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Montaje. Antología arbitraria/vol.

Collage de portada: Tom Kennedy

© de los textos, sus autores


© elefante editorial, 2020
elefante.editorial@gmail.com

Libro digital de circulación gratuita. Permi-


tida su distribución, impresión y copia por
cualquier medio.
MONTAJE
Antología arbitraria/vol. 1

elefante
Victoria Ramírez Mansilla 6
María Florencia Rua 14
Bruno Lloret 25
Ariel Farace 33
Florencia Smiths 43
Eugenia Pérez Tomas 61
Juan Santander Leal 69
Camila Fabbri 75
Julieta Marchant 82
Diego Materyn 87
Emiliana Pereira 94
Maruja Bustamante 108
Daniela Catrileo 118
Laura Sbdar 127
Victoria Ramírez Mansilla —Santiago, 1991

Publicó el poemario magnolios (Overol, 2019) y


el fanzine Alud (Amistad, 2018). Ha sido parte de
antologías en España, Francia, Argentina y Chile.
Es mi primera vez en el país del norte
mi novia y yo ansiosas
recorremos el empedrado
nuestros hombros brillan al sol.

En la noche damos un paseo


una liebre se cruza y se encandila.

Cualquiera pensaría
que vamos a despedirnos.

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Pagamos una habitación con tres camas
a veces usamos una y a veces dos.

En la tercera dejamos ropa, maletas


artesanía que recolectamos con el temor
de convertirnos en turistas buenas.

Más tarde distribuimos mapas


colaciones para largas caminatas.

Desde nuestra ciudad llega la noticia


de una chica muerta
acuchillada por vestir como hombre.

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Mi madre no entiende que yo desee a hombres y
mujeres
piensa que estoy perdida o que es una etapa
de adolescencia tardía.

Me dice: qué es una planta para ti


qué es una especie
cómo se forjan los nervios en las hojas
el calce de sus tallos sus prismas
los cristales que se apegan a los muslos.

Pero un liquen es mitad hongo y mitad alga


define su relación en el tronco.

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Ayer soñé que abría mi bolso de viaje
encontraba una blusa nueva.

Luego la tela se deshacía en alacranes


a cada golpe que daba se regeneraban
más rápidos y más negros.

Lograba tener uno en la palma


veía el aguijón hundido, el momento
en que vertía el veneno.

Cuando le cuento esto


ella dice cada cabeza
decide cuánto demorar
la aparición del extranjero.

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Plantaciones de trigo
amortiguan nuestro viaje en tren.
Hablo con una francesa y me explica
que su novio la dejó por una chilena de Lebu
ella separa las sílabas en Le-bú.

Me pregunta qué se puede encontrar allí


digo campo, ríos, bosques
pero entonces su expresión se amarga
intenta imaginar alegre al novio.

Ahora el ruido de los rieles nos seduce


cuando entramos al túnel veo la piedra bruta
ese contorno anguloso me estrella el cuerpo.

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En la antigua china había una palabra
para referirse a dos mujeres que tienen sexo
mojinzi significa dos espejos que se frotan.

A los chinos este contacto les parecía


inofensivo.
No había castigo ni duelo.

Una mujer que ama a otra mujer


tiene el espíritu levitado.

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No sé cómo llegamos a tratarnos así
dice la voz de otra yo
alojada en lo hondo de un volcán.

Pero es la fiebre la que me irrita


la fiebre de uva perdida
invasora de racimo.

La lava corre sola


derrite las uñas.

Se demora lo que tarda


una agüita de anís
trino transparente
inflama de flechas
la garganta.

¿Es esto lo que canta


una agüita de anís?

¿Roca cristalina
esplendor de cólera
fundición de los afectos?

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María Florencia Rua —Buenos Aires, 1992

Escribió y dirigió La noche quieta. Su primer


poemario, Luces mal usadas, fue publicado den-
tro de Celofán, antología de poetas jovenes (La
carretilla roja ediciones, 2018) y luego reeditada
junto a La conducta del fantasma, su segundo
poemario, en España (Editorial Liliputienses,
2018). La coma, su primera novela fue publica-
da en esta editorial el 2019.
Punta india

A las amigas, de acá y de allá

Nos vinimos en el micro más barato casi sin na-


die. Ayer. Sacamos tickets y esperamos en un
banco incómodo a que llegara nuestro destino.
Vos comías pan. Una neblina y un frío seco me
raspaba como rallador la garganta. Me diste
unas halls de miel porque los caramelos de pro-
poleo me dan náuseas, igual que el viaje. Esperé
que las halls se derritieran para tragar los fár-
macos y encarar el sueño a tiempo, después de
poder apreciar un poco. Apenas el micro arran-
có, se largó a llover con todo. Un balde de agua
cayendo desde el cielo. Ya en camino abrimos
la cortina poliéster de la ventanilla para ver el
paisaje de la ruta océano. Miles de cucarachas
pequeñas salieron disparadas del lado de aden-
tro por el vidrio empañado. Fui a quejarme con
el señor de traje que se parecía a David Fisher
y nos había provisto, apenas el motor puesto
en marcha, de alfajor, un vasito de plástico con

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agua caliente y un saquito de té. Ritual preca-
rio para adentrarse en la noche y su pista de
cemento. Solo levantó los hombros cuando le
dije “esto no puede ser” con el ceño fruncido,
haciendo el gesto de las cucarachas con las
manos abiertas como alas rotas. Su mirada me
daba a entender que la situación era parte del
servicio, estaba cuidadosamente preparada: un
espectáculo, también precario, de terror clase
B. O que ese micro se encargaba de llenar los
pueblos de cucarachas, por eso íbamos noso-
tras a parar ahí. Que si no estaba de acuerdo
con eso, quién me mandaba a ir a ese pueblo
de mala espina. O que no lo molestara que tenía
sueño, fin. Me quedé encandilada en sus ojos
imperturbables y sin amenazar con hacerle al-
gún reclamo a la empresa, volví al asiento como
si algo me tirara del eje, quizás tu tranquilidad.
También las pastillas arrancaban a hacer su
efecto en mis venas y el asombro empezaba a
volverse una línea recta, junto con el asco: ruta
sin curvas en la mente. De lejos vi cómo el señor
David estiraba los pies para adelante y chocaba
con la velocidad. Vos dijiste que así el viaje era

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mejor: ir juntas con las cucarachas al mar. ¿Al
mar? Me di cuenta de que no tenía idea a dón-
de íbamos, que ese pueblito tenía mar era otra
sorpresa pero no lo iba a decir, porque quién
viaja sin saber a dónde, quién se entera de la
existencia de un mar si no es para ir hacia él. Me
imaginé los balnearios y las sombrillas vacías,
los locales de mallas y de churros cerrados,
los perros de las calles aburridos, con la piel
chamuscada de tan poco contacto, la peatonal
desierta, una mujer saliendo del océano con un
vestido negro, un tiburón temblando en la orilla,
una casa hundida, una ojota, David vestido de
Wally, pegando alaridos y manotazos para que el
bañero de turno lo salve, la bandera roja, el ba-
ñero calcinado bajo el sol de un verano pasado,
vos poniéndome protector en la frente, diciendo
“por las dudas”, en plena tormenta. Me despertó
una frenada. Diez minutitos, gritó el chofer, y se
levantó agarrándose el cinturón y tirándolo para
arriba. Bajaste a fumar y te paraste al lado de
David que miraba cómo pasaban los pocos autos
por la ruta mientras se tocaba el reloj. Unos se
tocan el reloj, otros la cara. Miré para la ruta y

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las luces blancas me encandilaron como mari-
posas japonesas. Aproveché para ir a comprar
algo a la estación de servicio y cuando llegué al
kiosco no había nadie. Solo un televisor que re-
petía el compra-venta de un producto para las
estrías. Grité hola y nada. Hola de nuevo. Atiné
a robarme un chocolate pero sentí que sería
estúpido verme por las cámaras de seguridad.
Dejé la plata y me fui pensando en las estrías,
en la fuerza que hace el cuerpo por hablar, en
las grietas que nos marcan, en los productos
de compra-venta, que seguro te deben pagar re
bien por repetir todas las madrugadas tu cara
contenta por el cambio definitivo. Decile chau
a tus viejas costumbres. De lejos vos y David
hablaban y se reían. No quería interrumpir así
que di la vuelta a la estación de servicio aban-
donada. Una tipa con visera y corbata violeta le
hablaba a un arbusto: te dije que te quedaras
quieto, siempre me hacés lo mismo. Me vio y
se cruzó de brazos. Yo cerré los ojos con fuer-
za y seguí caminando, hasta que una bocina
me abrió los párpados. El chofer del micro me
apuntaba a la cara y me subí a tiempo antes de

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arrancar. Vos ya estabas sentada, haciendo con
las manos como un raspe aquí para traer calor
y David dormía con la boca abierta, tumbado en
su casa asiento.
Ahora te corrés el pelo de la cara con el
pulover que te tapa los dedos. Acá, me decís, y
soltás las cosas en la arena. Yo respondo con
obediencia y me tiro como un perro cansado.
No hay diferencia entre acá y allá. La arena me
gasta la piel. En la playa ninguna señal de vida,
solo el choque del mar con el mar. ¿A dónde van
las líneas que cruzan el cielo como estelas de un
helicóptero? Vos te sacás la campera, el pulo-
ver, la remera y salís disparada como un cohete
para el oleaje, sin darme tiempo a reaccionar.
Toco la arena y la dejo caer de mis dedos como
si fuera la nieve de un domo de plástico. Veo tu
alegría estallada en la espuma y me duermo. Veo
tu alegría estallada en un piso cubierto de cuca-
rachas. Veo tu alegría en una publicidad para las
arrugas. Veo tu alegría saliendo de un arbusto.
Dormida, tu alegría me grita: ¿y, para cuándo?
Estamos en invierno, alquilamos un departa-
mento que era otro en fotos, supongo sacadas

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de google, y Marta no nos volvió a atender con
tal de no asumir su estafa, la muy cobarde. Así
que apenas llegamos abrimos la ventanita ta-
maño aire acondicionado, nos paramos arriba
de las sillas oxidadas y curioseamos el cielo de
la costa, una pista de estrellas sin cabezas de
edificios, algo que nos era prohibido en la ciudad
donde el cielo es una explosión de frenos. Me
dieron ganas de llorar pero no pude. Vos dijiste:
no es suficiente. Sacaste camperas y bufandas,
agarraste los paquetes de cigarrillos, abriste
la puertita medio rota de nuestro fracaso y me
tiraste del brazo para las escaleras. Recién
en planta baja sentí el hielo en forma de aire.
Salimos y nos sentamos en la calle de tierra a
observar con detalle la franja casi negra que
nos cubría por completo el cuerpo. Me perdí
pensando en la vida del otro lado de los pla-
netas, en las ciudades posibles, en las amigas,
en las piletas de natación y las plantas, en los
caprichos del cosmos, en los límites de tu cara,
recta y precisa, en cualquier cosa que fuera
real, cualquier cosa fuera de mí, muy lejos de
mí, tan lejos que yo no existía. Después subimos

