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Bienvenido el deseo de escribir

(entre el cuerpo y el alma)


Silvia Adela Kohan

Esas cosas que uno quisiera decir y no dice... Lo que no se acaba de entender... Lo que se sabe y
lo que no se sabe... Los pensamientos que interrumpen y molestan... Lo que se desea, lo que se le
desea a los demás...
Escribiéndolo, se reacomodan los pensamientos. Hacerlo sobre una misma o a partir de una
misma exige coraje, pero proporciona un gran bienestar. Puede dar lugar a un proyecto narrativo,
da sentido a la vida. Escribir sin limitaciones y sin frenos, resuelve problemas emocionales, mejora
el estado de ánimo. permite saber lo que una no sabe de sí misma y encontrar la propia voz.

Escribir pone en marcha la alegría. En el momento en que me dispongo a escribir todo bulle en mi
interior, es un saludable acto de vida.
Dice Doris Lessing: “La función de la literatura es comentar la vida para gente que también está
interesada en analizar la suya a través de la literatura”. Una frase, un poema, un fragmento de
novela, funcionan como la revelación de algo que permanecía oculto para el autor del texto y que
aflora en su lectura. Tan sólo, con las cartas autobiográficas a los amigos es posible sentirse mejor.
En todos los casos, las palabras escogidas son delatoras.

II

Un método: recurrir a la retrospección. Nos recontamos el pasado, y ese ejercicio nos cura al
descubrir con satisfacción que hemos sido y que somos muchas. Muchas mujeres coexisten en
nosotras y todas pueden alimentar a la escritora, desde las otras que soy, desde las preguntas,
desde la experiencia, los recuerdos, desde el cuerpo, desde los sentimientos, desde el alma.
Por momentos se sufre, nos parece que el relato se diluye y abandonamos, o nos aplasta la
autocrítica, sin embargo es cuando conviene tomarse un descanso y seguir, o consignar las
dificultades, y poco a poco, una se va dando permiso (porque a menudo se trata de eso) y se
conecta con su propia voz. Lograrlo en la escritura es lograrlo en la vida. Darse la autorización de
hacerlo es otorgarse valor.

III

O un diario íntimo (¿otro método?), un diario de ideas, un cuaderno de notas cotidiano. Un diario
(día tras día) lleva al autoconocimiento. ¿Estoy angustiada? ¿Rabiosa? ¿Eufórica?
¿Desilusionada? Lo cuento. No omito nada. No huyo de los minuciosos detalles. Tal vez, con el
tiempo, podré transformarlo en material para una novela. Mientras tanto, si se deja a un lado el
pudor, hace de cómodo confesor, de retrato complaciente o amenazante, de alter ego.
Escribir para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable.

Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y lo escribo. Desato nudos. Deshago grumos.
Qué alivio y qué placer. Me impulsa el deseo irrefrenable de resignificar el mundo. Escribir es
pasarlo bien con una misma.

IV

Admitamos que la escritura no es un recurso, es un fin en sí mismo. Pero salva aun sin
proponérselo. Para Dostoievski, fue el mejor tratamiento curativo, al acabar Los hermanos
Karamazov, que narra las relaciones familiares y el parricidio, se curó su epilepsia originada con la
muerte de su padre. Es mayor la probabilidad de salvación si lo escribimos porque bulle en las
vísceras.
En cuanto a Marguerite Duras, 1956 es para ella un año de trastornos emocionales: su amante la
abandona, su marido trae a otra mujer al departamento que comparten, cría a un hijo al que no
comprende y lleva meses sin publicar. Pero escribe todo el tiempo. Recurre al psicoanálisis. El
analista lee los libros de la paciente y le dice que no hace falta que vuelva, que la solución para ella
es escribir.
Muchas escritoras (como Doris Lessing) lo son a causa de la frustración. Se echan los miedos
fuera a través de la escritura.
Susan Sontag habla de la necesidad de soledad para buscar «la propia voz» y retoma a Kafka que
decía: “Para escribir nunca se está suficientemente solo. Pienso en escribir como en estar en un
globo, en una nave espacial, en un submarino, en un armario. Es ir a algún sitio donde no hay
nadie a concentrarse, a oír la propia voz de uno”. Lo corrobora Paul Auster, que agrega: “ Creo que
lo asombroso es que cuando uno está más solo, cuando penetra verdaderamente en un estado de
soledad, es cuando deja de estar solo, cuando comienza a sentir su vínculo con los demás”.

