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Leyendas Colombianas - Mitos y

Leyendas de Colombia
Los Mitos y las Leyendas son una de las costumbres más
importantes del pueblo colombiano. Hacen parte de la
tradición oral de los pueblos que se encargaron de unir la
fantasía con las creencias populares, el resultado fue una
serie de cuentos que han ido evolucionando a través de los
siglos.

Son fantasías que fueron tomando forma gracias al


imaginario colectivo y se han encargado de proporcionar
las primeras explicaciones no científicas de fenómenos
naturales. En esta sección encontrarás los principales
mitos y leyendas de Colombia; para leer alguno de ellos,
has clic sobre el mito o leyenda que desees en la lista.
 
 
LISTADO DE MITOS Y LEYENDAS COLOMBIANAS
Ánima Sola La Candileja
El Carrao La Llorona
El Cazador La Madre de Agua
El Dorado La Madre Monte
El Guando La Muelona
El Hombre Caimán La Pata Sola
El Mohán Los Duendes
El Silbón Madre Vieja
El Sombreron Mirthayú
Juan Machete  
 

DEFINICIÓN DE LOS MITOS Y LEYENDAS


De acuerdo con el maestro Guillermo Abadia los Mitos y Leyendas son:
 
Leyendas: Son narraciones que tienen principio en recuerdos históricos o en hazañas,
pero a las que se agregan fantasías y habladurías populares. No sólo refieren los
sucesos reales ocurridos sino otros de dudosa veracidad o misteriosos.
 
Mitos: Llamamos mitos en general a una serie de personificaciones de fuerzas
naturales que gobiernan la vida del pueblo, especialmente en él ambiente campesino.
Muchos de ellos poseen una categoría de creaciones filosóficas (teogonías) y de
simbolizaciones artísticas (tótems) que vienen a representar una especie de grupos
tutelares que serian a la vez amos de los seres mortales y servidores suyos, a merced
de las invocaciones realizadas para conseguir su favor o ayuda. Son por ello a la vez
enemigos temibles que pueden transformarse en amigos poderosos. Todo depende
del comportamiento que sepamos observar y del respeto que les otorguemos.
 
Es notable la tendencia moral que en nuestras tribus primitivas determina el trato que
se debe a los animales y seres naturales y aun a ríos, lagunas, montes, etc.
Terminando en aumento de categorías hasta la luna ye el sol. De tal modo aparece el
universo como una gran familia o una hermandad de todos los seres que han de estar
en armonía para el buen suceso de la vida humana. Separamos los mitos en mayores,
menores y espantos.
 
Lo mayores constituyen una especie de deidades tutelares; los menores se asimilan
genios maléficos o traviesos; los espantos son simple visiones o sugestiones que se
emparentan con los espíritus o ánimas de los muertos y se localizan en los lugares
sombríos, lóbregos o medrosos como cementerios, graneros, casonas derruidas,
edificaciones muy antiguas, parajes solitarios, etc.
 
Fuente:
Guillermo Abadia - El Gran Libro de Colombia. Editorial Circulo de Lectores
Angélica García - Colombia País Maravilloso

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MITOS Y LEYENDAS EN LAS


REGIONES DE COLOMBIA
En Colombia hay mitos y leyendas característicos de algunas regiones, ya sean
selváticas, llaneras, montañosas o de las riberas de los ríos. En la misma forma
encontramos unidad en algunos mitos y leyendas que son generalizados en Colombia
y en América Latina, como por ejemplo la Llorona, las Brujas, los Duendes y los
Espantos.
 
 
A continuación encontrarás un listado de los principales mitos y leyendas de las
diferentes regiones de Colombia, es importante resaltar, que los aquí enunciados solo
hacen referencia a los más representativos de cada región, pero solo son una pequeña
muestra de la gran variedad de mitos y leyendas de Colombia.
 