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las escaleras, nos tiramos en la cama de una
plaza y nos resbalamos al sueño.
Al otro día no había furia por la estafa pro-
pietaria, el sueño había cumplido su misión. Te
vi despertar con tu bombacha de algodón roja
y preparar café a la turca, porque la cafetera
prometida en el aviso bien gracias. Cantabas
una canción por lo bajo que me sonaba de al-
gún lado pero no alcanzaba a descifrar de dón-
de. Estaba muy dormida para preguntarte. Me
trajiste el café a la cama y metiste tu dedo en mi
ojo izquierdo para sacarme una lagaña. Siempre
tan intempestiva. El café estaba quemado pero
preferí no decir nada. Algo en el retrogusto me
hacía pensar en los restos de basura que que-
dan en la orilla. En ese pensamiento, yo soy la
orilla. O la basura. Tomé las pastillas y armamos
el bolso para salir de ahí, el aire estaba denso
pese a la helada. Vos caminaste para el lado con-
trario a la playa, como si supieras a dónde ir y
yo te seguí, mirando las casas modestas y sus
patios con algún adorno poco particular. En mi
cabeza quedó titilando el duende de cerámica
pintado con colores vivos y sus manos cortadas

21
andá a saber bajo qué accidente, brazos que en
la punta tenían fracturas blancas, como peque-
ñas montañas. Me preguntaba por qué dejar un
duende roto en la entrada de una casa, pero más
tonto me parecía tener un duende en perfectas
condiciones, por lo tanto que estuviera roto y
puesto en el jardín como un guardián de repente
hacía todo sentido para mí. Lo roto sabe cuidar
mejor, pensé.
Caminábamos con los perros que nos se-
guían por las calles de tierra y una bolsa de
caramelos que pronto se fue llenando de en-
voltorios. Comíamos un caramelo atrás de otro,
como si fueran oxígeno. Vos hablabas sin parar
de cómo funcionan los vínculos o cómo no fun-
cionan, de lo difícil que es tener algo verdadero
sin guardar por si acaso una pistola, en esta
época decías, como si fuera una cuestión de
época, yo pensaba en mi abuela paterna, que
ojalá hubiera tenido una pistola guardada, o en
mi mamá, que dele aceleraba el auto pero siem-
pre volvía. En mí y en otras, apilé en la mente
fierros, espadas, fósforos, aerosol. Caminába-
mos y yo sentía a miles como en una procesión

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escapando con un diente o un mechón de pelo
en la mano. El trofeo macho en mi pecho. Vos
seguías hablando, a esa altura me costaba en-
tender las palabras. En un momento me estre-
só la forma en la que armabas las frases o el
contenido de lo que decías. O el tono, algo de lo
que hacemos a veces, que para que no duela
fingimos una certeza con la espalda recta. Yo
tocaba a uno de los perros y hundía mis yemas
en su pelaje marrón, suave y sucio al mismo
tiempo. Ahí fue que dijiste lo que no quería que
dijeras, qué paja. Pero eso hacen las personas,
en algún momento: dicen. Miré para un costa-
do mordiendo un caramelo de frutilla. Contesta
po, insististe, tocando la tecla desafinada. No
sé, Paz, por qué hablar. Diste un discurso so-
bre sanidad y escupí en la esquina. Ridícula, te
dije. Me senté en la tierra. El aire era de halls
de menta, pegaba en la frescura. Te acercaste
como si fuera uno de los perros, con miedo a
que tenga sarna. Me acariciaste el pelo. Lloré.
Me puse a patalear y me tiré en la calle, arman-
do una huella humana en la tierra de las rue-
das. Vos me limpiabas los mocos con la manga

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de tu campera. Perdón, perdón, la cagué, di-
jiste. Solo que no quiero que te guardes nada.
No me jodas, te grité. Sí, te jodo, forzaste con
un acento que me hizo reír. Te empecé a tirar
de los pelos y vos devolviste el gesto copiando
la intensidad. Te mordí. Despacio primero y sin
miedo después. Nos mordimos, con mocos y tie-
rra, en el pueblo fantasma, rodeadas de perros
perdidos. Nosotras también perdidas, nuestros
pelos crispados, de tan poca ternura, las manos
partidas, un aullido que me venía del pecho y tu
baba sobre mis cachetes, entrando y saliendo,
como besos corridos. Nos enrollamos por la
calle, vos arriba, yo abajo, vos abajo, yo arriba,
como cucarachas en una pista de patinaje. Un
auto pasó y llegó a frenar. Nos quedamos quie-
tas. Ahí. Acostadas en la tierra. No intentamos
ningún movimiento. El auto empezó a hacer lu-
ces, clac clac, tocó bocina, un señor se asomó
por la ventanilla, insistió un rato largo sin en-
tender cómo algo vivo y con lenguaje decidía no
hacer: nosotras. Esperamos a que retrocediera
con velocidad.

24
Bruno Lloret —Santiago, 1990

Publicó Nancy (Cuneta, 2015) y Leña (Overol,


2018)
Al azka1

seguir la instrucción que se te dio


todas las ideas se relacionan con el tema
agregaste información
para desarrollar tus ideas
si alguien lee esto lo entenderá
facilmente?

1 Montaje sobre respuestas de menores a un exá-


men escolar estandarizado. La autoría es colectiva. El
montaje es obra del autor. Se respetó la ortografía de las
respuestas originales.

26
INICIO

Hace millones de años se creó el mundo y el pri-


mer perro.
Cuando dios Creo las Plantas, los Animales, las
Personas. Ese dia que los creo ese dia es su cum-
pleaños, como el de las Personas y los Animales.
Según los científicos los animales cada vez más
se relacionan entre sí
Los animales se isieron para que estén con to-
dos los animales, como las personas. Un animal
siempre se va a querer con otro animal.
un animal fue echo para estar con otro animal,
pero no tiene que estar necesariamente un perro
con otro perro.
Los Animales van como generación en genera-
ción, porque son como las Personas la niña se
conoce con el niño le va gustando más y más, y
Cuando ya son grandes ellos deciden tener hi-
jos y se forma la familia, lo mismo pasa con los
Perros se conocen y tienen crias que son los ca-
chorros.
El principal animal fue un pez que salió del
agua después fue caminando y evolucionando

27
en dinosaurios luego nació el cavernícola el
primer humano en la tierra después empesa-
ron a evolucionar como personas de monos, el
animal más inteligente del mundo con el delfín
Y haci como va creciendo y son más animales,
mientras más animales sean más cumplea-
ños van a ver, pero todos los animales de todo
el mundo tienen cumpleaños se dice como: “El
Cumpleaños de los Animales”.
Porque todos los animales tienen cumpleaños
como por ejemplo: el oso Polar, el zorrito, el Pa-
jaro, el perro, el gato, el Leon, el elefante, etc.
Una vez hace mucho tiempo una especie de ani-
mal se creo los osos polares.
desde entonces el oso era el mejor amigo del
oso
Entre los lobos una estupida regla que era: que
si las lobas tenian un lobito enfermo debía ser
asesinado porque o sino matarian a la madre,
ya que la enfermedad del lobito se podría pro-
pagar y matar mucho mas que una especie,
pero Lazna la mamá lobo, no mató a su bebé,
si no que lo puso en una cesta, en la que puso
el nombre de Rambo en una madera y lo puso

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en las aguas del río Loa, pero no sabía que ese
rio daría justo a un lago congelado cerca de los
aisberg, o sea cerca de los osos polares.
Había una vez un animal que era el oso polar, y
había otro animal que era el lobo. Los dos iban
caminando y se encontraron y los dos dijeron
‘este animal existe’, niuno de los dos sabía que
el otro existía.
Los animales a parte de ser cuidadosos les gus-
ta cuidar lo que tienen. ¿Y por qué? Por que hay
otros animales que les gusta quitarles lo que ya
es de cada uno.

DESARROLLO

como polar vio que lo seguia el lobo le grito


vete.
y el lobo retrosedio 3 pasos pero polar se arre-
pintio y le dijo
ven
y el lobo con seguridad caminaba con polar
era tan lindo que escondía su alma maligna
yo soy Braulio el animal que tú deseabas tanto
se dió cuenta que no pestañeaba

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Yo sé que alguna vez dijiste que los osos polares
Xeran salvajes y no solo eso, sino depende de su
estado de humor y cómo lo traten.
Yo siempre fui una loba educada
oso y lobo viven en iglú solos, lobo pela a oso con
nadie, oso lo escucha, lobo se da cuenta, le pide
disculpas
el oso dijo sale a la luz para que vea tu rostro
estamos solo tù y yo, sin alimento ni casa, es-
tamos muy solos y este lugar està tan callado y
solitario
y despues se durmieron y relacionaron su vida
el oso despierta le pregunta al lobo: como lo-
graste traer comida si vez en blanco y negro y
el lobo responde esque veo las cosas como son.
le dice vayamonos al norte y hagamos nuestra
vida sin dueños
hasta que un dìa se pelearon. Uno se fue al bos-
que de la izquierda, el otro al bosque de la de-
recha.
el lobo se había inundado en la nieve
escuchó un estruendor
una cosa grande, que parecía ser de madera, y
tenía tela como techo

30
Fuimos a la antártida a cazar y Flor dijo: oye, si
estos animales se matan entre ellos, entonces
matémolos primero nosotros.
llegó una nueva y astuta foca
el lobo la tomó del lomo
yo me arrastraria, y agarria una escopeta y le
dispararia y lo mataria
el temor del lobo
la muerte (no) asepta vacíos

CONCLUSIÓN

finalmente el lobo fue derrotado, y desterrado a


la ciudad, donde fue cazado
muy afectado no hacia nada, no comia y se fue
deteriorando con el tiempo hasta que se murio
y los humanos nunca vinieron a esto
esto llamado la selva de los hablantes
y el oso aun vagabundea por los presipisios
en el gran desierto antártico
ese día le traía muy malos recuerdos
El hombre es el más codisioso de todas las es-
pecies, aulló un lobo.
la quemadura del rostro

31
las estrellas han hablado y no quieren nada
sus bocas me estaban hablando por la mente
la familia es la intemperie

32
Ariel Farace —Lanús, 1982

Escribe. Trabaja en las áreas del teatro, la litera-


tura y la música. Publicó Constanza muere, Ulises
no sabe contar, Luisa se estrella contra su casa y
otras piezas para teatro. Dirige el proyecto edito-
rial Libros Drama. Coordina talleres de escritura.
2017

El año comenzaba también


en tus ojos quebradizos
La curva de tus pestañas
se inclinaba en un giro
exacto hacia el futuro
Tu malla era de otro
Rosa gastado con rayas azules
en tus piernas tan blancas
Fue como si vinieses de la nada
de la pura noche sin sol
y hubieses despertado
en este año
con este año
como la poesía del futuro
El estado material
de todo
lo que viene

