Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Proyecto de Investigacion:
CENTRALIZACION Y DESCENTRALIZACION EN EL PERU
2010
DEDICATORIA:
Dedicamos esta investigación a todos los que han buscado y buscan día a día
el desarrollo de nuestro país, con esfuerzos denodados para alcanzar el
bienestar de todos los ciudadanos de nuestra patria.
INTRODUCCION
El Perú como todo país tiene una forma de Estado que lo define por la manera en como
encaja el ejercicio del poder en un territorio determinado, es decir, el Estado. En el caso
del Perú su forma de Estado es unitaria y descentralizada.
Es probable que ahora las conozcamos por el desarrollo permanente de los Gobiernos
Regionales y de las competencias Municipales, mejor conocidas como Gobiernos Locales.
Aunque debemos reconocer que no siempre fue así, esto es por el desarrollo de un
fenómeno real y conocido por todos como centralismo que ha afectado al país desde su
creación hasta la actualidad, cuando aun se lucha contra el, mediante diversas medidas
descentralistas, no del todo efectivas, por supuesto.
Nuestro objetivo es conocer estos fenómenos para buscar el desarrollo del país de manera
armónica y consensuada, con lo que conseguiremos alcanzar el bien común de nuestra
nación.
CENTRALIZACION
Y DESCENTRALIZACION
EN EL PERU
LA CENTRALIZACION Y DESCENTRALIZACION EN EL PERU
OBJETO
PREGUNTAS DE LA INVESTIGACION
CAPITULO I
Veamos de esta forma, las implicancias del centralismo en el Peru en distintos ámbitos
de acuerdo a un estudio realizado por Manuel Dammert Ego Aguirre2:
En la sociedad
o Se impone en la vida socio-política primero “la masa”, desde los años 30-50, y
luego, desde los 80, el ciudadano con derechos, información, organización, el que
se ve bloqueado por la generalización de la pobreza y las políticas estatales para
deformarlo en cliente y/o mendigo de su asistencia.
En el territorio
En el Estado
Para mencionar sólo las últimas décadas, cabe hacer notar que se formaron Juntas de
Rehabilitación y/o Reconstrucción en varios departamentos y provincias, con ingresos
propios y capacidad de administrarlos. Luego se formaron organismos regionales
desconcentrados en todo el territorio, con amplias facultades de coordinación
multisectorial, bajo el gobierno militar entre 1968 y 1975.
3
DAMMERT EGO AGUIRRE, Manuel- La descentralización en el Perú a inicios del siglo XXI: de la reforma institucional al
desarrollo territorial- Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social – ILPES-Santiago de Chile- 2003
o El Gobierno Nacional concentra las atribuciones administrativas legislativas y
tributarias. En especial, en la Presidencia de la República, a través de la facultad
delegada de legislar, la capacidad privativa tributaria, la supeditación de la
administración y la generación del gasto público en este nivel (Art. 118).
Pero además establece una relación de niveles de gobierno, en la cual desaparecen los
gobiernos regionales y debilita los municipales, para que no puedan ser contrapeso alguno
al Gobierno Central, al que van sometiéndose en sus rentas y competencias. Por esta vía,
alista el camino para que desde el gobierno central se extienda un agudizado
hipercentralismo administrativo que controla y domina el conjunto del territorio,
reemplazando la representación de las localidades por la obra pública y el funcionario del
gobierno central. Existe declaratoria de autonomía política pero real súper concentración
de poderes.
Como hemos podido apreciar en este capítulo la centralización ha sido un problema con
implicancia social y política que se ha desarrollado hasta nuestra época actual y contra el
que se ha tratado de luchar con diversas medidas de muchos alcances, no siempre con
éxito.
El proceso descentralista enfrenta pues un doble desafío 4. Por un lado, el de renovar un
consenso social y político respecto de su consolidación y profundización, tarea nada fácil
teniendo a un gobierno que más allá del discurso tiene muy poca voluntad política para
hacer avanzar la reforma. Por otro lado, los gobiernos regionales y municipales necesitan
mostrar resultados concretos de su gestión, ya que la descentralización es un canal clave
para impulsar gobernabilidad, participación, ejercicio de ciudadanía, formación de una
cultura donde predomine el respeto de los derechos y obligaciones tanto individuales
como colectivas, requiriendo una Reforma del conjunto del Estado y de sus relaciones con
el territorio y la sociedad.
Desde una acepción eminentemente administrativa, Manuel Pérez 5 nos dice: “Principio
de organización según el cual a partir de una institución o entidad central se generan
entidades con personería jurídica propia, sujetas a la política general de la entidad central,
pero que en razón de la naturaleza diferencial de las funciones y actividades que deben
cumplir, se les otorga una autonomía operativa suficiente para asegurar el mejor
cumplimiento de ellas.
4
SIFUENTES INOSTROZA, Carmela-Algunas reflexiones sobre Centralización y Descentralización en el Peru.
5
PÉREZ ROSALES, Manuel. Diccionario de administración. Lima, DESA, sin año, p. 63.
Sin embargo, desde un enfoque sociológico para Hillmann 6: “Proceso de separación y
reparto de funciones (anteriormente centralizadas), autoridades, influencias, relaciones de
habitabilidad, etc. En varios centros. La descentralización debe hacer posible, en las
grandes empresas, una adaptación flexible al mercado, un a mayor proximidad con los
clientes, mejor colaboración entre los empleados y aumento de eficacia. En el ámbito
político, las posibilidades de descentralización debe incrementar la participación
democrática de las capas más bajas de la población y de sectores regionales y
municipales.
Asimismo, Chamané Orbe7 , desde un punto de vista jurídico, nos manifiesta que es la:
“Transferencia de funciones orgánicas, administrativas y políticas del poder central hacia
instancias locales o regionales. Sucede cuando se confía con un margen de autonomía más
o menos amplio a agentes especializados y dotados de cierta independencia frente al
poder central, la gestión de servicios públicos, vinculándose de alguna forma a la
estructura del Estado. Así encontramos a la Descentralización administrativa y política,
respectivamente”.
