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CARTA VII

“Siendo objeto de general censura el régimen político a la sazón imperante, se produjo una
revolución; al frente de este movimiento revolucionario se instauraron como caudillos
cincuenta y un hombres, diez en el Pireo y once en la capital, al cargo de los cuales estaba
la administración pública en lo referente al ágora y a los asuntos municipales, mientras que
treinta se instauraron con plenos poderes al frente del gobierno en general. Se daba la
circunstancia de que algunos de éstos eran allegados y conocidos míos. y en consecuencia
requirieron al punto mi colaboración, por entender que se trataba de actividades que me
interesaban. La reacción mía no es de extrañar, dada mi juventud; yo pensé que ellos iban a
gobernar la ciudad sacándola de un régimen de vida injusto y llevándola a un orden mejor,
de suerte que les dediqué mi más apasionada atención, a ver lo que conseguían. Y vi que
en poco tiempo, hicieron parecer bueno como una edad de oro el anterior régimen. Entre
otras tropelías que cometieron, estuvo la de enviar a mi amigo, el anciano Sócrates, de
quien yo no tendría reparo en afirmar que fue el más justo de los hombres de su tiempo, a
que. en unión de otras personas, prendiera a un ciudadano para conducirle por la fuerza a
ser ejecutado: orden dada con el fin de que Sócrates quedara, de grado o por fuerza,
complicado en sus crímenes; por cierto que él no obedeció. y se arriesgó a sufrir toda clase
de castigos antes que hacerse cómplice de sus iniquidades. Viendo, digo. todas estas cosas
y otras semejantes de la mayor gravedad, lleno de indignación me inhibí de las torpezas de
aquel periodo, No mucho tiempo después cayó la Urania de los Treinta y todo el sistema
político imperante. De nuevo, aunque ya menos impetuosamente, me arrastró el deseo de
ocuparme de los asuntos públicos de la ciudad. Ocurrían desde luego también bajo aquel
gobierno, por tratarse de un periodo turbulento, muchas cosas que podrían ser objeto de
desaprobación; y nada tiene de extraño que, en medio de una revolución, ciertas gentes
tomaran venganzas excesivas de algunos adversarios. No obstante los entonces
repatriados observaron una considerable moderación. Pero dio también la casualidad de
que algunos de los que estaban en el poder llevaron a los tribunales a mi amigo Sócrates, a
quien acabo de referirme, bajo la acusación más inicua y que menos le cuadraba: en efecto,
unes acusaron de impiedad y otros condenaron y ejecutaron al hombre que un dia no
consintió en ser cómplice del ilícito arresto de un partidario de los entonces proscritos, en
ocasión en que ellos padecían las adversidades del destierro. Al observar yo cosas como
éstas y a los hombres que ejercían los poderes públicos, así como las leyes y las
costumbres, cuanto con mayor atención lo examinaba, al mismo tiempo que mí edad iba
adquiriendo madurez, tanto más difícil consideraba administrar los asuntos públicos con
rectitud; no me parecía, en efecto, que fuera posible hacerlo sin contar con amigos y
colaboradores dignos de confianza; encontrar quienes lo fueran no era fácil, pues ya la
ciudad no se regia por las costumbres y prácticas de nuestros antepasados. y adquirir otros
nuevos con alguna facilidad era imposible; por otra parte, tanto la letra como el espíritu de
las leyes se iba corrompiendo y el número de ellas crecía con extraordinaria rapidez.
De esta suerte yo. que al principio estaba lleno de entusiasmo por dedicarme a la
política, al volver mi atención a la vida pública y verla arrastrada en todas direcciones por
toda clase de corrientes, terminé por yerme atacado de vértigo, y si bien no prescindí de
reflexionar sobre la manera de poder introducir una mejora en ella, y en consecuencia en la
totalidad del sistema político. sí dejé, sin embargo, de esperar sucesivas oportunidades de
intervenir activamente; y terminé por adquirir el convencimiento con respecto a todos los
Estados actuales de que están, sin excepción. mal gobernados; en efecto. lo referente a su
legislación no tiene remedio sin una extraordinaria reforma, acompañada además de suerte
para implantarla. Y me vi obligado a reconocer, en honor a la verdadera filosofía, que de ella
depende el obtener una visión perfecta y total de lo que es justo tanto en el terreno político
como en el privado, y que no cesará en sus males el género humano hasta que los que son
recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos. o bien los que ejercen el
poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico
sentido de la palabra”.

