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EL POETA PÓSTUMO: AUTORÍA Y MUERTE EN JUAN LUIS MARTÍNEZ.

Por Héctor Hernández Montecinos

Llevo dos décadas huyendo de Juan Luis Martínez. Desde que me topé con su obra toda la poesía de
ahí en adelante me ha parecido un ejercicio de defunción. Escribir en vida para que todo sea funerario.
Escribir como un fantasma que regresa del más allá a lo largo de una acotada perpetuidad. Escribir lo
que es la muerte con el más exquisito cadáver de la literatura. Todo poeta es póstumo. Pablo de Rokha
el primero; Juan Luis Martínez, el último. Todo lo que he hecho está entre estos dos silencios. El
silencio del punto final que es la muerte para lo que no muere. Escribí cientos y cientos y cientos de
páginas de poesía para huir de su obra. En mis libros autobiográficos me sacié del yo hasta que diera
risa. Quise no tomar ninguna de sus decisiones. Ser el otro del otro que es Juan Luis Martínez. Sin
embargo, en cada uno de ellos está presente. Lo cito, lo nombro, hago referencia a su obra. Mientras
más huyo de él más cerca me siento. Más afín. Escribí también para que todo sea funerario, para que
todo tuviera un mañana sin mañana, sin siquiera uno mismo, porque sólo se puede leer una obra sin
el que la traicionó hasta el último momento. Toda obra completa es una incompleta perpetuidad.

II

EL POETA ANÓNIMO (2013, 1985). Construir un libro para que se publique veinte años después de
morir. Un libro que sea un eterno presente entre lo mutable y lo inmutable. El I Ching es el libro de
las transformaciones. Un software de ocho entradas por ocho salidas (como el índice de El poeta
anónimo). Todo libro debiera ser un libro de las transformaciones. Un sistema operativo. Múltiples
operaciones para que todo lo que entre no salga igual. La transformación constante es la constante
resurrección. La muerte en la literatura es dicho presente. Trabajar contra la muerte en un libro que
hace posible todas sus lecturas. Suspender y suspenderse. Ausentarse un ratito. El lector ideal de Juan
Luis Martínez existe hoy que puede googlear sus referencias y leer de un modo no lineal, sino
hipervinculado. Una lectura fantasma, posible fuera del libro, que se construye con lagunas,
ausencias, información desconocida: materia oscura. Tuve que llegar a La tumba de Baudelaire
(1958) de Pierre Jean Jouve para saber que es también la tumba de Baudelaire hecha por el autor que
aparece en el libro. Sólo la literatura da descanso eterno y eterno presente (producción). Lo mismo El
honor de los poetas. El libro como sepulcro. El lugar donde se inscribe un nombre que ya no es de
nadie. Como el del suizo-catalán homónimo autor de El silencio y su trizadura, cuya ficha
bibliográfica aparece aquí. La ficha como ese epitafio de una obra sin autor (La Poesía Chilena). La
biblioteca como cementerio, como necrópolis, como ciudad repleta de ausencias que no cesan. ¿Qué
es lo queda de un hombre al morir? Su nombre y sus ideas. Un libro se construye con ideas. Las ideas
no mueren. El cuerpo se hace corpus; el discurso, dispositivo y los territorios, territorialidad. Eso nos
dice Juan Luis Martínez sobre sus materiales de trabajo. La tensión infinita entre lo que son, lo que
dicen y lo que hacen. Las ideas hay que llevarlas hasta la fatiga de esos materiales. El soneto
reventarlo como fórmula de cuartetos y tercetos. Ya sea con prosa, con espacios medidos en una
proporción 4:3, con figuritas de un pingüino editorial. Reventar la gramática hasta su vértigo de
muerte frente a la imagen, al retrato, la máscara mortuoria. La gramática es metafísica si no hay un
yo. Escatología de la enunciación. También una guerra (poemas chinos). Una gramática de guerra
como lo es todo poder (bancos y corporaciones). Todo arte es económico. Los que dicen que es
político son cómplices del capital. Lo encubren. Silencian la máquina total que es el mercado de la
muerte. Ejecutados, torturados, cuerpos y corpus mutilados aparecen en este sepulcro colectivo que
es El poeta anónimo. Anónimos muertos y una cosmogonía de dobles como Rimbaud, Mallarmé,
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Lautréamont. Héroes todos de una guerra del futuro. Poetas que escriben sobre poetas muertos.
Fotografían sus sepulcros y sus sombras allí. Una educación intelectual. Como si la muerte de un
doble fuera también la muerte de uno. Entrelazamiento lo llama la teoría cuántica. A más distancia,
más intensidad. El eterno presente de su autor es tachar el nombre del que morirá. Juan/swan/el signo
troquelado no. No muere. Ser siempre el primero de los últimos hombres como el significado y el
significante. Tener veinte años por siempre y resucitar en ese intervalo es una inmortalidad
discontinua. Una obra de tiempo, de duración, de no obsolescencia. Una última paráfrasis del libro y
una cita: Juan Luis Martínez o el Marcel Duchamp de la poesía/ “Martínez aseguró la victoria”.

