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Discurso de Juan Domingo Perón en la


Universidad de Córdoba en 1947

30 de mayo de 1947

Juan Domingo Perón

Fuente

Carlos Mangone y Jorge A. Warley, Universidad y peronismo (1946-


1955). Biblioteca política argentina nro. 83, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1983.
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Tenemos la convicción de haber resuelto totalmente todos los problemas


atinentes a la Universidad. Queremos encarar la tarea de divulgar nuestras
ideas fundamentales. Aspiramos también a que todos comprendan que
nuestra revolución no ha realizado sino una pequeña parte de su contenido,
el cual ha quedado más o menos reducido a la masa de la población, en la
cual, generalmente, las doctrinas cristalizan más por sentimiento que por
interpretación y comprensión.

A pesar de respetar el tiempo de ustedes, quiero extenderme un poco en


ciertas consideraciones porque entiendo que pueden hacer al gobierno un
gran servicio llevando al interior, especialmente a los círculos universitarios,
algunas ideas cuya divulgación nos interesan en este momento.

Entendemos que debe reinar un clima de tranquilidad absoluta en las


universidades para que ustedes puedan desarrollar con eficiencia la labor
en que están empeñados. En el gobierno no deben jugar otros factores que
no sean los naturales y los lógicos.

Ellas existen tan solo para enseñar, aprender y realizar las investigaciones
científicas adecuadas. Otros factores no deben intervenir en ellas.
Pretendemos eliminar totalmente la política de las universidades. No la
política contraria para imponer la nuestra, sino toda política, porque de lo
contrario le haríamos un flaco servicio a la universidad. Queremos crear un
clima de dedicación total a la función docente. Tanto profesores como
alumnos deben ceñirse, exclusivamente a la tarea de aprender, enseñar e
investigar. Actividades ajenas a la universidad podrán realizarlas cada uno
en el campo que quiera fuera de las universidades.

Por sobre todo, señores, creo que es necesario llegar a una universidad
argentina, nuestra. No interpreto la calificación de 'argentina', como muchos
creen, con un sentido de nacionalismo exagerado, inútil e innecesario, sino
que entendemos como 'argentina', aquella universidad que prepara
hombres que sepan resolver los problemas argentinos en todos los campos
y no aquella que forma hombres enciclopedistas que no sirven para mucho
en el país. Más que enseñar muchas cosas, debemos enseñar cosas útiles.

En la actualidad ya no es posible preparar a los hombres para todo.


Después de haber recibido los conocimientos generales suficientes, los
alumnos deben especializarse, pues de lo contrario, no se hallan en
condiciones de desempeñar puestos de gran responsabilidad. El Estado no
puede confiar obras que insumen enormes sumas a hombres que por
carecer de la necesaria especialización no se hallan en condiciones de
dirigirlas con eficiencia. Es por eso que debemos recurrir al extranjero para

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contar con esos hombres. La falla estriba, repito, en no haber especializado


hombres enviándolos al exterior para que intervinieran en la realización de
trabajos de envergadura, formándose así prácticamente sobre el terreno.

Deseo que interpreten bien mis palabras sin darle un alcance político que no
tienen. Yo no soy ni quiero ser político. Tengo una responsabilidad que
cumplir y trato de cumplirla de la mejor manera posible.

Quiero explicarles algunos aspectos de la forma como encararemos la


solución de los grandes problemas económicos, sociales y culturales que
afronta el país.

Creemos que la República Argentina atraviesa un período en que se


complementan la oportunidad y la necesidad de realizar un gran esfuerzo.
Debemos fijar claramente cuál es la oportunidad que se nos presenta y en
qué consiste la necesidad de ejecutar un programa que si no lo llevamos a
la práctica ahora, es probable que no llegue a hacerse en todo un siglo.

En la ejecución del plan trazado le corresponde a la Universidad capacitar


intelectual y moralmente a los hombres para que puedan desempeñarse con
eficacia, trabajando con mínimo sacrificio y rindiendo el máximo provecho.

Hemos debido poner en marcha el país que se hallaba detenido en lo


político, económico y social. Para ello es necesaria una etapa constructiva,
obtener de nuestro país más rendimiento de sus riquezas naturales. De casi
3 millones de kilómetros cuadrados tenemos como territorio útil en
explotación apenas un millón de kilómetros y de éste el porcentaje que se
extrae es reducido.

