos años, en
los cuales se ha conjugado el esfuerzo de los colonizadores,
la acción
espiritual de la Iglesia y la naturaleza misma de la
región. La villa de Curicó ya se hace insuficiente para con-

307 —
tener el impulso vital de los grupos humanos asentados en
la zona.

Sinembargo, ninguno de estos poblados, con la sola ex¬


cepción de Vichuquén, adquiere rasgos de aldea durante la
Colonia. Carecen, por el momento, de los elementos internos
y ^externos que constituyen una aldea. No hay pobladores de
importancia y de rango; no tienen calles ni plaza, ni regula¬
ridad en su diseño. Son simples agrupamientos desordena¬
dos y no muy compactos. Cuando mucho constituyen ran¬
cheríos indígenas, en los cuales se agrupan rucas miserables
sin ningún concierto; y ni aún en ellos hay agrupamiento
total, como sucede
en Lora donde, a más del rancherío cen¬

tral. las rucasdispersan por lomas y quebradas. Son sólo


se

gérmenes de aldeas futuras, que necesitan un estímulo ex¬


terno para que se transformen en tales y reciban, así, pobla¬
dores de mejor calidad y adquieran regularidad en su diseño
y mejor aspecto material.
En años anteriores se había producido el mismo hecho
con la villa de Curicó. Por fenómenos naturales y por una
especie de exuberancia social de toda la zona, se había for¬
mado un agrupamiento en la isla de Curicó. Vino, entonces,
como estímulo externo, el establecimiento del convento fran¬
ciscano y elacto solemne de la fundación, adquiriendo así
aquel agrupamiento los caracteres de aldea y de villa.
La historia se repite en esta era; pero los agrupamien¬
tos humanos que nacen ahora, a excepción de Vichuquén. no
reciben el estímulo externo que ios transforme en aldea, fe¬
nómenos que sólo se producen en la era republicana.

El estímuloexterno que hace nacer la aldea es de di¬


versa especie. No tiene la intensidad de un acto solemne de
fundación, del cual nace la villa o la ciudad; pero siempre
es un hecho fuerte, que imprime rumbo, que da. importancia
al poblado y queda grabado en la memoria de todos.

En el poblado de Teno, los estímulos que formaron la


aldea fueron la creación de la comuna en 1891 y la donación

y venta de sitios para poblarse que más o menos por la mis¬


ma época se hizo. En Rauco, el estímulo fue el traslado en

1834 de la vieja parroquia de Tutuquén al Alto de Pequenes,


en donde la aldea se formó a su alrededor. En la Huerta, el

traslado al recinto de la antigua toldería de indios, de la Pa¬


rroquia de Peraiillo realizada en 1864. En Licantén, la crea-

308 —
ción de la Parroquia. En Hualañé, la construcción del ferro¬
carril; y en Romeral de creación de la comuna en 1892.
Hubopoblados que ni aún en la época republicana re¬
cibieron el impulso externo. Caune, Patacón, Las Palmas,
Ranguilí, Palquibudis, Los Guindos, La Montaña, Upeo no
han formado, por eso, verdaderas aldeas y sólo han
llegado
hasta nosotros como simples agrupamientos. Por el mismo
motivo, los pobladores de Lora, Lipimávida, Uraco, Coquim¬
bo, sólo adquieren caracteres poco perceptibles de aldea.
Más o proceso parecido §e desarrolla íntegra¬
menos un

mente en la
republicana con la formación de aldeas y
era

poblados que no alcanzaron a tener su inicio en la Colo¬


nia. Tales son, por ejemplo, las aldeas de Iloca y Llico.

El caso de Vichuquén reviste caracteres peculiares.


Fue primero un pueblo indígena, como La Huerta y co¬
mo Lora; pero era más irregular y más informe que ellos,
pues sus pobladores no estaban agrupados en rancherío com¬
pacto, sino que vivían dispersos en las orillas de las lagunas.
Estaba destinado, a igual que los otros pueblos indígenas, a
servir sólo de germen para que más tarde se formara una
aldea.

Sin embargo, se adelantó al procesp histórico de los pue¬


blos congéneres y, por excepción, constituyó una aldea en
plena Colonia.
Dos elementos contribuyeron a ello, actuando como es¬
tímulos externos.

El
primero fue la Parroquia, erigida en medio de la po¬
blación de indios en los lejanos tiempos de la colonización.
La iglesia y la casa del párroco se edificaron en un pequeño
plan en la falda de una loma, en el lugar que hoy día ocupa
la casa parroquial. Por muchos años desarrolló una acción
notable entre los indios y los habitantes de la comarca, con¬
tribuyendo poco a poco a la formación de la aldea.
El otro elemento fue la orden que dió un Corregidor
para que los indios se poblaran alrededor de la Parroquia.
Ocurrió en 1771. El Corregidor del Partido del Maule don
Francisco Antonio López y Sánchez efectuó ese año la ma¬
trícula de diversos pueblos indígenas del Partido. El 18 de
mayo de ese año realizó la matrícula de Vichuquén, hacien¬
do comparecer al cacique Antivilu a la iglesia parroquial.


309 —
Pudo, constatar la dispersión de los indios a lo largo de las
tierras comunes, y que había algunos que habían levantado
sus rucas en quebradas y rincones ocultos. Con notable vi¬

sión, el Corregidor comprendió que el porvenir de aquel pue¬


blo estaba vinculado a su iglesia parroquial, y que mientras
no se juntara a su alrededor, no dejaría de ser un agrupa-

miento humano informe. Es cierto que el emplazamiento en


que estaba la iglesia parroquial no era el más apropiado pa¬
ra que prosperara una aldea, pues le faltaba el terreno pla¬

no y abundaban, en cambio, las lomas y las quebradas. Pero

no era una cosa imposible agrupar allí rucas y casas, y quien

sabe .si con los años el caserío y la parroquia atrajeran gen¬


te de buena calidad, que abundaba en la zona. Así fue que
el Corregidor ordenó aquel día al cacique Antivilu que los
indios se poblaran en torno a la parroquia, "formando ca¬
lles y plaza". Aquél fue un instante trascendental en la his¬
toria de Vichuquén, pues entraña el primer paso directo ha¬
cia el nacimiento de la aldea.
No hubo, sin embargo, cumplimiento inmediato para la
orden del Corregidor. Los indios y sus allegados se negaban
a dejar sus rucas dispersas y aún- hubo funcionarios reales
que estimaron imposible la formación de una aldea en el
emplazamiento de la parroquia. En 1789, dieciocho años des¬
pués de la orden del Corregidor López, el pueblo de Vichu¬
quén continuaba disperso y la iglesia parroquial, igual que
siempre, se alzaba enteramente aislada, en la falda de una
loma. El diputado don Hermenegildo Céspedes, en la des¬
cripción que hizo ese año del pueblo, y que ya conocemos, es¬
tima que en aquel emplazamiento no cabe ninguna casa a
más de la parroquia y de la casa del párroco y que en todo
el pueblo no hay lugar alguno donde pueda formarse aldea.

Pero con les años, la situación se va alterando. Los in¬


dios, impulsados por las autoridades y por los párrocos, van
trasladando poco a poco sus rucas a la vera de la parroquia.
Lo mismo hacen sus allegados mestizos, blancos y mulatos.
Todos van comprendiendo las ventajas que tiene la vida en
común y la cercanía de una iglesia, que los libra del desam¬
paro terrible de sus quebradas y parajes solitarios, de los
atropellos, de los asaltos y, aún, del hambre. Lo más notable
es que también se acercan a vivir en aquel emplazamiento

algunas personas de calidad de la región, con lo que se ad¬


quiere uno de los elementos esenciales para la formación de
la aldea organizada, pues con el hombre de calidad llega me-


310 —
jor la protección para los demás, el orden, un mayor respeto
y el espíritu de empresa en bien de la colectividad. Las ru¬
cas empiezan a levantarse en las lomas y en las quebradas

próximas a la iglesia, donde parecía imposible que pudiera


formarse una población. Se levantan también casas de cier¬
ta importancia, construidas por estancieros vecinos que se
acercan a poblarse.

Bien pronto, aqual poblado adquiere caracteres de aldea.


Al lado de los ranchos de los indios y de sus inquilinos, se
advierten casas de innegables contornos españoles, con es¬
quina o corredores, pisos enladrillados, gruesas murallas, y
algunas hasta con enrejados vizcaínos. Se alternan en ella
la habitación de corte indígena, con los tipos de casas espa¬
ñolas coloniales de la ciudad y del campo, bomo quiera que
aquella, aldea es una mezcla pintoresca de ranchería indí¬
gena con ciudad y con estancia. Se advierten también habi¬
taciones de un tipo curioso, que suele encontrarse en algu¬
nas aldeas coloniales, formadas de dos pisos, de los cuales

uno sirve de vivienda y el otro de bodega.

Los dos estímulos externos, la Parroquia y la orden del


Corregidor, han surtido ya su efecto. De la acción conjun¬
ta de una
y otra, nació, al fm, la aldea.
Vichuquén, constituido en aldea, inicia una era de in¬
negables progresos. Las casas y los ranchos, agrupados, pron¬
to forman callejuelas tortuosas, que suben y bajan por las
lomas, pero que dan la sensación de un poblado serio y or¬
denado. Algunas son cerradas, y otras son difícilmente tran¬
sitables. bu polvo rojizo forma nubes al paso de las cabalga¬
duras. La aldea se constituye en centro de la zona circunve¬
cina. Las festividades religiosas tienen notable colorido, en
especial la tradicional ceremonia con que se honra a la vieja
imagen de la Virgen. En las casas de la gente de rango se
hace vida social, se escucha música y se celebran saraos. En
las rucas de los indios y de la gente menuda, hay jolgorios

y juegos, Los hombres salen de mañana a sus trabajos agrí¬


colas y regresan al atardecer por las polvorientas callejuelas
de la aldea. El día domingo es de extraordinario movimien¬
to. Por la mañana, todos sus habitantes y muchos vecinos
de los contornos concurren a misa; los indios beben y repo¬
san soñolientos en la puerta dessus rucas; se juega chueca
y seorganizan carreras de caballos. En la calle trafican los
hombres con sus mejores atavíos y buenas cabalgaduras.


311 —
Brilla la plata en aperos y espuelas de los estancieros ricos.
Lanzan reflejos pálidos el cobre y la "alquimia" de los más
modestos :

Son de cobre
las espuelas del pobre.

Ein toda la zona, en del Reino y en muchos


la capital
parajes del país. Vichuquén adquiere fama de pueblo de bru¬
jos. Los versos populares lo pregonan:
Se fue Valentín
para Vichuquén,
a aprender a brujo
y no pudo aprender.

Sin duda, su famaviene de lejanos tiempos, pues el nom¬


bre Antivilu, de muchos de sus caciques, significa en lengua
incaica "profeta o adivino de los Andes". Entre las huestes
del inca que vinieron a establecerse en Vichuquén. ha debi¬
do venir alguno con fama de tal, que fue el fundador de esta
dinastía de caciques Vilu y Antivilu y que dió reputación de
brujería al pueblo. Para no desmentir su fama, siempre han
abundado en Vichuquén entre las clases populares numero¬
sas supersticiones y leyendas.

Cuando Vichuqén no era sino un poblado disperso en


los bordes de sus lagunas, hubo un Corregidor del Maule que
sintió hacia él una afición incomparable. Le agradaron, sin
duda, las hermosas montañas de la zona; el aspecto pinto¬
resco de sus habitaciones; el trato con los españoles allí re¬
sidentes; y la curiosa reducción indígena. Con mucha fre¬
cuencia emprendía desde Talca viajes de inspección hacia
Vichuquén, y allí permanecía durante varios días, alternan¬
do con españoles, con indios y con gente de toda especie.
Aquel Corregidor fue don Fernando de Padilla y Espinosa,
que se había hecho cargo del Corregimiento en 1775. Un día
de agosto de 1776, encontrándose el Corregidor Padilla en
Vichuquén, los vecinos se sorprendieron ante la vista de una
comitiva de jinetes que bajaba por el camino de la monta¬
ña. La sorpresa fue mayor a medida que se acercaban, pues
advirtieron uniformes militares. Se trataba del Alguacil ma¬
yor de la ciudad de Talca, escoltado por diez milicianos, que
venía en busca del Corregidor con una orden de prisión ex¬
pedida en su contra por un Juez Visitador que había llegado
a Talca.
Alexpirar la era colonial, Vichuquén era ya una aldea
de cierta importancia. A contar desde entonces siguió una
vida accidentada, llena de alternativas, en la que ha conoci¬
do momentos de auge y momentos de decadencia. Cuando
en 1865 se creó la provincia de Curicó, Vichuquén fue erigi¬
do en capital del departamento del mismo nombre. En la
misma ley se autorizó al Presidente de la República para que
expropiara ios terrenos que fueran necesarios para calles,
plaza y edificios públicos, pues en la vieja aldea colonial fal¬
taban esoacios abiertos para el establecimiento de animales
y carruajes, las calles eran tortuosas y a veces cerradas, y
no había lugar para construir edificios públicos. Desde este

momento, Vichuquén adquirió una importancia inesperada.


Regularizó su planta, adquiriendo mayor - aspecto urbano,
se convirtió en el centro de un gran sector costino, y tuvo en

todo sentido un extraordinario movimiento. Desgraciada-


menle este progreso extraordinario de Vichuquén no pudo
prevalecer y sól-> ha llegado hasta nosotros una aldea de vi¬
da precaria y decadente. Diversas circunstancias fatales pa¬
ra su desenvolvimiento, como la supresión del departamento
de Vichuquén en1927, la creación del departamento de Ma-
taauito con capital Licantén en 1935, la inundación de 1930.
lo hacen perder su antigua importancia, y producen el éxo¬
do de gran parte de su población.
Elaspecto que hoy día presenta Vichuauén. es sobreco-
sedor. Perdido en medio de los cerros, centenario y lleno de

tradiciones, con viejas casonas de corte colonial v con un


claro aspecto de ciudad dormida o abandonada, es un con¬
junto de contradicciones en el aue alternan los signos de
grandeza con los de decadencia. El que transita hoy por sus
calles cree estar viviendo una época lejana. Hay un pesado
silencio en todas nartes: las callejuelas tortuosas suben y
bajan solitarias por las lomas: muchas casas de corredores
exteriores, por los aue se transita como por una vereda, dan
colorido de ciudad legendaria; y la plaza, cerrada en uno de
sus a la era medioeval. Hay, pues,
rincones, hace remontarse
una tristeza suserente poraue en medio del silencio de su
ambiente total, del abandono y de la postración, se filtra del
pasado el brillo de un tiempo mejor, y una solidez maciza
como la del pellín de sus montañas.

f) Vida y costumbres rurales.— Donde puede observar¬


se con
nitidez la vida y las costumbres rurales es, sin
mayor
duda alguna, en la estancia. En este retazo de suelo, mu-


313 —
chas veces de extensión considerable, que tiene vida propia

y activa, el campo vive en toda su intensidad.


Hay cuatro tipos humanos, alrededor de los cuales gira
la vida de la estancia colonial: el estanciero, el huaso, el la¬
brador y el gañán.
El estanciero es el gran señor del campo en la Colonia.
Generalmente desciende de los antiguos terratenientes o en¬
comenderos, pertenece a la clase social superior y tiene una
cultura por encima del término medio ambiente. En la re¬
gión donde vive nadie le discute su superioridad, y todos lo
acatan y respetan. Por su parte, él protege a toda la comar¬
ca, defiende a sus vecinos pequeños, los afianza, les presta
animales, semillas, aperos, y muchas veces los representa
ante las autoridades. Tiene también a sus órdenes directas
inquilinosy gañanes de su propia estancia. Personalmente,
o Dor medio de sus familiares, está vinculado con las auto¬

ridades del Reino y con las autoridades regionales, y hace


valer ante ellas su • influencia en bien de la comarca. Toda
esta superioridad del estanciero y la protección que dispen¬
sa, hace que en torno de la estancia se vaya aglomerando
gente, hasta formar, a veces (hay casos que conocemos), ver¬
daderos centros poblados.
El huaso es un hombre de campo enriquecido, pero que
no pertenece
a la clase social superior, en la cual se ha ges¬
tado el estanciero. Generalmente, es un mestizo que ha he¬
cho fortuna, adquiriendo propiedades o negociando animales
y productos. Su cultura es escasa o nula; y. a veces, no co¬
noce'más horizonte que el que encuadran v limitan los ce¬
rros del lugar en que nació. No tiene vinculación ni con la

capital del Reino, ni con la villa o ciudad y no ejer¬vecina,


ce sobre sus vecinos otra superioridad que resulte della que
trabajo que él dirija. Las más de las veces es pequeño pro¬
pietario y en no pocos casos se convierte también en estan¬
ciero; pero su estancia no es la misma del estanciero propia¬
mente tal: carece de la atracción aue ejerce aquélla sobre la
comarca y no tiene los medios suficientes
para darle el as¬
pecto de superioridad que caracteriza a la otra. El huaso es
un personaje típico de la zona Colchagua-lMaule. en la que
Curicó se encuentra. Tiene vestimentas especiales; giros de
lenguaje propios; indiferencia, ingenio y cachaza, en. las que
aflora su sangre mestiza de indio y andaluz; y costumbres
y gustos especiales que lo distinguen de los otros sectores
rurales. ' rr
El labrador es el pequeño propietario agrícola, que se
desenvuelve en desmedrada situación económica. Por sus

propios medios ha adquirido un retazo pequeño de terreno,


o lo ha recibido en virtud de una herencia muy dividida. Tie¬
ne una casa modesta y cultiva el campo por sus propias ma¬

nos, sin más ayuda que la de sus hijos y familiares. Par lo

general, su vida gira en torno a la estancia vecina. Social y


racialmente. es un oficio amplio. Hay labradores españoles,
indios y mestizos; y. aún, hay labradores que pertenecen a
lo que la época llama "caballeros", o sea, el español de ca¬
tegoría social. Pero, por lo general, el labrador pertenece a
las clases sociales inferiores. En una matrícula de los habi¬
tantes de la isla de Curicó. hecha 1788, figuran labrado¬
en

res en muchas de las


estirpes raciales; y. entre los caballe¬
ros, figuran tres únicos oficios: hacendados (estancieros),
mercaderes y labradores.

El gañán el inquilino y el peón de los campos. Por lo


es
general, está acimentado en una estancia. Es un hombre li¬
bre que trabaja junto al esclavo. A veces tiene casa para él
solo, y otras veces vive en las dependencias de la casa de la
estancia. Trabaja al día c tiene suelos en medias. A veces
se establece definitivamente en una estancia, en la cual si¬
guen viviendo sus hijos; pero otras veces es de instintos nó¬
mades (como el indio volantón y el andaluz gitano), y transi¬
ta permanentemente de una estancia a otra. Por lo general
el gañán es el indio suelto que ha quedado sin tierra, o el
mestizo descendente igual situación. Pero hay también
en

muchos españoles en este mismo oficio. Forman parte de esa


población anónima que fue llegando al país junto al español
de categoría y que en vez de convertirse en encomendero o
terrateniente como aquél asumió todos los oficios, y fue, así,
labrador, gañán, vaquero, zapatero, pescador, mercader, pla¬
tero, herrero. En. la matrícula de la isla de Curicó, en
..

1788, figuran 126 gañanes españoles, amén de otros especia¬


lizados que se computan como vaqueros, ovejeros, mayordo¬
mos y arrieros.

El estanciero vive en su estancia todo el año. No hay


ausentismo, y sólo en los casos de necesidades extraordina¬
rias él o su familia se Santiago. A lo sumo, hay
traslada a

algunos que tienen casa en la villa de San José de Curicó y


en ella residen una
parte del año, pero en contacto perma¬
nente con las cosas de su estancia. Hay algunos también que
están íntimamente ligados a San Agustín de Talca o a la


315 —
villa de San Fernando, y tienen, a veces, en ellas, casa pues¬
ta en la cual residen períodos de tiempo más o menos largos;
y, en cambio, no mantienen vinculación alguna, o sólo muy
débil, la villa de Curicó. Esto sucede, en especial, antes
con
de la creación del Partido de Curicó, ya que en esa época un
gran- sector curicano pertenece al Partido del Maule, del cual
es cabañera Talca, y otro al Partido de Colchagua, del cual
es cabecera San Fernando. Don Juan Garcés Donoso, de Pe-

ralillo; don José de Besoaín, del Médano; y don Manuel An¬


tonio de la Fuente, de Vichuquén, se vincularon con Talca
y no con Curicó. Don Pedro Urzúa Gaete tuvo vinculaciones
y casa en Talca y en Curicó. Don Juan José Ramírez de To-
rrealba tenía su casa vinculaciones en San Fernando.
y sus
La. casa que
el estanciero construía, era de dos especies:
una, era circundada de corredores por todos sus costados y
tenía forma de U, de H, o de Z; otra, era simplemente una
habtación de un solo bloque, con un corredor exterior y otro
interior, muy semejante a uno de los.tipos de casa que se
construyó en la villa de Curicó. En los dos tipos, todas las
habitaciones dan a alguno de los corredores. Tienen sala
(pieza para la atención de los asuntos del estanciero) ; cua¬
dra (salón de recibo); cámaras (dormitorios) ; y comedor.
Hacia el interior, hay cuartillos que se destinan para guar¬
dar monturas y aparejos, despensa, granero y cocina. La
edificación es ahora, por lo general, de adobe y teja; pero
quedan aún casas de estancieros con techo de paja. Las mu¬
rallas divisorias son. muchas veces, simules tabiques emba¬
rrados; y de este mismo material y de techo de paja suelen
ser los cuartillos interiores.

Alrededor de la casa principal del estanciero se agrupan


diversos edificios anexos. Uno es la bodega; otro el corral;
habitaciones para mayordomos y gañanes; a veces, la coci¬
na; otras, capilla; mediaguas con corredores para gua¬
una
recerse de la
lluvia; y curtidurías, hornos de pan y molinos.
A todo este conjunto se le llama "las casas".
En el centro poblado la vida
y las costumbres bien poco
difieren de las de la estancia. El centro poblado, sea pueblo
de indios, agrupamiento en torno de una estancia, o ranche¬
río antiguo renacido, o de cualquer naturaleza, lleva vida
esencialmente agrícola. Los hombres que viven en él, traba¬
jan tierras en comunidad, tienen pequeñas fincas o son ga¬
ñanes de las estancias vecinas. Generalmente,
hay menos
control y más desorden que en la estancia misma; hay jue-

316 —
gos, carreras de caballos, reyertas, chueca y borracheras. Las
casas en que viven los hombres, son muy semejantes a las
de las estancias, o simplemente rucas indígenas.
En Vichuquén, desde el momento en que se forma la
aldea en torno a la Parroquia, la vida adquiere algunos pun¬
tos de disimilitud con el resto de la vida rural. Se le infiltran
algunos rasgos de la vida urbana; hombres y mujeres se
preocupan más de sus atavíos; se hace vida social; hay sa¬
raos La construcción misma de las casas tiene un aspec¬
...

to más urbano, pues al lado de las casas construidas al es¬


tilo de las casonas de estancia, hay otras más livianas, como
las de la villa de Curicó, sin corredor a la eglle y, a veces, con
puerta en la esquina.
En la vestimenta del hombre del campo, se originan en
esta era algunas novedades.
El estanciero viste en la estancia más o menos como el
hombre de rango de la ciudad.
El
huaso, en cambio, va formándose una vestimenta tí¬
pica. Como mestizo que se asimila al blanco, recibe la in¬
fluencia del andaluz gitano que lo ha engendrado, y esta in¬
fluencia, que aflora en sus hábitos y en su mentalidad, se
manifiesta también en sus vestidos. Así se forma el traje de
huaso de ia Colonia. Como el andaluz, tiene chaqueta corta,
roja o azul, pródigamente adornada con botones y con cin¬
tas de seda; pantalón adornado con franjas de oro o plata,
amplios en la parte superior y ajustados con cintas corredi¬
zas en las
pantorrillas ; sombrero alón y polaina de cuero o
tejida de lana, para montar a caballo. El traje del huaso se
generaliza en los campos del país; pero pronto es usado tam¬
bién por estancieros de rango; y llega hasta nosotros,' con
pequeñas variantes, como el traje típico del campo.
En el gañán, como en el hombre del pueblo en la ciudad,
la vestimenta sigue siendo la misma: chupalla, poncho y
ojota.
La vestimenta de la mujer, es la misma que conocimos
en la villa de Curicó.