III

APROXIMACIÓN DEL PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE A UN PROYECTO POÉTICO (2010, [1980-1992,


aprox.]). En El poeta anónimo hay dos páginas confrontadas. En una, aparecen dos troqueles mal
hechos junto a una regla que los mide y luego un detalle microscópico del acero endurecido; en la de
enfrente, seis imágenes sin aparente relación bajo la pregunta en inglés “Things you often see-what
are they?”. Se trata de la observación como medición que no es otra cosa que el principio de
incertidumbre del que habla la teoría cuántica y Martínez. Observar es alterar, modificar, recortar,
troquelar un estado de la realidad. La observación es una medición involuntaria y medir es crear las
condiciones para que veamos lo que creemos está ahí. Se mide una distancia que no existía antes de
la observación. Creamos posibles conexiones, explicaciones, vértigos. No se observa lo real sino el
troquelado que hacemos con nuestro propio troquel descompuesto. A eso se refiere la pregunta de
Juan Luis Martínez. Entre existir y no existir existe un espacio, un tiempo, es decir, un mundo. Unas
coordenadas donde nada es real y todo es real. Es ahí donde ocurre la lectura como observación como
creación. En un primer plano son ocho elementos: un violín, una araña, un esqueleto, una silueta, un
astronauta, arcos de violín, una rueda de los cuatro elementos y un hipercubo. Hay otro neutral que
resume a los anteriores. Como si se tratara de una serie, las imágenes se van superponiendo creando
una velocidad, un movimiento que el observador crea. Lo único escrito son ocho sentencias en torno
a la palabra central de NEUTRALIDAD. La rodean cuatro ejes también con mayúscula: IDEA DEL
DOBLE que se une a FILOSOFÍA DEL LIBRO, y ANONIMIA que va con PLURALIDAD. En las
posiciones diagonales están escritas las cuatro restantes: La muerte de los poetas, La copia como
original, Ausencia de autor, El libro en el libro. Qué es la muerte sino este estado entre la existencia
y lo que no, entre una imagen de la realidad y la realidad de una imagen. Si el observador modifica
dicha realidad con su observación por ser una medición es posible que la muerte sea la imposibilidad
de medir y que justamente la herramienta para esa medición sea el lenguaje. El lenguaje como la
extensión de la vida. Más allá, lo inconmensurable. Las conexiones serán infinitas mientras nadie
abra el libro. Su autor es la suma de todas esas operaciones posibles. Juan Luis Martínez no trabaja
con páginas sino con papel. No con escritura sino con tinta. No con una idea de autor sino con un
nombre. Se materializa la materia para deshacerla y esa es su filosofía de lo que es un libro.
Reventarlos es duplicarlos hasta que parezcan un original que es una copia probable, una versión
fúnebre.

