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Dimensiones del encuentro:


con los otros
con Dios
conmigo mismo
con el mundo
P. Ismael Gómez Gordillo Morales, MSpS.
CONTENIDO

Enfoque................................................................................26
Dimensiones del encuentro en gráficas................................26
1. Encuentro con los otros.................................................27
2. Encuentro con Dios.......................................................30
2.1 Gratuidad divina.................................................30
2.2 Correspondencia nuestra.....................................33
3. Encuentro conmigo mismo............................................34
4. Encuentro con el mundo................................................37

ENFOQUE

Para percibir y disfrutar lo que encierra la experiencia de “ENCUENTRO” al recorrer sus


dimensiones, tenemos que ubicarnos desde un “enfoque”.
El nuestro tiene como icono inspirador el ENCUENTRO de Doña Concha Cabrera de Armida
con el Padre Félix Rougier, en un confesonario: es un enfoque desde el “misterio” que es toda
persona humana en sí, y desde el “misterio” intensificado que significa un ENCUENTRO que ha
tenido tan fecundos frutos eclesiales.
Con esto descartamos el enfoque del ENCUENTRO como problema y/o sus raíces meramente
sicológicas de interacción. También descartamos el enfoque de simple “roce social”, contacto
funcional o familiaridad, y con mayor razón descartamos la casualidad o la fatalidad.
Nuestra perspectiva es desde Dios-en-comunión a través del ENCUENTRO como signo de su
presencia y su acción para intensificar la extensión del reinado de Dios entre nosotros.
En efecto, el ENCUENTRO de quienes hacen emerger nuevos brotes del Reino de Dios, desde
los personajes fieles o infieles de la Biblia, hasta el ENCUENTRO que esté sucediendo ahora en
tónica de Buena Nueva, todos ellos están en el abrazo de Dios Padre, por los brazos extendidos en
Cruz del Hijo y con la fuerza del Espíritu Vivificante, que es Espíritu de amor y de verdad, todo ello
expuesto al desgaste, también, y al fracaso.
Esto es el ámbito del “misterio”, que más se narra que sistematiza; más se experimenta que
define; más es obra de amor gratuito del Señor que disposición nuestra racional y previsi ble. Se
trata del misterio como luz de verdad que se va descubriendo y como calor de amor que se va
encarnando, y no como oscuridad que asusta.

DIMENSIONES DEL
ENCUENTRO EN GRÁFICAS

Si nos valemos de la geometría, podemos trazar cuatro dimensiones del ENCUENTRO en forma de
cruz:

ñ la vertical superior, que expresa el sentido Dios-yo, y yo-Dios;


ñ la vertical inferior, que expresa el carril yo-Mundo, y Mundo-yo;
ñ la horizontal que las cruza, que expresa la relación yo-otros; otros-yo;
ñ y la crucial, en el centro, que expresa la identidad deseable yo – conmigo mismo.
Esta gráfica puede completarse diseñando ámbitos de implicación que formen un “rombo”, en
cuanto que Dios tiene potencialidad de ENCUENTRO conmigo, con los demás y con el mundo. Así
mismo yo tengo capacidad de ENCUENTRO con los demás y con el mundo, y éste puede
condicionar los demás encuentros.
Si las líneas rectas y el rombo no nos gustan, podemos ayudarnos de círculos que se implican:
Dios, Yo, los Otros, el Mundo.

Si nos ponemos cibernéticos podríamos jugar con el movimiento de los círculos y su tamaño
variable, añadiéndoles color a cada uno para describir la riqueza y densidad de las dimensiones del
ENCUENTRO entre nosotros y diversas posibilidades de acercamiento/alejamiento, y de extensión
de cada uno.
Sin embargo, al haber establecido el “enfoque” en términos de “misterio”, nuestras gráficas
carecen de valor de absoluto, y únicamente nos ayudarán a significar el dinamismo antropológico y
teocéntrico del ENCUENTRO, o sea, su riqueza para toda persona humana y su núcleo central que
son las Personas Divinas.
1. ENCUENTRO
CON LOS OTROS

