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LA RECEPCIÓN DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES EN LA
FILOSOFÍA DEL DERECHO
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XV
Marcelino RODRÍGUEZ MOLINERO
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XXI
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
I. Primera aproximación al tema . . . . . . . . . . . . . . . . 1
II. De li mi ta ción del ob je to de in vesti ga ción y mé to do se-
gui do . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2
III. La dimensión axiológica de la realidad . . . . . . . . . . . 8
IV. La extensa problemática en torno a los valores . . . . . . . 11
V. Sobre el concepto de valor . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
PRIMERA PARTE
ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO
DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
CAPÍTULO PRIMERO
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FI-
LOSOFÍA DE LOS VALORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
I. Primeros antecedentes en la filosofía clásica griega: la teo-
ría de las ideas y la teoría de los bienes . . . . . . . . . . . 17
II. La idea del bien en el pensamiento cristiano . . . . . . . . 22
III. El giro de la filosofía moderna ante el problema de los va-
lores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
IV. Un ejemplo elocuente: D. Hume y J. Bentham . . . . . . . 29
IX
X CONTENIDO
CAPÍTULO SEGUNDO
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
I. Rudolf Herman Lotze y la distinción del ser y el valer . . . 35
II. Distintos caminos de la filosofía de los valores . . . . . . . 41
III. Los valores y su inversión según Friedrich Nietzsche . . . 47
CAPÍTULO TERCERO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES POR
OBRA DEL NEOKANTISMO CULTURAL . . . . . . . . . . . 57
I. La filosofía como ciencia crítica de los valores absolutos:
Wilhelm Windelband . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
1. Historia y ciencias de la naturaleza . . . . . . . . . . . . 65
2. Los juicios de valor. Su relación con los valores abso-
lutos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
II. Los valores como elemento esencial y definitorio del mun-
do de la cultura: Heinrich Rickert . . . . . . . . . . . . . . 68
1. Ciencias de la naturaleza y ciencias de la cultura . . . . 70
2. Naturaleza de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
3. La objetividad de las ciencias históricas . . . . . . . . . 74
4. Los valores suprahistóricos . . . . . . . . . . . . . . . . 76
III. Un caso singular: la neutralidad de la ciencia ante los va-
lores según Max Weber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
1. Los juicios de valor en las ciencias sociales . . . . . . . 80
2. Pluralidad y conflictividad de los valores . . . . . . . . 83
CAPÍTULO CUARTO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES POR
OBRA DE LA FENOMENOLOGÍA . . . . . . . . . . . . . . . . 87
I. Franz Brentano y el problema de la rectitud moral . . . . . 87
II. La teoría del objeto de Alexius Meinong . . . . . . . . . . 93
CONTENIDO XI
1. La tesis subjetivista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
2. La tesis objetivista: los valores impersonales . . . . . . 97
III. Max Scheler y la ética material de los valores . . . . . . . 100
1. La herencia de Edmund Husserl . . . . . . . . . . . . . 100
2. Una distinción clave: ética formal y ética material o de
contenido normativo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
3. El conocimiento de los valores . . . . . . . . . . . . . . 111
4. La jerarquía de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . 113
5. El bien moral y los valores . . . . . . . . . . . . . . . . 114
6. El difícil problema de la subjetividad y la relatividad de
los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
IV. Nicolai Hartmann y la existencia en sí de los valores . . . 121
1. Fenomenología y ontología . . . . . . . . . . . . . . . . 121
2. Una ética de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
3. Relación de los valores con la esfera del ser-real . . . . 129
4. El reino de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
SEGUNDA PARTE
LA RECEPCIÓN EXPLÍCITA DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES EN LA FILOSOFÍA DEL DERECHO
CAPÍTULO QUINTO
LA VÍA DE ACCESO DEL PENSAMIENTO JURÍDICO A LA
FILOSOFÍA DE LOS VALORES: EL NEOKANTISMO SUD-
OCCIDENTAL ALEMÁN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
I. El primer en cuentro: Georg Jellinek y su teoría del Es-
ta do . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
1. El problema metodológico de las ciencias del Estado . . 140
2. El problema del valor en la justificación y en los fines
del Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
XII CONTENIDO
II. Abrien do una ancha vía por un es trecho sen dero: Emil
Lask y la filo sofía del derecho como filo sofía de los va-
lo res . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
1. El dualismo metódico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153
2. Derecho natural y filosofía crítica de los valores . . . . 155
3. Las distintas concepciones del valor en el derecho . . . 157
4. La ciencia del derecho como ciencia cultural . . . . . . 158
III. Relativismo de valores y antinomia de valores: Gustav Rad-
bruch . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160
1. Las cuatro actitudes ante el valor . . . . . . . . . . . . . 161
2. El dualismo metódico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164
3. Las direcciones de la filosofía del derecho . . . . . . . . 165
4. La idea y el concepto de derecho . . . . . . . . . . . . . 169
5. El derecho y la moral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
6. El relativismo de los valores . . . . . . . . . . . . . . . 173
7. Las antinomias de la idea del derecho . . . . . . . . . . 178
8. La validez del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180
IV. La crítica al relativismo jurídico-filosófico: Carl August
Emge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
V. Entre neokantismo y neohegelismo: Max Ernst Mayer . . . 191
CAPÍTULO SEXTO
EN BUSCA DE UNA ÉTICA JURÍDICA MATERIAL O DE CON-
TENIDO NORMATIVO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199
I. Principios supremos y valores intemporales: Helmut Coing . 200
1. La inserción de los valores en el derecho . . . . . . . . 202
2. La idea del derecho y la naturaleza de las cosas . . . . . 204
3. La justicia como idea del derecho . . . . . . . . . . . . 211
4. La idea del derecho como suma de los valores propios
del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214
5. La idea del derecho y el derecho natural . . . . . . . . . 217
6. Un primer esbozo de la jurisprudencia de valores . . . . 219
CONTENIDO XIII
CAPÍTULO SÉPTIMO
EL IMPACTO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES EN LA
FILOSOFÍA DEL DERECHO CULTIVADA EN ESPAÑA E IBE-
ROAMÉRICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263
I. Eidética y aporética del derecho: Juan Llambías de Aze-
vedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270
1. La eidética del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270
2. Las aporías del derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
3. Ensayo de solución de algunas aporías jurídicas . . . . . 275
XIV CONTENIDO
Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321
PRÓLOGO
XV
XVI MARCELINO RODRÍGUEZ MOLINERO
XXI
XXII AGRADECIMIENTOS
1
2 INTRODUCCIÓN
al mundo, por más limpia e inocente que ésta pueda ser, nos invita a to-
mar posición ante él, a adoptar una determinada actitud, a amar u odiar
los objetos que miramos.2 Esta realidad innegable que podemos percibir
con una simple mirada constituye sin duda el punto de partida y el pri-
mer problema de la reflexión sobre los valores. Pero ¿qué es eso que nos
afecta y que nos impele al grado de salir de nosotros mismos y establecer
una relación con lo que nos rodea, de realizar todo tipo de conductas, de
incluso percibirnos obligados, ligados, con ese objeto determinado?