Para montar a caballo, el hombre se esmera en su ata¬


vío. El estanciero de rango, el huaso y, a veces, el labrador,
hacen derroche de lujo en aperos y monturas. Hay monturas
de terciopelo colorido, con adornos de plata y seda; frenos
con pieza de plata en las cabezadas; pretales forrados también


317 —
con plata; estriberas de quillay con flores labradas y con ador¬
nos de plata; y grandes espuelas, que a veces son de "alqui¬
mia" y a veces de plata maciza.
Era común en las estancias la existencia de armas, que
el estanciero cuidaba celosamente, a fin de repeler agresio¬
nes y asaltos de bandoleros, en el- desamparo y aislamiento

de la campiña. Las armas que se encuentran en las estan¬


cias, son las propias de la época en el Reino: espadas, trabu¬
cos, carabinas, escopetas, pistolas. ..

El problema de las castas sociales ofrece en el campo


algunas características especiales.
Se observan aquí, como en la villa, las distintas estirpes
raciales que sirven de base a la distinción de clases. El ele¬
mento blanco está encalmado en los estancieros y en una
masa anónima de españoles, generalmente andaluces, que
desempeñan los más diversos oficios, desde labrador hasta
gañán. El mestizo está encarnado en especial en el "huaso";
el indio, en los gañanes de las estancias, en pequeños pro¬
pietarios (labradores) y en los habitantes de los pueblos in¬
dígenas organizados; y el negro y el mulato, en los esclavos
repartidos en las estancias, o en gañanes libres.
La distinción entre las clases se va haciendo en el cam¬
po cada vez más confusa; y se producen volcamientos, no
siempre visibles en la villa o en la ciudad, que trastrocan la
jerarquía social que acostumbra la época. Hay mestizos que
se enriquecen y se transforman en dueños de
estancias, te¬
niendo a sus órdenes gañanes que son españoles. Hay espa¬
ñoles que se acogen a los pueblos de indios en calidad de in¬
quilinos. Junto al huaso estanciero vive a veces algún, "ca¬
ballero", convertido en labrador. En esta forma, la propia
era colonial va
proporcionando elementos para los nuevos
conceptos que la Independencia desarrollaría, aun cuando
jamás habrá factor lo suficientemente poderoso para hacer
desaparecer por entero las influencias raciales en la organi¬
zación social.

g) Los bandidos.— La historia siniestra de los cerrillos


de Teno.—La paz de la vida rural en la Colonia, estuvo siem¬
pre turbada por la amenaza permanente y por las depreda¬
ciones brutales de los bandoleros. Son
personajes inf al tables
en la vida
colonial, que viven repartidos a lo largo de toda la
zona, tal vez como en ninguna otra parte del Reino. Llevan

318 —
una vida semi bárbara, establecidos muchas veces a campo
rasoy deambulando por caminos y senderos, al acecho de
caminantes. No tienen otro medio de vida que el crimen o
el robo. Armados hasta los dientes con cuchillos y armas de
fuego, acechan el paso de hombres y carruajes para caer so¬
bre ellos y despojarlos de cuanto llevan, llegando hasta el
crimen. A v:ces, al caer la tarde, sorpresivamente caen so¬
bre alguna estancia, afrontando la defensa enérgica que con
hombres y armas les opone el estanciero, transformando el
asalto en refriega sangrienta.
Esta población de bandoleros se ha gestado de manera
compleja. Hay en ella indios sueltos que han huido de las
encomiendas o del control de los pueblos, y que en vez de
instalarse, como otros, en algún rincón o buscar trabajo en
las estancias o en la villa, han optado por la vida libre y
azarosa del crimen; hay negros y mulatos que huyen de la

esclavitud; mestizos, en quienes la mezcla violenta de san¬


gre y el trato social ha producido lo que siglos después será
llamado por los sabios un "complejo", que los ha llevado al
crimen; y españoles de mala catadura, a quienes la necesi¬
dad o sus instintos los han empujado a esa vida.

Generalmente, se organizan en bandas, dirigidas por el


más audaz, y tienen sus madrigueras en lugares estratégi¬
cos, en donde conciertan sus fechorías y ocultan sus robos.
Las más famosas están en los cerrillos de Teno
y en las se¬
rranías de la costa. Estas bandas organizadas son el terror
de lacomarca y adquieren una fama siniestra, en la cual se
mezcla la realidad con la leyenda. Se cuenta el caso de al¬
gunas que seleccionan estrictamente a los bandoleros que
quieran afiliarse a ellas, a fin de contar sólo con hombres
que tengan las cualidades necesarias para el duro ejercicio
del bandidaje: unas, exigen que el pretendiente sea capaz
de resistir determinado número de azotes; y otras, que re¬
sista una lucha cuerpo a cuerpo con el más fuerte de la
banda.

A todo este
conjunto de bandoleros, hay que agregar
también a los indios
pehuenches de la cordillera que, espo¬
rádicamente, suelen también hacer sus incursiones a los
campos vecinos y asaltan estancias y viajeros, o se conten¬
tan, simplemente, con robar animales.
La audacia de los bandoleros no tiene límite. Los due¬
ños de estancia generalmente se defienden de ellos y mu-


319 —
chas veces tienen éxito; pero el desgraciado viajero que topa
en ei camino con alguna banda, bien poco gana con oponer
resistencia. Debe resignarse a perder cuanto lleva, y dar gra¬
cias a la Providencia si escapa cgn vida. Da ferocidad que em¬
plean muchas veces, se hace proverbial. Hay casos en que
después de asesinar a un viajero, le arrancan la piel del ros¬
tro para que no pueda después ser identificado. Esta cos¬
tumbre bárbara produce estupor en todo el Reino, y los ban¬
doleros de la zona reciben un calificativo gráfico, que se di¬
funde como dicho popular: "Maulino pela cara".

Es en vano desarrollan las autoridades


el esfuerzo que
reales para hacerlos desaparecer. Se envían tropas de línea
y milicianos, para exterminarlos; pero la tropa bien armada
es vencida por la banda audaz, que le da combate o la rehuye.
Se nombran Alcaldes de Hermandad, que son jefes de policía
rural y tienen jurisdicción para juzgar los delitos que se co¬
meten fuera de las puertas de la ciudades; pero los bandidos
se escabullen de entre sus manos. La prepotencia del bando¬

lero se mantiene, así, durante toda la era colonial.

Durante los días azarosos de las campañas de la Inde¬


pendencia, los bandoleros de la zona habrán de vivir una
etapa singular de su existencia. En las luchas libradas en
los trágicos oías de la Reconquista española, los guerrilleros
Manuel nodríguez y francisco Villota reclutan de entre ellos
muchos hombres para sus montoneras patriotas. En esta
forma muchos bandoleros, y en especial las bandas de los ce¬
rrillos de Teno, entran al servicio de la Patria. Luciendo al¬
gunos ue ellos vistosos uniformes, ponen en jaque a las tro¬
pas realistas y cumplen delicadas misiones del ejército pa¬
triota. Ahora distinguen para realizar sus asaltos y fecho¬
rías. Sólo los realistas caen bajo su furia. En cambio, los es¬
tancieros que simpatizan con la causa patriota, están a sal¬
vo de sus ataques;,y son, por el contrario, aliados suyos en

sus acciones en pro del ideal patriota. Llegan a sus estan¬

cias como quien llega a su casa ; trasmiten de una a otra no¬


ticias de importancia; encuentran en sus corrales cabalga¬
duras de remuda; y en el interior de sus campos asilo seguro
cuando son perseguidos.
»

Cuando se inicia la
República, asentada ya definitiva¬
mente la Independencia, los bandoleros siguen caminos di¬
ferentes: algunos, como el Cenizo, se reintegran a la vida
honrada; y otros, como Neira, continúan la vida de depre-

320 —
daciones. Pero, en todo caso, el audaz bandolerismo de la
Colonia termina por ser dominado en la era republicana.
En los cerrillos que se extienden a lo largo de ambas ri¬
beras del río Teno, es donde han lijado su guarida los ban¬
doleros de más siniestra historia de la zona y, acaso, de to¬
do el Reino de Chile. Son pequeños montículos de terreno,
repartidos caprichosamente y muy próximos al camino real
de la Frontera. En ellos los bandoleros encuentran escondite
fácil y estratégico para sus acechanzas, y terreno propicio
para escabullir el bulto en caso de peligro.
Fueron muchos los bandoleros que se sintieron atraídos
por estos parajes y en ellos se formaron diversas bandas que
operaron en forma independiente. En pleno día, y con auda¬
cia increíble, esperan el paso de viajeros por el camino real
de la Frontera, que va desde Santiago a Concepción. Agaza¬
pados detrás de los cerrillos, mientras uno observa desde al¬
guna altura, les basta una pequeña polvareda en la lejanía
del camino para que se apresten al asalto. Ya cuando ad¬
vierten que la pieza es buena, convergen todos hacia el ca¬
mino real y, al paso de la víctima, caen sobre ella en
una algazara siniestra, en la que alterna el brillo de corvos

y puñales con el estampido de las armas de fuego. Bien pron¬


to los cerrillos de Teno son conocidos en todo el Reino y na¬
die se atreve a traficar solo por sus
cercanías. Quien desee
viajar por el camino de la Frontera, necesita juntarse con
otros viajèros que se encuentren en el mismo trance y orga¬
nizar verdaderas caravanas bien apertrechadas; o acogerse
a la
protección de las fuerzas de línea o milicianos, que sue¬
len recorrer el camino. Pero ni aún estos viajes colectivos
están libres del peligro de los cerrillos, pues los bandoleros,
cuya audacia no tiene límites, muchas veces caen sobre ca¬
ravanas, tropas y carruajes custodiadas, librándose en el
paisaje abrupto de los cerrillos verdaderas batallas campales.
Muchas les basta con acechar al viajero en los
veces no

cerrillos, sino irrumpen en las casas de la zona y arra¬


que
san en ellas con todo, a sangre y fuego. Desgraciadamente,
no les falta
amparo en los campos comarcanos, pues en mu¬
chos ranchos campesinos se les recibe y se les oculta.

Es curioso conocer el estado de ánimo con que los habi¬


tantes de la época recibían los desmanes de estos bandoleros
de los cerrillos. Un documento de 1798, cuyas partes prin¬
cipales transcribimos, nos revela la alarma y la indignación

321 —
con que el vecindario impotente presenciaba la prepotencia
de los foragidos:
(''...hallarse comúnmente infestado de ladrones, asesinos, malamista¬
dos y otros infinitos vagabundos, ociosos, rateros, desde la orilla de Tin-
guiririca hasta la orilla de Teno.. . En medio de esos dos llanos, desiertos
por los pocos habitantes que hay en ellos, se aposentan cierta clase de
bellacos que, no faltando quien los proteja y guarde entre la gente de me¬
nos cuenta, se suelen levantar varias cuadrillas de salteadores, que se ha¬
ce temible a cualesquiera pasajeros el tránsito por esas tierras, como que
ha sucedido los más de los años el despojar y aun quitar la vida a varios
desdichados, y aun atreverse a entrarse en sus casas, saqueándolas, y a
presencia del marido violar a la mujer o llevarle la hija, después de herir¬
los y dejarlos en miserable estado; y el hacendado no tener segura de es¬
ta malvada gente, sus casas, sus bienes, su persona

De quienes se preocupan durante, la Colonia de la ex¬


tinción de los bandidos de Teno, nadie desarrolló acción más
eficaz que don Graeiliano Lazo de la Vega. Era propietario
de la estancia Quinta, ubicada precisamente en la comarca
amagada por el bandolerismo. En 1798, haciendo ver las tro¬
pelías que a diario se cometían, pidió al Gobierno que se le
designara Alcalde de Hermandad y juez de convicción, con
amplias facultades para perseguir a los bandoleros. Fue de¬
signado para este cargo y se le dió como jurisdicción el te¬
rritorio comprendido entre los ríos Teno y Tinguiririca, de
mar a cordillera. Desde ese momento, Lazo de la Vega inició
una batida enérgica contra los bandoleros de su comarca. En

su estancia de Quinta reunió un grupo de hombres decidi¬

dos y desde allí salía a buscar bandoleros en sus propias gua¬


ridas, librando con ellos numerosas refriegas y apresando a
muchos. Si no consiguió librar enteramente a la zona del
bandidaje, consiguió al menos aminorar su acción.
De la era colonial ha llegado hasta nosotros la leyenda
de los cerrillos de Teno. La historia siniestra de sus bandi¬
dos, transformada por los años, tiene hoy día ribetes invero¬
símiles y colorido fantástico. La tradición popular hace va¬
gar por los cerrillos el espíritu de cientos de víctimas que ca¬
yeron bajo la furia de los bandoleros; y ha generado la ilu¬
sión, basada en una que otra ocurrencia real, de fantásticos
entierros de dinero ocultos desde el tiempo de los bandidos.
El Cenizo y José Miguel Neira son los bandoleros que
más descollaron en la historia de fechorías de los cerrillos de
Teno. Sus nombres y sus aventuras son por sí solos suficien¬
tes para llenar de horror el recuerdo del bandidaje.
El Cenizo era un hacendado de holgada situación eco-

322 —
nómica, de buena figura y de cierta educación. Se llamaba
Paulino Salas; y por razones que se ignoran dejó su vida con¬
fortable y se orientó por el camino del crimen, llegando a ser
un bandido sanguinario y uno de los jefes de más rango en
las madrigueras de los cerrillos de Teno.

La policía, que lo buscaba afanosamente, fue informa¬


da un día que se encontraba en la capital del Reino, en casa
de unas amistades suyas que vivían en la calle que se llama
hoy San Martín y que por entonces era llamada "calle de las
Cenizas". Paulino Salas advirtió con presteza que la casa es¬
taba rodeada de tropa, y como era de ánimo resuelto se dis¬
puso a defenderse bravamente. Desenvainó un viejo sable y
salió resueltamente a la calle, golpeando a diestra y sinies¬
tra para abrirse paso. Una bala le alcanzó una pierna y des¬
de entonces quedó cojo y con muletas para toda su vida. De
aquel incidente en la calle de las Cenizas, le vino el sobre¬
nombre de Cenizo, que se popularizó bien pronto.

En los cerrillos de Teno fue seguido y admirado por nu¬


merosos bandoleros, que ingresaron a su banda; y es fama
que el propio José Miguel Neira perteneció a ella.
En las guerrillas de la Independencia, el Cenizo prestó
valiosos servicios a la patriota, como guerrillero; y sin
causa

reparar en sus muletas, afrontó muchas veces difíciles em¬


presas. Ya en la era republicana, por sus servicios a la Patria,
le fueron perdonadas sus fechorías; y se retiró a vivir tran¬
quilamente a la villa de Curicó. Allí vivía aún en 1818, an¬
ciano y casi inválido, evocando acaso, en medio de su vida
sedentaria, los azarosos tiempos en que fuera terror de los
cerrillos de Teno.

José Miguel Neira, formado en la escuela del Cenizo y


acaso uno de los integrantes de su banda, lo superó con cre¬
ces en la historia de sus fechorías, y adquirió una nombradla
mucho más siniestra que la de aquél. Era maulino, como lo
era también el Cenizo. Fue en sus primeros años ovejero en

Cumpeo y luego se enroló en las partidas de arrieros que


transportaban sal a lomo de muía, desde las salinas a la zona
central, o harina y trigo desde las estancias. Así aprendió a
conocer la zona palmo a palmo; se familiarizó con los ca¬
minos y senderos; y supo de la vida errante, de los escondri¬
jos y de los senderos fáciles para escurrir el bulto. Bien pron¬
to la región no tiene secretos para él, y no hay estancia ni
rancho que desconozca. Sabe dónde vive el hombre rico y dón-


323 —
de el bravo peligroso. El rancho amigo está disperso en todas
partes y en él encuentra amparo cada vez que lo necesita.
La vida libre y desordenada lo va cogiendo poco a poco; y
así, casi imperceptiblemente y por etapas, termina por con¬
vertirse en bandolero.

Los cerrillos de Teno saben bien


pronto de sus fechorías.
Su rostrolampiño, afloración de su sangre mestiza, en el que
apenas apunta el bozo y la barba; su puntiagudo bonete
maulino; sus grandes espuelas y su manta al hombro, se ha¬
cen conocidos en la zona y van dejando una huella sinies¬
tra por dondequiera que pasan.

Su banda se acrecienta con los más tenebrosos bandole¬


ros de los cerrillos. Braulio
Venegas, alias el Fraile; Tomás
Benavides; Juan Canales; Santos Tapia; Lorenzo Illanes, es¬
tán ya bajo sus órdenes. Neira los organiza y los dirige, y
como tiene el don de hacerse obedecer, todos acatan sus ór¬
denes sin discusión. Su pandilla recibe el nombre de "los nei-
rinos" y se hace temida en todo el contorno.
Las aventuras de José Miguel Neira, que la tradición ha
conservado, son incontables. Un día ataca
con audacia cara¬
vanas de viajeros, numerosas y bien armadas; otro día cae
con furia sobre alguna estancia de la comarca. Es feroz, a

veces, y benevolente otras. Hay ocasiones en que no deja víc¬


tima viva y arroja al río Teno un cargamento trágico de ca¬
dáveres y, en cambio, es hasta noble en otras ocasiones, como
cuando perdona a un vecino de Quilvo, llamado Florencio
Guajardo, porque tuvo entereza para hacerle frente. En cier¬
ta ocasión, después del salteo -a una hacienda en la que ha¬
bía obtenido un valioso botín, fue acorralado en un rancho
de Quilvo; y en medio de la desesperación, salió furiosamen¬
te al ataque de sus perseguidores, poniéndolos en precipi¬
tada fuga. Algunos son alcanzados por los bandoleros y
cuando creen llegado su último momento, Neira tiene un
gesto magnífico. Les arroja algunas monedas, y le dice al
que parece jefe: "No te metás con Neira".
En los días de la Reconquista tuvo Neira una actuación
destacada. Neira lucha en esta época por la causa patriota.
Su corvo brilla en asaltos a realistas;
intercepta los correos
de Marcó del Pont; desbanda partidas de tropas y arrea ga¬
nado de las estancias de realistas. San Martín, desde Men¬
doza, lo halaga y lo alienta para que siga luchando. "Siga
así, le dice, y Chile es libre de los maturrangos". Un día Ie


324 —
envía un vistoso uniforme de oficial, cuyos galones llenan
de orgullo al bandolero convertido en patriota.
En los primeros cordones de la serranía de la costa tu¬
vieron ' también guarida diversas pandillas de bandoleros, que
fueron el terror de la zona de la Huerta, Caune y sectores
vecinos. En especial, sirvió de guarida el cerro llamado Mo¬
rrillo de las Cruces, ubicado en las proximidades de la con¬
fluencia del río Teno y el Lontué. Allí se guarecieron duran¬
te mucho tiempo diversas bandas de bandoleros; y sólo a fi¬
nes de la Colonia, estimando ya el Morrillo como sitio inse¬

guro, lo abandonaron para guarecerse en cerros interiores.


Junto al Morrillo edificó después de esto su casa don Fran¬
cisco Moreno Jofré, de lo cual derivó su nombre de "cerrillo
de Moreno", que también se le dio durante la Colonia.

El bandolero más conocido y más audaz de esta región


fue el indio Jacinto Briso. Formó una banda de desalmados,
en la quese contaban Vilches, el Chalao, el soco Navarro
y el Chegre, y mantuvo a la región en ascuas durante mu¬
cho tiempo. Sus fechorías son incontables e increíbles. Asal¬
tó la- estancia Remolinos, de don Jacinto Garcés, robándole
todos sus caballos; incendió las casas de Pascual ¡Salas; asal¬
tó la estancia Las Palmas, arreando con su ganado; y forza¬
ba mujeres dondequiera que las encontraba. No se limitó só¬
lo a la zona, sino que atravesando el Mataquito, hacía incur¬

siones en las estancias y casas de 'ese sector. En cierta oca¬


sión. asociado a otro bandolero apodado "el Chueco", atra¬
vesó el Mataquito y asaltó al maestro platero Mateo Miran¬
da, robándole sus herramientas y gran cantidad de oro y
plata, que enterraron en el pueblo de la Huerta, de donde
se recuperaron después.
Las autoridades hicieron grandes esfuerzos para redu¬
cirlo. El juez diputado de la zona, don Miguel Valderrama,
fue implacable para perseguirlo y en una ocasión en que
lo requirió para que se diera preso, el bandolero lo agredió
a
puñaladas. En Í800 fue por fin llevado a la cárcel de Cu¬
neó, pero se escapó de ella con otros reos en agosto de ese
mismo año, realizando lo que papeles de la época llaman
"alzamiento estrepitosa fuga". Reinició en igual for¬
atroz y
ma sus
tropelías de antes. En 1803 anduvo otra vez por Re¬
molinos y al año siguiente cayó a la cárcel de San Fernan¬
do. Fue remitido a la cárcel de Curicó, y se le aplicaron por
orden de la Real Audiencia. 25 azotes por su fuga, y se dio


325 —
orden por el Corregidor Armas de mantenerlo continuamen¬
te en el cepo y con guardia a la vista, para evitar una nue¬
va fuga.
Vichuquén y Paredones hu¬
Ein las serranías costinas de
bo también guaridas de malhechores, que alarmaron a toda
la región. Agazapados en la maraña de ia montaña virgen,
asaltaban a los que viajaban por los tortuosos caminos de
cerro; o bien, ocultos en las quebradas, esperaban la caída
de la tarde y asaltaban las estancias. En un papel de la épo¬
ca se encuentra esta frase patética: "Nadie, ni siquiera los

curas, se atreven a salir al anochecer".

Varios vecinos de la zona, entre ellos don José Antonio


de la Fuente, don Manuel José de Baeza, don Miguel Jeróni¬
mo de Rojas, don Nicolás Fuenzalída, don Martín Eugenio

Espinoza, don Santiago Valenzuela, don Remigio González y


don Ramón Garcés. hacia 1800, alarmados por el aumento
de robos y salteos, hicieron una presentación al Gobierno,
pidiendo que se adoptaran medidas de protección. Pero todo
fue en vano: la Colonia terminó aquí, como en otras partes,
infestada de salteadores.

Así, pues, la paz rural de la era colonial estuvo turbada


nor la
amenaza constante de las pandillas de bandoleros. Los
habitantes de los campos llevaban en general una tranquila
vida, en la oue alternaban el trabajo, el rosario y la siesta:
pero esta vida apacible fue siempre jalonada con la inquie¬
tud que el bandolero creaba. Mientras el hombre de bien en¬
caraba el progreso, el bandolero, agazapado en los caminos
c enmontañado en las serranías, estaba pronto a destruir
de un zarpazo su esfuerzo bienhechor.

11.—LOS INDIOS

a) Líneas de recuento.—A la fecha de la fundación de


Curicó, los indios de la zona han vivido ya una larga y do¬
lorosa etapa.
Eli español los encontró repartidos desde la cordillera
hasta el mar, viviendo algunos en caseríos de diversa espe¬
cie, y desparramados otros en valles y montes.
Loscaseríos principales fueron dados en encomienda.
Teno, Rauco, Mataquito, Gonza, Lora y Vichuquén, vivieron
así bajo el régimen del encomendero. Hubo indios que se


326 —
adaptaron a este nuevo género de vida; pero otros huyeron
a los más recónditos parajes a levantar nueva ruca. Algunos,
bajo la encomienda o libres de ella, conservaron su pedazo de
tierra; pero otros, en cambio, se desarraigaron de ella y em¬
pezaron a dar vida a esas hordas vagabundas que la Colonia
trasmitió a la época moderna.

