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LITERATURA
Salvoconducto
POR Adalber Salas Hernández (https://prodavinci.com/autores_pd/adalber-
salas-hernandez/)
26/05/2018
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Presentamos esta selección de poemas de Adalber Salas, premio Arcipreste de Hita
(2014) de la Editorial Pre-textos. La cruda limpieza de su escritura da cuenta de la
endeble condición humana. Salas escribe desde el padecimiento de un país en el
que la vida constituye un desafío. Dar forma de poema a ese dolor, a esa
certidumbre, representa la otra cara del mismo desafío. Algunas de las imágenes
que recorren este libro son la identidad, la memoria y el lenguaje. Realidades rotas,
no exentas de inusitada belleza. Verso testimonio. Crónica poética. Personajes
esbozo. Voces rebeldes a la mirada del instante, a la luz de la palabra, a sabiendas de
que esta es, como a rma su autor, el último salvoconducto.
*
I
*
XI
Mamá, nunca
te olvidas de venir,
de estirar tu cuerpo
sobre el frío de la página, en esta
luz áspera, de hospital,
siempre traes
los labios cosidos,
descosidos,
vueltos a coser a mi aliento,
a mis pulmones llenos de sal,
siempre con tus manos duras,
prematuramente viejas,
como piedras lanzadas contra la vida,
contra la muerte,
mamá, no te molestes en consultar
el reloj, la hora no se queda quieta, salta,
el tiempo también tiene tos,
no te molestes, no tiene nal,
esto de los minutos no tiene nal,
el tiempo tiene un asma que nadie
se atreve a diagnosticar y
no hay orapronobis que valga,
no hay un venganosotrosturreino intravenoso,
no hay esteroides, no hay calmantes,
nebulizadores, nada, no hay, no hay,
y la respiración sibilante no se calla,
y el doctor tampoco se calla, dice
que la habitación tiene ebre,
que la página tiene ebre, que se está
secando, agrietando y no hay hilo
para suturarla, no hay,
mamá, dónde está
el hilo de tu voz, el hilo
del que colgabas a tu hijo, dónde está
ahora,
qué cose.
XIII
Vi mi primer muerto una tarde, subiendo
de Sabana Grande a la Avenida Libertador,
en una de esas calles estrechas
y claustrofóbicas.
Eran las tres o las cuatro, algo así,
el día estaba ojo, la luz era
como un sudor pálido,
sobre las cosas.
En la acera derecha había un grupo
de gente callada. Y en medio, un hombre boca abajo,
los miembros regados de cualquier manera.
No había un solo comentario, nadie
lloraba o gritaba. Hablaban en voz muy baja,
como si vivieran por adelantado el velorio.
No parecía la escena de una
muerte, sino otra cosa, un suceso desconcertante,
un problema que era necesario
resolver. Hubiera jurado que esperaban, incluso
con un poco de fastidio, alguna señal.
Entre el cielo y la tierra
solamente median los ángeles del aburrimiento.
No habían traído una sábana
para cubrirlo ni le habían puesto
una chaqueta encima.
Era imposible ver su rostro, la bala
le había partido el cráneo desde atrás,
y ahora estaba en el centro de un charco
de sangre y orina y mierda
(se le habían relajado los esfínteres).
Nadie notaba el olor,
la luz fría lo había escondido.
Eso no era un cuerpo, era algo más,
replegado, tachado.
Algo que había perdido todas sus alianzas.
Dicen que al morir te pareces
nalmente a ti mismo,
como si alguien te hubiera hecho el favor
de recoger cada una de tus sombras.
Pero es mentira.
Al nal no te pareces a nada,
la masa de músculos atro ados
y huesos inservibles que eres
no dice nada. La muerte no es
un arte, como todo lo demás,
y nadie lo hace bien.