¿Qué es aquello que nos lleva a maravillarnos ante la hermosura de un
atardecer; qué produce nuestra indignación ante una situación de pobre-
za, nuestro rechazo ante un castigo injusto; qué es aquello que nos mue-
ve a reprochar una conducta que consideramos indigna o, por el contra-
rio, a admirar un acto heroico; qué es aquello que nos lleva a considerar
un objeto como útil y otro objeto como sagrado o santo? ¿Es algo que
está en las cosas mismas, en el mismo ser de lo que percibimos, o acaso
es algo puesto por nuestra propia subjetividad, algo que nosotros añadi-
mos a la realidad y que, por ello, cobra relevancia para nosotros? Cual-
quiera que sea la respuesta a estas preguntas, el hecho es que el problema
del valor tiene su punto de partida en nuestra posición frente al mundo,
en la relación o vínculo, no indiferente que establecemos con él y, por
ello, se sitúa en la esfera del hacer humano e incluso del deber; se pre-
gunta por aquello que el hombre estima como importante, como valioso,
y que por considerarlo de esa manera se ve movido a actuar poniendo
en riesgo otros objetos que estima como menos valiosos, entre los que en
ciertas ocasiones, incluso puede estar la vida misma. Así vemos cómo el
problema del valor penetra en la pregunta sobre el quehacer humano, no
en lo referente a qué es lo que hace el hombre, sino en lo referente a por
qué lo hace, es decir, qué es aquello que lo lleva a realizar una determi-
nada conducta y no otra; por qué estima una determinada acción más
digna de ser realizada que otra; o por qué siente el deber de actuar de
una forma determinada y no de otra. Dicho con brevedad, junto al pro-
blema del valor nos estamos preguntando también por el sentido del ac-
2 En este sentido, Ortega y Gasset distingue dos tipos de actitudes frente al mundo,
cuando dice: “No nos contentamos, pues, con percibir, analizar, ordenar y explicar las
cosas según su ser, sino que las estimamos o desestimamos, las preferimos o pospone-
mos; en suma, las valoramos”. Véase Ortega y Gasset, José, “Qué son los valores. Intro-
ducción a una estimativa”, en Obras completas, Madrid, Alianza, 1983, vol. VI, p. 318.
10 INTRODUCCIÓN
Nietzsche7 han signado a los valores, pues al identificarlos con los fines
últimos que mueven a los hombres les imprimen el carácter de razones últi-
mas de su actuar y de su existir, constituyéndolos en referentes últimos
sobre los cuales el hombre interpreta y entiende su propio mundo.
9 A principios del siglo XX se entendía por filosofía de los valores las reflexiones,
que habían realizado los pensadores neokantianos de la Escuela de Baden —en especial
Wilhelm Windelband y Heinrich Rickert— al tratar de solucionar la controversia entre las
llamadas Ciencias de la naturaleza y las Ciencias de la cultura, reservándose el concepto
de teoría de los valores (Werttheorie) para las reflexiones filosóficas, que tenían como ob-
jeto el problema del valor, en un principio las realizadas por Alexis Meinong y Christian
Ehrenfels. Sin embargo, entendemos que la filosofía de los valores se inicia —como más
adelante demostraremos— a finales del siglo XIX por el filósofo alemán Rudolf Herman
Lotze, para alcanzar su máximo esplendor en la primera mitad del siglo XX con M. Sche-
ler y N. Hartmann. Véase Hessen, Johannes, Tratado de filosofía. Teoría de los valores,
trad. Juan Adolfo Vázquez, Buenos Aires, Sudamericana, 1959, vol. II, pp. 5-12.
INTRODUCCIÓN 13
17
18 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
tre los dos mundos, acepta que el mundo del devenir participa del mundo
de las ideas, y de manera principal en la Idea del bien, a la que, incluso,
le reconoce la función de ordenar el caos del mundo de lo sensible en un
orden teleológico; de manera que el bien adquiere un rango de fin último
(telo), siendo la realidad trascendente que justifica y explica todos nues-
tros esfuerzos.6
Aristóteles, frente al que fuera su mentor y su maestro, niega la duali-
dad de los mundos del ser,7 pues reduce la esencia universal de las ideas
a la causa formal inmanente a toda realidad. De este modo, concibe la
forma como “la esencia misma de cada ser”, como el elemento que infor-
ma a la materia creando así la unidad inmanente a todo ser, unidad que
expresa con el nombre de sustancia,8 y por la que entiende todo aquello
que existe con su esencia y sus accidentes. Aristóteles aborda este pro-
blema al cuestionarse sobre si la materia o la forma pueden existir en sí
mismas, es decir, si tienen existencia propia y separada, llegando a la
6 Partiendo de esta interpretación de la Idea del bien y, apoyado en el mito de la ca-
verna, Platón considera que el alma que pertenece al mundo de las ideas se encuentra
atrapada en nuestro cuerpo, el que a su vez representa como una cárcel que la sujeta al
mundo de lo sensible y la aleja del verdadero mundo del ser y de las ideas. Así pues, ex-
plica la necesidad que el hombre experimenta respecto de lo perfecto, un movimiento ha-
cia lo bueno, lo justo y lo bello, de lo que el hombre participa aquí en la Tierra tan sólo
de manera imperfecta. Me parece que con este intento Platón logra dar una explicación,
que aunque no del todo satisfactoria por la división entre alma y cuerpo, es al fin, una ex-
plicación de los movimientos de los hombres hacia los valores, movimiento que está ba-
sado en el amor. Esto último sin lugar a dudas influye en Max Scheler, pues como más
adelante veremos se asemeja a su explicación sobre la participación del hombre en el
mundo de los valores, de cómo el amor es lo que ilumina nuevos valores y lleva al hom-
bre en un movimiento ascendente hacia los valores del rango jerárquico superior. Ahora
bien, la gran diferencia entre Platón y Scheler es que para el segundo los valores no tie-
nen existencia, es decir, no hay un mundo de los valores con existencia propia, éstos son
esencias, fundadas en la intencionalidad, que se presentan al hombre a través de la expe-
riencia externa que el hombre tiene de la realidad (véase infra, pp.111 y 112).
7 Aristóteles aporta cinco razones para negar la Teoría de las ideas de Platón: la pri-
mera consiste en que considera que la duplicidad de mundos es innecesaria, siendo preci-
so bajar las ideas del topos uranos a la realidad; la segunda consiste en que nunca queda
claro qué relación existe entre las ideas y la realidad; la tercera es que las ideas se multi-
plicarían infinitamente, primero porque tendría que haber ideas de las relaciones entre és-
tas y las cosas de la realidad, e incluso ideas del no ser de las cosas; la cuarta crítica es
que Platón nunca logra realmente explicar el origen de las ideas ni de las cosas; y, por úl-
timo, que no ve necesario que la esencia de las cosas se encuentre fuera de ellas.
8 Aristóteles, Metafísica, trad. de Tomás Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 1994, li-
bro VII, cap. III, pp. 283 y 284.
20 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
el del ser, el bien se emplea en muchos sentidos,10 por lo que estima que
es absurdo pensar, como lo hace su maestro respecto de la idea de bien,
que “el bien predicado en común de varias cosas sea realmente uno, o al-
go separado que existe por sí mismo; pues, de ser así, el hombre no po-
dría realizarlo ni adquirirlo”. Y es que para Aristóteles el bien no es más
que aquello por lo que se hacen las cosas, o bien, aquello por lo que las
cosas son, identificándolo así con el fin o causa final. Hay un pasaje muy
significativo al respecto; es aquel en el que narra que “en la medicina, la
salud; en la estrategia, la victoria; en la arquitectura, la casa; en otros ca-
sos, otras cosas, y en toda acción y decisión, es el fin; pues, con vista al
fin es como todos hacen las demás cosas”.11 Sin embargo, Aristóteles
distingue también diversas clases de bienes o fines: los bienes que se
buscan por sí mismos y los que se buscan para alcanzar otros; los prime-
ros son más perfectos, siendo el más perfecto de todos aquel que siempre
se busca por sí mismo y nunca por otra cosa; es decir, la felicidad.12 Esto
quiere decir que para Aristóteles el bien de las cosas está implícito en su
misma forma esencial, en la realización de su propio telos, lo cual, si se
nos permite hacer una interpretación en términos de valor, implica que
con Aristóteles los valores residen en las cosas mismas, son inseparables
de su ser concreto y se manifiestan a través de su causa final y de su cau-
sa formal que, como tal, constituye su esencia, y es susceptible de ser co-
nocida por medio de la abstracción.
