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DILUVIO: MITO Y TEOLOGIA

Transoxiana 4 - Julio 2002

"Mitos" sobre el Diluvio Universal1

Lic. Graciela N. Gestoso Singer

Los "mitos" son fábulas dramáticas que forman un fuero sagrado gracias al cual se
autoriza la continuidad de creencias, ritos, costumbres e instituciones antiguas en
la región donde son corrientes, o se aprueban las alteraciones. La palabra "mito"
es griega, la mitología es un concepto griego y el estudio de la mitología se basa
en ejemplos griegos. Los escrupulosamente exactos que niegan que la Biblia
contiene mitos están, hasta cierto punto, justificados. La mayor parte de los otros
mitos se relacionan con dioses y diosas que intervienen en los asuntos humanos,
favoreciendo cada uno de ellos a los protagonistas rivales, en tanto que la Biblia
no reconoce más que a un solo Dios universal.

A continuación señalaremos algunos elementos en común entre la versión hebrea


del Diluvio, y las presentadas mediante los mitos súmero-acadio y griego.

El Diluvio según el Génesis

Cuando nació Noé (del heb. "consuelo"), lo que coincidió con la muerte de Adán,
el mundo mejoró mucho. Hasta ese entonces, cuando segaban el trigo, la mitad de
las cosechas era de espinos y abrojos. Entonces, Dios levantó su maldición. Hasta
ese momento, los trabajos se habían realizado sólo con las manos; Noé enseñó a
los hombres a hacer hachas, hoces, arados y fabricar otras herramientas (Enoc.
CVI, 278; Génesis Apocyphon 40; Jubileos IV, 28). Algunos atribuyen la invención
del arte de la forja a Tubal Caín, su hermano difunto (Gén. IV: 22). "Tubal Caín"
significa "el quenita que trabaja el metal" y fue un herrero que proporcionaba a Tiro
objetos de bronce y esclavos (Ezequiel XXVII: 13).

Noé se casó con Naamá, la hija de Enoc. Sus hijos fueron Sem, Cam y Jafet, y
cuando éstos crecieron, Noé los casó con las hijas de Eliakim, hijo de Matusalén.

Un día Dios dijo a Noé: "He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena
de violencia a causa de ellos. Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la
tierra, para destruir toda en que haya espíritu de vida debajo del cielo" (Gén. VI:
13-17).

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http://www.transoxiana.com.ar/0104/diluvio.html
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Advertido por Dios de que se acercaba el Diluvio, Noé difundió la noticia entre la
humanidad, y predicaba el arrepentimiento a dondequiera que iba. Aunque sus
palabras quemaban como el fuego, la gente se burlaba de él: "¿Qué es ese
diluvio? Si es un diluvio de fuego, tenemos amianto (?) (alitha) que es inmune a él;
si es un diluvio de agua, tenemos láminas de hierro para contener cualquier
inundación que pueda afluir de la tierra. Contra el agua del cielo podemos usar un
toldo (?) (aqeb)" (PRE, c 22, fin). Los hombres se jactaron nuevamente de Noé y
desafiaron sus palabras.

Dios ordenó a Noé que construyera y revistiera con brea un arca de madera lo
suficientemente grande para él, su familia y especies elegidas de todas las
criaturas que habitaban la tierra. Debía tomar dos animales y pájaros de cada
especie pura, dos de cada especie impura y dos de cada especie de animal que
se arrastrara. Asimismo, debía llevar alimentos de toda clase (Gén. VI: 14-21; VII:
1-3). Según el Génesis, Noé pasó 52 años construyendo el arca; trabajaba
lentamente con la esperanza de demorar la venganza de Dios (VI: 14-22).

Dios mismo diseñó el arca, que tenía tres cubiertas y medía trescientos codos de
proa a popa. Cada cubierta estaba dividida en cientos de camarotes; la primera
cubierta alojaría a los animales salvajes y domesticados; la segunda a todas las
aves; y la tercera a todos los reptiles y además a la familia de Noé (Vs. 15-16).

Ciertas ánimas errantes también entraron en el arca y se salvaron. Un par de


monstruos demasiado grandes para cualquier camarote sobrevivieron: el Reem,
que nadaba detrás, con el hocico apoyado en la popa, y el gigante Og.

