Está en la página 1de 4

Actividades de aprendizaje:

1. Lea con atención el texto titulado: La ingeniería y el mundo artificial.


2. Cumpliendo con el concepto y características presente un resumen donde exponga
la información del texto de forma más clara y sencilla.
3. Elabore un cuadro CQA. Utilice el texto La ingeniería y el mundo artificial.
4. Para concluir con la temática Utilidad de las técnicas para alcanzar el éxito en el
estudio. Redacte una explicación de veinte líneas, por qué es importante hacer uso
de cada una de ellas en actividades escolares y laborales.
5. Subraye y busque el significado de las palabras desconocidas en el texto. Presente
una ficha de vocabulario.

La Ingeniería y el mundo artificial

La técnica y la Ingeniería han creado el mundo artificial, compuesto por algo ajeno,
añadido y superpuesto al mundo natural, produciendo así el mundo poblado de artificios,
hecho por y para el hombre, en el que hoy se desenvuelve la mayor parte de nuestra vida de
forma más amable, placentera y longeva, en comparación con la vida salvaje en la
naturaleza agreste. Nada es más natural para el hombre que intervenir en el mundo natural
para reconducirlo en su propio beneficio, mediante el ingenio y las habilidades que definen
la técnica en general, y en particular la Ingeniería.

Esas facultades son las que nos están permitiendo someter a la naturaleza y dominar el
planeta, al menos en parte, pese a los problemas y disfunciones que ello conlleva. Somos
artificiales por naturaleza. Para nosotros los humanos, hacer técnica, crear lo artificial, es
tan natural como pueda serlo para los predadores cazar y sacrificar a sus presas. En este
sentido, se dice que la técnica es inherente al ser humano.

Sin embargo, la Ingeniería, que es la forma superior de la técnica, pese a haber contribuido
decisivamente a erigir el mundo artificial en el que vivimos, no ha obtenido el
reconocimiento que merece en los medios intelectuales, aunque sí lo haya hecho en los
ambientes económico y empresarial. La Ingeniería no se ha visto suficientemente
acompañada con reflexiones que defiendan su identidad y especificidad, y el papel capital
que ha jugado en la historia de la humanidad. Con demasiada frecuencia la vemos
considerada como subproducto de la ciencia, como simple ciencia aplicada, asignándole un
carácter intelectualmente secundario y negándole su propia autonomía entre los dominios
de la creación humana. No faltan quienes dicen que la Ingeniería no hace sino ir a la zaga
de los descubrimientos científicos. Por eso procede dedicarle algún espacio aquí a esta
cuestión, con motivo del centenario de la Asociación de Ingenieros Industriales de
Andalucía.

La Ingeniería, pese a haber contribuido a erigir el mundo artificial, no ha obtenido el


reconocimiento que merece
Además, por nuestra parte, los ingenieros hemos respondido al desdén del mundo
intelectual, olvidando que en ese mundo se forjan los conceptos con los que se construye
nuestra imagen en la sociedad. Suele costarnos asumir que se nos ve y enjuicia con criterios
formados en ese mundo intelectual al que solemos desdeñar. En general, ni nosotros nos
ocupamos de sus cosas ni ellos de las nuestras. Nos hemos dedicado a nuestros asuntos,
encerrados en una especie de burbuja, desechando parte de lo que se cocía a nuestro
alrededor y que nos podía afectar decisivamente. No podemos limitarnos a saber cómo
hacer las cosas que nos incumben en nuestro ámbito profesional, sino que también nos
compete la madurez moral para asumir qué debemos hacer y qué no. Sin una motivación
moral que nos confiera conformidad con lo que estamos haciendo, la Ingeniería no puede
resultar satisfactoria, al menos a un nivel personal.