Antes de seguir conviene señalar que si bien la identificación entre el
ser y el valor en el pensamiento de Platón y Aristóteles derivaron en una
solución objetivista del problema del bien, no en todo el pensamiento an-
tiguo se mantuvo esta misma actitud ante dicho problema, pues también
hubo algunas doctrinas relativistas o incluso negadoras de la dimensión
axiológica. En esta perspectiva se sitúa Demócrito (370 a. C), para el que
el mundo aparecía como un conjunto de átomos en movimiento determi-
13Rintelen, Joaquim Fritz von, Values in European Thought, cit., nota 1, p. 144.
14Epístola a Timoteo 4: 4-5. En este sentido, Joachin von Rintelen afirma que “en el
cristianismo los valores se entendían desde un punto de vista teocéntrico, siendo Dios
el valor más alto de todos los valores, el Summum bonum, del cual toda la naturaleza par-
ticipa analógicamente”. Ibidem, p. 150.
15 San Agustín, “Tratado sobre la Santísima Trinidad”, en Obras Completas, Madrid,
BAC, 1961, vol. V, libro VIII, cap. 3, núm. 4, p. 505.
16 Para Nicolai Hartamann, por ejemplo, con el cristianismo “la metafísica del mun-
do se convierte en metafísica de Dios. El reino de las ideas, del eidos se introduce en el
intelecto Divino como reino de las formas substanciales. El intelecto de Dios se llama no
sólo intellectus divinus, sino también intellectus infinitus, archetypus o intuitivus”. Véase
Hartmann, Nicolai, Introducción a la filosofía, trad. de José Gaos, México, UNAM,
1969, p. 15.
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FILOSOFÍA 23
17 San Agustín, Tratado sobre la Santísima Trinidad, cit., nota 15, libro. VIII, cap. 3,
núm. 4, p. 509.
18 San Agustín llega a demostrar la existencia de Dios argumentando que las verda-
des inmutables y eternas que los hombres podemos percibir en la naturaleza requieren un
fundamento también inmutable y eterno; así, dice expresamente: “el intelecto humano
puede aprehender esas ideas eternas e inmutables sólo gracias a una iluminación divina,
pues si la mente es mutable y mortal, cómo es posible que accediera a este tipo de ideas
sino es a través de la iluminación divina”. Idem.
19 San Agustín, Tratado sobre la Santísima Trinidad, cit., nota 15, libro IV, cap. 1,
núm. 3, p. 323.
24 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
20 Aquino, Santo Tomás de, Suma Contra Gentiles, 2 q, a. 54, Madrid, BAC, 1968.
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FILOSOFÍA 25
23 Aquino, Santo Tomás de, Suma Teológica, trad. de Francisco Barbado Viejo, 1-2,
q.1, a.1, Madrid, BAC, 1953.
24 Ibidem, 1-2 q.1 a. 7. En este sentido, afirma Johannes Hessen que “para Santo To-
más el valor no es otra cosa que la perfección del ser. Como su principio es la forma, el
carácter valioso de la cosa reside en su forma. Y como la forma significa actualidad (en
oposición a la potencialidad de la materia) la cualidad valiosa de la cosa tiene su funda-
mento en la actualitas. Así dice Santo Tomás: “Omne ens, inquantum est ens, est bo-
num”. Ibidem, p. 50.
25 Aquino Santo Tomás de, Suma Teológica, cit., nota. 23, 1-2 q.2 a. 1- 7.
26 “El origen histórico de la metafísica escolástica del valor se halla en el importante
hecho de que Aristóteles introdujera la idea en la cosa real, pues de ese modo también se
incluía al valor en el ser, determinando al mismo tiempo al ente como algo valioso. Aho-
ra el valor significa la perfección del ser dada con la forma esencial, la plenitud ontológi-
ca de la cosa”. Cfr. Hessen, Johannes, Tratado de filosofía, cit., nota. 9, p. 51.
27 Véase Rintelen, Joaquim, “Valor y existencia”, Sapientia, núm. 4 (1949), pp.
232-238; también véase Linares Herrera, Antonio, “Ser y valor”, Revista de la Universi-
dad de Buenos Aires, núm. 9 (1951), pp. 109-172.
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FILOSOFÍA 27
28 Como es sabido, la distinción kantiana de ser y deber ser, así como su particular
concepto de deber, responde a las formulaciones que había establecido Hume respecto de
la imposibilidad de derivar el deber del ser, denominada la falacia naturalista. Estos
postulados, a su vez, se deben al empirismo del que Hume parte, y por el que niega la po-
sibilidad de abstraer la esencia universal de las cosas, de la cual —como había estableci-
do Santo Tomás o el propio Aristóteles— se pudiera derivar el télos que el objeto debe
realizar para alcanzar su propia perfección.
29 M. Heidegger afirma que la conclusión a la que nos lleva el pensamiento de Des-
cartes es que ahora el hombre es el fundamento sobre el cual se pone y tiene que ponerse
toda representación y lo en ella representado si ha de tener un estar y una existencia con-
sistente. Esto quiere decir que todo ente no humano se convierte en objeto para el hom-
bre que es el subiectum: “Pues con la proposición cogito ergo sum —afirma textualmen-
28 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
sus instituciones, de sus costumbres, y, ¿por qué no?, de los valores que
el mismo asigna a las cosas que le rodean y que propone como guía de su
conducta. Así, con el fenómeno mismo de la modernidad33 se inicia pau-
latinamente la separación radical del ser y el valor, pues si por una parte
el desarrollo de las ciencias naturales se encargó de desvincular la reali-
dad de toda referencia a un sentido o valor trascendente, por otra parte el
gran descubrimiento de la subjetividad humana condujo al hombre mo-
derno a concluir que la realidad, las cosas, el ser ya no son los deposita-
rios de los valores, sino que los valores subsisten en su yo, en su propia
subjetividad, que como depositaria o, más bien, creadora de valores es la
única capaz de asignar valor a la realidad.34
la relación de causa y efecto, están atadas a su trono. Ellos nos gobiernan en todo lo que
hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos: todo el esfuerzo que haga-
mos por arrojarlos de nuestra subjetividad servirá tan sólo para demostrar y confirmar su
poderío”. An Introduction to the Principles of Moral and Legislation, ed. J. H. Burns y
H. L. A. Hart, Londres, Methuen, 1982, p. 11.
44 Ibidem, p. 12. Como es sabido, el concepto de utilidad ya había sido planteado por
el pensamiento filosófico con anterioridad a Bentham; incluso Hume lo emplea para de-
mostrar que ciertas virtudes, como la justicia, encuentran su verdadera razón de ser en la
utilidad que prestan a la comunidad. Sin embargo, como señala F. Copleston, aunque
Bentham no inventó el principio de utilidad, “lo que hizo fue interpretarlo y aplicarlo ex-
plícita y universalmente como principio básico de la moral y de la legislación”. Coples-
ton, Friederich, Historia de la filosofía, trad. de Ana Doménech, México, Ariel, 1991,
vol. VIII, pp. 20-33.
45 “Respecto de una acción conforme al principio de utilidad, uno siempre puede de-
cir que se debe llevar a cabo, así como, que es correcto o esta bien que se haya llevado a
cabo. Sólo bajo esta interpretación los términos deber y bien cobran un significado con-
creto, de otra manera, no tienen ninguno”. Cfr. An Introduction to the Principles of Mo-
ral and Legislation, cit., nota 43, p. 12.
46 Llama la atención que en el capítulo IV de su obra, en el que analiza los diversos
criterios para medir la intensidad del placer y el dolor, Bentham emplea el concepto de
valor. Sin embargo, lo emplea tan sólo para referirse a la fuerza o intensidad del placer o
dolor, es decir, en una dimensión meramente cuantitativa y no cualitativa. Ibidem, pp.