Noé se sintió desanimado ante la inmensa tarea de reunir a todas las criaturas.
Sin embargo, todos los animales fueron conducidos al arca, de modo que cada
uno pareció haber sido guiado por su propia inteligencia natural. Llegaron el
mismo día en que murió Matusalén a la edad de 969 años, una semana antes que
comenzara el Diluvio.

Fue ordenado a Noé que se sentara junto a la puerta del arca y observara a cada
criatura, debiendo admitir sólo a aquellos que inclinaran su cabeza en señal de
arrepentimiento.

La tierra se estremeció, sus cimientos temblaron, el sol se oscureció, comenzó a


relampaguear y a tronar y una voz ensordecedora rodó a través de colinas y
llanos. A pesar de ello, Dios no logró aterrorizar a los malos, e hizo que se
juntaran las Aguas de Arriba y las de Abajo y destruyeran el mundo.

Cuando Noé tenía 600 años de edad comenzó el Diluvio. Luego de entrar al arca
él y su familia, el mismo Dios cerró sus puertas (Gen. VII: 11-16).
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La tierra fue cubierta rápidamente por las aguas: "Y fue el Diluvio 40 días sobre la
tierra" (v. 17). Aquellos que no pudieron entrar al arca comenzaron a gritar y ante
la negativa de Noé, intentaron volcar el arca.

Una vez en el arca, Noé y su familia llevaron cuenta de los shabats, ya que la
perla que colgaba del techo del arca indicaba cuando había llegado el día y
cuando se acercaba la noche, de acuerdo a la intensidad de su brillo. Algunos
sostienen, no obstante, que esa luz provenía de un libro sagrado que el arcángel
Rafael dio a Noé, encuadernado en zafiro, y que contenía todos los conocimientos
de la época relacionados con los astros, el arte de curar y el dominio de las
fuerzas del mal. Noé habría legado ese libro a Sem, de quien pasó por medio de
Abraham a Jacob, Leví, Moisés, Josué y Salomón (PRE, c. 23).

La labor de Noé y su familia fue ardua, ya que debieron alimentar a los animales:
el camello necesitaba paja; el asno, centeno; el elefante, sarmientos; el avestruz,
vidrios rotos. Pero, según un relato, todos los animales aves y reptiles y el hombre
mismo subsistieron sólo con pan de higo (Gén. Rab. 287).

Al ver que el fénix se hallaba acurrucado en un rincón, Noé le preguntó: "¿Por qué
no has pedido tu alimento?", a lo que el ave respondió: "Señor, tu familia está ya
bastante ocupada y no quiero causarle molestias". La bendición de Noé que siguió
al diálogo revela el mito tradicional que atribuye al ave Fénix la posibilidad de
revivir, aún después de morir, por y para siempre: "¡Quiera Dios que nunca
mueras!" (B. Sanhedrin 108 b).

Luego de un tiempo, el diluvio fue disminuyendo lentamente: el décimo séptimo


día del séptimo mes, el arca se asentó sobre el monte de Ararat (Gén. VII: 24).

A fin de que trajera noticias del exterior, Noé envió a una paloma, la cual, como no
halló ningún árbol donde posar sus patas, se volvió al arca. Siete días más tarde
soltó otra vez la paloma, que volvió a él, "trayendo en el pico una ramita verde de
olivo", símbolo popular de la paz (Gén. VIII: 8-11).

La primera actividad que realizó Noé al desembarcar fue la de erigir un altar con
piedras. Dios bendijo a Noé y sus hijos: "¡Fructificad y multiplicaos; y llenad la
tierra" (Gén. VIII: 20; IX: 1).

Dios dijo que a pesar de la mala predisposición del hombre no volvería nunca más
a usar agua para destruirlo: "¡Mientras la tierra permanezca, no cesarán la
cosecha y la siega; el invierno y el verano; el día y la noche" (Gén. VIII: 22). En el
Génesis, se relata que Dios colocó en el firmamento el arco iris para recordar su
promesa. "Mi arco (iris) he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto
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entre mi y la tierra. No habrá más diluvio para destruir toda carne!" (Gén. IX: 13;
15-17).