Es la dimensión del ENCUENTRO que más fácilmente podemos constatar en nuestras vidas: es la
relación que se establece entre un “yo” y un “tú” 1 .
La distinción más radical de relación con los demás está en diferenciar la modalidad “yo-tú”, de
la modalidad “yo-eso”. El “yo-eso” es fácil de distinguir en nuestra relación con las cosas, como mi
relación con mi computadora, con mi silla, con mis zapatos; lo serio viene cuando es éste el tipo de
relación que establezco con las personas: como si fueran cosas, sea porque las utilizo como medios,
sea porque las reduzco a tal impersonalización que pasan como únicamente función. La
“cosificación” de las personas es lo contrario al ENCUENTRO. Lo hemos experimentado cuando
somos tratados como meros instrumentos en un trabajo que puede hacer mejor un robot. Esto es
trágico cuando el otro es nada menos que Dios.
El ENCUENTRO en términos de relación “yo-tú” no se da así nada más y no necesariamente se
exclusiviza en referencia al amor: éste sería su fundamento ideal y su fuente inagotable, pero no
agota la dimensión del ENCUENTRO yo-tú, tú-yo, yo-otros, otros-yo: “nosotros”. Puede integrarlo
también la verdad, la belleza y sus contrarios: el odio, la mentira, la fealdad, el resentimiento, el
pecado en complicidad.
La contemplación de esta dimensión “yo-tú”, “yo-otros”, es tan vasta como la visión del cielo
en una noche estrellada: entran galaxias enteras en las posibilidades. De aquí su maravilla cuando
experimentamos este nivel de ENCUENTRO, con la calidad conjunta de amor, verdad y belleza.
Podemos afirmar dos componentes en nuestro ENCUENTRO de la calidad “yo-tú”:
El componente esencial del ENCUENTRO, que es la “semejanza” de nuestro ser (semejanza
ontológica) entre el yo y el tú; yo no puedo decir que “me encuentro” con una piedra, con un perro
o con un árbol: puedo encontrarlos en mi camino, pero no “me encuentro” con ellos.
Necesitamos relevar el carácter de semejanza en lo personal o de interpersonalidad para hablar
de “ENCUENTRO”. Si dijéramos que tuvimos un “encuentro” con mi árbol o con mi perro (como
las canciones de Alberto Cortés), estamos usando una figura literaria que podemos llamar “metáfora
antropomórfica”, al tratar al árbol como persona. Con animales domesticados creamos reflejos
condicionados a su ser determinado por sus necesidades primarias (alimento, especialmente) hasta
poder “asemejarlos” a lo humano libre y racional: es tan artificial, que cuando sucede lo podemos
explotar en el circo o en el cine.
El componente existencial del ENCUENTRO de nivel “yo-tú” está hecho de “historia”, de “mi
circunstancia” —diría Ortega y Gasset—. Hablar de historia es también referencia a las personas
ante todo: sólo se da historia donde hay inteligencia y voluntad libre, acontecimientos que pueden
ser de una manera o de otra, gracias a nuestra capacidad personal de decir “sí” o “no”. En los demás
seres que nos rodean hay procesos, acciones y reacciones, estímulos y respuestas, pero sólo habrá
historia si tiene relación a las personas humanas. La concatenación de hechos químicos no es
“historia”, sino reacciones muy determinadas por su composición. Nosotros les decimos a veces
“historia” porque somos nosotros los que desconocíamos cuál iba a ser su reacción: así hablaríamos
de “historia” del hidrógeno, que pasa de su capacidad de ser componente del agua o formar los
aminoácidos, a la de llegar a ser “bomba H” por su aceleración atómica.

1
El maestro que ha desatado una amplia reflexión filosófica, sicológica, teológica y, en general, antropológica, ha sido
Martin Buber en su libro “Ich und Du” (BUBER M: Yo y tú, Buenos Aires, Galatea, 1956), a quien no seguiré aquí sino
como inspiración frente a nuestro “icono” Doña Concha y Padre Félix.
Nuestro ser relacional físico-síquico-espiritual, racional-afectivo, hace la “historia”, y su infinita
variedad de posibilidades, culminada en una sola, es lo que nos hace admirables o detestables. Los
griegos llegaron a pensar que la mayoría de nuestras “historias” son “tragedia” —fatalidad, triunfo
del mal— que condicionará historias subsiguientes. En cambio, el cristianismo lo ve como “drama”
y lucha, en donde inclusive la fuerza del mal (pecado-muerte-violencia-cruz) puede ser
transformada en bien (gracia-vida-paz-resurrección): la peor historia es posible enlazarla con el
camino de la “historia de salvación”. Es en este camino en donde acaece el ENCUENTRO
salvífico, santificante, bienaventurado (buena-ventura, buena-aventura), dichoso, plenificante.
Para apreciar la posible riqueza y variedad del ENCUENTRO a nivel yo-tú, podemos establecer
tres sistemas que se interfieren (como lo hacen el óseo, nervioso, muscular, etc., en el cuerpo):

