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INTRODUCCIÓN.
Por un lado propongo un recorrido teórico, una investigación bibliográfica orientada por las
preguntas anteriormente enumeradas. Mientras que al mismo tiempo todo el trabajo en sí representa
una reflexión crítica sobre la práctica, ya que la mayoría de estos interrogantes han surgido a partir
de mi formación docente. A decir de Freire (2004:19), lo “importante que hay que hacer es posibilitar
que, al volverse sobre sí misma, a través de la reflexión sobre la práctica, la curiosidad ingenua, al
percibirse como tal, se vaya volviendo crítica”.
“Me gusta ser persona porque, inacabado, sé que soy un ser condicionado
pero, consciente del inacabamiento, sé que puedo superarlo. Esta es
la diferencia entre el ser condicionado y el ser determinado” (Freire, 2004: 25).
Los únicos beneficiarios de estos mecanismos de la sociedad actual son los intereses del
gran capital internacional. Los intereses objetivos de la clase dominante se han transformado en
nuestros intereses subjetivos legitimando así una sociedad que perjudica y empobrece a la mayoría
de su población. Es justamente allí donde radica su éxito, en naturalizar los valores de la clase
dominante de tal manera que su superioridad sea considerada obvia (Sirvent, 2001).
No se puede dudar del predominio de la escuela como forma educativa hegemónica en todo
el mundo. La escuela, considerada como una construcción moderna y constructora de Modernidad,
es conocida como la hija de la Modernidad. Pues, el sistema escolar ha sido uno de los motores
principales del triunfo de la Modernidad, así como se ha convertido en una de sus mayores
creaciones.
A ser moderno se aprendía principalmente en la escuela. Era ella quien enseñaba a las
personas cómo actuar y cómo ser en el mundo, y lo hacía de acuerdo a ciertas premisas, y
respetando ciertos valores que se articulaban con los efectos de otras instituciones tan modernas
como ella: la familia, el hospital, el cuartel y la fábrica (Tiramonti, 2005).
En las ciudades más diversas, y en los países más distantes del mundo, los ricos se parecen
entre sí, son ricos, son los que más cosas tienen. Las niñas y los niños ricos de Argentina, como los
de Estados Unidos y los de Italia, usan ropa de la misma marca, escuchan la misma música, juegan
a los mismos juegos. Las escuelas privadas de hoy, son multinacionales; las identidades
homogéneas que producen trascienden los límites de la cultura y traspasan las fronteras de nuestro
país (Galeano, 1998).
En una situación similar de homogeneidad se intenta colocar a las niñas y los niños de la
clase baja, los pobres. A ellos se los prepara para que sean la mano de obra barata del futuro, viven
en una situación de exclusión permanente, las escuelas que los reciben se ven frente a la necesidad
de desempeñar otras funciones, tales como la alimentación, el amparo y lo hace en detrimento de la
transmisión de saberes. Esa situación colabora aún más en la perpetuación de la clase dominante,
que ahora también tiene el saber, el llamado capital simbólico, cultural (Tenti Fanfani, 2008), en su
posesión.
Las tareas de la Historia han sido variadas a lo largo del tiempo, sin embargo, se puede
afirmar que “esas tareas se concentraron en el propósito de dotar a las agrupaciones humanas de
identidad, cohesión y sentido colectivo" (Florescano, 1994: 103). Dotar a un colectivo de personas de
un pasado común, de un origen, fundando de este modo una identidad colectiva, probablemente sea
la función social de la Historia que se encontraba ya presente en sus inicios y que sigue aún vigente.
Pero a la vez, a medida que la curiosidad de los/as historiadores/as se fue trasladando con el
devenir del tiempo, la Historia fue cumpliendo otras funciones sociales igual o más importantes que
la primera, tales como la función de abrir al reconocimiento del otro, obligándonos a adentrarnos en
experiencias ajenas, implicando un ejercicio de comprensión de lo extraño (Florescano, 1994). Como
así también la función de relativizar todo lo que ha existido en el desarrollo social, despojando al
relato histórico del sentido absoluto que un día tuvo.