Con el correr de los años, y por razones de diversa es¬


pecie, la población indígena disminuyó notablemente. Hubo
pueblos que desaparecieron por entero (Teno, Rauco y Mata-
quito). sin que quedara de ellos otra cosa que el recuerdo.
Así, pues, la era de colonización fue una triste etapa
para la población indígena.
b) Pueblos de indios que llegan a esta época.—Sólo son
tres los caseríos de importancia que existen en la zona cuan¬
do se funda Curicó: Gonza, Lora y Vichuquén. Ellos subsis¬
tirán. aunque precariamente, durante toda la Colonia y lle¬
garán organizados hasta el primer tercio del siglo XIX. Lo
curioso es que todos estos pueblos pertenecen al sector cos¬
tino. En la banda oriental de la zona curicana no subsiste
ningún caserío indígena cuando se funda la villa de Curicó.
ni grande ni pequeño. Todos han desaparecido durante la
colonización. Las razones son difíciles de establecer; pero,
acaso, la población de la costa haya sido de mejor calidad y
más numerosa, y sus encomenderos más benévolos que en el
resto de la zona.

Para conocer cuál era el estado de estos rancheríos a la


época de la fundación de Curicó. nada hay más elocuente
que un documento de 1743 (un año antes de la fundación),
conservado en el archivo de la Capitanía General, vol. 1020.
De él extractaremos (no literalmente) algunas noticias.

Pueblo de Lora—'Perteneció en encomienda a don Pedro


de Ureta y está administrado por don Andrés de Escudero.
Tiene 13 indios tributarios, 13 reservados y 41 menores. Su
cacique en Marcos Maripangue.
Pueblo de Vichuquén.—Pertenece en encomienda a don
Miguel .Jofré. Tiene 15 indios tributarios, 26 de menor edad,
5 reservados y 12 ausentes. Su cacique es Pedro Antivilu.

Pueblo de la Huerta.—Su encomendero es don Miguel de


Silva. Tiene 3 indios tributarios, 12 menores y 2 reservados.
Su cacique es Domingo Briso.

327 —
De estos antecedentes podemos, desde luego, extraer al¬
gunas consecuencias sobre la trayectoria de vida de los pue¬
blos indígenas. Se ve que empieza ya a decaer el- sistema de
encomiendas, pues de los tres pueblos, el mayor poblado y
con mayores bienes, que era el de Lora, no tenía ya encomen¬

dero sino sólo un administrador. En lo que respecta a la


población, fenómeno, sin duda, ligado estrechamente con el
anterior, se advierte claramente un relativo aumento, pues
el número de indios en todos los pueblos es superior a casi
todas las matrículas de años anteriores.

Todos estospueblos están organizados por los españoles y


sujetos al control de sus autoridades. El párroco de Vichuquén
y los vicepárrocos de Lora y de Quelmen atienden el servicio
religioso de la población. El Corregidor del Partido y el Pro¬
tector de indígenas tienen el control administrativo de sus
personas y de sus bienes. Los antiguos administradores de
pueblos van paulatinamente desapareciendo. Después de don
Andrés de Escudero, administrador de Lora a la época de
fundarse Curicó, no hemos encontrado otro.

Al lado de estas autoridades, los españoles respetaron y


mantuvieron siempre el réeimen propio de los indígenas. En
esta forma, todos estos pueblos tuvieron su cacique, con atri¬
buciones restringidas, pero que tenía para los indios una
significación especial, pues representaba para ellos la tradi¬
ción y 1a. continuidad de su propia organización. Los indios
atribuyeron siempre gran importancia al cargo de caciaue
y tuvieron cön frecuencia largos y bullados litigios para dis¬
putarse la sucesión. Cuando un cacique moría o rentfnciaba
era reemplazado por el pariente más cercano; y así se for¬
maron verdaderas dinastías, como los Maripangtui en Lora,
los Vilu en Vichuauén y los Briso en la Huerta. Sin duda,
el mantenimiento de esta organización indígena fue una há¬
bil medida de legislación española, aue contribuyó en no pe¬
queña parte a la supervivencia de los pueblos organizados.
El derecho del cacique indio, que en la zona fue siem-
ore respetado, está establecido
y reglamentado en la Recopi¬
lación de Leyes de Indias. La Lev 1, título 7, dispone aue
debe conservarse sus derechos a los cacioues para que "el
haber venido a nuestra obediencia no los haga de peor con¬
dición". La Ley 3 dice que debe guardarse la costumbre en
la sucesión; y la Ley 4, que el cacique no debe ser mestizo.
Al lado de estos tres pueblos indígenas había también

328 —
otros de distinta índole. Uno, era elpueblo de Quelmen, for¬
mado, como sabemos, por indios venidos de Arauco, que se
establecieron en tierras del pueblo de Lora y que nunca tu¬
vieron encomendero. El documento de 1743 que hemos cita¬
do, dice, refiriéndose a él: "Está también el cacique Güen-
tecura, en Lora, que sólo reconoce por señor a Su Majestad".
De los caseríos pequeños que conocimos durante la coloniza¬
ción, sólo subsisten en esta época los que están ubicados en
la zona costina. Los del sector oriente de la zona han desa¬
parecido, como desaparecieron también en él los caseríos ma¬
yores.
c) Los indios sueltos y los pehuenches de la cordillera.—
No todos los indios están agrupados en pueblos o rancheríos
organizados. Como en la era de la colonización, hay ahora
indios sueltos. Algunos alzan sus rucas aisladas en pedazos
de suelo que poseen, muchas veces en lugares inaccesibles.
Estos indios eran escasos a la llegada del español, pero au¬
mentaron notablemente durante la colonización por el de¬
seo de huir de todo control que impulsó a gran parte de la

población de caseríos o pueblos. Después de la fundación de


Curicó, estos indios continuaron viviendo en la zona en
idéntica forma. Llevan una vida primitiva, cobijados en dé¬
biles ranchos, haciendo cultivos sencillos y criando algunos
animales. De ellos habrá de nacer una gran porción de los
pequeños propietarios que han llegado hasta hoy. Por lo ge¬
neral, estos indios sueltos están ubicados en el sector costi¬
no. Fue en este sector doñde hubo mayor supervivencia in¬

dígena, la que ha prevalecido hasta hoy. No se crea, sin em¬


bargo, que en el sector central de la zona desaparecieron por
completo los indios sueltos, pues suelen encontrarse también
en algunas partes.

Sigue existiendo también en esta era el grupo ambu¬


lante de indios sueltos sin tierra (los volantones), que des¬
empeñan en todas partes los más diversos oficios. En la dipu¬
tación de Curicó había, según vimos en otra ocasión, 159 de
estos indios en 1788, dedicados a oficios manuales (gañanes y
zapateros).
En la zona cordillerana sigue también viviendo en esta
época el curioso grupo de los indios pehuenches. Siempre
ariscos, aislados e independientes, forman un agrupamien-
to aparte en todo el conglomerado social de la zona. Tienen
sus rucas en los contrafuertes cordilleranos, cerca de yaci¬
mientos de brea, sal y yeso, con los cuales comercian. Suelen

329 —
bajar al valle a comerciar diversos productos y, a veces, ha¬
cen también incursiones belicosas, cuyo objeto principal es
el robo de animales. Primitivamente no conocían otro idio¬
ma que uno gutural, que les era propio ; pero ya en esta época
hablan el lenguaje de los demás indios. Pertenecen a una
raza especial, que habita la zona cordillerana del Reino más o
menos hasta la altura de Valdivia. Están vinculados con in¬
dios de la otra banda de la cordillera y convlos araucanos
del sur, con quienes hicieron causa común en ocasiones.

El
pehuenche es siempre un elemento inquietante para
la zonacuricana. El pacífico habitante de la isla de Curicó
y del valle de Teno lo busca y al mismo tiempo lo teme. Sube
hasta sus tolderías en busca de brea, yeso, sal y otros pro¬
ductos; y a veces es el propio indio el que baja hasta los
ranchos campesinos a ofrecer sus productos; y en ocasiones,
amenazante y violento, se convierte en ladrón de ganados
o en salteador.

Su aspecto físico es distinto del de los demás indios. Son


más robustos y de mayor estatura; sus rostros tienen rasgos
enérgicos, alargados y con nariz aguzada. Los españoles los
miran con desconfianza y los llaman "indios bárbaros". Los
demás indios los miran también con distancia y hasta con
temor. Ellos mantienen a toda costa su independencia y for¬
ma alianzas ora con irnos y ora con otros. Por
primera vez
fueron admitidos a un parlamento en tiempos del Goberna¬
dor Amat, encabezados por su jefe Paqueipill;
y desde enton¬
ces intervinieron en todos los
parlamentos indígenas, si bien
es cierto que
ellos, siempre ariscos e independientes, compa¬
recían en un día especial y no en el de los otros grupos de
indios.

La indiada del
Reino, que se había mantenido relativa¬
mente pacífica desde 1723, tuvo en 1766 un fuerte levanta¬
miento general, que alteró la tranquilidad por la
que se iba
encauzando la dominación española. En este levantamiento
tomaron parte también los indios
pehuenches.
La zona curicana sintió profundamente
se alarmada con
este acontecimiento.. Los indios
pehuenches, alzados en ar¬
mas en contra del Gobierno español, tenían, como sabemos,
tolderías en los contrafuertes cordilleranos frente a la zona;
montenían activo comercio con sus habitates
y conocían así
.muchos pormenores de la región. El
paso del Planchón, por
,el cual traficaban, podía, en un momento dado, dar paso a

330 —
toda la indiada sublevada y poner en peligro los campos y
la villa misma. Por primera providencia, se suspendió en
forma estricta todo comercio con los indios pehuenches. El
vecino de Curicó don José Mardones y Daza, propietario de la
estancia San Antonio del Cerrillo, en Teno, armó a su costa
300 hombres montados, a fin de resguardar los pasos cor¬
dilleranos eimpedir el paso de los indios.
Afortunadamente, nada extraordinario sucedió. En 1784,
en el congreso de Lonquilmd, se hizo la paz con los indios;

y a este congreso concurrieron también los pehuenches. En


este mismo año se iniciaron gestiones en la zona curicana
para restablecer las relaciones con los indios pehuenches de
la zona cordillerana. El' Corregidor de Colchagua consultó
al Gobierno si podía conceder autorización para comerciar
otra vez con los pehuenches y si podía reiniciar el cobro de
derechos por el paso de productos por los boquetes cordille¬
ranos. Las razones que dio fueron valederas, pues la reanu¬
dación de relaciones fue autorizada. Un día partió desde la
villa de San Fernando, capital del Partido de Colchagua,
una comitiva, en la cual iba un intérprete que conocía el
idioma indígena. Se adentraron por el paso del Planchón
y, a cierta distancia de las tolderías indígenas, se adelantó
sólo el intérprete, haciendo signos de paz. Explicó a los in¬
dios el motivo de aquella visita y encontró en ellos buena
acogida. El resto de la comitiva se acercó entonces, hicieron
regalos a los indios y el comercio con ellos quedó de nuevo
restablecido.
Las relaciones que desde entonces mantuvo la zona con
los indios fueron las mismas de antes. Se les buscaba por la
necesidad de sus productos; las autoridadas amparaban es¬
te comercio, por las rentas que el derecho de boquete pro¬
ducía; pero, al mismo tiempo, todo el mundo los temía. Las
precauciones en contra de ellos no desaparecieron jamás. Don
José Antonio Mardones de Oróstegui, siguiendo el ejemplo
de su padre don José Mardones y Daza, mantenía diariamen¬
te ocho hombres armados a orillas del Teno y cajón del Guai¬
co, para quienes construyó una "casería", con el objeto de
que vigilaran el movimiento de los pehuenches y dieran avi¬
so en caso de amenaza. No contento con eso, el señor Mar-
dones se presentó al Gobierno en 1785, ofreciendo construir
a su costa un fuerte de tresleguas a lo largo del río Teno,
reduciendo el paso a una sola puerta.
La última noticia que se tiene de los pehuenches en la


331 —
era colonial, en la zona curicana, data de 1797. Aquel año,
con motivo de unas dificultades de terrenos, amenazaron a
la zona con una incursión, produciendo general alarma. Sólo
se contuvieron cuando se accedió a lo que solicitaban.

d) Clasificación de los indios de la época.—A fin de


aclarar conceptos en esta historia de los indios de la zona,
vamos a hacer un ligero ensayo de clasificación.

En esta época los indios de la zona pueden agruparse en


dos categorías: indios de pueblo e indios sueltos.
El indio de pueblo es el que vive en una población orga¬
nizada, como Lora, Huerta y Vichuquén y otros caseríos pe¬
queños. De estos indios de pueblo, algunos están sometiuo¿
a encomienda y otros están libres de ella. Al fundarse Curicó,
sólo los pueblos de la Huerta y Vichuquén tienen encomen¬
deros; y, a poco andar, las encomiendas desaparecen total¬
mente. Hay también entre los indios de pueblo algunas de¬
nominaciones especiales. Así se llama indio "reservado" al
que por su edad o por su salud está exento de la encomien¬
da; y se llama "reyuno" al indio que pertenece a la Corona
y que puede ser concedido en encomienda como yanacona
o esclavo. A este respecto es curioso observar que según las

disposiciones /de España, no podían existir ya "jos indios


reyunos, puesto que había sido abolida la esclavitud de los
indios en 1674; y, no obstante esto, hemos encontrado estos
indios reyunos en matrículas de indios de la zona, avanzado
ya el siglo XVin.
El indio suelto el que lleva vida independiente, sin
es

vinculación a caserío
alguno. A veces tiene tierra, ya sea por¬
que siempre ha vivido en algún lugar tranquilo o ya sea por¬
que después de la llegada del español huyó de su esfera de
acción para vivir en paz. Cuando en 1771 el Corregidor del
Maule hizo visita a los pueblos de su jurisdicción, el cacique
de Vichuquén, refiriéndose a estos indios sueltos, que tenían
alzada su ruca en lugares apartados, los mencionó en esta
forma: "Hay indios ausentes porque buscan la libertad, que
es lo que aman"; y el
Corregidor agregó este duro comen¬
tario: "Tienen hechas sus casas en los más ocultos rincones
y quebradas para con éste motivo usar de sus bebidas, la¬
trocinios y otras gravísimas culpas" (Archivo de la Capita¬
nía General). Otras veces, el indio suelto no tiene tierra. Es
el ambulante, que llaman en la
época "volantón", y que ya
hemos conocido en este estudio. Un documento de la época,
refiriéndose al Partido del Maule, nos dice de ellos: "Tam¬
bién hay número crecido de indios que llaman volantones,
que salen de la tierra adentro a servir para socorrer sus ne¬
cesidades, que no tienen residencia fija porque son entran¬
tes y salientes y como libres se mudan de un lugar a otro" (1).

e) La propiedad indígena.—Espreciso reconocer que


la colonización española siempre respetó la propiedad terri¬
torial del indio. En los documentos primitivos de mercedes
de tierra, siempre se hizo la salvedad de que las tierras con¬
cedidas al español no perjudicaban los derechos del indio;
y así, por ejemplo, cuando en 1606, don Alonso García Ro¬
mán hizo merced de una estancia en Iloca a García de To¬
rres Carvajal, le dijo expresamente que debía entenderla
"sin perjuicio de terceros y de los indios".
A los indios
agrupados en pueblo, además, siempre les
fue respetado retazo para su subsistencia, cuya extensión
un
variaba según el número de indios. Para tal efecto, periódi¬
camente se efectuaban mensuras de las tierras de indios y

sólo concedían aquellas que iban quedando en exceso por


se

muerte de ellos. Sólo cuando un pueblo desaparecía entera¬


mente, se concedíala españoles la totalidad de sus tierras.
En Rauco y Mataquito, las tierras de los indios se fueron
concediendo a medida que éstos disminuían y sólo cuando
el primero
se despobló y el segundo fue destruido por una
avenida del río Teno, sus tierras se concedieron totalmente.
En Teno, mientras hubo indios, se les respetaron sus tierras,
y para que esta propiedad desapareciera enteramente, fue
necesario que los últimos indios sobrevivientes del primitivo
pueblo, hicieran venta de ellas. En los pueblos de Lora, Vi-
chuquén y la Huerta, las tierras de indios fueron respetadas
durante toda la Colonia," y llegaron aún a la época republi¬
cana. Y no se crea que eran tierras de corta extensión. Al
ser destruido el
pueblo de Rauco, sus indios tenían derecho
a 1.000 cuadras; los de Mataquito a otras mil en la época de

su despoblación, y los de Teno, en la misma etapa, a ün am¬

plio terreno que les había sido mensurado por Felipe Arce
Cabeza de Vaca y que fue escogido por el último cacique,
Rodrigo Caniguante.
En 1771, el pueblo de la Huerta tenía 30 cuadras; Vichu-
quén, 1.500; y Lora. 2.000. En 1789, la Huerta tiene 146 cua¬

ti) Capitanía General, vol. 1020.


333 —
dras; Vichuquén, 1.763 cuadras y media; y Lora, 1.960 cua¬
dras y media. En 1796, los indios de la Huerta tenían 84
cuadras y media. En Lora se separó un potrero de 300 cua¬
dras. que se arrendó para cubrir los tributos de los indios.
Las tierras del pueblo de Lora, en época posterior a la
fundación de Curicó, colindaban con las estancias Uraco, Li-
cantén, Coquimbo y la Montaña. Las del pueblo de Vichu¬
quén, igual época, colindaban por el sur con la loma de
en
Catalán, por el oriente con las piedras de afilar y por el
poniente con el estero de Güiñe.
A los pequeños caseríos como Upeo. Hualañé, Lipimá-
vida. etc.. les fueron también respetadas sus tierras.
Estas tierras eran gozadas en común por los indios del
pueblo respectivo, sin perjuicio de un cerco individual que
cada uno tenía junto a su ruca.

Las grandes comunidades de Lora, con su anexo de


Quelmen; Vichuquén y la Huerta, se mantuvieron, como he¬
mos visto, durante toda la Colonia. En cambio, las pequeñas

empezaron ya en los años de la colonización a desaparecer


y continuaron desapareciendo en los años posteriores a la
fundación de Curicó. Los indios se dividen las tierras oue
Han eozado en común y muchos venden su parte a españo¬

les No siempre estas divisiones de comunidades se hicieron


en buena forma, lo que ha dado origen, en la era moderna,

a incontables litigios. Hubo comunidades


que se dividieron
los suelos planos y mantuvieron comunes los cerros, situa¬
ción curiosa oue en algunas localidades ha llegado hasta
hoy. Puede afirmarse, como norma general, que estas pe¬
queñas comunidades desaparecieron por entero durante la
Colonia-, a diferencia de las grandes en las que hubo algunas
que sobrevivieron a esta época.
En la era republicana, las grandes comunidades de Lo¬
ra,'' Vichuquén la Huerta habrán de desaparecer a su vez,
y
en un proceso retardado,
que reviste idénticos caracteres que
el que siguieron otros caseríos durante la Colonia. Los indios,
con la intervención del Gobierno de la República, se dividen
sus tierras, y algunos venden sus derechos aún antes que
la división se efectúe.

Existió, en fin, la propiedad individual del indio suelto,'


que a la llegada del español sólo se conocía en forma limi¬
tada; pero que, durante la colonización, se acrecentó con-


334 —
siderablemente. El indio, cada vez que podía, huía de la en¬
comienda o del caserío, a fin de sustraerse al trabajo o a la
vigilancia, y buscaba amparo en lugares a veces inaccesibles,
en valles desconocidos, en quebradas ocultas o en medio de
la enmarañada montaña. Allí vivía en paz, entregado a ve¬
ces al ocio o a los vicios, gozando de un
pequeño retazo de
suelo. En la época que sigue a la fundación de Curicó, ésta
propiedad individual continuó existiendo.
No se crea, sin embargo, que
todos los indios tuvieron
tierra. Ya desde la colonización empezó a formarse la legión
de indios sueltos sin tierra que fue aumentando con los años
considerablemente. Muchos de los indios que huían de en¬
comenderos y terratenientes, los que después vendieron tie¬
rras y antiguos esclavos yanaconas, no se establecieron defi¬

nitivamente en parte alguna, no arraigándose, en consecuen¬


cia. a la tierra. Estos indios, que se llamaron "volantones",
empezaron a vagar a través del territorio y contribuyeron a
formar el obrero de las ciudades, el inquilino y esa curiosa
población de estilo gitano que hasta hoy día recorre los cam¬
pos de Chile en busca de trabajo.
Las tierras de los indios de Rauco, de Teno, de Mataqui-
to y de Lora dieron origen a grandes propiedades de la era
moderna. Las tierras de los demás indios, ya sean las co¬
munidades o las tierras individuales, han dado origen a
pequeñas propiedades. Esa extraña pequeña propiedad inac¬
cesible que existe en muchos lugares de la zona, especial¬
mente en la costa, deriva, nor regla general, de aquellos in¬
dios que huyeron después de la llegada del español y se es¬
tablecieron en lugares ocultos para vivir en libertad.

f) Pobreza paulatina de los caseríos.—Los indios que


viven en los caseríos grandes de Lora, Vichuquén y la Huerta
llegan a era en impresionante pobreza. A través de ella
esta
continúan empobreciéndose hasta llegar a un grado de total
miseria. No nos referimos aquí a los indios sueltos vagabun¬
dos, pues ellos, por su naturaleza, siempre fueron pobres de
solemnidad; ni a los indios sueltos con tierra, pues siempre
mantuvieron una incolora situación de mediocridad. Sólo
nos referimos a este caso extraordinario de indios organiza¬
dos, que tenían a su disposición grandes extensiones de tie¬
rra y que, no obstante ello, fueron cayendo en pobreza pau¬
latina.

Como sus antepasados de la época de la colonización,



335 —
estos indios de caserío se dedicaban al cultivo agrícola de
sus tierras. Tenían suelos de labranza; llanos y cerros para
pastoreo; ganado, caza y pesca a su disposición. Pero el ocio
y la molicie parecían surgirles de todos los poros. Las tierras
permanecían muchas veces sin cultivo; los animales eran
vendidos extemporáneamente; y los pocos recursos que ex¬
traían del campo eran consumidos sin previsión alguna. La
indiada consumía el tiempo lamentablemente en fiestas y
borracheras: muchas veces abandonaba su tierra en un va¬
gabundaje sin sentido, dejando hijos y mujer; y en algunos
casos se entregaba al pillaje.

El cobro de los tributos que estos indios estaban obliga¬


dos a se'"hizo prácticamente imposible; y ya hemos
pagar,
visto en líneas anteriores cuántos incidentes se originaron
a causa de este problema y cómo muchas veces se adoptaron

soluciones angustiosas, hasta que las autoridades se conven¬


cieron de que era imposible insistir en el cobro total.

Los documentos de la época que se refieren a esta ma¬


teria son desoladores en todo sentido. En 1771, el coadjutor
de Protector de indígenas del Partido del Maule se queja
amargamente del estado de los pueblos y dice que hará "de¬
jación de su cargo por el desgobierno en que se encuentran
ios indios y porque no pagan sus derechos, especialmente
Dionisio Antivilu, cacique de Vichuquén. y José tíuen+ecura.
de Quelmen". En 1799 se embargó a los indios de la Huerta
17 cabezas de vacunos, que era lo único que poseían, para
el pago de tributos adeudados; pero, como el cad'mie recla¬
mara, se ordenó proceder con suavidad y se absolvió al Corre¬

gidor de Curicó por el cobro de tributos. Ya al expirar la Co¬


lonia. el problema era más agudo todavía. Un documento
de 1800 dice de los indios del Partido de Curicó que vivían
en la miseria, el ocio, el vicio y el pillaje y que adeudaban
grandes cantidades por tributos En 1802 (archivo de la Ca¬
pitanía General, vol. 4111 encontramos conceptos de tremen¬
da crudeza sobre ios indios de la Huerta y de Lora. De los
primeros se dice que sólo hay miseria y desnudez en sus ran¬
chos: que no tienen una bestia que ensillar: que los vecinos
los ayüdan por conmiseración, no obstante los robos de oue
los hacen víctima; y que nadie quiere servirse de ellos por
su torpeza para trabajar. De los de Lora se dice también que
son ladrones y que sólo cultivan
pequeñas chacras y trigo,
y que poco después de la cosecha se quedan sin tener con
qué sustentarse. ' !
Es, sin duda, triste este cuadro de miseria y decaden¬
cia de la raza indígena. Un observador encuentra aquí am¬
plio margen para interesantes conclusiones. La raza indíge¬
na se va debilitando a través de los años y si bien sobrevive

a toda la Colonia y traspone la República, lo hace arrastran¬

do una vida decadente, débil remedo de lo que correspondía


a un pueblo autóctono.

