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ARTICULO DE SERGEY LAVROV SOBRE REALIDAD ACTUAL DEL SISTEMA INTERNACIONAL

MID.RU

Estos días, se inaugura el 74º periodo de sesiones de la Asamblea General de la


ONU y simultáneamente, siguiendo la tradición, la “temporada política”
internacional.

El periodo de sesiones empieza sobre el telón de fondo de un momento histórico


sumamente simbólico. El próximo año celebraremos dos fechas importantes e
interrelacionadas: el 75º aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria y en la
Segunda Guerra Mundial y de la fundación de la ONU.

Al concientizar el significado moral y espiritual de aquellas fechas, es preciso tener


presente el trascendental significado político de la Victoria en la más cruel guerra
de toda la historia de la Humanidad.

La derrota del nazismo en 1945 tuvo importancia fundamental para la evolución


sucesiva de la historia mundial. Se crearon las condiciones para estructurar el
ordenamiento mundial posbélico cuya estructura sustentadora pasó a ser la Carta
de la ONU que hasta hoy sigue siendo la fuente clave de las normas del Derecho
Internacional. El sistema cuyo eje central es la ONU, también hoy mantiene su
estabilidad, posee un gran margen de solidez. Es una especie de “red protectora”
que garantiza una evolución pacífica de la Humanidad en las condiciones de no
coincidencia – en muchos aspectos natural- de los intereses y rivalidad entre las
mayores potencias. Sigue siendo útil la experiencia, atesorada en los años de la
guerra, de la cooperación desideologizada entre Estados con diversos sistemas
socio-económicos y políticos.
Es de lamentar que estas verdades universales sean premeditadamente
silenciadas, desatendidas por influyentes fuerzas del Occidente. Más aun, se han
hecho muy activos aquellos quienes quisieran atribuirse la Victoria, borrar de la
memoria el papel desempeñado por la URSS en la derrota del nazismo, echar al
olvido la hazaña sacrificial del Ejército Rojo, no recordar a muchos millones de
civiles soviéticos perecidos en los años de la guerra, borrar de la historia la
consecuencias de la nefasta política de apaciguamiento del agresor. Desde esta
óptica se vislumbra nítidamente la esencia de la concepción de la “igualdad de los
totalitarismos” que busca no sólo restar importancia al aporte hecho por la URSS a
la Victoria, sino a título retrospectivo privar a nuestro país del rol de arquitecto y
garante del ordenamiento posbélico asignado por la propia historia, y luego
pegarle el sambenito de “potencia revisionista” que amenaza al bienestar del
denominado “mundo libre”.

Tamaña interpretación de los acontecimientos del pasado también significa que


algunos socios consideran el logro principal del sistema posbélico de las
relaciones internacionales el establecimiento del vínculo transatlántico y la
perpetuación de la presencia militar de EEUU en Europa. Por supuesto, al fundar
la ONU, los aliados no planeaban que los sucesos se desenvolverían según este
guión.

La desintegración de la URSS, la caída del Muro de Berlín que era una


convencional línea divisoria entre los dos “campos”, el fin de la irreconciliable
confrontación ideológica que definía la política mundial de hecho en todas las
esferas y regiones, estos cambios tectónicos, lamentablemente, no propiciaron el
triunfo de una agenda aglutinadora. En vez de ello se empezaron a escuchar
arengas triunfalistas sobre el “fin de la historia” y el único centro de adopción de
decisiones mundiales.

Hoy por hoy, es evidente que han fracasado los intentos por establecer el modelo
unipolar. La transformación de ordenamiento mundial ha pasado a ser irreversible.
Los nuevos importantes actores que poseen una sólida base económica, procurar
influir más activamente sobre los procesos regionales y globales, pretendiendo
con plena razón a una participación más significante en la adopción de las
decisiones clave. Se percibe cada vez más la necesidad de un sistema más justo
e inclusivo. Las reincidencias de arrogantes posturas neocoloniales que confieren
a unos países el derecho de imponer su voluntad a otros, son rechazadas por la
absoluta mayoría de los miembros de la comunidad mundial.