Fuiste la poesía

34
y te admiro
Estabas sin estar
Tu presencia era ese modo
de estar ausente
A quién pertenece esa malla rosada
La remera batik blanca y celeste sé que es tuya
Le falta la costura del cuello
Qué bien te queda tan
lindo como el marrón de tus pecas
y ojos, loco

Eras la poesía
y cejijunto
La cicatriz de tu
cara
Ese movimiento violento
y torpe que hiciste para sacudir algo
de tu cuello
Como de
presidiario peligroso
Eras la poesía cómo no
darías miedo
si tu boca se alejaba de
un beso y los labios flotaban

35
suspendidos y fugaces
Qué emoción me das y dabas
Serás la poesía
de este año y el próximo
quién sabe del futuro
Cada vez que te evoque
seguirás siendo la anunciación
con sal en la piel del mar
Pegada a mi retina
tu mirada irritada
de año recién despierto y con resaca
Todavía y ya droga
vos la poesía los años
el ingenuo y erótico amor
atravesando los médanos
La voz del motor
del camión que se lleva
lo que no te acordás y pasó anoche
Los poemas andan solos como vos

Te admiro y agradezco
te digo ahora
Sos hermoso gracias por existir
por dar existencia milagrosa

36
hacer nacer este año
que comienza
Mirame siempre así
año
Te colaste una pepa
o alcohol
o muchas cosas anoche
yo lo sé

Vos eras la poesía


y fuiste mi droga
esa mañana
Algo me dice
nos volveremos a ver

Puerto de Colonia,
primero de enero

37
Amiga te tenés que olvidar
del camino a tu casa

Si no se mueve el torso
de lugar y el paisaje
o el deseo delira
no escribo una palabra
Tras cierta dispersión
alguna voz se quiebra
para que el canto salga

Y no es volverse luz
mirando la pantalla
Ni recordar con brío
la estrella esa o aquella
ni cambiar de reloj
salir sin celular
Es más de la respiración

Aprender a robar
del pulso de una acción
cómo tembló una mano

38
cómo un ojo se cierra
o algún color creció
En una fiesta ajena
el tono de una voz
con rabia o desamparo
la forma de esa boca
extravía el deseo
tatúa su expresión

Buenos Aires,
veintiocho de julio

39
Teresa y los ángeles

No es la forma lo que inquieta


Teresa no son las alas
lo que te permitió distinguir a los ángeles
Fueron las fibras de tu cabello rubio
el modo en que
cayeron sobre el hueco
donde tu seno izquierdo
supo estar y ahora sigue
aunque vos no lo veas
tu corazón latiendo

Te lo decían tus actos


Teresa vos sabías que saber es
parte inteligencia
parte intuición
que la mente se entrena
es veloz la fe
se mueve el aire
estimulado por presencias

40
Un mediodía en Lomas de Zamora
salías de la inmobiliaria
era un día radiante
pasó una moto y te arrolló
Volaste por el aire en la avenida
Te fuimos a ver al hospital
había manchas negras en la piel de tus brazos
hablabas muy bajito
y en tus ojos fondos rojos
brillaban
en el ambiente blanco
Qué susurrabas no retuve
Fuiste amorosa estando dolorida
Las cosas invisibles conviven
tenías la certeza si un ángel
del dolor nada sabe
en el candor
es donde habita

Al placer te rendiste
Teresa a tu elegancia
no le miento si digo
que sos si te recuerdo
a la vez y no

41
santa
Yo no te volví a ver
Imagino que no fue fácil
que la vida se rehaga
Cuando una voz se ausenta
algún surco se abre
en el cielo la tierra
en la piel un pincel
talla en el intelecto
una electricidad un baile un sentimiento
y en vos algo que llamaste verdad
salió o entró oh
con la fuerza de un sueño

Los ángeles son soplos


Teresa o no
sobrevuelan los dolores
mi corazón latiendo
los viste una mañana

Colegiales,
veinte de julio

42
Florencia Smiths —Santiago, 1976

Profesora de Castellano, Licenciada en Educa-


ción. Ha publicado El margen del cuerpo (2008),
La ciudad No (Economías de guerra, 2009), La
velocidad de la caída (Ediciones Inubicalistas,
2014), Estética del tajo (Pez espiral, 2017) y Es-
tudios sobre la distancia (Pez espiral, 2018). Ha
participado en diversas antologías, lecturas y
festivales, tanto en Chile como en el extranjero
(Paraguay, Alemania).
arrojado el cuerpo

arrojado el cuerpo a la ciudad camino


según el sentido del tránsito esta baja
potencia que invade los huesos y la carne
mordiendo lo aprendido lo que traje
conmigo hasta acá la distancia
que ya no es la misma cuando la habito

arrojar el cuerpo para depositar la cabeza


en alguna parte menos sonora caminar
al ritmo de la palabra que alojamos en la boca
y que elegimos dejar de sostener porque se vacía
quebrando la oscura dimensión en su amenaza

camino soltando los huesos al vacío


necesitaba mirar algo dócil cuando sobrevino
la corriente y los desterrados llenaron la vereda
con sus lamentos bailes y gritos toda una
muchedumbre de solos incitando al espasmo
acaso suponiendo cuánto mi cuerpo por años
ha querido moverse

44
adelantándome supuse dispersaría esa imagen
difusa lo supe cuando arrojé mi cuerpo al
pavimento inconsistente las risas repletaron
un cuarto al que no sé si vuelva demasiada
gente interrumpiendo la posibilidad de adentrarme
y me inclino

a quién contenta observo y pienso cuánta razón


tendrá ella en sonreír sin ser advertida sobre el
daño
y una vez arrojada no decide hacia dónde
simplemente
avanza sospechando lo que sus pasos invierten

cuando canto alzo la voz en vez del aliento


contemplo el paso del tiempo como una nueva
ruina que elijo entre las joyas de una familia a la que
no pertenezco deposito en este arrojo poco o mucho
has leído mis gestos en la multitud indiferente que
observa a los vagabundos pernoctar fuera del
casino
como una paradoja vigilante del futuro

45
camino según el sentido del tránsito porque
mi situación invade las calles y suburbios en este
venir haciendo lo que ahora me complace no
sabía cuántos pasos puede una ciudad contener
cuando se la recorre cargando un impulso violento

voy trazando un mapa incierto y las manos


de otro persisten en el truco la música que
escucho fuerza al tobillo la cabeza se inclina de vez
en cuando para visualizar nombres de bancos y
nuevos logos a los que aferrarme por poseer algo

me concentro en lo que salí a buscar


este arrojo casa vacío gente
un mazo de cartas manipulando el sinsentido
y las sombras de los que se alejan y acercan
se alejan y acercan nadie sabe leer las andanzas
por apuro o por sospecha cuántos más
habrán echado su cuerpo al descampado de la
noche
cuántos decidieron estrellarse contra el asfalto de
un país
que no buscaron por oscura nadie entiende
cuando la mirada anda baja o sube para averiguar

46
lo que nos apacigua

una ciudad establecida en la punta de una mano


que elije una pieza al azar o por táctica y
luego la convierte en otra mano en otro juego
en otra ilusión de salida en otra disposición a la
pérdida no más entregarse a las excusas dije
ni complacer a la tensión de una ciudad abierta
impacto en el suelo canto y se me pasa

47
amarme en resistencia

amarme en resistencia
siempre a la contra de mí misma
buscándome y necesitando encontrarme con
urgencia y a pesar de mi cuerpo
el cuerpo que se toca
se contrae en nombre de otro
en nombre de otro es mucho más simple
efectuar el rasgo del placer
tocar
hundirse en nombre de uno que existe
sólo a través de su falta
o de su desaparición

pero tocarse
abrirse en nombre de una misma
enfrentando el quiebre tras la propia mano
haciendo fuerza por quedarse
porque la mano quiere permanecer rasgando
alterando el ritmo del cuerpo
que se retuerce encima y adentro
se fisura en la resistencia
se dobla en mitades que no conocía
se levanta
cuerpo adentro se levanta
tras la zona del desgarro

conmigo y con ella que somos la misma


a veces nos encontramos con preguntas que
persisten
el cuerpo tejido pregunta cuando menos se escucha
y el contorno de una de nosotras se marca más
que el de las niñas que solo saben
gritar un nombre contemplado a la distancia
como si fuera un espejo que se borra

crezco en la resistencia y me
expando en la mano que me agita
querría con esa misma mano dibujar el deseo
que espanta a mis dobles
que amanece antes que yo, agitándose
entre paredes de sábanas que no
graban el sueño

49
mi resistencia, el trabajo que no pido al dar
el ojo inquieto que se abre y que no miro al desear
a la contra me sé todos los nombres que
me pusiste encima como en un peldaño
o que escribiste bajo mis piernas cuando
no supiste nombrarme sino con todas las otras
que soy

a la contra en contra de mí
descontrolada por esta mano que igual
cuenta y escarba
la que de pronto se concentra en cartas
estudios
textos solos que se cierran contrayéndose
porque el tajo les hace la contra

amarse a pedazos y sin forzar la búsqueda


tras los huesos no es un destino
las cuentas que mantengo con este enjambre
no se disipan
hay el mero ejercicio de arder
a través de la palabra o el rasgueo

pero yo

50
yo te contaría el deseo de memoria
y como si no lo supiera me acercaría a tu oído fino
a deletrear mi goce deformado
mi deseo forjado por culturas que detesto
mi deseo tan abismante al borde de mis carnes
y mis gestos
este deseo de lengua madre
en contra denegado
tantas veces objetado
en la imposibilidad de no verse en sus ritos
se aproxima músculo adentro
fracturado jactándose de una
complejidad salvaje

quiero verme prender y resistir a la


infección que como el amor
se propaga a través de mi saliva
porque tanto de contagio se ha enfermado
esta boca mendiga
y por tan poco arder
no ha permanecido intacta

gástame el cuerpo
viola el rostro que ves

51
cuando liquidados los esqueletos
se golpean combatiéndose en su individualidad
alejándose de la persona que ahí convive

por qué nos cambia el goce


cuántos podemos ser al incendiarnos
elige el cuerpo que tengo para ser
disfrazado cuando sea el momento impulso
de cambiarme por ti, de ser esa otra de mí
la otra que se sabe para ti y que nunca más
será contra nadie

bautízame nómbrame pregúntame quién soy


y por qué he llegado hasta este intervalo
me faltas tanto en el cuerpo que siento
al vacío vibrar desde mi estómago
quebrar la columna
arder en el cuello inconsistente
hasta cortar la atmósfera

me afirmo hurgándote
te encuentro hurgándome al centro de mi herida
ven a bañarme con tus halagos de padre con tus
insultos de poder

52
ya estoy toda ofrecida en mi objeto
soy mi objeto
tómame y presiente lo que viene
sácame del fondo
tantas contra mí me han alejado de mí
arrójate a mí acércate
encuéntrame si no estoy
reúnete conmigo en mi nombre
por si no he venido

