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A la llegada de los europeos en el siglo XV habitaban en el continente americano muchas

culturas y pueblos diferentes; desde etnias cazadoras recolectoras pre agrícolas, a grandes
civilizaciones, imperios y estados; resulta interesante estudiar el caso de éstas últimas, las
culturas indígenas de mesoamérica y aquellas surgidas entorno a los Andes. Ambas zonas
vieron el alzamiento de grandes ciudades, el desarrollo de avanzadas técnicas arquitectónicas
y agrícolas, el florecimiento y decadencia de culturas que representaron un periodo clásico
que influyó a los pueblos circundantes, como también la creación de complejas instituciones
políticas que dominaron grandes extensiones de tierra.

Solemos menospreciar los logros alcanzados por los pueblos originarios, juzgarlos bajo la
lupa eurocentrista que solo reconoce el modelo de vida y desarrollo europeo como el
correcto. También es cierto que nuestra visión del mundo, como latinoamericanos, hijos del
mestizaje y el colonialismo, se encuentra moldeada por los parámetros culturales impuestos
desde el dominio europeo, por lo que muchas veces resulta difícil comprender los modos de
vida y organización de las culturas amerindias. Conceptos como la propiedad privada, la
familia, la cosmovisión religiosa de los indígenas, pueden resultar extraños para el hombre o
mujer del siglo XXI, por lo que en este ensayo nos proponemos revisar someramente algunas
de las particularidades más llamativas, para alcanzar una mejor comprensión de las culturas
precolombinas, poniendo especial atención en la civilización mexica y la del Tahuantinsuyo.

Cuando nos enfrentamos ante la diferencia, ante formas de vivir y ver el mundo distintas,
resulta natural el recurrir a referencias en nuestra propia experiencia; hacer comparaciones
con lo que nos resulta familiar, reconociendo los aspectos en común y aquellos que no lo son;
este ejercicio comparativo puede ser útil desde la dimensión didáctica, pero también puede
llevarnos a malinterpretar la realidad haciendo presunciones y conexiones que no son
verídicas. Lo anterior nos lleva a la pregunta: ¿podemos comparar o comprender la
organización política y social, de las civilizaciones precolombinas teniendo como referencia a
Europa y su civilización?. Igualmente es de nuestro interés la pregunta sobre ¿qué elementos
de estas “particularidades” han influido en la formación de las sociedades latinoamericanas y
se encuentran aún presentes en los pueblos originarios?.
Primero es necesario decir que las civilizaciones mesoamericanas y las andinas, a pesar de
compartir elementos, eran muy distintas, lo que puede explicarse en parte en las marcadas
diferencias geográficas entre mesoamérica y los distintos ambientes de los Andes. Aunque
ambas zonas se encuentran entre los trópicos, el paisaje andino es especialmente particular
por lo elevado de las montañas y el efecto que tiene la altura sobre el clima; como nos señala
John Murra, “aunque se encuentra completamente localizada entre los dos trópicos, la
geografía andina tiene pocas análogas —si es que las hay— para el hombre en otras
latitudes.” (Murra, 1990, p. 51).

Las condiciones climatológicas de Mesoamérica, en general, eran propicias para el cultivo del
maíz, que representaba la base alimenticia de la población, junto a los frijoles y la calabaza.
Los mexicas cultivaban estas variedades en un ingenioso sistema de “chinampas”, islas
flotantes artificiales que aprovechaban las obras de regadío. En los Andes, en cambio,
“Algunos de los cultivos (maíz, batatas) se descubrieron en todo el continente, pero en el sur
ninguno era materia prima” (Murra, 1990, p. 52), pues en las alturas, que era donde se
concentraba la mayor parte de la población, el maíz no crecía con facilidad; por esto el
producto de mayor importancia era la papa, que los pueblos andinos aprendieron a secar al
frío de la noche y al calor del sol, para producir el “chuño”, que podía ser conservado por
largos periodos de tiempo, lo que demuestra una gran especialización en la adaptación al
entorno de alta montaña.

Otro punto relevante es el de la propiedad de la tierra y los sistemas productivos presentes en