IV

POEMAS DEL OTRO (2003). Sabemos que la sección “Poemas del otro” corresponde a la traducción/
reescritura/ ready made del poeta suizo-catalán que iba en el capítulo V de El poeta anónimo.
“Poemas dispersos” es lo que su nombre indica. No obstante, es con la última parte, “Diálogos”,
donde deseo comentar algunas ideas y concluir. Quise leer sólo las obras póstumas de Juan Luis
Martínez. Donde la muerte colectiva que somos todos podemos entrar y salir en una lectura que es
también una forma de autoría. Su idea es que un autor sea muchos autores y que un libro sea muchos
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libros. Interminables referencias de las referencias con las referencias. Dicho procedimiento, como
decía antes, nos obliga a leer extratextualmente, es decir, a establecer conexiones con otras obras,
crear nuevas asociaciones a partir de la yuxtaposición de materiales, utilizar nuevas informaciones
como relleno de espacios vacíos, investigar las relaciones con otros documentos, que es, por lo demás,
el modo en que debiéramos leer todo. Leer como detectives, pero como detectives salvajes. Jamás
interpretar, jamás saltarse el abismo entre las palabras y las cosas, jamás creer que la pipa es la pipa.
El sueño de Juan Luis Martínez es ser un archivo, inacabable e inabarcable. Archivo como su proyecto
editorial que es su propia fantasmagoría. Él mismo ser el libro que piense y proceda como él, pero sin
él. Un algoritmo que piense al que piensa, que vea al que ve. Convertirse en el sistema significante
que realice infinitamente las operaciones que él estaba llevando a cabo en su obra: una muerte
operativa. Una autoría póstuma, posthuma/na. La idea de Martínez como un programa, un software,
una aplicación de sus aplicaciones. En “Notas para una entrevista” que hace llegar a Matías Rivas
insiste en la idea de que un autor es siempre el último de una enorme lista de otros con los que ha
dialogado, leído, pensado. No es quien escribe sino quien es escrito por el lenguaje. Ser el último
poeta, señala, "arrastra a la literatura hacia la muerte de ésta". Por ende, la muerte está siempre
presente en lo que es lo literario. La muerte como ese posible lenguaje sin lenguaje. En efecto, creo
que la literatura es lo que habla el lenguaje cuando está de duelo, cuando su autor ha muerto, el día
después al punto final. La total conciencia sobre los procesos y materiales de una obra es la virtualidad
de una tecnología crítica. Se cierran los códigos a los que observan y buscan algo que no esté en
constante movimiento. Acaso el lenguaje como archivo universal no sea ese infinito no visto, ese
estado no observada, es decir, no medido/mediado con palabras. En la conversación con Guadalupe
Santa Cruz deja claro a la vez su interés en las estructuras de una obra ("el libro también tiene
arquitectura"), pero al mismo tiempo siente que la catástrofe del mundo actual es también del
lenguaje. La ruina sería en este caso el punto medio entre la creación y la destrucción. No han
desaparecido las casas de la portada de La Nueva Novela, pero son ya casi escombro. De allí que la
muerte no sea nunca vacío sino que el otro límite de una presencia mediada, diagonal, extendida, no
humana, no verbal. Un autor sólo es posible cuando desaparece quien ha usado su nombre. Esa es la
paradoja de Juan Luis Martínez. Nunca se trató de una identidad velada ni mucho menos anónima
sino una autoría colectiva, que se difumina en sus operaciones y movimientos más que en lo
monumental y funerario de un nombre. Nadie lo remarcó más que él. Subrayándolo con milímetros
de error, convirtiéndolo en un serrucho como la herramienta principal de una caja-libro, rastreándolo
en las bibliotecas públicas y huyendo del homónimo que es su padre muerto e incluso convirtiendo
la M de El poeta anónimo en una nueva incógnita. Un nombre reventado bajo el peso de lo que no es
propio. Qué es un nombre sino lo único que quedará en “El Castillo de la Pureza”. Interesarse más
por morir como poeta que vivir como uno de ellos. Ni siquiera como poeta experimental. No se estaba
experimentando. Había clara y total conciencia de todo lo que se estaba haciendo: ser más corpus que
cuerpo. Se trata casi de una obsesión. Muerto se está más cerca del imposible del lenguaje y más lejos
de ese ruido que es el autor (Foucault). Muerto ya no interfiere en el dispositivo total de la escritura,
pero sí de las territorialidades de su lectura. Ese es su eterno retorno, pero también el eterno retorno
de las vanguardias, el eterno retorno de la imagen ante la palabra, el eterno retorno de los objetos
destinados a morir. Todo lo que ha quedado y queda de Juan Luis Martínez son materiales para un
ensayo de muerte. “Estoy doblemente tranquilo” es su saludo de despedida. La parte de la escritura
de la obra se ha cerrado (aunque queda material inédito), ahora es el momento de su lectura. Insisto,
como detectives, pero como detectives salvajes. Nadie puede ser estudioso de Martínez y seguir
haciendo como si no existiera. Lo martiniano es extramartiniano. No hacerlo es tradición, perdón,
traición.

V
Llevo dos décadas huyendo de Juan Luis Martínez. Lo más probable es que haya estado huyendo de
lo mismo que él, pero en diferente dirección. Ya no.

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