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Cuarces Dickens HISTORIA DE DOS CIUDADES HISTORIA DE DOS CIUDADES Charles Dickens LIBRO PRIMERO.—RESUCITADO Capitulo L— La epoca Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduria, y tambien de locura; bi época de las creencias y de la incredulidad: la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y él invieino de la desesperacién. Todo fo paseiamos, pero no teniamos nada; camindbamos, enderectura al cielo y nos extravidbamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella €poca era tan parecida a la actual, que nuestras més nictables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, silo es aceptable la comparacién en grado superiativo En el trono de Inglaterra habia un rey de mandibula muy desarrollada y una reina de cara corriente: en el trano de Francia habia un rey también de gran quijada y una reina de hermosorostro, En ambos paises era més claro que el ciistal para los sefiores del Estado, que las cosas, en general, estaban aseguradas para siempre. Era el aio de Nuestro Seftor, mil setecientos setenta y cinco. En periodo tan favorecido como aquél, habian sido concedicas a Inglaterra las revelaciones espirtuales, Recienlemente la sefiora Southoott habia cumplido el vigésimo quinto aniversario de Su aparicion sublime enel mundo, que fue arunciada con la antelacién debica por un guardia de coms, pronosticando que se hacian preparativos para tragarse a Londres ya Westminster, Incluso el fantasma de la Callejuela del Gallo habia sido definitivamerte desterrado, después de rondar por el mundo por espacio de doce afios y de revelar Sus Mensajes a los mortales de la misma forma que los espiritus del afio anterior, que acusaron una pobreza extraordinaria de orginalidad al reyelar los suyos. Los tinicos mensajes de orden terrenal que recibieron la corona y el puebio ingleses, procedian de un congreso de sdbditos briténicos residentes en América, mensajes que, por raro que parezca, han resultado de mayor importancia para la raza humana que Cuantos se recbieran por la mediacién de cualquiera de los duendes de la Callejuela del Gallo, Francia, menos favorecida en asuntos de orden espiitual que su hermana, ta del escudo y del tridente, rodaba con extraordinana Suavided pendiente abajo, fabricando papel moneda y gastandoselo. Bajo la direccidn de sus pastores cristianos, se entretenia, ademas, con distracciones tan humenitarias ‘como sentenciar a un joven a que se le cortaran las manos, sé le arrancara la lengua con tenazas y lo quemaran vivo, por el horrendo delito de no haberse arrodillado en el fango un dia liuvioso, para rendir el debido acatamiento a una procesién de frailes que pasé arte su vista, aunque a la distancia de cincuenta © sesenta metros. Es muy probable que cuando aquel infeliz fue llevado al suplicio, el lefiador Destino hubiera marcado ya, en los bosques de Francia y de Noruega, los afiosos arboles que la sierra habia de corvertir en tablas para constiuir aqvelta plataforma movible, provista de Su cesta y de su cuchilia, que tan terrible fama habia de alcanzar en la Historia. Es también, muy posible que en los risticos Cobertizos de algunos labradores de las tierras inmediaas a Paris, estuvieran aguel dia, resguardadas del mal tiempo, groseras carretas llenas de fango, husmeadas por los cerdos y sirviendo de percha a las aves de corral, que el labriego Muerte habia elegido ya para que fueran las carretas de la Revolucién. Bien es verdad que si el Lefiador y el Labriego trabajaban incesantemente, su labor era silenciosa y ningtin oido humano percibia sus quedos pasos, tanto mas cuanto que abrigar el temor de que aquellos estuvieran despiertos, habria equivaido a confesarse aleo y traidor. ‘Apenas si habia en Inglaterra un atomo de orden y de proteccién que justificara la jactancia nacional. La misma capital era. por las neches, teatro de robos a mano armada y de osados crimenes. Publicamente se avisaba a las familias que no Salieran de la ciudad sin llevar antes Sus mobiliarios a los guardamuebles, uricos sitios donde estaban sequros. El que por la noche ejercia de bandolero, actuaba de dia de honrado mercader en la City. y Si alguna vez era reconocido por uno de los comerciantes a quienes