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1. La deshumanización de la educación.
Tal vez ya llevamos un tiempo suficiente, desde la recuperación del orden democrático,
como para detenernos a revisar la vigencia de algunas ideas que, aparentemente, serían
compatibles con el ideal formativo de un sujeto democrático en la educación; pero que en el
momento actual, y a la luz de los acontecimientos excepcionales de la cuarentena, están
mostrando su caducidad. Los pedagogos y las pedagogas argentinos/as parecen dividirse
entre los/as que hacen una gran petición de principios preguntándose por el sentido de la
educación, y quienes todavía siguen insistiendo en abonar ideas como la importancia de la
relación del sujeto del aprendizaje con los contenidos (lo cual debería evaluarse a la luz de lo
sucedido en cuarentena a partir del exceso de actividades con el que se ha pretendido
sostener esa relación) y naufragando en el recetario letánico de la Didáctica de siempre, en un
intento desesperado por sobrevivir a la virtualidad.
No solo que estas ideas son caducas, en realidad se trata de ideas que con el paso del
tiempo se han vuelto destructivas y mortíferas. ¿Es realmente el sujeto postulado por el
constructivismo y el cognitivismo americano un sujeto compatible con el sujeto de derechos
que en las Políticas Educativas Públicas intentamos permanentemente reivindicar? Esta
pregunta iría en la línea de una gran petición de principio acorde con el sentido de la
educación. ¿Son tan compatibles, intercambiables, asimilables, completables y amigables el
constructivismo de Piaget, la metáfora cibernética del Cognitivismo (neoconductismo) y la
mediación sociocultural de Vigotsky, como tan naturalmente se los suele mezclar? Esta
pregunta implica una petición de principio a la Pedagogía misma, pero va destinada también
al cuestionamiento de la Didáctica. Estos planteos aleatorios, muy frecuentes en educación,
delatan al menos tres problemas: las deficiencias en el análisis epistemológico de las teorías
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2. El sadismo curricular.
La falaz idea de la centralidad de la relación autónoma del sujeto del aprendizaje con los
contenidos del currículum (bajo el oportuno acompañamiento y guía del sujeto de la
enseñanza, salvo en cuarentena), trae aparejada la correlativa “subordinación” del originario
carácter antropológico de la enseñanza al aspecto epistemológico instrumental de las
actividades de aprendizaje. En palabras de Antelo, una adecuación y, por ello mismo, una
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Actualmente agravado por la tendencia a la patologización del sujeto del aprendizaje y la progresiva
colonización del discurso y del saber docentes por el lenguaje de las neurociencias.
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Cuestión agravada por la falta de conciencia epistemológica (ausencia de marcos teóricos de referencia) en los
docentes y por la distribución jerárquica del saber pedagógico, que naturaliza el hecho de que quienes piensen la
educación no sean necesariamente los mismos que la ejecutan. Esta naturalización se encuentra en la base
misma de una doble disociación: aquella que se produce entre las instancias que toman decisiones de políticas
educativas públicas y quienes la tienen que ejecutar; y aquella que se establece entre la teoría y la práctica
pedagógicas desde la formación docente misma.
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Condicionada en su misma raíz por el supuesto positivista de que el acto humano y humanizante de la
educación (que apunta a la educabilidad del ser humano) puede ser medido, cuantificado y calculado.
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reducción de la propuesta educativa a las demandas del aprendizaje (o, peor aún, del Sujeto
del Aprendizaje). Tanto Bleichmar como Antelo, suponen una superestructura que opera
como organizador antropológico, ético y político del proceso pedagógico, curricular y
didáctico en la enseñanza y el aprendizaje. Con lo cual, la Experiencia de Educar (transformar
el ser) no se identifica con el Acto de Enseñar (transmitir conocimientos), sino que el primero
trasciende el segundo en tanto que apunta a la educabilidad del ser con el fin de
transformarlo.