ñ vinculación fisiológica,

ñ vinculación sicológica,
ñ vinculación espiritual.
Para su estudio en favor del impulso o la terapia, podemos distinguirlas metodológicamente.
Pero frente a la unidad de la persona humana no podemos vivirlas por separado sin enfermarnos. En
concreto, no se puede tener un “ENCUENTRO puramente corporal” sin que esté implicada mi
sicología y espiritualidad; tampoco puedo hablar de un “encuentro sicológico” sin que estuviera
implicada mi corporalidad sexuada, ni mi espiritualidad; finalmente no se puede hablar de un
“encuentro puramente espiritual” que no tenga lazos con mi corporalidad y mi sicología.
Lo que sí se puede afirmar, con base en nuestras experiencias y la percepción de otras
experiencias, es que en todo ENCUENTRO yo-tú puede haber y hay un nivel que subordina
(orienta o marca límites) a los demás: el corporal sobre el sicológico y espiritual; el sicológico sobre
el corporal y espiritual; o el espiritual sobre el corporal y el sicológico, sea por decisión personal (lo
ideal), sea por moción subconsciente (lo frecuente).
¿Qué significa “subordina” en este contexto? Significa que hay un auténtico ENCUENTRO yo-
tú, pero que:
ñ Si predomina lo corporal —como sucede de ordinario en los enamorados— la sicología
personal y la espiritualidad, especialmente expresada por las facultades de inteligencia y
voluntad, marchan al ritmo de encuentro corporal: me brota la poesía, tengo exaltación o dolor
extra, Dios me parece maravilloso o cruel.
ñ Si predomina lo sicológico —emociones, sentimientos, estados de ánimo— este dinamismo
marca pautas a lo corporal y a lo espiritual: me mejora o me empeora la salud; comulgo con
Dios y su creación, o me siento rechazado y olvidado por Él.
ñ Si predomina lo espiritual —por la acción de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad— lo
corporal y sicológico reciben sus impulsos y límites de este nivel: el cuerpo se vuelve
sacramento (signo sagrado) de gratitud o de expiación; el estado de ánimo se orienta a la
identificación con Cristo Jesús en sus diferentes momentos de gozo, dolor o gloria, como
meditamos de María Santísima en el “rosario” de su historia.
La verificación de estos componentes y niveles se muestra (no se demuestra) en la historia
personal de cada uno de nosotros/as; pero si alguien carece de deseos de memoria histórica personal
o de capacidad de “insight” —iluminarme interiormente— lo podemos constatar en referencia a los
ENCUENTROS bíblicos, las expresiones explícitas de san Pablo: hombre carnal, hombre espiritual;
cuerpo, alma y espíritu, o las Confesiones de san Agustín y otros muchos testimonios, que aquí no
haremos porque nos pasaría lo que dice el evangelio de san Juan: si lo hiciéramos se escribirían
muchos libros que no cabrían en el mundo (cf Jn 21,25)2.
Hasta aquí podemos percibirnos, en nuestro contacto con los demás,
F con la posibilidad de un ENCUENTRO yo-tú;
F que es diverso de considerar funcionalmente al otro (yo-eso);
F y que se basa en nuestra misma esencia de semejanza, por ser ambos personas;
F con la incidencia del mismo contexto de nuestra historia asumida como coincidir en el caminar
juntos por la vida (bíblicamente considerado “hecho providencial”);
F con niveles abiertos a nuestra triple estructura humana: corporal-sicológica-espiritual;
F contando con la posibilidad de que una de ellas predomine y rija a las otras, de una manera
dinámica (entiéndase con altas y bajas o posible alternancia), lo que da como resultado el ser un
proceso humano y no una fatalidad determinista cosificante.
2. ENCUENTRO CON DIOS

Nuestra vinculación con el Tú-Divino (que Martin Buber llama el “Tú-Eterno”) es una experiencia
que está enmarcada en la gratuidad divina y la correspondencia nuestra.
2.1 Gratuidad divina