7
CHANAMÉ ORBE, Raúl. Diccionario jurídico moderno. Lima, San Marcos, 1995, p. 168.
8
Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. 22ª edición. Madrid, Espasa – Calpe, 2001. Tomo I, p. 769.
La autonomía de los órganos descentralizados presupone no estar sujetos a la
administración central, esto es, no estar sujetos a las decisiones jerárquicas de ésta. Dotar
de personalidad jurídica y patrimonio propios, a los entes descentralizados es una forma
de asegurar en parte esa autonomía, pero falta su autonomía económica consistente en la
libre disposición de los bienes que forman su patrimonio propio y en la aprobación y
ejecución que hagan de su presupuesto sin injerencia de ninguna autoridad central.
Tipos de Descentralización
11
Fernández de Castro, Pablo. Descentralización y desconcentración administrativas
determinada circunscripción territorial. Esta modalidad de la descentralización se
adapta de una manera más efectiva a las aspiraciones democráticas, y además, desde
el punto de vista de la administración, significa la posibilidad de una gestión más
eficaz de los servidores públicos, y por lo mismo, una realización más adecuada de las
atribuciones que al Estado corresponden. Los organismos descentralizados por región
son aquellos que atienden y satisfacen las necesidades públicas de una región, como es
el caso de los Gobiernos Regionales.
Características de la descentralización
Desventajas de la descentralización
Descentralización y Desconcentración
Los principios asimismo condicionan una actitud, por cuanto se expresa que el
proceso de descentralización e irreversible; integral, gradual. La abundancia de leyes que
tenemos en Perú, regulando la mayoría de actividades, pero que no se cumplen, se espera
que la voluntad política de quienes ejercen el poder, se cumpla, ya que en estos momentos
el debate es tan bizantino y mezquino, que se quiere tener gobiernos regionales de lujo y
con escaso poder de decisión.
Objetivos de la descentralización
La política del virrey Toledo alejando a los potenciales magnates particulares, como
Amador de Cabrera, de la posesión de yacimientos mineros claves, como los de
Huancavelica, no fueron sino la reedición de la victoria de La Gasca sobre Gonzalo
Pizarro.
En la segunda mitad del siglo XVI se instauró en el Perú, como en otros dominios
españoles en América, una red burocrática colonial que virtualmente no dejaba lugar a las
autonomías locales y a la influencia civil. Debajo del virrey estaba la Audiencia, que
funcionaba como un Consejo de Estado, y más abajo, los corregidores, que venían a ser
los gobernadores provinciales. Todos ellos eran funcionarios nombrados por el poder
central. Los corregidores podían tener «tenientes» en los pueblos, a guisa de auxiliares o
representantes, que al parecer eran designados solamente por ellos. Estos tenientes
12
GLAVE, Luis M.-Trajinantes. Caminos indígenas en la sociedad colonial; siglos XVI/XVII. 1989 Lima:Instituto
de Apoyo Agrario.
realizaban alianzas con los curacas y solían delegar en ellos parte de sus funciones. Los
curacas importantes pactaban directamente con los propios corregidores.
Los corregidores venían a ser una pieza clave en la estructura burocrática centralista.
Ellos gobernaban en nombre del rey (de donde les venía el nombre) y monopolizaban las
funciones de aplicación de justicia, gobierno interior y recaudación fiscal. En este sentido
vinieron a cumplir el papel que hubieran querido para sí los encomenderos, quienes en los
debates y batallas de mediados del XVI, reclamaban precisamente que, además de su
derecho a recaudar un tributo de la población conquistada, pudiesen también administrar
justicia en ella (tener «alta vara en justicia civil y criminal») y, en suma, «gobernar» ahí
sin la injerencia de otros funcionarios del rey. Su triunfo hubiera creado linajes o
aristocracias locales; su derrota, en cambio, dio paso al modelo regalista o de despotismo
estatal. En este enfrentamiento, los indios, a fin de librarse del vasallaje a un señor militar
presente, se entregaron a los brazos de un rey lejano; tal vez pensando que la distancia
haría de ese dominio, uno más bien laxo y tal vez ausente.
Los únicos espacios abiertos a la comunidad civil fueron los cabildos, organizados por
el propio Estado colonial, tanto en las ciudades de españoles como en los pueblos de
indios.
Aparentemente estas instituciones no alcanzaron, sin embargo, gravitación, y en el
caso de los pueblos de indios, casi no funcionaron; probablemente por estar en
competencia con las antiguas instituciones prehispánicas de los curacazgos. Con el
modelo centralista estatal colaboró finalmente la manera como se organizó la economía,
sobre todo en los sectores de mayores tasas de beneficios, como la minería y el comercio.
La necesidad de trabajadores, insumos y capital fueron atendidas en una parte importante
por medio de asignaciones decididas por la burocracia colonial.
Dado que no había un mercado de donde surtirse de mano de obra, se diseñó la mita,
mediante la cual el Estado satisfacía las necesidades laborales de los empresarios mineros
con indígenas forzados rotativamente a enrolarse en el trabajo. De manera similar se
procedió con el abastecimiento de otros ingredientes importantes, como el azogue, la
pólvora o la ferretería: eran surtidos por una red de oficinas estatales instaurada en el
virreinato. El comercio se vio asimismo penetrado por disposiciones estatales que
concedían monopolios y permisos «regios» de acuerdo a lógicas políticas o de relaciones
personales. El éxito o el infortunio de un empresario pendían así, por lo menos en una
parte importante, de las decisiones del poder burocrático.