Es así como las pretensiones absolutistas del Estado y de la Ciencia fueron destruidas por la
Historia, sobre todo en los últimos dos siglos, en los cuales el estudio de la Historia se convirtió en
un análisis crítico del pasado (y coincidiendo, más recientemente en el tiempo, con el fin de los
metarrelatos propios de la Modernidad).
Con el auge del conocimiento científico, en tanto conocimiento que se obtiene a través de la
aplicación del método experimental, podría decirse que la Modernidad le ha impuesto a la
investigación histórica someter su práctica a las reglas propias de este método, es decir, producir
conocimientos que a modo de hipótesis sean capaces de ser comprobados o refutados, y por lo
tanto, al ser comprobados, pasarían a ser absolutos. Sin embargo, frente al retroceso de la aquella,
se pudo reconocer que esta no es la función social de la Historia, sino que su objetivo principal es “la
producción de conocimientos a través del ejercicio de la explicación razonada” (Florescano, 1994:
108).
Por último, elegí el fragmento de texto de Freire, que se encuentra al inicio de este apartado,
porque a la enumeración que realiza Florescano, considero que es necesario agregar otra función
social a la enseñanza de la Historia, la de generar conciencia del condicionamiento y la de destruir
cualquier noción de determinismo, “concientización no como una panacea, sino como un esfuerzo de
conocimiento crítico de los obstáculos, valga la expresión, de sus razones de ser” (Freire, 2004: 26).
La actual tendencia homogeneizadora mundial provoca una fuerte demanda que recae sobre
la escuela: construcción de una identidad nacional, cuyo fundamento se encuentra en la transmisión
de la memoria colectiva, es decir, en la enseñanza de la historia oficial.
“Si pensamos en el caso de los contenidos relativos a la historia nacional, íntimamente ligados
a la construcción de la identidad nacional, la enseñanza de la historia tiende a valorar
positivamente al propio grupo social, explicar sus características en términos esencialistas y no
históricos, rechazar las fuentes que ponen en conflicto una versión complaciente de la propia
historia, valorar en términos positivos la evolución política del país, recuperar en forma acrítica
el rol de ciertos personajes históricos emblemáticos (en muchas ocasiones a través de la
dicotomía “héroes y villanos”) y tender lazos de permanencia y continuidad entre los hechos y
personajes del pasado y la actualidad del grupo nacional, entre otros aspectos” (Carretero y
Montanero, 2008: 139).
Sin duda, la enseñanza de la Historia ha sido tomada por la escuela como fuente de
reproducción de la identidad nacional, dentro de lo que podríamos llamar un modo de pensar
escolarizado, es decir, “disociador, dicotomizador, configurado desde una lógica que fragmenta,
simplifica, reduce el mundo social” (Achilli, 2002: 3). Lo preocupante de esta lógica es que se va
cristalizando en los modos de pensar del sentido común, se naturaliza. Por este motivo resalta la
importancia de incorporar los instrumentos y las lógicas de pensamiento dialéctico, o sea, aquellas
que apuntan a la construcción de objetos de estudio contextualizados, historizados, que rompan con
las parcializaciones impuestas por el pensamiento escolarizado.
Con el propósito de situar el presente trabajo monográfico en la propia experiencia, considero
pertinente traer a colación un ejemplo puntual de mi práctica, el cual se relaciona particularmente
con el presente recorrido teórico.
Con el fin de visibilizar el rol de los sectores populares en el marco del proceso de
independencia en el Río de La Plata (1808-1824) y, a su vez, explicitar las reducciones, en este
sentido, del alcance de la bibliografía escolar, propuse a los y las estudiantes la lectura de textos
(manuales) escolares, claros exponentes del pensamiento escolar, a la luz de una serie de
preguntas que pretenden la problematización y la crítica de ese relato fragmentario. La ausencia de
algunos actores y la escasa o pasiva participación que se les otorgaba a otros llevaron a los/las
estudiantes a cuestionar la veracidad absoluta de los textos brindados y por lo tanto de esa historia
escolar, oficial. E, inclusive, a plantear, como posibilidad al menos, la existencia de otra (u otras)
historia(s) alternativa(s).
Como resulta evidente por el título de este apartado, son los escritos de Freire (2009) los
principales disparadores en mi problematización de la educación como práctica promotora de la
libertad.
