ECONOMIA 2018 El Conflicto Armado y la Desnutrición en el Chocó
TESIS: La desnutrición en el Choco es resultado de una profunda crisis social
que afecta a todo el País y cuya expresión más clara es la violencia.
La realidad nacional en la Colombia de la actualidad es definida, como
veremos, por una marcada desigualdad económica y numerosos problemas de índole social. Sus efectos son evidentes a lo largo de todo el territorio, constituyéndose como el más grande reto para los dirigentes en los tres poderes del gobierno. La crisis tiene diversas formas de expresión en las distintas zonas del territorio nacional, mediadas por condiciones históricas particulares. Uno de los factores que a demarcado la problemática nacional de manera constante y generalizada es el conflicto armado. Ahora bien, como lo señala el análisis de Javier Giraldo Moreno (2015) el derecho que tiene una sociedad a la rebelión está incluido en la Declaración de los Derechos Humanos, definiéndose como un elemento esencial para el saludable desarrollo de la sociedad. Se considera, sin embargo, que la práctica de éste derecho está limitada a las situaciones en las que hay un quiebre de las relaciones entre el Estado y sus súbditos. Más allá de esto, hay una difusa diferenciación entre lo que se constituye como derecho a la rebelión y lo que se constituye como terrorismo. Las grandes organizaciones transnacionales dedicadas a la conservación de la paz entre las naciones no se han puesto de acuerdo en una apropiada definición de lo que debe o no ser considerado como terrorismo. En el caso colombiano, se señala el período entre 1920 y 1960 como el momento en que se da inicio al conflicto armado en el país, conformándose las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), el ELN (Ejército de Liberación Nacional) y el EPL (Ejército Popular de Liberación) en 1964. Se dice que el detonante principal es el acceso a la tierra al hacerse cada vez más difícil para las poblaciones campesinas la adquisición y mantenimiento de tierras; sumado a esto, una respuesta gubernamental que se califica hoy en día como desproporcionada. Se suele citar la invasión militar a Marquetalia como un error histórico que precipitó al nacimiento de las FARC, la toma de la población santandereana de Simacota (el 7 de enero de 1965) como origen del ELN, y la conformación del EPL hacia marzo de 1964. Similarmente, en enero de 1974 aparece el M-19 (Movimiento 19 de abril) como respuesta al fraude electoral ocurrido el 19 de abril de 1970. Entre la década de 1970 y hasta 2011, el conflicto se vio agravado por el despojo violento y el abandono forzado de tierras, ahora impulsado por los grandes productores de drogas. De ahí en adelante, y hasta la actualidad, los esfuerzos del gobierno nacional (con monitoreo internacional) han consistido en la guerra contra la insurgencia, entrecruzada con la guerra contra las drogas. El mencionado problema de acceso a las tierras no ha cesado de agravarse; las cifras del índice GINI sirven para ilustrar esto. Y es un tema que afecta tanto a campesinos como a comunidades indígenas. Conceptualmente, se puede mencionar que el problema del acceso a la tierra afecta directamente la satisfacción de tres de las cinco necesidades básicas del ser humano: la alimentación, la vivienda y el trabajo/ingreso. En cuanto a la alimentación, los tratados de libre comercio y un bajísimo coeficiente de autosuficiencia alimentaria ponen a Colombia en una peligrosa posición de desaprovisionamiento para su población. En cuanto a la vivienda, los evidentes abusos de parte de las entidades bancarias a lo largo de la década de 1990 dejaron a millones de colombianos sin la posibilidad de condiciones dignas de vivienda, situación que aún no ha sido del todo remediada. En cuanto al empleo/ingreso, el rebusque es la norma en medio de la situación de desarraigo a la que la guerra lleva a un importante porcentaje de la población colombiana. Todos estos factores, sumando la privatización del acceso al derecho a la salud y la fuerte represión estatal a cualquier acto de reclamo entre la población, configuran una legitimación del derecho a la rebelión. Otro eje en el que el Estado colombiano ha demostrado graves falencias es en la posibilidad que brinda a los ciudadanos para el goce de