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PARA OBTENER LA PAZ INTERIOR.

El Señor no nos exige que hagamos alguna cosa penosa para obtener el perdón de nuestros
pecados. No necesitamos hacer largas y cansadoras peregrinaciones, ni ejecutar duras penitencias,
para encomendar nuestras almas al Dios de los cielos o para expiar nuestras transgresiones, sino
que todo aquel que confiese su pecado y se aparte de él alcanzará misericordia. CC 37.1
Los que no han humillado su alma delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido
todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento
del cual nadie debe arrepentirse, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera
humillación del alma y quebrantamiento del espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos
buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, no hemos
encontrado la paz de Dios. CC 38.1
La confesión no es aceptable para Dios si no va acompañada por un arrepentimiento sincero y una
reforma. CC 39.2
Una vez que el pecado amortiguó la percepción moral, el que obra mal no discierne los defectos
de su carácter ni comprende la enormidad del mal que ha cometido; y a menos que ceda al poder
convincente del Espíritu Santo permanecerá parcialmente ciego con respecto a su pecado. Sus
confesiones no son sinceras ni provienen del corazón. Cada vez que reconoce su maldad añade
una disculpa de su conducta al declarar que si no hubiese sido por ciertas circunstancias no habría
hecho esto o aquello que se le reprocha. CC 40.1
El arrepentimiento verdadero induce al hombre a reconocer su propia maldad, sin engaño ni
hipocresía. CC 40.2
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y
limpiarnos de toda iniquidad.” CC 41.2

LA CONSAGRACIÓN.
Debemos dar a Dios todo el corazón, o no se realizará el cambio que se ha de efectuar en
nosotros, por el cual hemos de ser transformados conforme a la semejanza divina. CC 43.2
La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se haya reñido. El rendirse a
sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; más para que el alma sea
renovada en santidad, debe someterse antes a Dios. CC 43.3
Una mera sumisión forzada impediría todo desarrollo real del entendimiento y del carácter: haría
del hombre un simple autómata. Tal no es el designio del Creador. El desea que el hombre, que es
la obra maestra de su poder creador, alcance el más alto desarrollo posible. CC 43.4
Al consagrarnos a Dios, debemos necesariamente abandonar todo aquello que nos separaría de Él.
No podemos consagrar una parte de nuestro corazón al Señor, y la otra al mundo. No somos hijos
de Dios a menos que lo seamos enteramente. CC 44.1
Hay quienes profesan servir a Dios a la vez que confían en sus propios esfuerzos para obedecer su
ley, desarrollar un carácter recto y asegurarse la salvación. Sus corazones no son movidos por
algún sentimiento profundo del amor de Cristo, sino que procuran cumplir los deberes de la vida
cristiana como algo que Dios les exige para ganar el cielo. CC 44.2
Desear ser bondadosos y santos es rectísimo; pero si no pasáis de esto, de nada os valdrá. Muchos
se perderán esperando y deseando ser cristianos. No llegan al punto de dar su voluntad a Dios. No
deciden ser cristianos ahora. CC 48.1
Por medio del debido ejercicio de la voluntad, puede obrarse un cambio completo en vuestra vida.
CC 48.2

MARAVILLAS OBRADAS POR LA FE.


A medida que vuestra conciencia ha sido vivificada por el Espíritu Santo, habéis visto algo de la
perversidad del pecado, de su poder, su culpa, su miseria; y lo miráis con aborrecimiento. CC 49.1
El Señor Jesús sanaba a los enfermos cuando tenían fe en su poder; les ayudaba con las cosas que
podían ver; así les inspiraba confianza en El tocante a las cosas que no podían ver y los inducía a
creer en su poder de perdonar los pecados. CC 49.3
El Señor Jesús se complace en que vayamos a El como somos: pecaminosos, sin fuerza,
necesitados. Podemos ir con toda nuestra debilidad, insensatez y maldad, y caer arrepentidos a
sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos
de toda impureza. CC 52.2
Agradeced a Dios por el don de su Hijo amado, y pedid que no haya muerto en vano por vosotros.
Su Espíritu os invita hoy. Id con todo vuestro corazón a Jesús y demandad sus bendiciones. CC 54.2
Cuando leáis las promesas, recordad que son la expresión de un amor y una piedad inefables. El
gran Corazón de amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. CC
54.3

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