La escritura como cura, como terapia del lenguaje; la precisión lexical como realización máxima de
salud.

Escribir para ocupar un lugar en el mundo. Si se duda de la vida o en la vida, allí está la escritura,
el acogedor espacio de la página.
Empecé sin darme cuenta, escribo desde pequeña. La pasión surgió y se afirmó como rebelión
frente a un mundo que no comprendía del todo. En la infancia, me sentía bastante sola. Con unos
padres que daban demasiada importancia a la realidad, yo escapaba al centro de las palabras (uf,
qué alivio), me refugiaba debajo de la mesa o tras los cortinados y me inventaba personajes
(aprendí a poner en boca de un personaje lo que no me atrevía a expresar). Con el tiempo, me
interné en una y otra novela poblada de mujeres entre las que estaba yo –agazapada en las
manías de una, los gestos de otra, los miedos, la curiosidad o la incertidumbre de alguna–. Ellas
tenían una historia; deseaba que me la contaran para saber más de mí.

Escribir como tabla de salvación. Para no mentirse.

VI

Escribo para reordenar las palabras de mi madre, las que le escuché y las que me hubiera gustado
escucharle decir. Soy las mujeres que me precedieron. Dicen que mi abuela se suicidó. Acaso, lo
hizo para que yo ocupara su lugar y respirara por ella. Presiento que suspiramos a dúo. Para esta
clase de presentimientos habría también una novela. Mi otra abuela era mala, me enorgullece
haber tenido como predecesora a una mujer mala, ¿qué papel jugaría en la novela?
¿Cuántas imágenes se agolpan en nuestra mente ante esta frase: “La primera cosa que recuerdo
de mi infancia es...”? Completarla, seguir, encender así el fuego de la escritura. Para escribir no
hay recetas, sólo dejarse fluir sin cortapisas. Otro método: Pasar de la evocación a la observación
de algo que pasa ante nosotros en ese momento, ante la vista o por el pensamiento y tirar de ese
hilo.

VII

Marguerite Duras no se ponía a escribir si no había hecho antes la cama. A mí me pasa. ¿En eso
reside la noción de orden? Mi abuela mala decía que uno duerme tal como se hace la cama. Yo
agrego: uno escribe tal como se hace la cama.
No es igual escribir desnuda que escribir vestida, de negro, de raso, de blanco, de lino, de rojo, de
lana. Así como elijo las prendas con las que me visto, así escribo. Desenfado y suntuosidad.

VIII

Una lista de palabras, un mail, una novela rosa o negra, este artículo para la revista MYS, una
notita en la nevera, una carta al padre o a la madre, a los hijos, a un interlocutor imaginario...
¡bienvenidos sean los interlocutores! (no decimos lo mismo aunque hablemos de lo mismo a una
que a otro interlocutor). Sea cual sea, la escritura abre las compuertas de las zonas propias a las
que de otro modo no se llegaría y pone en movimiento nuestras zonas dormidas.

Lobo Antúnes dedica un libro a sus padres, que no lo leían ni lo entendían. ¿Qué habrá querido
averiguar? ¿Qué herida habrá querido curar?
Hitos que configuran un mapa de nuestra historia personal quedarían en la sombra para siempre si
no hiciéramos el esfuerzo por sacarlos a la luz. Un repaso a las capas de nuestra biografía,
cubierta de primos, paseos, rechazos, malentendidos, permite transitar por zonas a veces
dolorosas, enfrentarlas, buscarles una función, admitirlas y encontrar la propia voz. Es un camino
hacia la reconstrucción de lo que tiene aluminosis.

IX

Tal vez, el trabajo consiste en atrapar la frase que se nos ocurre, en vez de permitir que se
desvanezca como tantas otras frases que pasan por nuestra conciencia. Tomar nota, estar
receptiva en lugar de permanecer inerte.
Los poderes liberadores, analgésicos y reconstituyentes de la escritura hacen su efecto si se les
dedica algún tiempo más o menos constante y cierto esfuerzo de sinceridad. Es cuestión de
desprender las capas de la cebolla, explorando entre ellas hasta el final, resistiendo aunque nos
lloren los ojos.