Esta precisión conceptual –antropológica, ética y política–, en la que debería fundarse la
práctica pedagógica situada en cada contexto socio-educativo, nos lleva necesariamente a
hacer otra distinción conceptual altamente operativa: la diferencia entre la transmisión de un
saber y la transmisión de un conocimiento. La Experiencia de Educar, implica la transmisión
intergeneracional de un saber, en la que una generación “dona” a otra lo que en un momento
histórico singular se considera el patrimonio de la cultura. El Acto de Enseñar se limita al
recorte discreto de esos valores culturales básicos, que se configuran de manera sistemática
en los lineamientos y diseños curriculares, adaptados a cada contexto socio-educativo. Pero la
Experiencia de Educar “trasciende” el Acto de Enseñar en tanto que en el primero cada docente,
desde su propia singularidad subjetiva, transmite su particular manera de relacionarse con el
recorte curricular de lo que enseña; es decir que lo que “dona” –bien o mal– es su propio
posicionamiento antropológico, ético y político ante los valores colectivos de la cultura. Desde
ese lugar finalmente se educa y reducir la Experiencia de Educar al acto de enseñar es, al
mismo tiempo, reducir la educación a la mera aplicación de un método de enseñanza.
Justamente, en el contexto de la cuarentena, la educación ha quedado reducida a la mínima
expresión de ese método: la realización de actividades.
sectores, no solo los docentes. Pero esa propuesta educativa entronca y se sostiene de una
apuesta política que tiene que ver con un proyecto de país; de una educación pensada,
planificada y organizada en base a un ideal (mejor, una utopía) de cara al futuro. La Educación
no es algo que pueda proyectarse a partir de las emergencias del presente, sino que tiene que
estar proyectada en base al objetivo de recuperar la confianza en el futuro (Bleichmar, 2010).
La cuarentena nos devuelve y nos enrostra la precariedad de nuestro presente educativo –
también lo ha hecho en otros sectores–; la pobreza y la mezquindad de la educación –que no
es más que la pobreza y la mezquindad de un proyecto de país– nos apremia en la
excepcionalidad de la pandemia con falencias de estructura edilicia y de sistemas de
saneamiento, condiciones esenciales y necesarias para garantizar la seguridad sanitaria de los
protocolos que se están especificando para el retorno progresivo a diferentes actividades. Al
mismo tiempo, la devaluación del salario docente y la postergación de los acuerdos paritarios,
agregan un factor más a la consideración de las variables que hacen a los recursos materiales
y económicos, imprescindibles para instrumentar un racional retorno a las aulas, que
garanticen el cuidado responsable de la salud integral tanto de estudiantes como de docentes.
Un retorno precipitado a las aulas podría generar un sensible incremento de las licencias
docentes, por la sencilla razón de que también forman parte de la población de riesgo (ya sea
por la edad o por enfermedades crónicas) y porque conocen muy bien las condiciones de su
propio ambiente laboral. Cabe recordar que todas estas variables correspondientes a las
condiciones infraestructurales de la escuela deben poder evaluarse, no estableciendo juicios
de valor, sino desde el punto de vista de los determinantes sociales de la salud, donde cada
determinante a su vez constituye un derecho en sí mismo y que en nuestra Constitución
Provincial están claramente especificados uno por uno. El manto generalizado de sospecha,
que cierto tipo de discurso descalificatorio arroja permanentemente sobre la fama de los
docentes –fundado siempre en falacias anecdóticas 4 y situaciones particulares–, no constituye
un criterio válido para la evaluación de los altos niveles de ausentismo docente. En este
contexto de emergencia sanitaria debemos ser cuidadosos de no precipitarnos en tomar
decisiones irresponsables que puedan ocasionar mayores agravamientos de los problemas
que se pretenden resolver.