sus derechos a la participación, la información y la protección. En cuanto a la participación, la historia del país viene enmarcada en el ejercicio del poder por parte de una hegemonía o partido imperante, usualmente a través de la violencia y el control económico del aparato electoral. En cuanto a la información, a todas luces, los medios masivos de comunicación se constituyen como entidades muy poco neutrales. La norma es que la información se presente tomando partido por un “bando amigo”, en contra de una “oposición enemiga”; así, la conciencia de las masas existe en un estado de permanente armamento. En cuanto a la protección, ni la justicia ni la fuerza pública, los dos brazos por los que un Estado protege a sus ciudadanos, funcionan de manera eficiente ni en favor de los intereses de la mayoría. Por el contrario, se observa constante impunidad judicial y la explotación de técnicas paramilitares de control social. Los mecanismos de defensa adoptados por el Estado y el Establecimiento colombianos para mantener a toda costa el statu quo, han llevado a penalizar de manera exagerada el delito político y a proyectarlo mediante mecanismos judiciales corruptos pero masificados, a las más diversas expresiones de inconformismo o de opciones políticas alternativas no violentas, lo que revierte en una hipoteca de terror que desmonta, abierta o veladamente, dichas opciones. Por su parte, Gustavo Duncan (2014) analiza el papel de la exclusión como factor decisivo en la formación y establecimiento de los grupos armados. Según dice, Colombia es un país extremadamente excluyente. En materia de ingresos, tierras, servicios estatales y muchas otras estadísticas sociales las brechas entre la población son enormes. Durante los sesentas, período de formación de los principales grupos guerrilleros, el Frente Nacional imponía restricciones a la competencia democrática; así, a la exclusión económica se le sumó la exclusión política como justificación de la violencia insurgente por ser la única alternativa para exigir cambios sociales. En la misma Colombia proliferan sociedades muy desiguales que han permanecido sin mucha resistencia, incluso muy poca violencia. Tampoco es cierto que la competencia democrática haya sido en exceso excluyente. Aún durante el Frente Nacional el Partido Comunista, que abiertamente combinaba la actividad política legal con la organización de una guerrilla, participaba electoralmente a través de alianzas con los partidos tradicionales. De hecho, una práctica política asociada a la exclusión como el clientelismo político ha sido utilizada de manera masiva por sectores marginados para resolver sus problemas materiales. Se necesitaron entonces otras causas y otras variables para que en Colombia surgiera un conflicto armado, la sola exclusión no fue suficiente. Una revisión de aquellas situaciones de exclusión que pudieran haber influido en la creación de organizaciones armadas arroja que hubo comunidades donde surgieron los jóvenes que optaron por la lucha armada y el tipo de comunidades que respaldaron a las organizaciones armadas como solución a sus problemas de exclusión. También, el secuestro se estableció como estrategia de guerra de la insurgencia para acumular recursos desde los márgenes de las áreas integradas del país. Si bien la guerrilla no ponía en riesgo el control del estado en los centros poblados, tenían el impacto suficiente para destruir las bases del orden existente en la periferia. Como resultado se produjo una respuesta armada por las élites regionales, quienes eran las principales víctimas de los avances territoriales de la guerrilla. Finalmente, el narcotráfico se usó como alternativa de financiación de la guerra para la insurgencia y la contrainsurgencia privada que en un momento dado se convirtió en un fin en sí mismo. Era difícil discernir cuando se acumulaba riqueza para hacer la guerra de cuando se hacia la guerra para acumular riqueza. Así, el conflicto se podría definir no como un gran enfrentamiento por delimitar la naturaleza global del estado y de la sociedad entre dos visiones contradictorias, democracia liberal versus comunismo. Duncan propone, más bien su interpretación como un pulso de fuerza por imponer de manera parcial y fragmentada determinadas instituciones de regulación