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“El espacio andino en los cuentos de Cronwel Jara.

Migrancia a la ciudad, destino miserable”

Aymará de Llano
(CELEHIS-FaH-UNMdP

Los comienzos siempre implican decisiones previas, re-escrituras, alternancia entre


versiones hasta llegar a una definitiva. En esta oportunidad, para iniciar este trabajo, elijo leer
una cita de Cronwell Jara, narrador peruano contemporáneo, cuya novela breve Montacerdos
(1981)será objeto de esta ponencia. La cita pertenece a su libro de cuentos Las huellas del puma
(1986).

¿No será que a cierta edad uno se entera que las piedras hablan? ¿Que el abismo tiene
voz? ¿Que las alturas piensan? ¿Y que el universo todo, el río, la soledad, como las
hormigas y los peces en los lagos, tienen sentimientos? ¿Que no necesitan la lengua ni el
corazón del hombre pa hablar? Así será; estoy cada día, cada noche, convenciéndome que
todo, hasta el aire, tiene espíritu, tacto, siente. Que las quebradas sueñan. Y las lluvias
como los peces emiten juicios. Tienen paciencia. Dan sabios consejos (327).

En esas breves líneas se conjugan núcleos de sentido centrales de su narrativa: los vínculos
sujeto-naturaleza y sujeto-animales, ambos en relación con la cosmovisión mítico-legendaria de
la cultura andina. Visto así, se puede entender la noción de espacio/territorio como construcción
en el imaginario colectivo que se trasunta en la narrativa de Cronwell Jara como un
“palimpsesto”, es decir, un territorio en donde se sobreimprimen las huellas de diferentes
procesos histórico-sociales y los sujetos actuantes, como nos dice André Corboz (200). 1 El
animismo es una de las huellas de ese palimpsesto de la espacialidad, que se sobreimprime en el
palimpsesto discursivo. Las preguntas retóricas revisan las creencias ancestrales y, al mismo
tiempo, se las recuerda al lector. Ese maravilloso modo de construcción discursiva que le permite
la lengua mediante el cual se produce el traslado/tránsito/traducción de la cosmovisión ancestral.
Varios niveles palimpsésticos nos muestran textos densos, con planos de acumulación al estilo de
las placas tectónicas; desde ese movimiento, surge el sentido como energía concentrada que
implosiona en el discurso. De ahí que me interese Montacerdos (1981) y, en especial, al observar
las espacialidades en relación con la naturaleza, además del vínculo entre los seres humanos y
animales, todos como modos de traducir una cosmovisión que, aunque esté fuera del espacio de
la sierra o rural, sigue operando de modo decisivo en ese mundo andino, en este caso, de las
periferias citadinas. Los personajes de los cuentos de Cronwell Jara pertenecen a mundos
variopintos. Algunos experimentan su existencia en zonas periféricas con lo que ello conlleva en
cuanto a miseria, enfermedades-¿No será que a cierta edad uno se entera que las piedras hablan?
¿Que el abismo tiene voz? ¿Que las alturas piensan? ¿Y que el universo todo, el río, la soledad,
como las hormigas y los peces en los lagos, tienen sentimientos? ¿Que no necesitan la lengua ni

1
No hago distinción entre territorio y espacio. Cuando uso espacialidad, me refiero al concepto que abstraemos a
partir de la experiencia en espacios o territorios concretos. En este caso, todos de la región andina peruana.