LISTADO DE MITOS Y LEYENDAS EN LAS REGIONES DE COLOMBIA
Antioquia y regiones de influencia de colonización Antioqueña
La Madre monte La Pata sola La Pate tarro
El Hojarasquin del
El Mohán El Ánima sola
Bosque
La Tarasca María la larga El Sombrerón
El Barbacoa Las Ilusiones
Tolima Grande (Departamentos de Tolima y Huila)
La Candileja El Mohán El Poira
La Madre de Agua La Muelona El Guando
La Madre monte La Pata sola El Silvador
El Cazador El Tunjo La Mula de Rafles
La Tarasca El Cura sin cabeza El Mandingas
El Sombrerón El Fraile La Llorona
La Candileja El Mohán El Poira
Riberas del Río Magdalena (Magdalena bajo y Magdalena medio)
El Hojarasquin del
El Hombre caimán La Madre de Agua
Bosque
El Mohán El Gritón La Llorona
La Madre monte El Poira La Patasola
La Bramadora La Pate tarro La Candileja
Cundinamarca y Boyacá
El Perro sin Cabeza La Dama verde La Mano peluda
El Cucacuy La Llorona La Mancarita
El Sombrerón El Figura o Patas Las Brujas
Los Duendes Los Espantos
Santander
La Mancarita El Tunjo de oro Los Duendes
Las Brujas El Potro Negro de Antón Los Encantos de las
La Llorona García Lagunas

Llanos orientales
La Bola de fuego El Silbo El Salvaje
El Sinfín El Mohán La Llorona
El Duende Las Brujas El Ánima sola
Nariño
La Tarumana La Viuda La Mula herrada
El Padre descabezado Los Duendes Las Brujas
Cauca Grande
El Sombrerón La Candileja La Pata sola
Los Duendes Las Brujas La Madre monte
La Llorona El Mohán
Costa Atlántica colombiana
El Bracamonte Las Brujas Los Duendes
La Llorona El Mohán

LEYENDA O MITO EL HOMBRE


CAIMAN
El hombre caimán es una leyenda de la costa norte de Colombia. La popularisima
canción colombiana "Se va el caimán" de Crescencio Salcedo, también tiene su origen
en este relato.
Este es el caimán, este es el caimán,
que dice toda la gente.
Este es el caimán, este es el caimán,
un caimán inteligente.
 
 
Sí, mi amigo. Esta historia empezó aquí mismo.
Y el que es hoy el hombre caimán se sentaba
allí, donde está usted ahora dispuesto a
tomarse un vaso de ron, un queso y por último,
su plato de arroz con coco.
 
Miraba siempre hacia la orilla opuesta del río y
cuando adivinaba la presencia de alguien al otro
lado, apuraba su arroz y desaparecía en el
agua. ¿Que por qué hacía todo esto? No se
desespere, amigo, termine de tomarse su ron y
escuche, que este cuento apenas lo empiezo.
 
Es una historia de amor, como todas, con la diferencia que el hombre salió mejor
librado que cualquiera, a pesar de todas las adversidades. Así que si va a pedir otro
trago, hágalo de una vez, que yo aquí empiezo mi relato y no paro hasta el final.
 
Un hombre, alegre y despreocupado, viajaba continuamente de Pinillos a Magangué
vendiendo toda suerte de alimentos y frutas hermosas. A grandes voces y en medio
del jugueteo entre él y las gentes de por aquí, el hombre divertía a todos con sus
historias absurdas de cómo adquiría los productos, hasta el punto de convencer a los
compradores de que lo que se llevaban eran objetos maravillosos.
 
Una tarde, mientras anunciaba a gritos la venta de unas naranjas que, según él,
poseían las esencias del amor eterno, descubrió para su fortuna la presencia de una
bella mulata con el pelo recién enjuagado que caminaba despreocupada. El hombre
entabló conversación con la muchacha y rápidamente, ambos se vieron
profundamente atraídos.
 
Ella se llamaba Roque Lina y era la hija de un severo e inabordable comerciante de
arroz. Sus hermanos, que jugaban el secreto papel de vigilantes de los pasos de la
muchacha, al darse cuenta de que Roque Lina era atraída cada vez más por las frases
pomposas del hombre, dieron la voz de alarma a su padre.
 
Así pues, amigo, cuando el hombre apareció como de costumbre con sus alaridos y
sus productos de otro mundo y se precipitó feliz a saludar con canciones a su querida
Roque Lina, se encontró frente a la presencia poco amable de su imposible suegro.
“Aquí el que vende soy yo”, le dijo tajantemente el padre. “Y mi hija no es arroz. Así
que puede irse con su música a otra parte, antes de que tengamos problemas. ¡O yo
no sé!”. Y sin agregar una palabra más, tomó a Roque Lina del brazo y la arrastró con
él.
 