El Diluvio en la Epopeya de Gilgamesh

Dos mitos antiguos son similares al Diluvio del Génesis: uno griego y otro acadio.
El acadio, que se encuentra en la "Epopeya de Gilgamesh", era también corriente
entre los súmeros, hurreos y heteos. En él, Ea, dios de la Sabiduría, advierte al
protagonista Utnapishtim que los otros dioses proyectan un diluvio universal y que
él debe construir un arca. El motivo de Enlil, el Creador, para destruir a la
humanidad parece haber sido su omisión de los sacrificios y libaciones de vino de
Año Nuevo. Cuando comienza a caer una lluvia arrebatadora, él, su familia, los
artesanos y asistentes, y numerosos animales y aves, entran en el arca.

El Diluvio continúa durante seis días, pero cesa el séptimo. El arca es llevada por
la corriente al Monte Nisir, donde Utnapishtim envía afuera una paloma, la cual, al
no encontrar donde posarse, vuelve al arca. Finalmente, un cuervo es enviado y
nunca vuelve.

El Creador grita airadamente: "¡Ningún hombre debía sobrevivir a mi diluvio!",


aunque luego se apacigua y bendice a todos los integrantes del arca y los envía al
Paraíso.

En una versión súmera fragmentaria el protagonista del Diluvio es el piadoso rey


Ziusudra (llamado Xisuthros, en la "Historia Babilónica" de Beroso del S. III a.C.).
Este desentierra ciertos libros sagrados, que había enterrado previamente en la
ciudad de Sippar.

El "mito del Génesis" está compuesto de -por lo menos- tres elementos diferentes.
El primero es el recuerdo histórico de un turbión en las montañas de Armenia, que
-según Woolley, en "Ur de los Caldeos"- hizo que se desbordaran el Tigris y el
Eufrates hacia el año 3200 a.C., cubriendo las ciudades súmeras con lodo y
piedras. Sólo unas pocas ciudades situadas a gran altura o protegidas por
murallas se salvaron de la destrucción.

Un segundo elemento es la fiesta de la vendimia de Año Nuevo, que se celebraba


durante el otoño en Babilonia, Siria y Palestina, en la que el arca era una nave en
forma de media luna creciente, que contenía los animales destinados al sacrificio.
Esa fiesta se celebraba en la luna nueva más próxima al equinoccio de otoño con
libaciones de vino para estimular las lluvias invernales.

Restos del arca en el Ararat -"Monte Judi, cerca del lago Van"- son mencionados
por Flavio Josefo, quien cita a Beroso y otros historiadores. Beroso había escrito
que los kurdos locales todavía sacaban de ella trozos de betún para emplearlos
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como amuletos. Una expedición americana reciente sostiene haber hallado


maderas casi fosilizadas del ca. 1500 a.C. Un historiador armenio, Moses de
Chorene, llama a este lugar "el primer lugar de descenso" (o "Nachidsheuan"). El
término "Ararat" ya aparece en una inscripción del rey asirio Salmanasar I (S. XIII
a.C.) como "Uruartri" o "Uratri". Posteriormente, se convierte en Urartu y hace
referencia a un reino independiente que rodeaba al lago Van y al que los hebreos
de la época bíblica llamaban la "Tierra de Ararat" (2 Reyes XIX: 37; Isaías XXXVII:
38).

El mito griego del Diluvio

Según el mito griego, el dios Zeus desencadenó un gran diluvio en la tierra, con el
propósito de exterminar a toda la raza humana, pero Deucalión, rey de Ptía,
prevenido por su padre Prometeo, construyó un arca.

Luego, el mundo entero quedó inundado, pero el arca flotó durante nueve días,
hasta que se posó en el Monte Parnaso o, según dicen algunos, en el Monte Etna.
Otros sostienen que fue en el Monte Atos, o en el Monte Otris (en Tesalia).