Desde las primeras décadas del siglo XVII, y por el lapso de aproximadamente un
siglo, prevaleció en el país, sin embargo, una suerte de descentralismo «de facto». En su
obra ya citada, Claudio Véliz señaló que la tradición centralista instalada en América
Latina fue tan fuerte, que los momentos de descentralización fueron provocados más por
las fallas o crisis en los centros dominantes, antes que por iniciativas de las regiones
subordinadas. Esto podría aplicarse para el Perú del siglo XVII. Una secuela de derrotas
frente a los ingleses primero, y luego en la prolongada guerra de los treinta años (1618-
1648), hizo que la península ibérica no pudiese surtir a América, ni de burócratas
suficientes, ni de las mercaderías demandadas por la elite. Como consecuencia, los
criollos comenzaron a infiltrarse en los cargos de la administración local, así como a
sustituir con producción local los bienes que resultaba demasiado costoso importar desde
España. El acceso de los colonos a los puestos burocráticos de Oidores y corregidores
también se produjo por el sistema de venta de los cargos de corregidores, practicado por la
corona hispana desde finales del siglo XVII como un paliativo a sus necesidades fiscales.
Quienes compraron estos cargos solieron ser criollos prósperos, con intereses comerciales
sobre determinadas regiones. La pérdida de soberanía por parte del Estado central,
resultaba así una consecuencia de su debilidad económica; de otra parte, a la élite civil se
le ofrecía una vía para participar en el gobierno, a cambio de su colaboración económica.
Por otro lado, las investigaciones acerca de la historia económica colonial, han detectado
que en el siglo XVII el virreinato peruano se hizo autosuficiente en materia de alimentos y
bienes como vinos, aceites, jabones y textiles bastos, lo que provocó, naturalmente, un
repliegue del comercio con la metrópoli.
En 1796 se agregó una octava intendencia (Puno), que en los veinte años anteriores
había pertenecido al virreinato del Río de la Plata. Ciertamente, no deja de sorprendernos
hoy la facilidad con que la administración colonial creaba y recreaba las divisiones
territoriales en el virreinato: tal intendencia pasaba de aquí para allá, las antiguas
circunscripciones desaparecían y se creaban otras nuevas. No es que no hubiera ninguna
resistencia local a tales acciones (la rebelión de Túpac Amaru II, pidiendo, entre otras
cosas, la creación de una Audiencia en el Cuzco, es un ejemplo de reacción local), pero es
claro que era «el centro» quien creaba las regiones, y no éstas las que imponían «su
realidad» al centro.
Los intendentes centralizaron en sus manos las funciones de gobierno, defensa y
«hacienda». El sistema de venta de cargos fue cancelado, a la vez que los impuestos
pasaron a recaudarse bajo el sistema de «administración directa» y ya no por el de
rematistas particulares. Aunque es difícil evaluar el desempeño de este programa
centralizador, los
13
FISHER, John R. Gobierno y Sociedad en el Perú Colonial: El Régimen de las Intendencias, 1784-1814. Lima:
Ponticia Universidad Católica del Perú.
El Perú borbónico, 1750-1824. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
indicadores demográficos, de comercio y de recaudación fiscal, permiten señalar que fue
exitoso: la población, hacia 1800, doblaba la de un siglo atrás, poniendo definitivo fin al
severo declive demográfico iniciado con la Conquista, el comercio exterior peruano se
recuperó, sobre la base de las exportaciones de plata y algunos productos agrícolas como
cascarilla, cacao, tabaco y azúcar, y de importaciones de telas, cera, papel y ferretería, y
los ingresos fiscales, de menos de dos millones de pesos anuales hasta 1770, superaron los
cinco millones, treinta años después.
Los descontentos, desde luego, eran los criollos de las principales ciudades, puesto
que habían sido desalojados de los puestos de poder, y tenían que pagar cargas fiscales
mayores (la alcabala o impuesto a la compraventa, por ejemplo, se elevó del 2% al 6 %);
con los indígenas también hubo mayores exigencias, poniéndose menos contemplación en
las solicitudes de exoneraciones tributarias que hasta entonces habían sido concedidas con
cierta largueza.
Con el probable propósito de poner una válvula de escape a ese descontento es que
la administración borbónica creó instituciones como las Diputaciones de Minería y de
Comercio, y promovió asociaciones de «Amantes del País», como espacios para los
criollos y que pudieran ser utilizados por ellos como instancias de representación de sus
intereses. En cualquier caso, se trataba de asociaciones de tipo más bien gremial que de
interés territorial, aunque pudieron incluir también demandas regionales.
Con la perspectiva de casi dos siglos, podemos decir que resultaba imposible
contener un imperio tan vasto y diverso, como el español de inicios del siglo XIX, dentro
de un orden constitucional de tipo liberal democrático, que reclamaba una mayor igualdad
entre la población. El intento no hizo sino explotar el imperio en pedazos. Cada virreinato
y a veces cada Audiencia, y aún jurisdicciones menores, se separó y trató de repetir en
menor escala el reto de Cádiz: construir un orden constitucional y liberal en medio de
poblaciones sin tradiciones cívicas y enormemente diferenciadas en sus regímenes
económicos y tradiciones culturales.
Desde luego, ya sin monarca, porque carecíamos de linajes reales (los de origen
prehispánico eran dudosos y temporalmente demasiado remotos para gozar de debida
legitimidad), pero inventamos Presidentes casi con los poderes de las monarquías
absolutas, española, azteca o inca.
Las características del Estado están marcadas por la herencia colonial. El rasgo
Patrimonial del Estado hunde sus raíces en las diferentes prebendas con que se
beneficiaron los conquistadores de los recursos del nuevo mundo y del trabajo indígena y
de esclavos africanos, y se rearticula durante el Estado Oligárquico.