38-41.
LOS PRECEDENTES HISTÓRICO-DOCTRINALES DE LA FILOSOFÍA 33
47 Este, por ejemplo, es el argumento principal que se encuentra en el fondo del rela-
tivismo axiológico de Max Weber y Gustav Radbruch (véase infra, pp. 83 y 173).
48 En torno a la determinación de los alcances que el argumento de Hume ha tendido
en su propio pensamiento, así como sobre el sentido en que debe ser entendido en el con-
junto de su obra, se ha suscitado un importante debate. Véase Muguerza, Javier, “Es y
debe; en torno a la lógica de la falacia naturalista”, Teoría y sociedad. Homenaje al pro-
fesor Aranguren, Barcelona, 1970, pp. 141-175.
34 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
49 Kant, Immanuel, Crítica de la razón práctica, 3a. ed., trad. de Manuel García Mo-
rente, Salamanca, Sígueme, 1997, pp. 42-49.
50 En este sentido, Kant afirma que “el fundamento de la obligatoriedad no debe bus-
carse en la naturaleza humana o en las circunstancias del Universo que rodean al hombre,
sino a priori, exclusivamente en conceptos de razón pura y que cualquier otro precepto
que se fundamente en principios de la mera experiencia podrá considerarse en todo caso
una regla práctica, pero nunca una ley moral”. Kant, Immanuel, Fundamentación de la
metafísica de las costumbres, ed. Luis Martínez de Velasco, Madrid, Austral, 1999, p. 46.
51 J. Hessen, Tratado de filosofía, cit., nota 9, p. 13.
CAPÍTULO SEGUNDO
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
I. Rudolf Herman Lotze y la distinción del ser y el valer . . . 35
II. Distintos caminos de la filosofía de los valores . . . . . . . 41
III. Los valores y su inversión según Friedrich Nietzsche . . . 47
CAPÍTULO SEGUNDO
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA
DE LOS VALORES
35
36 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
3 Copleston, Friederich, Historia de la filosofía, cit., nota 44, vol. VIII, pp. 296-308.
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA 37
tanto, de sentido.6 Ahora bien, este propósito o causa final que constituye
la unidad de todo el universo no descansa en el universo mismo, sino en la
conciencia de la personalidad de Dios, que se manifiesta a sí mismo en el
mundo mediante la realización de valores. Por ello afirma Lotze que
“nuestra creencia en la existencia de Dios se apoya, en última instancia,
en nuestra experiencia moral y en nuestra apreciación de los valores”.7
A pesar de su belleza, la anterior expresión de Lotze entraña tres pro-
blemas filosóficos, que no podemos pasar de largo: en primer lugar, el de
determinar en qué medida se realiza dicha unidad en el universo; en se-
gundo, en qué medida se identifica el propósito divino con la realidad, y
en tercer lugar, en qué sentido y de qué forma los hombres participamos
de los valores. Frente al primer problema responde que la unidad del uni-
verso proporciona una cierta armonía en el mundo, sin que por ello nie-
gue la diversidad de sus elementos; en este contexto, presenta dos ele-
mentos que explican la diversidad y el cambio dentro de esa unidad
aparentemente preestablecida: el primero consiste en que dicha armonía
no implica un plan estático, previamente desarrollado y determinado,
sino que tan sólo establece ciertas leyes de desarrollo mediante las cuales
la realidad se va desenvolviendo; el otro elemento, por el que se explican
los cambios de la naturaleza, incluso los grandes cambios que parecen
romper con dicha unidad, consiste en la acción de la providencia divina
que puede intervenir en el desarrollo del universo, restableciendo a la
vez la armonía aparentemente quebrantada. Así, destaca que su concep-
ción se acerca más a la de una unidad “siempre reestablecida” que a la de
una unidad rígida previamente establecida. Este planteamiento abre el
camino para tratar el segundo problema, en el que se presenta el dilema
consistente en que de ser plena y absoluta la identificación del propósito
divino con la realidad del universo se haría innecesaria la búsqueda de
sentido, pues no podríamos distinguir ya entre fin y sentido, entre valor y
ser; para evitar este supuesto, estima que el propósito del universo, su te-
leología, no está realizado plenamente sino de modo imperfecto, de ma-
nera que la intención divina se convierte en un ideal a cumplir, en un va-
lor a realizar que dota de significado moral a todo el universo. En torno
6 En este punto es destacable la similitud que presenta el pensamiento de Lotze con
el desarrollo que del problema del bien hace San Agustín o, si se prefiere, Plotino, con la
diferencia, claro está, de la separación que hace Lotze del ser y el valor (véase supra, pp.
22-24).
7 Mikrokosmus, cit., nota 2, libro IX, cap. 4, sec. 5.
40 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
8 Willey, Thomas, Back to Kant; The revival of Kantianism in German Social and
Historical Tthought, 1860-1914, Detroit, Wayne State University Press, 1978, pp. 40-57.
9 Windelband, Wilhelm, La filosofía de los siglos XIX y XX, trad. de Francisco La-
rroyo, México, Robredo, 1943, vol. VII y VIII.
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA 41
bres hace eco de ese mismo valor, por lo que, en el pensamiento de Lot-
ze, los hombres, al realizar los valores personales de lo bueno y de lo
bello, participan libremente en la realización de los valores de belleza y
bondad del universo.
En resumen, para Lotze, el universo está dotado de un sentido moral,
al cual los hombres acceden, no ya por el ejercicio de su razón, por el
que sólo les es accesible el funcionamiento mecanicista del universo, si-
no por el sentimiento de valor, que les descubre una dimensión plena de
sentido, de cuya realización en el universo participan plenamente me-
diante la realización de valores éticos, que a la vez dotan de sentido sus
propios actos.10 Por lo tanto, la separación del ser y el valor, a partir de la
cual se desarrolla la filosofía de los valores, distingue claramente una es-
fera del ser, que se refiere al funcionamiento mecanicista del universo, y
a cuyo desenvolvimiento accedemos y describimos mediante la raciona-
lidad que se manifiesta en las ciencias naturales, y una esfera del valor,
que se refiere al sentido, causa final o telos, que imprime la personali-
dad de Dios al universo en su conjunto, y a la cual accedemos por el sen-
timiento de los valores y nos vinculamos por medio de nuestros actos
morales. De esta manera Lotze, al separar ser y valor, en un intento por
buscar un sentido y un valor trascendente a una realidad que entiende co-
mo inmanente, logra conjugar, a través del concepto de valor, una visión
mecanicista de la naturaleza y una concepción moral, ética y religiosa de
la vida.11
12 Moore, George, The Conception of Intrinsic Value, Londres, Routledge & Fegan
Paul, 1922.
13 Perry, Ralph Barton, General Theory of Value, Cambridge, Harvard University
Press, 1950, y su obra: Realms of Value; A Critic of Human Civilization, Cambridge,
Harvard University Press, 1950.
14 Russell, Bertrand, Religión y ciencia, México, FCE, 1955, y su obra: Human So-
ciety in Ethics and Politics, Nueva York, Simon & Shuster, 1955.
15 Carnap, Rudolph, Philosophy and Logical Syntax, Londres, Routledge & Kegan
Paul, 1935.
16 Ayer, Alfred, Language, Truth and Logic, Londres, Gollacz, 1950.
17 Ortega y Gasset, José, Qué son los valores. Introducción a una estimativa, Ma-
drid, Revista de Occidente, 1923.
18 García Morente, Manuel, Ensayos sobre el progreso, Madrid, Dorcas, 1980.
19 Caso, Antonio, El concepto de la historia universal y la filosofía de los valores,
México, Botas, 1933.