1
el corazón del hombre pa hablar? Así será; estoy cada día, cada noche, convenciéndome que
todo, hasta el aire, tiene espíritu, tacto, siente. Que las quebradas sueñan. Y las lluvias como los
peces emiten juicios. Tienen paciencia. Dan sabios consejos (LHdel P, 327).
; otros desarrollan su vida pobres pero dignos hasta soportar el ataque vandálico tanto de
fuerzas policiales corruptas como de bandoleros asesinos cuyas vidas son la fuga y misterio;
sujetos dispersos en regiones naturales de frondosa vegetación que cazan para vivir y otros viven
para matar. Algunos cuyos padres ya fueron mestizos entre criollos e indios; otros tienen parte de
su origen en ancestros africanos; todos sostienen sus tradiciones, leyendas y vivencias míticas.
La desprotección, avasallamiento y abandono del Estado en cuanto a educación y salud surgen
como las causantes de situaciones extremas.
Me interesa traer a colación un trabajo de la crítica peruana Gabriela Núñez, en Culturas
orales u culturas escritas (2015), en donde estudia el modo en que las sociedades se
reinterpretan a partir de sus imaginarios colectivos, dado que el alfabeto fonético forma parte de
la cultura occidental e inicia la diferenciación del mundo narrado con el mundo animado: “El
texto cobra independencia y sigue sus propias reglas (…). La palabra escrita cobra vida propia y
la cultura que ha interiorizado la escritura necesita cada vez menos los referentes de la naturaleza
porque la palabra se basta a sí misma” (228). La relación hombre-mundo cambió con la escritura
y, con ello, el carácter mágico que revestía la naturaleza, así como la posibilidad de ser
transmisora de saberes se fue desplazando al texto. En el mundo occidental, la mayor parte de
nuestros conocimientos fueron ingresados por la lectura. Aunque Gabriela Núñez habla de largos
períodos históricos, y no es nuestro caso, sin embargo, su planteo sigue vigente para las
comunidades escasamente escolarizadas, que siguen en contacto con la naturaleza como la fuente
principal de sabiduría, como son las referidas en estos relatos. Se entiende, entonces, que la
escritura se abastece con su propia autorreferencia y se descontextualizan respecto de lo espacial
circundante, mientras que las culturas orales sostienen, se apoyan y perduran en la ligadura
ancestral con el territorio. Cronwell Jara revierte la descontextualización de la escritura y la
resemantiza conservando el contexto espacial, reinsertándolo en la narrativa andina. Se trata de
la experiencia del sujeto frente a la naturaleza. Así entramos en un núcleo de sentido inherente a
las culturas originarias por la correspondencia con la naturaleza desde sus creencias pero también
con manifestaciones en la vida cotidiana: el modo de concebir al espacio en relación con el modo
de vida del sujeto.

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Reitero la cita para que siga vibrando en este ámbito:
-¿No será que a cierta edad uno se entera que las piedras hablan? ¿Que el abismo tiene
voz? ¿Que las alturas piensan? ¿Y que el universo todo, el río, la soledad, como las
hormigas y los peces en los lagos, tienen sentimientos? ¿Que no necesitan la lengua ni el
corazón del hombre pa hablar? Así será; estoy cada día, cada noche, convenciéndome que
todo, hasta el aire, tiene espíritu, tacto, siente. Que las quebradas sueñan. Y las lluvias
como los peces emiten juicios. Tienen paciencia. Dan sabios consejos (LHdel P, 327).

Montacerdos
El relato Montacerdos no es cuento ni novela y “la noción de nouvelle suena demasiado
letrada frente al mundo barrial y popular” (Cárcamo, 165). Prefiero llamarla relato, su extensión
es de 30 a 40 páginas, según las ediciones. Trabajar sobre el espacio en relación con los sujetos
es indispensable en la narrativa de Cronwell Jara; sus personajes se muestran como sujetos
atravesados e interferidos por la vida con sus animales. Además, aunque la naturaleza sea voraz
y violenta, el hombre sabe refugiarse y acompañar esos fenómenos y aun usarlos en su favor.
Esto ocurre en Montacerdos, ya que el espacio más indigno y perjudicial se resignifica y se
convierte en un refugio degradado y hasta riesgoso. Quizá, en este relato, sea en donde más
claramente se plasma este modo de trabajar la espacialidad en relación con el sujeto.
La relación del sujeto con el animal como compañero de vida, todos inmersos en el clima
de la pobreza, se torna irrespirable y se transmite ese ambiente escabroso, tal es el caso de
Yococo y su cerdo. También aparece la lengua oral de sujetos no escolarizados cuyo registro
difiere de los urbanos. Cronwell Jara narra con crudeza encarnizada y piedad al mismo tiempo,
de modo que se muestra, a pesar de todo, poéticamente a esos sujetos excluidos socialmente.
Ambos polos se trasuntan en la lectura que resulta efectiva y de un tirón por la destreza en el
manejo estructural y procedimental del relato. Conocemos la historia a través de la perspectiva
de un personaje (la hermana de Yococo), quien cuenta las peripecias de una vida miserable
compartida con su hermano y su madre, además de Celedunio, el cerdo montado por Yococo y
convertido en compañero de vida del joven. Un hilo de voz femenina y débil que muestra su
extrema fragilidad en el desenlace. Se describe un ir y venir desde la “pampa de Amancaes” (8) o
la “entrada del barrio” (9), lo que permite imaginar ese deambular en el ambiente urbano
periférico, sin casa fija, a la intemperie; sin embargo no es relevante dicha ubicación, sino
penetrar en cómo viven los sujetos esa espacialidad, insisto, cómo la viven, no cómo viven en
ese espacio. No se trata de un marco en donde se desarrolla una acción, sino que ese accionar no