silviaadelakohan@grafein.jazztel.es

Existen muchas guías para escritores. Existen también muchos métodos de escritura tantos, diría
yo, como personas que se dedican a escribir ya sea profesionalmente o de manera amateur.
“Todos los métodos son buenos si funcionan”, me decía Jordi Sierra i Fabra hace un tiempo al
hablar del suyo, La página escrita. De todo lo cual se deduce que no hay fórmulas matemáticas
para esto, mapa o brújula, todo es válido si el resultado es bueno, o aquello otro tan sobado de que
cada maestrillo tiene su librillo. Tener un buen manual de escritura no nos garantiza nada, aunque
es cierto que puede ayudarnos bastante. Libros como este Para escribir una novela pueden ser
una buena herramienta. En este encontraremos el proceso completo para escribir una novela. Eso
sí, siguiendo las anteriores máximas, su autora no deja de proponernos en todo momento llevar
cada una de las cosas que explica a nuestro terreno y nos incita a inventar nuestro propio sistema
creativo.
Se trata de una obra muy didáctica, escrita de manera clara y precisa, en la que la autora va al
grano de lo que interesa al lector (en este caso, seguramente, también aspirante a escritor). Su
experiencia como profesora de técnicas narrativas y autora reconocida de manuales de escritura
es un punto a su favor. Silvia Adela Kohan sabe muy bien lo que se trae entre manos y lo plasma
en todos y cada uno de sus manuales de escritura, que son muchos, incluido el que nos ocupa.
Parte de la idea de que el acto de escribir una novela es algo casi vital para el escritor y a través de
ese acto se goza tanto como se sufre. En ese sentido su planteamiento nos recuerda a los
de Natalie Goldberg autora de libros como El gozo de escribir  o El rayo y el trueno. Pasión y
oficio de escribir. Para Kohan la escritura es también “un acto de salud” que nos permite vivir otras
vidas, así como una maravillosa herramienta para atreverse a pensar.
El libro está dividido en doce capítulos subdivididos en diferentes apartados en los que se abordan
todas las cuestiones referentes al proceso de escritura de una novela. Se inicia la lectura con una
especie de pequeño prólogo titulado “Adelante, la puerta está abierta, pasa…” en el que se
conmina al lector a aceptar al escritor que lleva dentro y en el que Kohan lanza su diatriba
explicando lo que es para ella la escritura. A partir de aquí la autora nos cuenta cómo han de ser
los inicios, cómo hemos de organizar los previos a la escritura, nos habla de la búsqueda de la voz,
de la caracterización de los personajes, de la trama, de las atmósferas o de todo lo necesario para
conseguir un buen final. Pero la cosa no acaba aquí. También nos da unos consejos para escribir
todo un best seller en el capítulo que titula “Ingredientes y preparación de la receta del bestseller”,
así como unas pautas finales para revisar y reescribir.
El libro contiene ejercicios prácticos al final de cada capítulo y está salpicado de frases de autores
célebres sobre las cuestiones que trata. También nos señala algunos ejemplos muy ilustrativos y
adecuados pero que, a veces, acaban por desvelarnos información que se convierte en spoilers
para futuras lecturas. Cuando la autora habla de que este es un libro sobre el proceso completo
para escribir una novela está diciendo la verdad, ya que se ocupa de todo desde los previos hasta
la ardua tarea de revisar y reescribir. En el penúltimo capítulo, el once, es donde descubrimos la
fórmula mágica de los best seller. Estas recetas siempre resultan, cuanto menos, curiosas.
Raramente quienes las ofrecen son escritores de este tipo de libros, debe de ser que quienes sí los
escriben no están por la labor de compartir la clave de su éxito. Con todo, siempre se pueden sacar
ideas, llevarlas a la práctica en nuestro propio terreno y, quién sabe, a lo mejor suena la flauta.

Bienvenido el deseo de escribir


Bienvenido el deseo de escribir
(entre el cuerpo y el alma)
Silvia Adela Kohan

Esas cosas que uno quisiera decir y no dice... Lo que no se acaba de entender... Lo que se sabe y
lo que no se sabe... Los pensamientos que interrumpen y molestan... Lo que se desea, lo que se le
desea a los demás...
Escribiéndolo, se reacomodan los pensamientos. Hacerlo sobre una misma o a partir de una
misma exige coraje, pero proporciona un gran bienestar. Puede dar lugar a un proyecto narrativo,
da sentido a la vida. Escribir sin limitaciones y sin frenos, resuelve problemas emocionales, mejora
el estado de ánimo. permite saber lo que una no sabe de sí misma y encontrar la propia voz.