La conquista y el Virreinato eran una empresa privada, en territorios que ganados a la
Corona eran dados en cesión a sus conquistadores para que los administraran en nombre
del Rey. De este modo, la minería, eje de la producción, y también las haciendas y
plantaciones se hacían a nombre del Rey dándoles una regalía. La población indígena y
esclava debía aportar trabajo en la mita minera o monetizarla en oro y plata, pagar tributos
a la Corona, el encomendero o corregidor, pagar diezmos a la Iglesia, comprar las
mercancías peninsulares a precios sobrevaluados, y ofrecer su trabajo y el producto del
mismo a un precio por debajo del mercado colonial.
En los fundamentos del patrimonialismo estaba la premisa que el Rey concedía a sus
súbditos españoles la atribución de administrar su patrimonio particular, por lo que debían
rendirle tributos y prestarle lealtad personal, a cambio de lo cual éstos retenían los
beneficios de dicha administración. Se establecía una relación patrón-cliente, que se
reproducía en todos los niveles de la jerarquía social. El Gobierno colonial devenía en un
asunto privado, las obligaciones públicas eran derechos privados.
Este ordenamiento político patrimonial posibilitaba la coacción extra económica sobre
indígenas y esclavos, y la dominación de una sociedad fragmentada.15
14
BELAUNDE, Víctor Andrés- La Realidad nacional. Lima.1987
15
BASADRE, Jorge Perú, problema y posibilidad. Lima: Banco Internacional del Perú, 1978 .
Elecciones y centralismo en el Perú (apuntes para un esquema histórico). Lima: Universidad del Pacífico.
ubicaba los derechos, responsabilidades y deberes de cada uno de los sectores, estamentos
y corporaciones.
Los “españoles” eran el sector dominante. Lo constituían los peninsulares y sus
descendientes en América, los criollos. En la realidad, sólo los peninsulares podían
alcanzar posiciones de privilegio en las esferas de gobierno y la iglesia, e inclusive en
corporaciones, como la de los comerciantes importadores. Los indios y esclavos africanos
eran el sector dominado, con su propia jerarquía interna. Al comienzo se mantuvo a los
Curacas, con privilegios, los que fueron destruidos tras la derrota de la insurrección de
Tupac Amaru. La mayoría indígena eran hatunrunas tributarios. Entre ambos estamentos
o “repúblicas” habían relaciones de dominación y subordinación. Separados de los
estamentos, existía una población que creció considerablemente y era marginal: la de los
mestizos, de forasteros indios, y de “castas” de descendientes mezclados de africanos. No
tenían ubicación clara en la jerarquía colonial.
Este régimen patrimonial iba acompañado de una alta centralización, para evitar la
formación de señores feudales en las colonias. La Corona estableció variados mecanismos
de control y sujeción de sus funcionarios, con funciones, jurisdicciones y atribuciones
ambiguas ante las que el Rey era supremo árbitro. Al mismo tiempo, no obstante, no
dejaba margen alguno a las iniciativas locales con una detallista delimitación de funciones
particulares en la administración colonial y la relación con el sistema de estamentos y
corporaciones.
La crisis de este sistema colonial quiso ser resuelta por el despotismo ilustrado de
los Borbones, que habían tomado el control de la monarquía hispana. En su afán de
construir una monarquía absoluta, atacaron las bases patrimoniales del Estado,
pretendiendo reconquistar las colonias en las que habían perdido terreno a favor de
quienes ostentaban cargos patrimoniales.
Esta política fue llevada a cabo por Piérola, durante el Gobierno de Balta en 1868,
pero desapareciendo a la plutocracia de los consignatarios privados, y suscribiendo el
Contrato con la Casa Dreyfus. Los comerciantes se desplazaron a producir azúcar y
algodón, propiciando la importación de coolies chinos, en condiciones de semi-esclavitud.
No se afectó las relaciones pre-capitalistas, en las que se habían refugiado parte de los
esclavos libertos y en las que vivían los indígenas a quienes se había anulado cargas
impositivas del Estado.
El partido civil llegó al poder en las elecciones de 1872 con el Gobierno de Manuel
Pardo. Disolvió el ejército, y formó una Guardia Nacional, con oficiales directamente
16
BASADRE, Jorge- Historia de la república del Perú. Lima: Editorial Universitaria
reclutados de la burguesía comercial. Intentó llevar a cabo un programa liberal de
centralización y universalización del Estado, con distribución descentralista de los
recursos fiscales. Pero se agotó la riqueza del guano, se mantenía el peso del contrato
Dreyfus; las oligarquías regionales señoriales activaron para echarlo abajo, y estaba
dividido el propio gobierno. Pardo no pudo resolver la crisis. Subió otro civilista Manuel
Ignacio Prado, el que se fugó apenas iniciada la guerra con Chile.
Los recursos que por treinta años tuvo el país y que pudieron haber dado base a un
importante progreso, fueron derrochados por las características del Estado patrimonialista
y la sociedad de Señores.
A fines del siglo XIX, con el Gobierno de Nicolás de Piérola de 1895, empieza a
organizarse el Estado Oligárquico en el Perú. El periodo denominado por Basadre de la
“República Aristocrática” (1895-1919) corresponde al de la formación del Estado
Oligárquico. Esta forma de Estado continúa con Leguía (1919-1930), entra en crisis
después de la Segunda Guerra Mundial, y se mantiene hasta 1968, en que colapsa
definitivamente”. López hace una identificación de los rasgos del Estado Oligárquico,
tomando en cuenta diversos aspectos del análisis.
a) No existía una diferencia clara entre el Estado y la sociedad, entre los intereses públicos
y los privados. Las relaciones de autoridad del Estado Oligárquico y sus características,
estaban estrechamente asociadas a las relaciones sociales organizadas sobre el eje racial y
étnico, y sobre el eje de la propiedad de la tierra como recurso clave de la organización
social. La introducción de los enclaves y las plantaciones inició un proceso peculiar de
modernización que no modificaron substancialmente ni las relaciones de autoridad ni las
relaciones estamentales.
d) Era un “gobierno indirecto y mediado”, pues mantenía los poderes locales del
gamonalismo, que seguían privatizando el poder público y que mantenían relación de
favores y lealtades con la población bajo su dominio.
e) Las Instituciones estatales eran muy pocas, frágiles y sobretodo coercitivas (ejército y
policía). Las funciones impositivas estatales eran encargadas a organizaciones privadas.