Cuando desembarcaron ofrecieron un sacrificio a Zeus y oraron en el templo de la


diosa Temis, Esta les ordenó: "¡Cubríos la cabeza y arrojad los huesos de vuestra
madre a vuestra espalda!". La diosa hacía referencia a la Madre Tierra, cuyos
huesos eran las piedras que había a orillas del río. Esas piedras se convirtieron en
hombres o mujeres según las arrojara Deucalión o su esposa Pina. La humanidad
se renovó, y desde entonces "un pueblo" (laos) y "una piedra" (laas) han sido casi
la misma palabra en muchos idiomas.

En la versión griega, importada a Grecia desde Canaán, la diosa Temis ("orden")


renueva al hombre; y lo mismo hizo Ishtar, la Creadora, en una versión de la
"Epopeya de Gilgamesh". Helén, el hijo de Deucalión, era el supuesto antepasado
de todos los griegos, y "Deucalión" significa "Marinero de vino nuevo" (deuco-
halieus), lo que establece una relación con Noé, inventor del vino. Helén era
hermano de la Ariadna de Creta, que se casó con Dioniso, el dios del vino. Dioniso
viajó también en una nave en forma de luna nueva llena de animales.

Las dimensiones del "arca" bíblica contravienen los principios de la construcción


naval: una nave completamente de madera, tres cubiertas y 450 pies de largo se
habría quebrado con la más ligera oleada. La madera utilizada por Noé no era de
cedro, como sostienen la mayor parte de los eruditos, y el "árbol de madera
amarilla" del Génesis puede haber sido madera de acacia. Aunque no es
mencionado en los mitos griego y mesopotámico, el "arco iris", como una
seguridad de que no se producirán nuevas tormentas, aparece en el folklore
europeo y asiático.
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Los "cuervos" eran venerados y rehuidos por los hebreos (Salmos CXLVII: 9 y
Proverbios XXX: 17). En el Cantar de los Cantares V: 11, se elogian los rizos de
Salomón por ser negros, como las alas de un cuervo. Es posible que en una
versión anterior el cuervo, y no Cam, fuera ennegrecido como castigo, pues los
descendientes de Cam eran los cananeos no negroides. En el mito griego, el
cuervo es convertido de blanco en negro por Atenea, por llevarle la mala noticia de
la muerte de su sacedotisa.

La "perla" es un símbolo gnóstico del alma del hombre, como en el apócrifo


"Himno de la Perla" ("Hechos de Santo Tomás"), y en la "Kephalaia" maniquea.

El "Libro de la sabiduría" que Rafael (sic "Raziel") dio a Noé ha sido omitido en el
Génesis, aunque el libro sagrado de Sippar mencionado por Beroso demuestra
que formaba parte del mito del Diluvio babilonio primitivo.

Las "Pléyades" estaban asociadas -como otras constelaciones- con la lluvia


porque su aparición y su puesta marcaban los límites de la estación de
navegación en el Mediterráneo. Una de ellas parece, según el mito griego, que se
extinguió a fines del II Milenio a.C.

En conclusión podemos observar que existen elementos en común entre la


versión hebrea del "Mito del Diluvio" del Génesis y las versiones halladas en los
mitos acadio y griego, y en otras tradiciones súmeras, hurreas y heteas.

*A fin de facilitar su presentación y lectura a través de Internet se ha realizado un


resumen de la versión original del trabajo de investigación.

© Graciela N. Gestoso Singer, Tel Aviv, 2001

Actualizado el 24/07/2004
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DILUVIO2

Del latín diluvium, significa la inundación de la tierra entera o de una parte de ella,
precedida de copiosas lluvias. En singular y con mayúscula, se refiere por
antonomasia al que tuvo lugar en tiempos de Noé (v.), y es narrado por el Génesis
(6,5-9,17). A él nos referimos a continuación.

