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Blog Viii
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Brian Setzer orchesta, que daba nombre a la carretera que ahora recorrían con destino a Flagstaff.
Hicieron un alto en Kingman. En el “Mr. D'z”, un dinner ambientado en los 50's, juntaron
desayuno y comida en un breve espacio de tiempo. Sus organismos comenzaron a recuperar las
constantes vitales de cualquier ser humano que se encuentre en unas mínimas condiciones físicas.
Lograron enjuagar el peor tequila jamás bebido, diluirlo por su masa corporal y librarse de
un pesado lastre.
*“Si alguna vez tienes intención de viajar hace el oeste / Solo tienes que coger mi dirección, es la mejor autopista /
Disfruta tus vicios en Route 66 / Bien, serpentea desde Chicago hasta L.A. / Más de 2000 millas todo el trayecto /
Disfruta tus vicios en Route 66 / Recorre desde St. Louis bajando a Missouri / Oklahoma Ciudad se presenta, oh! tan
bonita / Verás Amarillo y Gallup, New Mexico / Flagstaff, Arizona sin olvidar Winona /Kingman, Barstow, San
Bernadino.”
Se sentaron uno frente al otro sin dejar de observar el cuidado decorado del establecimiento
y, en silencio, disfrutaron la nostalgia del momento en un lugar que sobrevivía intacto a 50 años de
Allí decidieron hacer noche antes de entrar en su próximo destino: la reserva Navajo. Oían
música y sometían el asedio del sueño, que permanentemente les recordaba sus dos desordenadas
noches.
La consideración del país con las normas de circulación, que no permite excesos con la
Exprimían tristeza y gravedad del blues, la mezclaban con acordes country y podían sentir el
Casi cuatro mil kilómetros de asfalto. Artificiales culpables de que millones de personas de
todo el mundo tengan la imborrable huella de un concierto, una canción o una estrofa concebida en
Ellos, después de tantos años de disfrute en la distancia, se desplazaban por un lugar que dio
origen a uno de los muchos alegatos que timoneaba sus vidas: el rock'n'roll.
silvestres.
deterioro de sus estómagos, pero estaban dispuestos a sacrificar parte de su salud a cambio de
En el lindo downtown estacionaron el coche y comenzaron a callejear sin norte entre los
puestos de un mercado de indios navajo. Plata, turquesas, turistas blancos e indígenas de los
puestos, atraían la poca atención que los restos de la resaca les permitía prestar a seres o a cosas.
A pesar del bloqueo producido por dos noches excesivamente rentabilizadas, su razón
todavía les permitía recordar en los mercaderes nativos, gestos y actitudes cercanas a aborígenes de
otros viajes. Coyas de La Puna, guaraníes de Iguazú, bereberes del Atlas o árabes de Damasco,
acudían a su memoria mientras advertían la apatía de los navajo en el intento de venta de su propio
género. Pasividad que Él tanto agradecía en esos momentos y que le permitía abstraerse en su
corpulento navajo. Un ajustado sombrero de cowboy cubría su espesa melena negra e impedía
El individuo mantenía una tranquila, aunque dura en los gestos, tertulia con otro miembro de
su tribu en un discreto espacio entre dos caravanas. Estaban apartados de los puestos y de la
mayoría de las miradas. El otro navajo parecía insignificante al lado del que dominaba la
observando a la pareja de indios hasta que Ella, con una ligera caricia en su codo, consiguió
-Creía que caminabas a mi lado, imaginaba que iba hablando contigo, hasta que un paciente
señor que soportaba toda mi disertación sobre lo acertado del arte navajo en incrustar turquesas en
las piezas de plata, me ha dicho algo así como... I'm sorry your husband is down there.
Le pidió disculpas por el momentáneo abandono. Dejaron atrás los puestos de artesanía y se
Cuando recorrían el mercadillo en sentido inverso, lo volvió a seducir la imagen del navajo
discutiendo con su congénere. Vestía recios wrangler, botas tejanas y camisa blanca abotonada
hasta el cuello. Idénticos trapos que malvendían en los puestos. El sombrero no dejaba adivinar
excesivos rasgos de su cara. Se percibía ancha, angulosa y siniestra. Su organismo, más de cien
Cuando los habían sobrepasado, Él todavía forzó el cuello para sostener unas décimas de
segundo su curiosidad -ya convertida en indiscreción- y fue, en ese momento, cuando cruzó su
pueblo.
Aún siendo consciente de haber sido descubierto en su acecho al indio, mantuvo unos
instantes la vista fija en sus ojos, como si una antinatural sugestión le impidiera apartarla de su
gigantesca figura. El brusco tropiezo con un turista que intentaba rebajar precio de un artículo le
hizo apartar la mirada del navajo. Instintivamente buscó a su compañera, la alcanzó y, tomándola
del hombro, siguió andando a su lado con un disimulo tan patético que Ella no tuvo más opción que
palidez y gesto desencajado, localizaron una habitación en un antiguo edificio del centro que hacía
las veces de hotel. El calor pasado durante el día los había agotado. Durante unos minutos cayeron
vestidos sobre las camas y se quedaron cogidos de la mano, examinando el exagerado decorado de
-Soy muy feliz -rompió Ella el silencio a los pocos minutos, acercándose a Él y apoyando la
cabeza en su pecho.