El Banco Central de Reserva, la política monetaria y otras, se decidían en instancias del
Estado controladas por organizaciones gremiales del poder señorial, por encargo de la ley.
La coalición dominante carecía de instituciones políticas partidarias.
g) Se estableció una elite política, la oligarquía y el partido civil, en la cúspide del Estado,
que hacía de éste el centro de las negociaciones de las prebendas patrimoniales. Este
manejo del Estado y sus instituciones comprendía especialmente el ejército, el aparato
judicial, la administración pública y los poderes locales. Con Leguía, el Estado mismo y
sus instituciones se convirtieron en el eje del orden, con clara preeminencia del poder
central sobre las elites oligárquicas y el poder gamonal.
h) No había monopolio legítimo de la fuerza por el Estado sino existía una violencia
faccional de los gamonales. Estas oligarquías locales organizaban bandas armadas con las
que se enfrentaban entre ellos y con el ejército oficial. Se legitimaban como
enfrentamientos políticos entre caciques y liderazgos de los partidos de la elite limeña
para el control de las juntas electorales, pero expresaban una forma amplia de establecer
accesos a las prebendas del Estado para mantener su dominación sobre las poblaciones. El
régimen de Leguía logró controlar esta violencia faccional. La base territorial de este
Estado era endeble y fragmentada y un limitado proceso de descentralización de poderes
locales fue rápidamente reconcentrado por el centralismo estatal.
Como afirma Mejía Navarrete, hasta 1920 era muy reducida y precaria la presencia del
Estado en el territorio peruano, no habiéndose producido cambios significativos en
relación al siglo XIX. Los poderes locales se sustentaban en la privatización de la política
y la hegemonía del gamonalismo, articulado en la ciudad Provincial y sustentado en el
paternalismo y el clientelaje burocrático hacia sus subordinados, mayoritariamente
indígenas, y con la relación directa hacia el poder central nacional.
El experimento descentralista de la República Aristocrática, con la ley de municipalidades
de 1892, más formal que real, amplió competencias y rentas a los poderes locales.25 Se
hacía en la medida que estaban imbricados con el gamonalismo, el que a su vez se
centraba en el parlamento como puerta de acceso y negociación con el poder nacional. La
Municipalidad reactivó su actuación, no obstante el carácter anti democrático del régimen
nacional, reactivación sustentada sobre todo por el incremento de sus ingresos fiscales.
Las Municipalidades eran a la vez entes locales y parte de la división territorial del Estado
en provincias y distritos. No tenían una base territorial clara y estaban dedicadas sobre
todo a funciones urbanas. Se articulaban al gamonalismo, centro del poder local, que
consiguió que la representación al parlamento nacional se eligiera según criterio espacial
y no poblacional, beneficiando a los territorios de predominancia terrateniente.
La expansión del Estado sobre el territorio, incentivada drásticamente por Leguía, se hizo
contra los Municipios, dejándose de lado estas instancias descentralizadas. El
reconocimiento de las Comunidades Indígenas, incorporando poblaciones al Estado, les
dio territorios comunales pero no se acompañó de instancias de poder descentralizado; se
acentúo más bien su contraposición con los gobiernos municipales.
En esta crisis se han producido, a lo largo de varias etapas, distintos cambios y han
permanecido continuidades. López17, desde la perspectiva de las relaciones de autoridad,
hace un recuento de los cambios en tres etapas.
La primera de 1950 a 1968, fueron cambios producto de las transacciones de las clases
medias emergentes con la oligarquía. Estos cambios fueron:
En la segunda etapa de 1968 a 1975, los cambios fueron bruscos y radicales, colapsando
el Estado Oligárquico y empezando a organizarse un “Estado Populista”, cambios
llevados a cabo por el Gobierno Militar establecido en 1968. Estos cambios fueron:
17
Lopez, Sinesio (1997). Ciudadanos reales e imaginarios. IDS. (Lima).
a) La extinción social y política de la oligarquía y el gamonalismo, al expropiárseles su
base de poder terrateniente;
La tercera etapa, se ubica a partir de 1990, con el “Estado Neoliberal”, que trata de
organizarse con el desmontaje del “Estado Populista”. Estos cambios se resumen en:
Para López18 el cambio más importante, desde el punto de vista de las relaciones de
autoridad, es que se ha ingresado a una sociedad de individuos. Acceso, no obstante,
marcado por la circunstancia que es débil el mercado, pues no se ha constituido una
amplia sociedad de mercado por el segmentado ingreso de la población al mercado de
trabajo.
El cambio hacia una sociedad de individuos, es la otra faz de la ruptura de las jerarquías
étnicas coloniales, ruptura que destruye las bases de una sociedad de señores sustentada
en estamentos étnicos y raciales.
18
Lopez, Sinesio (1997). Ciudadanos reales e imaginarios. IDS. (Lima).
Por eso mismo, una sociedad de individuos no es el reino abstracto del ser solitario, sino
la vida interactiva y solidaria de los ciudadanos como sujetos del poder. El Mercado es
ciertamente una asignador de recursos, y es tan necesario como el Estado y la Sociedad
Democráticos, para la libertad de los individuos. Es en estos aspectos y sus relaciones que
los cambios en el Estado colocan los desafíos de la sociedad nacional.
Otra perspectiva, complementaria, para apreciar los cambios en el Estado es la relativa a
las formas de Gobierno. Bobbio19 señala tres tipologías básicas a lo largo de la historia,
con diversas variantes: el gobierno de uno, monarquía; el de pocos, aristocracia; y el de
muchos, democracia.