53
todo dura tres segundos

veo el corto de Svankmajer sobre la comunicación


y lo primero que pienso es que más bien se trata
de otra cosa
dos seres café oscuros
de un material moldeable y aceitoso
se enfrentan
sentados a una mesa como si fueran a conversar
pero se tocan
se funden el uno en el otro
se mezclan
se separan
y se vuelven a enfrentar
a veces aparecen de nuevo como figuras autónomas
un rostro de placer sobresale por entre la masa
de huellas, movimientos y sentidos
y se apartan y se vuelven a fusionar

entonces me pregunto
si acaso no fue eso lo que nos pasó

54
acaso no fuimos atraídos y repelidos
por aquello que nos hizo
triturarnos y odiarnos dulcemente
devolvernos ese pedazo que era de los dos
arrojarnos ese resto a la cara y
escupir sobre el rostro del otro
el hecho de habernos sentado en la misma mesa
a observar nuestras vidas ocurrir
y acaso eso que duró tres segundos
—porque todo lo inasible dura tres segundos—
se endureció también como el material del que
están hechos los seres de Svankmajer
o se deshizo a causa de la multiplicación de esos
segundos
se hizo piedra
se hizo espuma
o tan solo volvimos a convertirnos
en esos otros
que no sabemos muy bien de qué están hechos
ni cómo fue que se encontraron
para tocarse
para escupirse
deshacerse
apaciguarse

55
para ser
más que para escribirse

56
la señora del poder

al fin converso con la señora del poder


quiero salir de la sala de clases, le digo
usted cree que podría ubicarme en algún puesto
de mí solo puedo decir aprendo
y mantengo esta antigua obsesión de caligrafiar
pieles como papeles
no tardo demasiado en perderme en su peinado
los ojos parecen dormidos hace años, le digo que
me cuesta despertar temprano pero que podría
esforzarme en dejar los somníferos y
cuando hable en voz alta, estoy segura de que
mi boca podría renunciar a aquella inmensa
tentación
de –tratar de- decir a l g o

se ahoga su mano dentro del bolsillo peinado


insiste en que tome unas pocas horas de clases
dentro de la (j)aula
porque tu apuesta podría ser trabajar con chicos

57
realmente interesados en el lenguaje y me pregunto
si yo apenas me la puedo con el lenguaje y por eso
mismo cada noche dejo un poco este miedo de lado y
a veces hasta coraje tengo de poder redactar
este pésimo equilibrio
las palabras siempre me quedan dando vueltas
en la cabeza como moscas o a veces van más lejos
y desertan de las uñas, pero nunca del cuello
sigiloso
que aguarda el tirón

ingrato sueldo me imagino cobrando


tras el silabario educativo que dibuja, cuántas veces
habrá ella concursado por ese cargo que se dice
supervisa el funcionamiento a largo plazo
de una maquinaria que subsiste a pura grasa del
Estado
entonces mi silencio se tienta hacia lo más profundo
y quisiera no volver a dirigir palabra alguna
a ese cabello atascado en la mueca de su
movimiento
nadie sabe lo que la ley dirá este otro año, pero
deberías postular con unas pocas horitas a trabajar
con los mejores elementos que tengamos

58
empequeñezco cada segundo más en el intento
de responder por planes que no tengo
improviso un gesto de aparente pasión por lo que
me comenta, mientras mis manos se van muriendo
sobre las piernas rígidas y ya congelada en el
asiento
me hundo en su idea de poder que se adelanta
a su idea de noción que se adelanta a su noción de
atisbo
podrías pensar en la convivencia escolar ¿por qué
no intentas coordinar una entrevista con el
encargado
de planificación?

y este estómago de hambre se va quedando espeso


usted no sabe lo que es no creer ni en la puta suerte
y yo no sé lo que es escalar dentro del peinado
social que
ahoga al gesto
no sabe que la doctrina quiebra el seso
no sabe que la peor manía del Estado ha sido la
municipalización
no sabe que la prioridad no es la carencia ni el
desamparo

59
usted no sabe siquiera —cómo podría— intentar
reconocer a un sujeto
calificado desde el error

yo lo único que sé es que quiero salir


y usted lo único que no sabe es entrar
a la noche que sigue cayendo sobre nuestras
diferencias

60
Eugenia Pérez Tomas —Buenos Aires, 1985

Escritora, directora y dramaturga. Escribió y di-


rigió Un futurista ciego, Las casas intimas, Ro-
dolfo, Beatriz y Fantasma Unicornio, Disparo de
aire, En lo alto para siempre y ¡Recital Olímpico!
(las dos últimas en coautoría y codirección con
Camila Fabbri). Publicó Hacer un fuego, libro que
recopila parte de su producción teatral (Rara
Avis Editorial, 2019), y Frutas tardías, su prime-
ra novela (Paisanita Editora, 2019). Los buenos
deseos, su primer poemario, será publicado por
elefante en el próximo mes.
Las versiones de un Kimono

La primera versión que recuerdo es la canción


Duerme negrito en voz de mi mamá. Era una can-
ción que le gustaba mucho, no lo hacía para mi
hermano o para mí, era música de cuna para ella
misma. Después escuché la versión de Merce-
des Sosa. Varias veces en Youtube.
Tiempo después, Ella también, disfrutaba ha-
ciendo los coros de un cd que venía con la novela
de Laura Esquivel.
En 1994 el pop nos separó: Ella con Chayane,
Ricky Martin. Yo con Luis Miguel.
En algún momento se escucha distinto.
Mi mamá, Ella, escucha sirenas. Yo no sé.

¿A dónde correrse cuando suenan todas las si-


renas a la vez?

62
*

Los ruidos tienen versiones.

Entre los ocho y los doce años sufrí otitis cróni-


ca. Eso provocó una perforación en el tímpano.
Pasé los veranos sin meterme al agua, ni siquie-
ra con los tapones. Probé unos flúores naranjas
que venían con una tirita, casi anteojos de ore-
jas. Tampoco sirvieron las bolas de cera que se
adaptaban a la forma de cada oído. Era así: yo
hundía la cabeza y el mundo me presionaba des-
de las muelas hasta el punto de estallar. Preferí
ver las bombas y palitos de los veraneantes. Así
desarrollé mi talento para la actuación. Pretendí
que todos en enero me crean bien bajo el sol. El
tímpano perforado pareció regenerarse porque
al hacer la audiometría del examen a la univer-
sidad de arte dio parámetro normal.

63
La exclamación dentro de la mente existe y se
hace escuchar: ¡Qué el miedo no se lleve todo!

En el momento en que la exterioridad bulle como


un búfalo, intento seguir el ruido del pulso de un
animal cerca.

¿Qué escucho?

Las palabras y los números pueden marear. Las


cosas de la casa son las cosas que pierdo, justo
esas que creo importantes. Siento un leve can-
sancio en los párpados que va in crescendo. Es
el adormecer en los párpados que me recuerda
lo que pierdo. Hago silencio cada vez que puedo,
hay algo que me hace creer que, en mi silencio,
las cosas saltan hacia afuera y hacen un sonido
particular. Nada de lo mío, de lo cercano a mi

64
tiene alarma, no sé porque entonces esta idea
mística de que puedo escuchar —no respirar sí
crujir— las maderas, los papeles y todas esas
cosas que pierdo. Mi papá más de una vez re-
pite el dicho que repetía su abuela: lo que no
se llevaron los ladrones aparece por los rin-
cones. Alguna otra vez lo escuché: si no se lo
llevaron los ratones… Me pierdo en lagunas
del pensamiento. A veces, el cerebro que llevo a
cuestas es un manantial líquido, aunque puede
ser entendido como algo poético, más significa
que hay unos puntos ciegos y blancos que me
habitan y por los rincones están las cosas que
pierdo. A la vez, quien vive conmigo confirma
que escondo las cosas y que impongo la sensa-
ción reina, la casa se convierte en mi dictamen
vacilante al resto. Curioso, porque yo solo las
pongo en lugares, para que justamente no se
pierdan. Ah, suspiro. 47815862 es el único te-
léfono que me sé de memoria. 47815062 el nú-
mero solicitado no corresponde a un abonado
en servicio. Llamé. Hace años que no lo hacía.
Cuando no había nadie, un contestador decía:
Gloria y Jorge. 2254 departamento 3. Son los

65
números que me aprendí por si me perdía. Cla-
ro, yo pierdo cosas, y si por la fatal causa no
podría volver, la casa del contestador era mi
norte, o mi casa. Para no perderme aprendí de
memoria esos números. Tengo la memoria y los
números.

En 2009 me hice un usuario de Facebook y aun-


que no logré una participación constante, sí rá-
fagas de actividad. Si pudiese poner cuerpo a
lo virtual sería una semilla de lino. Justo para
alimentar a un pájaro (las redes en dosis). Una
de las joyas que encontré en la navegación fue
un juego de publicaciones de poesía. Una se-
rie de reglas que recuerdo vagamente. No las
cumplí. No por rebeldía, fue falta de conexión.
En el arrojo al que lanzamos nuestros intereses
e inventamos el círculo exacto al cual pertene-
cemos, me alisté como capitana a El Kimono de
José Watanabe.

66
El Kimono

Mi padre y mi madre eran sombras dispares


que ahora, muertas, acaso se encuentran más.
Yo recuerdo: él le regaló un kimono
y ella lloró en silencio
porque una gracia así
no concordaba
con su amor tan austero.
En la espalda del kimono
saltaba un salmón rojo.
Sobre los hombros de mi madre, el pez
parecía subir por la cascada de sus cabellos,
hermosísimos y azulados cabellos de mestiza:
Una bella imagen que ella no podía ver.
Dígasela usted, padre,
para que deje de llorar.

Quizás porque ponía imágenes nuevas a la can-


ción de siempre. Hay días que aparentan ser un
salmón saltando y otros la cabellera abultada
que recibe peces del acuario. A mi mamá le gus-
ta peinarse frente al espejo.

67
*

Hago mi versión:

Poema a la madre
Pienso en las veces que te di la espalda.
Vos en cambio viste un salmón saltando
hacia mis pelos,
como si yo vistiera un kimono.

68
Juan Santander Leal —Copiapó, 1984

Sus últimas publicaciones son: La destrucción


del mundo interior (Overol, 2015), Hijos únicos
(Overol, 2016) y la plaquette Nueve lugares (Cua-
dro de Tiza, 2017).
Una somera orden,
algunos fósiles,
la miel está contaminada,
los árboles han dejado de regarse.
Por exceso de calcio
la hija es enviada al sanatorio
con su ortografía de arenisca.
La narrativa debe continuar
como una enfermedad y su remedio.

70
1997

Pueblo contemplado con las líneas de la cara


casas que no saben dónde entierran a sus hijos
duna donde observas en la tarde a los que
huyen
otros que preparan la corbata y los cuadernos
tiempo malgastado bajo el sol de la mañana
cápsulas que esperan en un borde de la mesa.

71
Bus al norte

Cae la noche y cae mi cabeza


directo en tu hombro izquierdo,
así tratamos de dormir en el bus
y ambos acostados formamos

un valle con poquísima agricultura:


olivos y almácigos de cebolla
como manos verdes en el patio
de una casa donde ya no vive nadie.