Todo ello provoca un evidente desagrado en aquellos que, poseyendo ventajas


monopólicas,  durante siglos se habían acostumbrado a determinar los derroteros
de la evolución mundial. La demanda de un sistema más justo de las relaciones
internacionales, de un respeto real, no declarativo de los principios refrendados en
la Carta de la ONU que presenta la mayoría de los Estados, topa con el empeño
en perpetuar un orden en el que de las ventajas de la globalización pueda disfrutar
de un reducido grupo de países y corporaciones transnacionales.

La reacción del Occidente al acontecer permite juzgar sobre su verdadera visión


conceptual. La retórica sobre “liberalismo”, “democracia” y “derechos humanos” va
acompañada de estrategias basadas en desigualdad, injusticia, egoísmo,
convicción de su propia exclusividad.

De pasada sea dicho, el “liberalismo” en cuyo valedor se erige Occidente, prima la


personalidad, sus derechos y libertades. Pero se impone este interrogante: ¿cómo
se corresponde con ello la política de sanciones, estrangulación económica y
indisimuladas amenazas militares con respecto a todo un grupo de países
independientes, tales como Cuba, Irán, Venezuela, la RPDC y Siria? Las
sanciones perjudican a la gente de a pie, su bienestar, violan sus derechos socio-
económicos. ¿Cómo se corresponden con el imperativo de la defensa de los
derechos humanos los bombardeos de los países soberanos, una premeditada
destrucción de su institucionalidad que provocó la muerte de cientos de miles de
personas y condenó a millones de iraquíes, libios, sirios y representantes de otros
pueblos a unos innumerables sufrimientos? Las desventuras de
la primavera árabe exterminaron el único en su género mosaico étnico y
confesional en Oriente Próximo y África del Norte.

Hablando de Europa, los pregoneros de la idea liberal dan muestras de una


tolerancia absoluta de las violaciones masivas de los derechos de la población
rusoparlante en varios países de la Unión Europea cuyas leyes pisotean
burdamente los derechos lingüísticos y educativos de las minorías nacionales,
refrendados en las convenciones multilaterales.

¿Y qué hay de 'liberal' en el rechazo de conceder visados y otras sanciones


impuestas por Occidente contra los habitantes de la Crimea rusa? Les castiga por
manifestar la voluntad democrática de reunificarse con la Patria histórica. ¿No
contradice esto al derecho fundamental de los pueblos a la libre determinación sin
hablar del derecho de los ciudadanos a la libre circulación estipulado en convenios
internacionales?

El liberalismo en su concepción real, no tergiversada, fue tradicionalmente un


componente importante de la filosofía política internacional, incluida la rusa.
Mientras, la multiplicidad de modelos de desarrollo no permite declarar que la
'cesta' occidental de valores liberales no tiene alternativa. Y naturalmente es
imposible llevar estos valores 'en bayonetas' desestimando la historia de los
Estados, su 'código' cultural y político. Los datos estadísticos sobre los
sufrimientos y destrucciones a raíz de los bombardeos 'liberales' ponen de relieve
qué conlleva esto.
Debido a la falta de deseo de Occidente de aceptar las realidades de hoy, que,
después de varios siglos de dominio económico, político y militar pierde la
prerrogativa de formar unilateralmente la agenda global, surgió el concepto del
'orden basado en las normas'. Estas 'normas' se inventan y se combinan
electivamente en vista de las necesidades de los autores del término mencionado
que Occidente introduce de forma persistente en el uso cotidiano. El concepto no
es teórico y se realiza enérgicamente. Su objetivo es sustituir las herramientas y
mecanismos del Derecho Internacional acordados de forma universal con formatos
estrechos en que se elaboran métodos alternativos, no consensuales para arreglar
unos u otros problemas internacionales que no están estipulados en los marcos
legítimos multilaterales. Es decir, se busca usurpar el proceso de elaboración de
decisiones respecto a los asuntos clave.