Existe una amplia discusión de las definiciones entre Estado y Gobierno. Para este trabajo
tomamos en cuenta la definición de Planas, que indica que existe una clasificación de dos
regímenes políticos según la distribución o concentración del poder: Democracia
Constitucional y Autocracia. A estos sistemas políticos corresponden formas de gobierno,
las que tienen variantes entre el parlamentarismo y el presidencialismo.
Desde esta perspectiva, los cambios en el Estado en el Siglo han estado marcados por un
péndulo constante entre dictaduras y democracias, con mayor tiempo para las primeras.
En nuestra historia republicana pueden considerarse gobiernos democráticos
constitucionales los de Bustamante y Rivero (1945-48), el segundo de Manuel Prado
(1956-1962), el primero y segundo de Fernando Belaúnde (1963-68 y 1980-85), el de
Alan García (1985-90) y el primero de Alberto Fujimori (1990-92). Las otras formas de
gobierno desde 1821, pese a la declaración constitucional, han sido dictaduras militares, o
cívico militares, de la elite oligárquica, o autocracias, oligárquicas o neo liberales (1992-
1998).
Además de estos cambios en la forma de gobierno, se produce también un cambio muy
importante en relación a la base territorial y la descentralización del Estado.
La crisis del gamonalismo fue cubierta por una extensión del aparato del Estado en forma
directa sobre el territorio, sin reposar en poderes locales democráticos. Como señala Mejía
Navarrete el municipio fue afectado en su carácter de entidad estatal, al asumir muchas
de sus funciones y capacidades directamente el poder central, que incluso nominaba sus
autoridades; y también fue afectado en su base territorial, con la explosión en la
formación política de provincias y distritos sin sustento territorial y su base poblacional
por el cambio de localización física que representó el proceso de urbanización.
Reconcentración autocrática
o Esta disolución del nivel provincial la llevaron a sus últimas consecuencias con una
propuesta en la ley de municipalidades, donde proponían desaparecer el nivel
provincial de gobierno territorial, con la fragmentación de su unidad en una
asamblea de coordinación de alcaldes distritales constituida en órgano de gobierno
provincial, haciendo de los distritos los únicos de nivel ejecutivo, y encargando a
los niveles provinciales la parte fiscalizadora y normativa. Además, establecían las
juntas de planeamiento urbano metropolitano de las grandes ciudades como
órganos desconcentrados pero del Poder Ejecutivo, mientras duplican su gobierno
entre una asamblea de alcaldes distritales y un consejo de regidores como
“gobierno técnico”.
La gran mayoría de los gobiernos han arribado al poder, por medio de elecciones o con
golpes militares, con la promesa de distribuirlo a las provincias, para luego concentrarlo
más aún o hacer tímidas experiencias desconcentradas. Al universalizarse el sufragio, no
hay candidato que no haga suyo el blasón descentralista, y se han formado muchas
agrupaciones políticas con este tema como programa, algunas sólo en base a él.
A lo largo del siglo XX se han ampliado las relaciones sociales y productivas en que se
asientan los territorios descentralizados, locales y regionales. El Estado oligárquico fue
desbordado y superado en la segunda mitad del siglo por el crecimiento de relaciones
socio-políticas democráticas pero pervivió la organización centralista del poder.
La anterior reforma efectiva de la era republicana, se realizó entre 1980 y 1992.4 Uno de
los más importantes consensos nacionales fue el de 1980 a 1992 respecto a descentralizar
el Estado, estableciendo los tres niveles de gobierno, (nacional, regional y municipal). Se
eligieron 11 gobiernos regionales (5 en 1989 y 6 en 1990) los que no tuvieron oportunidad
de funcionar realmente, pues sólo existieron cerca de un año. Además de serios errores en
su diseño y proceso, esa experiencia descentralista se pasmó sobre todo por la regresión
que significó el golpe del 5 de abril de 1992, que no sólo los destruyó a ellos y el régimen
democrático, sino que arrasó con todo lo que en desconcentración administrativa se había
avanzado a lo largo del siglo.
Es difícil estar en contra de estos criterios generales, ya que es evidente que se hace
necesario fortalecer los espacios subnacionales, evitar el alto riesgo de una
transferencia precipitada de todas las funciones desde el gobierno central a las
instancias regionales y locales, evitar ponerle plazo de culminación a un proceso que –
por necesidad– es complejo y sujeto a permanentes redefiniciones, y que los diversos
sectores no pueden negociar o condicionar su participación en el proceso. Sin embargo,
en muchos casos estos preceptos no se han cumplido o han sido utilizados para frenar el
proceso.
En relación con la subsidiariedad, no existen criterios claros respecto de cuál sería una
adecuada asignación de competencias y de recursos a las regiones y a las munici-
palidades. No hay, pues, claridad de hacia dónde avanzar, contexto en el que buena
parte de la clase política y de los funcionarios del Estado buscan limitar el proceso a
una mera desconcentración de las funciones públicas.
Por su parte, la necesaria gradualidad de un proceso como éste se ha convertido para
muchos en un pretexto para no avanzar. No se ha adelantado mucho en la transferencia
de las competencias para diseñar e implementar políticas regionales y no se ha
avanzado nada en la transferencia de competencias a las municipalidades. Aunque algo
se ha adelantado en la descentralización del Presupuesto General de la República,
buena parte de las inversiones públicas que se hacen en las regiones y las localidades
sigue en manos del gobierno central, y la descentralización fiscal como tal no ha
empezado ya que está legalmente condicionada a que se inicie la integración de las
regiones.
El carácter permanente del proceso ha terminado resultando un argumento para
encubrir la carencia de objetivos y metas a ser logradas en plazos definidos. Los
tiempos establecidos en la Ley de Bases de la Descentralización como “hoja de ruta”
del proceso han quedado desfasados y han sido sometidos a sucesivas modificaciones.