PLAT0N: Carta VIL 324 c-326 a

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COMENTARIO DE TEXTO: PLATÓN, “CARTA VII”

La Carta VII de Platón es uno de los textos biográficos que nos da más
información sobre el sentido y los objetivos de su obra. Platón ya
anciano, explica sus esperanzas políticas de juventud, “cuando yo era
joven pasé por la experiencia que otros muchos y pensé dedicarme a
la política” (Carta VII 384-322); y como todas ellas se transforman en
desencanto político; sólo considera que la auténtica filosofía será
capaz de poner las bases para una buena armonía social y política.

En el siglo que media entre el nacimiento de PLATÓN (428 a.C.) y la


muerte de ARISTOTELES (322 a.C.) el territorio de Grecia comprendía
lo que es la Grecia actual, numerosas islas del mar Egeo y zonas
costeras de Asia Menor. Los recursos naturales de la Grecia
continental eran escasos para sus necesidades, por lo que las
ciudades tuvieron que recurrir a la colonización. La forma de gobierno
variaba de unas ciudades a otras, pero compartían la cultura, al tener
en común la lengua, la mitología y las costumbres. Aunque las
guerras entre las ciudades griegas eran frecuentes, a veces se unían
en ligas para empresas colectivas como guerras o juegos deportivos.
Las guerras médicas, iniciadas en 499 a.C. unieron a los griegos
contra los persas. Al terminar con la victoria griega, la ciudad de
Atenas -que había destacado en estas guerras— obtiene la
hegemonía sobre las ciudades griegas. Es la época que se conoce
como siglo de Pericless.
Es un momento de apogeo cultural en Atenas. Florecen las artes,
las letras, la filosofía. Es la época de figuras como FIDIAS, MIRÓN,
POLICLET0, ESQUILO, SÓFOCLES, ARISTOFANES, ANAXAGORAS,
PROTÁGORAS, GORGIAS, SÓCRATES, TUCIDIDES, HERODOTO y
JENOFONTE. Se inicia la construcción del Partenón y otros
monumentos de la Acrópolis ateniense.
Desde el punto de vista político, Pericles introduce reformas
legislativas que recortan los poderes del consejo de aristócratas o
Areópago en beneficio de la Asamblea, en la que pueden intervenir
todos los ciudadanos, lo que genera el descontento de la aristocracia
que favorecerá revueltas posteriores e inestabilidad en el gobierno de
la ciudad.

El desarrollo de Atenas provoca la enemistad de otra importante


ciudad griega: Esparta, estado de tipo totalitario, y en 431 a.C. se
desencadena entre las dos ciudades la guerra del Peloponeso, en la
que se ven implicadas las ciudades a ellas vinculadas. La guerra duró
30 años. La aristocracia ateniense apoyaba a Esparta con la
esperanza de recuperar el poder y las propiedades perdidas durante
la democracia. La guerra termina con la derrota de Atenas en
Egospótamos y en la ciudad se implanta un gobierno oligárquico, el
de los Treinta Tiranos. Tras unos 30 años de hegemonia, Esparta fue,
a su vez, derrotada por Tebas. En 338 a.C. Filipo de Macedonia
derrotó a tebanos y atenienses. Las ciudades griegas perdieron su
independencia para quedar bajo dominio macedónico hasta la muerte
de Alejandro Magno en 323 a.C.