Las intenciones de los promotores del concepto de 'orden basado en las normas'
afectan el poder exclusivo del Consejo de Seguridad de la ONU. Citaré uno de los
recientes ejemplos: cuando EEUU y sus aliados no pudieron convencer al Consejo
de Seguridad de la ONU a aprobar las decisiones políticamente sesgadas que
acusaron infundadamente a las autoridades de Siria de usar sustancias tóxicas
prohibidas, empezaron a promover las 'normas' necesarias a través de la
Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ). Al maniobrar
con los trámites violando burdamente la Convención sobre la Prohibición de las
Armas Químicas (CPAQ), consiguieron (con votos de la minoría de los Estados
partes de esta Convención) que se le otorgase a la Secretaría Técnica de la
OPAQ el poder de establecer a los responsables del uso de armas químicas, lo
que fue una invasión directa en las prerrogativas del Consejo de Seguridad de la
ONU. Los intentos de 'privatizar' las secretarías de las organizaciones
internacionales para promover sus intereses fuera de los límites de mecanismos
universales interestatales se observan también en otras áreas, como la no
proliferación de armas biológicas, el mantenimiento de la paz, la lucha contra el
dopaje en el deporte, etc.

Las iniciativas de regular la actividad periodística dirigidas a restringir de forma


arbitraria la libertad de los medios, la ideología intervencionista de la
'responsabilidad de proteger' que justifica la 'intervención humanitaria' externa con
el uso de la fuerza sin el visto bueno del Consejo de Seguridad de la ONU bajo el
pretexto de que existe una amenaza a la seguridad de la población civil forman
parte de la misma política.
El concepto dudoso de 'lucha contra el extremismo violento' que carga la
responsabilidad por la propagación de ideologías radicales y la ampliación de la
base social del terrorismo a los regímenes políticos declarados por Occidente
como no democráticos, no liberales o autoritarios merece una atención especial. El
hecho que esta concepción prevé la comunicación directa con el estado civil sin
recibir el visto bueno de los Gobiernos legítimos no dejan lugar a dudas respecto
al objetivo real: sacar la lucha contra el terrorismo de la incumbencia de la ONU y
obtener la posibilidad de injerirse en los asuntos internos de los Estados.

La introducción de tales innovaciones es un fenómeno peligroso de revisionismo


que rechaza los principios del Derecho Internacional plasmados en la Carta de la
ONU y conlleva el regreso a los tiempos de confrontación y el antagonismo. No en
vano habla Occidente abiertamente de una nueva brecha entre el 'orden liberal
basado en las normas' y las 'potencias autoritarias'.

El revisionismo se manifiesta claramente en el ámbito de estabilidad estratégica.


Las acciones de Washington dirigidas a torpedear el Tratado sobre Misiles Anti-
Balísticos (ABM) primeramente y ahora el Tratado de Eliminación de Misiles de
Alcance Medio y Más Corto con apoyo unánimes de los miembros de la OTAN
imponen riesgos de que toda la arquitectura acordada en el ámbito de control de
armas nucleares se desmantele. Las perspectivas del Tratado de Reducción de
Armas Estratégicas Ofensivas (START III) son vagas también debido a la
ausencia de una respuesta clara de la parte estadounidense a nuestra propuesta
de acordar la prórroga del documento que expira en febrero de 2021. Ahora
observamos indicadores alarmantes del inicio en EEUU de una campaña
mediática para preparar el terreno para renunciar definitivamente del Tratado de
Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCEN) que no fue ratificado en
EEUU, lo que pone en cuestión el futuro de este documento más importante para
la paz y la seguridad. Washington empezó a realizar planes de despliegue de las
armas en el espacio ultraterrestre rechazando las propuestas de llegar a un
acuerdo sobre una moratoria universal sobre tal actividad.