Frente a esta
pobreza de los indios, las autoridades rea¬
les adoptaron diversas medidas, las cuales, desgraciadamen¬
te, no siempre tuvieron por meta la protección del natural.
Una de estas medidas fue el arriendo de
un potrero de
los indios de Lora, con elobjeto de poder pagar los tributos
que a estos indios correspondían. Ya en otra parte hemos
conocido esta medida y las alternativas que tuvo su apli¬
cación.
Otra medida, ya más general y de mayor alcance, aue
trató de tomarse con los indios de la zona, fue su reducción
en un solo caserío. No fue otra cosa que la consecuencia de

una política general de agrupamiento de los indios en un


número limitado de pueblos en lugar de los innumerables
caseríos en que vivían, que se quería establecer en el Reino
de Chile desde mediados del siglo XVTI. Ya en 1662 y en
1665 llegaron a estas tierras Reales Ordenes de Felipe TV pa-
ra que todos los indios fueran reducidos en pueblos. Felipe
V, en 1703, ordenó igualmente que los indios fueran reduci¬
dos en parajes cómodos. Gobernaba a la sazón el Reino de

Chile, don Francisco Ibáñez. quien hizo notar a la Corona la


total imposibilidad de cumplir esta orden, entre otras razo¬
nes, porque los indios se negaban a reunirse en forma más
compacta. En 1752, la Junta de Poblaciones de Santiago or¬
denó que de cada dos o tres caseríos de indios se formara uno
solo, elegido - por los mismos indios ; pero tampoco pudo to¬
marse esta medida por negativa de los indios a abandonar
sus pueblos. Más tarde, el Presidente Ambrosio Benavides, aue

gobernó entre 1730 y 1786, trató de reunir en tres grandes


pueblos todos los caseríos dispersos de Santiago y Melipilla;
pero no pudo llevar a término su empresa, según documen¬
to de la época, "porque lo avasalló la muerte" (1). En gene¬
ral, puede decirse, pues, que nunca pudo adoptarse integral¬
mente esta política.

(1) Capitanía General, vol. 511.


337 —
En la zona curicana, el problema se debatió en forma
concreta, por primera vez, durante el Gobierno de don Am¬
brosio O'Higgins. Corriendo los años de 1789, se ordenó ha¬
cer una inspección los pueblos de indios del Partido de
en
Maule, a fin de determinar el que reuniera las mejores con¬
diciones para agruparlos a todos. Fueron detenidamente re¬
corridos los pueblos de Huenchullami (al sur de Mataquito),
Lora, Vichuquén y la Huerta. Se tomó nota de sus tierras
y de su población, y en definitiva se resolvió que era el pue¬
blo de Lora el más indicado para albergarlos o todos. "De
los cuatro pueblos que hay en esta provincia, dice el agri¬
mensor Morales de la Vega, encargado de esta diligencia, que

son los mismos que tengo medidos y registrados con proli¬

jidad sus terrenos, es el pueblo de Lora el más capaz para


dicha reunión, así por su capacidad como por su amenidad,
como en su lu,gar lo enuncio." Y más adelante agrega: "Pa¬

rece que no será mucho que se puedan mantener todos éstos

en el pueblo de Lora, donde hasta ahora se mantienen 238

inquilinos que precisamente deben desembarazar el pueblo


para que entren los naturales de los demás pueblos a la reu¬
nión pretendida."

Hubo, pues, el propósito de hacer abandonar las tierras


de Lora a ese numeroso grupo de inquilinos, al cual en otra
ocasión nos referido/ para dar cabida en ellas a las
hemos
poblaciones indígenas de Vichuquén, Huerta y Huenchulla¬
mi. Esté propósito siguió la suerte de muchas de las inicia¬
tivas de la era colonial: se traspapeló.
En 1798 se volvió en la zona a hablar de la misma ma¬
teria y se propuso, como se había hecho antes respecto a los
indios del Partido de Maule, que los indios del Partido de
Ouricó, de reciente creación, füeran reducidos en un solo
caserío, y que se vendieran o arrendaran sus tierras; pero,
como antes, no se llegó a ninguna solución.

A fines de la Colonia se trató de tomar con los indios


de la zona curicana una medida de carácter local, que ten¬
día a obtener el pago de los tributos adeudados. Corrían los
años de 1802, y era Subdelegado del Partido don Juan Anto¬
nio de Armas. Requerido desde Santiago, visitó los caseríos
indígenas del Partido, a fin de cobrar los tributos que los
indios adeudaban. En todos ellos encontró sólo miseria y Ia
negativa terminante del cacique, que siempre se excusó con
la pobreza. de sus indios. Trató entonces de adoptar la curio-


338 —
sa medida deentregar los indios de cada pueblo a los estan¬
cieros vecinos,
a fin de que los hicieran trabajar en sus es¬
tancias y les retuvieran del salario las cantidades necesarias
para el pago de los tributos adeudados y de los futuros. En
la Huerta, en Lora y en Vichuquén hizo comparecer a los ca¬
ciques con sus respectivos indios para notificarles la medi¬
da; pero en todos encontró la más enérgica negativa. El in¬
dio amaba la libertad por sobre todas las cosas. Prefería la
miseria, el hambre y la desnudez, antes que perder su vida
independiente; y, antes que someterse a obligación de traba¬
jo, huía, vagabundo y miserable, a cualquier lugar. El ca¬
cique de la Huerta se presentó sólo con cuatro indios, alta¬
neros y soberbios, que se negaron terminantemente a ser en¬

tregados a los estancieros. Los otros, según informó el caci¬


que, al tener conocimiento de lo que con ellos quería hacer¬
se, "huyeron a la tierra de los indios infieles". El cacique d.e
Lora informó que ningún indio quería entrar al servicio de
las estancias; y en Vichuquén, congregados los indios en la
Parroquia, se negaron terminantemente. Así, pues, por nega¬
tiva enérgica de los indios, no pudo tomarse esta medida-
Pero es preciso advertir que los estancieros de las vecinda¬
des también se negaron a recibir a los indios de estos pue¬
blos por su mala inclinación y por su escasa aplicación al
trabajo. Los agricultores de la Huerta fueron, sin duda, los
que tuvieron términos más duros. Dijeron que los indios no
tenían otra ocupación que latrocinios, asesinatos, salteos y
robos; y hubo quien aseguró que tenían "el pueblo hecho
una Sodoma de escándalo, sin el menor temor de Dios".

g) Abandono y abolición de las encomiendas.—El régi¬


men de encomienda fue un factor económico de innegable
.

importancia en los primeros años de la colonización. La ayu¬


da que, en una forma o en otra, prestó el indio de encomien¬
da, de buen o mal talante, al colonizador, constituye una
cooperación sin la cual muchísimas cosas no habrían podido
ser hechas.

Pero cada cosa llena su papel en cada época. El indio


no era un elemento de buena calidad para el trabajo. Tenía
la flojera y la indolencia en la sangre; amaba más la liber¬
tad, aunque fuera miserable; y segúía con mucho más delei¬
te y facilidad el camino del vicio y del pillaje antes que el
del trabajo. Al mismo tiempo, los años fueron formando una
nueva estirpe que, aunque muchas veces se asimilaba al in¬
dio y hacía su vida, tenía mejores condiciones y más dispo-

_
339 —
sición para el trabajo. Eran los mestizos, frutos de la unión
de indios y españoles, que cada vez se fueron haciendo más
numerosos. El estanciero y, en general, el hombre de em¬

presa, encontró en el mestizaje el obrero que necesitaba, y


lo prefirió al indio. Era para él mucho más sencillo pagar
a estos hombres, de mejor calidad que la indiada pura, un

pequeño salario, antes que ser encomendero de un pueblo


debilitado, vicioso o flojo, cuyo trabajo poca ayuda le signi¬
ficaba y con el cual teñía que cumplir serias obligaciones.
El indio de encomienda le significaba pago de media anata,
y de pan, vino y aceite para los conventos mendicantes; y,
sobre todo, tener que entenderse con Corregidores, adminis¬
trador, protectores y doctrineros. En cambio, el mestizo ha¬
cía su trabajo y sólo exigía su salario. Así,'las encomiendas
fueron poco a poco cayendo en desuso. Nadie se interesaba
por ellas y muchos de los encomenderos que las poseían las
fueron abandonando poco a poco.
En la zona curicana, este fenómeno
es particularmente
claro. La encomienda de Lora es la primera que desaparece.
Calculamos que ha debido ser abandonada hacia 1721; y, en
consecuencia, ni siquiera alcanza a llegar a la fecha de la
fundación de la villa de Curicó, época en la cual encontra¬
mos al nueblo de Lora a cargo de un administrador. La en¬

comienda de Vichuauén fue abandonada hacia 1759 y su úl¬


timo encomendero fue don Miguel Jofré y Araya. La enco¬
mienda de la Huerta fue abandonada pocos años después
de la fundación de Curicó. En cuanto a Quelmen, pueblo
anexo de Lora jamás tuvo encomendero.

En 1771, al hacerse una matrícula de los pueblos de in¬


dios del Partido de Maule, pudo constatarse el total abando¬
no de las encomiendas en la zona curicana. Del
pueblo de
la Huerta se hizo esta anotación: "Se encuentra el pueblo
sin encomendero desde muchos años". Del de Lora, se estam-
nó lo siguiente: "Preguntado el cacique si tenían encomen¬
dero, dijo que estaba vacante desde que murieron don Juan
y don Pedro de Ureta, tal vez cincuenta años antes"; y con
respecto a Vichuquén. re dejó constancia que el último en¬
comendero había sido Miguel Jofré, a la sazón fallecido. De
Ouelmen, dijo su cacique "no tener ni haber tenido encomen¬
dero".
La evolución de las encomiendas
es, pues, un fenómeno
claroen la zona. Lenta e
imperceptiblemente, esta vieja y
discutida institución fue desapareciendo de la organización
colonial. En los pueblos de Teno; Rauco y Mataquito, termi¬
naron por extinción de los pueblos en los cuales se ejercían.
Las demás se extinguieron por abandono de los encomen¬
deros.

-En
1791, bajo el Gobierno de don Ambrosio O'Higgins, se
adoptó la amplia medida de abolir totalmente las encomien¬
das. Esta medida que, en teoría, era trascendental, no tuvo
en el Reino de Chile trascendencia real alguna. Eran sólo

unos cuantos pueblos de indios, debilitados, pobres y poco


numerosos los que aún se mantenían bajo encomienda. Y por

lo que respecta a la zona curicana, no tuvo importancia ni


trascedencia alguna, pues en ella habían terminado ya por
entero las encomiendas. Sólo quedaba en ella una que otra
encomienda de yanaconas, al margen de la ley.
El abandono de las encomiendas de la zona porlos en¬
comenderos, trajo algunas consecuencias en lo que respecta
a la población de los caseríos.

El indio, en parte por temor a la encomienda, había en


gran número huido de sus ranchos, según hemos visto ya en
varias ocasiones, para vivir en paz en algún rincón lejano o
para vagabundear miserablemente. La población se disminu¬
yo, así, notablemente en los caseríos. Pero cuando las enco¬
miendas desaparecieron, cuando en gran parte se relajó el
control, hubo muchos indígenas qué empezaron a retornar
a los viejos lares o que, simplemente, se instalaron en cual¬

quier caserío, tuvieran o no vinculación con él. Así se pro¬


dujo un fenómeno de repoblación en los rancheríos que,
aunque pequeño y relativo, es digno de ser meditado. En la
zona curicana, el fenómeno es nítido; y basta comparar las
matrículas de indios para constatar que su número, desde la
fundación de la villa de Curicó, aumentó en todos los caseríos.

Ya sabemos que la población indígena se había reducido


en forma alarmante la colonización. En 1695, la Huerta
con

sólo tenía cinco indios. En 1685, Lora tenía cinco indios; Vi-
chuquén, 12; y la Huerta, 2. Todos estos datos, que ya cono¬
cemos, nos revelan en forma elocuente el lamentable estado
a que había llegado la población de los caseríos indígenas.
Coincidiendo con el debilitamiento
primero y con el
abandono después de las encomiendas, se advierte en años
posteriores un resurgimiento de la población. Ya en 1742, po¬
co antes de la fundación de Curicó, el pueblo de Vichuquén,

.
y

341 —
cuya encomienda estaba ejerciéndose ya con desgano, tenía
74 indios. En 1743, ya casi en la época misma de la funda¬
ción de la villa, y cuando ya había desaparecido
la encomien¬
da de Lora y las demás se ejercían también con desgano, en¬
contramos la siguiente población, según documento que ya
conocemos: Vichuquén, 46 indios; la Huerta, 17; y Lora, 67.
En la matrícula de 1771 (Cap. General, vol. 493) figuran los
siguientes datos: la Huerta, 31 indios; Vichuquén, 151; Lora,
110; y Quelmen, 80. En 1789 la población era la siguiente:
Lora, 54 indios; Vichuquén, 31; y la Huerta, 16. En 1793,
Vichuquén tenía 194 indios (1).
Matrícula de los pueblos de indios.—Uno de los me¬
h)
dios de que el régimen español se valió para el control de los
pueblos indígenas, fueron las periódicas matrículas que de
ellos se hacía. Generalmente, era el Corregidor del Partido el
encargado de esta diligencia; y a veces la practicaba el Di¬
putado o el agrimensor correspondiente. En todas estas oca¬
siones, el funcionario que practicaba la matricula recorría
a caballo, acompañado üe varios ayudantes, los distintos pue¬

blos indígenas, y se instalaba en ellos o en alguna estancia


vecina, be tomaba nota primeramente de todos los indios que
habitaban el caserío; se les pedían en seguida los títulos de
las tierras y se averiguaba, respecto de los encomenderos. Fi¬
nalmente, se hacía una mensura de las tierras, citando para
ello a los estancieros vecinos.

De los indios de la zona curicana se hicieron diversas


matrículas en distintas ocasiones. Una de ellas fue la de 1745,
que tuvo objeto solucionar un conflicto entre el cacique
por
de la Huerta y el estanciero de Peralillo, y en la cual se hizo
una prolija mensura de las tierras y se determinó las
que co¬
rrespondían a los indios. En. 1771 se hizo una matrícula ge¬
neral de los pueblos de indios del Partido del Maule; y fue
en esa ocasión cuando el
Corregidor que la practicaba, orde¬
nó al cacique de Vichuquén que los indios se poblaran cerca
de la iglesia, formando calles y plazas. En 1789 se hizo tam¬
bién una matrícula general en el Partido del
Maule, inclu¬
yéndose como en la anterior ocasión, a los pueblos de Lora,
Vichuquén y la Huerta, de la zona curicana.
A modo de curiosidad, he
aquí cómo se estampó la men¬
sura de tierras del pueblo de Lora en una de estas ocasiones

(1) Capitanía General, vol. 511.


342 —
(1789) : "Se inició en el alto de la loma donde se divide el ca¬
mino que va para Gualagiie, que hace esquina entre el pue¬
blo de Lora y las estancias de Uraco y Licantén. De ahí en
dirección sur, éste se midió hasta el río Mataquito, pasando
por el paso de Quelmen. De ahí se tiró la cuerda loma arriba
en dirección norte oeste, hasta llegar al camino y vertiente
que deslinda los goces del pueblo con la estancia de don Fe¬
lipe Moraga y don Santiago Besoaín".
i) Las dinastías de caciques. Los Maripangui, Vilu, Bri¬
so y Guentecura—Un aspecto curioso e interesante de la vi¬
da de los indios en estos años es el relativo a los cacicazgos,
su vieja institución, que había sido respetada por el conquis¬
tador, pero a la cual le había inyectado caracteres propios,
de típica prosapia española, trasplantados desde la Península.

El
cacique era el jefe de uno o de varios caseríos. El car¬
go era hereditario y se trasmitía a los parientes más cerca¬
nos. El español respetó el sistema, pero lo hizo más intrinca¬
do y más pintoresco. Los indios aprendieron, bajo su in¬
fluencia, a discutir con más minucia la legitimidad de la san¬
gre, la primogenitura y ei parentesco; y recurrieron a la Real
Audiencia a ventilar sus discrepancias en la sucesión del ca¬
cicazgo. El parentesco que da derecho a la sucesión ha de
ser ahora legítimo y ha de estar atestiguado por el matrimo¬
nio religioso y por el bautismo. El hijo ilegítimo es tratado
con desprecio y se le objeta su derecho a la sucesión; y se

analizan detalladamente los antecedentes personales del pre¬


tendiente. '-Advenedizo y guacho", es llamado un pretendien¬
te al cacicazgo de Lora; y su madre "mujer andante
y mu¬
lata conocida".

En los archivos de la Real Audiencia se conservan nota¬


bles expedientes en los que se discute el derecho a la suce¬
sión de los cacicazgos, en forma original y curiosa, con escri¬
tos y pruebas, que se acumulan y se arrastran a través de
los años, y en los cuales se advierte una pintoresca mezcla
de la milenaria costumbre del indio con las rancias tradicio¬
nes señoriales y leguleyas de España.

El gobierno del pueblo de Lora estuvo desde tiempos in¬


memoriales en manos de la dinastía de los Maripangui, que
fueron, según un documento antiguo, "caciques desde la pri¬
mera fundación del pueblo". Ya en los párrafos que destina¬
mos al pueblo de Lora en el estudio de la colonización, co¬
nocimos a esta familia gobernando el pueblo de Lora en for-


343 —
ma casi permanente y sólo con accidentales interferencias.
Otro tanto ocurre en está época que sigue a la fundación de
Curicó. En general, parece que los Maripangui supieron go¬
bernar el pueblo con celo y acierto, y que fueron respetados
y acatados por los indígenas. Constituyeron una dinastía po¬
derosa, cuya historia tiene ribetes de extraordinario interés.
Desgraciadamente, es imposible reconstituirla en todos sus
aspectos y con continuidad cronológica, por lo que sólo po¬
dremos ofrecer algunas escenas entresacadas de distintos pe¬
ríodos.
En 1765 era cacique del pueblo de Lora, Marcos Maripan¬

gui. Se encontraba en esos años enfermo y, aunque tenía hi¬


jos mayores de edad, a quienes correspondía la sucesión, dele¬
gó el mando en el indio Felipe Calquín, produciendo así, aca¬
so, la primera y única interferencia en esta época en la suce¬
sión de los Maripangui. Posteriormente, el cacique Maripan¬
gui negó haber hecho esta delegación, pero no obstante ello,
Felipe Calquín gobernó el pueblo de Lora por el resto de su
vida y, a su fallecimiento, reclamó el cacicazgo su hijo Gre¬
gorio Calquín.
En 1771 era cacique Esteban Maripangui, de 60 años
de edad, casado con Josefa Lora.
En el año 1789
gobernaba el pueblo un cacique viejo lla¬
mado Santiago Maripangui. Había heredado el cacicazgo de
su padre, Esteban Maripangui y ejercía sus funciones con en¬
tereza y energía. Desgraciadamente, era este cacique casi
enteramente sordo y esto dificultaba bastante el desempeño
de su cargo, pues era necesario gritarle para que oyese. Del
testimonio de personas de la época se desprende que era "muy
racional y capaz de gobernar su pueblo", y que cumplía sus
obligaciones con toda energía "corrigiendo y castigando a
sus vasallos que incurren en algún delito".

No cabe duda que este cacique tenía también rasgos de


orgullo y de soberbia, • que fue celoso de su autoridad y que
se consideró en el mismo
rango de las autoridades españolas.
En cierta ocasión en que el cura de Vichuquén, que corría
con la atención religiosa de Lora, visitaba el
pueblo, mani¬
festó deseos de hablar el
cacique y pidió que lo llamaran
con
a la
capilla. Alguien llegó hasta su ruca a trasmitirle el re¬
cado, pero el cacique que, sin duda, se creía acreedor a que
el párroco lle,gara hasta su rancho si deseaba hablarle, se
negó a concurrir al llamado. Era el mismo gesto de altane-


344 —
ría del huaso que habría de
crear más tarde esa frase típica
de "estamos a la misma distancia", para negarse a acudir a
un llamado. El párroco abandonó iracundo la capilla y se

encaminó con su bastón enarbolado a la ruca del cacique.


Llegado allí lo increpó con dureza y le dio de bastonazos. El
viejo cacique Maripangui, enardecido, arrancó con violencia
el bastón de las manos del párroco y quiso a su vez golpear¬
lo; pero, en el momento en que iba a descargar el golpe, se
contuvo y devolvió el bastón, terminando así, al menos en
apariencia, aquel incidente.
Todo aquello produjo una profunda malquerencia entre
el cacique y el párroco. Un indio inquieto y revoltoso del
pueblo que, con discutido derecho, se llamaba Mateo Maripan¬
gui, apareció ese mismo año como pretendiente al cacicazgo
de Lora, impulsado, al parecer, por el párroco de Vichuquén.
En compañía de otros indios recurre a la Real Audiencia pa¬
ra obtener la remoción del cacique en funciones, por ser sor¬
do y demasiado viejo, pidiendo que la sucesión del cacicazgo
sea entregada al pariente más cercano que es, según la pre¬

sentación, este indio inquieto que se llama Mateo Maripan¬


gui. La Real Audiencia inició un ceremonioso expediente so¬
bre el particular. El revoltoso pretendiente no las tuvo todas
consigo, pues hubo numerosas personas que declararon en
favor del cacique. Entre las declaraciones, es digna de men¬
tar, por su colorido, la que dio un tal Antonio Tello. que
; declaró en Talca en 1790. Afirmó este testigo que el cacique
I era correcto y que tenía condiciones para el mando, y que el
único defecto que le conocía era el de ser sordo, pero que gri¬
tándole oía bien. Agregó que si esto fuera motivo para qui¬
tarle el mando, la sucesión en el cacicazgo le correspondía
a un hijo
suyo, muy capaz de desempeñar el cargo, y no al
pretendiente que era indio advenedizo y guacho.
cacique Santiago Maripangui se defendió con ardor
El
y con mordaz dialéctica, asesorado, sin duda, por algún le¬
trado. En uno de sus escritos a la Real Audiencia, dice que
se han hecho falsas imputaciones contra su honor y honrado
proceder y que el pretendiente Mateo Maripangui no es le¬
gítimo y lleVa el apellido Maripangui (el linaje de la dinas¬
tía) por su madre, pues no se le ha conocido padre. Es el vie¬
jo hidalgo español, defendiendo su honor y su sangre. En
otro escrito se refiere al pretendiente con mayor dureza aún.
Dice que no es el pariente suyo más cercano, pues es hijo

345 —
natural de Micaela Cuevas, "mujer andante, soltera y mulata
conocida".

La defensa del pretendiente no fue menos ardorosa y


mordaz. Especialmente defendió la legitimidad de su sangre
(curiosa y extraña preocupación que la añeja práctica espa¬
ñola había injertado en el rudo tronco de la raza indígena).
Dice que él es tan legítimo como el cacique, pues su padre,
Marcelo Maripangui, era hijo, como el cacique Santiago, del
antiguo cacique Esteban Maripangui.
El asunto traía tan revueltosa los pobladores de Lora,

tue Corregidor del Partido del Maule, que a la sazón lo


el
eran don Domingo Saiz, decidió tomar cartas en el asunto y

llegó un día hasta el pueblo a fin de buscar una solución.


Convocó a los indios y al cacique a una reunión y requirió
la opinión de todos acerca del conflicto. Para bien del caci¬
que Santiago Maripangui, todos, "de viva voz", informaron
favorablemente. Pudo, así, Santiago Maripangui. seguir go¬
bernando en paz, por muchos años, el caserío de Lora. En un
papel de fines de la Colonia (1802) aparece todavía como ca¬
cique en ejercicio.
Años después, en 1806, un nuevo conflicto en la dinas¬
tía Maripangui altera la tranquilidad del pueblo de Lora. Se
trata ahora de un pleito de sucesión. Parece que los nom¬
bres se repetían con frecuencia en la familia Maripangui,
pues ahora son actores principales de este nuevo conflicto,
personajes que llevan también, como en el anterior, los nom-
Dres de Santiago y Mateo Maripangui.