Ahora bien, ¿qué entiendo por educación? Para el autor brasileño, la educación verdadera es
praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo. Plantear la transformación
del mundo con la acción del pueblo mismo, previamente liberado a través de esa educación y
anunciar así las posibilidades de una nueva y auténtica sociedad, es revolucionario. Implica hacer
temblar el orden en el que hoy nos desenvolvemos.
Por otro lado, Freire también nos da las coordenadas para entender qué es enseñar, un
concepto mucho menos amplio que el de educar, y que la mayoría de las veces suele ser confundido
con una mera transferencia de conocimientos. Enseñar, entonces, no es transferir conocimientos,
“sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción” (2004: 22). ¿Y de qué
manera se podrían generar tales condiciones si no es respetando la autonomía del/la estudiante?
Respetar la dignidad de los y las estudiantes, su autonomía, su identidad en proceso, requiere una
reflexión crítica permanente sobre la propia práctica.
Observaciones:
“Reparo en el hecho de que los y las estudiantes, aun siendo relativamente pocos (cuatro
mujeres y cinco varones en total), dialogan entre sí (no sólo en voz alta sino que, muchas
veces, a los gritos), desordenadamente, haciendo caso omiso de la docente, y a la vez,
haciendo caso omiso del resto de sus compañeros/as. Naturalizo este hecho pensando que
sólo se trata del inicio de la jornada, pero a medida que transcurre el tiempo me voy
percatando de que ese quizás sea su modo de estar en el aula (...) La docente realizó
distintos esfuerzos con el fin de captar la atención de los/las estudiantes, elevar la voz fue
uno de esos recursos, y no obtuvo ningún resultado, salvo algún comentario excepcional y
generalmente poco relevante, o escasamente relacionado con la clase (...)
(...) sólo unos pocos alumnos realizaron la actividad propuesta (dos más precisamente), el
resto habla, está con la mirada en su celular, algunos realizan preguntas, pero no parecen
estar atentos a lo que acontece en la clase.
(...) La mayor parte de las interacciones son a los gritos. No sólo la docente grita para llamar
la atención de los/las estudiantes, sino que a su vez se gritan entre ellos, alcanzando altos
niveles de agresividad por momentos. Frases como “¡enfermo, salí de ahí!” o “¡chupame la
pija!” parecen ser formas corrientes de dirigirse entre pares, sin que haya ningún tipo de
llamado de atención por parte de la docente.
(...) está leyendo las respuestas que dio a la consigna, mientras lee sus compañeros/as no
paran de interrumpir, no se callan, no lo escuchan”.
≪Diario de clases≫:
“Clase nº 1: 2 de octubre de 2019.
Al ser esta la primera clase (de esta segunda tanda de prácticas), me encontraba algo
nervioso, ya que me preocupaba particularmente lo que había observado respecto al
comportamiento de los/las estudiantes y el trato que habían tenido sobre todo con la
docente reemplazante.
Traté de anticiparme a los posibles inconvenientes que pudieran surgir llegando con
bastante anticipación, con el fin de ordenar el espacio para poder realizar una intervención.
Había llegado a la conclusión de que de sostenerse la dinámica que venía observando en
las clases anteriores iba a resultar, probablemente, imposible cualquier intento de
enseñar/aprender, por lo tanto (y sobre todo después de haber elevado esa preocupación y
haber reflexionado en torno a ella tanto en el espacio del Taller como del Seminario de la
práctica) me dispuse a realizar una actividad que, a través de un juego, recurriendo a lo
lúdico promueva el registro del otro y que conduzca al cuestionamiento de los modos
propios de dirigirse hacia los/las demás.
Para ello ordené las sillas dentro del salón de forma tal que conformaran un círculo, invité a
la docente a formar parte de esta ronda (de la que yo también formaba parte) y a participar
de la actividad propuesta. Luego hice circular unas imágenes, que dejaban en claro esa
falta de registro del otro y, a partir de estas imágenes, se abriera a la circulación de la
palabra y la escucha. A partir de allí se abrió el debate.”
Quiero destacar que la intervención que realicé tuvo mayores efectos que los esperados,
desde el primer momento. Las clases se pudieron llevar a cabo acorde a las secuencias didácticas
planificadas, e incluso se pudieron incluir actividades tales como una tertulia dialógica literaria, la
cual requiere especialmente del respeto por la participación y la palabra, y, sobre todo, de la
escucha del otro para poder desarrollarse.