social a lo largo del territorio: Las del estado central, las de las élites armadas de la periferia y las de las insurgencias. De éste conflicto se deriva una enorme problemática de muchas vertientes en todo el territorio nacional. El caso del departamento del Chocó puede ser caracterizado en cuanto a su estado actual y rastreando sus causas históricas. Los medios hacen constante y amplia cobertura de esta problemática, dejando ver que es motivo de preocupación. Si se tienen en cuenta los indicadores de medición generales, se observa que la brecha entre el progreso promedio del país y el del Chocó es amplia. El departamento encabeza los listados sobre pobreza, desnutrición, mortalidad infantil, mortalidad materna, violencia sexual y basada en género, desempleo, carencia de servicios públicos, inasistencia y deserción en educación, déficits de vivienda, precariedad del derecho a la salud, entre otros. El departamento del Chocó está ubicado al oeste de Colombia, haciendo parte de la región Pacífica, su superficie constituye el 4,07% de la totalidad del territorio nacional. Está dividido en 30 municipios, siendo su capital la ciudad de Quibdó. Cuenta con una población de aproximadamente 505016 habitantes, entre los cuales un 5,2% son de raza mestiza o blanca, 82,1% son negros o afrocolombianos y un 12,7% son amerindios o indígenas. La mayoría de las comunidades afrocolombianas e indígenas se encuentran ubicadas en los municipios de Acandí, Alto Baudó (Pie Pató), Bagado, Bahía Solano, Bajo Baudó (Pizarro), Bojayá, Cértegui, Condoto, El Carmen de Atrato, El Carmen del Darién, El Litoral de San Juan, Istmina, Juradó, Lloró, Medio Atrato, Medio Baudó, Medio San Juan, Nóvita, Nuquí, Quibdó, Río Quito, Riosucio, San José del Palmar, Sipí, Tadó y Unguia. La crisis social en el departamento se puede caracterizar por la incidencia de afectaciones a causa del conflicto armado y la violencia, la violencia y criminalidad en zonas urbanas, el déficit en la seguridad alimentaria y la desnutrición infantil, un ineficiente sistema de salud y saneamiento básico y una grave degradación ambiental. La riqueza en recursos naturales del departamento, así como su estratégica posición geográfica lo hacen caldo de cultivo y objeto del conflicto. En el departamento se constituyeron corredores para el tráfico de estupefacientes y personas, se ejecutan actividades de minería ilegales, así como de madera, generando deforestación, contaminación de fuentes hídricas y de alimentación. Desde los acuerdos de Paz con las FARC, los territorios dejados por esta guerrilla han sido fuente de violencia originada por actores armados y criminales habidos de control, aprovechando la ausencia del estado y el poco reconocimiento de la institucionalidad. Sumado a esto, la gestión administrativa es cuestionable y las políticas públicas son insuficientes para la promoción de la producción económica y de empleo, la atención y prevención de frecuentes desastres naturales, y el establecimiento de estándares mínimos de vivienda, alimentación, agua potable, acceso a la salud, protección y bienestar social y de educación de calidad. La presencia de grupos armados ilegales uno de los factores determinantes para la situación precaria del departamento. Se conoce de la presencia y accionar del Clan del Golfo, el ELN, las AGC (Autodefensas Gaitanistas de Colombia) y otros grupos ilegales en casi todo el departamento. Su ocupación va desde el norte hasta el sur: Se encuentran en Juradó, en la frontera con Panamá; en el río Atrato, desde Acandí hasta Quibdó. La afectación sobre las poblaciones afrodescendientes e indígenas de la región se caracteriza por la financiación a través de actividades ilegales tales como el “gota a gota”, bloqueos económicos, masacres, secuestro, extorsión, instalación de minas antipersonales, confinamiento de comunidades, asesinato de líderes y amenazas, hurto de animales domésticos, realizan convocatorias para que las comunidades participen bajo presión en reuniones, desplazamientos, exclusión y vulneración general de derechos humanos, reflejado en hechos como la violencia de género y la violencia sexual, el reclutamiento de menores de edad, la ocupación de escuelas y casas comunitarias, y la obstaculización de la realización de las labores tradicionales