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podría desarrollarse fuera de esa espacialidad. La circulación surge como relevante por el modo
en que los sujetos se apropian del territorio e intentan convertirlo en su hábitat sin lograrlo
nunca, ya que no están dadas las condiciones adecuadas para que hallen una vida digna. Esa
incomodidad contribuye a que los sujetos sean explotados ante la desesperación por seguir
adelante, la ignorancia del desconocer formas de descaotizar, lo que los lleva, como corolario
natural, a no encontrar un ruta de vida ni un destino. Así la decadencia ya perpetrada por la
miseria, se ahonda con la enfermedad de los hijos, la prostitución de la madre, el desamparo, la
violación sexual y, todas las iniquidades ejercidas por la fuerza violenta que ejercen los hombres
sobre esos tres seres desprotegidos, la cual puede enmarcarse en la violencia de género entendida
como una práctica machista que excede el abuso físico. La madre que no puede limpiar las
pústulas de la herida de su hijo Yococo es una mujer ignorante de los saberes ancestrales ya que
desconoce las plantas medicinales por haber perdido la cultura ancestral en las periferias de los
pueblos pero tampoco puede acceder a los beneficios de la vida moderna en las ciudades porque
no accede a medicinas por falta de dinero. Además, sus creencias la perjudican, pues piensa en
esas heridas como materialización del maleficio de su difunto marido. De tal modo, una pobreza
que podría conservarse en los límites de una vida austera y digna se transforma en la miseria más
degradante de esa familia, formada por madre y dos hijos: todos heridos, infectados, mal
alimentados. Esa misma madre es la que le enseña a Yococo a cazar ratas para comer asadas
como si fueran cuyes y, en la mendicancia extrema, las saborean como manjares deliciosos. Lo
insta a cazarlas: “Porque es una necesidad hacerlo, porque si no morimos, porque alacranes y
cucarachas son feas para comer” (13). Sin embargo, esa misma madre mientras le enseña cómo
matar ratas, también aconseja al hijo varón: “Tienes que aprender a ganarte la vida, porque vas a
ser hombre algún día, irás a la escuela, a la universidad y serás doctor y curarás mi úlcera.” Y a
la hijita mujer le dice: “ Y tú (…) serás flay joster (sic) y volarás en avión a Cuba!” (13). El
trayecto entre la vida que tienen y la que prefigura en un futuro para sus hijos sólo podría ser
acortada y transitada mediando una escolarización básica, secundaria y hasta universitaria que se
vislumbra como inalcanzable por las condiciones deplorables de estos sujetos -indigentes.
Imaginario social que mueve a los sujetos a migrar a zonas urbanizadas, sin lograr los objetivos
que buscan en el inicio de su peregrinaje; imaginario en el cual la educación es primordial
aunque parezca inabordable en el presente del relato. Esta pregnancia de la cultura letrada como
aspiración utópica ubica al lector occidental escolarizado ante la desesperanza de la exclusión

4
social. El salto abismal entre condiciones de vida tan dispares provoca más compromiso en la
lectura porque apela a los derechos humanos de los que, en general, el lector occidental goza o
ha superado. Así es como surge un efecto de lectura desestablizador, que hurga en las
convicciones de la vida moderna poniéndolas en jaque. Hasta que llega el remate más
impactante:

Y nos poníamos a escarbar compitiendo y peleando con perros vagabundos, gallinazos


destartalados y las muchas garras de mendigos hambrientos, en donde gusano, gallinazo,
perro y gente, valíamos la misma nada. La vida no valía nada. (Subrayado mío, 25).