asaltaba en su caracter de capitan, le disgarata alrevidamente un tro en la cabeza para fui luego: la diigencia correo fue atacada por siete bandoleros, de los cuales malo tres el guarda, que luego, a Su vez, murid a manos de los otros cuatro, a consecuencia de haber fallado sus municiones, y asi la diligencia pudo ser robada tranquilamente: el magnifico alcalde mayor de Londres fue atracado en Tumbam Green por un bandiio que despojé al ilustre pricer a las barbas de su numerosa escolta. En las carceles de Londres se libraban fieras batallas entre los presos y sus carceleros y Ia majedtad de la Ley los arcabuceaba convenientemente. Los ladrones arrebataban las cruces de diamantes de los quellos de los nobles sefores en los mismos salones de la Corte: los mosqueteros penetraron ei San Gil en busca de géneros de contratando, pero la ‘muted hizo fuego contra los soldados, los cuales replicaran del mismo medio cantra el populacho, sin que a natie sé le ocurriese pensar que Semejante suceso no era uno de los mas Comrientes y trivales. A todo esto el verdugo estaba siempre ocupadisimo, aunque sin ninguna ullidad. Tan pronto dejaba colgados grandes racimos de criminales, como ahorcaba el sébado a un ladron que el jueves anterior fue sorprendico al entrar en casa de un vecino, 0 bien quemaba en Newgate docenas de personas 0, a la matana siguiente, centenares de folletos en la puertade Wesiminter-Hall; y que mataba Foy a un asesino alroz y mariana a un desgraciado ratero que quit6 seis peniques al hijo de un agricultor Torlas estas cosas y otras mil porel estilo ocurrian en el bendito aio de mil setecientos setenta y cinco. Redeados for ellas, mientras el Lefador y el Labriego proseguian su lenta labor, los dos personajes de grandes quijadas y las dos mujeres, una hemosa y la otra insignficante, vivian complacidos y llevaban a punta de lanza sus divinas derechos. Asi el aiio mil setecientos setenta y cinco conducia a sus grandezas y a las miriadas de insignificantes seres, entre los cuales se hallan los que han de fgurar en esta crénica, alo largo de los caminos que se abrian ante sus pasos, Capitulo Il— Ladiligencia El camino que recortia el primero de los personajes de esta historia, la noche de un viemes de noviembre, era el de Dover. El wajero seguia a la diligencia mientras ésta avanzaba lentamente por la pendiente de la colina Shooter. El viajere subia caminando entre el barro, tocando a la caja desvencijada del carruaje, igual como hacian sus compafieros de viaje, no por deseo de hacer ejercicio, sino porque la pendiente, los ameses y el fango, asi como la diligencia, eran tan pesados, que los pobres caballos sé habian parado ya tres veces, y una de ellas atravesaron el coche en el camino con el sedicioso proposilo de volverse a Blackheath, Las riendas y el latigo, el cochero y elguarda, combinéndose, dieran lectura al articula de las ordenanzas que asegura que nunca, en ningin caso, tendran razén los animales, y gracias a 50 el io volvé al cumplimiento de Sudeber. Con las Cabezas bajas y las Colas trémulas procuraban abrirse paso por el espeso barro del camino, tropezando y dando tumbos de vez en cuando. Y alando el mayoral les daba alguin descanso, el caballo delantero sacudia volentamente la cabeza como si quisiera negar la posibildad de que e! vehicula pudiese nunca aleanzar loalto de la colina Cuirian las hondonadas y se deslzaban pegadas a la tierra nubes de vapores acuosos semejantes a espititus malignos que buscan descanso yno fb encuentran. La niebla era pegajosa y muy ‘ria y avanzaba por el aire formando rizos y ondulaciones, que Se perseguian y alcanzatan, como las olas de un mar agitado, Era lo bastante densa para encerrar en estrecho circulo la luz que derramaban los faroles del carruaje, hasta impedir que se Wesen los chorras de vapor que despedian bs caballos por las narices, Dos pasajeros, ademas del que se ha mencimado, stbian tratajosamente la pendierte, al lado de la diligencia. Los tres llevaban subicos los cuellos de sus abrigos y usaban bolas altas, Ninguno de ellos hubiera podido decir como eran sus compaferos de viaje, tan cuidadosarente recataban todas Sus facciones y Su caracter a los ojos del auerpo y a 10s del alma de sus compafieros, Por aquellos tiempos