Fue desde ese momento cuando el hombre empezó a venir todos los días a esta
tienda, a pedir el mismo ron, el mismo queso y el mismo arroz con coco y a mirar hacia
el río. ¿Por qué? Rápidamente lo fui entendiendo: aquí los hombres se bañan en esta
orilla. Hacia la mitad de la corriente hay un remolino y al otro lado se bañan las
mujeres. Asimismo, aquí la gente va a la necesidad en el agua y se cobra un centavo
por todo. ¿Qué pasaba? Pues nada más que el hombre se había puesto de acuerdo
con Roque Lina para que cuando ella fuera a bañarse, él atravesara el río a nado y
fuera a visitarla.
 
Usted estará preguntando cómo haría el hombre para atravesar aquel remolino, que a
primera vista se adivina no apto para seres humanos. Pues aquí es donde reside el
secreto de la historia. El hombre terminaba de comerse el arroz, se metía al agua y
poco a poco, su cuerpo se iba corrugando, sus brazos se encogían en pequeñas
patitas, sus piernas se unían en una agitada cola y cada uno de los granitos de arroz
que se había comido se iban transformando en una hilera de dientes filudísimos, hasta
quedar convertido en un expertísimo caimán nadador.
 
Así el hombre caimán atravesaba ágilmente el remolino y luego de violentos
chapoteos, lograba llegar hasta donde Roque Lina, quien ansiosa lo esperaba para ir a
descubrir con él las profundidades secretas del río. El hombre venía aquí a diario,
bebía y comía su eterna ración y se lanzaba en su viaje reptil donde su amada Roque
Lina. Esta visita permanente fue poniendo alerta a todos los pescadores de la zona.
 
Una mañana, uno de los hermanos de Roque Lina alcanzó a percibir la cola
desenfrenada del hombre caimán rompiendo el remolino y de inmediato dio la voz de
alarma. Todos los pescadores de Magangué se dieron a la caza del caimán. Pero
cualquier esfuerzo era inútil. Mientras más obstinados eran los hombres tratando de
aniquilar al animal, más ágil se volvía el hombre para llegar hasta la orilla de Roque
Lina.
 
Tómese el otro roncito, amigo, que esta historia ya se precipita a su final y tiene que
prepararse para lo que sigue. ¿Me va siguiendo….?
 
El papá de Roque Lina, hombre ostentoso y sediento de fabricarse su propio orgullo,
ubicó con exactitud el sitio por donde el caimán solía nadar y organizó un cerco para
atraparlo.
 
Una mañana, un buen número de pescadores navegaron afanosamente por estos
parajes, buscando sin descanso al caimán, comandados por el padre de Roque Lina.
Mientras esto sucedía, el hombre de nuestra historia, sentado allí donde usted está,
terminó su ron, su queso y su arroz y se fue de aquí. ¿Hacia dónde iba si todos lo
buscaban? Luego lo supe: el muy vivo se echó al agua mientras todos estaban en su
búsqueda, nadó agitadamente hasta el barco del papá de Roque Lina y de una, se
devoró todo el arroz que encontró. Acto seguido, buscó a su amada que dormitaba en
el muelle. Suavemente la acomodó sobre su espalda y sin despertarla, se alejó con
Roque Lina en silencio.
 
Nunca volvió a saberse de ellos. Pero, desde ese día, todos los hombres de por aquí
esconden temprano a sus mujeres y se apuran a comerse todo el arroz que tengan en
la olla, antes de que el hombre caimán venga y haga desaparecer mujer y granos.
 
Este es más o menos el cuento, amigo. Lo bueno es que por aquí, desde esos días, se
canta un merengue que dice:
 
Esta mañana, temprano,
cuando bien me fui a bañar,
vi un caimán muy singular
con cara de ser humano.
 
Ya se da cuenta por qué es. Lo único que no puedo brindarle, amigo, es su plato de
arroz con coco. Por estos días, no sé por qué, ha estado escaso por aquí. Pero. . . ¿no
quiere que le cuente otra historia?