Cierras los ojos, estiras la trompa,


y me dices que estás aburrida.
Afuera hay viñedos secos y una luna
que nos espera para congelarnos.

Yo pongo una mano en tu pecho,


justo delante de la división
entre lo que voy a recordar de ti
y lo que voy a tener que olvidar.

72
Los pulmones se amontonan
a las siete de la tarde.

En la bahía
descansan botes
cuya madera
sirve de espejo a los insectos.

La espuma los golpea


como el traje de un payaso blanco.

La humedad come
algas de fierro
quedan anzuelos por todas partes.

El día termina
entre los muelles
al fin se esconde
la avaricia de quien habla.

73
Las rocas protegen la bahía en posición fetal
y no se vuelve a pensar en lo que entra
desafilado en la memoria
y no se vuelve a pensar en lo que el mar
sutura rápido.

Qué ansia tiene la aldaba que toca las puertas


del aire
por tu pelo negro
largo
liso
grueso
los acantilados fueron hechos a mano.

Era fácil para ti transmitir la locución de las


olas
cuya espuma no es ni del día ni de la noche
queríamos vivir en una jaula como los
canarios.
El último mes mis pupilas formaron un clavel de
sedimento
y tú te fuiste entre las dunas
como entre mis huellas digitales.

74
Camila Fabbri —Buenos Aires, 1989

Escritora, actriz y directora. Escribió y dirigió las


obras Brick, Mi primer Hiroshima, Condición de
buenos nadadores, En lo alto para siempre y ¡Re-
cital Olímpico! (las dos últimas en coautoría y co-
dirección con Eugenia Pérez Tomas). Ha escrito
para Inrockuptibles, el blog de Eterna Cadencia,
Clarín y Culto. Los accidentes, su primer libro, se
publicó en Argentina (emecé/notanpüan, 2016)
y fue reeditado tanto en México (Almadía, 2019)
como en Chile (elefante, 2019). Recientemente
publicó su primera novela, El día que apagaron
la luz (Seix Barral, 2019). Coordina el área de Li-
teratura del Municipio de San Isidro.
fragmento de No hay nadie

Andrés cierra los ojos porque no quiere verme.


Está a punto de acabar, lo sé porque los labios
se le arrugan como el ombligo de una naranja.
Me agarra fuerte de la nuca y yo le digo que
no haga eso, que no me arranque el pelo por
el amor de Dios. Se ríe. Andrés me acaba en el
estómago. Busco una toalla, dice.
Siempre que sale caminando rápido le miro
el final de la espalda y el culo. Pienso en esta-
tuas de cuerpos desnudos, líderes que no sé
quiénes son, en parques que a nadie le impor-
tan. Vuelve con el toallón que puse limpio en la
ducha esta mañana, ese que tiene la cara de
una niña con superpoderes. Me lo pasa por el
estómago pero es inútil, el aceite de su semen
va a quedar adherido por horas. Se recuesta en
la cama para normalizar la presión sanguínea
y me abraza.
—No quiero acabar adentro. Perdón.

76
Le respondo que está bien, que no hay proble-
ma, y me imagino un matadero de vacas. Andrés
no sabe cómo decirme que no me quiere más pero
coger de vez en cuando nos hace bien. Somos un
nudo de pelo espeso que se está desenredando.
—¿Te conté?
Le respondo que no.
—Del vecino del sexto piso, ese que es gi-
gante y tiene un perro pequinés. ¿Sabés quién
te digo?
Le respondo que sí.
Anoche tuvo una ausencia, me cuenta. Le
dicen brote psicótico. Estuvo horas y horas ha-
blando con su perro. Después lo bañó. Al rato
mezcló bebidas blancas con Fernet con coca,
cerveza, todo lo que tenía en la heladera y se tiró
rendido en la cama. El perro estaba justo debajo
de él y lo aplastó. El perro murió en el acto. A la
mañana siguiente vino la guardia canina y se lo
tuvieron que llevar.
Le pregunto si vio algo y me contesta que no.
—Esta mañana apareció con un cachorro
nuevo. La misma raza, el mismo color. ¿Sabés
qué nombre le puso?

77
Le respondo que no.
—”Futuro”
Andrés se levanta de la cama y se ríe. Yo no
le veo la gracia. Mi cuerpo desnudo ya no le
provoca nada. Parezco un muñeco de plastilina
manoseado con rabia. Me da un abrazo como de
felicitación por una medalla en campeonato es-
colar. Me moja el lado derecho de la cara con su
transpiración. De verdad siento náuseas. Des-
pués se mueve hacia la cocina y me grita algo
que no le escucho. Sale apurado por no llegar
tarde a su partido de fútbol y mientras puedo
oír al vecino está hablando con el cachorro otra
vez. Pienso que no está bien quedarse sola con
esas voces. Enciendo el televisor. En un concur-
so intentan cortar una manzana a la mitad, debe
ser con absoluta precisión. Ninguno de los con-
cursantes de la Capital y de Provincia lo logran.
La exactitud es un desvarío.
Se me cierran los ojos pero no hago caso.
Todavía no me quiero dormir. Acaricio a Robin
que esta noche está inquieto porque hay dema-
siadas ambulancias dando vueltas ahí afuera.
Salgo al balcón para ver qué pudo haber pasado.

78
Robin camina conmigo. Es tan grande este perro.
Lo quiero tanto y a la vez, lo dejaría atado a un
poste en la puerta de cualquier supermercado
chino, me miraría mientras me voy y saltaría y
lloraría, despedazaría su cuello peludo agarra-
do a esa cadena al poste. Tendría horas de tris-
teza ahí hasta que alguien se apiadaría del pobre
perro. Tener una criatura peluda tan grande en
un departamento medio vacío no es un asunto
global. Pero no, querido Robin, jamás te haría
eso. Te voy a seguir sacando a pasear, voy a lim-
piar tu mierda con bolsitas de plástico, te voy a
bañar en la bañera dos veces al mes porque en
una peluquería canina me sale demasiado caro.
No permitiré que duermas conmigo porque no
soy esa clase de personas pero dejaré que me
sigas lamiendo la cara porque sí. Robin y yo mi-
ramos a través de las rejas del balcón. Ahí abajo,
Andrés todavía intenta subirse a su auto. No lo
logra. Puedo oírlo maldecir. Pobre treintañero,
todavía es tan niño de ocho con anteojos. Aun-
que me acabe en el estómago y tenga un desa-
pego maligno, sigue siendo una miniatura que no
sabe qué hacer cuando no encuentra una llave.

79
Por encima de él o allá adelante, en la esquina
de un hospital público, puedo ver una bicicleta
dada vuelta a mitad de la esquina y una chica
haciendo juego, con casco, apenas moviendo
las piernas así como hace una cucaracha mal
pisada. Está viva, claro que sí, y la rodea una
ambulancia. Robin ladra porque ve a Andrés,
pero Andrés ya encontró la llave de su auto y
se dio a la fuga. Ya descargó todo lo que tenía
dentro, ahora podrá meter goles o romperse la
rodilla en una corrida furtiva hacia el arco. Pero
la chica sigue tirada en la calle y hace eso de
mover las piernas y brazos. Tres monjas salen
del Hospital católico de la esquina para soco-
rrerla. Sí. Están vestidas con sotanas blancas y
ayudan a una chica atea. Robin sigue ladrando,
ahora a la sirena de la ambulancia, le pido que
se calle. Se lo digo de mala manera. Perro tonto.
La chica sube a la silla de ruedas y a las tres
monjas se les ondulan las cofias porque ya llegó
el viento del otoño. Estoy sola ahora, mirando
la resolución de ese accidente. Se habrá roto
algún hueso, mañana tendrá yesos, la visitarán
sus parientes o su pareja. Menos mal que usaba

80
casco, pobre cabrita despoblada. Tengo una mi-
rada insistente para los desastres. No hay caso,
soy público ansioso. La chica ingresa en el hos-
pital llevada por tres monjas y alguien desactiva
la sirena de la ambulancia que finalmente nunca
despegó. Ya tengo frío.
Robin se hace un bollo en la orilla de la cama.
Yo me pongo aloe vera en el bozo para que no se
me arrugue. Ya tengo treinta y ocho años, esas
cosas ya me constituyen. Hay un momento de la
vida en que combatir el pliegue de la cara es la
actividad principal.
—Robin, ahora te quiero pero no te voy a
querer siempre.
El perro mueve la cola y yo apago la luz. Pienso
en Futuro, el cachorro ridículo del vecino que se
brota. Aunque en el fondo yo pienso que es al re-
vés. Los perros duermen, nosotros enloquecemos.
Buenas noches.

—BONUS TRACK1

https://youtu.be/JVsdIrbf0Tc

1 Canción compuesta por Camila Fabbri y Nina


Suárez en base al fragmento de No hay nadie.
81
Julieta Marchant —Santiago, 1985

Ha publicado Urdimbre (Inubicalistas, 2009); Té


de jazmín (Marea Baja, 2010); El nacimiento de la
hebra (Edicola, 2015), parcialmente traducido al
inglés como The Birth of Thread, traducción de
Thomas Rothe (Tinfish Press, 2019); Habla el oído
(Cuadro de Tiza, 2017) y Reclamar el derecho a
decirlo todo (Pez Espiral, 2017; Jámpster eBooks,
2019). Es codirectora de los sellos Cuadro de Tiza
Ediciones y Editorial Bisturí 10.
fragmento de En el lugar de
la mano, el ímpetu de un río

Tuvo la fantasía de desaparecer. Dejar sus co-


sas y las curvaturas que les corresponden, ce-
rrar la puerta de la casa, mirar la casa desde
una distancia, distanciarse de la lejanía. Camu-
flarse con el tiempo, adaptarse, asumir la forma
de un animal. Una lagartija, por ejemplo. Mimeti-
zarse con las señas de un paisaje y abrir lo que
por límite entalla. Comprende, sin embargo, que
desaparecer significa abandonar la presión de
otro cuerpo, de uno que conoce y que equilibra.
Traza una línea e intenta asirse a ella, dibuja
un camino en el bosque con la mirada. A esta
distancia, y en este punto, ve algo que arde, una
fogata, lo que fue una fogata o lo que será el na-
cimiento del fuego. Lumbre el hogar. La idea del
fuego se encuentra con la idea del frío y se con-
funden. No quisiera huir sino apagarse. Y luego
reanudar la tarea de quien escribe pensando en
extremos que se tocan para desalojar la noción

83
de extremidad. En el lugar de la mano, o donde
debiera haber una mano, el ímpetu de un río.
O ese momento donde el río ya no es río sino
desembocadura. Confluencia, océano y luego
playa. Orilla, arena y después cemento. Vereda,
calle, pasaje y de pronto casa. Habitación y car-
ne olvidándose de la carne en una cama. Cavidad
del sueño. De alguien que sueña, abandona su
mano en un río y que, a pesar de ello, mueve el
brazo como si la mano siguiera ahí. Tomamos
aire y desconocemos los caminos que sigue el
aire para hinchar un pulmón. Hablamos y des-
conocemos los trayectos que hilvanan las síla-
bas para componer un sentido. Amputamos el
lenguaje para escribir. Amputamos una mano y
luego dices suturar.