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El reflejo de esta situación lo encontramos en la Carta VII de
PLATÓN:
“Siendo objeto de general censura el régimen político a la sazón
imperante, se produjo una revolución; al frente de este movimiento
revolucionario se instauraron como caudillos cincuenta y un hombres, diez
en el Pireo y once en la capital, al cargo de los cuales estaba la
administración pública en lo referente al ágora y a los asuntos municipales,
mientras que treinta se instauraron con plenos poderes al frente del
gobierno en general. Se daba la circunstancia de que algunos de éstos eran
allegados y conocidos míos. y en consecuencia requirieron al punto mi
colaboración, por entender que se trataba de actividades que me
interesaban. La reacción mía no es de extrañar, dada mi juventud; yo pensé
que ellos iban a gobernar la ciudad sacándola de un régimen de vida injusto
y llevándola a un orden mejor, de suerte que les dediqué mi más
apasionada atención, a ver lo que conseguían. Y vi que en poco tiempo,
hicieron parecer bueno como una edad de oro el anterior régimen. Entre
otras tropelías que cometieron, estuvo la de enviar a mi amigo, el anciano
Sócrates, de quien yo no tendría reparo en afirmar que fue el más justo de
los hombres de su tiempo, a que. en unión de otras personas, prendiera a
un ciudadano para conducirle por la fuerza a ser ejecutado: orden dada con
el fin de que Sócrates quedara, de grado o por fuerza, complicado en sus
crímenes; por cierto que él no obedeció. y se arriesgó a sufrir toda clase de
castigos antes que hacerse cómplice de sus iniquidades. Viendo, digo. todas
estas cosas y otras semejantes de la mayor gravedad, lleno de indignación
me inhibí de las torpezas de aquel periodo, No mucho tiempo después cayó
la Tirania de los Treinta y todo el sistema político imperante. De nuevo,
aunque ya menos impetuosamente, me arrastró el deseo de ocuparme de
los asuntos públicos de la ciudad ... “ Carta VII.

Platón había nacido el año 427 a.C. en Atenas, en una familia


aristocráica. La familia de su madre, Perictóna, había contado con
varios arcontes entre entre sus miembros desde el siglo VII. El padre
de Perictíona , Glaucón, era el hermano más joven de Calescro, padre
a su vez de Critias, el tirano, que arrastro a su primo Cármides,
hermano de Perictíona, a la aventura de los Treinta. Tiranía que
refiere el texto.

Platón conoce y cultiva la amistad de Sócrates cuando tenía veinte


años, éste era un personaje muy popular en Atenas, seguramente le
habría visto muchas veces. En la Carta VII encontramos un
importante documento sobre las preocupaciones políticas de Platón,
anteriores a su encuentro con Sócrates (324b y ss.) Si son ciertas las
referencias de esta carta, la relación entre Sócrates y Platón no duró
muchos años. En el año 404, con la derrota de Atenas en la guerra del
Peloponeso, gobernada por una democracia demagógica, surgen bajo
la forma de régimen oligárquico, todas las reivindicaciones que los
nobles atenienses habían esperado desde Clístenes y Pericles. Con el
apoyo de los espartanos y de su general Lisandro, Atenas quedo al
mando de treinta aristócratas que la historia recogerá con el nombre
delos Treinta Tiranos; entre ellos, Critias, primo de la madre de
Platón, y su tío Carmides. En el año 403 cae el gobierno de los
Treinta, vuelve, con Trastíbulo, la democracia a Atenas y mueren en
combate Critias y Cñarmides. Aunque debió de ser un golpe fuerte
para Platón, vinculado a los Treinta por razones familiares, una

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esperanza de renovación y progreso se abre con el nuevo gobierno.
La confesión de la Carta VII es en este punto, un testimonio
impresionante. (325b-c).

Tal vez la inestabilidad política de su tiempo le empujó a querer


actuar en la vida pública, pero su encuentro con Sócrates cambiaría
sus proyectos; sobre todo, al comprobar, según él mismo habría de
escribir después, que la política ateniense podía ser tan ciega como
para condenar a muerte “ a nuestro amigo, el mejor hombre de los
que entonces conocimos y el más inteligente y justo” (Fedón, 118).
Esta etapa o periodo fue muy turbulento y muchos aprovecharon para
tomar venganza de sus adversarios. Y algunos de los que estaban en
el poder llevaron a Sócrates a los tribunales acusándolo de impiedad.
En el año 399 tiene lugar la condena y muerte de Sócrates.