1. El relato bíblico y su sentido. En el cap. tercero del Génesis se describe


la situación pecadora de la humanidad. Se hace ver cómo el pecado (v.), después
de la caída en él de los progenitores Adán y Eva, acecha, como animal tendido a
la puerta (Gen 4,7), y solicita continuamente al hombre que, en vez de resistirle y
dominarle (4,7), se dejó esclavizar por él y se alejó cada vez más de Dios, para
entregarse enteramente a los placeres de la carne. En este estado de degradación
religiosa y moral no encontraba ya respuesta la llamada salvífica de Dios al
hombre, invitándole a la conversión (v.), por lo que decidió exterminar al hombre
pecador, pues su santidad le movía a perseguir el pecado dondequiera se hallare,
y su justicia le empujaba a aplicarle un justo castigo. Como toda la humanidad
había corrompido su camino (6,12), «y no era más que carne» (6,3), y «todos sus
pensamientos y deseos tendían al mal» (6,5), era lógico que pereciera en su
totalidad, saneando de este modo la tierra con las aguas destructoras y
purificadoras a la vez del d. Pero si su justicia exigía que se castigara al hombre
esclavizado por el pecado, su misericordia le movía a que se compadeciera del
que, entre tantos pecadores, fuera hallado justo (hebr. saddzq) y perfecto (hebr.
tamin). Y había uno solo, Noé (6,9). Como la Historia de la economía de la
salvación (v.) está sujeta siempre y a la vez a la justicia y a la misericordia de
Dios, también en esta ocasión ésta acabó por triunfar en Él. Por su justicia quiso
Dios exterminar a la humanidad con un d. (hebr. mabúl), pero su misericordia hizo
que el castigo no fuera universal, sino parcial; que lo que en principio debía ser un
castigo exclusivamente punitivo, fuera también de orden medicinal, y se convirtiera
en una purificación, una renovación espiritual de la humanidad y en un
compromiso por parte de Dios de no volver a maldecir la tierra por el hombre
(9,21).

El libro del Eclesiástico (44,17-18) resume el contenido teológico del tema


del d., del que habla el autor del Génesis (6,5-9,17) con estas palabras: «Noé fue
hallado enteramente justo, y en el tiempo de la cólera fue ministro de
reconciliación. Por él se conservó un resto en la tierra cuando ocurrió el diluvio; y
mediante una señal eterna, Dios hizo con él alianza de no borrar con diluvio la
humanidad». Noé (v.) era el único justo y perfecto que existía en el mundo en los
días que Dios, ofendido por los pecados de la humanidad, decidió castigarla con el

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http://www.mercaba.org/Rialp/D/diluvio.htm
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d. de aguas. Por su vida religiosa irreprochable se convirtió en ministro (gr.


antállagma) de reconciliación entre Dios, santidad infinita, y la humanidad
pecadora. Gracias a él, el género humano no pereció totalmente, sino que una
porción escogida, un resto (hebreo áeerit) sobrevivió y pobló de nuevo la tierra.
Por Noé se renovó espiritualmente el hombre y con él comenzó una nueva
humanidad. Mediante una señal eterna, Dios hizo una alianza con Noé por la que
se comprometió solemnemente a no exterminar en adelante a la humanidad con d.
El justo Noé puede considerarse como un nuevo progenitor de una humanidad
renovada y purificada por el castigo. S. Pedro (1 Pet 3,20 y 2 Pet 2,5) hace
referencia al d. como acto de justicia de Dios.

Para una valoración de los datos numéricos, etc., que nos da el texto
conviene tener presente que nos encontramos en los primeros capítulos del Gen,
a los que se puede aplicar lo que dice la conocida respuesta dada por la Pontificia
Comisión Bíblica de 1909; es decir, que se trata de una narración que refiere
hechos históricos, pero con el estilo propio de una narración popular, de modo que
no debe buscarse siempre en el texto una estricta propiedad científica (cfr.
Denz.Sch. 3512 ss.).

