irónicamente, creemos de ella; en el reír y en el decir irónicos, la procesión va por dentro.
Voltaire ironiza no sólo sobre lo que no cree,
sino también, y muy especialmente, sobre lo que cree; sus creencias y sus dudas se hallan igualmente recubiertas por la niebla de una ironía que, a fuerza de ser tan insistente, resulta casi desesperante.
a cada uno de los principios creados por el
Dios de la bondad se oponía un principio creado por el Dios del mal; a cada nueva luz, una nueva tiniebla; a cada nueva grandeza, una nueva miseria.
Hay en el mundo, por tanto, por lo menos,
tres clases de hombres: unos son los que se resignan, los que ponen a mal tiempo buena cara, y éstos son dignos de respeto; otros son los que luchan e intervienen, los que van contra viento y marea, y éstos son merecedores de admiración; otros, finalmente, son los que no se resignan, pero tampoco luchan, sino que se limitan a quejarse, y éstos son acreedores de piedad y misericordia.