los viajeros se mestcatan dificimente comunicativos con sus compafieros, pues cualquiera de éstos Pudiera resuttar un bandolero 0 un cémplice de bs bandides. En cuanto a éstos, abundaban extraoidinariamente en tabemas o pesadas, donde se podian hallar numerasos soldadas a sueldo del capitan, y entre ellos figuraban desde el mismo posadero hasta el iiltimo moz0 de quadra. EN esto precisemente iba pensando elguarda de la diigencia la noche de aguel viernes del mes de noviembre de milsetecientos setenta y cinco, mientras penosamente subia el vehiculo la pendiente de Shooter, y él iba sentado en la banqueta posterior que le estaba reservada y en tanto que daba vigorosas patadas sobre las tablas, para impedirque Sus pies se transformaran en blogues de hielo. Llevaba la mano puesta €1 un coffe en que habia un arcabuz cagjedo, y un mortén de seis 0 siete pistolas de arzén sobre una capa inferior oe sables, En este vaje de la diligencia de Dover ocuria como en tocns los que hacia, es decir, que el guarda sospechaba de los viajeros, éstos recelaban uno de otro y del guard, y unos a otros se miraban con desconfianza. En cuanto al cochero, solamente estaba seguro de sus caballos: pero aun con respecto a éstos habria jurado, por los dos Testamentos, que las caballerias no eran aptas para aquel vaie —jArre! —gritaba e! cochero.— Ariba! [Un esfuerzo mas y llegaréis arriba! ;Oye, José! —~Qué quieres? —contesto el guarda, —=2ué hora es? —Por lo menos, las once y diez. —(Demonio! —exclamd el cochero.— ¥ todavia no hemos liegado a lo alto de esa makdita colina, Arve! jArre! Perezosost El caballo delantero, que recibié un latigazo del cochero, dio un salto y emorendié la marcha amrastrando a Sus tres compafieros. La diligencia continué avanzendo seguida por los viajeros. que procuraban no separarse de ella y que se detenian cuando el veniculo lo hacia, pues si alguno de ellos, hubiese propuesta a un compafero avanzar un poco entre la niebla y la dbscuridad, se habria expuesto a recibirun tira como salteador de caminos. El iltimo esfuerzo lev el coche a lo alto de la colina, y alli se detuvieron los tres caballos para recobrar el aliento, én tanto que el guarda bajé con objeto de calzar la rueda para el descenso y abrir la puertadel coche para que los wajerosmontasen —jJosé! —dijo el cochero desde su asiento {Qué quieres, Tomas? Los dos se quedaron escuchando. Me parece que se acerca un catallo al tote. Pues yo creo que viene al galope —repiicé elguarda encaraméndose a su sitio — ;Caballeros, favor al rey! Y después de hacer este llamamiento, cogié su arcabuz y se puso a la defensiva. El pasajero a quien se refiere esta historia estaba con el pie en el estribo, a punto de subir, y los dos viajeros restantes Se hallaban tras ély en disposicién de seguirie. Pero se quedé con el pie en el estribo y, por consiquiente, Sus Compareros luvieron que continuar como estaban. Todos miraron al cochero y al guarda y prestaron ido, En cuanto al cachero y al guarda miraron hacia atras y hasta el mismo caballo delantero enderez6 las orejas y mird en la misma direccicn El silencio resultante de la parada de la diligencia, aftadido al de la noche. se hizo mpresionante, iLa respiracian jadeante de los caballos hacia retemblar el cache, y los Corazones de los viajeros latien con tal fuerza, que tal vez se les habria podidh oir Por fin resoné en Io alto de la colina el furioso galoparde un caballo Alto! pits el guarda — jAlto, o disparo! Inmediatamente el jinete refrené el paso de su cabalyadura y a poco se oyé la voz de un hombre que preguntaba: —cEs ésia la diligencia de Dover? —iNada os importa! —contests elguarda— .Quién sois vos? —2Es éstala diligencia de Dover? 2 Para quéquereis seberlo? ‘Silo es, debo hablar con uno de los pasajeros. —ecusl? —Elsefor Janis Lory. El pasajero que ya hemos descrito manifest que éste era su nombre, y el guarda, el cachero y los otros dos pasajeros le miraron conla mayor desconfianza —iQuedaos donde estiis! —exclamé el guarda entre fa niebla— porque si me equivoco nadie seria capaz de reparar el error en toda vuestra vida, Caballero que os llaméis Lorry, contestad la verdad, —{.Qué ocurre?— pregunté el pesajero con insegura voz.—

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