2. Antecedentes. ¿De dónde proviene la tradición antiquísima que es


recogida en estas páginas del Génesis? Los antepasados de Israel eran
originarios de la región meridional de Babilonia, de Ur Casdim (Gen 11,28; v. ult), y
eran frecuentes los viajes de los patriarcas a las tierras de los mayores, sobre todo
Harrán (v.). Nada tendría, pues, de extraño que las tradiciones judaicas antiguas
sobre el d. dependieran de narraciones transmitidas en Babilonia, aunque
interpretadas y valoradas a la luz de la Revelación que Abraham y sus
descendientes recibieron. La geografía física de Palestina, con sus tierras altas y
onduladas y cruzadas con escasos y pequeños cursos de agua, no se prestaba a
la experiencia de hechos del tipo de d., cuyas aguas cubrieran todos los altos
montes de debajo del cielo (7,19), y ahogaran «cuanto bajo el cielo tiene hálito de
vida» (7,23). En cambio, las inundaciones en las tierras bajas y llanas de la Baja
Caldea se debían frecuentemente a la acción devastadora de las aguas de sus
grandes ríos, Éufrates y Tigris, y al rápido deshielo de la nieve de los montes de
Armenia y Kurdistán. De hecho, los relatos sobre el d. o diluvios son numerosos
en la literatura asiro-babilónica, como veremos. Algunas de estas inundaciones
tuvieron efectos catastróficos en vidas y haciendas, y por lo mismo, pasaron a la
posteridad con caracteres de verdadera hecatombe. A medida que transcurría el
tiempo, se ampliaba de tal manera el recuerdo de aquel revés o reveses locales, y
se les añadía tantos elementos legendarios, que transformaron las diversas
inundaciones locales en cataclismos universales, tanto desde el punto de vista
geográfico como etnográfico, atribuyéndolas al designio y cooperación común de
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los dioses del panteón babilónico. De ahí que en los relatos babilónicos del d. se
encuentren sensibles diferencias, tanto en la manera de interpretar la naturaleza
del d., como en señalar su duración y número de personas que perecieron. El
poema babilónico de Gilgamesh (v.), p. ej., señala como causas del d. la acción
combinada de las tempestades, aguas, vientos y fuegos. Beroso dice que el d.
duró poco; Abydene habla de tres días de duración. Según Gilgamesh la lluvia
arreció seis días y seis noches, mientras que el texto sumerio le señala una
duración de siete días y siete noches.

Los textos más conocidos con relatos babilónicos sobre el d. son el de


Beroso, el de Nippur, el Coloquio de Ea y Xisutros, el texto fragmentario de
Hilprecht y, sobre todo, el de Gilgamesh (v.), escrito hacia el a. 2000 a. C., es
decir, contemporáneo o ligeramente anterior a Abraham. Las principales analogías
entre éste y el relato bíblico son: 1) Los dioses decretaron castigar a la humanidad
pecadora con un d. 2) Dan a Umnapistim la orden de construir un bajel (elippu), y
le señalan sus dimensiones. 3) Umnapistim entra en el arca con su familia y
animales de toda clase. 4) Umnapistim soltó una paloma, que regresó al arca. 5)
La nave se asentó sobre el monte Nisir. 6) Umnapistim ofreció después del d. un
sacrificio que agradó a los dioses. Pero existen diferencias radicales, la mayor de
las cuales es el carácter eminentemente monoteísta del relato bíblico. Además de
la omnipotencia y unidad divinas, en la Biblia se pone de relieve su santidad, su
justicia, su misericordia. Los dioses del panteón babilónico no midieron el alcance
del d. y, por lo mismo, ante tamaño desastre lloran, vociferan, se amedrentan y se
culpan mutuamente. «La teología del diluvio, con su Dios único y santo, con el
carácter religioso y moral dado a la narración, es incomparable. Ella nos introduce
en un mundo religioso diametralmente opuesto al que existe en los textos asiro-
babilónicos» (Chaine, 138).

3. Examen detenido del texto del Génesis. Si se analiza el relato bíblico del
d. se cae pronto en la cuenta de que las repeticiones se suceden: 1) Dos veces
comprueba Dios la malicia de los hombres (6,5.12); 2) Dos veces anuncia el d.
(6,17; 7,4); 3) Dios manda a Noé dos veces que construya un arca y entre en ella
con su familia (6,18-20; 7,1-3); 4) Noé obedece dos veces al mandato divino (6,22;
7,5); 5) Dos veces se dice que Noé entró en el arca (7,7-9.13); 6) El d. comienza
dos veces (7,10. 11); 7) Dos veces se narra el fenómeno del crecimiento de las
aguas y la elevación del arca (7,17.18); 8) Dos veces se habla de que perecieron
todos los seres vivientes (7,21.22); 9) Dos veces promete Dios que no mandará
otro d. (8,20-22; 9,9.15). Hay además algunas divergencias entre unos pasajes y
otros. Señalemos las principales: 1) En cuanto al número de animales que debían
introducirse en el arca, a veces se habla de un par de cada especie (6,19-20; 7,15-
16), otras, de siete pares de animales puros (7,2-3). 2) Según 7,4.12 y 8,2b, el d.
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sobrevino a causa de una lluvia torrencial (hebr. gésem, es decir, lluvia de