20 Larroyo, Francisco, La filosofía de los valores. Valor y problemática en general,
México, Logos, 1936.
21 Romero, Francisco, Teoría del hombre, Buenos Aires, Losada, 1952.
22 Frondizi, Risieri, ¿Qué son los valores?, México, FCE, 1958, 1995.
23 Polin, Raymond, La création des valeurs. Recherches sur le fondement de l’objec-
tive axiologique, París, Presses Universitaires de France, 1945.
24 Lavelle, Louis, Traité des valeurs. Théorie genérale de la valeur, París, Presses
Universitaires de France, 1991.
25 Le Senne, Rene, La description de consciente. Obstacle et valeur, París, Aubier,
1934.
26 Ruyer, Raymond, Philosophie de la valeur, París, Librairie Armand Colin, 1952.
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA 45
27 Troeltsche, Ernst, “Der historismus und seine Probleme”, en Obras completas, Tü-
bingen, Scientia Aalen, 1962, vol. III.
28 Meinecke, Fiedrich, El historicismo y su génesis, México, FCE, 1943.
29 Gutwenger, Engebert, Wertphilosophie, 1952.
30 Rintelen, Joaquim von, Der Wertgedanke in der europäischen Geistesentwicklung,
1932.
46 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
les parecía, como decía en 1926 André Malraux, que “todos los ideales
por los que vale la pena sacrificarse” se habían perdido. Este sentimiento
de crisis, de pérdida de referente que Paul Valery logra expresar gráfica-
mente con la siguiente frase: “...la tempestad ha sacudido el barco con tal
violencia, que hasta las lámparas mejor suspendidas han caído al suelo”,
sin lugar a dudas fue percibido por aquellos hombres que emprendieron
el camino a través de la filosofía de los valores, incluso, para algunos de
ellos, como Meinong y Scheler, la experiencia de la Primera Guerra
Mundial influyó determinantemente en el desarrollo de su pensamiento.
La reflexión sobre los valores se ubica, pues, en este contexto de crisis,
en este intento por buscar un nuevo sentido al mundo que nos rodea
(Lotze); por buscar referentes objetivos y universales a partir de los cua-
les comprender e interpretar la cultura (Rickert); por fijar un punto de
apoyo universal e inmutable, que trascienda e ilumine esta realidad en
continuo devenir (Windelband), o por encontrar un nuevo fundamento
“material” que dote de sentido y objetividad a nuestra conducta moral
(Scheler).
citado por Ruhrberg & Schneckenburger, Arte del siglo XX, trad. de Ingo F. Walter, Ma-
drid, Taschen, 2001, pp. 137 y 138.
48 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
se puedan crear nuevos valores. Sin embargo, el león no puede crear va-
lores; tan sólo puede destruirlos; por ello es necesaria una segunda trans-
formación, en la que aparece el niño, que, con su inocencia y con su ol-
vido, es capaz de dar un nuevo comienzo, un primer movimiento hacia
nuevos valores que permitan al espíritu hacer su voluntad y conquistar
ahora su propio desierto sostenido por sus propios valores.
En su obra La genealogía de la moral, ya en un tono más sistemático
y menos simbólico, Nietzsche realiza una crítica demoledora de los valo-
res vigentes en su época y que constituyen lo que él denomina “moral
del rebaño” o el “ideal ascético”. Parte de la idea de que sólo demostran-
do el origen de las valoraciones morales podrá desenmascararse el sis-
tema de valores vigente, que él identifica con los valores del cristianis-
mo.37 Así, empleando un método histórico-filológico, reflexiona sobre el
origen de los términos bueno y malo (gut und böse), descubriendo que
en varias lenguas los conceptos que se refieren a lo noble, en su sentido
de aristocracia y de superioridad, dieron contenido al concepto de “bue-
no”, mientras que lo vulgar, lo plebeyo, lo bajo, coincidían con lo “ma-
lo”. En la lengua alemana, por ejemplo —explica Nietzsche— el término
malo (Schlecht) en sí es idéntico a simple (Schlicht), que designaba al
hombre simple, al hombre vulgar en contraposición al hombre noble. En
este sentido, en todas las culturas se presentó una fuerte lucha entre la
valoración (Wertung) de la casta de los caballeros o aristócratas y la cas-
ta sacerdotal, pues mientras los primeros elevaban los valores de la vida
fuerte, libre y regocijada, los sacerdotes, en su impotencia, se veían for-
zados a elevar los valores de una vida humillada, atada y ascética. Expli-
ca que en ninguna cultura se presentó esta colisión de valores como en la
cultura hebrea, pues siendo el pueblo judío el pueblo sacerdotal por anto-
nomasia, fue el primero en invertir los valores (Umwertung) de la aristo-
cracia, al negar la identificación de lo bueno (gut) con los valores de lo
noble, lo poderoso, lo bello y lo feliz; y, al predicar de manera dogmática
que tan sólo los miserables, los pobres, los impotentes y los bajos eran
los únicos buenos; que los que sufren, los indigentes, los enfermos, eran los
únicos piadosos, los únicos benditos de Dios; que únicamente para ellos
existe la bienaventuranza y que, en cambio, los aristócratas, los fuertes,
los nobles y los violentos eran los únicos malvados, crueles, insaciables
y ateos, los eternamente desventurados. Nietzsche afirma así que con la
victoria de la casta sacerdotal de los judíos dio comienzo en la moral lo
que él denomina rebelión de los esclavos, y que identifica con la moral
del rebaño. Pero la verdadera victoria de la moral del rebaño —sentencia
Nietzsche— no se debe tan sólo al pueblo judío, pues cuando se gesta el
resentimiento creador de valores, es con la figura de Jesús de Nazaret,
“el redentor que trae la bienaventuranza y la victoria a los pobres” —co-
mo lo llama el propio Nietzsche—; “del odio más profundo y sublime,
esto es, del odio creador de ideales, modificador de valores, pudo brotar
algo igualmente incomparable, un amor nuevo, la más profunda y subli-
me especie de amor”,38 con él triunfa definitivamente la inversión de los
valores, pues, mediante él, la moral del rebaño pudo esparcirse y con-
quistar a todos los pueblos de la tierra. Así que para Nietzsche el Dios en
la cruz, que se entrega a sí mismo para la salvación de los hombres,
constituyó el gran triunfo de la transmutación de todos los valores, sien-
do el Sermón de la Montaña su obra maestra, dado que en él se enseña a
los hombres a desesperar de la vida presente y a esperar la bienaventu-
ranza solamente en la vida futura. Con la moral cristiana —concluye—
la debilidad se transforma en mérito, la cobardía en valentía, la impoten-
cia en autocontrol, la temerosa bajeza en humildad, la sumisión a quienes
se odia en obediencia y la imposibilidad de venganza en perdón. Así, la
creación de valores, la proyección de ideales, surgen del resentimiento,39
del odio de los débiles a los fuertes, de los enfermos a los sanos. La mo-
ral del rebaño termina valorando (estimando) aquello que era noble y
bueno en el ideal aristocrático como malo y despreciable, construyendo
un ideal ascético por el que se niegan los valores de la fortaleza, del go-
zo, de lo bello, del poder; por el que se desprecia la vida presente de
acuerdo con una quimérica vida superior; por el que se desprecia el cuer-
po y sus instintos, en orden a una espiritualidad del autodesprecio, de la
40 En su obra Más allá del bien y del mal, Nietzsche ya había desarrollado las dife-
rencias entre las que denomina la moral de los señores y la moral del rebaño, y destaca
que su diferencia esencial radica en que, mientras en la moral de los señores los hombres
son los que crean y determinan sus propios valores, en la moral del rebaño los hombres ri-
gen su conducta moral bajo valores predeterminados, que tan sólo tiene que reconocer.
