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La vida observada

"La vida no observada, no examinada, no vale la pena vivirla, porque no es vida", decía
Sócrates. Conocerse a uno mismo es una aventura que dura toda la vida. Es un ejercicio
que se consigue, a su vez, día a día, marcándonos propósitos y haciéndonos preguntas.
Esta es una tarea de introspección que marcarnos cada mañana.
Es preciso darse cuenta de todas las reacciones que surgen al mirar a una persona, un
paisaje o a uno mismo. Observa cómo sueles reaccionar frente a determinadas
situaciones. Mirar con objetividad, como si no fueras tú, tomando conciencia de lo que
pasa dentro y fuera de ti, estando atento. Hacerlo sin juicios valorativos, porque si te
pones etiquetas, ya no ves las cosas como son. Caer en la cuenta, sin prejuicios, sólo
entendiéndolo. Si no cambiamos espontáneamente es porque ponemos resistencia. En
cuanto descubramos los motivos de la resistencia, sin reprimirla ni rechazarla, ella
misma se disolverá. Cuando en nosotros hay sensibilidad, no se necesita violencia
alguna para conseguir las cosas que necesitamos, pues todo se resuelve entendiendo,
comprendiendo; y nos sorprendemos al ver cómo todo se resuelve según comprendemos
la realidad y no luchemos contra ella. Tenemos que darnos cuenta de que, con la
palabra, o con el pensamiento, solemos etiquetar las cosas y las personas, y luego, como
consecuencia de ello, vivimos el personaje de la etiqueta, y no la persona. Ponerse en
contacto con la realidad es mirar ésta sin querer interpretarla, ni cambiar nada, sino
dejar que la realidad cambie el orden de las cosas luciendo por sí misma. Cuando llegue
la noche, analiza cómo te has sentido a lo largo de tu jornada. ¿Has actuado cómo tu
deseabas? ¿Te has expresado, defendido de acuerdo a tus propios valores? Plantéate
preguntas, indaga en ti mismo, clarifica.

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