invierno), mientras que en 7,11 y 8,2a se atribuye a la irrupción de las aguas del
abismo sobre la tierra y a que se abrieron las cataratas del cielo. 3) Noé supo que
acabó el d. por el comportamiento de las aves que había mandado fuera del arca
(8,6-12.13b); según 7,14-17 lo supo por revelación divina. 4) Según 7,4.12, la
lluvia duró 40 días y 40 noches; pero 7,24 dice que «150 días estuvieron altas las
aguas sobre la tierra»; al cabo de los cuales empezaron a bajar. Sumando los
números indicados en 8,6-7 y 8,2.10.12, se saca la conclusión de que el d. duró
101 días. Otro cómputo puede hacerse partiendo de otros datos: el d. empezó el
a. 600 de la vida de Noé, el 17 del segundo mes (7,11); las aguas estuvieron
sobre la tierra 150 días (7,24); a partir de este momento empezaron a disminuir
(8,3b), de manera que el 17 del mes séptimo el arca descansó sobre el monte
Ararat (8,4), apareciendo las cimas de los montes el día primero del mes séptimo
(8,5); «el año 601, en el primer mes, el primero del mes, comenzó a secarse la
superficie de la tierra» (8,13), y estaba totalmente seca el 27 del segundo mes
(8,14). Así, pues, el d. duró desde el 17 del segundo mes del a. 600 de la vida de
Noé hasta el 27 del segundo mes del a. 601 de Noé, es decir, un año lunar de 354
días, que con la adición de los 11 días suplementarios, se llega al año solar de
365 días (Clamer, Arnaldich).

Algunos autores explican esos datos diciendo que se trata de recursos


literarios o de alteraciones del texto, etc. Otros, en cambio, sostienen que el texto
actual del Génesis es el resultado de haber entremezclado dos relatos
precedentes, que atribuyen a la tradición yahwística y la sacerdotal,
respectivamente (v. PENTATEUCO), y que habrían sido combinados entre sí
mediante algunas frases que sirven como puntos de enlace y de transición. Según
esta teoría, pertenecerían al autor yahwista: 6,5-8; 7,1-5.710.12.16b.17b.22-23;
8,2b.3a.6-12.13b.20-22. Textos propios del sacerdotal: 6,9-22; 7,6.11.13-
16a.17a.18-21.24; 8,1-2a.3b-5.13a.14-19; 9,1-17. Textos propios del autor o
compilador final: 6,7; 7,8.9a; 7.7.23. Cada uno de los dos relatos transcritos
separadamente tienen un sentido completo.

Dios castiga a la humanidad con las aguas de un espantoso d. (hebr.


hammabttl, con artículo, para denotar que se trataba de una inundación especial,
catastrófica; Setenta, kataklismós). El término mabúl procede quizá del babilonio
nabalu, destruir. De este cataclismo se salvó Noé, que «andaba con Dios» (6,8),
de una santidad extraordinaria, excepcional (Gen 5,22), por lo que «encontró
gracia ante Dios» (6,8). Por su piedad, y por el principio de solidaridad religiosa de
la familia (Gen 19,22), se salvaron también su mujer, sus tres hijos, Sem (v.), Cam
(v.) y lafet (v.) y sus respectivas esposas (7,13), ocho personas en total (1 Petr
3,20). Para que pudieran salvarse de las aguas, Dios mandó a Noé que se
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construyera un arca (hebr. tebáh; Setenta, kibotós) de grandes dimensiones. El