Dividimos la revolución en varios ciclos que hemos ido cumpliendo. No


podíamos exigir a nuestra población un mayor sacrificio sin proporcionarles
un mejor bienestar; porque nuestras masas obreras estaban alimentadas
por una doctrina marxista y conducidos por dirigentes con inspiraciones
netamente marxistas; porque si lo hubiéramos hecho habríamos precipitado
una revolución social que estaba preparada en nuestro medio y no creíamos
que la revolución fuera la solución para nuestra causa.

Entendemos que podíamos proceder por evolución, evitando la etapa


cruenta que toda revolución social presupone. Pensamos que ante todo era
necesario satisfacer las necesidades de nuestras masas insatisfechas, es
decir hacer lo que durante tantos años veníamos reclamando sin encarar el
problema de fondo. Por esta razón después de producirse el hecho

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revolucionario, encaramos la etapa social desde la Secretaría de Trabajo y


Previsión.
Satisfecha la masa en cierta medida en sus necesidades más apremiantes
podía luego encararse la etapa constructiva que constituye el plan de
gobierno.
En ello estamos empeñados y hemos de seguir adelante paulatinamente
contemplando la solución económica, sin la cual un programa como el nues-
tro no se puede realizar.

La humanidad está viviendo en estos momentos una de las mayores crisis


de posguerra y, si no, echemos una mirada por lo que acontece en el
mundo. En Estados Unidos los zapatos han subido un 80 % y en Rusia cues-
tan 400 pesos argentinos el par. Con esto basta para mostrar cuál es la
situación en ambos países, que se están disputando el derecho de
proclamar la mayor felicidad de su pueblo, vale decir, lo que sucede en esos
dos grandes países.

Por esa razón los programas previos a la solución de los problemas de


gobierno, o sea el desarrollo y ejecución de su plan, están formados sobre
bases que es necesario determinar antes de iniciar la marcha.

La primera de todas y la más importante para la realización material de ese


es la base económica. Y ese aspecto puedo asegurarles, señores, que el
gobierno la tiene. Puedo asegurarles que el gobierno no solamente rige el
país desde el punto de vista político sino también económico.

Después de lo que anoche ha dicho el señor Miranda en su conferencia


estaría de más que hablase yo sobre libre cambio o sobre otras doctrinas de
economía dirigida o cosas por el estilo, que todo el mundo tiene en la boca,
pero muy pocos en el corazón.

Como dije anteriormente, el gobierno tiene en sus manos la dirección y el


control del país. Si no ocurriera así nuestro programa no podría ser
realizado. Ese 'control' va desde el sistema bancario hasta la lucha contra la
especulación que realizamos diariamente hasta en el último comercio
minorista. Y cada día es necesario ir tomando nuevas medidas para un
mejor 'control' de la situación.

En lo económico y en la política internacional la República Argentina tiene


un objetivo superior a todos los demás: la necesidad de obtener su
independencia económica porque no queremos ser tributarios de ningún
país de la tierra ni queremos explotar tampoco a ningún país. Ningún acto
de gobierno que se realiza, tanto en el orden nacional como en el

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internacional, deja de contemplar ese objetivo, que es para nosotros el


interés supremo de la Nación.

Les pido, pues, que cuiden este detalle relacionado con los claustros,
porque la eficacia de la enseñanza ha de depender en alto grado de ese
espíritu de compañerismo. Eso es lo que la nueva ley universitaria dará al
claustro de profesores; más que la ficticia independencia y autonomía, debe
existir una autonomía espiritual y moral que es superior a todas las demás.

He de convencer a la gente de que la Universidad nunca ha estado más


apoyada por el gobierno como en este momento, especialmente en lo que
respecta al apoyo material. Ya hemos votado 200 millones para las
construcciones de edificios destinados a las distintas facultades de la Capital
y votaremos otros 200 más si fuera necesario, porque aunque tuviéramos
que dejar una deuda interna de 400 millones, ello estaría ampliamente
justificado por el hecho de haberse dado a los jóvenes estudiantes casas de
estudio decentes y no pocilgas inmundas.

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