La elaboración del Plan Quinquenal de Transferencias 2005-2009 se ha reducido a una
formalidad administrativa que no expresa consensos significativos sobre hacia dónde y
cómo avanzar, desperdiciándose la oportunidad de realizar un verdadero ejercicio
concertado y participativo de planeamiento estratégico en este terreno.
La integralidad del proceso como política de Estado ha sido cuestionada desde muchos
sectores de la administración pública, por funcionarios que buscan mantener sus
actuales capacidades de decisión y de gestión de recursos. Como resultado, hay avances
desiguales de sector en sector y, en algunos casos, una parálisis total del proceso
descentralista que expresa ya no sólo dificultades técnicas o complejidades procesales,
sino una clara falta de voluntad de avanzar en este camino.
El proceso descentralista se ha centrado en las dimensiones política y administrativa. Se
trata de aspectos particularmente importantes, ya que es en la transferencia de poder
político que radica la posibilidad de transformar el centralismo que ha caracterizado a
nuestra sociedad, economía, Estado y partidos. Sin embargo, se ha carecido de una
estrategia y de una política integral que vincule estas muy importantes dimensiones del
proceso con la dimensión económica, aquella que tiene que ver con la inversión, la
producción y el desarrollo en las regiones y las localidades.
En este campo, muy poco o nada se ha hecho para diseñar e implementar políticas
orientadas a impulsar las potencialidades productivas de las regiones para hacer del
desarrollo económico descentralizado un componente que avance conjuntamente con la
reforma política.
De manera más amplia, observamos que la descentralización avanza sin que se ponga
en la agenda la necesidad de producir cambios en la conducción de la economía
nacional, conducción que –ofreciendo importantes éxitos macroeconómicos– se ha
mostrado incapaz de superar problemas centrales relativos al empleo, la productividad,
la competitividad, la ampliación de los mercados, entre otras dimensiones estratégicas
para el desarrollo económico de la gran mayoría de regiones del país. Todo ello en un
marco estructural de continuidad de la pobreza y de exclusión de la mayoría nacional
del acceso a derechos fundamentales.
Si a ello le agregamos las evidentes dificultades del sistema de partidos para renovarse
y abrirse a la democratización, la participación y el control ciudadano, nos encontramos
ante un desafío sumamente complejo que no es enfrentado por quienes conducen la
reforma.
El proceso descentralista se ha centrado en las dimensiones política y administrativa. Se
trata de aspectos particularmente importantes, ya que es en la transferencia de poder
político que radica la posibilidad de transformar el centralismo que ha caracterizado a
nuestra sociedad, economía, Estado y partidos. Sin embargo, se ha carecido de una
estrategia y de una política integral que vincule estas muy importantes dimensiones del
proceso con la dimensión económica, aquella que tiene que ver con la inversión, la
producción y el desarrollo en las regiones y las localidades.
Este vacío en la estrategia descentralista se contradice con un marco normativo que señala
que el objetivo de la descentralización es promover el desarrollo integral en democracia.
Se contradice también con el discurso del Consejo Nacional de Descentralización (CND),
que afirma que la descentralización tiene que convertirse en una estrategia que modifique
la forma de ocupación del territorio y que promueva el desarrollo económico equilibrado
de sus regiones, provincias y distritos, reemplazando los enfoques sectoriales por
estrategias multisectoriales en torno a una visión territorial.
En este campo, muy poco o nada se ha hecho para diseñar e implementar políticas
orientadas a impulsar las potencialidades productivas de las regiones para hacer del
desarrollo económico descentralizado un componente que avance conjuntamente con la
reforma política.
De manera más amplia, observamos que la descentralización avanza sin que se ponga en
la agenda la necesidad de producir cambios en la conducción de la economía nacional,
conducción que –ofreciendo importantes éxitos macroeconómicos– se ha mostrado
incapaz de superar problemas centrales relativos al empleo, la productividad, la
competitividad, la ampliación de los mercados, entre otras dimensiones estratégicas para
el desarrollo económico de la gran mayoría de regiones del país. Todo ello en un marco
estructural de continuidad de la pobreza y de exclusión de la mayoría nacional del acceso
a derechos fundamentales.
Si a ello le agregamos las evidentes dificultades del sistema de partidos para renovarse y
abrirse a la democratización, la participación y el control ciudadano, nos encontramos
ante un desafío sumamente complejo que no es enfrentado por quienes conducen la
reforma.
La descentralización se está implementando sin que exista una propuesta de
conjunto para hacer realidad la necesaria reforma integral del Estado. Una clara
manifestación de esta situación es que el mismo Congreso de la República que
aprobó el marco normativo básico de la descentralización no logró aprobar la
nueva Ley Orgánica del Poder Ejecutivo.
La distribución de competencias
La ley precisa las competencias exclusivas de cada nivel de gobierno, pero no las
concurrentes y las delegadas. Debió haberse enviado una ley complementaria, que
permitiera hacer un balance global, y no leyes para cada nivel, señalando
erróneamente que las funciones y atribuciones se distribuyen y precisan mediante
las leyes orgánicas del Poder Ejecutivo, de gobiernos regionales y de
municipalidades, respectivamente, distinguiendo las funciones de normatividad,
51 Centralización y Descentralización en el Perú
La descentralización fiscal
La ley establece criterios específicos para la descentralización fiscal. En ellos se
ponen adecuados marcos para la política de endeudamiento, pero se constriñen
los procesos de transferencias, los que quedan sujetos a tutela central más que a
indicadores en el desempeño con autonomías, lo que afecta especialmente al
financiamiento del nivel regional de gobierno.
Los principios formulados son:
Planes y presupuestos
presidente del CND. Está conformado por dos representantes de la presidencia del
Consejo de Ministros, dos representantes del Ministerio de Economía y Finanzas,
dos representantes de los gobiernos regionales, un representante de los gobiernos
locales provinciales y un representante de los gobiernos locales distritales. Todos
los miembros del CND son acreditados por sus respectivas entidades y son
designados por resolución suprema para un período de cuatro años.