los pueblos amerindios, que distan de la propiedad privada que conocemos con raíces en el
derecho romano y posteriormente con la influencia del liberalismo y el capitalismo. En la
civilización de los mexica, existen tierras comunales de los macehualtin o pueblo bajo,
quienes reunidos en torno a un calpulli o clan, trabajan la tierra para su propio sustento y para
pagar tributo al estamento dominante, llamados pipiltin, y al soberano máximo, conocido
como huey tlatoani. La propiedad de la tierra propiamente recaería en los pipiltin, quienes
tendrían a su cargo la administración de los calpulli junto a sus tierras, tomando parte
importante de la producción para sí mismos. Esta especie de propiedad privada de la tierra
que tenían los pipiltin, estaba estrechamente ligada al cargo que se ocupara como funcionario
de la administración mexica; en este sentido, si el pipiltin llegaba a ser destituido de sus
funciones, perdía la propiedad sobre la tierra.
Sin embargo, la propiedad de las tierras y el sistema de producción agrícola ha dado lugar a
discusiones en la academia (León-Portilla, 1990), los invasores españoles entendieron el
sistema como análogo al del feudalismo europeo; posteriormente se extendió la teoría de que
las tierras eran comunales y sus dirigentes elegidos democráticamente, sin que existieran
clases sociales diferenciadas, ni grandes organizaciones políticas como Reinos o Estados.
Luego, en base a las profundas diferencias entre los pipiltin y los macehualtin, se concluyó
que existían clases sociales bien definidas y que la tierra era de propiedad exclusiva del
estamento dominante, todo esto bajo una organización política de un verdadero estado
mexica. Finalmente cabe mencionar la interpretación de corte marxista, que no reconoce la
existencia de la propiedad privada de las tierras, las que sería comunales, trabajadas por el
conjunto de cada aldea para su propio beneficio; sobre estas aldeas se imponía el dominio de
grupos despóticos que dirigían y se apropiaban de la producción; para esta interpretación no
existirían clases al no haber propiedad privada de la tierra, si no, estamentos sociales.

Sea cual fuere la interpretación que se tenga del sistema social y de propiedad de la tierra
durante el dominio mexica, parece claro que ésta era esencialmente comunal dentro de cada
calpulli, lo que nos muestra un modo de vida más comunitario a lo que acostumbramos en la
actualidad; en el caso del derecho civil chileno, se deja en claro que se prefiere la propiedad
individual para facilitar el comercio y la administración, evitando conflictos entre los
propietarios, es por eso que, por ejemplo, en términos generales las comunidades deben
dividirse por la solicitud de cualquier copropietario.

En los andes, las tierras agrícolas eran comunitarias, el Estado Inca y sus territorios,
conocidos como Tawantinsuyo, se componía de una serie de grupos étnicos diversos, con sus
autoridades locales propias, que tributaban a las arcas del Inca; el control que se ejercía desde
Cuzco era indirecto, a través de estas autoridades autóctonas. Existían igualmente tierras de
propiedad del Inca, en las que se obligaba a trabajar a los súbditos como forma de tributo.
Pero quizá lo que resulta más llamativo es el caso de las “islas” o pisos ecológicos (Murra,
1975), en los que bajo un sistema de “control vertical”, se reunían diversas etnias en un
espacio compartido con el objeto de producir los distintos bienes propios de dicho nivel
ecológico. La particular geografía de los Andes genera la aparición de ambientes naturales
tan disímiles entre sí, como lo son el desierto costero, el altiplano, los valles o la selva. Cada
uno de estos espacios entrega productos complementarios para el modo de vida andino.
Entonces, cada comunidad tenía un asentamiento principal, desde el que se extendía una red
de pisos ecológicos, a distancias variables, en los que se enviaba a trabajar a miembros de la
comunidad, sin que éstos perdieran la conexión y su hogar en el poblado principal.

Esta convivencia multiétnica en los pisos ecológicos resulta peculiar, pues, en general, y no
sin conflictos ocasionales, se lograba la convivencia pacífica entre etnias distintas, en torno a
los recursos de un lugar. Cabe señalar que:

Algunos propugnan que dichos accesos múltiples y simultáneos a los diferentes


microclimas que seguía una sola etnia no debieron suceder hasta que la proyección de
la paz establecida por un estado protegiera a las caravanas anuales que comunicaban a
los asentamientos periféricos con los núcleos de poder. Los estados probablemente
favorecían estos acuerdos, imponiendo su autoridad sobre los grupos étnicos rivales
(Murra, 1990, p. 54)

Es posible observar de esta manera el carácter más comunitario de los pueblos andinos, como
también el papel que jugó el Estado Inca en lograr la convivencia pacífica de grupos diversos.

En cuanto a la forma del europeo de entender las civilizaciones precolombinas, su forma de


interpretar y analizar la organización política, administrativa, social y económica de
mesoamérica se encontraba viciada tanto por la falta de información, por la escasez del
material traducido conocido de esos pueblos “Medio siglo más tarde, un estudio más serio de
las fuentes indígenas, con frecuencia desconocidas antes, llevó a un nuevo revisionismo.”
(León-Portilla, 1990, p.15) como porque la información escrita es hecha por cronistas y más
tarde por historiadores que se basan en éstas para hacer observaciones que hoy en día las
consideraríamos anacrónicas “La mayoría de los cronistas españoles (e historiadores del siglo
XIX, como Prescott, Bancroft, Ramírez, y Orozco y Berra) han aceptado que la sociedad
mexica era en muchos sentidos similar a la de los reinos de la Europa feudal” (León-Portilla,
1990, p.15). Sin embargo, como ya señalamos, más tarde llegaría el marxismo con el
materialismo histórico que permitiría dar luces y otras perspectivas a lo que serían estas
sociedad indígenas.