Nuestro componente esencial de ENCUENTRO, que requiere el nivel de “persona a persona”, nos
abre la posibilidad de encontrarnos con el Dios revelado por Jesús que es Dios “Trinidad de
Personas en comunidad divina”, nos atrevemos a expresar: el Padre origen de todo bien, origen de
la vida; el Hijo amado, salvador de la humanidad por vía de encarnación; el Espíritu Santo, lazo de
amor entre el Padre y el Hijo.
Sin embargo esta posibilidad de ENCUENTRO interpersonal con Dios, Trinidad de Personas,
se vuelve realidad sólo y completamente por iniciativa divina. Nosotros lo buscaríamos inútilmente
si Él no nos viniera al ENCUENTRO. Lo podríamos “deducir” por sus obras, pero la lucidez
intelectual no nos llevaría a “encontrarlo” sino más bien a “temerlo”, como aparece en la Alianza de
los hebreos con Yahveh, y a agradecer su lejanía en favor de nuestra libertad, como lo percibieron
los griegos. Sólo Dios mismo, creador y redentor, puede dar el paso pacificante hacia su crea tura y a
su creatura-perdida en sus deseos antinómicos de buscar a Dios y temer encontrarlo.
Esta dimensión del ENCUENTRO CON DIOS tiene, dentro de su entraña de gratuidad (gracia)
absoluta, la revelación de ser un acto divino de amor, y no un acto “necesario” de lógica divina.
Podemos detectar un proceso desde la Biblia:
ñ ENCUENTRO provocado por Dios desde el “hagamos” inicial creativo (Gn 1,27), hasta el
despojarse de su rango, el Hijo, y hacerse uno de nosotros (Flp 2);
ñ ENCUENTRO convocado por Dios a través del pueblo de Abraham y definitivamente por Jesús
como Profeta y Maestro («Llamó a los que quiso» Mc 3,13);
ñ ENCUENTRO cultivado por Dios por medio de la historia de Israel y por Jesús, Pastor del
nuevo Pueblo de Dios («Yo soy el buen pastor… conozco a mis ovejas y ellas me conocen a
mí» Jn 10);
ñ ENCUENTRO culminado por Dios en la victoria de la Cruz de Jesús Sacerdote («Todo está
consumado…» Jn 19,29), vaticinado por profetas como el segundo Isaías (Is 40-55);

