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ARQUIDIÓCESIS DE BOGOTÁ
DIACONADO PERMANENTE
AUTOR
NELSON ALFONSO GUILLEN PEÑUELA
CUARTO AÑO
PROFESOR
Pbro. JORGE ARMANDO RUIZ AMPUDIA
HOMILIA:
“Yo soy la luz del mundo, el que me sigue tendrá la luz de la vida”, Dice el Señor.
El santo Evangelio nos muestra la imagen de Jesús luz del mundo, luz de la Vida. Jesús
recupera la vista al ciego, lo hace ver, lo hace caminar en la luz, le descubre que Él es el
Salvador, el Hijo de Dios, el Hijo del hombre, lo hace ir a la fe: Creo Señor. Como él,
debemos dejarnos iluminar por Cristo, y renovar la fe en el Mesías sufriente, que se revela
como la luz de nuestra existencia. El agua y la luz son elementos esenciales para la vida.
Precisamente por eso, Jesús los elevó a la categoría de signos reveladores del gran misterio
de la participación del hombre en la vida divina.
Es el día en que nosotros también recordamos que hemos nacido en Jesús, luz del mundo, y
que somos por consiguiente hijos de la luz. Pablo nos dice en la segunda lectura porque en
otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor, entonces nos exige que
caminemos como hijos de la luz, comportaos por eso como los hijos de la luz. El fruto de la
HOMILIA CUARTO DOMINGO DE CUARESMA – CICLO A
Todo esto nos hace pensar que tenemos que revivir en este cuarto domingo de Cuaresma,
nuestra fe en Cristo luz del mundo y dejar que Cristo nos inunde totalmente, nos descubra
lo que somos y al mismo tiempo dejarnos descubrir por El, pues, en definitiva, Cristo será
nuestro camino, nuestra vida, nuestra Verdad. Cristo es nuestro Pastor, nada nos puede
faltar, como lo meditábamos en el salmo 22, el cual dirige nuestras almas hacia el misterio
pascual, en el que Cristo se revela realmente como Pastor que ofrece la vida por las ovejas.
su mensaje es fácilmente comprensible: Jesús, el Verbo Divino, se encarnó precisamente
para conducir las almas hacia la verdad: «En verdes praderas me hace recostar; me
conduce hacia fuentes tranquilas».
El día de Pascua será para nosotros un día verdaderamente grande porque Cristo, el
Hombre Nuevo, la luz del mundo, se nos manifestará en toda su riqueza y penetrará
totalmente todo nuestro ser. Pero en este camino que vamos haciendo, penitencial, de
conversión, de cambio en la Cuaresma tiene que renovarse en nosotros la fe, “hoy tiene que
renovarse la fe”. Tenemos que caer de rodillas delante de Jesús y decirle: “creo Señor”.
Tenemos que renovar también aquella fe que nos ha sido dada el día del Bautismo, cuando
empezamos a ser en Cristo verdadera luz.
Pero, ¿qué significa renovar nuestra fe en Cristo luz del mundo? Son estas tres cosas que
Pablo nos marca en la carta a los Efesios:
El evangelio nos muestra a demás y en notorio relieve la incredulidad de los fariseos, que
se niegan a reconocer el hecho de Jesús, dado que lo hizo en sábado, violando, a su parecer,
la ley de Moisés. Se manifiesta así una elocuente paradoja, que Cristo mismo resume con
estas palabras: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y
los que ven, se queden ciegos”
Para quien encuentra a Jesús, no hay términos medios: O reconoce que lo necesita a Él y Su
Luz, o elige prescindir de Él. En este último caso, tanto a quien se considera justo ante Dios
como a quien se considera ateo, la misma presunción les impide abrirse a la conversión
auténtica.
Hay algo muy importante: El Señor nos pide que seamos muy pobres, muy pequeños; Si
queremos descubrir a Jesús verdaderamente. Los fariseos, lo hemos escuchado en el
evangelio, no logran descubrir quién es Jesús, de alguna manera se resisten a la luz.
Justamente porque les falta pobreza, y pobreza es lo mismo que humildad, sencillez,
pequeñez.
HOMILIA CUARTO DOMINGO DE CUARESMA – CICLO A
Jesús revela al ciego cuerdo, que ha venido al mundo para realizar un juicio, para separar a
los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de sanos. Es claro
que el hombre es fuerte la tentación de construirse un sistema de seguridad ideológico:
incluso la religión puede convertirse en un elemento de este sistema, como el ateísmo o el
laicismo, permitiendo que este sistema nos deje ciegos por el propio egoísmo.
Estamos llamados al encuentro con Jesús, este encuentro deberá despertar en nosotros el
deseo de seguirlo abandonando las actitudes autorreferenciales como el egoísmo y el
orgullo, para emprender marcha firme por nuevos caminos, los cuales son indicados por el
mismo Jesucristo y abiertos a “verdes praderas”.
Queridos hermanos, dejémonos curar por Jesús, que puede y quiere darnos la luz de Dios.
Confesemos nuestra ceguera, nuestra miopía y, sobre todo, lo que en la Sagrada escritura se
llama el gran pecado: nuestro propio orgullo.