Otro ejemplo de la introducción de 'normas' revisionistas es la salida de EEUU del


Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) sobre el programa nuclear iraní – un
'contrato' colectivo aprobado por la ONU que tiene la importancia clave para la no
proliferación de armas nucleares. La renuncia demostrativa de Washington a
cumplir las decisiones tomadas unánimemente en el Consejo de Seguridad de la
ONU sobre el arreglo palestino-israelí forma parte de la misma política.
En el sector económico las barreras proteccionistas, sanciones y el abuso del
estatus del dólar como el principal medio de pago, las ventajas competitivas
conseguidas por los métodos que no se basan en los principios de mercado, el
uso extraterritorial de la legislación nacional de EEUU, en particular, en relación
con nuestros socios más próximos ya se convirtieron en las 'normas'.

Simultáneamente, nuestros colegas estadounidenses emprenden esfuerzos para


obligar a todos sus socios externos a disuadir a Rusia y China. Además, no se
ocultan los deseos de desamistar a Moscú y Pekín, hacer fracasar y torpedear los
organismos de integración multilaterales y regionales en Eurasia y la región de
Asia-Pacífico que se desarrollan fuera del control estadounidense. Se ejerce la
presión en los países que no observan las reglas de juego que se les imponen y
se atreven a hacer la elección 'errónea' a favor de la cooperación con los
'adversarios' de EEUU.

¿Qué tenemos en el resultado? En el ámbito político se produce la erosión del


fundamento del Derecho Internacional, crece la inestabilidad y la insostenibilidad,
se produce una fragmentación caótica del espacio global, crece la desconfianza
entre los actores de la vida internacional. En el ámbito de seguridad se produce la
erosión de la línea divisoria entre los métodos violentos y no violentos que se
aplican para conseguir objetivos en la política externa, la militarización de las
relaciones internacionales, crece el papel de armas nucleares en los documentos
doctrinales de EEUU, se reduce el límite de su posible empleo, surgen nuevos
focos de conflictos armados, se conserva la amenaza terrorista global, se militariza
el espacio cibernético. En la economía global se observa una volatilidad
aumentada, se endurece la lucha por los mercados, recursos energéticos y rutas
de su suministro, se libran guerras comerciales, se socava el sistema multilateral
de comercio. Se puede agregar a esto un aumento de flujos migratorios, la
profundización de la discordia interétnica e interconfesional. ¿Necesitamos tal
'orden mundial basado en las normas'?

En esta situación, los intentos de los ideólogos liberales de los países occidentales
de hacer que Rusia parezca promotora de las “revisiones” son completamente
absurdos. Fuimos unos de los primeros en llamar la atención a la transformación
de los sistemas político y económico del mundo que, debido a la marcha objetiva
del proceso histórico, no pueden ser estáticos. Merece la pena señalar que en las
relaciones internacionales el concepto de un mundo multipolar que reflejaba de
manera adecuada la realidad económica y geopolítica que se iban viviendo fue
formulado hace dos décadas por el destacado estadista ruso, Evgueni Primakov,
cuyo patrimonio intelectual sigue siendo muy pertinente hoy también, al estar
celebrando nosotros su 90º aniversario.

Las experiencias de estos últimos años demuestran que el uso de métodos


unilaterales para la solución de los problemas globales está condenado al fracaso.
El “orden” promovido por los países occidentales no corresponde a las
necesidades que presenta un desarrollo armonioso de la Humanidad. No es
inclusivo y está orientado a la revisión de los principales mecanismos del derecho
internacional, niega el principio colegial de la interacción interestatal, de modo que
se ve incapaz de generar unas decisiones de los problemas globales que sean
viables y sostenibles a largo plazo y no ideados con fines propagandísticos para
tal o cual ciclo electoral de tal o cual país.