2
En otros capítulos de este libro se habla del encuentro en sus aspectos bíblicos, antropológicos y teológicos.

3
Cf MOUNIER E: El Personalismo. Buenos Aires, Eudeba, 1962.
ñ ENCUENTRO transformado por Dios en la Resurrección de Cristo Jesús con su nuevo nombre-
misión que está sobre todo nombre: Señor (Flp 2);
ñ ENCUENTRO confirmado por Dios, obra del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch 2,1-12).
Dios, así, está en el centro de la espiral de la historia: cualquier ENCUENTRO con Él, o en
nombre de Él, será obra principal del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que se convertirá en obra
instrumental, o mejor, “sacramental” de nosotros (hombres y mujeres), si respondemos a su
llamado, a su atracción de amor («nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae…» Jn 6,44): todo de Él,
todo de nosotros, en distinto nivel, como todo es la obra del escultor y todo es obra de sus cinceles e
instrumentos; todo es obra del inventor de Microsoft y todo es obra de la computadora manejada
por mí.
Hay que añadir dos explicitaciones:
F Jesús es el único mediador del ENCUENTRO con Dios,
F lo cual conlleva al ENCUENTRO con los demás.
Jesús, Verbo encarnado, es el único mediador del ENCUENTRO pleno con Dios porque
nosotros, personas humanas, somos espíritus encarnados y nuestra comunión es según nuestra
naturaleza.
El medio adecuado a nuestras potencialidades de comunicación-comunión con Dios nos ha sido
entregado por el Padre: su Hijo, “sacramento primordial”, según se presentó el mismo Jesús: «nadie
puede ir al Padre sino por mí», «nadie puede venir a mí si mi Padre no lo atrae», «mi Padre y yo
somos una misma cosa».
Nosotros, capacitados para la verdad y amor infinitos como seres espirituales, a través de las
facultades de inteligencia y voluntad, abiertas al ser, al uno, a la verdad, a la bondad y a la belleza,
podemos escuchar el llamado de Jesús, Verbo de Dios en quien reside toda plenitud, y acogerlo.
¿Qué pensar de ENCUENTROS con Dios habidos antes de Cristo Jesús, por ejemplo en el pueblo
de Israel?; y ¿qué pensar de otros ENCUENTROS con Dios, fuera del ámbito judeo-cristiano? Son
en vistas a Cristo Jesús, en la historia de Israel; y son implícitamente cristo-centrífugos en otras
entidades religiosas, si creemos con san Pablo que «todo fue hecho por él y hacia él» (cf Col 1).
Según nuestra reflexión y praxis cristiana, sólo por Cristo, con Él y en Él, se da la plenitud del EN -
CUENTRO con Dios.
Pero Jesús no llega “vacío”, dispuesto a nuestro arbitrio: llega como Hijo de Dios, con su
corazón lleno de amor ardiente por su Padre y por sus hermanos/as; somos nosotros los que estamos
vacíos, sin nada significativo que ofrecerle más que nuestra disponibilidad: recibimos amor incon-
dicional, formación en espíritu y verdad, y misión para suscitar el Reino.
Así el ENCUENTRO con Jesús, único mediador plenificante, nos abre al ENCUENTRO con la
humanidad entera, empezando por los pobres de espíritu, los que lloran, los limpios de corazón (sin
esclavitudes), los desconsolados, los perseguidos: ahí es donde el ENCUENTRO se percibe como
gratuidad total, y apta para ser colmada nuestra persona en comunidad pequeña e insignificante
(“pequeño rebaño”, “pequeño resto”), para hacer crecer el Reino de los cielos, que consiste en el
ENCUENTRO definitivo e indisoluble de creatura y Creador, redimidos y Redentor, vivificados y
Vivificante.
El que ama quiere el bien del amado. Aquí el Amado es Jesús, y su “bien” es darse a los que
ama: al Padre y a sus hermanos.
Aquí puede desplegarse toda la variedad de posibilidades históricas en cuanto al modo:
irradiación explosiva, irradiación discreta, irradiación interior, irradiación masiva, irradiación
oculta, irradiación majestuosa, irradiación invisible, irradiación restringida…
Además se puede explicitar que la persona-en-comunidad (familia, asamblea creyente, Iglesia,
etc.) es el lugar ordinario del ENCUENTRO con Jesús, aunque Él puede crear otros espacios a
voluntad, y voluntad divina.
María y José en los Evangelios pueden ser nuestro “espectro” de formas variadas y admirables
de este su ENCUENTRO con Dios y entre sí: por la palabra, por el sueño, por la visión, por la
escucha, por la invitación, por el mandato, por encarnación, por aceptación, por ayudar, por
educación, por pérdida y reencuentro del hijo adolescente, por seguimiento, por búsqueda, por
silencio, por estar de pie ante la Cruz, por obediencia, por oración, por efusión del Espíritu…

2.2 Correspondencia nuestra

Es el otro dinamismo que enmarca el ENCUENTRO con Dios, como respuesta a la gratuidad
divina. Podemos distinguir, analizando la fenomenología del ENCUENTRO CON DIOS, entre
“experiencia de Dios” y “ENCUENTRO” con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios no niega el
ser “experimentado” a creatura alguna: todos tenemos la posibilidad radical de poder conocer a
Dios (cf Rm 1,18-23), incluso de presentirlo en nuestro ser causado y en nuestra existencia sedienta
de eternidad, como Agustín de Hipona antes de su conversión.
Sin embargo Él se ENCUENTRA sólo con los que le acogen. El Padre atrae hacia su Hijo muy
amado, pero no nos deshumaniza privándonos del mínimo de elección y libertad. Estamos vacíos de
méritos suficientes para poder merecer el ENCUENTRO con Dios, con Cristo Jesús; pero tenemos
el poder, don de Dios creador, de poder decir NO a Dios, de cerrarle la puerta (cf Ap 3,20), de irnos
tristes por preferir los bienes tangibles a las promesas intangibles (como el joven rico, Mt 19,16-22),
de entregar con beso de mentira al Maestro del camino de verdad para la vida (Judas Iscariote), de
sustraernos a la Alianza de vida liberada por preferir alianzas de dulces esclavitudes (cf en todas las
etapas de la Alianza de Israel).
De aquí que siendo Dios el mismo ayer, hoy y siempre, haya sin embargo posibilidad de
diversidad de grados de intensidad y calidad, duración y manifestaciones, cultivo y vacíos en el
ENCUENTRO entre Dios y cada uno de nosotros. Pienso que es análogo al ENCUENTRO de una
madre sana con sus hijas e hijos: por una parte les tiene un amor fontal igual, al haberlos gestado en
su mismo seno, mas por otra parte empiezan las diferencias debido a la receptividad de ese amor
“inclusivo” (como expresaba E. Fromm) en cada hija/o: unos más atendidos por débiles y
vulnerables; otros más cercanos por semejanzas cultivadas; otros, quizá, adversos y en
“desencuentro” ordinario por envidias o sicosis…
Para la misión apostólica Jesús «eligió a los que quiso» (Mc 3) y ellos «vinieron donde él»; sin
embargo hay diferencias de ENCUENTRO con Él: con Pedro, con el discípulo amado, con
Tomás…, hay diversa intensidad y procesos; incluso tiene lugar el “desencuentro traidor” por parte
de Judas Iscariote.
El secreto de nuestro ENCUENTRO personal con Dios está en nuestra disponibilidad absoluta,
activa, receptiva, amorosa, sin comparaciones que enferman: Él está a la puerta con sus dones y
llama (= amor primero), lo demás depende de nosotros en primera persona (= amor segundo).