No puede plantearse de manera epistemológica, ética y políticamente coherente una
Pedagogía del Cuidado, sin partir de la base de poder pensar y diseñar estrategias
coyunturales para el Cuidado de los que Cuidan, es decir de los docentes. Desde un punto de
vista estructural y sistemático de la teoría pedagógica, es una incoherencia epistemológica
pretender sostener una propuesta educativa que apunte a la transformación del ser de las
nuevas generaciones, si lo que en la práctica se hace permanente es sospechar, cuestionar,
devaluar, descalificar, presionar, sobrecargar, maltratar y descuidar a los docentes. Este
sadismo instalado en las prácticas discursivas de gestión es, sin más, el mismo sadismo que los
docentes desplegarán luego sobre sus alumnos, por efecto transitivo de un mecanismo
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La falacia anecdótica se construye de manera inductiva, a partir de observaciones singulares y estableciendo
generalizaciones apresuradas. Se denomina prueba o argumento anecdótico a aquello los razonamientos que
pretenden inferir de hechos singulares (que pueden ser ciertos o no) verdades universales que no pueden ser
deducidas de esos hechos. Esta falacia es muy usada en el razonamiento de sentido común y de opinión pública
para descalificar la doctrina de Derechos Humanos.
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psicosocial básico de tramitación de los impulsos agresivos, que se establece en las relaciones
jerarquizadas o asimétricas. Con lo cual, es un total contrasentido pretender sostener la
continuidad pedagógica de los estudiantes en tiempos de cuarentena a costa del sufrimiento y
el descuido del acompañamiento de los docentes. Si en la teoría se dice una cosa y en la
práctica se termina haciendo otra cosa, eso vulgarmente se llama “borrar con el codo lo que se
ha escrito con la mano”.
Desde un punto de vista ético, es decir desde el principio universal que prescribe el
imperativo categórico sobre la responsabilidad que me corresponde en relación al semejante
en educación; en la práctica, es del orden de la hipocresía moral exigirle a los docentes que
tengan una actitud ética con sus alumnos basada en la empatía y el cuidado de sus alumnos; si
lo que se hace con los docentes es tratarlos sin empatía y sin el debido cuidado que requiere la
consideración por el semejante cualquiera sea este. El problema de la descalificación y
devaluación de los docentes es un problema ético; y es un problema ético derivado de la
concepción epistemológica del sujeto en la teoría pedagógica. Desde los planteos
constructivistas y cognitivistas el problema es el alcance conceptual que tiene la noción de
sujeto, fuertemente condicionada por la noción de individuo. Es un concepto que articula
sujeto-individuo-alumno, se trata de un sujeto cognitivo particularmente orientado a
relacionarse autónomamente con los objetos de conocimiento y que reduce sus alcances
conceptuales a la órbita del Sujeto del Aprendizaje y solo secundariamente ubica al Sujeto de
la Enseñanza de manera instrumental.5
La Pedagogía del Cuidado, la estamos pensando a partir de la situación educativa
emergente de la cuarentena y para poder sostenerla tenemos que cambiar el esquema del
sujeto en la teoría pedagógica. Si planteamos que lo antropológico es el “fundamento” de lo
epistemológico y que lo epistemológico debe estar “subordinado” a lo antropológico;
entonces, al esquema epistemológico de la relación sujeto-objeto lo tenemos que sustituir por
el esquema antropológico sujeto-sujeto. Este cambio en el núcleo de la teoría pedagógica nos
lleva a definir que la Experiencia Educativa es una propuesta de un sujeto para otro sujeto, es
una relación social de sujeto a sujeto. Luego, subordinamos lo curricular a lo vincular y
definimos el Acto de la Enseñanza como la mediación que los contenidos curriculares
establecen para determinar qué tipo de relación es la pedagógica en un contexto social e
institucional; es decir que la relación pedagógica está convocada por el conocimiento a fin de
poder producir y transmitir un saber que nos desarrolla como personas (no solo al Sujeto del
Aprendizaje sino también al Sujeto de la Enseñanza). En esa relación de sujeto a sujeto que
define a la educación, la noción de sujeto no remite a un individuo autónomo con sus propias
competencias, sino a un sujeto que depende de la influencia de un otro para adquirir nuevas
competencias, que trasciendan las que ya posee o que subsidie temporalmente aquellas que
trae como carencia o déficit. Es en este punto de carencia o déficit en donde contemplamos
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El problema de las teorías epistemológicas del sujeto –que son las que formatean la praxis educativa– se
presenta cuando la Política Pública nos demanda ocuparnos de cuestiones que van más allá de lo cognitivo o
epistemológico; cuestiones que las teorías psicológicas clásicas del aprendizaje no ubican como centrales en sus
esquemas conceptuales, volviéndose incompatibles con la Política Pública. Este problema suele resolverse como
agregados conceptuales que toman la forma de hipótesis “ad hoc”, una especie de emparchado de las teorías para
que sigan funcionando.
