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La historicidad de la guerra de Troya

Publicado el 26/05/2019 por Grupo Akal

El espacio del mundo micénico


Micenas, la primera fortaleza excavada por Schliemann en el Peloponeso, era
también sin duda alguna la más importante y completa de todas. A primera vista
parecía la capital de un imperio que se extendía por todo el Peloponeso, si bien con
el tiempo fueron apareciendo otros emplazamientos situados más allá del istmo de
Corinto, en Beocia y en Tesalia. No es de extrañar, por tanto, que el calificativo de
micénico haya hecho fortuna como etiqueta para calificar y definir a toda esta
civilización.
Hoy en día es ya un hecho reconocido que no existió ningún imperio de estas
características y sí en cambio un mundo compuesto por una serie de
pequeños reinos independientes que poseían sus respectivas zonas de
influencia. Desconocemos si existió un término genérico con el que estos
principados se autodenominaron a sí mismos, que no era evidentemente el de
micénicos. En la Ilíada homérica se denomina a todos los participantes en la
expedición contra Troya con tres nombres que adoptan un carácter genérico:
aqueos, dánaos y argivos. El de aqueos, que es sin duda el más utilizado, podría
aparecer también en las fuentes hititas bajo la forma Ahhijawa (en griego la forma
originaria es Ajaioi, con la posible pérdida de una u intervocálica que dejaría el
término originario como ajaiuoi).
La guerra de Troya
Existe la posibilidad de que debamos encuadrar la guerra de Troya narrada por los
poemas homéricos dentro del período de expansión micénica. La saga troyana
pudo muy bien haber tenido una base histórica real. Quizá representa la versión
magnificada y deformada por la licencia poética de una de las muchas operaciones
de saqueo emprendidas en estos tiempos por una coalición de reinos micénicos en
busca de botín fácil y de riquezas. Toda la narración homérica está llena de
reminiscencias de este mundo y existen coincidencias sorprendentes entre algunas
descripciones y la realidad arqueológica hallada mucho tiempo después. Homero
quizá representa sólo la culminación de un largo proceso de creación oral, que tiene
su punto de partida en plena época micénica, en la que parece haber existido una
poesía de esta índole a juzgar por el famoso fresco del palacio de Pilos, antes
referido, en el que aparece un cantor (aedo) sentado sobre una roca.
La historicidad de la guerra de Troya es uno de los temas más
debatidos de este período de transición de la historia griega. El supuesto conflicto
habría tenido lugar a finales del período micénico o en los inicios de la edad oscura.
Existen diversas opiniones, desde los que sostienen que la guerra se produjo de la
manera que aparece reflejada en los poemas homéricos, tal y como quedó
demostrado por las excavaciones de Schliemann, hasta los que niegan del todo su
carácter de acontecimiento excepcional para reducir su escala histórica a la de una
simple expedición de saqueo de las muchas que tenían lugar en aquellos tiempos de
confusión, pasando por quienes pretenden ajustar el conflicto a sus verdaderas
dimensiones de un episodio más del imperialismo micénico, eliminando todos
aquellos elementos magnificadores procedentes de la lógica licencia de la poesía
épica.
El arqueólogo americano Carl Blegen, que excavó en Troya desde 1932 a 1938,
confirmaba la historicidad de la guerra y ajustaba a esta «verdad» los datos
obtenidos en sus excavaciones, según los cuales la cerámica probaría que la Troya
VIIa habría coincidido con el período de apogeo de los palacios
micénicos y su destrucción con la oleada de disturbios que asoló el mundo
micénico hacia la mitad del siglo XIII a.C. La arqueología confirmaría de esta forma
la tradición. El historiador americano Moses Finley destacó la fragilidad de estas
argumentaciones recordando las importantes deformaciones que han hecho
sufrir a la historia todas las tradiciones épicas allí donde tenemos la
posibilidad alternativa de comprobarlo, como sucede con la célebre Chanson de
Roland y el episodio de Roncesvalles. En su opinión Troya VIIa habría sido
destruida por las mismas gentes venidas del norte que habían acabado con la
pujanza de los reinos micénicos. La participación de bandas de aqueos en estas
operaciones de pillaje habría constituido el impulso para la formación de la
tradición épica homérica que hoy conocemos. El estudioso británico Denis Page ya
había señalado la pobreza material del registro arqueológico de Hissarlik, que no
contribuía a confirmar la historicidad de la guerra. La ciudad que presuntamente
había sido objeto del ataque de la coalición micénica era en esos momentos una
ciudad pobre y de reducido tamaño. Se ha calculado que podría haber albergado
una población de tan sólo 300 habitantes, lo que traducido en capacidad militar
equivaldría a un ejército compuesto de apenas 75 individuos. Los famosos restos
óseos que se encontraron en las ruinas de la ciudad pertenecían a tan sólo cuatro
cadáveres, y las huellas de armamento que podrían apuntar a la existencia de un
conflicto armado quedaban reducidos a una punta de flecha. Un bagaje demasiado
escaso y hasta ridículo para justificar desde el punto de vista arqueológico un
asedio que se prolongó durante 10 años.
Sin embargo, las nuevas investigaciones llevadas a cabo por el alemán Manfred
Korfmann desde 1982 parecen confirmar en este punto la tradición épica, ya que se
han recuperado los restos de fortificaciones que englobaban una ciudad muy
extendida, de mayores dimensiones que Micenas. La fortaleza que habían excavado
Schliemann y Blegen correspondería, por tanto, solamente a la ciudadela del
interior de la ciudad, reservada a la residencia de la familia real y de algunos
dignatarios. Una ciudad al estilo oriental que, sin alcanzar las dimensiones
excepcionales de las grandes capitales como Asur, Hattusas o Babilonia debió, sin
embargo, impresionar sin duda a los micénicos. La tradición épica, aunque
notoriamente deformada, conservó, en cambio, el marco básico de los
acontecimientos que dieron lugar a la misma.