3. ENCUENTRO
CONMIGO MISMO

Esta dimensión del ENCUENTRO “conmigo mismo” tiene por camino ordinario:
ñ la re-flexión = capacidad de “flexionar sobre sí” con libertad,
ñ la con-ciencia = conocimiento de sí mismo,
ñ re-cuperación = volverse a tomar uno mismo con plenitud.
Por eso, aunque es conmigo mismo con el primero que cuento para todo otro ENCUENTRO, es
a través de otros como mejor tomo conciencia de mí, reflexiono sobre mí, recupero mi ser y
quehacer.
Yo lo imagino como la relación con mis ojos: a través de ellos me relaciono y ENCUENTRO
con otros ojos, con otras personas; pero sólo puedo analizarlo si utilizo un espejo o deduzco, de la
configuración de otros ojos y su estudio, lo que son los míos y su estado de salud.
Por eso el ENCUENTRO CONMIGO MISMO es una actitud refleja y cuesta más, de hecho,
que el ENCUENTRO con otras personas. Son ellas, frecuentemente, quienes nos hacen tomar
conciencia de nosotros mismos y ENCONTRARNOS a nosotros mismos en el sentido de
aceptarnos, valorarnos y proyectarnos hacia afuera mejor a nivel sicológico; a nivel fisiológico
especialmente los médicos nos hacen tomar conciencia de nuestro cuerpo; a nivel espiritual
necesitamos del retiro y el ejercicio espiritual para lograrlo.
Corremos también el riesgo de que el “espejo” que nos ayude a reflejarnos, concientizarnos y
recuperarnos, esté deformado y entonces es más difícil el ENCUENTRO con nosotros mismos. Por
eso hemos de ayudarnos a la re-flexión, a tomar con-ciencia de nosotros y a la re-cuperación de
nuestro ser y quehacer, por un buen re-flejo, por un buen espejo.
El mejor espejo es Dios como creador y redentor, especialmente a través de la Escritura Santa,
en donde nos da luz y profundidad de su proyecto creador y redentor sobre nuestra persona y sus
ENCUENTROS, vivificantes o mortificantes.
Otro espejo a nuestro alcance es la sicología y los buenos sicólogos, que nos descubren
especialmente nuestras anormalidades y nos indican caminos de recuperación hacia la superación
constante o también caminos de prevención.
Yo te propongo a continuación un buen espejo existencial, filosófico-espiritual-sicológico: el
del “personalismo comunitario” de Emmanuel Mounier (1905-1950) 3 , cristiano cabal, francés,
consagrado a recuperar a la persona humana en sociedad real (la europea, la americana, la africana,
todas las posibles) de toda deshumanización, cosificación y reducción de su ser de espíritu
encarnado en comunidad, describiendo estructuras que nos ayuden a potenciarnos con plenitud.
Aquí busco interpretarlo en términos de nuestro objetivo: propiciar el ENCUENTRO conmigo
mismo.
Según Mounier, el ENCUENTRO conmigo mismo se articula en tres esferas que se intercalan:
interioridad, expresividad y compromiso.
Por vía de interioridad nuestra persona se ENCUENTRA con una “vocación” a la vida, con el
propio “secreto” de nuestro origen y destino, que hay que ir “descifrando” al roce de las luchas en la
vida, por sobrevivir, por crecer, por llegar a la plenitud. Por esta vía me ENCUENTRO con la voca-
ción a existir (a ser) por parte de Dios-Creador; y la vocación también a la plenitud en comunidad,
por parte de Dios-Redentor, que es quien profundamente, en la libertad —que supone no evidencia
y cierto nivel de oscuridad que llamamos misterio humano—, me “llama” a la luz, a la recuperación
de mi ser primero, el del proyecto de Dios a ser a su imagen y semejanza, y me invita a tales
ENCUENTROS con otras personas, que podamos acceder a la felicidad del ENCUENTRO final en
que Dios sea todo en todos por una vida eternamente gozada.
Esta vía requiere “silencio” para escuchar la vocación esencial (a la vida) y existencial (al