Cuando un hombre va a morir le sobreviene un


espasmo ante la espera, la boca se abre con es-
fuerzo, con tirantez la vida intenta quedarse. El
sepulcro le presenta ante los ojos el origen en
su decadencia [al curso de las aguas vuelve].

84
Saber del propio peso
objetar la ingravidez.
Qué queda
cuando el cuerpo se inunda
o se quema.
Se fuga un volumen
caduca y estanca
modifica el espesor en el agua.

Escribo pensando en el instante en que una cor-


teza se abre. En que un erizo se extiende. En que
la apertura nos daña y rompe la continuidad de
un pálpito, la constancia de la temperatura, la
postura de un cuerpo al que creemos pertene-
cer. Agito las palabras que conozco y que se me
hacen familiares. Espero que digan algo en el
movimiento que va de mi mano a las formas que
las componen. Pasa un gato entre las ideas y
las palabras y se aquieta. Se queda de pie en el
espacio que separa letras que desean reunirse.
Nos miramos y no podemos entendernos. Nos
tocamos y no podemos entendernos. La cercanía
de su cuerpo me alivia y no podemos entender-
nos. Un humano y un animal se abrazan en el

85
lugar preciso en que la compresión se retira.
El tiempo de un humano y el tiempo de un ani-
mal miran la muerte, la exigencia de finitud que
es la primera condición para habitar. Y la dejan
pasar. Estrechar un cuerpo es dejar pasar los
objetos por el lado. Cada obstáculo entre un lí-
mite y otro. Escribo aprisionando el instante, el
momento que separa lo que está de lo que ya
no está más. Estiro el presente en la mirada. Tu
mirada que me mira.

86
Diego Materyn —Buenos Aires, 1983

Publicó Frenesí del conejo universal (Mansalva,


2015). Cuentos y poemas suyos han integrado
distintas antologías. Una versión extendida y de-
finitiva de su primera novela será publicada por
elefante en los próximos meses.
Recuerdo de verano

Una escena, casi nada. Visualmente es muy po-


bre: mi padre, con una edad cercana a la que
tengo yo ahora, nos acuesta a mi hermana y a
mí y nos da el trágico besito de las buenas no-
ches. No es un trágico besito cualquiera, porque
añade a la ceremonia un elemento inesperado y
genial, que así escrito puede que no resulte ni
inesperado ni genial, pero la prueba está en que
si un niño ciego a todo placer que no tenga la eti-
queta que lo certifique (ese era yo) logra olvidar
los motivos para no reír, y aun reír, y aun lograr
fuertes contorsiones de verdadera risa, algo
interesante tiene que estar haciendo mi padre.
No es por nada. Tal vez ni él mismo se da cuen-
ta, pero es creativo a veces. Es probable que
la ceremonia se repitiera más de una vez a lo
largo de nuestros veranos y así trazara un sur-
co en mi memoria, pero alquilábamos una casa
distinta cada año y mi recuerdo está asociado

88
a una casa en particular, con lo cual no puedo
estar seguro. La escena transcurre en una ha-
bitación donde nada parece hecho de materiales
muy nobles, esas casas de lugares de veraneo
destinadas al alquiler. Yo tengo unos ocho años
y soy un chico inquieto; mi hermana tiene cuatro
menos y me admira con locura. Lo que hace mi
viejo es entrar a nuestro cuarto cuando ya es-
tamos cenados, bañados y acostados, cuando el
velador en medio de las camas es la última luz
encendida, y entonces: nos ajusta las sábanas.
Sólo eso. En algo que ni siquiera es un juego nos
ajusta las sábanas y también las frazadas, pero
lo hace con fuerza excesiva, y entonces, como
estamos boca arriba, de cara al cielorraso, el
pecho se nos comprime. ¿Qué hay de fascinan-
te en un pecho comprimido? Hace poco leí a un
escritor describir una angustia repentina: bas-
tó que cierta mujer dijera unas pocas palabras
para que él sintiera un caballo patear contra la
cara interna de su pecho. Pude imaginar el dolor
que el escritor describía y pensé que también
vendría acompañado de una muy pequeña dosis
de placer, por esas complejidades que tiene el

89
amor. Tal vez sería el placer de sentir muy in-
tensamente, de confirmar (porque quién puede
estar seguro) que somos un hombre entre hom-
bres. Algún día alguien se ocupará de inventa-
riar los efectos en los pechos para cada tipo de
angustia. En el caso de mi viejo y las sábanas,
la compresión era mucho más agradable que
dolorosa, aunque una cuota de dolor tenía. (Por
otro lado, venía desde afuera). Parte de la gracia
estaba, supongo, en la destreza física que me-
diante ese truco él demostraba para nosotros.
Con una sola acción seca, precisa, implacable,
apretaba las sábanas entre la cama y el colchón.
Siempre consideré a mi viejo un hombre atlético
y fibroso, y ahora que lo pienso siempre me gus-
tó verlo realizar cualquier tarea física. Hasta el
día de hoy sus movimientos son nítidos y contun-
dentes y siguen un patrón que de alguna manera
hace juego con su personalidad.
Tengo que decir que esta mañana murió su
padre, mi abuelo, un hombre ya grande y consu-
mido que vivía enteramente entre sueños, salvo
por unas breves rendijas de lucidez en las que
abría los ojos y miraba un rato perplejo a quien

90
tuviera enfrente, hasta que sonreía como si re-
conociera a un famoso de la televisión. Nunca
fue muy querido por la familia, y mi viejo era el
único que no contaba los minutos esperando a
que muriera. El resto sí, el resto queríamos que
se muriera de una vez, y cuando lo internaban y
sobrevivía era como si nuestro equipo hubiese
malogrado una oportunidad de gol. “Eso que tie-
ne no es vida”, “No te deja dormir a vos”, “Cómo
te hace correr”. Murió hace unas horas, la noti-
cia todavía está corriendo entre los familiares.
No sé de los procedimientos para este tipo de
cosas, tal vez hay alguien que ya tiene la tarea
asignada, pero creo que es deber de mi viejo ha-
cerlo entrar en el cajón. Va a hacerlo bien. No
va a pensar dramáticamente en todos los que
cargaron a su padre en brazos antes que él, ni
a pensar en la finitud irreparable de la vida que
abarca desde el animal más feroz hasta la flor
más blanca, sino que va a mirar el hueco rec-
tangular y a buscar la manera óptima de hacer
su trabajo, evaluando si los pies, los glúteos o la
espalda son el mejor punto de apoyo, y entonces
lo extenderá, lo apoyará sobre el fondo con la

91
delicadeza de una nave al descender sobre la
superficie lunar. Con una mano entre los pelos
todavía abundantes cuidará que cabeza no se
golpee. Puede que lo atraigan las volutas de la
madera y piense “Cedro”.
Haré un intento por explicar mejor el recuer-
do que traigo aunque para eso deba ponerme
en el cuerpo del hombrecito que fui a los ocho
años, ejercicio que me resulta impresionante
en el peor sentido, como ponerse una remera
empapada en el sudor de otro. Mi hermana y yo
en el cuarto. Ya cenados, ya bañados. Mi viejo
entra. Nos da el trágico besito de las buenas
noches y ajusta las sábanas, o tal vez ajusta las
sábanas antes del trágico besito. Como decía, la
sensación es molesta o dolorosa pero placente-
ra (quisiera decir molesta y entonces placente-
ra, y creo que todos entenderíamos). Es el pecho
aplastado pero no desde arriba y no por un ma-
terial pesado, sino desde los costados y por un
material liviano y delicado; fino, aunque no sea
la mejor sábana. El recuerdo viene integrado por
otros placeres, rociados de euforia: mi hermana
y yo, que todavía no somos demasiado amigos, y

92
nos faltan muchos años para tomar nuestro pri-
mer café importante, nos carcajeamos de cama
a cama, sin ganas de dormir, por la experiencia
compartida. Exagerando los efectos de la pre-
sión, hablamos en voces ahogadas. Tosemos.
Tal vez alguno de nosotros dice “Se me aflojó el
costado”, y entonces mi viejo, eficiente, se acer-
ca y lo vuelve a ajustar. No creo que yo piense
Estamos pasando un gran momento en familia,
pero calculo que él sí. Él nos contempla de pie y
sonríe con veinticuatro dientes y no se apura a
intervenir de nuevo. Debe ser algo bueno ver reír
a tus hijos, recordar que las cosas pueden ser
así de simples. Tal vez más tarde, ya en su habi-
tación, necesitó compartir con mi vieja su alegría
y habló de sábanas y de toses, aunque dudo que
se haya hecho entender. Su especialidad nunca
fueron las palabras. Su especialidad, diría yo,
son los materiales: la madera, el acrílico, el hie-
rro, el aluminio. Muchos años atrás, quizá in-
cluso antes de que mi hermana naciera, guardé
durante horas los fragmentos de mi quebrada
galletita, confiando que a la noche él buscaría su
caja de herramientas y sabría arreglarla.

93
Emiliana Pereira Zalazar —Santiago, 1990

Ha publicado en revistas y plaquettes y un li-


bro de poesía titulado Nada es hombre, nada
es tierra (Overol, 2017). Es codirectora de la
editorial Bisturí 10.
Ella es un pueblo, situado en medio del cerro rodeado
por unos cuantos torrentes y en el
corazón un lago, año a año más seco. En Ella vive
gente que poco sabe
de la vida citadina
pasan largos ratos de sus vidas contemplando el
acontecer de las plantas, los mugidos de las
vacas y aprenden a imitar ciertos gestos de uno u
otro animal, la caída de una u otra hoja y
se pelean por quién es capaz de retozar más tiempo
sobre sus ancas.

95
En el pueblo llamado Ella, dos niñas solas viven
una escondida de otra
se siguen los pasos desde lejos.

¿Cómo cazar un dedo? Se pregunta la niña más


pequeña,
pone mano semejante a una pistola
y apunta a la otra desde el cerro.

En Ella, tres de cada dos criaturas nacen muertas,


largas sometidas desde el inicio a la tierra
y balanceadas por el aire del desierto.

Una de las muertas, trata de saltar a lo más alto


a ver si llega al cielo
sin embargo está destinada al bajo y hondo mundo.

Niña pistola en mano, deja de apuntar todo el


entorno,
se camufla con lo gris, lo café y lo negro
se pone a cavar hasta crear un hueco.
Allí, enterrada bajo arena, trata de mover los dedos,

96
la inmovilidad apremia, se desprende su cuerpo
entero,
hueso por hueso.

97
Una mancha ha aparecido a la orilla del lago,
color rojo fluorescente, se descarta en seguida
que fuese sangre.

Los habitantes del pueblo han comenzado una


investigación paupérrima
y es por eso que desde el otro lado del estero viaja
un hombre con pico de gallina.

Subido sobre un ave que dicen es su propia madre,


suelta un saco repleto de azules piedras
que caen duras sobre el piso,
a regañadientes esboza un ladrido y comienzan
los susurros entre todos los del pueblo.