Escribir pone en marcha la alegría. En el momento en que me dispongo a escribir todo bulle en mi
interior, es un saludable acto de vida.
Dice Doris Lessing: “La función de la literatura es comentar la vida para gente que también está
interesada en analizar la suya a través de la literatura”. Una frase, un poema, un fragmento de
novela, funcionan como la revelación de algo que permanecía oculto para el autor del texto y que
aflora en su lectura. Tan sólo, con las cartas autobiográficas a los amigos es posible sentirse mejor.
En todos los casos, las palabras escogidas son delatoras.

II

Un método: recurrir a la retrospección. Nos recontamos el pasado, y ese ejercicio nos cura al
descubrir con satisfacción que hemos sido y que somos muchas. Muchas mujeres coexisten en
nosotras y todas pueden alimentar a la escritora, desde las otras que soy, desde las preguntas,
desde la experiencia, los recuerdos, desde el cuerpo, desde los sentimientos, desde el alma.
Por momentos se sufre, nos parece que el relato se diluye y abandonamos, o nos aplasta la
autocrítica, sin embargo es cuando conviene tomarse un descanso y seguir, o consignar las
dificultades, y poco a poco, una se va dando permiso (porque a menudo se trata de eso) y se
conecta con su propia voz. Lograrlo en la escritura es lograrlo en la vida. Darse la autorización de
hacerlo es otorgarse valor.

III

O un diario íntimov(¿otro método?), un diario de ideas, un cuaderno de notas cotidiano. Un diario


(día tras día) lleva al autoconocimiento. ¿Estoy angustiada? ¿Rabiosa? ¿Eufórica?
¿Desilusionada? Lo cuento. No omito nada. No huyo de los minuciosos detalles. Tal vez, con el
tiempo, podré transformarlo en material para una novela. Mientras tanto, si se deja a un lado el
pudor, hace de cómodo confesor, de retrato complaciente o amenazante, de alter ego.
Escribir para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable.

Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y lo escribo. Desato nudos. Deshago grumos.
Qué alivio y qué placer. Me impulsa el deseo irrefrenable de resignificar el mundo. Escribir es
pasarlo bien con una misma.

IV

Admitanos que la escritura no es un recurso, es un fin en sí mismo. Pero salva aun sin
proponérselo. Para Dostoievski, fue el mejor tratamiento curativo, al acabar Los hermanos
Karamazov, que narra las relaciones familiares y el parricidio, se curó su epilepsia originada con la
muerte de su padre. Es mayor la probabilidad de salvación si lo escribimos porque bulle en las
vísceras.
En cuanto a Marguerite Duras, 1956 es para ella un año de trastornos emocionales: su amante la
abandona, su marido trae a otra mujer al departamento que comparten, cría a un hijo al que no
comprende y lleva meses sin publicar. Pero escribe todo el tiempo. Recurre al psicoanálisis. El
analista lee los libros de la paciente y le dice que no hace falta que vuelva, que la solución para ella
es escribir.
Muchas escritoras (como Doris Lessing) lo son a causa de la frustración. Se echan los miedos
fuera a través de la escritura.
Susan Sontag habla de la necesidad de soledad para buscar «la propia voz» y retoma a Kafka que
decía: “Para escribir nunca se está suficientemente solo. Pienso en escribir como en estar en un
globo, en una nave espacial, en un submarino, en un armario. Es ir a algún sitio donde no hay
nadie a concentrarse, a oír la propia voz de uno”. Lo corrobora Paul Auster, que agrega: “ Creo que
lo asombroso es que cuando uno está más solo, cuando penetra verdaderamente en un estado de
soledad, es cuando deja de estar solo, cuando comienza a sentir su vínculo con los demás”.

La escritura como cura, como terapia del lenguaje; la precisión lexical como realización máxima de
salud.
V

Escribir para ocupar un lugar en el mundo. Si se duda de la vida o en la vida, allí está la escritura,
el acogedor espacio de la página.
Empecé sin darme cuenta, escribo desde pequeña. La pasión surgió y se afirmó como rebelión
frente a un mundo que no comprendía del todo. En la infancia, me sentía bastante sola. Con unos
padres que daban demasiada importancia a la realidad, yo escapaba al centro de las palabras (uf,
qué alivio), me refugiaba debajo de la mesa o tras los cortinados y me inventaba personajes
(aprendí a poner en boca de un personaje lo que no me atrevía a expresar). Con el tiempo, me
interné en una y otra novela poblada de mujeres entre las que estaba yo –agazapada en las
manías de una, los gestos de otra, los miedos, la curiosidad o la incertidumbre de alguna–. Ellas
tenían una historia; deseaba que me la contaran para saber más de mí.

Escribir como tabla de salvación. Para no mentirse.