de las comunidades. Un informe de Amnistía Internacional menciona la situación de las poblaciones afrodescendientes y comunidades indígenas, obligadas a desplazarse bajo el constante asedio y actuación de actores armados, incluyendo al Ejército. El mismo informe cita reportes de la ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), según los cuales 9544 personas fueron víctimas de desplazamientos colectivos en todo el departamento entre enero y septiembre de 2017. Aunque la Fuerza Pública tiene presencia en el territorio, ésta no es eficaz para contrarrestar la acción de los grupos al margen de la ley. Se denuncia la presencia de una red de informantes de la población civil, lo cual es violatorio del principio de distinción. Implementa obras de infraestructura, actividades sanitarias y de integración social desconociendo la gravedad del riesgo en la que se pone a la población civil, dada la intensidad del conflicto. Se conoce además que algunos miembros de la Fuerza Pública han hecho alianzas con actores ilegales. Se puede mencionar el caso de los pueblos indígenas en el Chocó, quienes son víctimas del conflicto armado. El Cabildo Mayor de Autoridades Embera de la Zona Norte del Bajo Baudó (Pizarro) denuncia, por ejemplo, el ingreso el 14 de mayo de 2018 de más de 100 hombres armados bajo la denominación de águilas negras a la comunidad de Puerto Embera del resguardo de Pavasa Gella, quienes de forma violenta reclutaron forzosamente a 4 estudiantes y a otras 8 personas. Luego de sembrar zozobra en toda la población, con intentos de violaciones y demás vejámenes, se retiraron del territorio a las 7:30am del 15 de mayo. La movilización resultante luego de ese evento fue de 656 personas en 136 familias en estado de desplazamiento y en condiciones infrahumanas, sin alimento, abrigo y desatendidos. Así como en ese caso, a octubre de 2017, 3115 personas afrodescendientes y 2955 indígenas han sido víctimas de desplazamientos forzados bajo la sombra del reacomodo de actores armados, situación que trae también casos de violencia de género, particularmente, violencia sexual contra niñas y mujeres indígenas y afrodescendientes. Usualmente, los desplazamientos se dan a zonas peligrosas, en alojamientos abarrotados, sin acceso a servicios básicos o a una alimentación adecuada. En los barrios periféricos de Quibdó se han formado numerosos asentamientos (17, según datos de diciembre de 2017) de población indígena desplazada de las etnias Embera Dovida, Embera Katío, Embera Eyávida, y Wounaan, para un total aproximado de 1323 personas. La denuncia usual de los líderes sociales de la zona es que, desde el inicio del proceso de paz con las Farc, las AGC coparon espacios donde la guerrilla tenía el control territorial. Los intentos por denunciar éstas y otras injurias contra las poblaciones del departamento terminan generalmente en amenazas y asesinato de defensores de los derechos humanos y dirigentes comunitarios. En los centros urbanos, tales como Quibdó e Istmina, la tasa de homicidios supera el promedio nacional. Los actores armados ilegales asentados allí ejercen control territorial de extensas zonas, extorsionan a sus pobladores, construyen fronteras invisibles, imponen horarios para la movilidad de sus habitantes, restringen el acceso a foráneos, ejercen microtráfico, y utilizan a niños y adolescentes. La población se encuentra en un estado de completa indefensión frente a los grupos ilegales, dada la ausencia de la Fuerza Pública en grandes extensiones de territorio en los perímetros urbanos. El sistema carcelario es también insuficiente, dándose situaciones de hacinamiento, inoperancia de los mecanismos de resocialización y las acciones delictivas que se llevan a cabo al interior de las mismas instalaciones o por parte de aquellos que pagan sus penas con la medida de casa por cárcel. La situación de seguridad alimentaria y desnutrición infantil no es más alentadora. Los subsidios alimentarios ofrecidos por el Gobierno son insuficientes, la producción agrícola es pobre y no está fundamentada en políticas gubernamentales, los cultivos existentes de pancoger se ven afectados por el conflicto armado, las aspersiones aéreas y la minería ilegal. El efecto resultante son altos niveles de desnutrición y morbilidad que afectan