¿Qué es lo que propone Rusia? En primer lugar, es necesario seguir las


tendencias actuales y reconocer un hecho evidente: el proceso de la formación de
una arquitectura policéntrica en el mundo es inevitable, por mucho que se intente
frenar de manera artificial el proceso en cuestión o incluso de revertirlo. La
mayoría de los Estados no quieren estar al servicio de los cálculos geopolíticos de
otros países y se proponen llevar a cabo una política interior y exterior que priorice
los intereses nacionales. Es de interés común que el modelo multipolar no se base
sólo en el equilibrio de las fuerzas, como ocurrió en las anteriores etapas
históricas, por ejemplo, en el siglo XIX o en la primera mitad del siglo XX, sino que
tenga un carácter justo, democrático y unificador y tome en cuenta las posturas y
preocupaciones de todos los miembros de la comunidad internacional, velando al
mismo tiempo por un futuro estable y seguro.

Con frecuencia se debate en Occidente sobre el modelo policéntrico del mundo,


llegando a asegurarse que invariablemente hará aumentar el caos y la
confrontación, dado que los “centros de la fuerza” no pueden llegar a fórmulas de
compromiso ni de tomar decisiones que supongan responsabilidad. Primero, ¿por
qué no probar? ¿Y si todo sale bien? Para ello habría que sentarse a negociar,
tras haber acordado previamente buscar el equilibrio de los intereses. Dejemos al
lado los intentos de inventar sus propias “reglas” y de imponerlas a todo el mundo,
como si de la verdad absoluta se tratara. Es necesario que de aquí en adelante se
observen de manera estricta los principios recogidos en la Carta de las Naciones
Unidas, empezando por el respeto de la igualdad soberana de los Estados
independientemente de su tamaño, su forma de Gobierno o su modelo de
desarrollo. Es una situación paradójica cuando Estados que se posicionan como
ejemplos vivos de la democracia empiezan a preocuparse por la misma, sólo al
exigir que otros países “pongan orden” aplicando los consejos occidentales. Y, si
se empieza a hablar de la necesidad de la democracia en las relaciones
interestatales, enseguida evitan conversaciones sinceras o intentan ofrecer
interpretación propia de las normas del derecho internacional.

                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                                                    
                                                                                                    

Es evidente que la vida fluye. Preservando con sumo cuidado el sistema de las
relaciones internacionales que se formó al término de la Segunda Guerra Mundial,
cuyo pilar sigue siendo la ONU, hemos de adaptarlo de manera cautelosa, pero
consecutiva a las realidades del actual paisaje geopolítico. Ello puede aplicarse
plenamente al Consejo de Seguridad de la ONU, donde los países occidentales
están exageradamente representados a día de hoy. Estamos convencidos de que
la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU debe tener en cuenta en primer
lugar los intereses de los países de Asia, África y América Latina y toda fórmula
debe basarse en un consenso más amplio posible de los Estados miembros del
organismo. De la misma manera se debe seguir trabajando en el
perfeccionamiento del sistema de comercio mundial, ha de concederse especial
importancia a la armonización de los proyectos de integración que se llevan a
cabo en diferentes partes del mundo.

Es necesario aprovechar plenamente las potencialidades de los G-20, una


estructura de gestión global prometedora y abarcadora, en la cual están
representados los intereses de los agentes clave y las decisiones son tomadas vía
consenso. Están desempeñando creciente papel otras asociaciones que reflejan
una realidad verdaderamente multipolar y democrática, basada en la buena
voluntad, el consenso, el valor de la paridad y un pragmatismo sano, así como la
renuncia a la confrontación y a los bloques. Se encuentran entre los mismos los
BRICS y la OCS, organismos de los que Rusia es miembro y en los que asumirá
la presidencia en 2020.