*
XVIII
(Heráclito de Éfeso
en los in ernos)
Nadie se monta dos veces en el mismo metro, incluso
cuando el rostro que devuelven las ventanas
insiste en parecerse a su recuerdo, no es
posible, nadie se monta dos veces, nadie
traspasa y vuelve a traspasar esas puertas que
se abren, que se cierran, que domestican esta compulsión
que llamamos vida, nadie vuelve a esperar
en el andén mientras nos traicionan la física,
la biología, la química, nos traicionan los números,
su progresión interminable, su voluntad por
no regresar, nadie pisa dos veces el mismo
vagón, lo sabes pero no lo dices, yendo de una
estación a otra, sin poder subir a la super cie,
lo sabes porque te lo dijo la lámpara
del logos, parpadeando sobre tu cabeza
cuando intentabas dormir, acunado
por las ruedas sobre los rieles, arropado con
la hidropesía y un abrigo que alguien
botó, te lo dijo el logos con su luz, halógena,
el tiempo es manco y por eso
todo se le escapa, nada retorna, ni el tintineo
de las monedas en el vaso de cartón,
ni un tono de voz, ni un gesto, ni el óxido de
las vigas, ni la mugre que ejecuta sobre la piel
un mapa sin viajes, ni el olor a bosta y
carne quemada de las revelaciones, nada
vuelve, en estos túneles por donde
sólo puede cruzar un río ciego.
XXI
(Cadáveres para Néstor Perlongher)
Hay cadáveres con y sin rostro, con y sin
miembros, con y sin ataúd y aunque dicen reconocerse
como iguales, no han logrado resolver aún sus rencillas,
formar una república independiente de ultratumba,
ni tan siquiera sindicalizarse.
Hay cadáveres que cavan túneles para escapar
hacia el otro lado del planeta, hacia
una nueva vida –o al menos una muerte más prometedora.
Hay cadáveres que sólo pueden caminar
de espaldas, con pasos tímidos, como quien
se pone tacones por primera vez.
Hay cadáveres que, orgullosos, siguen votando en
sus países de origen; algunos incluso han llegado
a vestir la banda presidencial.
Hay cadáveres que fueron lanzados al mar
para que sólo el agua recordara sus nombres
(pero no fue así).
Hay cadáveres que padecen de anorexia
porque nadie habla de ellos.
Hay cadáveres que insisten en grabar sus rostros
sobre paredes, cortezas de árboles,
sudarios: sel es milagrosos.
*
XXII
Paolo y Francesca no me dejan dormir. Todas las
madrugadas cogen, gritando hasta que la voz
los desgarra por dentro, los abre y los deja
deshechos. Entonces crecen algas en las peceras de
sus cuerpos, crece musgo y bajo la super cie aún cálida
empiezan a escurrirse minúsculos cangrejos y peces pálidos.
Viven en el apartamento que está justo sobre mí.
Ella tiene el cabello negro y los ojos lisos,
marrones; lleva a todas partes una acura torpe, de muñeca
prestada. Cuando camina, sus huesos parecieran querer escapar
bailando. Nunca para de rascarse: bajo la piel tiene arañas que no
la dejan tranquila. A veces las ve, a veces no. Él lleva a todas
partes una rabia que apenas le cabe en esos miembros menudos,
de madera apolillada. Arrastra un olor rugoso y unas
ojeras que le pesarán después de muerto. No sé quién
me contó que ella estuvo casada con su hermano, o fue
al revés, tampoco presté mucha atención.
