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Edwin Hollander.
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influencia social. No se trata simplemente de la fuerza de la costumbre. Percibir la existencia de caminos
que permitan alcanzar los fines deseados en esencial para que se produzca el cambio. Por lo tanto,
cuando hablamos de influencia social debemos agregar: donde se percibe la existencia de modos
alternativos de respuesta al alcance del individuo. Además, esos modos de respuesta deben ser
relevantes desde el punto de vista de las retribuciones previstas.
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Es importante distinguir, en primer término, entre las características físicas y las pautas culturales
que observamos en una sociedad. Asimismo, es esencial reconocer que ni las sociedad o naciones, ni las
religiones, están inevitablemente integradas por personas que poseen cualidades físicas comunes.
Estos rótulos o “estereotipos” oscurecen los muy sutiles orígenes del comportamiento en las
complejas relaciones entre los factores biológicos y sociopsicológicos. El fenómeno de los estereotipos
en sí mismo ocupa, con legítimo derecho, un lugar como área de estudio en el campo de la psicología
social, sobre todo en relación con el prejuicio.
Con respecto a la raza y la conducta, aun admitiendo la presencia de ciertos atributos físicos
comunes, es imposible, dada la importante superposición de influencias culturales en la compleja
determinación de la conducta individual, hacer inferencias razonables acerca de la existencia de
capacidades psicológicas o tendencias conductales comunes dentro de un grupo.
La herencia y el ambiente.
Todo comportamiento depende, en cierto grado, de los mutuos efectos de la herencia dentro del
ambiente.
Por definición, la herencia es lo que posee base biológica, y generalmente se alude con ella a los
determinantes genéticos. Si bien es muy probable que no podamos modificar los genes con que
nacemos, está en nuestras manos, en cambio, descubrir o aun buscar en forma deliberada factores
ambientales a los cuales respondan de manera más favorable.
El ambiente está relacionado con todas las experiencias vividas desde el momento de la
concepción. Al crecer, los niños aprenden a hablar el lenguaje de quienes los rodean, y del mismo modo
aprenden los hábitos alimentarios, así como muchos otros rasgos de conducta característicos de esas
personas. Los padres, a menudo ciegos para este proceso implícito de aprendizaje, se inclinan con
demasiada facilidad a considerar hereditarias, en un sentido genético, las modalidades que los hijos
comparten con ellos.
Otro error reiterado en no pocas concepciones de la herencia es el supuesto según el cual si
determinada característica física que posee una base genética está asociada con determinado
comportamiento, este último ha de tener también origen genético. Por ejemplo, todavía es corriente la
idea de que los pelirrojos son muy temperamentales, y que tienden a encolerizarse fácilmente; la
afirmación carece de base científica, pero es posible que, dada la creencia, se produzca el efecto. Vemos
así un ejemplo de la “profecía que se cumple a sí misma”. La misma condición a la que se atribuye el
carácter genético puede ser el resultado ambiental de un proceso sociopsicológico originado por
determinadas creencias. Este proceso armoniza con la situación del llamado “grupo minoritario” en
numerosas sociedades humanas; en realidad, lo mismo puede decirse acerca de la diferenciación entre
hombres y mujeres. Si se alienta a los jóvenes y las muchachas a adoptar comportamientos “típicos” de
su sexo, tales comportamientos son un producto del ambiente.
El modo más claro de percibir la relación entre la herencia y el ambiente es considerar que la
primera proporciona cierta capacidad para desarrollar una amplia gama de comportamientos diferentes,
que luego pueden ser fomentados y sustentados por la estimulación del medio.
Las virtudes que florecen en cada sociedad son las que ella nutre. Las cualidades del pensamiento
y del carácter que distinguen a un pueblo son las cualidades que el pueblo honra, las que exalta, las que
sin dilación reconoce y respeta profundamente.
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para reaccionar internamente ante las posibles amenazas mediante cambios fisiológicos que no resultan
menos significativos por el hecho de que no se los vea.
La interacción social produce muchos otros efectos sobre la percepción, la motivación y,
especialmente, sobre el aprendizaje y la adaptación del individuo. Todos estamos sometidos a
persistentes influencias sociales que nos impulsan a aprender muy bien algunas cosas y a desechar en
absoluto otras.