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Me gusta pensar en mis últimas vacaciones. Estaba con mi amiga en Catania, Italia.

Cuando pienso en
Catania, surgen hermosos recuerdos, siento el sol en mi piel, escucho el canto de los pájaros y huelo
el aroma del mar. De repente tengo el sabor del vino tinto, dulce y una pizza margarita en mi boca.
Casi siempre era nuestra cena. A menos que elegimos pasta. A menudo íbamos a la playa por la
noche y nos recostamos a mirar las estrellas. No solo se podía sentir este frío aire marino en su piel,
sino también olerlo. Olía a libertad. Me podía sentir la arena bajo mis dedos. Puedo escuchar el
silencio que nos rodeaba todas las noches y el ruido que experimentamos todos los días. Al otro lado
de nuestro apartamento, había una panadería donde se hacía pan fresco todos los días, que siempre
nos despertaba por la mañana. En nuestro restaurante favorito al que íbamos a tomar una copa de
vino todas las noches, había dos músicos. Tocaron las canciones más bellas de todas, en guitarra y
violín. Ese fue uno de mis mejores viajes.

Martyna Sielicka

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