compromiso con este mundo mío, aquí y ahora, en camino hacia el futuro, con otros). Esta
“interioridad” me es negada, como persona humana, por la cultura dominante (y por toda cultura
“totalitaria”) que me impulsa sólo a la imagen, a la exterioridad, al estereotipo, al estímulo y
respuesta automatizada, en favor, por ejemplo, del comercio y la ganancia del estimulante (por
ejemplo, los comerciales televisivos).
La vía de expresividad ha de vincularse a la de interiorización, ya que como “espíritu
encarnado” me veo urgido de visibilizar lo que siento, de exteriorizar lo que soy, de expre sarme
corporalmente en sentimientos, actitudes y gestos. Esta expresividad es la que posibilita que yo
tienda lazos al ENCUENTRO con las otras personas desde mí mismo y pueda haber una
comunicación de interioridad a interioridad hasta la posible “comunión” en convivencia y metas.
Normalmente esta expresividad no es pacífica: he encontrado “resistencias”, desde el día de mi
nacimiento hasta esto que estoy escribiendo. La expresividad se da como una lucha o “dialéctica”,
que puede anularme o transformarme en artista, en héroe y/o en santo. En artista, si afronto la
resistencia de la materia y la convierto en arte (por ejemplo, Miguel Ángel escultor); en héroe, si
afronto la resistencia de la sociedad y la convierto en un nuevo proyecto de vida pública; en santo,
si afronto la resistencia de la historia humana en su tendencia degradante y por la fuerza de virtudes
la convierto en vida plena, espiritual, síquica y corporal, especialmente en identificación con Cristo
Jesús muerto y resucitado, vencedor de la muerte y el pecado, el resucitador.
Aquí el ENCUENTRO CONMIGO MISMO significa reconocerme como capaz de superación
continua, dada en la comunión interpersonal, en el ENCUENTRO con otros a nivel de su
interioridad, su expresividad y su misión.
El compromiso es el tercer movimiento existencial conveniente a mi persona en apertura de
comunión interpersonal. Compromiso significa “prometerme junto con” otro/a persona u otras
personas. Es el punto real de fusión del ENCUENTRO, visto desde mi responsabilidad personal.
Aquí es donde se puede eslabonar el ENCUENTRO con Dios, si correspondo a su interpelación
amorosa, paternal si es el Padre que me habla de la nube (como en la Transfiguración, cf Mc 9,2-8),
fraternal si es el Hijo quien toca a la puerta (cf Ap 3,20), fecunda si es el Espíritu Santo quien me
encauza a proclamar la buena nueva del ENCUENTRO de Dios con la Humanidad,
definitivamente, a través de Cristo Jesús (Pentecostés, cf Hch 2,1-13).
Al darse el ENCUENTRO con alguna de las Personas divinas, entro en “compromiso” con las
Tres, comunidad divina. Además, el compromiso diario o extraordinario se da en el ENCUENTRO
con otras personas humanas, en que hay que tener en cuenta que nos empeñaremos en “causas
imperfectas”, que debemos culminar juntos, lo cual es el reto histórico. Por ejemplo, si mi EN-
CUENTRO es posible con una asociación o congregación religiosa, no tengo por qué esperar a que
sea la asociación “perfecta” para comprometerme: al contrario, quizá, me sentiré más atraído por
algo incipiente, con enormes resistencias, que requiere de mí todo mi ser en juego, prometerme yo
mismo incondicionalmente. Así también se puede perfilar el ENCUENTRO matrimonial: si se da
entre dos “perfectos”, hay posibilidades de que sus polos iguales terminen rechazándose en aras del
“control” de uno; si se parte de un mínimo de acuerdo y un máximo de utopía, el ENCUENTRO
requerirá el esfuerzo “agónico” (que empeña todas las fuerzas, como en un corredor olímpico antes
de la meta), y se irán cualificando nuevos niveles de ENCUENTRO: del físico al sicológico, al
espiritual, o viceversa.