El género Homo y la técnica


Es sabido que el ser humano aparece hace unos, más o menos, dos millones de años como
resultado de la evolución de los simios superiores. Irrumpen dotados de un cerebro que les
permitió disponer (suponemos) de un rudimentario pensamiento consciente y, por ello,
desarrollar unas facultades mentales de una intensidad desconocida en el resto de los
animales. Esas facultades les capacitaron para explorar el mundo natural buscando obtener
en ese mundo aquello de lo que pudieran obtener alguna utilidad. Ello ha hecho del ser
humano una especie diferente a todo lo que había poblado la Tierra hasta entonces. Con
ayuda de esas facultades lograron algo insólito en el mundo animal: no solo trataron de
adaptarse al mundo natural que les rodeaba, sino que lo transformaron de forma progresiva
para hacer de él un hábitat más hospitalario.

Los artefactos producidos por la técnica son pruebas fehacientes de nuestro poder de
inteligencia

Para extraer lo que de útil se pueda obtener de la naturaleza, hemos concebido cosas que
ésta no había producido espontáneamente y además poseemos la destreza necesaria, gracias
a nuestras ágiles manos, para hacerlas realidad y que adquieran existencia propia. Para ello
hemos desarrollado habilidades que han dado lugar a la técnica, el modo de quehacer
humano que adquiere uno de los rasgos distintivos con respecto al resto de las especies
animales, pues aunque éstas puede que lleven a cabo actuaciones (los nidos de los pájaros,
las presas de los castores,…) que de alguna forma recuerdan a las que llevamos a cabo los
humanos mediante la técnica, estas actuaciones están programadas genéticamente en esas
especies, mientras que en nuestro caso son el resultado de la imaginación creativa, gracias a
las facultades que nos otorga la mente de la que estamos dotados. De hecho, los artefactos
producidos por la técnica son pruebas fehacientes del poder de nuestra inteligencia. Todos
los productos de la técnica que se hicieron en el mundo remoto fueron el resultado de una
actividad individual, o en pequeños grupos.

Pero al mismo tiempo, por algún extraño designio, esos humanos ancestrales se empeñaron
en construir extraños monumentos megalíticos (ahí están los fascinantes dólmenes de
Menga, en Antequera), carentes de utilidad inmediata, pero de enorme aparatosidad, para
cuya ejecución se requiere una planificación previa y una labor de gran complejidad, que
requiere una dirección cualificada para llevarla a cabo. En esta última actividad cabe ver los
orígenes de los ingenieros; y con ello se produce la transformación de la simple técnica
arcaica en la elaborada Ingeniería de nuestros días.

Utilidad y curiosidad
Las facultades mentales a las que se acaba de aludir nos permiten a los humanos extraer
utilidad de los fenómenos naturales. Y así, esas facultades se aplicaron de forma prioritaria,
desde los orígenes de nuestra especie, a conseguir objetivos netamente utilitarios (primero
la supervivencia y más tarde el bienestar). Los primeros artefactos que produjeron los
homínidos ya pusieron de manifiesto las facultades intelectuales con las que se
desencadenó el portentoso proceso de ampliación del mundo natural mediante los artificios
que han formado el artificial.

Pero muy posteriormente a esas primigenias actividades utilitarias, las mismas facultades
intelectuales permitieron plantearse y responder a cuestiones relativas a la variedad de
fenómenos naturales que se presentan en nuestro entorno. La curiosidad que suscitan esos
fenómenos nos lleva a indagar sobre ellos, y así desvelar pautas regulares en su
comportamiento. A partir de ello empezamos a almacenar un acervo de conocimiento que
trasciende a lo meramente utilitario y que con el tiempo dará lugar a lo que conocemos
como ciencia (también a la filosofía y a otras formas especulativas de pensamiento).