a amplios sectores de la población, principalmente a niños, mujeres gestantes y adultos mayores. En el Chocó, según datos revelados por la revista Semana en 2015, 352.200 de sus habitantes podrían considerarse pobres. La desnutrición crónica de la población alcanza el 18,5 %, según el Plan Departamental de Desarrollo 2012- 2015. La Encuesta Nacional de la Situación Nutricional en Colombia, Ensin 2010, evidencia que el 64,2 % de las familias chocoanas viven en inseguridad alimentaria, cuando el promedio nacional es de 42,7 %: Son éstos 22 puntos porcentuales por encima de la cifra nacional para ese año. Un estudio de caso realizado por el Fondo para los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (SDGF) para la promoción de la seguridad alimentaria entre las comunidades indígenas y afrocolombianas del Chocó encontró entre los municipios priorizados, prácticas de lactancia materna y de alimentación complementaria inadecuadas; prácticas deficientes de higiene y cuidado de los niños, así como de mala alimentación, siendo ésta monótona, baja en frutas verduras, lácteos, carnes y grasas, y alta en plátanos. Adicionalmente, la presencia de grupos armados y de minas antipersona generan restricciones a la población para acceder a sus fuentes de alimentación: mercados, caza, recolección de frutos y pesca. Según el Análisis de Situación en Salud de 2015, Chocó tenía la Tasa de Mortalidad Perinatal más alta del país (24.99); una Tasa de Mortalidad en la Niñez de 30,26, la quinta más alta del país; y una Tasa de Mortalidad por Enfermedad Diarréica Aguda en menores de 5 años que triplicaba la del país (10.59). Lo que es más, según informa el DANE en cifras del 2014, después de Amazonas, Chocó es el departamento con mayor Tasa de Mortalidad Infantil (43.3). La corrupción, otra vertiente de la problemática social, tiene un efecto directo sobre la población y es factor de mantenimiento de la desnutrición en el departamento. Desde el 2007, se ejecutó una intervención en el hospital departamental de segundo nivel resultando en su liquidación en 2016. A pesar de ser el tercer sector con mayor inversión en el departamento, la salud está en una situación precaria. La malnutrición, las enfermedades parasitarias del tracto digestivo y las enfermedades asociadas a la exposición a cianuro y mercurio (en las poblaciones cercanas a las minas) son las afectaciones más frecuentes. Sumado a todo esto, no se ha avanzado en un modelo de salud adaptado a la totalidad de los pueblos indígenas y las comunidades negras de muchas zonas del Departamento; no se ha avanzado en la construcción de sistemas de suministro de agua potable. no hay planes consistentes de promoción y prevención, y las EPS evaden sus responsabilidades. La calidad y cantidad en la infraestructura hospitalaria es deficiente, lo que resulta en una alta mortalidad en la población infantil a causa de enfermedades que se pueden prevenir; la falta de atención oportuna también ha resultado en el fallecimiento de niños. La degradación ambiental que enmarca la ya difícil situación del departamento se expresa en prácticas de minería irresponsable, la implantación de cultivos ilícitos, la tala irracional de los bosques y el inadecuado manejo de los residuos solidos por parte tanto de sus habitantes; las instituciones pecan por una completa falta de control ambiental que pone en grave peligro la sostenibilidad del frágil ecosistema de la Costa Pacífica. Es claro el papel del conflicto armado como factor en la incidencia y persistencia de la desnutrición en el Chocó. Sin embargo, el conflicto armado es una expresión del conflicto social vigente, una confrontación entre dos modelos económicos: Aquel de las organizaciones Indígenas y Afros, centrado en el etnodesarrollo, y el del Gobierno colombiano, centrado en la extracción de recursos. Una solución del conflicto y, por ende, de la desnutrición, debe incorporar a todos los actores victimizados. La participación de los entes gubernamentales es clave, a través de la conformación de políticas públicas conscientes de que la problemática no es sólo la acción de unos “malos”, sino un modelo carcomido por la corrupción, injusticia, desigualdad y ausencia de una democracia profunda. Bibliografía
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