LEYENDA O MITO EL MOHÁN


En algunas regiones le dicen Poira. Dicen que es un personaje monstruoso, cubierto
de pelaje abundante, que más parece que estuviera envuelto en una luenga cabellera.
Tiene manos grandes, con uñas largas y afiladas como las de una fiera. La diversidad
de leyendas que se cuentan sobre las hazañas o artificios como actúa, constituyen una
riqueza folclórica para esta tierra tolimense.
 
 
Los pescadores lo califican de travieso, andariego, aventurero, brujo y libertino. Se
quejan de hacerles zozobrar sus embarcaciones, de raptarles los mejores bogas, de
robarles las carnadas y los anzuelos; dicen que les enreda las redes de pescar, les
ahuyenta los peces, castiga a los hombres que no oyen misa y trabajan en día de
precepto, llevándoselos a las insondables cavernas que posee en el fondo de los
grandes ríos.
 
Las lavanderas le dicen monstruo, enamorado, perseguidor de muchachas, músico,
hipnotizador, embaucador y feroz. Cuentan y no acaban las hazañas más irreales y
fabulosas.
 
Sobre su aspecto físico, varían las opiniones según el lugar donde habita. En la región
del sur del Magdalena, comprendida entre los ríos Patá y Saldaña, con quebradas,
moyas y lagunas de Natagaima, Prado y Coyaima, hasta la confluencia del Hilarco,
como límite con Purificación, los ribereños le tienen un pánico atroz por que se les
presenta como una fiera negra, de ojos centelleantes, traicionero y receloso.
 
Siempre que lo veían, su fantasmal aparición era indicio de males mayores como
inundaciones, terremotos, pestes, etc. Poseía un palacio subterráneo, tapizado todo de
oro, donde acumulaba muchas piedras preciosas y abundantes tesoros; hacía las
veces de centinela, por eso no quedaba tiempo para enamorar.
 
En la región central del Magdalena, desde Hilarco, en Purificación, hasta Guataquicito
en Coello, los episodios eran diferentes. Allí se les presentaba como un hombre
gigantesco, de ojos vivaces tendiendo a rojizos, boca grande, de donde asomaban
unos dientes de oro desiguale; cabellera abundante de color candela y barba larga del
mismo color. Con las muchachas era enamoradizo, juguetón, bastante sociable, muy
obsequioso y serenatero.
 
Perseguía mucho a las lavanderas de aquellos puertos, como en la Jabonera, la
Rumbosa, el Cachimbo, Etc. A la manera de un hombre rico, con muchos anillos, que
al enamorarse de la muchacha más linda de la ribera, la llevaba a la cueva
subterránea donde tenía otras mujeres con quienes jugaba y sacaba a la playa en
noches de luna. Muchos pescadores aseguran que oían sus risotadas y griterías.
 
Bogas, pescadores y lavanderas lo vieron infinidad de veces en la playa pescando,
cocinando, peinándose; o bajar en una balsa, bien parado, por "la madre del río"
tocando guitarra o flauta.
 
Entre Guataquicito y Honda las versiones son distintas: allí era muy sociable. Se
presentaba a veces como un hombre pequeño, musculoso, de ojos vivaces; entablaba
charla con los bogas, salía al mercado a hacer compras, solía parrandear con los
mercaderes, pero luego desaparecía sin dejar huella. En guamo, Méndez, Chimbimbe,
Mojabobos, Bocas de Río Recio, Caracolí y Arrancaplumas lo vieron arreglando
atarrayas, fumando tabaco, cantando y tocando tiple. En noches de tempestad lo han
visto pescando y riendo a carcajadas.
 
Algunos ribereños aseguran que existe la Mohana, pero no como consorte del Mohán,
sino como personaje independiente. Comentan que ésta no es feroz, ni les hace
travesura en los ríos; lo único que le atribuyen es que se rapta a los hombres
hermosos para llevarlos a vivir con ella en una cueva tenebrosa.
 

LEYENDA O MITO EL DORADO


Esta leyenda colombiana es una de las más conocidas por su vinculación con la
conquista de América. Los conquistadores españoles buscaban un país legendario
famoso por sus incalculables riquezas (El Dorado). El origen de esta creencia reside
en la ceremonia de consagración de los nuevos Zipas.
 