Mientras la técnica trata de obtener la utilidad, la ciencia pretende satisfacer la curiosidad

En todo caso, mientras la técnica trata de obtener la utilidad, la ciencia pretende satisfacer
la curiosidad. Las dos ejercen las facultades mentales a las que se acaba de aludir.
Entonces, ¿cómo se conjugan dos actividades con raíces y objetivos tan dispares, pero que
comparten algunas herramientas conceptuales? Vamos a dar respuesta a esta cuestión.
Ingeniería y ciencia

Como se acaba de recordar, los métodos y las herramientas conceptuales que empleamos
los ingenieros suelen ser semejantes a las que usan los científicos. Pero con ellas no
pretendemos saber cómo son algunos fenómenos naturales, sino que nos ayudan a concebir
cómo deben ser los artefactos que concebimos, de modo que de su comportamiento se
desprendan los beneficios que se pretende de ellos. Esto marca la diferencia radical entre
ingenieros y científicos.

Así, el ingeniero busca en primera instancia la utilidad. Solo como segunda opción puede
que entre lo que haga haya alguna aportación a la ciencia. Sin embargo, con el científico
ocurre justamente lo contrario: primero trata de saber, de satisfacer la curiosidad; y luego,
en segundo lugar, tanto en la motivación como en el tiempo, puede que de ese
conocimiento se extraigan aplicaciones prácticas. Se dispone así de una neta cortadura entre
unos y otros que penetra los métodos que se emplean en cada uno de los dos dominios. Y
así, no se debe identificar los dos quehaceres como si fueran una misma cosa, o postular
que las diferencias entre ellos son meramente de grado y que además tienden a converger.
En nuestra época se está produciendo una acalorada defensa de la conservación de la
diversidad en distintos dominios, como el biológico o el cultural, pero por lo que respecta a
la Ingeniería parece promoverse un movimiento de signo contrario: se trata de diluirla en un
totum revolutum en un campo indefinido denominado “ciencia y tecnología”. Pero la
dilución de la identidad sería nefasta, tanto para la Ingeniería, como para la misma ciencia

Ese pretendido solapamiento amenaza con desdibujar las características distintivas de cada
una de ellas, las cuales poseen sus propias especificidades, sus cánones particulares, que
conviene mantener autónomos e independientes para que ambas puedan seguir alcanzando
los mismos objetivos que las han definido en el pasado y que la propia sociedad demanda
de ellas, aunque estén sometidas en cada época a un permanente proceso de revisión
actualizadora.

Es claro que no es lo mismo ser un buen ingeniero que un buen científico; no se exige ni
espera lo mismo de los unos que de los otros. Ingenieros y científicos exhiben diferentes
aptitudes en su proceder, y están supeditados a distintos criterios de aceptación social. Esto
se hace especialmente patente cuando se piensa en la formación de unos y otros, lo que no
excluye que alguien formado para lo uno sirva luego para lo otro. En todo caso, por eso
subsisten, diferenciadas, Escuelas Técnicas Superiores de Ingenieros y Facultades de
Ciencias, y han tenido que existir, con total autonomía e independencia, Academias de
Ingeniería y de Ciencias.

Resulta innegable que la ciencia forma parte substancial del sustrato cultural de la época en
la que los ingenieros conciben sus ingenios, los cuales ejercen su labor recurriendo a todo el
conocimiento disponible, pero teniendo que añadir su inventiva peculiar para imaginar y
hacer artificios con el fin de cubrir alguna necesidad de orden práctico. Así, en nuestros
días, en los que el conocimiento científico alcanza enormes proporciones, la necesidad de
éste se hace cada vez más patente para el ingeniero. Pero nunca debe olvidarse que ese
conocimiento nunca es suficiente; siempre es necesario añadir algo más: la imaginativa
concepción de algo dotado de utilidad y que previamente no existía. Esto rara vez se
desprende del conocimiento teórico.

Por ello, siempre es el ingeniero el que pone la guinda al pastel en todo producto con el que
contribuye al mundo artificial. Aunque la Ingeniería de nuestro tiempo esté impregnada de
conocimientos científicos, no por ello se diluye la especificidad del modo de actuación
propio del ingeniero, y eso es algo que nunca hemos de perder de vista los ingenieros, lo
mismo que todo aquello que contribuya a configurar unívocamente nuestra identidad como
forjadores del mundo artificial.

Autor: Javier Aracil Santonja, Real Academia de la Ingeniería

También podría gustarte