Esta diferencia también es propia de los hombres que él reconoce como espíritus libres y
los que identifica con una conciencia religiosa. Más allá del bien y del mal. Preludio de
una filosofía del futuro, trad. de Andrés Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 1997.
41 Jaspers relaciona la idea nietzscheana, que concibe al hombre como creador de sus
propios valores, con el concepto mismo que Nietzsche tiene sobre la libertad. Jaspers,
Karl, Nietzsche, trad. de Emilio Estú, Buenos Aires, Sudamericana, 1963, pp. 214-240.
42 Más allá del bien y del mal., cit., nota 40, p. 103 (máxima 108).
52 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
perior no sólo respecto de otros, los que obedecen, sino también, y sobre
todo, respecto de sí mismo. Lo que quiere decir sobreelevación, autopo-
tenciación, llevar a mayor altura la propia esencia, de manera que la pro-
pia esencia consiste en esa sobre-elevación. Por otra parte —continúa
Heidegger— “la esencia del poder ha sido determinada por Nietzsche,
como el «mirar que va más allá, viendo lejos en torno hacia una mirada
abierta que todo abraza», como sobre-potenciamiento”. Así, al unir vo-
luntad y poder en un concepto nuevo, que a la vez supera sus elementos,
Nietzsche se refiere a un “dar poder para la sobre-elevación de sí
mismo”.46
Si partimos de este supuesto, tenemos que reconocer que el resultado
de la transvaloración será el proyectar los nuevos valores, tomando como
principio de determinación la voluntad de poder. Volviendo a la alego-
ría, que referíamos al principio del presente apartado, una vez que el león
ha logrado vencer al dragón y, con él, a todos los valores milenarios, tie-
ne que aparecer el niño, quien con su inocencia es capaz de establecer un
nuevo principio, a partir del cual se desprendan nuevos valores, que le
permiten ser Señor de su propio mundo. En este sentido, el concepto de
valor (Wert) para Nietzsche se refiere a aquello que permite desarrollar
la propia esencia de la voluntad de poder, la sobreelevación de sí mismo, la
autoafirmación. Así tendremos que los nuevos valores serán todos aque-
llos que sustenten, favorezcan e impulsen el acrecentamiento de la vo-
luntad de poder. Los valores adquieren así una dimensión perspectivista,
como proyecciones, como potencializadores de la propia voluntad de po-
der. Con esto —explica una vez más Heidegger—, Nietzsche da una
nueva interpretación de la existencia, pues la interpreta solamente desde
la voluntad de poder, dando como resultado que los valores parten de
ella misma, es decir, el valor ya no es norma ni ideal para el ser —como
se venía afirmando en la antigua metafísica—, sino que, ahora, es el pro-
pio ser el que tiene que ser norma para el valor, pues los valores parten
del mismo principio como “condiciones de conservación y acrecenta-
miento de la voluntad de poder, siendo esas condiciones puestas por la
voluntad de poder”.47 Por otra parte, la proyección, la creación de estos
valores, sólo podrá correr a cargo de un hombre que esté plenamente
identificado con el principio de la voluntad de poder, y como, por defini-
ción, el hombre débil y el hombre enfermo es contrario a la esencia mis-
46 Ibidem, vol. I, pp. 383-400.
47 Ibidem, vol. II, p. 188.
ORIGEN Y PRIMERA CONFIGURACIÓN DE LA FILOSOFÍA 55
48 En su obra Mas allá del bien y del mal, Nietzsche también reconoce que la tarea
principal de los nuevos filósofos es la de crear valores, la de ser legisladores morales.
CAPÍTULO TERCERO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES POR
OBRA DEL NEOKANTISMO CULTURAL . . . . . . . . . . . 57
I. La filosofía como ciencia crítica de los valores absolutos:
Wilhelm Windelband . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
1. Historia y ciencias de la naturaleza . . . . . . . . . . . . 65
2. Los juicios de valor. Su relación con los valores abso-
lutos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
II. Los valores como elemento esencial y definitorio del mun-
do de la cultura: Heinrich Rickert . . . . . . . . . . . . . . 68
1. Ciencias de la naturaleza y ciencias de la cultura . . . . 70
2. Naturaleza de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
3. La objetividad de las ciencias históricas . . . . . . . . . 74
4. Los valores suprahistóricos . . . . . . . . . . . . . . . . 76
III. Un caso singular: la neutralidad de la ciencia ante los va-
lores según Max Weber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
1. Los juicios de valor en las ciencias sociales . . . . . . . 80
2. Pluralidad y conflictividad de los valores . . . . . . . . 83
CAPÍTULO TERCERO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
POR OBRA DEL NEOKANTISMO CULTURAL
1 Löwith, Karl, From Hegel to Nietzsche, Grenn Garden City, Nueva York, Anchor
Doubleday, 1967.
57
58 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
proponen comprender las leyes generales, mientras que las ciencias his-
tóricas, a las que denomina ciencias ideográficas, se proponen exponer
de un modo completo y exhaustivo un determinado acaecimiento más o
menos extenso de realidad transitoria y circunscrito dentro del tiempo; su
finalidad es la de reproducir y comprender una creación de la vida huma-
na plasmada por una sola vez en la realidad.21
za. En cambio, en los juicios de valor aparece una relación entre una
conciencia subjetiva y el objeto del que se trata, es decir, se trata de un
predicado de enjuiciamiento, de una relación que hace referencia a una
conciencia teleológica, por la que añadimos a un objeto que nos repre-
sentamos un predicado por el que expresamos el sentimiento de aproba-
ción o reprobación con que la conciencia enjuiciadora se pronuncia acer-
ca del objeto representado. Para Windelband, éste es el espacio que le
corresponde a la filosofía, y no la tarea de describir el origen o la evolu-
ción de los juicios de valor, que corresponde a la psicología o a la histo-
ria de la cultura; de manera que lo que le corresponde particularmente a
la filosofía crítica es verificar o analizar si esos juicios de valor tienen un
valor absoluto, aunque empíricamente no hayan llegado a obtener un re-
conocimiento de modo general.22
Windelband reconoce que cada persona puede pensar de forma distin-
ta, y, por ello, emitir juicios de valor diferentes y dispares; pero está per-
suadido de que por encima de las valoraciones particulares, que cada
hombre puede emitir, existe una valoración absoluta, a la que debemos
atenernos para decidir si una afirmación es verdadera o falsa. Esto suce-
de en tres campos diferentes: en la ética, en la estética y en la lógica, sin
que se pueda exigir esa generalidad en los enjuiciamientos sobre el pla-
cer o desplacer de las cosas, el agrado o el desagrado. Advierte que esta
pretensión de generalidad no puede confundirse con el reconocimiento
generalizado de los juicios de valor, es decir, aunque ciertos enjuicia-
mientos no sean compartidos por todos los hombres, no por ello pueden
dejar de pretender ser absolutos y generales y, viceversa, no porque sean
compartidos por todos son absolutos. Así que la validez general que bus-
ca la filosofía no se refiere a una validez real, sino ideal; no a lo que es
efectivamente, sino a lo que debe ser. Esta necesidad ideal de lo que de-
biera regir con carácter general se apoya en lo que llama Windelband
una conciencia normativa, cuya esencia reside en nuestra convicción de
que las cosas deben ser realmente de una determinada manera, aunque en
la realidad empírica no sean así. Las leyes de esta conciencia normativa
son distintas a las leyes naturales que rigen necesariamente en cualquier
condición, pues son normas que deben regir, sin que por ello se realicen
fatalmente en la realidad empírica.
22 Más adelante veremos cómo en este punto, el de la descripción de los juicios de
valor, se unen el planteamiento de los neokantianos y la forma en que Brentano plantea
el problema del valor o de la rectitud moral (véase infra, p. 87).