Él, le acariciaba su rojo y suave pelo y le decía que lo era igualmente.
Y que la felicidad de los dos era inevitable, porque ellos y el tiempo, en una legislatura sin
Que cada día devoraban el fragmento de un todo inagotable y conseguían que ese trozo
unido a todos los demás consumidos sumaran más y más fuerzas, hasta convertirse en un gladiador
imposible de derrotar.
Hicieron el amor y después de una indemnizadora ducha, salieron a cenar y disfrutar lo que
camino del Museum Club, el legendario antro de música country donde habían decidido pasar la
noche. Se sentaron uno frente al otro y comenzaron a elucubrar sobre las expectativas de la velada y
a observar, atónitos, cómo una pareja de negros y sus cuatro retoños hacían decididos esfuerzos por
aumentar su, ya, exorbitante sobrepeso. Aditivos rebosantes de calorías añadidos a platos inundados
de grasienta comida eran ingeridos por la familia cual famélicos indigentes tras días de obligado
asueto alimentario.
demostrar a sus vecinos de mesa que vivir en los States y ser obeso no tiene porqué estar vinculado.
La figura del navajo del mercadillo se elevaba como un tótem en el centro del dinner.
Ahora era el indio quien lo miraba fijamente. De pie, con sus colosales extremidades
superiores cruzadas por delante de su pecho. Estaba inmóvil, solo. Con gesto arrogante y orgulloso.
-Estamos esperando. Esta paciente chica te está preguntando qué quieres de postre desde
hace cinco minutos -dijo Ella sonriendo a la camarera a modo de disculpa. Al mismo tiempo tocaba
Cuando un segundo después intentó ubicar la figura del navajo, había desaparecido. Oteó
hasta el último rincón del dinner, pero no lo encontró. Se aferró a la última posibilidad, salió
disparado hacia la puerta del establecimiento y la certificó preguntando a la camarera que recibía y
Volvió a la mesa aturdido, percibiendo la enfurecida mueca de Ella. Sabía que si se sentía
Falto de una interpretación lógica, evitó respuesta a la pregunta. Pero su silencio no era una
buena compañía en esa circunstancia. Miraba la copa que tenía en la mano. La ofuscación era dueña
de su razón y solo alcanzaba a eliminar, una por una, posibilidades reales de la existencia, o no, del
navajo. Luchaba por descubrir una sentencia coherente a su actitud, pero antes debía decidir entre
sueño o realidad.
Cuando Ella le repitió la pregunta se sintió boxeador en el rincón que, al sonido del gong, no
-Conozco tus habituales abstracciones del mundo, especialmente en días de resaca. Pero que
no puedas atender las voces de dos personas a un metro de distancia, salgas corriendo para hablar
con otra camarera, vuelvas, y te quedes mirando la copa sin decir nada, me preocupa. Creo que tú,
La cena transcurrió sin mucha conversación, los seis negros y su junk food absorbieron la
atención de la pareja. Mientras, sus elucubraciones iban en direcciones diferentes. Ella intentaba
retomó el proceder natural. Salieron del dinner, montaron en el Petit Cruiser y tomaron la Route 66.
La madera de la formidable cabaña estaba barnizada con las funciones de Waylon Jennings,
Willie Nelson y Wanda Jackson, pero la atmósfera del local no parecía infecta del mito de sus
aparecidos. A principios de los 70, los entonces dueños del local murieron en el interior en
extraordinarias circunstancias. Hoy, muchos lugareños declaran verlos por la noche a través de las
ventanas.
La única afirmación definitiva era que estaban ante el mejor salón de baile del suroeste de
los States.
Rondavous versioneaba a Janis Joplin con acordes country mientras Ellos bebían, fumaban y
observaban grupos de cowboys a su alrededor. La nueva “ley seca” del tabaco no había llegado al
local. Tras la tercera Bud estrenaron una botella de ron El Dorado. La noche se simplificaba. Una
camarera que atendía mesas se ofreció de porteadora entre Ellos y la barra. Ni la molestia de la
Apartó la vista y volvió a mirar. Fue un acto de desterrar la posibilidad de espejismo. Tomó
Después de considerar que todas las evidencias habían sido positivas. Después de advertir
que le acreditaba una realidad que no podía obviar, aisló la figura del navajo de la multitud y fijó su
Pudo ver cómo subía al escenario con la gravedad de quien se siente incuestionable en sus
Nadie se inmutó.
Él miró a los guardias de seguridad en un intento de advertirles de que algo estaba fuera del
guión.
Como si un elemento extraño al juego donde todos participaban no hubiera surgido de la nada para
romper las reglas que, sin conocerse, sus antepasados acordaron muchos años atrás.
Cuando quiso retomar contacto visual con el indio, ya no estaba en el escenario. No tardó en
El indio proyectó hacia atrás su cabeza en un perezoso gesto que le obligaba a mirarlo desde
Un instante después, el navajo le dio la espalda y se encaminó hacia la salida del local.
Mientras lo seguía con la vista, observó cómo arrojaba al suelo un pequeño trozo de papel.
-¿De dónde has sacado eso? -le preguntó Ella con un inusitado interrogante nadando en su
Era una tarjeta con el lema “In beauty may you walk”, y la dirección de un comercio de
artesanía navajo dentro de la reserva donde mañana dormirían. Con la reciente imagen del indio