 
En el hermoso país de los Muiscas, hace mucho
tiempo, todo estaba listo para un acontecimiento: la
coronación del nuevo Zipa, gobernador y cacique.
 
La laguna de Guatavita, escenario natural y
sagrado del acontecimiento lucía su superficie
tranquila y cristalina como una gigantesca
esmeralda, engastada entre hermosos cerros. Las
laderas, con tupidos helechos, mostraban botones dorados de chisacá, chusques
trenzados como arcos triunfales, sietecueros y fragantes moras. El digital, como un
hermoso racimo de campanitas, matizaba de morado el paisaje; el diente de león, cual
frágil burbuja, arrojaba al viento sus diminutos paracaídas para perpetuar el milagro de
su conservación y los abutilones de colores rojos y amarillos sumaban al concierto de
belleza natural, el diminuto y tornasolado colibrí, su comensal permanente.
 
Gran agitación reinaba en Bacatá, vivienda del Zipa; la población entera asistiría al
singular acontecimiento en alborozada procesión hasta la laguna sagrada portando
relucientes joyas de oro, esmeraldas, primorosas vasijas y mantas artísticamente
tejidas, para ofrendar a Chibchacum, su dios supremo, a la diosa de las aguas, Badini
y a su nuevo soberano.
 
Las mujeres habían preparado con anticipación abundante comida a base de doradas
mazorcas y del vino extraído del fermento del maíz con el que festejaban todos los
acontecimientos principales de su vida. Todo sería transportado en vasijas de
diferentes formas y tamaños, elaboradas con paciencia y esmero por los alfareros de
Ráquira, Tinjacá, y Tocancipá y también en cestos de palma tejida.
 
Por fin, llegó el gran día. El joven heredero acompañado de su séquito, compuesto por
sacerdotes, guerreros y nobleza, encabezaba la procesión. Sereno y majestuoso, su
cuerpo de armoniosas proporciones se mostraba fuerte para la guerra; su piel color
canela tenía una cierta palidez, resultado del riguroso ayuno que había realizado para
purificar su cuerpo y su alma y así implorar a los dioses justicia, bondad y sabiduría
para gobernar a su pueblo.
 
Marchaban al son acompasado de los tambores, de los fotutos y de los caracoles.
Lentamente, se iban alejando de los cerros y del cercado de los Zipas, para
aproximarse a la espléndida laguna de Guatavita. Allí, con alegres cantos, la
muchedumbre se congregó para presenciar el magnífico espectáculo.
 
El sacerdote del lugar, ataviado con sobrio ropaje y multicolores plumas, impuso
silencio a la población con un enérgico movimiento de sus brazos extendidos. De piel
cobriza y carnes magras por los prolongados ayunos, el sacerdote era temido y
reverenciado por el pueblo; era el mediador entre los hombres y sus dioses, quien
realizaba las ofrendas y rogativas y quien curaba los males del cuerpo con sus rezos y
la ayuda de plantas mágicas.
 
El futuro Zipa fue despojado de las ropas y su cuerpo untado con trementina, sustancia
pegajosa, para que se fijara el oro en polvo con que lo recubrían constantemente.
 
No se escuchaba un solo sonido; era tal la solemnidad del momento, que sólo se oía el
croar de las ranas, animales sagrados para ellos, los gorjeos de los pájaros y el veloz
correr de los venados.
 
El ungido parecía una estatua de oro: su espléndido cuerpo
cuidadosamente cubierto con el noble metal, despedía
reflejos al ser tocado por los rayos del sol. Cuando hubo
terminado el recubrimiento, subió con los principales de la
corte sobre una gran balsa oval, hecha íntegramente en
oro por los orfebres de Guatavita.
 
La balsa se deslizó suavemente hacia el centro de la
laguna. Fue allí cuando, después de invocar a la diosa de
las aguas y a los dioses protectores, el heredero se
zambulló en las profundidades; pasaron unos segundos en
los que solamente se veían los círculos del agua donde se
había hundido; todo el pueblo contuvo la respiración, el
tiempo pareció detenerse; por fin, emergió triunfal y
solemne el nuevo monarca; el baño ritual lo consagraba
como cacique.
 