Era cacique del pueblo Mateo Maripangui, quien falle¬


ció aquel año, dejando un hijo de cortos años llamado Juaí.
José. De inmediato nació el problema del cacicazgo interino
para gobernar el pueblo mientras aquel niño enteraba la
edad. El cacique muerto había tenido dos hermanos, llama¬
dos Marcelo y Pedro Celestino Maripangui. El cacicazgo in¬
terino fue conferido a un hijo de este último, cuyo nombre
era Santiago Maripangui, quien de inmediato se hizo cargo
de funciones. Pero he aquí que otra vez se origina uno
sus

de estos originales conflictos en


que la indiada discute la le¬
gitimidad de la sangre. Juan Mateo Maripangui, hijo de Mar¬
celo, el otro hermano del cacique muerto, se presenta a la
Real Audiencia, sosteniendo su
mejor derecho al cacicazgo.
Sostiene, en apoyo de sus pretensiones, que su padre es ma¬
yor que el padre de Santiago, por cuyo motivo es él, y no San-
tiago, quien debe ser nombrado cacique. Pero Santiago Ma-
ripangui rindió con diversos testigos una prueba concluyen-
te, acreditando que descendía del tronco principal de los Ma-
ripangui y que todos los naturales lo querían por cacique.
Su partida de bautismo no pudo encontrarse en la parro¬
quia de Vichuquén; pero el párroco certificó que se había
probado ante él con testigos que Santiago Maripangui ha¬
bía sido bautizado en 1761 por el párroco don José de Ma-
turana. La Real Audiencia ■ hubo, así, de inclinarse a su fa¬
vor y lo confirmó en el mando.

El cacique Santiago parece haber sido amigo de fiestas


y de bullicios. Desde el principio de su gobierno introdujo
en Lora elementos extraños, indios,
españoles, mulatos, mez-
tizos y negros de mala catadura, que promovieron en el pue¬
blo continuos desórdenes. Con ellos andaba el cacique de
rancho en rancho en son de fiesta, bebiendo
y gritando. El
introducir gente de fuera no era ninguna novedad en el pue¬
blo de Lora, ni en ninguno de los caseríos indígenas de la zo¬
na, pues, no obstante disposiciones en contrario, desde tiem¬
pos lejanos venía estableciéndose en los' pueblos indígenas
elemento extraño. Pero las personas que ahora introducía
el cacique eranextraordinariamente desordenadas, pues
provocaron protesta. La Real Audiencia, en una
general
oportunidad apercibió al cacique para que no permitiera la
entrada al pueblo de gente extraña; pero fue en vano. San¬
tiago Maripangui siguió en las andadas y los elementos que
introducía al pueblo siguieron merodeando en él y alteran¬
do su paz. Los indios reclamaron formalmente ante la Real
Audiencia y probaron el mal comportamiento del cacique.
La Real Audiencia lo separó de su cargo y nombró cacique
interino, mientras el menor a quien correspondía la suce¬
sión enteraba la edad, a Mateo Maripangui. el antiguo pre¬
tendiente, en consorcio con la madre del menor, llamada
Pascuala Carreño. He aquí, pues, en este pueblo de Lora, el
curioso caso de una mujer ejerciendo el cacicazgo.

El pueblo de Vichuquén había estado gobernado en la


época de la colonización por dos dinastías que se sucedían
en el mando: los Vilu y los Catrileo.

En la era que ahora historiamos hay también hombres


de estos dos linajes indígenas que ejercen el cacicazgo; pero
a ellos se suman otros, <con lo cual se origina una verdadera

algarabía dinástica. Sin embargo, de entre todos los linajes,



347 —
el que sobresale, por el mayor número de caciques y por más
años de gobierno, es el de los Vilu, llamado a veces Antivilu.
En 1771 cacique de Vichuquén Dionisio Antivilu,
era
hombre de más menos 50 años,
o casado con una mestiza
llamada Francisca Morales. Este cacique falleció en 1781.
dando origen a otro de estos notables litigios de sucesión a
que nos hemos referido. Un indio del pueblo, llamado Rafael
Vilu Quitral, se creyó con derecho para aspirar al cacicazgo
y recurrió a la Real Audiencia, haciendo valer sus derechos.
En un original escrito sostuvo que la designación de cacique
debía recaer en él, por cuanto era descendiente de los caci¬
ques antiguos del pueblo, como eran los Vilu y los Quitral,
con lo cual nos da noticia de otra dinastía, la de los Quitral.

En 1789 era cacique del pueblo de Vichuquén Ramón


Cálqpín, casado con española. En Í802, el cacique era Loren¬
zo Quitral. ~
En elpueblo de la Huerta o Gonza, la dinastía dominan¬
te, como la época de la colonización, es la de los Briso.
en
En 1745 era cacique Domingo Briso. En 1771, Rosauro Briso.
'En 1789, haciendo excepción, era cacique un indio de otro
apellido: Manuel Antinau. En 1796 figura gobernando el
pueblo el cacique Alejo Briso, quien, sintiéndose enfermo,
renunció al cacicazgo y cedió sus derechos a su pariente Nar¬
ciso Cayuante, quien tuvo varias dificultades con el estancie¬
ro vecino don Jacinto Garcés. Sin
embargo, parece que este
año fue de anarquía para el pueblo, pues figura también co¬
mo cacique Domingo Briso;
y en otro papel se habla que ese
mismo año "se supone cacique Nicolás Briso". En 1802, el
cacique es Alejandro Briso.
En el pueblo de Quelmen (Kermen), injerto araucano
en la zona curicana, que se había radicado en tierras de los
indios de Lora, el proceso dinástico es de la misma natura¬
leza. A la muerte del cacique Ignacio Guentecura, bajo cuyo
gobierno llegaron los indios a la zona, ocurrida hacia 1752,
lo sucedió en el cacicazgo su hijo José Guentecura. Como era
menor de edad se le designó como tutor a Francisco Canileu.
El butor falleció en 1757 y entonces se desencadenó también
un litigio de
sucesión, pues se presentó un español que vivía
con los indios, llamado José de Aranda,
pretendiendo el ca¬
cicazgo. Se opuso a esto el cura de Vichuquén, don José de
Maturana, sosteniendo que los españoles no podían legal¬
mente ni siquiera vivir en
pueblos de indios y menos preten-

348 —
der un cacicazgo. El conflicto fue solucionado como sostenía
el cura; pero el pretendiente Aranda se vengó de él, alboro¬
tando a los indios "y dificultó grandemente el adoctrina¬
miento".

j) Supervivencia indígena en la era moderna.—Es cu¬


riosa la existencia en la zona curicana, durante toda la Co¬

lonia, de indios que mantienen en gran parte sus caracteres


primitivos, que hablan un idioma propio, que están organi¬
zados en forma peculiar, que tienen costumbres propias y
que conservan grandemente la pureza racial.
Estos indios lleganigual forma a los días de la Inde¬
en
pendencia Nacional, y continúan organizados y viviendo co¬
mo tales hasta bien avanzado elsiglo XIX. Las autoridades
de la República, como antaño las de la Colonia, protegen y
reglan la organización indígena, y los indios siguen así es¬
tablecidos, en pleno período republicano, en los pueblos de
la Huerta, Lora y Vichuquén. El estudio de su vida en estos
años no nos corresponde hacerlo ahora, ya que sólo estamos
historiando la era colonial. Aunque legalmente un Senado
Consulto de 1819 puso término a las comunidades indíge¬
nas, los pueblos de Lora, Vichuquén y la Huerta tuvieron vi¬
da durante muchos años más, con organización indígena y
comunidad de tierras. En Lora, siguieron gobernando los ca¬
ciques Maripangui y hacia 1830, por diversas causas, entre
las cuales no fue de poca importancia la venta que los indios
hicieron de sus tierras, el pueblo de Lora desapareció como
caserío indígena. El pueblo de la Huerta y el de Vichuquén
desaparecieron más o menos por la misma época. En Vichu¬
quén hubo caciques de distintos nombres y uno de ellos, Ba¬
silio Vilu, murió heroicamente en la Guerra de la Indepen¬
dencia. Hace pocos años, un anciano de Vichuquén nos de¬
cía lo siguiente: "Mi padre fue el último cacique de esta re¬
ducción". Después de él, hubo "esparramo".

Pasando por encima de esta vida que los indios de la


zona tuvieron en la era republicana, vamos a llegar hasta
los años que vivimos para constatar un fenómeno interesan¬
te. Nos referimos a la supervivencia indígena en la zona cu¬
ricana.

Los pueblos indígenas organizados, con costumbres y


con idioma propio, desaparecieron en el siglo XIX; pero el
indio mismo, ' propiamente, no desapareció en la zona y ha
quedado de él, hasta hoy, una fuerte supervivencia. Esta

349 —
supervivencia se manifiesta en diversas formas, que es muy
fácil advertir.
Una de estas formas, es la raza misma. En muchas lo¬
calidades, especialmente en la región costina, se ha conser¬
vado un fuerte mestizaje indio, a veces casi sin mezcla blan¬
ca. Los rasgos físicos de estas personas son inconfundibles:
rostro moreno, baja estatura, barba escasa, pómulos salien¬
tes; y sus rasgos psíquicos son también peculiares. Nada sa¬
ben de su pasado; han olvidado su idioma y las vinculacio¬
nes que entre ellos había; pero son, sin duda, los descendien¬

tes directos de aquella población indígena que, organizada


en pueblos o suelta, vivió en la zona.

Otra de estas formas es el mantenimiento de viejas cos¬


tumbres indígenas. Hay localidades de la zona, especialmen¬
te en la costa, en donde inconscientemente el hombre sigue vi¬
viendo con muchas de sus costumbres, sin saber de dónde
vienen. Sus habitaciones son casi las mismas rucas del indio
primitivo, con paredes empalizadas rellenas de barro y mu¬
chas veces con techo de paja. Hay muchos ritos y creencias
de un claro colorido indígena. En muchas casas se alzan aún
los viejos y primitivos telares, en donde las mujeres tejen
ponchos y chales, que luego tiñen con barba de roble y con
hojas de boldo, como otrora lo hiciera el indio. Conocen la
alfarería con la misma maestría que hizo famosas en la Co¬
lonia a algunas localidades indígenas. Se utiliza aún para
fabricar una especie de canasto llamado "quiñe" o "quiño",
la misma planta llamada "raigún", que el indio conoció para
igual fin. Hay canoas de tronco de árbol; cultivo indígena
de la "quínoa", cereal que el español en general no cultivó;
"husos" primitivos para el hilado de la lana, que a veces las
mujeres hacen funcionar mientras caminan a paso ligero.
Otra forma de supervivencia es la característica de cier¬
ta .pequeña propiedad. Hemos visto que en distintas épocas
las comunidades de tierras de los indios se dividieron y que
lo hicieron en mala forma. Así han llegado hasta nosotros
propiedades increíble y absurdamente pequeñas, localidades
en donde los cerros son comunes, etc.
Se manifiesta también la supervivencia indígena en la
conservación de los apellidos. Antes de la llegada del espa¬
ñol, el indio por lo general obtenía su nombre de sus cuali¬
dades o circunstancias
personales, y muchas veces él se ha¬
cía extensivo a sus familiares. Así, unos eran "zorros", otros


350 — i
"culebras", etc. El español, que los catequizó y bautizó, les
dió luego nombres de santoral y el viejo nombre ■ indígena
pasó a constituir -el apellido, y así,_bien pronto los indios tu¬
vieron un nombre europeo y apellido indígena, sin que fal¬
taran numerosos casos en que se les dió también apellido
español.
En la isla deCuricó se conocían, entre otros muchos, du¬
rante la era colonial, los apellidos indígenas de Pichipil y
Pichuante. En el sector de Teno, se encuentra Talpén, Pai-
llaquegua, Carilau, Calligüe, etc.
En Lora, abundaban los apellidos indígenas Maripangue
(Mari, diez,; pangui una planta); Calquín (águila); Llanca
(piedras verdes, especie de joya) ; Milla (oro) ; Vilu (profe¬
ta) ; Paillán; Lora (lugar de greda); Quinchel; Millacura
(grillo) ; Nirre (picaro, zorro) ; Tolomilla; Panul (una yer¬
ba) ; Paillán; Piragua (embarcación); Cajrrilagiie; Buenu-
ledo; Millacollán... Hay también en este pueblo indios que
llevan apellidos españoles.
En Vichuquén abundan los apellidos indígenas Quitral
(una planta de flor roja) ; Antivilu (profeta de los Andes) ;
Vilu (profeta); Catrileo (río cortado, puente); Carbullanca;
Maripangui; Calquín y Pangue. Se conocen también entre
los indios apellidos españoles.

En la Huerta, existen los apellidos indígenas Briso; Gui¬


nea (probablemente mulato) ; Repollanca; Quinca; Antivi¬
lu ; Paichán ; Llanca ; Antinau... Hay también apellidos es¬
pañoles.
En Quelmen, se conocen los apellidos indígenas Guen-
tecura, Ruenileu, Coñeu, Manquelau (Cóndor) ; Vilu, Milla-
cura, Quinchel, Tolomilla, Calquín, Piragua... Hay también
apellidos españoles entre los indios.
Si se observan hoy día los apellidos de la zona, podrá
constatarse que aún abundan muchos de los apellidos indí¬
genas que acabamos de mencionar, especialmente en la zo¬
na de la costa. Es curioso al respecto el caso del apellido

"Véliz", que es extraordinariamente común en algunas re¬


giones costinas. Hay casos en que este apellido proviene de
españoles que lo trajeron a la zona; pero en muchos casos
proviene del apellido indígena Vilu, de la dinastía de caci¬
ques de Vichuqén. A los indios de este pueblo se les llama¬
ba "los Vilus", por el apellido de su cacique, y este nombre
se transformó
pronto en Véliz.

351 —
Otra forma de la supervivencia indígena en la zona se
advierte en geográficos, fenómeno que, en rea¬
los nombres
lidad, es común en todo el país. No obstante que los conquis¬
tadores y colonizadores dieron a numerosas localidades nom¬
bres españoles, que trataron de usar juntamente con el nom¬
bre indígena o con exclusión de él, la verdad es que el nom¬
bre indígena es el que predominó y casi todas las localida¬
des lo llevan hasta hoy día.

He aquí algunos de los nombres indígenas " que existen


hoy día en la zona curicana, con sus correspondientes sig¬
nificados :

Boyeruca Casa del canelo.


Bucalemu Bosque grande.
Caune Manar agua
Comalle Agua de greda blanca.
Curicó Agua negra.
Duao Recuerdo, pensamiento.
Guaico Quebrada con agua
Gualañé Lugar de patos.
Guañuñé Está arriba, es alto.
Guapi Isla, terreno a orilla de río.
Gonza Antiguo nombre de la Huerta. Ünir dos
cosas, parear.
Idahue Lugar de piedras de afilar
Iloca Lugar de glotones.
Licantén Hombre fuerte, según Astaburuaga; y
"tímido", según Fray Pedro Armengol
Valenzuela.
Lipimávida Montaña de plumas.
Lontué Río de tierras bajas.
Lora Caserío de greda.
Llico ..
Orificio de agua (desaguadero).
Maica Señor de vasallos.
Mataquito Dar coces la "lama" (animal).
Naicura Piedra del gato.
Niches Una planta.
Palquibudis Rimero o mancha de "palquls" (planta)
Pumaitén Antiguo nombre de I Gaiquillo. Golon¬
drina.
Queñes Mellizos.
Quete-Quete Ave llamada "pescador".
Quilico Agua desviada.
Quilvo Palo de telar.
Ranguilí Planta gramínea.
Rauco Agua de greda.
Rauquén Llano de greda.
Teno
Encogerse de frío
Tutuquén ...
Lugar de chuchos (ave).
Upeo Betún o brea.
Uraco
Lugar bajo.
Vichuquén Subida tortuosa.


352 —
Espreciso advertir que tanto en los apellidos indígenas
como los nombres geográficos ha habido, en algunos ca¬
en

sos, ciertas evoluciones lingüísticas. Así, el apellido Vilu se


ha transformado çn Vilo; y Millacura, en Villacura. Teno
era llamado primitivamente Thenn; y Caune, era llamado
Cagne.
Se han conservado también la zona
piedras indígenas
en
de origen neolítico, de diversas especies. En la Huerta exis¬
tió hasta fines del siglo pasado una piedra de platillos que
en tempo de los indios fue objeto de veneración especial por

parte de ellos. Hasta mediados del mismo siglo se conserva¬


ron también en localidades de la costa algunas piedras que,

como la anterior, fueron veneradas por los indios, y objeto


de culto y de danzas rituales. Piedras horadadas de diversos
tamaños se encuentran hasta hoy en muchas localidades de
la región. En el cerro Pullo fue encontrada una piedra de
hacha; y en Iloca se encontró otra de la misma especie. Ba¬
rros Grez encontró en Llico una piedra semejante a los
ídolos de Pascua.

Esta es, pues, la supervivencia indígena que existe en


la zona. A través de los años se ha mantenido viva la médu¬
la de la vieja raza, con mayor o menor fuerza.
Hay localidades en donde es muy débil y otras en las
cuales se mantiene con intensidad extraordinaria. Donde
mejor advierte y donde mayor fuerza presenta es, sin du¬
se
da, en la región de la costa. Allí el rasgo físico, las costum¬
bres, el apellido, el nombre geográfico, el utensilio doméstico,
están evidenciando la supervivencia de la raza indígena.

Es realmente notable y digno de estudio este fenómeno


regional, porque es curioso que existan hoy día grupos de
hombres que han logrado mantener casi intactas las anti¬
guas modalidades de la vida, sin dejárselas arrebatar ni por
el transcurso del tiempo, ni por la convivencia con personas
de distinto modo de vivir; y que, al mismo tiempo, se sientan
en otros aspectos totalmente incorporados a la vida moder¬

na, y no conáerven entre ellos ningún recuerdo ni tradición

que les dé conocimiento de sus primitivos años.

12.— LA AGRICULTURA

a) Actividad primordial.—La agricultura continúa sien¬


do en esta era la actividadprimordial del hombre de la zona.

353 —
En verdad, esto venía sucediendo desde los años de la colo¬
nización, pues el oro y las demás fantasías que habían im¬
pulsado la vida de los primeros años, se habían desleído fren¬
te a la realidad dura.

La zona es ahora netamenteagrícola; y sólo por excep¬


ción adquieren auge otras actividadès. La vida agrícola pal¬
pita en todos los lugares de la zona. Agricultores son casi en
su totalidad los habitantes de la naciente villa de Curicó;
agricultores los que viven en los centros poblados o en la al¬
dea; agricultores los indios; agricultores los que viven en las
estancias.

La vida rural es, así, la vida esencial en esta era colo¬


nial en la zona curicana; y el agricultor es el personaje que
impera en todas partes. La vida urbana sólo recién empieza
a formarse lentamente en la villa de Curicó; y el hombre que
ejerce actividades urbanas u otras labores distintas de la
agricultura, constituye sólo la excepción.
b) Cultivos y plantaciones.—Esa agricultura super¬
puesta, con cultivos indígenas y europeos, que se había for¬
mado durante la colonización, continúa también en esta era.
El agricultor
desprecia los cultivos del indio y mantiene
no
también con esmero los cultivos que sus antepasados traje¬
ron de Europa.

Se producen, pues, en la zona, la papa, el maíz, la quí-


noa, el ají, el zapallo, la calabaza, el trigo y la cebada. S'e in¬
troducen también en esta era algunas novedades. Una de
ellas es el cultivo delpimiento, del cual se cosechan anual¬
mente muchas fanegas, especialmente al norte del Teno.
Otra, es el aumento notable del cultivo del poroto, que em¬
pieza a constituir la base del alimento popular, en reemplazo
del maíz y la quínoa. Los indios habían conocido dos espe¬
cies de porotos: el pallar y el "degull", el primero debido a
la cultura chincha-diaguita, y el segundo anterior a ella.
Pero, en realidad, no le dan a este cultivo mayor importan¬
cia. El europeo también lo había conocido desde tiempos remo¬
tos llamándolo fréjol, alubia, judía, habichuela; pero tampoco
había sido mucha la importancia que le dió. Es sólo después
de muchos años cuando empieza a apreciársele en lo que en
realidad vale, no obstante su origen, remoto y su existencia
simultánea en ambos mundos. '
Las plantaciones frutales adquieren también considera¬
ble auge. Ya es común encontrar en las estancias y en los
solares, árboles frutales de variadas especies. Abunda ya en
los lugares apropiados el olivo; y hay arboledas numerosas,
con higueras, guindos, duraznos,
perales, manzanos, nogales,
membrillos y ciruelos. Data también de esta época la forma¬
ción de arboledas frutales en las pequeñas propiedades de
Romeral. También empieza a hacerse frecuente la costum¬
bre de secar frutas, las que después se venden. Son curiosos
los precios que tiene la fruta en esta época: el almud de
aceitunas vale cuatro reales; y la fanega de frutas secas, seis
reales. También se siguen explotando en algunos lugares las
palmas chilenas.
Las plantaciones forestales de árboles silvestres son apro¬
vechadas en forma especial. Principalmente en las regiones

cordilleranas abundan el roble, el ciprés, el laurel; en la isla


tíe Curicó hay montes de canelo, pataguas, espinos, pitras y
arrayanes, cuya madera es de gran valor para las construc¬
ciones; y en los cerros costinos hay montaña virgen de coli-
güe, boldo, roble y otras especies.
c) Las viñas.—Mención aparte debemos hacer de las
plantaciones de viña en esta época.
Ya por estos años, las primitivas viñas que hemos cono¬
cido en la época de la colonización han aumentado conside¬
rablemente. Ein el valle de Teno y en la isla de Curicó, exis¬
ten ahora en abundancia y son, en realidad, pocas las estan¬
cias de importancia que no están dotadas siquiera de un pe¬
queño majuelo. En esta/ era es cuando aparecen también al¬
gunas viñas en los inicios del Mataquito.
En los alrededores de la villa de Curicó y en sus goteras,
hay también numerosas viñas, que proporcionan a sus habi¬
tantes sus productos. Las hay, por ejemplo, en las propieda¬
des de don Manuel Cruzat (Callejón), Bartolomé Muñoz, Pe¬
dro Bárrales y Juan Vergara.

Dentro de la traza misma de la villa estaba prohibida la


plantación de viñas, según las instrucciones dadas por el pro¬
tector de la villa don José Clemente Traslaviña en 1747. Sin
embargo, parece que ya desde los primeros años de la villa
empezó dentro de ella la plantación de vides. A manera de
ejemplo, podemos anotar que hemos encontrado viña en el
solar de don José Medina y en el Convento de la Merced. Se¬
guramente tal prohibición cayó en desuso o no se aplicó nun¬
ca en la práctica, como sucedía casi a dario en la Colonia.

355 —
aprovechamiento de las viñas en esta época, como du¬
El
rante la colonización, consistía en vino, mosto, aguardiente,
vinagre y uva. El vino costaba entre 10 y 12 pesos la arroba;
el mosto, cuatro reales la arroba; y el aguardiente, cinco pe¬
sos la arroba. Las viñas se avaluaban por plantas, cotizándose
a un real y medio cada planta, generalmente.
Los sistemas de cultivo y de vendimia eran naturalmente,
sencillos y rudimentarios. La uva, transportada en canastos,
era estrujada con los pies por los obreros, y luego el caldo

guardado en rústicas bodegas con horcones, sin otro pavimen¬


to que la tierra. Era frecuente usar para las vendimias el ye¬
so traía de la cordillera por el boquete del Planchón y
que se
que se adquiría a los indios pehuenches o se extraía con su
tolerancia.

La
vasija empleada era también de notable sencillez. Se
conocían en esta época lagares, tinajas, chuicos, botijas, uro-

nes y cueros. Esta vasija era hecha de cuero o de greda. De

cuero, se fabricaban especialmente urones, cueros y lagares.