A continuación le refiero un breve texto donde se narra como fue la


condena de Sócrates:

La condena de Sócrates.
La condena de Sócrates queda como uno de los más grandes misterios de la
antigüedad. El setentón maestro había rehusado obediencia a los Treinta y
denunciado al mal gobierno de Critias. Escapaba, por tanto, a cualquier acusación
de ‘colaboracionismo”, como hoy se diría, y no era susceptible de “depuración”. De
hecho, sus adversarios no le acusaron en el plano político, sino en el religioso y
moral. La imputación que se le dirigió en 399 era de “impiedad pública respecto a
los dioses, y corrupción de la juventud”. El jurado estaba compuesto por mil
quinientos ciudadanos. Y en aquello que hoy llamaríamos la tribuna de prensa,
sentábanse, entre otros, Platón y Jenofonte, cuyas reseñas permanecen como los
únicos testimonios dignos de consideración del proceso.

SÓCRATES era pobre, iba vestido como un andrajoso y nadie podía reprocharle la
menor deslealtad al Estado democrático. Al contrario, había sido un buen soldado
en Anfípolis, en Elios y en Potidea. Se había rebelado a Critias, a pesar de ser su
amigo. El respeto a las leyes de la ciudad, lo había practicado.

Como filósofo, empero, había exigido que aquellas leyes estuviesen a tono con la
justicia. Para él, el ciudadano ejemplar era el que obedecía una orden de la
autoridad, pero antes de recibirla y después de haberla cumplido, discutía si la
orden era buena y si la autoridad la había formulado bien.(...)

Es de creer, sin embargo, que difícilmente se habría llegado a la condena, si el


mismo Sócrates no hubiese puesto lo suyo para provocarla. No es que se negara a
defenderse. Lo hizo y hasta con elocuencia, si bien no hacía falta mucha para
refutar las acusaciones. Dijo siempre que había respetado formalmente a los dioses.
En cuanto a la corrupción de los jóvenes, desafió a quien fuere a negar que siempre
les había exhortado a la templanza, a la piedad y a la prudencia. Mas enseguida se
lanzó a la más orgullo-
sa e inoportuna apología de sí mismo, proclamándose investido por los dioses de la
misión de revelar la verdad.

Todos palidecieron. No solamente porque aquellas palabras parecían un desafío


al tribunal, sino también porque sonaban absolutamente a novedad en boca de un
hombre que siempre se había mostrado modesto y propenso a la autocrítica. Los
jurados trataron de pararle en ese peligroso camino. Pero él no les escuchó y siguió
hasta el fondo, pidiendo al fin ser no sólo absuelto de la acusación, sino proclamado

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bienhechor público. Así, con una altanería que debía costarle, al fin y al cabo, un
gran esfuerzo, porque no estaba en su carácter, desairó a público, jueces y jurados.

SÓCRATES fue encerrado en la cárcel, donde se permitió que sus discípulos le


visitaran. No se conmovió siquiera cuando llegó Xantipa, llorando con su último hijo
en brazos. Llegado el momento, bebió la cicuta, se tendió en el lecho, se cubrió con
una sábana, y debajo de ésta esperó la muerte. En torno a él sus discípulos
lloraban. Les consoló mientras tuvo un poco de aliento. Todos se habían engañado
con él, deslumbrados por su carencia de vanidad. Bajo su aparente modestia se
ocultaban un orgullo y una ambición inmensas y, sobre todo, una profunda fe en la
validez de lo que había enseñado y que, por aquella espontánea aceptación de la
muerte, alcanzaba una importancia profética.

Los frutos no tardaron en madurar. Apenas el cadáver había caído en la fosa,


Atenas se rebelaba ya contra quien había provocado la condena. Meletos fue
lapidado y Anito desterrado. Es un destino que sometemos a la meditación de todos
los que se fortalecen con los más bajos instintos del pueblo para cometer una
injusticia contra los mejores.