Los factores económicos que promueven esta situación pueden resumirse en tres.
a) El cambio de paradigma tecno-productivo, que con la globalización pasa a
escala planetaria de la producción industrial en masa, por tareas y en grandes
unidades, a una producción de calidad, de innovación múltiple y en unidades más
pequeñas.
b) Este cambio se expresa en el predominio de las llamadas “sociedades de flujo”,
sustentadas en la información y que se interconectan entre ellas, agrupadas en los
países más industrializados, y en ellos, en las mega ciudades. Y también el
cambio dinamiza los desafíos, oportunidades y bloqueos de las “sociedades
territoriales”, ancladas en una zona determinada y sus recursos.
c) Se realizan al mismo tiempo los gigantescos procesos de fusión financiera e
industrial.
Estos aspectos económicos están a la base de la redefinición del rol del Estado.
Pero no lo explican ni lo determinan. Las sociedades tienen en la base sus
relaciones de producción pero también sus lenguajes que articulan los sujetos
57 Centralización y Descentralización en el Perú
Esta redefinición del Estado tiene uno de sus componentes en la llamada “des-
estatización”, que es más preciso entenderla como “reubicación” de los roles y
funciones del Estado al expresar la voluntad colectiva de la ciudadanía. Muchos
aspectos que antes asumía el Estado pasan a ser responsabilidad protagónica de la
sociedad civil, en especial en la producción de bienes y servicios.
Las formas de gobierno regional y local, no sólo permiten un mejor acceso del
ciudadano sino que también constituyen una forma de gestión más adecuada de
las potencialidades del territorio, la que es decisiva para incorporar los avances de
las “sociedades de flujo”.
Los derechos de los territorios pueden ser apreciados como aquellos que surgen
del propio territorio, en los marcos de lo dispuesto por la nación, pero a los que
deben respetar los otros órganos de gobierno. Entre los más importantes, y en
disputa constante, están los relativos a la propiedad, uso o disposición, de sus
recursos naturales, y los de pagos de tributos. Y también se pueden apreciar los
derechos que el territorio y su órgano de gobierno tienen en materias de su
competencia. Entre uno de los derechos básicos está el que se refiere a los de sus
residentes, que establece obligaciones para efectos específicos sin llegar a
constituir una ciudadanía regional.
ESTRATEGIA DE LA INVESTIGACIÓN Y
METODOLOGÍA
HIPOTESIS
METODOLOGIA UTILIZADA
Conclusiones
El centralismo como su nombre lo indica significa la existencia de un
único centro de poder; o sea un ente del cual depende todo lo periférico
y de donde parten las directivas para el resto.
63 Centralización y Descentralización en el Perú
Dedicatoria 3
Introducción 4
OBJETO DE LA INVESTIGACION 6
PREGUNTAS DE LA INVESTIGACION 6
MARCO TEORICO
Capítulo I
La Centralización como fenómeno político social 7
Capítulo II
La Descentralización como fenómeno político social 13
Capítulo III
La Centralización y Descentralización
en la Historia del Perú 20
Capítulo IV
Avances de la Descentralización 39
ESTRATEGIAS DE INVESTIGACION
Y METODOLOGIA 57
CONCLUSIONES 58
ÍNDICE 60
BIBLIOGRAFÍA 61
66 Centralización y Descentralización en el Perú
BIBLIOGRAFIA SELECCIONADA
BASADRE, Jorge
1978 Perú, problema y posibilidad. Lima: Banco Internacional del Perú, 1978
(edición facsimilar de la original de 1931).
1980 Elecciones y centralismo en el Perú (apuntes para un esquema histórico).
Lima: Universidad del Pacífico.
1983 Historia de la república del Perú. Lima: Editorial Universitaria.
BERNALES, Enrique
1999. La Constitución de 1993: análisis comparado. (Lima).
BOBBIO, Norberto
1996, El futuro de la democracia. Fondo de cultura Económica, México.
CARAVEDO, Baltazar
1979 «El problema del centralismo en el Perú republicano». En Allpanchis N° 13.
Cuzco: Instituto de Pastoral Andina.
CARAVEDO, Baltazar
1989, La nueva regionalización y las ciudades, Lima.
CEPAL/GTZ
1996, Descentralización Fiscal en América Latina: balance y principales
desafíos, Proyecto Descentralización Fiscal en América Latina y el Caribe,
CEPAL/GTZ, Santiago.
CEPAL-
2003, La Descentralización en el Perú a inicios del Siglo XXI:De la Reforma
Institucional al Desarrollo Territorial. Volumen I y II—Santiago.
DAMMERT, Manuel
1999, Desborde territorial descentralista, Lima.
67 Centralización y Descentralización en el Perú
FISHER, John R.
1981 Gobierno y Sociedad en el Perú Colonial: El Régimen de las Intendencias,.
2000 El Perú borbónico, 1750-1824. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
GLAVE, Luis M.
1989 Trajinantes. Caminos indígenas en la sociedad colonial; siglos XVI/XVII.
Lima: Instituto de Apoyo Agrario.
PEASE, Franklin
1992 Curacas, reciprocidad y riqueza. Lima: Pontificia Universidad Católica del
Perú.
PLANAS, Pedro
(1997a), Regímenes políticos contemporáneos, FCE, Lima.
(1997b), La Descentralización en el Perú Republicano, Lima.
(2000a), El Fujimorato, Lima.
(2000b), Descentralización en el Perú Republicano, Municipalidad Metropolitana
de Lima, Lima.
(2001), Parlamento y Gobernabilidad democrática en América Latina, Fondo
editorial del congreso del Perú, Lima.
SINESIO López
1997 Ciudadanos reales e imaginarios. Lima: Instituto Democracia y Sociedad.
68 Centralización y Descentralización en el Perú