VI

Escribo para reordenar las palabras de mi madre, las que le escuché y las que me hubiera gustado
escucharle decir. Soy las mujeres que me precedieron. Dicen que mi abuela se suicidó. Acaso, lo
hizo para que yo ocupara su lugar y respirara por ella. Presiento que suspiramos a dúo. Para esta
clase de presentimientos habría también una novela. Mi otra abuela era mala, me enorgullece
haber tenido como predecesora a una mujer mala, ¿qué papel jugaría en la novela?
¿Cuántas imágenes se agolpan en nuestra mente ante esta frase: “La primera cosa que recuerdo
de mi infancia es...”? Completarla, seguir, encender así el fuego de la escritura. Para escribir no
hay recetas, sólo dejarse fluir sin cortapisas. Otro método: Pasar de la evocación a la observación
de algo que pasa ante nosotros en ese momento, ante la vista o por el pensamiento y tirar de ese
hilo.

VII

Marguerite Duras no se ponía a escribir si no había hecho antes la cama. A mí me pasa. ¿En eso
reside la noción de orden? Mi abuela mala decía que uno duerme tal como se hace la cama. Yo
agrego: uno escribe tal como se hace la cama.
No es igual escribir desnuda que escribir vestida, de negro, de raso, de blanco, de lino, de rojo, de
lana. Así como elijo las prendas con las que me visto, así escribo. Desenfado y suntuosidad.

VIII

Una lista de palabras, un mail, una novela rosa o negra, este artículo para la revista MYS, una
notita en la nevera, una carta al padre o a la madre, a los hijos, a un interlocutor imaginario...
¡bienvenidos sean los interlocutores! (no decimos lo mismo aunque hablemos de lo mismo a una
que a otro interlocutor). Sea cual sea, la escritura abre las compuertas de las zonas propias a las
que de otro modo no se llegaría y pone en movimiento nuestras zonas dormidas.

Lobo Antúnes dedica un libro a sus padres, que no lo leían ni lo entendían. ¿Qué habrá querido
averiguar? ¿Qué herida habrá querido curar?
Hitos que configuran un mapa de nuestra historia personal quedarían en la sombra para siempre si
no hiciéramos el esfuerzo por sacarlos a la luz. Un repaso a las capas de nuestra biografía,
cubierta de primos, paseos, rechazos, malentendidos, permite transitar por zonas a veces
dolorosas, enfrentarlas, buscarles una función, admitirlas y encontrar la propia voz. Es un camino
hacia la reconstrucción de lo que tiene aluminosis.

IX

Tal vez, el trabajo consiste en atrapar la frase que se nos ocurre, en vez de permitir que se
desvanezca como tantas otras frases que pasan por nuestra conciencia. Tomar nota, estar
receptiva en lugar de permanecer inerte.
Los poderes liberadores, analgésicos y reconstituyentes de la escritura hacen su efecto si se les
dedica algún tiempo más o menos constante y cierto esfuerzo de sinceridad. Es cuestión de
desprender las capas de la cebolla, explorando entre ellas hasta el final, resistiendo aunque nos
lloren los ojos.

silviaadelakohan@grafein.jazztel.es

Entrevista

"Escribir bien es saber mirar"

Silvia Adela Kohan es licenciada en filología hispánica, investigadora de técnicas de creatividad


en literatura y lenguaje, y directora de la revista Escribir y publicar. Cofundadora de Grafein
(talleres de escritura y reflexión teórica), actualmente en Barcelona, colabora en el suplemento
cultural del diario La Nación, de Buenos Aires. Además, es autora de numerosos libros, entre ellos,
De la autobiografía a la ficción , Escribir una novela, Así se escribe un buen cuento, Taller de
escritura: el método y Ava lo dijo después . Ganadora del Premio Delta 2005, Finalista en
concursos como el “Juan Rulfo” de cuento y el Lumen “Femenino Singular” de novela.

A uno le parece que debe ser complicado eso de rascar en la teoría literaria, buscando siempre el
mecanismo que hace funcionar la máquina –la esencia que da vida al texto– y a la vez llevar a
cabo una intensa actividad literaria, fuera de la investigación en sí. Una especie de dos caras, a lo
Jekyll y Hyde. En Silvia Adela Kohan todo es literatura, permanentemente en contacto con ella. Y
ello le permite partir de la biopsia del texto y construir sus novelas sobre pilares de acero. Hacerlo
sin imitar el esquema clásico de las novelas, escarbando nuevas maneras.