Apreciando los logros de la civilización andina, podemos decir que en un aspecto económico
como la agricultura, los andes con su sistema de regadío y terrazas no envidia a la
civilización europea, en cuanto a capacidad productiva y de sustento de la que era capaz
como para extenderse demográfica y territorialmente a sectores tan diversos de los andes;
considerando más aún la clase de terreno adverso para la agricultura que es el norte de Chile
y sur del Perú

Es de admirar que solo faltaría que con algunos avances tecnológicos como lo son la
metalurgia, utilización utilitaria de la rueda, contar con animales de arrastre como lo
expresan:

“La ausencia de otros animales domésticos (con la excepción del perro) era, en gran
medida, un obstáculo para el desarrollo de una tecnología más eficaz. Como no había
ni animales de carga ni otros que pudieran servir para el tiro, el uso de la rueda estaba
limitado a algunos juguetes.” (León-Portilla, 1990, p.24)

y algunos siglos de experiencia usándolos para pensar y hacer volar nuestra imaginación en
cómo se hubieran desarrollado más de lo que su gran ingenio fue capaz con esas faltas
El Tawantinsuyo es la demostración de que el norte no siempre es más desarrollado que el
sur, que las conquistas no se realizan siempre de norte a sur, que el sur no es per-se el inferior
o primitivo que es colonizado por el superior. “Lo que muestra la civilización incaica es que
pueden ser mucho más desarrollada tal vez e interesante en su forma de expansión y de
creación en torno a sus propias particularidades” (Pairican, 2020)

Otro aspecto relevante es la influencia del concepto dualista en la cosmovisión de la


sociedad indígena. Tanto en los andes como en los mexica existía esta “dualidad” entre
hombre y mujer, para Tiwanaku esta Pacha, ella, la tierra y la fertilidad quien es fertilizada
por el Sol, de esa unión nacería la agricultura (Pairican), para el Tawantinsuyo era el “hanan”
(arriba/hombre) y “hurin” (abajo/mujer), para los Mexica era “Ometeotl: «el Dios Dual»,
Señor y Señora de Nuestra Carne, Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl, quienes habrían
engendrado cuanto existe, en una prodigiosa unión cósmica.” (León-Portilla p.26).
Esta dualidad se va a expresar en como el núcleo familiar de Tiwanaku, padre (sol) y madre
(pacha) engendran un hijo (agricultura) que expandirá el clan, habrá crecimiento demográfico
y acabará en que llegando a nuevos lares, la organización del territorio se encontrara con las
gentes del lugar quienes se convencerán de que están adoptando un buen modelo y de este
modelo podrán explotar nuevos bienes de la tierra, lo que curiosamente fomentará que las
personas viajen de un lugar a otro para adquirir estos bienes, lo que John Murra denominara
“control vertical de un máximo de pisos ecológicos”, también esta dualidad se verá en la
forma de constituir el imperio inca en el caso del Tawantinsuyo con sus cuatro subdivisiones
pero en cambio para los mexicas, su cosmovisión presenta ciclos de destrucción, los cuales
justificaban las llamadas “guerras floridas” y en otro caso con Huitzilopochtli como dios-
profeta que guío a los mexicas a su destino en una suerte de destino mesianico les dará
razones para imponerse a los demás pueblos y así expandirse.

Finalmente, del examen de las características más notables de las civilizaciones de


mesoamérica y de los Andes, podemos notar cómo elementos culturales propios de estos
pueblos les sirvieron para adaptarse a sus entornos y alcanzar los importantes avances
tecnológicos y culturales que los ponen quizás a la par de las civilizaciones del “viejo
mundo”. Muchas de estas características, como la idea de la dualidad, la organización social
en torno a los lazos sanguíneos, el modelo de expansión y convivencia entre distintas etnias
basado en la diplomacia y en la influencia por medio de los avances tecnológicos, y el Estado
indígena como distribuidor de la riqueza, los podemos observar aún hoy en los pueblos
originarios de latinoamérica.

Casos como el intento de construcción de un Estado de bienestar andino en Bolivia, con


fuerte raigambre indígena, pasando por los parlamentos sostenidos por los mapuche con las
autoridades de la corona española y luego con la república de Chile, o las reivindicaciones
territoriales y políticas que se oponen al modelo capitalista de producción, son todos el reflejo
de un pasado previo a la colonización; pero también de un presente y, por sobre todo, de un
futuro para América Latina que pudiera ser multicultural, en el que se reconozcan los
derechos y el valor de la cultura indígena, y en el que se propenda a una mejor comprensión
de la cosmovisión de las etnias indígenas, liberados ya de los prejuicios eurocentristas.
Comprender los rasgos culturales más particulares, desde el respeto a la diferencia, puede
ayudar a lograr ese futuro multicultural.

Bibliografia:

León-Portilla, M. (1990). Mesoamérica antes de 1519. En L. Bethell, Historia de América


Latina. Tomo I. Guatemala: FLACSO (Capítulo 1: páginas 3-30)

Murra, John. (1975). Formaciones económicas y políticas del mundo andino. Lima: IEP.

Murra, John. (1990). Mesoamérica antes de 1519. En L. Bethell, Historia de América Latina.
Tomo I. Guatemala: FLACSO (Capítulo 3: páginas 49-75)

Pairican F. (2020), en clases de “Mundo Indígena en Chile y América”, Universidad de


Santiago, Chile.

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