*
XXIV
(Cosplay)
Toque de diana, llaman a ese sonido que corta
la mañana en dos, hora de levantarse, hacer
la cama, sacudir de la cabeza los lagartos del sueño,
tomar una ducha, afeitarse y colgar
del cuerpo el uniforme nítido, innegable, dejar todos
los efectos personales en su sitio, caminar derecho,
formarse con los demás en el patio, marchar, ir al
comedor, engullir sin morder la mano que da el alimento
con esa rabia santa, la mano que da el plato lleno y la consigna,
la claridad aturdida de una vida en orden, reportarse, salir
a patrullar, dar vueltas por callejones y avenidas sin mucho
ánimo hasta que sea la hora del almuerzo, de conseguirse una
arepa o un puesto de empanadas, montar luego una alcabala en
alguna calle rentable, esperar a ver si cae un carajito sifrino
o un tipo con real, aguantar el calor pegostoso, el sol que
todos los días dice lo mismo, sin modular, esperar tomando
un jugo de patilla o guayaba, orinar detrás del puesto de vigilancia,
pagarle su cuota a los malandros de la zona para que permitan
operar en paz, qué bolas que uno ya ni ve un policía por
aquí, dejar irse a la chama que se puso a gritar
porque le metieron mano cuando la cachaban, agua que no has
de beber, escuchar los cuentos de siempre, a fulano lo mataron
porque debía unas lucas de las verdes y tú sabes que el
honor no es la divisa que vale para el control cambiario,
a mengano también lo quebraron, por pendejo, que lo
pusieron de escolta de la jeva del coronel y se la estaba
cogiendo, a zutano seguro lo ascienden de tanto mamar güevo,
nojoda, y uno aquí montando alcabalas y haciendo rondas,
de esto no se saca una mierda, recoger todo, montarlo
en la camioneta, repartir las ganancias de la tarde, las migajas,
regresar al cuartel aguantando las miradas de descon anza, acaso
no saben que estamos para proteger y servir, coño,
reportarse, formarse con los demás en el patio, ir al comedor,
engullir sin morder la mano que da el alimento con esa fe destartalada,
mano que da el plato lleno y el temblor, la llegada de la noche
como el revés de un cráneo, ir a las duchas, buscarse alguno
de esos reclutas aquitos, con ojos de charco sucio, pegarle unos
buenos coñazos entre todos, paʼque se ahombre, doblarlo,
ponerlo de culo y darle duro hasta que salga el semen gris
de las iluminaciones, dejarlo ahí, arrugado, que el marico ese
no quiere pararse, volver a los dormitorios, planchar el uniforme,
limpiar las botas, dejar todos los efectos personales en su sitio, aguardar
hasta que apaguen las luces para hablar de ese golpe que se viene,
que se viene desde que se fundó este país, que se viene, el general
ya hizo la movida, tiene a los ministros en el bolsillo, dicen
que algunos diputados huyeron y ahora están de incógnito
por todo el Caribe, se viene, ya sabes, hasta los mariquitos
de la Armada están con nosotros, nadie va a venir a preguntar
quién coño mató al comendador, sólo hay que aguantarse y
esperar a que den la orden, el futuro es un animal sin ojos
que aprieta un misterio crudo, todavía húmedo, en la boca.
*
XXVI
XXVIII
(Gasa)
***
Adalber Salas Hernández. Caracas, 1987. Poeta, ensayista, traductor. Autor de los
poemarios La arena, el vidrio (II Premio Nacional Universitario de Literatura;
Editorial Equinoccio, 2008), Extranjero (bid&co. editor, 2010; Común Presencia,
2012), Suturas (bid&co. editor, 2011), Heredar la tierra (Común Presencia, 2013),
Salvoconducto (XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita; Pre-Textos, 2015), Río
en blanco (Sudaquia Ediciones, 2016), mínimos (Ediciones Amargord, 2016), Materia
intacta (Kalathos Ediciones, 2017) y La ciencia de las despedidas (Pre-Textos, 2018).
Asimismo, ha publicado los volúmenes Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana
(bid&co. editor, 2013) y Estábamos muertos y podíamos respirar. Paul Celan,
escritura y desaparición (Huerga & Fierro, 2017). También es coautor del libro Los
días pasan y las formas regresan en torno a la obra del escultor Harry Abend
(bid&co. editor, 2014). Entre otras, ha publicado traducciones de Marguerite Duras,
Antonin Artaud, Charles Wright, Mário de Andrade, Hart Crane, Hector de Saint-
Denys Garneau, Pascal Quignard y Yusef Komunyakaa. Junto con Alejandro
Sebastiani Verlezza editó las antologías Poetas venezolanos contemporáneos.
Tramas cruzadas, destinos comunes y Destinos portátiles. Poesía venezolana
reciente. Forma parte del comité editorial de las revistas Poesía y Buenos Aires
Poetry. Dirige la colección Diablos danzantes en Amargord Ediciones. Cursa estudios
doctorales en la New York University.
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