Otro de los elementos clave de la tradición épica, la hegemonía del rey de Micenas
en la coalición griega, puede tener también su posible confirmación en la tradición
histórica. Los documentos hititas de los siglos XIV y XIII a.C. mencionan un reino
de Ahhijawa, a identificar probablemente con los aqueos, que desempeñó un papel
crucial en los asuntos fronterizos del estado hitita en esos momentos. Una de las
tablillas hititas hace alusión a un conflicto en la región de Millawanda (quizá
Mileto) y otra indica que el rey de Ahhijawa posee un rango equiparable al de los
reyes de Egipto, Babilonia y Asiria, a pesar de las reticencias hititas a reconocerlo
así. El reino de Ahhijawa situado en ultramar, fuera del alcance de los ejércitos
hititas, capaz de asumir una serie de campañas en territorio de Asia Menor, bien
podría corresponder a la realidad arqueológica de Micenas que revela una cierta
hegemonía sobre el resto de las fortalezas micénicas. La ocupación micénica
ocasional de Mileto, que revela la arqueología, y la presencia en Pilos de esclavas de
esta procedencia, junto con la de otras venidas de las islas adyacentes de Quíos o
Lemnos, constituirían indicios de esta presencia micénica en las costas del Egeo
oriental. De esta forma, la tradición épica habría conservado un recuerdo
de las grandes líneas de la situación política en los últimos tiempos de
la edad de Bronce.
Se han señalado, sin embargo, algunos obstáculos para la completa
identificación entre el lugar de Troya y las dimensiones del conflicto, tal
y como lo describe la leyenda. En primer lugar, existen obstáculos de tipo
cronológico. Los disturbios que se produjeron dentro del propio territorio griego a
lo largo de los años 1250-1240 a.C. constituían un serio obstáculo para la
organización de una expedición militar en toda regla fuera de sus límites en
aquellos momentos. Esta posibilidad sólo habría existido en una época anterior,
que vendría a coincidir con un lapso de tiempo entre el 1400 ó 1300 a.C., pero esto
nos obligaría a retrotraer hacia abajo el estrato arqueológico correspondiente de
Hissarlik. La Troya del nivel VI presenta a su vez graves problemas para ser
identificada con la ciudad homérica, ya que parece haber sido destruida por la
acción de un terremoto. Sin embargo, se ha invocado contra esta clase de objeción
el paralelismo de la expedición ateniense contra Sicilia en el 415 a.C., emprendida
en unos momentos en los que la potencia militar ateniense se hallaba plenamente
comprometida en la guerra del Peloponeso dentro de las fronteras de Grecia. No
resulta por otra parte un hecho infrecuente en la historia que las potencias
amenazadas sean especialmente agresivas.
Se han señalado también obstáculos de tipo político-económico. La fragilidad
política de los pequeños reinos micénicos, sometidos continuamente a querellas de
orden interno y a importantes desafíos procedentes del exterior, no permitía una
salida masiva de tropas en una expedición al exterior durante un tiempo tan
prolongado que dejase desprotegidas sus propias fronteras y expuestos a la
rebelión interna a sus propios reinos. Sin embargo, una expedición de pillaje de las
muchas que se emprendieron a finales de la edad del Bronce pudo haber tenido
lugar sin que necesariamente intervinieran en ella todos los contingentes militares
disponibles de los reinos micénicos del continente.
Se dice también que falta, por último, una causa del conflicto que sea
históricamente sostenible. El motivo del rapto de Helena constituye un tema
legendario que aparece también en otras tradiciones míticas como el mito de
Europa, el caso de Medea en la saga de los Argonautas, o el rapto de Ariadna por el
héroe ateniense Teseo. Sin embargo, de todos ellos, el rapto de Helena es el único
que culmina en una guerra. Se ha señalado recientemente la fragilidad de esta clase
de objeciones al recordar la importancia de las mujeres (su rapto o su