M0NTANELLI: Historia de los griegos, cap. XXXIX


(Adaptación)

Platón busca una salida ante la debilidad de la democracia que vive y


que como prueba de incongruencia, había sacrificado
democráticamente, a aquel hijo del demos que fue Sócrates. Salvar la
unidad del logos en la polis, impedir el desgarramiento del egoísmo y
la mezquindad en la sociedad de su tiempo, constituyen el objetivo de
la hazaña platónica.

Es cierto que, inequívocamente, defiende Platón la monarquía como


el mejor de los regímenes posibles, y que la mayoría de los
investigadores reconocen el carácter antidemocrático de sus análisis.
Sin embargo, el problema es más complejo de lo que se pretende con
este tipo de simplificaciones.

Su dura crítica a la democracia no podría proceder del ‘hecho


teórico’ sobre el que se sustentaba buena parte de su política: el
deseo de una política total y un equilibrio total en el Estado. Es
indudable que esta idea de unidad y totalidad se cumplía
perfectamente en la democracia, por el hecho de ser el pueblo, “la
mayoría” el que había conseguido el más firme principio totalizador;
la libertad. Efectivamente, ya no era la violencia del timócrata, ni la
avaricia del oligarca lo que segrega y parte a la sociedad. “Oirás decir
por doquier, en una ciudad gobernada democráticamente, que la
libertad es lo más hermoso y que sólo en un régimen así merecerá la
pena vivir el hombre libre por naturaleza. Desde luego, eso es lo que
se dice repetidamente. Pero y a esto venía yo, ¿no es el deseo
insaciable de libertad y el abandono de todo lo demás, lo que prepara
el cambio de este régimen hasta hacer necesaria la tiranía? (Rep. 562
a-b)

Esta libertad, es según Platón, principio también de la más profunda


desigualdad (557 c). La atmósfera de libertad vacía de

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educación y de un justo sistema de valores permite, por su
fragilidad y permeabilidad, que aparezcan otra vez los
factores que mueven a la discordia y dividen a la sociedad: el
egoísmo y la ignorancia. (la ignorancia porque cierra el único
puente de enlace con el mundo, como es la inteligencia). La
insolidaridad del deseo frente a la universalidad de la razón.

Resulta especialmente importante la parte final del texto objeto de


comentario, pues concluye Platón que los estados están mal
gobernados y un poderoso impulso reformador le hace buscar la
posibilidad e instaurar este canon: justicia contra la arbitrariedad,
cultura contra la brutalidad, verdad discutida contra verdad impuesta,
educación contra la espontaneidad del egoísmo, idealismo contra el
inmediato pragmatismo del aquí y el ahora.

“Y me vi obligado a reconocer, en honor a la verdadera filosofía, que de ella depende el obtener una visión
perfecta y total de lo que es justo tanto en el terreno político como en el privado, y que no cesará en sus males el
género humano hasta que los que son recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos. o bien los que
ejercen el poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la
palabra”. (Carta VII 326a )

Este texto deja ver tres ideas fundamentales sobre las que descansa
la biografía de Platón:
- La importancia del conocimiento.
- La unión del saber con la política.
- La justicia como sustento de la vida individual y colectiva.

La grandeza de los análisis platónicos – a pesar de no haber considerado la esclavitud


como injusto fenómeno social de su época – radica en la modernidad de sus
planteamientos. En sus análisis están planteados los grandes interrogantes que han
guiado las investigaciones posteriores: ¿qué hay que hacer para que lo público no
deteriore lo privado? ¿cómo hay que vivir para que la sociedad no corrompa al
individuo? Y como más tarde se planteo Aristóteles, si nada hay fuera de la sociedad y
el hombre es un ser social por naturaleza, ¿qué enfermedad arrastra la vida histórica, la
sociedad, para que siempre exista en ella el dolor, la miseria y sobre todo la violencia?
Y la más seria de todas las cuestiones para un hombre que quiera serlo ¿cómo hay que
vivir? ¿dónde hay que vivir? La respuesta al primer interrogante es un teoría de la
justicia en la que el hombre pueda, en armonía con la polis, realizar su individualidad, la
respuesta al segundo interrogante, hay que vivir como los otros en el marco de
convivencia de la polis.

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