¿qué es? se preguntan, y pronto olvidan el color del


lago, más del fondo, alejada de la gente
una mujer pecho de piedra se abre paso entre el
murmullo.

¿Vienes a quedarte con la mancha, ladrón perro


ave, bastardo? De qué dupla sexual nació
tu cuerpo, aborrezco todo lo tuyo,

98
mas el hombre se desencorva y alza con longitud
su pecho.

Vengo a beber de esta agua, vengo a alimentar a mi


señora, madre esposa e hija, somos
todo lo que ustedes no permiten. La mancha es
nuestra, ustedes no la quieren, más yo la
deseo con toda mi alma.

Luego de una gravital conversación, hombre perro


ave y su señora
se hincan sobre la orilla y con un concierto de
sonidos guturales comienzan a beber en
grandes sorbos hasta quedar saciados.

Esta ha sido nuestra última merienda, dice el


hombre, ahora nuestros cuerpos pertenecen a
quien quiera festejar con una cena portentosa.

Madre esposa e hija arranca el corazón de su


cuerpo, hijo padre esposo, tiene la delicadeza
de cerrarle los ojos y le pide luego a pecho de piedra
que lo maten a pedradas.
El pueblo sin espera alguna le da duro a la cabeza

Festejan con las carnes recién muertas hasta


saciarse por completo y esperan, sin si quiera
saberlo, el grito de la próxima venganza.

100
Niña o señora, no se sabe, tal vez mediana edad
observa,
sumida frente a una fotografía del mar y fondo
imagina el ruido, el oleaje.

En la finitud de cosas es capaz de observar la


infinitud,
cuenta un sueño a un oído que la escucha ¿y qué
pasa? le pregunta quien rodea con las
manos su cuerpo, ¿qué pasa luego de que te has
unido con las montañas?
Tonto, grita ella, hablamos del mar.

Una mano de las cinco que la rodean ha decidido


soltarla
las otras caen como las hojas en algún país. Sin
embargo, no caen, como así se dice, que las
hojas caen. Caen pesadas como cocos, pero no
caen duras. Caen blandas como aletas de
ballena en la orilla del mar.

Volvemos al mar, dice ella, tendida en la cama de


una pieza similar a la de su novio, señor

101
viejo, grande, barbudo y tosco, inteligente. Con dos
líneas rectas como cejas, fruncido ceño
que nunca ha mirado la belleza, solo pertenece a la
familia de quienes se paran sobre el
pulgar.

Las manos que ya no la sujetan, se rascan con la


uña un oído y le dice que siga, que le
cuente.
Pero el tiempo ya ha cruzado a otra esfera y se han
visto en el letargo alucinante de lo que
no transcurre. Oído quiere conservar con sus cinco
manos aquel instante como si se tomase
una píldora de agua.
Ella, niña o señora, tal vez mediana edad, no se ha
dado cuenta de lo nuevo, de la situación
actual. Ella coge un mechón de pelo y lo posa en la
punta de la cien, la imagen de quien
observa es rara,
porque el pelo no está donde debería encontrarse,
tocando sus hombros, posado sobre su
espalda, moviéndose como las olas del mar.
A ella le parece que la imagen cursi en que cinco
manos convierte lo inmenso, es

102
desagradable.

Aprecian en ese momento la suciedad de una


esquina,
cinco manos, ama las esquinas
ella odia las imperfecciones.

Bajan del suelo para arriba una manada de arañas.


Nadie grita y simplemente se dejan cubrir por lo
rojo y lo negro de esos cuerpos.

Se han hundido, allí.

103
Ha crecido sobre su muñeca un pez llamado
bacalao,
él lo ve balancearse, sin necesidad alguna de
sumergirse en el río,
sin embargo, porque él entiende la realidad de lo
submarino
ha llenado una vasija con agua y sumergida la mano
el pez parece haberse muerto.

Él no entiende cómo ha sido capaz de matar su


propia vida
y queda solo
como siempre estuvo.

104
Ha madurado el pantano, ahora le llaman estero,
sin embargo es cosa
de rascar levemente el suelo,
allí afloran las largas plantas babosas,
el columpio del árbol cae al suelo.

El agua estancada se marcha como río, ambiciosa


de llegar a la costa, pero cercano se
estanca de nuevo,

ha madurado el pantano
pero no podemos llamarle estero.

105
Ella lleva en un saquito
la mitad de su ciudad,
en la cantimplora aloja un tercio de la orilla y del
océano.

No ha querido todas las cosas del mundo,


pero sí varias,
la siguen de cerca los cuervos
sin embargo ella, al parecer, vivirá toda la vida de
las cosas.

Canta un lánguido lamento de entes que son in-


mortales,
el único nombre que repite
es el suyo,
no hay muerte
no hay vida
no hay pueblo, solo ella y su pequeña boca como la
línea de una abeja,
única inmortal se refugia
abrazada a un árbol aún nuevo.

106
Canta, ella canta
a ver si muere, aunque sea un cachito de su alma.

107
Maruja Bustamante
(Buenos Aires, 1978)

Se dedica a las artes escénicas desde los 8


años. Coqueteó con la música, la poesía, el cine
y las artes visuales. Es una entusiasta que es-
trenó mas de 50 obras alternando los roles. Co-
noció a muchas personas diferentes, armó gru-
pos, colectivas y familias. Gestionó ciclos, áreas,
festivales, fiestas, fechas y funciones. Da talle-
res para refrescarse, intercambiar y difundir
lo que aprendió. Editó sus textos en antologías
y revistas.
Vida de Lobos
—diario de terror—

Todo blanco
Cada mancha es un grito
Cada almuerzo un drama
Cada cena un castigo
La cachorra no para
La cachorra naranja vomita y caga
El macho imita la tragedia ajena
Enferma con la cachorra y caga
Almuerzo y cena con olor a caca
Mientras huela no pasa nada
El vaso medio lleno
Una elección
Sana
*

Un pez esta muriendo


El agua burbujea
Tiene un tumor cerca del ojo
Brilla como las luces de las bicicletas

109
Un foco de luz verde
El botón de la bomba atómica
El botón que no es el rojo
Los otros peces nadan
No pasan cerca
No se comen entre ellos
No se tocan tampoco
Se evitan
Ponen distancia
Distancia mortal

Tengo miedo de no poder decidir nada nunca ja-


más por siempre.
*

El ogro hoy se quedó otra vez en la cueva. No


sale para nada. Pienso que se está tomando sus
deshechos. Tampoco debe ser tanto. No come ni
toma líquido. No habla. Afuera estamos las otras.
Las malditas personas que odia. Somos seres
del odio. Sucias. Malas. Violentas. Gordas. Locas.
Putas. Feas. El ogro sale tarde cuando todas se

110
escondieron. Pero yo sigo ahí y trato de darle
una caricia. Pero el ogro solamente puede tener
un sentimiento a la vez. No tiene tiempo para el
amor.

Nos fuimos desesperades de la casa de las per-


sonas horrendas. El ogro me llevó con ella. Ya no
tengo libre albedrío. Ponete acá. No. Mejor allá.
No mejor no te muevas. Te dije que sí te muevas.
Pero no entendes. Sí. No. No entendes. No me en-
tendes. ¿No entendes que soy un ogro narcisista
que quiero que hagas lo que a mí se me cante
cuando se me cante?
—Sí, entiendo.

Hoy estuve callada todo el día. Esta vida de Lobos


es muy diferente a lo que yo imaginaba salvo por
una cosa: casi todos los días como carne. Carne
con papas. Carne con verduras. Carne con ensa-
lada. Carne con arroz. Carne con fideos. Carne

111
con buñuelos de acelga. Carne con papas, ensala-
da, arroz, fideos y mayonesa. Carne revuelta con
acelga y huevo. Pan de carne. Carne asada. Carne
blanca y roja. Carne con carne. Carne blanca, roja
y rosa. Cococó. Muuuuuu. Oink. Y duermo mal.

Me escondo para hablar con personas que quie-


ro pero que la ogro odia. Si se entera tal vez me
haga algo terrible como mirarme con cara de
ogro detenidamente durante siglos o no abra-
zarme a la hora de dormir. Hace mucho frío
como para negar abrazos. Hace muchísimo frío
como para ignorar el llanto de la otra. Hace tan-
to frío que siento como un gigante. Siento todo
enorme. Me conmuevo zapardo. Se me rompe el
alma cada mílesima de tiempo.

Ogro anda mas contenta. Le gusta la nueva


casa, está todo el día afuera. Con la tierra, los
árboles, el fondo, las sillas de hierro, el limone-

112
ro, las macetas, el cartel que dice asado criollo,
el que tiene una flecha. Todo eso que le gusta
a ogro.
Ahora tengo una cucha en el oscuro. Cada
tanto ogro mira que hago. Yo trato de no escu-
charla ni mirarla. A ver si se pone a disertar so-
bre la violencia o la amistad. Prefiero pertenecer
a un sindicato.
Un grupo de gente tratando de pensar en
muchas para beneficiarse pocas.

Pronto nos vamos. La ansiedad me hace romper


el piso cuando camino. Soy una especie de ma-
quina que pesa toneladas de ansiedad. Rompo
todo a mi paso. Pienso cómo guardar dónde qué
si esto lo otro tirar envolver dejar regalar.
Solo alguien me puede detener: La narciso.
La ogro.
—No nos vamos.

113
La secuencia de nos vamos no nos vamos paso
ya 4 veces, pienso que es parte del chiste de la
ogro. Otro de sus caprichoides chorizoides. No
me baño. No me cambio. No me importa que este
todo desordenado. No quiero que me digan nada.
Parece que la caspa se va con aloe vera. No sé
donde buscarlo. Reviento el casino y me atraco
en la venta virtual. Comprar es lo único que me
da goce.
—Tengo ganas de pegarte
—Si me tocas un pelo no me ves la cara
nunca mas porque me la voy a tajear con baba
de renacuajo

Sale agua de mi cuerpo pero no sale nada de


sangre. No sangro.
A mí me gusta sangrar. Sangrar es toda-
vía estar en la vida de manera activa. Eso me
enseñaron.
Asumir cosas que me enseñaron como ver-
dades de cristal me hace llorar. Lloro porque las
respuestas son demasiado fáciles.

114
¿Hasta donde llega el amor? ¿Hasta que se
acaba la sangre?
La ogro hoy me quiso abrazar pero no la
dejé. No quiero que me toque cuando me vea en
el abismo.
Quiero que vuelva a ser la persona que
conocí.

La ogro me mintió todo este tiempo. ¿Qué tipo de


ogro se hace pasar por persona para enamorar
y luego volverse ogro para dominar?

Estoy planeando mi huida.


Me iré sin mi cuerpo. Me iré de viaje astral.
Quiero conocer Saturno.

Soñé que Urano entraba a mi cucha y me aplas-


taba contra la pared.

115
*

Ogro es una extraña. La veo mirarme con incer-


tidumbre.
Me duele la carcasa, creo que se me está
cayendo —le digo.
—No mientas.
—No miento, escondo.
—No escondas.