De greda, se hacían especialmente botijas y chuicos. La vasi¬
ja de cuero solía embrearse para darle mayor duración y efi¬
cacia. En las estancias hay operarios que trabajan por su
cuenta en estas labores y que se llaman "tinajeros". En el pa¬
drón de Curicó de 1789, figura un tinajero español, que, aca¬
so, es en esos años el único que se dedica a la construcción
de vasija en la isla de Curicó.

propietarios de viña fueron adquiriendo importancia


Los
poco a poco. Recibían el nombre de "cosecheros de licores";
y cuando expiró la Colonia formaban ya un gremio notable,
en el cual se contaban vecinos de importancia. Durante la Co¬

lonia pudieron dedicarse en forma más o menos tranquila a


sus labores; pero la República, desde sus comienzos, los gravó
con impuestos, creando un nuevo ramo que agregó a los colo¬

niales: el ramo de licores. Los principales viñateros (o cose¬


cheros de licores) de estos primeros años republicanos eran
los señores José Antonio Vidal, Rafael de Latuz, Francisco
Muñoz, Pedro Pizarro, Francisco Pizarro, Joaquín Mardones,
Diego Mardones, José Merino, Mercedes Maturana, Gaspar Vi¬
dal, Nicolás Silva, Rafael Daza, Francisco Moreira, Manuel
Merino, José Manuel Olmedo, Mateo Labra, José Barros, Ma¬
nuel Márquez y Pedro Silva y Pizarro. Estos viñateros curica-

nos, cuyos viñedos y bodegas estaban repartidos en la isla de


Curicó, interpusieron ante el nuevo Gobierno Republicano di-
versas reclamaciones por el pago de los impuestos, reclamacio¬
nes que hacían en común, como gremio, y en las cuales invoca¬
ron a veces las grandes "heladas" que afectaban sus cosechas.
d) La ganadería.—En esta época continúa en igual for¬
ma la existencia abundante deganado vacuno, ovejuno, ca¬
brío y caballar que conocimos en los años de la colonización.
Hay ganado abundante en la isla de Curicó, en el valle de
Teno y enla costa.
Hay en esta época algunos términos nuevos. Se habla
ahora de ganado mayor y menor, separando así, por su tama¬
ño, las diversas especies; y a los cabríos y ovejas se les incluye
en la denominación de "ganado lanar".

Por la misma existencia de ganado abundan también las


ramadas de matanza, en donde se benefician los animales y
se preparan especialmente el sebo y el charqui. Estas rama¬
das de matanza se encuentran en casi todas las estancias de
la zona y. así, es frecuente encontrar en ellas, enfriaderas, pe¬
lambres, pilones para echar grasa y otros utensilios semejan¬
tes. Hay algunas estancias también que destinan cuartos es¬
peciales en sus edificios para guardar "efectos de matanza".
A pesar de esta abundancia de ganado en toda la zona,
ya en los últimos años de la Colonia
empezó a traerse ganado
argentino por el boquete del Planchón, para lo cual las au¬
toridades no negaron autorización.

e) Madera de la zona curicana para la construcción del


Palacio de la Moneda.—Un hecho curioso, que pone en eviden¬
cia la importancia forestal que durante la Colonia tenía la
zona curicana, es que el Palacio de la Moneda de Santiago fue
construido madera que se llevó desde las riberas norte y
con

sur del río Lontué, o sea, con gran parte de madera curicana.

Hacia 1786, el Gobernador del Reino, Benavides, contra¬


tó con el vecino de Curicó don Joaquín Fermandois la madera
necesaria para la construcción del Palacio. Fermandois, a
quien hemos conocido ya y que fue un activo vecino que se
dedicó a la agricultura, a la minería, a la industria y al co¬

mercio, organizó con especial empuje estos trabajos. Celebró


contratos con propietarios de plantaciones de ambas riberas
del río Lontué para la extracción • de la madera, tomó nume¬
rosos obreros y mandó construir cuatrocientas carretas en las
cuales empezó a transportarse la madera para 'Santiago. Tal
fue la importancia de estas labores, que el Presidente Bena-
_
357 —
vides, a tener demoras y con motivo de algunos in¬
fin de no
cidentes que se habían provocado por la detención de uno de
los trabajadores de Fermandois, ordenó que no debía retar¬
darse por nipgún motivo el acopio de materiales para la cons¬
trucción, y nombró un juez especial para cada una de las ri¬
beras del río Lontué, a fin de que conocieran todas las difi¬
cultades que se produjeran entre los peones de Fermandois
Para la ribera norte fue nombrado juez don Juan Fernández
de Deiva, y para la ribera sur, don Juan Ramón Acevedo.

En 1798, don Joaquín Fermandois estaba todavía sumi¬


nistrando madera para el Palacio de la Moneda, cuya cons¬
trucción se hacía lentamente. Ese año confirió poder a don
José Cotai para que cobrara a la "Real Casa de Moneda de
Santiago" lo que le adeudaba por venta de madera; y ese mis¬
mo año otorgó su testamento, en el cual recomienda a sus he¬

rederos que cumplan "el trato" de maderas con la Moneda.

g) El regadío.—En la era colonizadora el riego sólo había


llegado hasta las tierras de la ribera norte del río Teno, y sólo
por excepción se había extendido más al sur. Pero en los años
que siguen a la fundación de Curicó, las obras de riego au¬
mentan notablemente y son numerosos los canales o "ace¬
quias" (que es como se llaman preferentemente en la época)
que riegan las tierras curicanas al norte y al sur del río Teno.
Para la villa misma de Curicó se construyeron dos cana¬
les. El primero, fue el llamado "canal del pueblo", que se sa¬
có del Guaiquillo y cuya construcción se inició antes que la
villa. Este canal corría por lo que es hoy Alameda, de sur a
norte, y entraba en los solares de la villa. Después se constru¬
yó la "acequia del Rey", que fue una prolongación del canal
que había construido en Guaico don Diego de Maturana. Ese
canal había venido acercándose poco a poco a la villa, regan¬
do los campos por donde atravesaba; y en 1782 llegó a la villa
misma y sirvió para los menesteres Se casas y solares en re¬
emplazo del canal del pueblo. Con los años, la acequia del Rey
fue llamada la "cañada" y con tal nombre ha llegado hasta
nuestros días, en los que sigue siendo usada para riego y pa¬
ra menesteres urbanos de la ciudad de Curicó.
En Convento Viejo existía un borbotón natural de agua
llamado "la Fuente", que se utilizaba para regar las propie¬
dades vecinas.
En el valle de Quilpoco se construyeron también varias
obras de regadío y hubo numerosas propiedades de riego.


358 —
En 1791, don Joaquín Fermandois solicitó autorización
para sacar un nuevo canal del río Teno y hacerlo llegar hasta
la villa de Curicó. Dijo que la acequia del Rey era insuficien¬
te y que apenas alcanzaba para los sitios de la villa, por lo
cual el nuevo canal que él deseaba construir prestaría gran¬
des utilidades, pues le serviría para instalar dos molinos y
para regar las propiedades por donde atravesara. -Pide al mis¬
mo tiempo que se haga declaración en el sentido de
que na¬
die podrá usar esas aguas sin su autorización. El Goberna¬
dor, don Ambrosio O'Higgins, concedió el permiso. El mismo
don Joaquín Fermandois sacó un importante canal del río
Lontué, que utilizó para el riego de su propiedad y que luego
se extendió hasta Guañuñé.

En Rauco había muchas tierras "de pan llevar", o sea,


de riego. En Comalle, existía un canal que se llamaba "ace¬
quia de Comalle".
Hacia la zona de la costa se hicieron también notables
esfuerzos para regar los campos. En el lugar de la Huerta (es¬
tancia Remolinos) don Juan Garcés construyó una "acequia"
de importancia, sacada desde el río Mataquito, para regar sus
tierras y para mover un "molino de pan". En Vichuquén ha¬
bía también una acequia notable que servía para el regadío
de la estancia "Los Litres" y otras propiedades. En Lora, los
indios del pueblo tenían su canal para regar parte de sus tie¬
rras, la cual, según documento que ya hemos citado, tenía
"agua corriente siempre que se la quieran echar".
Lospleitos de agua se hicieron también comunes en esta
época. Conocemos un curioso litigio por el "borbotón" de Con¬
vento Viejo, que terminó con la colocación de una cerca en
medio de él para dividir las aguas entre los que tenían dere¬
cho a ellas. Conocemos también litigios por las aguas de Quil-
poco y por la acequia de Vichuquén.
El riego, pues, es en esta época un esfuerzo en marcha
ascedente, que ha permitido valorizar los campos, aumentar
la producción mejorar las condiciones de vida de los habi¬
y
tantes de la Queda, sin embargo, mucho por hacer, y
zona.
será la República la que deberá terminar la obra iniciada por
la era colonial, incorporando al sistema de riego la gran ma¬
s-a de las tierras curicanas. Un documento de 1787 (1), refi-

(1) Capitanía General, 940.


359 —
riéndose al valle de Teno, nos da una idea clara de lo que aún
faltaba en la Colonia en lo que respecta a riego. "Tiene a la
parte del norte, dice, muchas tierras inútiles inhabitables a
falta de riegos, que se les pueden dar, habiendo facilidad de
abrir bocas tomas en el río de Thenn" (Teno).

13.—LA MINERIA

Ya desde los años de la colonización la minería había pa¬


sado a segundo término entre las actividades de la zona; pe¬
ro no por eso fue desestimada por entero. En esta época con¬
tinúan explotándose casi en su totalidad las minas que se co¬
nocieron durante la colonización. Hay también en esta época
nuevos descubrimientos y nuevas explotaciones que dan ma¬

yor amplitud al cuadro de la minería colonial;y que revelan


una notable actividad minera, si bien es cierto que harto mo¬
desta en sus resultados.

Especialmente hubo explotaciones mineras en los cerros


de Huirquilemo, en donde se descubrieron numerosas vetas.
Hacia 1760, Cristóbal Vergara descubrió en estos cerros una
"corrida" de oro, que pasó por diversas manos y dio lugar a
numerosos litigios. El padre fray Pedro Neira. uno de sus su¬
cesivos propietarios, después de explotarla algún tiempo, la
abandonó. Después de dos años pidió merced de ella don Fran¬
cisco Prats, quien, después de explotarla, la abandonó tam¬
bién, dejándola "yerma y despoblada". Después de muchos
años esta misma mina fue cqncedida a don Pedro Barahona.
quien después de tres años de esfuerzos, en los que se dedicó
a desenterrar,
desaguar y enmaderar las antiguas labores, dio
con la vieja veta de buena
ley. con lo cual se pobló la mina
y empezó un trabajo intenso. Posteriormente, y debido a al¬
gunas dificultades en las cuales intervinieron herederos de
los primitivos dueños de la mina, se embargaron los metales
que estaban en cancha y. en definitiva, a fines de la Colonia,
esta mina estaba ya abandonada y llena de agua.

Hacia 1766 tenían también minerales de oro en Huirqui¬


lemo Antonio Corbalán, "cerca del camino real que va de
oriente a poniente"; Francisco Torre, y José Contreras. Por
esos mismos años existe en Huirquilemo la mina "Descubri¬

dora", de Pablo Cacique, que en la época moderna ha dado


origen a la misteriosa leyenda de la mina del cacique.
En Comalle existía un mineral de oro de Francisco Prats;
y en Tricao, una mina de plata, que fue primero de Agustín
Díaz y luego de Diego Valenzuela. En los cerros de Huemul
hubo también minas de plata; y en Teno, de cobre.

Hubo también en diversos lugares


lavaderos de oro, en
los cuales el metal se extraía de las aguas en forma más
fá¬
cil, por medio de instalaciones sencillas. En la quebrada de
los Robles, cerca de Huirquilemo, corría un estero en el cual
se lavaba oro, hacia 1796; pero a poco andar alguien descu¬

brió la veta de la cual provenían los derrames e hizo pedi¬


mento, con lo cual el lavadero necesariamente hubo de extin¬
guirse. En los cerros de Vichuquén se instalaron también
nuevos lavaderos. Uno de ellos, acaso el de mayor importan¬

cia, estuvo ubicado en la quebrada de los Buitres, en la estan¬


cia de don José Antonio Fuentes.

El metal extraído de las minas era necesario molerlo. Pa¬


ra estos menesteres se instalan los
"trapiches", o molinos. Es¬
trictamente, el ténnino no corresponde a estas instalaciones,
pues los trapiches son molinos de aceitunas o de cañas de
azúcar; pero los mineros de la Colonia en Chile lo aplican a
los molinos de sus metales, y crean así un chilenismo. El tra¬
piche es una instalación en extremo sencilla. Está compuesto
por dos grandes piedras; una, que sirve de base y que se llama
solera; y otra, que se coloca encima, y se llama voladora. La
piedra voladora gira sobre un eje de quillay o de higuera, que
se llamapeón, y oprime a la solera. Un rodezno o rueda hi¬
dráulica de madera, proporcionaba el movimiento, y una li¬
gera construcción cubría toda aquella simple instalación. Los
trapiches se instalaban cerca de los minerales y a ellos lleva¬
ban los mineros sus metales "a maquila", o sea, pagando al
moledor una parte determinada de metal, según la cantidad
molida. Los mineros de la Colonia, impresionados por esa
fuerza avasalladora de las piedras del trapiche, crean un di¬
cho popular para significar un momento de apuro: "Estar
entre solera y voladora".

En la zona curicana se instalaron en esta época varios


trapiches. El estanciero de Peralillo, don Juan Gareés Dono¬
so, estableció, hacia 1777 un trapiche en Quilpoco, entonces
llamado Tilpoco, que sirvió para la molienda del oro de Huir¬
quilemo. Este trapiche fue construido, según el decir del pro¬
pio don Juan Garcés, "para adelantamiento de la minería,
beneficio de los reales haberes y utilidad pública". La mer¬
ced de "herido" para construirlo, fue pedida "en tierra de
Herrera y Barahona, en un brazo de río que pasa por ellas,

361 —
en Tilpoco". Otro trapiche que también servía a la zona es¬
taba establecido en el valle de Nancagua; otro, en Tutuquén;
y otro, finalmente, en la estancia Comalle.
Un hecho que revela la actividad minera de Curicó en es¬
tos años, es el interés que por sus minas, especialmente por
las de plata, tomó el Gobernador del Reino don Manuel de
Amat y Junient, que gobernó entre los años 1755 y 1761. Cre¬
yó Amat encontrar grandes riquezas en las tierras curicanas
y trajo desde Potosí, la villa maravillosa de las minas de pla¬
ta, al minero José de Herrera para que visitara las minas de
plata de esta zona. Tuvo también Am&t grandes esperanzas
con respecto a la brea o ''upa" de la cordillera curicana,
y es¬
cribió alRey de España sobre el particular, en 1760. Pero en
definitiva,a nada práctico se llegó. La actividad minera de la
zona no ofrecía mayores expectativas, y las esperanzas
que
llegaron a abrigarse, una vez más se esfumaron, como se ha¬
bía esfumado en tiempo de los colonizadores la leyenda del
oro.

14.—LA INDUSTRIA Y EL COMERCIO

El cuadro industrial de la época de la colonización se


mantiene en estos años en lo que respecta a las empresas que
entonces existieron. Continúan, pues, en estos años, los moli¬
nos, las curtidurías, las salinas y las otras industrias que co¬
nocieron los colonizadores.
Los molinos aumentaron notablemente en todos los rin¬
cones de la zona. A manera de
ejemplo, haremos notar que
don Joaquín Fermandois, cuyo espíritu de empresa es inigua¬
lable, fabricó dos molinos a pocas cuadras de distancia de la
villa de Curicó, que sirvieron para el abastecimiento de la
población. En las estancias, eran muy comunes los llamados
"molinos de pan". En la zona de la costa, aparte de varios
molinos pequeños, de algunos de los cuales quedan aún ves¬
tigios o instalaciones, había tres molinos de mayor importan¬
cia: uno de don Jacinto Garcés, en la estancia Remolinos;
otro en el Rincón de Higuerilla, de don Lucas Fuenzalida; y
otro en Vichuquén, de don José Antonio de la Fuente (estan¬
cia Quesería). La primitiva villa de Curicó fundada por Man¬
so había tenido también tres molinos en sus
proximidades.
La factura de todos estos molinos es la misma antigua y, co¬
mo aquéllos, molían a maquila.
Las curtidurías son también más frecuentes en esta épo-

362 —
ca y ya empiezan a llamarse curtiembres. Don José Antonio

Silva, por ejemplo, tenía "comercio de curtiembre", a poco


más de cuatro leguas de la villa de Curicó y había también
curtiembres en numerosas estancias. Los productos que se fa¬
bricaban en estos establecimientos, ya fueran ellos suelas o
cordobanes, generalmente se enviaban a la capital del Reino,
para lo cual se equipaban tropas de quince o más mudas, con
sus correspondientes remudas, que emprendían la marcha
por los deficientes caminos de la época.
Las ramadas de matanza, según ya lo vimos al hablar de
la ganadería, existen en la mayoría de las estancias.
También hay en estos años fabricación de tejidos en la
zona curicana. El viejo obraje de paños que había establecido
en Peteroa el encomendero don Juan Jofré, en esta época ya
ha desaparecido. En cambio, hay ahora fabricación de telas
en la propia villa de Curicó. Hacia 1798, don Miguel Díaz,
vecino de la villa, tiene instalados en ellas dos telares, con
los cuales fabrica "bayetas" (telas de lana de tejido ralo).

Las salinas de las lagunas de Boyeruca y Bucalemu, cu¬


ya explotación data de remotos tiempos, continúan explotán¬
dose también intensamente en estos años. El jesuíta Felipe
Gómez de Vidaurre, en su Historia del Reino de Chile, refi¬
riéndose a la laguna de Bucalemu dice que produce lo nece¬
sario para el mantenimiento de 500 personas y para la carne
seca de más de mil vacas. Agrega que con la sola producción
de un año había para esto y sobraba para 25 años.

En la laguna de Bucalemu, los propietarios de la estan¬


cia del mismo nombre adquirieron durante esta época una es¬
pecie de tutela sobre las salinas y exigían que por cada diez
fanegas que extrajeran los salineros, depositaran una en las
bodegas de la estancia. En la laguna de Boyeruca,' los estan¬
cieros vecinos trataron también de establecer esta tutela;
pero los salineros de esta laguna reclamaron al Gobierno del
Reino y el Presidente Manso, en 1744, declaró expresamente
que no debía embarazarse "a persona alguna la saca, benefi¬
cio y expendio de las cargas de sal. de las que hay en la lagu¬
na de Boyeruca".
La industria de la fabricación de zapatos, para la cual
se había adiestrado en los años de la colonización a algunos
indios, adquiere notable desarrollo. Hacia 1788 había en la
diputación de Curicó 73 zapateros españoles y gran cantidad
de zapateros indios, mestizos y mulatos.


363
Se establecieron en esta época en la zona algunos alam¬
biques para la fabricación de aguardiente. Uno de ellos es de
don Joaquín Fermandoís, cerca de la villa de Curicó ; y dos de
don Manuel Labbé. Estos alambiques eran de factura senci¬
lla y fabricados de cobre.

La platería adquirió importancia en esta época, confor¬


me 1q hemos visto en otra ocasión. Hubo maestros plateros en
la villa de Curicó y en la margen del Mataquito. Hubo también
en la villa herreros, caldereros, carpinteros, etc.
Era frecuente también que en las casas de la villa y en
las estancias se fabricara jabón para el consumo, por lo cual
no es raro encontrar en los inventarios de la época "adobe¬
ras" para jabón.
La pesca es también una labor que empieza a interesar
a los habitantes de la zona, no sólo para el consumo propio,
sino con carácter industrial. En 1788 había en la diputación
de Curicó tres pescadores españoles. Cerca de la desemboca¬
dura del río Mataquito, en un lugar que se llamaba "cerro
de arena se pescaba en abundancia, estableciéndose "lances
de pesca". En Iloca existieron los llamados "mariscadores",
cuya principal ocupación era recoger las conchas de mariscos
que botaba el mar a la playa, y que luego vendían al subas¬
tador del ramo de conchas del mar. Estas conchas eran usa¬
das para la fabricación de cal.
El comercio experimentó algunas modificaciones y pro¬
gresos en estos años.
No continuó como antes la costumbre del comerciante
estanciero^ que traía mercaderías a su estancia para venderlas
entre el vecindario. En estos años, el comercio se fue concen¬
trando en la villa misma de Curicó; y, además, de vez en
cuando recorrían los caminos los llamados "faltes", que ofre¬
cían toda clase de mercaderías.

En las instrucciones que el oidor Traslaviña dio en 1747


para la villa de Curicó, se dice lo siguiente: "Publicará ban¬
dos para que los mercaderes que residieren o entraren en la

jurisdicción de su distrito no puedan vender sus mercaderías


sino dentro de la misma población, donde precisamente han
de establecer sus tiendas y comercio. Y procederá contra los
que averiguare cómplices en la trasgresión de estas órdenes,
imponiéndoles las penas y apercibimientos que convengan y

364 —
dará cuenta al Superior Gobierno para que del
castigo resulte
el escarmiento. Manifestará la exención
que se tiene confe¬
rida en nombre de Su Magestad
para que los pobladores que
quisieren sitúen pulperías dentro de la población sin pagar el
real derecho de pulpería por el tiempo de diez años, contados
desde la publicación de este privilegio... que los no
poblados
deben pagarlo según arancel".

Se ve, pues, claro el propósito de llevar hacia la villa el


comercio. Nacieron, así, dentro de la villa algunos estableci¬
mientos comerciales, si bien es cierto que extremadamente
modestos. Hubo vecinos que se dedicaron a estas labores y
trajeron desde Santiago mercaderías que obtenían en el co¬
mercio de allá y vendían luego a los habitantes de la zona.
Hacia 1788 había en la diputación de Curieó (seguramente en
la villa), tres mercaderes españoles; y con los años este nú¬
mero aumentó bastante. Los establecimientos comerciales
eran clasificados en tiendas, bodegones, bodegoncillos y chin¬
ganas.
Dentro de la villa se permitió también el comercio ambu¬
lante de comestibles, aves, huevos u otros productos de pe¬
queño monto. A fines de la Colonia se construyó en la Plaza
de Armas un corredor que se llamó "recova", para que estos
comerciantes se instalaran en forma temporal.

La moneda que usaba el comercio de la zona y en general


todas las actividades era, como en el resto del Reino de Chile,
elpatacón de plata, compuesto de ocho reales cada uno. Es¬
ta moneda, desde comienzos del siglo XVH, había venido a re¬
emplazar al "castellano" de oro.

15.—LOS CAMINOS Y LOS MEDIOS DE COMUNICACION

Para la comunicación de la zona con la capital del Rei¬


no y con el puerto de Valparaíso, continúan usándose los an¬
tiguos caminos de la Frontera, del centro y de los costinos;
y para vincular entre sí a los distintos conglomerados socia¬
les (la villa, las estancias, los centros poblados, los conventos,
etc.), siguen prestando servicios los distintos caminos" rama-
le que se habían formado durante la colonización.

El camino de la Frontera pasa a poca distancia de la villa


de Curicó, hacia el oriente. Para comunicarse con él sale desde
la villa "la calle larga", o "callejón", que pasa frente al con¬
vento de San Fráncisco. El camino del centro corre por los


365 —
primeros cordones de la cordillera costina; y el de los costinos
casi por la orilla misma del mar.

Los caminos ramales, o sea, las ramificaciones de los ca¬


minos principales, aumentan ahora grandemente. A los que
ya se conocieron en la era de la colonización, hay que agregar
uno que va desde Lora a Vichuquén por cerros y con una

extensión de seis a siete leguas; uno que va de Lora a Huala-


ñé; uno que cae a Naicura desde el camino de los costinos;
el camino de la montaña, que va de Iloca a Quelmen. proba¬
blemente utilizando tramos de algunos de los anteriores; y
en la isla de Curicó, el camino real a Upeo.

Nace también en esta época un nuevo camino para la


capital del Remo: el camino de los pescadores. Partía de la
costa próxima a Llico, entre las lagunas de Torca y Boyeruca.
Desde el camino de los costinos, que por allí pasaba, tomaba
directamente en dirección hacia el oriente, atravesaba los es¬
teros de Alcántara y Paredones, pasaba por la vera de la Pa¬
rroquia de Paredones y luego se inclinaba Lacia 'el norte,
atravesando el estero de Nilahue. Este camino, que fue espe¬
cialmente utilizado por los salineros y por los pescadores, apa¬
rece trazado en un mapa de la zona fechado en 1787.