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Aristóteles (1978) planteaba que la memoria es la facultad que nos conecta con el pasado,
la percepción con el presente y la imaginación la que nos permite avizorar el futuro que
anhelamos. Es en este punto, donde la intervención educativa del Sujeto de la Enseñanza
adquiere toda su relevancia, en el tipo de futuro que pueda anticipar imaginariamente para
cada uno de sus estudiantes, poniendo en ello todas sus expectativas y deseos. Castoriadis
(2004), recreando la idea de Aristóteles, ubica la imaginación en el fundamento mismo de la
acción política democrática, en un proyecto de autonomía y emancipación colectiva; lo cual
nos permite ubicar que esta capacidad de los/as docentes, de imaginar un futuro promisorio
para sus estudiantes, no depende solamente de sus propios esfuerzos, compromisos y
responsabilidades en la educación, sino que depende del proyecto de país en el que sus
propias subjetividades se encuentran inscriptas, y de los ideales (mejor, utopías) en los que
como Nación proyectamos (e invertimos) para hacer posible nuestro propio desarrollo,
apostando al futuro político de las nuevas generaciones. La cuarentena vino a desnudarnos
descarnadamente el presente de nuestra educación, para que veamos con mayor claridad
cuáles son nuestras ambiciones colectivas de fututo, cuánto apostamos (e invertimos) en el
futuro de nuestros propios hijos. La emergencia sanitaria, nos vino a enrostrar el poco orgullo
nacional que tenemos respecto de lo que es nuestro, a nosotros que tenemos un sentido
común con la nefasta tendencia de devaluar lo nacional por referencia a lo extranjero; crisol
de mestizos de mentalidad colonizada, que negamos nuestra propia identidad, extraviando la
creatividad de nuestra imaginación política en ilusorias fantasías de retornar al vientre de
tierras lejanas en las que nadie nos espera.
En el horizonte de ese ideal político utópico es donde debemos proyectar las propuestas
educativas que vamos a “donar” a nuestros/as estudiantes y es sobre ese nivel de aspiración
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de desarrollo del Ser Nacional que vamos a realizar una propuesta educativa apuntando a la
transformación del ser, partiendo de la potencial educabilidad del Sujeto del Aprendizaje. El
sujeto pasa de la “pasividad” a la “actividad” cuando la imaginación política colectiva lo pone en
tensión hacia un futuro en el que la intervención del Sujeto de la Enseñanza le habilita un mundo
de infinitas posibilidades a conquistar. Esta dimensión utópica de la educación que es lo único
que podría activar el deseo del Sujeto del Aprendizaje, la hemos degradado a niveles de
empobrecimiento superlativo en prescripciones absurdas de una Didáctica que agoniza en el
fango discursivo de “las clases interesantes para despertar la motivación del chico” que, por
supuesto, no despiertan la motivación de nadie por la sencilla razón de que hay cosas mucho
más interesantes en la vida que eso.