Yo soy el ogro.

Quiero que seamos pasado. Detesto la nostalgia.


Pasado del futuro.
¿Podemos ser pasado del futuro en este
presente caca?

No responde.

116
*

Último sueño de Lobos: la ogro y el ogro tenemos


una moto con dos asientos. Es un triciclo con
motor. Nos enteramos que nos van a regalar una
casa con frutales, dos yeguas, vajilla de monar-
cas, colchones flotantes. Llegamos a un castillo.
Hay un banquete para mil, para dos. Se abre un
papiro, firmamos, la ogro se pone azul. Entran
unos rayos. Y sus brazos. El calor.
Cerca. Hay olor dulce citrico. El calorcito.

Vamos a cambiar nos decimos. Le creo porque


hace ese gesto del pasado futuro en este pre-
sente.

117
Daniela Catrileo —Santiago, 1987

Escritora mapuche y profesora de filosofía. Ha


publicado los libros de poesía Río herido (Edicola,
2016) y Guerra florida (Del Aire, 2018; Teje, 2019);
las plaquettes El territorio del viaje (Archipiéla-
go, 2017) y Las aguas dejaron de unirse a otras
aguas (Libros del Pez Espiral, 2020); y el libro
de cuentos Piñen (Libros del Pez Espiral, 2019).
Es integrante del Colectivo Rangiñtulewfü, for-
ma parte del equipo editorial de Yene Revista y
la Cooperativa editorial Chillka. Se dedica a la
edición, docencia e investigación independiente.
Una casa de fieras
—retazos entre marzo y mayo—

es por el mismo aliento de vida


que estamos expuestos a la muerte

E. Coccia

Hoy es el tercer día de cuarentena. El virus se


vuelve pandemia. Suspendieron las clases y ve-
mos imágenes mundiales de la catástrofe. Hay
quienes no podrán restarse de las calles.

Hay motín en la cárcel Santiago 1. Todavía no


se sabe muy bien que sucede adentro. Se ve
humo y se escuchan disparos, se filtran imá-
genes borrosas y movedizas, el video viral sólo
sostiene gritos.

119
Sueño con una marcha masiva, está oscuro. Es-
toy en el corazón de un casco histórico de corte
colonial, pareciera que es una ciudad cercana,
aunque podría ser cualquier lugar. Algo busco
con insistencia, algo que no puedo encontrar.

Hay toque de queda nuevamente. Jamás imaginé


vivir dos períodos con militares en las calles.

Despierto temprano, veo las noticias. Los conta-


giados se acercan al número mil. En la madruga-
da se avistó un puma caminando por la ciudad.

Tengo sueños dispersos sin ser escritos: la muer-


te de mi abuela, viajes a países que no conozco,
laberintos que caen y paisajes desgajados.

120
¿Me debería preguntar por qué no me agobia el
encierro? La primera semana mi temor era la
obligatoriedad, el saberse bajo un imposible. Con
los días y el bombardeo mediático me he impues-
to formas relacionadas al deseo del tiempo. He
leído y escrito sin prisa, he ordenado y mirado
el cielo. Tampoco me agobia la incertidumbre,
ya para eso nos forjamos en la revuelta. Hoy el
miedo es por la ferocidad de un modelo que se
niega a sucumbir y sigue explotando cuerpos y
territorios.

Leo a un filósofo que dice que los virus son una


posibilidad de transformación, al viajar de un ser
a otro. Dice que no somos solo un ser vivo, sino
«una casa de fieras», esto lo anoto en el diario
como si fuese un poema.

Estoy agotada de la poca imaginación que ha


tomado la contingencia y que la muerte sea una

121
cifra esparcida entre los más empobrecidos. Yo
sólo pienso que en el próximo final del mundo,
deseo vivir en un pedazo de tierra y no en el aire.
Quisiera dedicar horas a la observación de lo
imperceptible y aprender de ciclos que hemos
olvidado.

Los abuelos mapuche dicen que los signos esta-


ban ahí: floreció la quila, los eclipses mostraron
nuestro anochecer.

Otra vez viajo entre sueños. Me veo en un lío con


unos espías que me investigan, estoy adentro de
una película de ficción. Cometo errores, arran-
co, miento, pero resulto vencedora, o eso creo
al despertar.

*
En los noticiarios exhiben imágenes de fosas co-
munes en diversos territorios. Mi gata observa

122
por la ventana la pelea de un par de treiles en
el aire. Me pregunto cómo los pájaros se acos-
tumbraron tan rápido a serpentear los edificios
en su vuelo.

Sueño con una oscuridad intensa, no recuerdo


haber tenido un sueño tan espeluznante con la
idea de la noche. Hay un río que se divide, el río
contiene poemas.

Salgo por comida. Tomo un papelito al azar para


hacer la lista de mercadería. Todo se lava con
cloro, pieza por pieza. Mientras espero en la fila
veo unas matas modestas de granadas floreci-
das. Las abejas en su propio ritmo se internan
por completo en cada flor, parecen embriagadas
frente al néctar. Antes, esto era el patio de una
casa. El guardia me toma la temperatura, un chi-
co joven vende mascarillas. Avanzo por la ciudad
como si fuese mochilera en la ruta, con el peso

123
en los hombros y en la espalda. Se ve poca gente.
En la Avenida Vicuña Mackenna, sobre los mu-
ros se puede leer: PIÑERA ES EL VIRUS. Vuelvo a
sacar el papelito con la lista, en su reverso hay
ideas sueltas escritas quizás hace cuánto. Dice:
«insurgencia«, «aferrarse a lo cotidiano, a los
pequeños gestos, a los detalles casi invisibles».

Nace una nueva hoja de mi planta favorita, me


sorprende el movimiento que ha realizado desde
que comenzó a brotar. Su desplazamiento se ori-
gina en el centro en vaivén al sol y luego, vuelve,
como una rotación hacia sí misma.

En la tarde busqué una fotografía de mi abuelo,


pero encontré una carta triste y hermosa, escri-
ta hace tanto tiempo para nunca enviarla.

124
Me comenzó a doler la espalda, llevo días con
una punzada en la zona lumbar. Sueño algo que
se desvanece mientras intento recordar. ¿Ten-
drá nombre esa imagen inacabada, ese esbozo
que intento recrear pero se diluye? No es que
sea absolutamente nada, pues algo hay, una po-
sibilidad apenas, un vestigio de lo que hubo.

Encargo papeles en una librería, anoto sus co-


lores como si fuesen objetos preciosos de un
tesoro:

gris humo
tabaco claro
tierra de siena
mares del sur
liquen
amapola
paso de vino
flor de lys
anis.

125
*

Tengo que salir a buscar unos encargos del sur.


En el camino veo una mata de quinua roja que
sobresale de un patio, veo savia en el tronco de
un ciruelo como un pequeño animal encorvado
que deja una frágil concha color ámbar. Más
allá un hombre hace el aseo, barre las veredas
escuchando a Britney Spears en la soledad de
las calles. Zorzales, gatos, afiches de la revuelta
que permanecen, mascarillas sucias. El otoño
está acá y desde el aire apenas lo puedo ver.

126
Laura Sbdar —Barcelona, 1990

Escritora, dramaturga, docente y licenciada


en artes. Escribió y dirigió Susana y Gloria, El
movimiento, Vigilante y Ametralladora. Junto al
grupo de escritura feminista Cabeza, escribió,
dirigió y actuó en Un tiro cada uno. Dicta cla-
ses en la Universidad de Las Artes, en Buenos
Aires. En los próximos meses publicará su pri-
mera novela en elefante.
acaso la poesía no está en el abandono

acaso el inicio sea amable


acaso este sea el sonido de las nubes
acaso esta la insistencia en la belleza
acaso todo se amontona en el presente
uno a uno los días se muerden
la manteca rompe el pan
un cachorro está aprendiendo
las definiciones no están ocupadas
los delfines dan la bienvenida al desorden
acaso ganemos la confianza de los pájaros
acaso una fruta de estación
acaso el límite esté en la segunda persona
acaso eras un verbo
acaso un espectro
acaso estés perdida
acaso tu nombre sea impropio
un agujero en el centro de la hierba
un pingüino empetrolado

128
acaso haya pistas en el idioma de las huellas
acaso pierdas la relación con el fósil
acaso los huesos estén afuera
acaso el cadáver de las nueces
acaso el humo
el polvo
el fin
acaso duela
acaso no
acaso te encontremos en el olfato
celebremos el día de las autopistas
brindemos bajo la copa de un árbol en la playa
de un estacionamiento
acaso la fiesta sea esa luz entre tus dientes
acaso estés intentando subir un techo
acaso el paisaje repita el paisaje del paisaje
acaso tengas enormes alas blancas
acaso hayan caído
acaso no
acaso olvidé decir tu nombre
el riesgo es algo que se hace en seis recuerdos
acaso la bolsa oscura
las piedras
el fuego

129
los cordones
acaso no puedo escuchar la muerte de una hija
acaso nada está a salvo
acaso vienen por lo roto
acaso seis imágenes por adelantado
acaso nos alcancen niños uniformados
acaso coman granizado
acaso el terror levante sus pestañas
acaso del mundo encuentro tan poco
acaso mienta
acaso no
acaso estas sean las alucinaciones de la furia
mastique pasto dentro de una institución
psiquiátrica
robe secretos
encuentre la diferencia
un pasacalles diga la verdad
coseche vocales rosas
acaso un abrazo colapsa en seis espinas
acaso una nostalgia desorientada
acaso las cascadas
acaso no haya correspondencia en el deshecho
acaso la errancia de un paseo
acaso termine

130
acaso no
acaso después de todo alguien tiene que limpiar
un continente de órganos
los nombres enlistados
los cuerpos apilados
el rugido del motor
acaso la obsesión de la pala contra la raíz
las granadas y los perros
acaso la enterraron de noche
acaso no
acaso la memoria se desparrama
acaso las excusas
acaso estén quemando
un hogar
el artificio
la sombra de tus muelas
acaso decidan quien tiene derecho a morir
acaso el agua
acaso un golpe
acaso no
acaso un río se prende fuego entre dos puentes
acaso la tierra entre tus uñas
acaso también podría ser otra
un monstruo

131
una estampita
un calendario
el polvo
acaso un oso
un alga
el vendaval
acaso el sol se oculta detrás de una planta de
energía nuclear
la música está en los relámpagos
vos me estás salvando
acaso tu corazón esté trabado
acaso los cuerpos también despegan
acaso una amiga se encuentra por su aroma
es tiempo de repartir las margaritas
los cisnes se sumergen en el charco
un coro de chispas te da la bienvenida
acaso las espigas
acaso el latido
acaso las ancianas te esperan bailando sobre
las sillas
acaso una esquina bordada de rosas
un tesoro
su anagrama
acaso las abejas
el brillo
acaso el abrazo de las quimeras
acaso fue solo eso
acaso no
acaso corrías

133
Agosto de 2020,
Buenos Aires

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