En esta época se hace conocido por los españoles el ca¬


mino hacia Argentina por el paso del Planchón, en la cordi¬
llera curicana. Los indios lo conocían desde antaño, pero lo
habían ocultado celosamente. Después del Parlamento de Ne-
grete, realizado en tiempos de don Ambrosio O'Higgins, se
envió un indio a Buenos Aires, con un parte para el Virrey.
Se pensó que haría el viaje, como era costumbre, por Acon¬
cagua; pero el indio regresó al cabo de dieciséis días, lo que
causó gran extrañeza, coligiéndose de ello que habría de
existir un camino más corto que aquél. Así era en realidad.
Un vecino de Talca, algunos años " después, hizo algunas ex¬
ploraciones para dar, con este camino y logró atravesar la
cordillera por el Planchón y otros boquetes inmediatos. De
regreso a Chile dio cuenta a las autoridades reales de este
descubrimiento, diciendo que se trataba de caminos en muy
buenas condiciones, por los que podría transitarse hasta en
coche. Esté vecino de Talca, a quien se debe el descubrimien¬
to de este camino, por el cual ha existido
gran preocupación
en la época moderna
y que está destinado a tener algún por¬
venir de carácter
internacional, fue don José Santiago de
Cerro y Zamudio.
Las autoridades de Buenos Airessupieron también apre¬
ciar la importancia tenía este camino y enviaron a un
que
técnico francés, llamado José Sourryére de Souíllac, para
que
levantara un plano del camino. Hizo el viaje en 1805. acom¬
pañado del mismo Cerro y Zamudio, y después de recorrer el
camino y levantar el plano, informó el Virrey en términos
decididamente halagadores, haciéndole notar la gran impor¬
tancia que en el futuro podría adquirir aquella vía.

Hacia fines de la Colonia se advertía en el Reino de Chile


y en Buenos Aires, notable preocupación por este camino y
se llegaron a concebir
proyectos fantásticos. Se hablaba del
tránsito de carruajes, de hacer navegables los ríos Claro y
Maule, a fin de establecer una salida hacia el Pacífico por el
boquete del Planchón. En la guerra de la independencia, el
General Freire llegó a Chile por este camino con una colum¬
na del Ejército de los Andes. Con posterioridad fueron olvi¬

dados todos los proyectos, y sólo en la era moderna ha vuelto


a renacer la
preocupación por este camino.
El paso de los ríos continúa en igual forma. El Teno y
el Lontué, por su curso vertiginoso, no permiten el cruce en
lanchas o balsas y es preciso vadearlos con grave peligro, que

se hace extremo y manifiesto en el invierno. En cambio, el


Matáquito se atraviesa en balsas, generalmente de cuero de
lobo. Carvallo y Goyeneche, en su Descripción Histórica y
Geográfica del Reino de Chile, dise refiriéndose al Mataquito:
"Se transita este río del mismo modo que Rapel y Maipo en
balsas de pieles de lobos inflados". En el curso de su corriente
hay establecidos balseaderos que hacen el servicio público o
sirven a los dueños, de estancias. A los balseaderos de Tonle-
mo la colonización, se agregan aho¬
y Lora, que existían desde
ra el de Quelmen y ptros. Elnúmero de balsas de cuero de
lobo se hizo tan grande a fines de la Colonia, que fue nece¬
sario recogerlas durante la Guerra de la Independencia, se¬
gún orden que dio el General O'Higgins a su paso por Curicó.
Los puentes no se conocieron durante toda la era colo¬
la necesidad
nial. Pero ya a fines de ella se empezó a hablar de
de construirlos. En las cercanías de la zona se construyó el
puente Chimbarongo, que era el más cercano conocido. La
costumbre de la época era entregar la construcción de los
puentes a particulares, quienes los mantenían cerrados o
custodiados y sólo permitían el paso por ellos previo pago de
"pontazgo". El puente de Chimbarongo fue concedido por el

367 —
Gobierno a don José Antonio Zambrano, quien en 1782 lo
arrendó a don José Gregorio Argomedo. En 1796, un vecino
de Talca tuvo el propósito de construir un puente sobre el
río Lontué, frente al camino de la Frontera, o sea, a la al¬
tura de la Obra; pero todo no pasó de un simple proyecto. A
fines de la Colonia, el Subdelegado de Curicó, Ramírez de
Arellano, insinuó al Gobierno la necesidad de buscar alguien
que rematara la construcción de un puente en el Lontué y
otro en el Teno, "que hace mucha falta, pues la gente expone
su vida en las creces". El Gobierno de la Colonia se interesó
por aquella obra y por Decreto que lleva fecha de agosto de
1810, o sea. un mes antes de la Junta de Gobierno Nacional,
ordenó que el Subdelegado, con los Alcaldes y -cuatro o seis
vecinos principales, viera modo de establecer el pontazgo. Vi¬
no después la Independencia Nacional y aquello también fue

simple proyecto.
Durante toda la Colonia
no hubo, pues, puentes en la
zona. Sólo
después de la Reconquista Española, cuando los
ejércitos de la Patría atravesaron los Andes y se estableció
en Chile el Gobierno Nacional, se construyeron en los ríos

Teno y Lontué puentes provisorios y débiles, a fin de que


pudieran atravesar las tropas y la artillería, puentes cuya
duración fue muy limitada.
Como medio de transporte, continúan usándose mula¬
res, borricos y caballos; pero, ya en esta época, empiezan a
conocerse también las carretas y
los coches, que pueden
rodar, aunque con dificultad, por los caminos ya algo mejores
a los de los tiempos de la colonización. Las carretas en la

zona son pequeñas y sencillas, con ruedas de una pieza, sin

rayos. Son las futuras carretas "chanchas". Los coches sólo


se ven por excepción. Los
primeros en conocerse son la carro¬
za en que pasó al sur don Ambrosio
O'Higgins, en 1792, para
dirigirse al Parlamento de Negrete, causando gran admira¬
ción en su trayecto, y la calesa, que trajo por la misma épo¬
ca a la villa'de Curicó don
Joaquín Fermandois. Sin embar¬
go, el uso de coches se hizo frecuente en la villa por ese mis¬
mo tiempo, para uso, especialmente de los estancieros que
tenían casa en la villa.

El servicio de correos fue establecido este


en período. Du¬
rante los años que hemos llamado de la colonización se esta¬
blecieron en algunos lugares del Reino servicios de correo a
cargo de particulares; pero la zona de Curicó quedó al mar-


368 —
gen de estos servicios. Al fundarse la villa de Curicó y en los
años inmediatos, la situación nd varió; pero, ya a fines del
siglo XVIII, se tomaron por el Gobierno diversas medidas
que mejoraron notablemente los servicios de correo del Reino
de Chile, haciéndolos extensivos también a otras localidades,
como la zona curicana. Por primera providencia, los correos

dejaron de ser servicios en manos de particulares y pasaron


a ser servicio oficial, nombrándose un Administrador Gene¬

ral de Correos. Esto ocurría en 1772. Años después se estable¬


ció un servicio ordinario mensual entre Santiago y Concep¬
ción, prohibiéndose el envío fuera de valija, con lo cual la
zona curicana contó desde entonces con servicio de correo que
sedetenía en la villa y en otraslocalidades. El encargado de
conducir la correspondencia era llamado "postillón", y en los
lugares donde se detenía existía una "posta", a cargo de un
"maestre de posta". En las cabeceras de Partido existía un
administrador de Correo. En la villa de Curicó y en Teno
existieron maestres de posta; y posteriormente, desde 1801,
con motivo de la creación del Partido de Curicó, ordenada po¬
cos años antes, se nombró para la villa de Curicó un admi¬

nistrador.

16.—EL AUMENTO DE L.A POBLACION

Uno de los efectos de la colonización, que hemos señala¬


do en otro lugar, fue un cambio de fisonomía en la población
de la zona. En reemplazo de los grupos indígenas se fueron

formando núcleos de hombres blancos y de otras castas ra¬


ciales y aun de indios, todos ellos enmarcados en un nuevo
molde de vida. Esta nueva población fue aumentando lenta¬
mente durante los años de la colonización; pero pudo en un
momento dado exteriorizar exuberancia social y hacer posi¬
ble la fundación de una villa, como sucedió con la villa de
Curicó, que fue precedida de un pequeño agrupamiento.
H'emos conocido ya el númera de habitantes que poblaba
en 1657 los partidos de Colchagua y de Maule, entre los cua¬
les estabarepartida la zona de Curicó. Colchagua tenía ese
año 590 habitantes blancos y Maule, 180.

Después de la fundación de Curicó, la población de estos


partidos acusa un franco ascenso.
A la fecha de la fundación (Í744), el Partido de Maule
tenía ya 2.136 españoles y 75 mulatos libres.

369 —
Algunos años después, según datos de Cosme Bueno
(Descripción de las Provincias de los Obispados de Santiago
y Concepción), la población era la siguiente:

Partido de Colehagua 15.003 habitantes


Partido de Maule 12.000 habitantes

En 1788, la población era la siguiente:

Colehagua (incluyendo todas las castas raciales) 31.263


Maule (en igual forma) 29.978

Hay también algunos datos parciales, relativos a algunas


pueden ofrecer algún interés.
localidades determinadas," que
Helo aquí:

Teno (1787) 1.986 habitantes (todas las castas)


Caune (1788) 1.334 habitantes (todas las castas)
Curicó (1788) 2.189 habitantes (todas las castas)
Teno (1788) 2.573 habitantes (todas las castas)

La isla de sabemos, según los datos de


Curicó, como ya
los en la época de
franciscanos, tenía cuatro mil habitantes
la fundación del convento. Según el informe de Olaso y Do¬
noso, de poco después, tenía sólo dos mil. (Seguramente se
refieren sólo a los blancos).

Se observa también durante estos años el mismo fenóme¬


no de
agrupamiento, que advertimos durante la colonización.
La población, por razones que ya conocemos, se agrupa espe¬
cialmente en la zona de la costa y en el valle norte del "Teno:
pero ya por estos años, la fundación de la villa de Curicó va
haciendo aumentar, poco a poco, la población de la isla de
Curicó, que en la era republicana superó a las demás regiones.
En cuanto a la villa misma de Curicó. la población esta¬

blecida en sus solares va también en constante, aunque len¬


to, aumento. La villa primitiva fundada por don José de
Manso, tenía 76 vecinosen 1745. Cuando se estableció la villa
en su segunda
planta, tuvo en un principio 26 habitantes,
con sus respectivas familias y servidumbre. En 1807, la villa
tenía 54 vecinos, con sus respectivas familias y servidumbre.
Con respecto a la primitiva villa de Manso, que aparece con
mayor número de habitantes, es preciso advertir que en el
cuadro mismo de la villa sólo vivían .36 habitantes y los 40


370 —
restantes estaban ubicados a algunas cuadras de distancia,
en lo que se llamaba "arrabal". Es preciso advertir también

que todos estos números se refieren únicamente a los jefes


de hogar y que, por lo tanto, a ellos habría que agregar sus
respectivas familias, los esclavos y servidores, y diversas ca¬
tegorías de gente menuda que se radicaba en la villa.

17.—EL PARTIDO DE CURICO

a) La creación del Partido.—Desde los principios de la


organización civil, la zona curicana ha estado distribuida en¬
tre los Partidos de Colchagua y Maule. Una línea imaginaria
primero, el río Teno a continuación y finalmente el estero
Nilahue, formaban el deslinde: al norte, se extendía el Par¬
tido de Colchagua, y al sur el de Maule. La villa de Curicó
quedaba ubicada en el Partido de Maule.'
Indudablemente, aquella situación tenía graves inconve¬
nientes. Desde luego, mantenía divididas regiones que esta¬
ban vinculadas y que tenían un centro común, cual era la
villa de Curicó. Además, los vecinos de uno y otro sector de¬
ben concurrir a las villas de Talca o de San Fernando para
muchos de sus asuntos, pues Curicó, que es la villa más pró¬
xima, por no ser cabecera de Partido, carece de muchos ser¬
vicios.

Entre los habitantes de la zona empieza a germinar el


descontento por esta situación. Especialmente, se protesta en
la villa de Curicó, que no ve con buenos ojos estar sometida
a la
jurisdicción de Talca, ella y el territorio que naturalmen¬
te le corresponde. En esta época es cuando nace la rivalidad
que habrá de hacerse proverbial entre Talca y Curicó. Se
decía, por una parte, que la villa, por no ser cabecera de
Partido, carecía de los beneficios que le correspondían según
las Cédulas Reales, y que de Talca nunca se preocupaban de
Curicó. De la villa de Talca se contestaba poniendo a Curicó
apodos burlescos. A veces los Corregidores de Talca visitaban
la villa de Curicó en ejercicio de sus funciones, y en esta villa
no siempre se les trató como correspondía a su rango, sino
con altanería. Uno de ellos, don Francisco Polloni, se mani¬

festó admirado del estado de disturbio y desunión en que


vivía la villa; y otro, don Juan Antonio Salcedo, estuvo a
punto de mandar apresar a muchos vecinos de ella.
Todo este estado de cosas, trajo como consecuencia que

371 —
se iniciaran serias gestiones para que se creara el Partido
de Curicó, cuya cabecera sería la villa de San José de Buena
Vista de Curicó.

Ya el Fiscal de la Real Audiencia, Pérez de Uriondo ha¬


bía informado en 1789 que era necesario crear la Subdelega-
ción o Partido de Curicó, y aumentar el número de las dipu¬
taciones. Los principales vecinos de la villa se reúnen también
constantemente para tratar del mismo asunto y elevan pe¬
ticiones al Gobierno. Pero el honor de la jornada correspon¬
de indudablemente al Párroco don Antonio de Céspedes, que
servía la Parroquia de Curicó con extraordinario celo, desde
1773. El cura Céspedes se hace cabeza de este movimiento,
dirige las reuniones de vecinos, invierte dinero de su propio
peculio en las gestiones, y se ausenta de su Parroquia duran¬
te cuatro meses para trasladarse a la capital del Reino a
gestionar la creación del Partido.
Porfin, el Partido o Subdelegation de Curicó es creado,
con fecha 13 de agosto de 1793, bajo el gobierno de don Am¬
brosio O'Higgins. Este nuevo Partido tuvo por cabecera a la
villa de Curicó y se creó con territorios segregados de los Par¬
tidos de Colchagua y de Maule. Abarcaba toda la isla de
Curicó, el valle norte del Teno, y sectores costinos como Cau-
ne
y Paredones. Su deslinde sur era natural y sencillo: los
ríos Colorado, Lontué y Mataquito. Pero el deslinde norte era
de difícil determinación, pues en gran parte estaba constitui¬
do por líneas imaginarias que fueron precisadas después de
1797 por el agrimensor del Partido. Morales de la Vega, ase¬
sorado por don Juan José Goycoolea.
Era natural que San Agustín de Talca, bajo cuya juris¬
dicción se encontraba Curicó, no mirara con buenos ojos la
creación del nuevo Partido de Curicó. Sus vecinos protesta¬
ron en diversos
tonos, y el Cabildo, haciéndose eco de estos
reclamos, se oficialmente a la creación. He aquí lo que
opuso
dijo el Cabildo de Talca en esta ocasión: "El objeto a que as¬
pira el vecindario de Curicó en la pretendida división es el
adelantamiento de su villa, pareciéndole que siendo alguno
de sus vecinos Subdelegado, o viniendo de fuera, se engran¬
decería su República. Por lo que se tiene de expériencia en las
demás de estas
inmediaciones, los Corregidores no han en¬
grandecido a ninguna de ellas. De este pensamiento fue la
de Cauquenes cuando solicitó su división:
consiguióla y ¿qué
ha sido adelantamiento
su en 17 años? Ninguno; se está

372 —
como se estaba". La rivalidad entre Talca y Curicó sigue
así su curso.

Creado el Partido, hubo en un principio diversas difi¬


cultades con el Partido de Talca, relativas a jurisdicción.
Talca, como cabecera del Partido de Maule, había percibido
siempre los ingresos provenientes de conchas del mar en las
costas de Iloca y Llico, de canchas de bolas de Vichuquén y
Paredones, y de balseaje en el río Mataquito. Cuando se creó
el Partido de Curicó, continuó usufructuando de estos ramos,
no obstante que las playas de Iloca y Llico, y las localidades
de Vichuquén y Paredones quedaron fuera de sus términos.
El Procurador de Curicó se presentó en 1796 a la Real Au¬
diencia y este Tribunal ordenó que los ramos de conchas del
mar y de canchas de bolas
correspondientes a territorios cu-
ricanos, pertenecían al Partido de Curicó; y que el ramo de
balseaje, en el río Mataquito, pertenecía por igual a Talca
y Curicó. Lo primero se cumplió; pero no así lo relativo al
balseaje.
b) Los Subdelegados—Creado el Partido de Curicó, fue
necesario poner a su frente un Subdelegado (nombre que en
la época tenía el antiguo cargo de Corregidor).

Desde su creación hasta que expiró la era colonial, el


Partido de Curicó tuvo los siguientee Subdelegados:

1.—Francisco Javier de Bustamante y Cosío (1793-1800)


2.—Juan Antonio de Armas (1800-1803)
3.—José Gregorio Argomedo (1803-1809)
4.—Baltasar Ramírez de Arellano (1809- )

El plazo de duración del cargo era, en teoría, de cinco


años; pero, como puede observarse, ni una sola vez los Sub¬
delegados de Curicó ejercieron sus funciones por ese plazo.
Don Francisco Javier de Bustamante y Cosio, el primer
Subdelegado, era, al parecer, español peninsular. Fue un fun¬
cionario enérgico y emprendedor, de carácter altivo y poco
amigo de bromas. Se vio envuelto en bullados incidentes con
vecinos y con funcionarios.. Documentos de la época se refie¬
ren a él, diciendo que es "soberbio, arrebatado, violento, y de

haberse hecho odioso a todos los habitantes del pueblo", y


hacen mención del "genio altivo que tiene para insultar a
cualquier sujeto de honor, como es notorio" (Capitanía Ge¬
neral, 320; Archivo Judicial de Curicó, leg. 19). Es_ preciso, sin

373 —
embargo, restar a estos testimonios contemporáneos, el ex¬
ceso que ha podido agregar a los hechos la pasión de quienes
están actuando en un incidente.
En reemplazo de Bustamante, fue nombrado don
Juan
Antonio de Armas, por decreto del Gobernador don
Joaquín
del Pino, de fecha 2 de enero de 1800. "Por
cuanto, dice este
decreto, conviene al servicio de S. M., bien y conservación
de los vecinos y habitantes del Partido de Curicó
nombrar
persona a entera satisfacción y confianza que use
y ejerza el
empleo de Subdelegado en él, administrando justicia a los
naturales de su jurisdicción
subalterna, manteniendo a sus
moradores en buen orden y civilidad
y desempeñando cumpli¬
damente las mismas atenciones
y cargas que previene la Real
Ordenanza de Intendentes, Leyes
Reales, Cédulas, Decretos
y Providencias de las Superioridades respectivas. Y concu¬
rriendo las calidades necesarias
para ello en don Juan Anto¬
nio Armas, le elijo
y nombro por Subdelegado de dicho Partido
de Curicó y en su conformidad, recibiendo la vara de
los Real
Justicia, recibirá y ejercerá dicho empleo por el
cinco años
tiempo de
según lo tiene declarado Su Majestad".
Don Juan Antonio de Armas había
nacido en la ciudad
de Lima; y era, por lo tanto, criollo
y no peninsular. Estudió
derecho en la Universidad de San Marcos en
Lima, obtenien¬
do el grado de Licenciado.
Llegó a Chile con el cargo de "ofi¬
cial de pluma" del Gobierno
y desde allí pasó a ocupar el
cargo de Subdelegado de Curicó.
Fue también don Juan Antonio de Armas un
Subdelega¬
do enérgico y tuvo bullados incidentes, especialmente con
párrocos de Curicó y Vichuquén.
Al dejar su cargo, se radicó en la
ciudad de Talca y ad¬
quirió en Lontué 36 cuadras de tierra que le vendieron los
señores Moreira y Labra. Durante las
guerras de la Inde¬
pendencia fue ardoroso realista, como consecuencia de lo cual
el Gobierno Patriota lo desterró a Mendoza en 1817.
En 1803 fue designado Subdelegado de Curicó, en reem¬
plazo de Armas, don José Gregorio Argomedo. Era criollo, na¬
cido en San Fernando
y con grandes vinculaciones en la zo¬
na colchagüina. Sus
padres eran don Tomás Argomedo y do¬
ña Isabel Montero. Era doctor en
tura y de ideales
leyes, hombre de gran cul¬
libertarios, que desempeñó el cargo de Sub¬
delegado con eficacia hasta 1809, fecha en que pasó a la ca¬
pital del Reino a ocupar el cargo de asesor del Cabildo de


374 —
Santiago y posteriormente el de Procurador del mismo Ca¬
bildo.

Tuvo destacada actuación en los acontecimientos de la


Independencia Nacional, lo que le ha valido un justificado
sitial de honor en la historia patria. Al
producirse la Recon¬
quista Española,. Argomedo, perseguido por su actuación, y
por sus ideas, se vio obligado a huir a Mendoza. Las autori¬
dades realistas persiguieron en Chile sus bienes "hallándose
fugado por insurgente", embargaron sus fundos Lingues y
Roma en Colchagua, notificando a su esposa doña Cruz Gon¬
zález. Producida después la Independencia Nacional defini¬
tivamente, don José Gregorio Argomedo tuvo destacada si¬
tuación en los Gobiernos Republicanos y se le encomendaron
cargos públicos de alta jerarquía.
El último de los Subdelegados coloniales de Curicó fue
don Baltasar Ramírez de Arellano, designado para el cargo
en 1809. Como a los Subdelegados Bustamante
y Armas, se
le hizo también por sus contemporáneos el cargo de ejercer
sus funciones con exceso de energía. Se hablaba
ya, con res¬
pecto a él, de "despotismo" en documentos de la época (Ca¬
pitanía General, vol. 69) Don Baltasar Ramírez de Arellano
.

estaba en funciones cuando se estableció la primera Junta


Nacional de Gobierno el 18 de septiembre de 1810; y después
de esa fecha, bajo el Gobierno Republicano, continuó por al¬
gún tiempo en sus funciones frente ál Partido de Curicó.
c) Los diputados.—El Partido de Curicó, como todos
los Partidos del Reino, quedó dividido en diputaciones, al
frente de las cuales se colocó un Diputado. Las antiguas dipu¬
taciones de Curicó, Vichuquén, Caune y Paredones, que per¬
tenecían al Partido de Maule; y la de Teno, que' pertenecía a
Colchagua, pasaron a depender del Partido de Curicó. Al fren¬
te de cada una de estas diputaciones continuó un Diputado,
que dependía ahora del Subdelegado de Curicó. Sólo el Dipu¬
tado de la diputación de Curicó, cuyo territorio comprendía
casi la totalidad de la isla de Curicó, y que residía en la villa
de Curicó, no tuvo ahora razón de ser y desapareció. Ahora
fue reemplazado por el Subdelegado, que residía en la villa y
que ejercía sus funciones, a más de las que tenía sobre todo
el territorio del Partido.

Estas antiguas diputaciones no continuaron, sin embar¬


go, como eran antes de la creación del Partido, sino que fue-

375 —
ron subdivididas ; y así, nacieron las nuevas diputaciones de la
Huerta, Tutuquén, Pichibudis, Convento Viejo e Iloca.
Algunos de los diputados del Partido de Curicó, desde su
creación, fueron los siguientes:

Vichuquén (1800) Remigio González


Caune (1800) Miguel de Valderrama
Pichibudis (1800) Manuel Correa

Convento Viejo (1794) Juan José de Vergara


Paredones (1800) José Antonio Barros de Aldere'.e

Rauco y Tutuquén (17S6) José de Gamboa

Vichuquén (1794) Pédro Corbalán

Paredones (1794) Miguel Jerónimo de Rojas


Teno (1798) Vicente de Iturriaga
Iloca (1800) Javier Correa

Vichuquén (1789) Nicolás Santelices

Vichuquén (1806) Nicolás Santelices.

d) Otros funcionarios.—Ya hemos visto en otra ocasión


que a raíz de la creación del Partido de Curicó, fueron crea¬
dos diversos cargos públicos que antes no existían como pro¬
pios para la zona. Ellos fueron el agrimensor, el escribano, el
administrador de alcabalas, el administrador de correos,
maestro de escuela, alcaide de cárcel... Todos estos funcio¬
narios, salvo circunstancias especiales, residían en la villa
de Curicó.