La vida no vale nada en esas circunstancias. Sin embargo, Yococo no quería comerse a su
chancho, aun padeciendo hambruna, ni su hermana comía los huevos de las palomas porque eran
sus únicas amigas quienes la despiojaban. Mientras que desde otro ángulo social, el sacerdote los
humillaba negándoles la mirada y la ostia. A pesar de ese mundo desaprensivo y “oscuro donde
cae, cae en goterones la pena” (25) y no hay una salida posible, ellos conservaban un cierta
alegría al estar reunidos en su choza de latas o atrás del quiosco de madera muertos de frío,
aunque los picaran las pulgas y cientos de ojos de ratas los miraran acechantes. Los otros sujetos:
la buena mujer que los acoge en su casa y luego los echa, el sacerdote que no los registra, los
muchachos que los apedrean, la gente del club que le brinda una ayuda paliativa, los que se
burlan de ellos indican la falta de compromiso de una cultura conflictiva y heterogénea. La
violencia social, y también personal, ejercida sobre la familia de Montacerdos además de la
brutal muestra de desentendimiento y la ausencia de un poder hegemónico mordaz. Este relato se
publicó en 1981, casi cuarenta años atrás, sin embargo lo considero vigente en todos sus
términos ya que las condiciones urbanas periféricas de barriadas, villas miserias, favelas u otras
formas de denominación para estas condiciones de vida urbana todavía existen y, en algunas
casos, en condiciones semejantes a las del relato de Cronwell Jara. Es un destino común en
muchos países de nuestra América.

Quiero recordar los estudios de Antonio Cornejo Polar, quien trabajó sobre el discurso
migrante en la última etapa de su formulación sobre la heterogeneidad cultural y reconoce ese
tipo de discurso en la narrativa de José María Arguedas (1994a).2 Para diferenciar el discurso

2
En mi artículo de 2018, citado en bibliografía, hago un estudio detallado de estos conceptos de Cornejo Polar.

5
mestizo del migrante refiere a las retóricas de la metáfora y la metonimia como dos operaciones
que apuntan, la primera a un centro, a un sujeto desplazado y tiende a la síntesis, mientras que la
retórica metonímica carece de centro y puede ampliarse con libertad, además de que el sujeto
encuentra lugares desiguales desde donde emitir sus múltiples memorias (1996). Dicho esto
brevemente y a riesgo de tergiversar como toda síntesis, remito a los artículos de Cornejo Polar.
Para mí, esta diferencia es sustancial para entender la literatura de la zona andina, en
principio, aunque podría extenderse a la latinoamericana. Por ejemplo, pienso en Roa Bastos,
Juan Rulfo, Guimarães Rosa u otros que han sido estudiados en el paradigma de las narrativas
alternativas de las que habla Martín Lienhard. Estas líneas de trabajo crítico también fueron
abonadas por las conceptualizaciones sobre la diversidad cultural de García Canclini y la noción
de transculturación de Ángel Rama, acuñada por Fernando Ortiz.
Esa totalidad histórica contradictoria de la que hablaba Cornejo Polar está presente en
Cronwell Jara. Su discurso es abierto, los sujetos son erráticos y trashumantes, difusos y
heterogéneos. La oralidad es parte de esa heterogeneidad que actúa problematizando la cultura de
la letra y recuperando la memoria colectiva. La distancia entre oralidad y escritura sigue siendo
significativa, rememorando lo que muestra el episodio de Cajamarca. Sin embargo, en los
discursos migrantes, la cultura de tradición oral y la escritura aparecen entremezcladas, en un
tipo de contacto de traslación problemática, cruzando culturas, y no como síntesis
homogeneizadora sino como una traducción de la heterogeneidad cultural: así lo muestra
Cronwel Jara en estos relatos. Lo que define al discurso migrante de nuestro autor no es el
referente elegido, sino la manera en que ese referente se presenta al lector. Este discurso emitido
orienta ideológicamente hacia un modo de interpretar el mundo; el discurso migrante, en
términos de Antonio Cormejo Polar, recupera como palimpsesto las huellas de las memorias
olvidadas y/o silenciadas.

Releo:
-¿No será que a cierta edad uno se entera que las piedras hablan? ¿Que el abismo tiene voz?
¿Que las alturas piensan? ¿Y que el universo todo, el río, la soledad, como las hormigas y los
peces en los lagos, tienen sentimientos? ¿Que no necesitan la lengua ni el corazón del hombre pa
hablar? Así será; estoy cada día, cada noche, convenciéndome que todo, hasta el aire, tiene
espíritu, tacto, siente. Que las quebradas sueñan. Y las lluvias como los peces emiten juicios.
Tienen paciencia. Dan sabios consejos (LHdel P, 327).

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Referencias bibliográficas

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