P.- Silvia, ¿cómo compaginas el ver la literatura con ojos teóricos y luego situarte como
escritora ante el papel?

R.- La escritura es la historia de mi vida. Vivo escribiendo, mirando la realidad desde la ficción,
estoy siempre en predisposición de escritura, todo pasa por el filtro de la literatura. En este sentido,
escribir te permite tener más ojos, investigar el otro lado de las cosas, probar puntos de vistas,
transitar esa frontera entre la teoría y la práctica permanentemente. La teoría es un disparador.

P.- ¿Qué te consideras, más escritora, profesora...?

R.- Todo pasa por el mismo filtro. Experimento variantes para comentarlas con los talleristas o para
desplegarlas en un libro de técnicas literarias. Precisamente, la novela con al que acabo de ganar
el premio Delta, Un año de mi vida, fue el resultado de uno de estos experimentos. Me propuse
“engordar” un relato de ocho páginas probando distintas opciones para luego proponerlas en el
taller. Mis talleristas se ríen porque, sin darme cuenta, veo en libro muchas de sus ideas y así les
propongo novelas, divertimentos, peculiares libros de relatos...

P.- Si te pregunto por tus referentes literarios y Argentina. Viniste hacia los ochenta a
España, ¿queda algo del juego sudamericano de Cortázar en tus historias? ¿Qué conservas
todavía de esa Argentina literaria?

R.- Cortázar fue una etapa, como nos pasó a todos en los setenta. Aprendimos mucho de él tanto
en su planteamiento del escribir y del “desescribir” como en su mirada revolucionaria de
Latinoamérica. Pero poco a poco fui tratando de encontrar mi propia voz. Me interesa mucho narrar
desde mi condición de mujer en el mundo, de argentina en Catalunya, y mi Argentina literaria es la
creatividad que desbordaba en Buenos Aires y en las provincias poco antes de la dictadura militar
del 76 y que me ha marcado; es Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, Borges, Bioy Casares,
Silvina Ocampo, Juan José Saer, Alejandra Pizarnik, Ricardo Piglia, los vecinos uruguayos
Felisberto Hernández, Ida Vilariño, Onetti y Galeano, los escritores del resto de América, franceses
e italianos, sobre todo, que leíamos con pasión “a la manera argentina”, el cine, las historias
personales en ciertos barrios y ciertos rincones, mis vivencias que cada tanto rescato en ese juego
de Perec “Me acuerdo” al que juego a menudo consciente o inconscientemente...
P.- El azar de los personajes, de las relaciones, de los resultados... ¿En tus textos juega un
papel importante el azar?

R.- Yo creo que el azar es un modo de estar más atento al entorno, a nuestros pensamientos, de
llevar las antenas puestas, y entonces las cosas suceden, la simultaneidad ocurre. Y, por cierto,
escribir bien es saber mirar, es encontrar esos puntos de cruce, esos chispazos que el azar ofrece.
Conecto con Paul Auster.

P.- Conoces muy de cerca el ansia de los nuevos escritores por la publicación y el premio
rápido, ¿cómo son estos narradores que vienen? ¿Notas que en ellos se impone más la
escritura fácil que la literatura “pura”?

R.- La experiencia que tengo es la de los cientos de cuentos y poemas que nos llegan a nuestra
revista Escribir y Publicar , surgida precisamente para canalizar la necesidad de la gente de ver
publicados sus textos. La tendencia, en los textos recibidos, refleja de alguna manera la época que
estamos viviendo: “Todo para ayer y rápido”, y la “urgencia” en nuestro oficio como en cualquier
otro, no es una buena consejera. Se echa en falta un mayor rigor por parte de los autores. Por eso
mismo, desde el próximo número, “regalamos” un comentario sobre los textos que nos envíen
todos los suscriptores.

P.- Alguna vez te leí las condiciones ineludibles que debe reunir un poema. Utilizándote
como profesora (y por eso de ponerle límites a la prosa y a la entrevista), ¿las recuerdas?

R.- Escribir poesía es transformar en música y decir mediante símbolos lo que nos ocurre todos los
días. Se trata de escoger las palabras más adecuadas, las únicas que pueden decir lo que uno
pretende; de conseguir una construcción rítmica armónica. Exige la palabra exacta y una cadencia
marcada por la emoción. La poesía no es representación; es un instrumento mediante el cual
podemos, ver, tocar, oír; no es intermediaria.
Un buen poema es una unidad completa: sugiere la totalidad sin explicarla aunque esté compuesto
por unos pocos versos.

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