Es evidente que sin una cooperación realmente colegial, sin una interacción libre
de política y llevada a cabo con el poder central de la ONU es imposible reducir el
grado de la confrontación ni reforzar la confianza ni superar los retos y amenazas
comunes. Desde hace tiempo es necesario acordar una interpretación común de
los principios y las normas del derecho internacional, para que se deje de intentar
darles numerosas vueltas en función de los intereses de uno. Es más difícil buscar
fórmulas de compromiso que formular ultimatums, sin embargo, las fórmulas de
acuerdo minuciosamente acordadas representarán un mecanismo predecible de
interacción a nivel mundial. Tal postura es sobre todo importante para entablar
unas negociaciones concretas sobre los parámetros de un sistema seguro y justo
de una seguridad paritaria e indivisible en la región euroatlántica y euroasiática.
Dicho objetivo se declaró en numerosas ocasiones a nivel mundial vía
documentos de la OSCE. Habría que pasar de las declaraciones a los hechos. La
Comunidad de los Estados Independientes, la Organización del Tratado de la
Seguridad Colectiva con frecuencia expresaron su disposición de aportar a esta
labor.

Es importante incentivar la asistencia al arreglo pacífico de numerosos conflictos,


sea en Oriente Próximo, África, Asia, América Latina o el espacio de la CEI. Lo
importante es observar los acuerdos ya alcanzados y no buscar pretextos para
renunciar al cumplimiento de los acuerdos asumidos durante las negociaciones.

Hoy, reviste enorme importancia la lucha contra la intolerancia religiosa o nacional.


Llamamos a todos a cooperar bajo la égida de la Unión Interparlamentaria y de la
ONU en mayo de 2022, al celebrarse la Conferencia Mundial para el diálogo
interreligioso e interétnico. La OSCE que formuló una postura de principio,
condenando el antisemitismo, habría de luchar con la misma energía contra la
cristianofobia y la islamofobia.

Nuestra indudable prioridad sigue consistiendo en fomentar los procesos naturales


de la formación de la Gran Asociación Euroasiática, un espacio unificador que se
extenderá desde el Atlántico hasta el Pacífico y en el que participarán los países
miembros de la CEEA, la OCS, la ASEAN y todos los demás Estados del
continente, incluidos los países de la Unión Europea. Carecería de sentido frenar
los procesos integracionistas y, más aún, poner barreras que separen a los
países. Sería un error renunciar a las evidentes ventajas estratégicas de nuestra
región euroasiática común en el mundo actual que cada vez se vuelve más
competitivo.

Un paulatino movimiento hacia este objetivo constructivo no sólo permitirá


garantizar un desarrollo dinámico de las economías nacionales de los países
miembros, sino también eliminar las barreras que obstaculizan la circulación de
bienes, capitales, mano de obra y servicios, creando unas sólidas bases para la
seguridad y la estabilidad en los vastos territorios desde Lisboa hasta Yakarta.

De nosotros depende, si la futura formación de un mundo multipolar pase por la


cooperación y la armonización de los intereses o por la confrontación y la rivalidad.
En cuanto a Rusia, seguiremos promoviendo una agenda positiva y unificadora,
orientada a eliminar las antiguas barreras y a evitar la aparición de nuevas líneas
divisorias. Nuestro país formuló iniciativas en tales campos, como la prevención de
la carrera armamentista en el espacio, la creación de unos mecanismos viables de
la lucha contra el terrorismo, incluido el químico y el biológico, la elaboración de
medidas comunes y prácticas que permitan poner fin al uso del ciberespacio para
minar la seguridad de cualquier Estado o para poner en práctica cualquier otro
plan criminal. Siguen en vigor nuestras propuestas sobre el inicio de una
conversación seria sobre todos los aspectos de la seguridad estratégica en la
época actual. Últimamente se está hablando de la necesidad de modificar la
agenda y de renovar la terminología. Se propone usar la expresión de “rivalidad
estratégica” y también de “disuasión multilateral”. La terminología puede ser
puesta en común, pero no es eso lo más importante, sino su esencia. Lo más
importante en estos momentos es iniciar un diálogo estratégico sobre las
amenazas y riesgos concretos y buscar consenso en lo tocante a la agenda
aprobada por todos. Dijo con suma sabiduría otro destacado estadista de nuestro
país, Andréi Gromiko, cuyo 110º aniversario celebramos este año: “es mejor
negociar algo diez años que llevar un día de guerra”.

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