● frente a las nuevas experiencias, ¿qué otras funciones sociales podrían atribuirse a la
enseñanza de la Historia?;
● por otro lado, ¿qué sucede cuando los obstáculos que se interponen a la enseñanza resultan
insalvables? ¿Hay obstáculos insalvables?;
● y cuando las condiciones mínimas que la escuela (solía) proveer, no están dadas -tales como
el dominio de la lectoescritura y la comprensión de textos, dificultad con la que también tuve
que lidiar en la práctica-, ¿cómo pensar las funciones sociales de la Historia a partir de esa
realidad?;
● y, para finalizar, dado ese marco de situación descripto, ¿en qué lugar queda la función de la
Historia como forjadora de identidad(es)? ¿Forja, aún, patriotas o cosmopolitas la escuela?
¿Qué otras identidades circulan, se reproducen (o se reprimen)?
Para darle un cierre a este trabajo, me gustaría incorporar un poema que llegó a mis manos
hace mucho tiempo atrás, en el marco de un curso de alfabetización que realicé durante mi paso por
la carrera de psicología. Considero que éste sintetiza, de un modo artístico, en parte, mi parecer
aquí desarrollado, en torno a la función crítica de la enseñanza y la tarea docente.
Cipriano, yo pienso que el alfabetizador / No es solo el que enseña a leer los libros / De ciencias, historia,
filosofía / Y tantas cosas exóticas / De que habla la gente. // Hermano, yo pienso que / Alfabetizar es enseñar a
leer / En los ojos, el dolor de los pueblos, / la enfermedad de los niños, / la angustia de la mujer que pare en la
calle, / la tos del minero que escupe y mancha de sangre / la estatua de la libertad neoyorquina. // Hay que
aprender a leer / El hambre que toca la puerta, / El frío que va por la calle, / La oscuridad del que busca / Y no
encuentra. / Cipriano, yo pienso que / Primero debemos alfabetizar / A los que saben leer los libros, / Pero que
no saben leer el dolor de los hombres.
BIBLIOGRAFÍA:
● Achilli, E. (2002, abril). Investigación y formación docente. Interrogantes sobre la educación
pública. Conferencia desarrollada en el III Encuentro Nacional de Docentes que hacen
Investigación Educativa, Santa Fe, Argentina.
● Carretero, M. y Montanero, M. (2008): “Enseñanza y aprendizaje de la Historia: aspectos
cognitivos y culturales”. En: Cultura y Educación, Vol. 20, Nº 2.
● Corea, C. y Lewcowicz, I. (2004): Pedagogía del aburrido. Buenos Aires: Paidós.
● Florescano, E. (1994, octubre). La función social del historiador. Conferencia dictada en la
Escuela de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia,
México.
● Freire, P. (2004): Pedagogía de la autonomía. San Pablo: Paz e Terra.
● Freire, P. (2009): La educación como práctica de la libertad. Buenos Aires: Siglo Veintiuno
Editores.
● Galeano, E. (1998): Patas Arriba. La escuela del mundo al revés. Buenos Aires: Catálogos.
● Pineau, P. (2007): “Algunas ideas sobre el triunfo pasado, la crisis actual y las posibilidades
futuras de la forma escolar”. En: Baquero, R., Diker, G. y Frigerio, G. (comps.): Las formas de
lo escolar. Buenos Aires: Del Estudiante Editorial.
● Sirvent, M. (2001): El contexto neoconservador, las políticas educativas y el papel del
trabajador de la educación en la Argentina actual. Reflexiones para un debate. Ponencia
presentada en Pedagogía 2001: Encuentro por la Unidad de los Educadores
Latinoamericanos, Habana, Cuba.
● Tenti Fanfani, E. (2008): “Mirar la escuela desde afuera”. En Tenti Fanfani, E. (comp.):
Nuevos temas en la agenda de políticas educativas. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
● Tiramonti, G. (2005): “La escuela en la encrucijada del cambio epocal”. En: Educación Social
Campinas, Vol. 26, Nº 92.