No se trata de despertar la motivación, sino que se trata de despertar el deseo, porque solo el
deseo es educable en el horizonte de la ética y la política. A ese horizonte de educabilidad
potencial del Sujeto del Aprendizaje, Vigotsky lo denomina Zona de Desarrollo Potencial, y es el
nivel de desarrollo que un sujeto puede alcanzar siempre y cuando sea ayudado (o cuidado)
por un otro. A la distancia (o diferencia) que existe entre el desarrollo real y el desarrollo
potencial de un sujeto, Vigotsky la denomina Zona de Desarrollo Próximo. Esa zona intermedia
es la que habilita la existencia física edilicia de la escuela, con su propia espacialidad y
temporalidad, social e institucionalmente organizada en torno a la presencialidad corporal de
los Sujetos de la Educación. Esta “zona” física y presencial es un espacio eminentemente ético
y político en los que se forman colectivamente los ciudadanos de una Nación, accediendo a los
valores patrimoniales de la cultura. Lo que Vigotsky señala en ese espacio, tiene que ver con
un valor político fundamental: la solidaridad. Tal y como lo plantea, no solo los/as docentes
ayudan a los/as estudiantes a franquear la distancia proximal, sino que también
los/estudiantes más avanzados/as tiene que aprender a ayudar a franquear la distancia
proximal a sus propios/as compañeros/as cuando tienen dificultades o se encuentran en
niveles de desarrollo inferiores. Por esta razón, la escuela es un potente organizador social en
el que los Sujetos del aprendizaje son educados en los valores de la justicia y de la igualdad
social. Esto sería lo que le da sentido a la Escuela y a la Educación hoy más que nunca y de
cara al futuro. Es esta espacialidad física y presencial, junto a su posibilidad de franquear en el
curso del tiempo las diferencias de oportunidades, lo que la cuarentena ha suspendido y que
la virtualidad no puede garantizar ni reemplazar.
Hay algo que la virtualidad nos ha permitido recuperar de algún modo, de manera precaria
por cierto y por diferentes razones, pero aún así nos permite valorarla en sus posibilidades y
facilitaciones; nos ha permitido recuperar algo del vínculo pedagógico en el sostenimiento de
la comunicación. Más allá de que el gran “ruido” o “interferencia” de esa comunicación haya
sido el sadismo curricular, desplegado a banda ancha por una demanda casi abusiva de
actividades, aun así algo del Sujeto del Aprendizaje como sujeto deseante podemos localizar en
la Experiencia Pedagógica de la Virtualidad. Volvamos a la potencialidad heurística que
podemos recatar del procedimiento científico de la falsación popperiana y revisemos las
conjeturas puestas en juego ante la problematización del retorno a las aulas. Si la pregunta
que nos hacemos es ¿qué hacer con la dimensión curricular?, ¿empezamos de cero o seguimos a
partir de los contenidos que logramos desarrollar? Esa sería la forma en que nosotros como
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Los procesos de resubjetivación hay que abordarlos por medio de estrategias pedagógicas que fomenten la
recomposición de las experiencias vividas, a partir de la instrumentalización de los saberes escolares, en un
marco de intercambio de narrativas grupales.
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Bibliografía referenciada.
Aristóteles (1978) Tratado sobre el alma. España: Gredos.
Antelo, E. (2005) Notas sobre la (incalculable) experiencia de educar. En G. Frigerio y G. Diker
(Comps.) Educar: ese acto político. Buenos Aires: Del Estante Editorial.
Bleichmar, S. (2010). Violencia social, violencia escolar: De la puesta de límites a la construcción
de legalidades. Buenos Aires: Noveduc.
Castoriadis, C. (2004) Sujeto y verdad en el mundo histórico-social. Seminarios 1986-1987. La
creación humana I. 1º edición. Buenos Aires: Fondo de la Cultura Económica.
Kliskberg, B. (2013) Seis falacias sobre educación. En El Informe Kliskberg: el otro me importa
(Segunda temporada) [Online] Buenos Aires: Canal Encuentro. Disponible:
https://www.youtube.com/watch?v=3e79Xx2n29Y
Popper, K. (1980) La lógica de la investigación científica. Madrid: Tecnos.
Suarez, D. (2003) Dispersión curricular, descalificación docente y medición de lo obvio. En
Revista Novedades Educativas. Nº 115. Noviembre 2003 (pp. 44-49). Buenos Aires:
Noveduc.
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (2014)
Educación Integral de la Sexualidad: Conceptos, enfoques y competencias. Santiago de
Chile: UNESCO.
Zizek, Slavoj. El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política. Buenos Aires: Paidós.