Gritos de júbilo y cantos acompañaron su aparición y uno a uno, los súbditos arrojaron
sus ofrendas a la laguna: figuras de oro, pulseras, coronas, collares, alfileres,
pectorales, vasijas huecas con formas humanas, llenas de esmeraldas; cántaros y
jarras de barro. El cacique, a su vez, junto con su séquito, realizó abundantes
ofrecimientos de los mismos materiales, pero en mayor cantidad.
 
La balsa retornó a la orilla en medio del clamor general. Tenían ahora un nuevo
cacique, quien debería gobernar según las sabias normas del legendario antecesor y
legislador Nemequene, basadas en el amor y la destreza en el trabajo y las artesanías,
en el valor y el honor durante la guerra; en la honradez, la justicia y la disciplina.
 
Se iniciaron competencias de juegos y carreras; el ganador era premiado con
hermosas mantas. Se cantó y se bailó durante tres días seguidos, que eran los
consagrados a la celebración. Los sones de los tambores y pitos retumbaban en las
montañas y centenares de indígenas seguían el ritmo en danzas tranquilas y
acompasadas, o frenéticas y alocadas.
 
Pasados los días de los festejos, de la bebida y de la comida abundante, retornó el
pueblo a sus actividades cotidianas: los agricultores a continuar vigilando y cuidando
sus labranzas; los artesanos del oro, a las labores de orfebrería; los alfareros, a la
confección de ollas y vasijas, después de buscar el barro adecuado en vetas
especiales; otros a la explotación de las minas de sal y de esmeraldas; y la mayoría al
comercio, pues era ésta su actividad principal. Las mujeres al cuidado de los hijos, a
recoger la cosecha, a cocinar, a hilar y a tejer.
 
Así, en este orden y placidez transcurrirían los días, hasta que una guerra, una
enfermedad o la vejez, los privara de su monarca y fuera necesario realizar de nuevo
la ceremonia del Dorado para ungir un nuevo cacique. Este debería continuar
gobernando con prudencia y sabiduría al pueblo y su fértil y verde país, rodeado de
hermosa vegetación y de cristalinas corrientes de agua.
 
 
VOCABULARIO
 
Bacatá: Bogotá.
Chisacá: Flor amarilla de los potreros.
Digital: Planta de flores purpúreas, que tienen forma de dedal.
Guatavita: Población de Colombia. Cundinamarca.
Muisca: Pueblo indio, de la familia lingüística chibcha, que habitaba en Colombia, en
las altiplanicies de la Cordillera Oriental (Boyacá, Cundinamarca y un extremo de
Santander). Cuando llegaron los españoles a estas tierras, formaba varios estados
independientes y dos caciques se disputaban la hegemonía: el Zipa de Bacatá
(Bogotá) y el Zaque de Hunsa (Tunja). Los Muiscas, cuya cultura tenía mucha afinidad
con la incaica, se dedicaban a la agricultura, eran notables alfareros y fabricaban gran
variedad de joyas y curiosas figuras de oro y cobre, hechas en láminas de metal. Su
culto consistía en la adoración de los astros, de Bochica, su héroe civilizador y en la
veneración de sus antepasados. Fueron fácilmente dominados por los españoles y sus
descendientes son, en su mayoría, agricultores.
Pectoral: Adorno suspendido o fijado en el pecho.
Sietecueros: Planta melastomácea americana.
Zipa: Nombre de los caciques muiscas de Bogotá.