4. ENCUENTRO CON EL MUNDO

En el contexto en que venimos reflexionando sobre el ENCUENTRO, aquí “mundo” significará


prioritariamente el mundo físico: con el universo o cosmos, con mi planeta y sus elementos vitales
como el dominio animal, el dominio vegetal, lo mismo que el dominio mineral. Sólo será
ENCUENTRO si es entre personas que se ocupan de su entorno planetario.
Aquí el ENCUENTRO conveniente a nuestras personas con este entorno ha de ser relacionado
con el bien de la humanidad. Así hablaremos de ENCUENTRO con diverso sentido (“análogo”
diría Aristóteles) al ENCUENTRO con Dios, con personas humanas y conmigo mismo. Dado que
somos “yo y mi circunstancia” (como mostró Ortega y Gasset) y que el ser nuestro es
constitutivamente “espacio-temporal” (como demostró Heidegger), percibimos la posibilidad de un
triple nivel de encuentro, existencialmente hablando:
ñ ENCUENTRO como “maravillarme” del mundo cósmico astral, vegetal y animal:
ENCUENTRO significará investigación, descubrimiento.
ñ ENCUENTRO a nivel de “asumir” mi lugar en este cosmos, mi responsabilidad con la sociedad
del entorno, el respeto a la vida en todas sus formas, el empeño y aun el compromiso por la
recuperación del Planeta tan erosionado por mano humana.
ñ ENCUENTRO, también, puede significar “padecer” las leyes de la naturaleza y volvernos
temerosos ante temblores, incendios, inundaciones y posibles fenómenos astrales, a los que
terminemos dándole influencia determinante en nuestra vida y enriqueciendo a quien dice
controlarlos.
En un sentido más evangélico podríamos tomar como Mundo (con mayúscula) la “historia” de
la humanidad, lo cual abarcaría desde el ENCUENTRO de culturas diversas, hasta el
ENCUENTRO frontal entre la maldad y el pecado personal y social contra la bondad y la gracia,
lucha en la que Jesús triunfa por la CRUZ y nos invita a emprender este ENCUENTRO con
solidaridad, con conciliación entre justicia y amor, verdad y misericordia.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA


¿Cuáles fueron mis sentimientos al leer este capítulo?
¿Cuáles fueron las ideas que más me impresionaron?
1. La base para un encuentro es la semejanza, ¿cómo se pueden encontrar un hombre
y una mujer si son tan diversos y cada día está más clara nuestra diversidad (por
ejemplo, el libro Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus)?
2. El encuentro con otras personas ¿es cuestión sicológica, espiritual o física?
3. Pensar que el encuentro con Dios es una fatalidad, porque Él es Todopoderoso y
se impone, es falso. ¿Por qué?
4. El encuentro con Dios ¿se merece? ¿María lo “mereció” por ser humilde? ¿El
Padre Félix se lo “merecía” por estar haciendo una novena al Espíritu Santo?
5. El encuentro conmigo mismo ¿es automático y espontáneo o cuesta trabajo y hay
que buscarlo?
6. El encuentro conmigo mismo, según Mounier, se puede realizar por vía de
“interioridad”. ¿Qué encuentro en mí por esta vía?
7. El encuentro conmigo mismo exige expresividad. ¿Qué significa esto y cómo se
realizó en Conchita y Félix de Jesús?
8. El encuentro conmigo mismo se concretiza en un compromiso con otros. ¿Con
qué “otros” fue el compromiso del Padre Félix?
9. El mejor encuentro con el Mundo es encontrarse o hallarse en él como en su
“casa”, o sea el “encuentro ecológico”. ¿Puedes diferenciar niveles de encuentro
con el mundo en la actualidad?
¿Qué frutos saco de esta reflexión?
¿A qué me impulsa el Espíritu Santo?
Es muy conveniente que la lectura personal de este capítulo y la reflexión comunitaria culminen
en una celebración de fe (ver el esquema en la página 239).

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