68 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
Por último, nos queda analizar la relación que tienen los valores con la
conciencia normativa y, con ello, el trato que Windelband da a los valo-
res. Lo primero que se tiene que destacar es que este autor no realiza es-
trictamente un estudio sobre los valores, es decir, no constituyen para él
un problema filosófico en sí mismos; más bien se apoya en ellos para re-
solver los problemas que planteamos al principio de este apartado: la dis-
tinción entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias de la cultura, así
como la fundamentación crítica de estas últimas. Así, podemos afirmar
que los valores constituyen los elementos que dotan de universalidad y
de validez general a la diversidad y particularidad de la realidad históri-
ca, que constituye la materia de las ciencias de la cultura. A esto se debe
precisamente que Windelband defina a la filosofía como la ciencia críti-
ca de los valores absolutos, pues entiende que la misión de la filosofía es
dotar de un fundamento de validez al conocimiento humano. Sin em-
bargo, no esclarece del todo la naturaleza de los valores, pues aunque
se inclina implícitamente por su objetividad, no acaba por definir si los
valores son categorías a priori que informan y dotan de validez el cono-
cimiento empírico de las ciencias de la cultura, tal como para el pensa-
miento de Kant lo hacen las categorías de espacio y tiempo respecto de
las ciencias de la naturaleza, o si bien, los valores se manifiestan en la
historia a través de la conciencia colectiva de cada comunidad de vida,
permitiendo al historiador y, aun de forma más clara, al historiador de la
filosofía, ir desentrañando los elementos de validez absoluta que contie-
ne el devenir histórico. Pero lo que queda muy claro es que Windelband,
retomando el concepto de valor de la filosofía de Lotze, lo coloca en el
centro de la reflexión filosófica, lo identifica con el ámbito de las cien-
cias de la cultura y le da una interpretación objetivista. Sobre estos lo-
gros seguirá avanzando la Escuela de Baden, y, en particular, su discípu-
lo, Heinrich Rickert.
23 Véase Messer, August, La filosofía actual, cit., nota 10, pp. 116-147.
24 Ciencia cultural y ciencia natural, trad. de Manuel García Morente, Madrid, Cal-
pe, 1922, p. 35.
25 Sobre el problema del “concepto” y de la “definición” en Rickert véase su tesis
doctoral dirigida por el propio Windelband, Zur Lehre von der Definition (1888); hay
traducción al español de la tercera edición a cargo de Luis Villoro con el título Teoría de
la definición, México, UNAM, 1960.
70 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
26 Para profundizaren la teoría del conocimiento desarrollada por Rickert, así como
para un estudio más detallado de los límites de las ciencias naturales y la fundamentación
científica de las ciencias de la cultura, véase su obra Die Grezen der Naturwissenchafli-
chen Begriffsbildung: Eine logische Einleitung in die historischen Wissenschaften, Tü-
bingen, J. C. B. Mohr, 1902; hay traducción inglesa a cargo de Guy Oakes, The Limits of
Concept Formation in Natural Science; A logical Introduction to the Historical Sciences,
Cambridge, Cambridge University Press, 1986.
27 Ciencia cultural y ciencia natural, cit., nota 24, p. 83.
NEOKANTISMO CULTURAL 71
28 Ibidem, p. 53.
72 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
29
Ibidem, p.82.
30
Rickert desarrolla estas ideas de una forma más amplia y detallada en su obra
Introducción a los problemas de la filosofía de la historia, trad. de Walter Liebling, Bue-
nos Aires, Nova, 1961, pp. 64-90.
31 Ciencia cultural y ciencia natural, cit., nota 24, p. 86.
NEOKANTISMO CULTURAL 73
timo de toda ciencia. Por otro lado, si no contamos con esta verdad uni-
versal, apoyada en valores de validez universal, tampoco estaríamos en
posibilidades de hablar de una historia universal, pues los valores que
constituirían su fundamento y desarrollo tan sólo tendrían una cierta va-
lidez empírica en una determinada comunidad cultural, pero no podrían
dotar de un sentido universal a todos los acontecimientos históricos que
conforman el acontecer humano desde su perspectiva universal.
los valores referentes a los bienes en los que residen los valores, que
pueden ser personas o cosas; pero, además, en la actitud que podemos
tomar ante ellos, que puede ser activa o contemplativa; el segundo plano
se refiere a la realización de los bienes en el presente, en el futuro o en
la eternidad; de lo que, a su vez, resultan otras esferas de valor: el arte, la
ciencia y la religión místico-panteísta, caracterizada por el aspecto obje-
tivo contemplativo; el tercer plano se refiere a la actividad de la vida per-
sonal en el presente y a la realización de los bienes ético-sociales en el
futuro; por último, un plano que se refiere a la religiosidad teísta, que
ayuda a la constitución de un reino eterno de Dios sobre la Tierra.
A pesar de que el sistema de valores dado por Rickert presenta varios
problemas, a saber: como el que no se pueda constatar con facilidad el
criterio que empleó para desarrollarlo; el que no aclare las relaciones que
existen entre los propios valores; el que su formulación teórica esté llena
de ambigüedades al no determinar con claridad la distinción que hace en-
tre el aspecto formal de los valores y su dimensión material, y el que,
además, se le haya acusado de querer universalizar aquellos valores que
conformaban la cultura de la Alemania de los años anteriores a la Prime-
ra Guerra Mundial,43 lo cierto es que el sistema de valores que desarrolla
le sirve como principio o criterio para poder adoptar un juicio crítico so-
bre el desarrollo y progreso de la historia, juicio que considera funda-
mental y propio de la filosofía de la historia, y del cual afirma que no
traiciona su carácter científico, siempre y cuando los valores que lo con-
forman se mantengan dados en su aspecto formal. Pero, además, el siste-
ma de valores que presenta le sirve como el mejor argumento para miti-
gar una postura historicista, que ambiciona convertirse en concepción del
mundo, pues para él, el historicismo, “al hacer de la carencia de princi-
pios su propio principio, es una especie de relativismo y escepticismo,
que, radicalizado, se convierte en un nihilismo que hay que combatir por
todos los medios”.44 Pero tal vez la función más importante que asigna a
su sistema de los valores es que, dado su carácter de conjunto de valores
absolutos suprahistóricos y de validez universal, es el único instrumento
capaz de dotar de sentido al universo histórico en su totalidad, y además,
en lo particular, sirve como referente a los valores concretos que el hom-
bre reconoce en cada uno de los objetos culturales. Lo que, por otra par-
43 Stern, Alfred, La filosofía de la historia y el problema de los valores, Buenos Ai-
res, Editorial Universitaria, 1970, pp. 156-158.
44 Introducción a los problemas de la filosofía de la historia, cit., nota 30, p. 135.
NEOKANTISMO CULTURAL 79
47 Sobre la vida de Max Weber y en concreto su relación con Rickert, véase Weber,
Marianne, Max Weber; una biografía, trad. de Javier Banet y Jorge Navarro, Valencia,
IVEI, 1995.
48 Weber define el proceso de racionalización de la siguiente manera: “La creciente
racionalización e intelectualización no significa, por tanto, un mayor conocimiento gene-
ral de las condiciones de vida bajo las que se vive, sino que significa otra cosa totalmente
diferente: significa el conocimiento o la fe de que, si se quisiera, se podrían conocer en
todo momento esas condiciones; significa, por tanto, el conocimiento o la fe de que, por
principio, no existen poderes ocultos imprevisibles que estén interviniendo sino que to-
das las cosas pueden ser dominadas mediante el cálculo. Esto significa el desencanta-
miento del mundo”. Cfr. Weber, Max,“Wissenschaft als Beruf”, en Gesammelte Aufsätze
zur Wissenschaftslehere (Tübingen, Johannes Winlkelmann, 1988), pp. 505-560; hay tra-
ducción al español a cargo de Juaquín Abellán, La ciencia como profesión; la política
como profesión, Madrid, Espasa-Calpe, 1992, p. 67.