LEYENDA O MITO LA MADRE DE


AGUA
Es como una ninfa de las aguas, con aspecto de niña o de jovencita bellísima, de ojos
azules pero hipnotizadores y una larga cabellera rubia. La característica más notoria
es la de llevar los pieSecitos volteados hacia atrás, es decir, al contrario de cómo los
tenemos los humanos, por eso, quién encuentra sus rastros, cree seguir sus huellas,
pero se desorienta porque ella va en sentido contrario.
Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos de los grandes ríos,
quebradas y lagunas, que los niños predispuestos al embrujo de la madre de agua,
siempre sueñan o deliran con una niña bella y rubia que los llama y los invita a una
paraje tapizado de flores y un palacio con muchas escalinatas, adornado con oro y
piedras preciosas. 
En la época de la Conquista, en que la ambición de los colonizadores no solo consistía
en fundar poblaciones sino en descubrir y someter tribus indígenas para apoderarse
de sus riquezas, salió de Santa Fe una expedición rumbo al río Magdalena. Los indios
guías descubrieron un poblado, cuyo cacique era una joven fornido, hermoso,
arrogante y valiente, a quien los soldados capturaron con malos tratos y luego fue
conducido ante el conquistador. Este lo abrumó a preguntas que el indio se negó a
contestar, no sólo por no entender español, sino por la ira que lo devoraba.
El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el comportamiento del nativo
ordenó amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde guardaba las riquezas de su
tribu, mientras tanto iría a preparar una correría por los alrededores del sector. La hija
del avaro castellano estaba observando desde las ventanas de sus habitaciones con
ojos de admiración y amor contemplando a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte,
valerosa y noble.
Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel
tormento y lo pusieran en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía
aceptarla el vil soldado porque conocía perfectamente el carácter enérgico,
intransigente e irascible de su superior, más sin embargo no pudo negarse al ruego
dulce y lastimero de esa niña encantadora.
La joven española de unos quince años, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera
dorada, que más parecía una capa de artiseda amarilla por la figura de su pelo. La
bella dama miraba ansiosamente al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea
de aquel ejemplar semisalvaje.
cuando quedó libre, ella se acercó. Con dulzura de mujer enamorada lo atrajo y se fue
a acompañarlo por el sendero, iternándose entre la espesura del bosque. El aturdido
indio no entendía aquel trato, al verla tan cerca, él se miro en sus ojos, azules como el
cielo que los cobijaba, tranquilos como el agua de sus pocetas, puros como la
florecillas de su huerta.
Ya lejos de las miradas de su padre lo detuvo y allí lo besó apacionadamente.
Conmovida y animosa le manifestó su afecto diciéndole: !Huyamos!, llévame contigo,
quiero ser tuya.
El lastimado mancebo atraído por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió, la
alzó intrépido, corrió, cruzo el río con su amorosa carga y se refugió en el bohío de
otro indio amigo suyo, quien la acogió fraternalmente, le suministro materiales para la
construcción de su choza y les proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos.
La llegada del primogénito les ocasionó más alegría.
Una india vecina, conocedora del secreto de la joven pareja y sintiéndose desdeñada
por el indio, optó por vengarse: escapó a la fortaleza a informar al conquistador el
paradero de su hija. Excitado y violento el capitán, corrió al sitio indicado por la
envidiosa mujer a desfogar su ira como veneno mortal. Ordenó a los soldados
amarrarlos al tronco de un caracolí de la orilla del río. Entretanto, el niño le era
arrebatado brutalmente de los brazos de su tierna madre.
El abuelo le decía al pequeñín: "morirás indio inmundo, no quiero descendientes que
manchen mi nobleza, tu no eres de mi estirpe, furioso se lo entregó a un soldado para
que lo arrojase a la corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados
padres, quienes hacían esfuerzos sobrehumanos de soltarse y lanzarse al caudal
inmenso a rescatar a su hijo, pero todo fue inútil.
Vino luego el martirio del conquistador para atormentar a su hija, humillarla y llevarla
sumisa a la fortaleza. El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba
lastimeramente. Por último la dejaron libre a ella, pero, enloquecida y desesperada por
la pérdida de sus dos amores, llamando a su hijo, se lanzo a la corriente y se ahogó.
La leyenda cuenta que en las noches tranquilas y estrelladas se oye una canción de
arrullo tierna y delicada, tal parece que surgiera de las aguas, o se deslizara el aura
cantarina sobre las espumas del cristal.
La linda rubia que sigue buscando a su querido hijo por los siglos de los siglos, es la
MADRE DEL AGUA. La diosa o divinidad de las aguas; o el alma atormentada de
aquella madre que no ha logrado encontrar el fruto de su amor.
Por eso, cuando la desesperación llega hasta el extremo, la iracunda diosa sube
hasta la fuente de su poderío, hace temblar las montañas, se enlodan las
corrientes tornándolas putrefactas y ocasionando pústulas a quienes se bañen en
aquellas aguas envenenadas

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