Esta sola significó un marcado paso de


circunstancia
progreso para la zona y, en especial, para la villa de Curicó.
Antes de la creación del Partido tales funcionarios residían
en Talca o San Fernando y desde allí ejercían jurisdicción,

en lo que les correspondía, sobre la zona curicana. En la villa


de Curicó, en esos años, sólo existía un escaso número de
funcionarios.

18.—LA ACCIDENTADA Y EXTRAÑA HISTORIA DEL ESCUDO

DE CURICO

Los tranquilosvecinos de la villa de Curicó, cuando ya


finalizá la Colonia,empiezan a apreciar la obra notable que
constituye la formación de su pequeña villa. Aunque pobre y
atrasada todavía, polvorienta, triste y llena de monotonía es,
sin embargo, algo con vida, con historia
y con porvenir, que


376 —
ha salido de la nada y que de monte de espino se ha trans¬
formado en villa. Comprenden que aquella obra significa un
esfuerzo apreciable y que, además, es el exponente del pro¬
greso de toda una zona, a la cual sus antepasados dedicaron
sus mejores energías.
Empieza entonces a germinar en el espíritu de todos una
idea que poco a poco va tomando -cuerpo. Es menester que Ta
Corona de España honre a la villa con un escudo de armas,
que bien lo merece por la calidad de sus vecinos y por lo que
ella misma significa. La sangre española de los habitantes de
la villa los impulsa a ambicionar con fuerza esta distinción.
Las viejas tradiciones de la vieja España están llenas de preo¬
cupaciones de nobleza, de títulos y de blasones. Se quiere,
pues, que la villa de San José de Buenavista tenga un escudó
de armas. Y quien sabe si dando este paso, más adelante pue¬
da recibir el título de "ciudad" y de "muy noble y muy leal".

SanAgustín de Talca, con la cual se ha venido gestan¬


do una rivalidad, tiene ya su escudo de armas desde
sorda
1760, y esto es acicate para la aspiración de los curicanos. El
escudo de Talca es un hermoso blasón: campo tronchado por
una banda, que simboliza el río Maule; y, en medio de ella,

atravesándola, un león coronado, para simbolizar el paso de


las huestes reales más allá de dicho río. Y a más de todo
aquello, una hermosa orla de gules, en cuya parte superior
se lee: "Proveliit soli leo". Talca, además, tiene ya título de
"ciudad" y de "muy noble y muy leal".

Hay, pues, razones innumerables que hacen a los habi¬


tantes de Curicó desear un escudo para su villa: las aspira¬

ciones de nobleza, propias de la raza; el deseo de dar un paso


más en su devenvolvimiento ; el desagrado de verse sobrepa¬
sados por la villa vecina...

Los vecinosprincipales se reúnen en el Cabildo para


tratar del asunto y hay acuerdo unánime para pedir al Rey
de España que sé conceda escudo a la villa; pero no hay
acuerdo acerca de las caractersíticas que el blasón habrá de
llevar. Los asistentes al Cabildo se dividen en tres bandos:
uno, formado por los Labra, Mardones, Céspedes, Arriagada,
Donoso, Canales de la Cerda, Pizarra y otros, quieren que la
villa tenga como propio el escudo de don Lorenzo de Labra,
cuyo viuda donara terrenos para la fundación de la villa en
sus dos plantas. Es un hermoso escudo, con campo verde y

un caballero de plata matando con su lanza a una sierpe de


377 —
oro. Un segundo bando, en el que formaban parte los Valen-
zuela, los Urzúa, los Merino y otros, querían que la villa tu¬
viera el mismo escudo de don José de Manso, el Gobernador
que había fundado la villa en su primitiva planta. Era éste
un blasón complicado, lleno de cuarteles y figuras, pero her¬
moso también. Un tercer grupo, formado por los más afec¬
tos a la Corona de España, como los Márquez, Fermandois,
Rodena, Labbé, Grez, etc., querían un escudo con un campo
verde, una corona y tres flores.
En el Cabildo sö celebran varias reuniones, pero es im¬
posible poner de acuerdo a los tres bandos.
Pronto la discrepancia trasciende a la.villa entera. Los
días pasan y los ánimos se van agriando. Los bandos bien
pronto reciben sobrenombres: se llama "lorencistas", a los
que quieren el escudo de don Lorenzo de Labra; "superundis-
tas", a los que quieren el escudo de don José de Manso; y
"godos", los que quieren el escudo con corona. Y como si
a
esto fuera poco, no falta el chusco anónimo que, escéptico
en estas materias de blasones, se burla de todos y ridiculiza
a los tres bandos con versos
picarescos, que en las noches se
cantan en la Cañada, en las cañadillas, en la plaza y en las
calles de la villa.
A los "lorencistas" se les dice:

El caballero deplata
no mata la
sierpe de oro;
a

aquello no puede ser:


está muy gorda la sierpe
de tanto y tanto comer.

A los "superundistas" :

El título de Castilla
que pronto nos va a llegar,
nos cuesta mil patacones
y un Dios se lo pagará.

Aludían a don Diego Valenzuela,,


que formaba parte de
este bando, y que había
pedido título nobiliario a España.
A los "godos":

Para probar a Fernando


que aquí sólo manda él
se pintan una corona
y ladran en cuatro pies.


378 —
Pinalmente, alguien de espíritu conciliador propone que
se envíen las tres fórmulas al Rey, juntamente con la peti¬
ción, a fin de que sea él quien resuelva el conflicto. Así se
acuerda, y los vecinos ,de la villa elevan a la Corona de Es¬
paña un extenso memorial, en el que piden el otorgamiento
de escudo, entregando al Rey la elección del blasón de entre
los proyectos que se envían. Esta liza poética y esta pintores¬
ca formación de foandos, han sido conservadas en la zona por
la tradición, graciosamente recogida por Héctor de Aravena
en Aroma del Tiempo Viejo
y por René Aravena en un ar¬
tículo de prensa en El líiario Ilustrado.
El memorial siguió él común destino de muchos pape¬
les coloniales. Pasó de un oficio a otro, fue examinado por
diversos letrados, glosado con providencias de diversa especie,
retenido, demorado, traspapelado. Y de pronto, se desencade¬
nan en el Reino de Chile los acontecimientos de la Indepen¬
dencia Nacional, que abaten violentamente títulos y blaso-
es. y ya ftadie se acuerda del memorial de los curicanos y del
escudo de Curicó. La petición queda, pues, detenida en algu¬
na de sus etapas, y el Rey de España no alcanza a tomar de¬
terminación alguna. La villa de Curicó queda, pues, defini¬
tivamente sin escudo de armas.
Pero la historia tiene caprichos de mujer.
Cuando Chile, independiente de la Corona de España, se
encauzó en período republicano, estas viejas instituciones
su

españolas de escudos, títulos y blasones fueron descartadas


por entero, aun cuando se siguió dando título de "ciudad".
Así, la villa de Curicó no pudo ya recibir escudo de las auto¬
ridades republicanas, si bien es cierto que recibió título de
"ciudad" en 1830.

Sin embargo, con el correr de los años, se generalizó la


creencia de que Curicó tenía como escudo el de don Lorenzo
de Labra: caballero de plata en campo verde, matando a una
sierpe de oro.
La verdad, sin embargo, es que el escudo, como lo hemos
visto, no pasó de ser una aspiración del vecindario. La Inde¬
pendencia Nacional cortó en el medio el curso de las trami¬
taciones y el Rey no pudo conceder escudo. De haberlo conce¬
dido. por otra porte, lo menos probable es que hubiera elegido
el de don Lorenzo de Labra, que tenía significación regional,
de menor importancia para el Rey que la que tenía el escudo

379 —
del Gobernador español don José de Manso o aquel que se
proponía como un homenaje a la Monarquía.
En cuanto al título de "noble y leal", que ha solido agre¬
garse al escudo, y al título de "ciudad", ni siquiera fueron so¬
licitados durante la Colonia. Sólo la era republicana, en 1830,
concedió a Curicó título de "ciudad".

19.—DESVENTURA DE LOS QUE CONTRIBUYERON A LA


FUNDACION DE CURICO

Es un hecho curioso que de los personajes que contribu¬


yeron a la fundación de la villa de Curicó, los cuatro de más
alta jerarquía funcionaría fueron víctimas de la ingratitud
real y de! infortunio.
Don José de Manso, que fundó la villa en su primera
Dlanta, fue designado Virrey del Perú después de haber ser-
bido la Gobernación del Reino de Chile. En 1758 era ya un
hombre anciano y achacoso, que deseaba ardientemente re¬
gresar a su Patria, y pidió al Rey que lo autorizara para dejar
el Virreinato y regresar a España. Dos años más tarde, el Rey
le dio el permiso y Manso se embarcó de regreso, por la vía
de Panamá. En La Habana se le atravesó el infortunio. Esta¬
lló la guerra entre España e Inglaterra, y los ingleses ataca¬
ron La Habana. A don José de Manso, como el militar de ma¬
yor graduación, le correspondió la Presidencia de la Junta de
Defensa, y tras 67 días de ataque, se rindió a los ingleses con
todo el ejército español. La noticia produjo estupor e indig¬
nación en España, porque siempre es sencillo atacar desde le¬
jos a quienes deben afrontar los momentos de peligro. El Rey
censuró la actitud de Manso, v, no obstante sus valiosos ser¬
vicios a la Corona y sus años, lo suspendió de sus empleos mi¬
litares. lo desterró a Granada y lo condenó a indemnizar da¬
ños y perjuicios. En Granada murió poco después, pobre, an¬
ciano y víctima de la incomprensión.

Don Domingo Ortiz de Rozas, que trasladó Curicó a su


nueva planta y que fuera nombrado Conde de Poblaciones,
iba a enterar ya los 80 años de edad y todavía estaba a car¬
go de la Gobernación de Chile. Viejo
y enfermo, auería tam¬
bién regresar a España y pedía al Rey autorización para re¬
gresar.. Tras mucho pedirlo, el Rey le aceptó la renuncia en
1754, pero sólo en Í755 pudo entregar el Gobierno a su su¬
cesor don Manuel de Amat. Al año
siguiente, aquel hombre

380 —
anciano, que había prestado valiosos servicios, fue condena¬
do a una multa de cien pesos, por hechos sin immportancia
acaecidos durante su Gobierno. Ese mismo año se embarcó
para España con toda su familia ; pero cerca del Cabo de
Hornos falleció; y su cadáver fue sepultado en el mar.

El Oidor Traslaviña, designado Protector de la Villa de


Curicó, y que dio las instrucciones para el trazado en la se¬
gunda planta, recibió orden de trasladarse al Perú. Es el Oi¬
dor Decano de la Real Audiencia, está viejo y "enfermo de
sordera y molesto de sus fluxiones". No puede cumplir la or¬
den, y entonces se le priva de .sueldo por una resolución del
Gobierno de Chile, que el Rey confirma expresamente. Tras¬
laviña hace entonces una impresionante exposición para de¬
fenderse, y pide su jubilación. En esta exposición, que lleva
fecha de i778 (1), invoca el traslado de Curicó como uno de
sus Servicios públicos, diciendo: "Luego que reconocí la de¬

fectuosa situación de esta última (San José de Buenavista


de Curicó), infestada humedades y por otros contra¬
por sus
tiempos, la trasladé a la ubicación que hoy existe con cono¬
cidas ventajas a las demás que se han erigido en este Reino.
Concurrí igualmente a mudar el Convento de Recoletos de
San Francisco para el mayor consuelo de los pobladores y de¬
cente culto de su hermosísima iglesia. En ambas poblacio¬
nes (se refiere a San Fernando y Curicó) dirigí sus iglesias
parroquiales, casas de Cabildo y cárceles y promoví cuanto
convenia al aseo'y mayor comodidad de sus vecinos".
Don Juan Cornelio de Baeza es el Corregidor del Parti¬
do de Maule, cuando se traslada a su nueva planta la villa
de Curicó. El, en ejercicio de sus funciones, reconoció la ma¬
la situación de la villa en su primera planta y visitó también
los nuevos terrenos a donde habría de trasladarse; tomó po¬
sesión de ellos en nombre del Rey; y luego, con atribuciones
delegadas del Protector Traslaviña, procedió a su trazado.
Tiene, pues, una labor intensa y efectiva en la refundación
de Curicó. El infortunio también lo persigue. Después de de¬
jar el Corregimiento en Maule, en 1754, fue designado admi¬
nistrador del estanco, cargo que sirvió hasta 1766. Después de
desempeñadas estas funciones, se le inició el cobro de algu¬
nas cantidades que resultó adeudar a la Real Hacienda. Con

olvido de los servicios prestados se le embargaron sus pro-

(1) Capitanía General, vol. 614.


381 —
piedades inmuebles y se vio obligado, para alzar el embargo,
a vender sus alhajas y muebles.

Así, pues, tristemente, terminó la historia de estos hom¬


bres meritorios, que habían concurrido con eficacia a la fun¬
dación de la villa de Curicó y que recibieron al final de sus
días la ingratitud Real y el infortunio.

20.—SINOPSIS HISTORICA DEL REINO DE CHILE

Desde la fecha de la fundación de la villa de Curicó, la


historia del Reino de Chile ha transcurrido lenta y apacible¬
mente. Don José de Manso, Gobernador del Reino y fundador
de la villa, reafirma él y sus sucesores los principios de ho¬
nestidad y de austeridad públicas, que desde entonces se ha-
. cen habituales, y no intermitentes, en la Colonia.
Después de Manso, son Gobernadores del Reino, entre
otros, Domingo Ortiz de Rozas, Manuel Amat, Guill y Gon¬
zaga, Jáuregui, Ambrosio Benavides, Ambrosio O'Higgins,
Avilés, Joaquín del Pino, Muñoz Guzmán y Francisco Anto¬
nio García Carrasco

En este
período se fundan nuevas ciudades, se perfeccio¬
na organización, se mejora la economía pública y privada,
la
se realizan obras públicas y, en general, sé advierte un nota¬

ble progreso. Se destacan los Gobernadores Manso (después


Conde de Superunda), Ortiz de Rozas (Conde de Poblacio¬
nes) y Ambrosio O'Higgins (Marqués de Vallenar), por su
labor constante de progreso. A los tres debe Curicó adelantos
de importancia: el primero, fundó la villa en su planta pri¬
mitiva, en 1744; el segundo, ordenó su traslado a su planta
actual, en 1747 ; y el último, creó el Partido de Curicó, en 1793.
Bajo el Gobierno de García Carrasco empieza a gestarse
el movimiento revolucionario que culminó el 18 de Septiem¬
bre de 1810 con la instalación de una Junta dé Gobierno.
García Carrasco había disgustado intensamente a los criollos
con diversos actos de su Gobierno,
especialmente con la pri¬
sión de tres patriotas destacados, y fue obligado a renunciar.
Entregó el mando en julio de 1810 a don Mateo de Toro y
Zambrano, bajo cuyo Gobierno se constituyó la Junta Na¬
cional de Gobierno, el 18 de Septiembre de 1810, que puso
fin a la era colonial. Desde esa fecha empezó para el anti¬
guo Reino de Chile la era independiente, sin más interrupción
que el breve espacio de la Reconquista Española entre 1814
y 1817.


382 —
Elviejo período colonial, iniciado con luchas violentas y
con una vida llena de inquietudes, y continuado después con
días apacibles y sencillos, ha terminado.

383 —
BIBLIOGRAFIA DE LAS PRINCIPALES OBRAS Y DOCUMENTOS

CONSULTADOS
\

Archivo de la Capitanía General.


Archivo de la Real Audiencia.
Archivo de Jesuítas.
Archivo Moría Vicuña.
Manuscritos de don José Toribio Medina.
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Archivo Judicial de Curicó.
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Archivo Fondo Viejo.
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MUJICA DE LA FUENTE (JUAN) : Linajes españoles. Nobleza colonial de
Chile. Santiago, 1927.
OPAZO (GUSTAVO) : Historia de Talca. 1742-1942. Santiago, 1942.
OPAZO (GUSTAVO) : Origen de las familias del antiguo Obispado de Con¬
cepción. 1551-1800. Santiago, 1941.
Recopilación de Leyes de Indias.
RISOPATRON (LUIS) : Diccionario Geográfico de Chile. Santiago, 1924.
SANTA CRUZ (JOAQUIN): Crónica de la Provincia de Colchagua. Revista
Chilena de Historia y Geografía. N.os 55 y 56.
VALENZUELA (P. ARMENGOL) : Glosario Etimológico. 2 vols. Santiago,
1918.
VICUÑA MACKENNA (BENJAMIN): La edad del oro en Chile. Santiago,
1883.
VICUÑA MACKENNA (BENJAMIN): Historia crítica y social de la ciudad
de Santiago (1541-1868). 2 vols. Santiago, 1869.
THAYER OJEDA (LUIS)
: Elementos étnicos que han intervenido en la po¬
blación de Chile. Santiago, 1919.
ZAÑARTU (SADY): Santiago: calles viejas. Santiago, 1934.
Diario La PrenSa, de Curicó.
Revista Curicó Magazine, de Curicó.
El Diario Ilustrado, de Santiago.
Otras publicaciones periódicas.

386 —
CAPITULO PRIMERO

Pegs.

LA EPOPEYA DE CONQUISTADORES Y COLONOS


(1541-1744) 9

La tierra, el indio y el español , 9


La vida en la zona desde el hombre
primitivo 17
Los conquistadores de Valdivia entran en contacto con
tierra curicana: Parlamento, guerra y pacificación 24
Cuadro general de la colonización 31
Las encomiendas 33
Los encomenderos de don Pedro de Valdivia 36

a) Doña Inés de Suárez y la encomienda de Teno 36


b) Don Juan de Cuevas y la encomienda de Vichuquén 39
c) Don Juan Jofré y la encomienda de Mataquito 40
d) Don Santiago de Azócar y la encomienda de Rauco 4a

Encomenderos posteriores a Valdivia 42


Pueblos de indios sobre los cuales se ejercieron las en¬
comiendas 45
Págs.

Los terratenientes: segunda generación de coloniza¬


dores 55
Primera distribución de tierras en Curicó 57
Cuadro general de las mercedes de tierras 59
La Isla de Curicó en 1735 66
Historia de viejas estancias 67

a) Las viejas estancias 67


b) El Guaico 67
c) Estancia de Curicó 71
d) Estancia de Canales de la Cerda 72
e) Estancia Las Palmas 74
f) La estancia de Peralillo y los Garcés de Marcilla 76
g) Las estancias de Boca 61

La Iglesia Católica en la colonización de Curicó 83

a) Una labor fecunda 83


b) Oratorios particulares de los estancieros 84
c) Los curas doctrineros 86
d) Los primeros conventos y parroquias 89

Organización civil y militar 104

a) Una necesidad social 104


b) Los Partidos y los Corregidores 1°5
c) El Partido de Colchagua 106
d) El Partido de Maule ; 108
e) Los tenientes de Corregidor 109
f) Los administradores de pueblos indígenas 11°
g) Organización militar 111

Significado de la colonización en la zona 113

a) Aspecto general H3
b) Aspecto de la tierra y de la vida H4


390 —
Pags.

c) Formación de la propiedad territorial 119


d) La agricultura 120
e) La minería ; 123
f) El esfuerzo industrial 125
g) El comercio ; 180
h) Caminos y medios de comunicación 131
i) Formación de las primeras familias regionales 134
j) Se inicia el proceso de la formación de la raza 139
k) Fundación de ciudades 140
1) Un resultado negativo: la despoblación de pueblos indígenas 142

La gesta del Reino de Chile en estos años 149

CAPITULO SEGUNDO

EL PROCESO DE LA FUNDACION.... (1744-1747) 150

La Isla de Curicó 150


Visita del Gobernador don José de Manso y petición
de los vecinos ■ 152
Don José de Manso 154
Donación de tierras i . 155
Objeciones de la Real Audiencia por insuficiencia de
los terrenos donados. Decreto de Manso 157
Carta de don José de Manso al Rey de España 159
Verdadera fecha de la fundación de Curicó 161

a) Una duda histórica 161


b) Primer antecedente: escritura de donación de 9 de octu¬
bre de 1743 161
c) Segundo antecedente: decreto de Manso de 11 de agosto
de 1744 162
d) Nueva duda 163
e) Otros antecedentes 164
f) Conclusión definitiva • I®4

La primitiva villa de San José de Buena Vista 165



391 —
Págs.

De cómo la colonización de Caneó hizo posible la fun¬


dación de una villa 167
Inconvenientes de la ubicación de la villa. Petición de
los vecinos 168
Diligencias para el traslado de la villa 168
Donación de terrenos por don Pedro Bárrales 169
Toma de posesión del suelo, en nombre del Rey 170 A.
Decreto del Gobernador Ortiz de Rosas 171
El Protector Traslaviña delega sus atribuciones para el ^
traslado de la villa. Sus instrucciones 172
Trazado de la nueva planta de la villa por el (Corregi¬
dor Baeza 174
El Gobernador Ortiz de Rosas ; 175
Los nombres "San José de Buena Vista" y "Curicó" .... 176

CAPITULO TERCERO Lí

LA VILLA COLONIAL (1747-1810) 177

Era de la villa colonial 177


El reparto de solares -. 179
El progreso de la villa en formación 183
Las primeras obras públicas 186 .

Organización civil 192 ^

a) Los Corregidores 192


b) Los tenientes de Corregidor 196
c) El Cabildo y sus personeros 200
d) Otros funcionarios 204

Organización militar 208


La Iglesia y su obra 211
a) Recuento del pasado y nueva labor 211


392 —
Pags.
i-,

b) Las Parroquias: Curicó y Vichuquén 213


c) Las Vice Parroquias ' 216
d) Los conventos: San Pedro de Alcántara 217
e) San Francisco y Convento Viejo 2.18
í) El Convento de la Merced 222
g) Los oratorios particulares 224

Aspecto financiero 225


Diseño y evolución de la villa colonial 234

a) Aspecto urbano en los primeros años 234


b) Aumento del vecindario y traspaso de solares 238
c) Las goteras de la villa 239
d) Aspecto urbano a fines de la Colonia 242
e) Estado social y costumbres , 246

La vida rural 269

a) La tierra 369
b) El curso de los ríos 372
c) Las estancias 275
d) Sigue la historia de viejas estancias 284
e) Formación de centros poblados 302
f) Vida y costumbres rurales 313
g) Las bandidos. La historia siniestra de los cerrillos de Teno 318

Los indios 326

a) Lineas de recuento 326


b) Pueblos de indios que llegan a esta época 327
c) Los indios sueltos y los pehuenches de la cordillera 329
d) Clasificación de los indios de la época 332
e) La propiedad indígena 333
f) Pobreza paulatina de los caseríos 336
g) Abandono y abolición de las encomiendas 339
h) Matrículas de los pueblos de indios 342
i) Las dinastías de caciques. Los Maripangui, Vilu, Briso y
Giientecura 343

_
303 —
Pags.

j) Supervivencia indígena en la era moderna 349

La agricúltura 353

a) Actividad primordial 353


b) Cultivos y plantaciones 354
c) Las viñas 355
d) La ganadería 357
e) Madera de la zona curicana para la construcción del Pala¬
cio de la Moneda 35^
g) El regadío 358

La minería 360
La industria y el comercio 362
Los caminos y los medios de comunicación 365
El aumento de la población 369
El Partido de Curicó 371
\

a) La creación del Partido 3711


b) Los Subdelegados 373
c) Los Diputados 375
d) Otros funcionarios 376

La accidentada y extraña historia del escudo de Curicó 376


Desventura de los que contribuyeron a la fundación de
Curicó 3S0
Sinopsis histórica del Reino de Chile 382
Bibliografía de las principales obras y documentos con¬
sultados 385


394 —

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