término tebáh únicamente se emplea en este relato y en Ex 2,3, para designar la
cesta de papiro en que fue colocado Moisés en su niñez. Para poder albergar a las
ocho personas y al gran número de animales, con los alimentos necesarios para
un año, era necesario que el arca fuera grande. Dice el texto que medía «300
codos de largo, 50 de ancho y 30 de alto» (6,15). El codo ('ammah) hebraico
correspondía al codo ordinario de los babilonios (amatu), de lo cual se infiere que
las medidas del arca eran aproximadamente las siguientes, traducidas en metros:
150 m. de largo, 25 m. de ancho, 15 m. de alto. Estas grandes dimensiones
suponían un grave problema de construcción, mayormente si se tiene en cuenta
que se construyó en tiempos en que todavía no se trabajaban los metales. ¿Era
posible la construcción de unidades de este tonelaje en tiempos de Noé o debe
dársele a las cifras un valor simbólico? ¿Cuánto tiempo empleó éste en su
construcción? No lo dice el texto. No conviene olvidar que en esta fase de la
humanidad, los antiguos, cualquiera de ellos, tuvieron una idea de los números
distinta de la que tenemos nosotros hoy (A. Parrot. Déluge et Arche de Noé, 43-
46).

Los prismas W.B.444 y W.B.62, que dan el catálogo de los reyes que
reinaron en Babilonia antes del d., aluden a una gran inundación que puso fin a
aquella dinastía. Los arqueólogos L. Woolly y S. Langdon hallaron en
Mesopotamia estratos geológicos de un aluvión en la antigua Ur (v.) de 3,70 a
2,70 m. de espesor. Otros restos de grandes inundaciones fueron encontrados en
Kish, en Uruk, en la antigua Shurrupak, en Tello y en Nínive, pero acaecidas en
tiempos distintos. Por todos los datos, se llega al acuerdo sobre la manera de
explicar la tradición sumerio-acádica y bíblica sobre el d. como una tradición
popular que recoge el fenómeno natural de una inundación en el valle del Tigris y
del Éufrates (Lambert, v. bibl. 715). El d. parece que no pudo ser un fenómeno
universal geográfica y etnográficamente. Las frases bíblicas (6,7.18; 7,4.16) que
sugieren esta universalidad (Gen 41,55-57; Ex 5,12; Dt 2,25, etc.) pueden ser
interpretadas como refiriéndose a una universalidad relativa. Ya hemos dicho al
principio que para el autor sagrado el d. reviste una significación teológica, y no
tiene como fin primario enseñar en qué consistió el hecho físico e histórico del d.,
ni cuándo tuvo lugar ni el tiempo de su duración aunque presupone su historicidad
sustancial. Tenemos en este relato la expresión de la verdad que Dios quiso se
consignara para salvación nuestra, a fin de promover en nosotros el santo temor
de Dios, Todopoderoso, que castiga a los pecadores y salva a los justos (Vaticano
II, const. Dei Verbum, 3,12).
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BIBL.: P. DHORME, Le déluge babylomen, «Rev. Biblique» 39 (1930) 481-502; G. LAMBERT, 11 n'y
aura plus de déluge (Gen 9,11), «Nouvelle Revue Théologique» 87 (1955) 581-601, 693-724; J.
ENciso, El duplicado de la narración del diluvio, Vitoria 1935; L. ARNALDICH, El origen del mundo y
del hombre según la Biblia, Madrid 1958 (con copiosa bibl.). V. t. la parte correspondiente al d. en
los comentarios bíblicos como: P. HEINISCH, Das Buch Genesis, Bonn 1930; 1. CHAINE, Le Livre de
la Genése (Lectio divina), París 1949; E. F. SUTCLIFE, Génesis, en Verbum Dei, I, Barcelona 1956; R.
DE V.Aux, Le lime de la Genése, París 1962; A. COLUNGA, M. GARCIA CORDERO, La Biblia
comentada, t. I, Pentateuco, BAC, Madrid 1962; F. ASENSIo, La Sagrada Escritura, A. T. 1,
Pentateuco, BAC, Madrid 1967. Los textos asirio-babilónicos sobre el d. se recogen en las obras
clásicas de H. GRESSMANN, Altorientalische Texte zum Alten Testament, Berlín 1926, y en J. B.
PRITCHARD, Ancient Near Eastern Tests, Princeton 1955.

LUIS ARNALDICH.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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