NEOKANTISMO CULTURAL 81
cular es un dios para aquel que lo sostiene, un dios que está en eterna lu-
cha con otros dioses por prevalecer”.55
Es importante destacar que con esta posición Weber no niega que los
juicios de valor, con los que determinamos nuestra actuación y dotamos
de sentido a nuestra vida, se presenten para nosotros como objetivamente
valiosos, incluso que la dignidad de la persona reside en el hecho de que,
para ella, existen unos valores superiores a los cuales refiere su propia
vida, lo que implica que reconoce la enorme importancia que para cada
hombre representan los valores, así como que sólo a través de ellos se
puede comprender plenamente la acción humana y su determinada con-
cepción del mundo. Lo que Weber intenta demostrar es que la ciencia,
dentro de la que incluye a la filosofía, no puede justificar y, por lo tanto,
hacer un juicio de validez sobre los valores últimos a los que cada hom-
bre refiere su conducta. De esta manera, sitúa la labor de la ciencia, en lo
que respecta a la actividad humana, en el campo de los medios y de los
fines; es decir, admite que las ciencias sociales pueden reflexionar sobre
el medio idóneo para la consecución de un determinado fin; incluso, pre-
ver qué consecuencias podrían derivarse al emplear otros medios; pero
niega que la ciencia pueda entrar en el campo de los fines últimos, lo que
implica que la elección de los valores, que el hombre toma como fines
últimos de su conducta, esté reservada exclusivamente al ámbito de la
conciencia del sujeto y a su personal concepción del mundo, sin que la cien-
cia pueda emitir juicio alguno sobre dicha elección.56
Por lo tanto, lo único que puede aportar la ciencia en el conflicto de
valores, así como en la decisión personal de una concepción del mundo,
es claridad. Esto es, que la ciencia sólo puede mostrar cuál es exactamente
el valor que sostiene nuestra concepción del mundo, qué consecuencias
se derivan de nuestra elección, qué medios tendríamos que utilizar para
alcanzar los fines que se apoyan en ese valor e, incluso, determinar el
sentido de las valoraciones, es decir, develar la estructura última de los
valores y sus consecuencias provistas de sentido; pero nunca podrá dis-
cernir sobre si un valor debe prevalecer sobre otro, o si existe un siste-
ma de valores objetivo por medio del cual se establezca una relación
55 “Wissenschaft als Beruf”, cit., nota 48, pp. 582-613; hay traducción al español
por Joaquín Abellán, La ciencia como profesión. La política como profesión, cit., nota
48, p. 80.
56 “La objetividad del conocimiento en las ciencias y la política sociales”, cit., nota
50, p. 117.
NEOKANTISMO CULTURAL 85
57 La ciencia como profesión. La política como profesión, cit., nota 48, p. 71.
58 Él mismo advierte esto cuando exige que “cada hombre debe aclarar el propio va-
lor en el que fundamenta su concepción del mundo, para no caer en la fácil y cómoda
postura de un relativismo que exime todo compromiso”. Ibidem, p. 88.
59 “Politik als Beruf”, Gesammelte politische Scriften, Tübingen, Johannes Winkel-
mann, 1988, pp. 505-560; hay traducción al español a cargo de Joaquín Abellán, La polí-
tica como profesión, Madrid, Espasa-Calpe, 1992, pp. 93-164.
60 En el primer capítulo de la segunda parte intentaré precisar la relevancia que tiene
la recepción de la concepción relativista de los valores en el derecho.
CAPÍTULO CUARTO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES POR
OBRA DE LA FENOMENOLOGÍA . . . . . . . . . . . . . . . . 87
I. Franz Brentano y el problema de la rectitud moral . . . . . 87
II. La teoría del objeto de Alexius Meinong . . . . . . . . . . 93
1. La tesis subjetivista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
2. La tesis objetivista: los valores impersonales . . . . . . 97
III. Max Scheler y la ética material de los valores . . . . . . . 100
1. La herencia de Edmund Husserl . . . . . . . . . . . . . 100
2. Una distinción clave: ética formal y ética material o de
contenido normativo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
3. El conocimiento de los valores . . . . . . . . . . . . . . 111
4. La jerarquía de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . 113
5. El bien moral y los valores . . . . . . . . . . . . . . . . 114
6. El difícil problema de la subjetividad y la relatividad de
los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
IV. Nicolai Hartmann y la existencia en sí de los valores . . . 121
1. Fenomenología y ontología . . . . . . . . . . . . . . . . 121
2. Una ética de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
3. Relación de los valores con la esfera del ser-real . . . . 129
4. El reino de los valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
CAPÍTULO CUARTO
EL DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA DE LOS VALORES
POR OBRA DE LA FENOMENOLOGÍA
87
88 ORIGEN, CONFIGURACIÓN Y DESARROLLO DE LA FILOSOFÍA
el cual niega las consecuencias que algunos de sus discípulos habían ex-
traído de su pensamiento, especialmente aquellas ideas que sirvieron de
base para desarrollar una Ética de los valores a partir de su posición gno-
seológica. Incluso, todo parece indicar que la razón principal del giro lle-
vado a cabo por él procede de las reflexiones que varios de sus discípu-
los hicieron de los objetos intencionales, llegando a desarrollar teorías
propias que derivaron en la aceptación de la existencia propia e indepen-
diente de los llamados objetos ideales (Meinong), de las esencias (Hus-
serl), o de los valores (Scheler) que, a su juicio, parecían muy cercanas a
la teoría de las ideas de Platón.7 Estos discípulos no aceptaron el giro
reísta de su maestro y continuaron desarrollando, por caminos diversos,
sus ideas; entre ellos destacan Christian von Ehrenfels, Alexius Mei-
nong, Edmund Husserl, también Max Scheler —que conoce a Brentano a
través de Husserl—, Theodor Lessing y Roman Ingarden. Mientras que
entre los discípulos que continuaron fieles a su maestro hasta el final de
sus días, y que incluso fueron los encargados de recopilar y editar sus
trabajos posteriores, están Oskar Kraus y Alfred Kastil.
La postura adoptada por sus primeros discípulos parte, principalmen-
te, de la primera edición de su obra Psychologie vom empirischen Stand-
punkt, de 1874, y de la ya comentada Sobre el origen del conocimiento
moral; mientras que la interpretación de sus discípulos denominados “or-
todoxos” parte de la reedición que hizo de su obra Psychologie en 1911,
en la que modifica sustancialmente el libro segundo, donde trata el pro-
blema de la clasificación de los fenómenos psíquicos, así como de sus
obras y escritos posteriores, entre ellos varias cartas personales que tanto
Oskar Kraus como Alfred Kastil se encargaron de recopilar y de ir edi-
tando tras la muerte de su maestro.
El núcleo doctrinal que sirve de base a los primeros discípulos de
Brentano se concretó en las ideas expuestas en su Teoría de la intencio-
nalidad, ideas que, referidas al concepto de valor, podríamos resumir de
la siguiente manera: consideran que lo que Brentano describe como re-
7 Para Aquilina Satué, como para Millán-Puelles, las modificaciones que hace Bren-
tano en su Psichologie atienden más bien a una evolución de su pensamiento que a una
ruptura, pues estiman que si en 1874 la intención de Brentano era solamente demostrar
que todos los fenómenos psíquicos se referían intencionalmente a un objeto, con los cam-
bios introducidos en 1911 lo que pretende es precisar la naturaleza del objeto intencional,
buscar su fundamento real. Véase Satué Álvarez, Aquilina, La doctrina de la intenciona-
lidad en Franz Brentano, Barcelona, CSIC, 1961, p. 95.
FENOMENOLOGÍA 91