recuperación) como motivo de conflicto en las sociedades tradicionales.
Recientemente se han formulado otras hipótesis en este sentido, como el deseo
micénico de controlar los estrechos desde un punto de vista comercial, pero no
existe un objetivo material que pudiera haber suscitado tales aspiraciones. Parece
que la producción principal de Troya fueron los tejidos, sobre todo en vista de las
numerosas pesas de telar que se han hallado en sus ruinas, pero no parece que tales
productos constituyeran un objeto tan valioso como para desatar una guerra. Algo
parecido ocurre con los caballos que se criaban en su llanura, ya que los micénicos
poseían también esta clase de ganado. El aprovisionamiento de minerales,
especialmente el bronce, podría proporcionar un motivo justificado, pero la
pobreza arqueológica del estrato VIIa de Hissarlik tampoco confirma esta
alternativa.
A la vista de estas consideraciones, resulta lógico pensar que la tradición épica
griega ha imaginado la guerra de Troya basándose en tres elementos
fundamentales que tenían un fundamento histórico real: la poderosa
ciudad de Troya, la hegemonía de Micenas y las numerosas expediciones de pillaje
emprendidas por los micénicos en tierras de Anatolia. Es también probable que ya
hubiera existido una guerra de Troya en la tradición épica oriental, a juzgar por el
título de un poema luvita cuya recitación se había integrado dentro de un ritual
hitita en el que se hablaba de «la escarpada Wilusa», y que la tradición épica griega
hubiera modificado a su conveniencia las circunstancias, los propios beligerantes y
el mismo resultado de la contienda. Incluso el poeta que inició el ciclo pudo haber
procedido a reagrupar una serie de acontecimientos insignificantes, convirtiendo el
conjunto final en un conflicto de una envergadura mucho mayor. A un núcleo
original de origen micénico en la leyenda se habrían ido agregando de forma
sucesiva otros elementos de origen posterior, como los que se encuentran presentes
en las leyendas locales de Asia Menor, tal y como ha señalado el estudioso griego
Sakellariou. La guerra de Troya se habría convertido en el conflicto por excelencia
entre los colonos griegos de esta zona y los bárbaros que habitaban la región. De
esta forma, los héroes locales habrían pasado a formar parte de los contingentes
aqueos y sus adversarios, en cambio, pasarían a engrosar las filas de los aliados
troyanos.
Se han aportado incluso otras soluciones al dilema, como la de imaginar que pudo
haber habido varias Troyas, como sugiere el americano Lionel Cason, situadas en
puntos diferentes de la cuenca del Mediterráneo, como Cnosos y Biblos, que
habrían dejado su recuerdo en la tradición legendaria de estas culturas.

El acontecimiento preciso en torno al cual cristalizó el ciclo épico troyano


permanece hasta la fecha incierto. Las mayores expectativas de encontrar una
posible solución al problema se centran en el testimonio que aportan las fuentes
orientales, particularmente las hititas. En ellas aparecen una serie de términos que
resulta tentador identificar con algunos de los protagonistas de la leyenda griega,
tales como Piyamaradus (Príamo), Alaksandos (Alejandro, el nombre de Paris),
o Ahhijawa. Estos textos reflejan el confuso panorama político de los años
previos a la destrucción final del imperio hitita y nos dan a conocer una
serie de conflictos locales en toda la región costera de Asia Menor en los que
podrían haber estado directamente implicados los micénicos, que de hecho habían
ocupado ya Mileto. A pesar de que subsisten todavía numerosos interrogantes e
incertidumbres en este terreno, es muy probable que en este campo resida la única
explicación histórica de un tema que la leyenda griega sólo contribuyó a desfigurar
al haberlo convertido en un tema legendario.

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