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INTRODUCCIÓN .............................................................................4
Consideraciones previas ..............................................................5
Virtudes y Valores .........................................................................9
Las virtudes tradicionales ..........................................................................9
EL HONOR: ................................................................................................................10
LA VERDAD: ...............................................................................................................10
LA LEALTAD ...............................................................................................................10
LA DISCIPLINA ...........................................................................................................10
LA PERSEVERANCIA ................................................................................................11
EL TRABAJO ..............................................................................................................11
LA LIBERTAD .............................................................................................................12
LA VALENTÍA .............................................................................................................13
LA SOLIDARIDAD ......................................................................................................14
Las Virtudes Cristianas ............................................................................14
PRUDENCIA ...............................................................................................................15
JUSTICIA ....................................................................................................................16
FORTALEZA ...............................................................................................................16
TEMPLANZA ..............................................................................................................17
Las virtudes teologales ...............................................................................................17
Interés .........................................................................................................................63
La función de conducción ........................................................................65
Coordinar ....................................................................................................................68
Sincronizar ..................................................................................................................68
Dirigir...........................................................................................................................69
Mantener la fe .............................................................................................................70
Entusiasmar ................................................................................................................71
Decidir .........................................................................................................................72
Juzgar .........................................................................................................................72
Rediseñar el Estado ................................................................................73
El gobierno ..............................................................................................75
La administración ........................................................................................................78
La dirigencia política ...................................................................................................81
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Denes Martos Manual de Política Práctica
INTRODUCCIÓN
Los acontecimientos de la primera mitad de este año 2020
apuntan a que se está produciendo lo que, al fin y al cabo, era
bastante previsible. Después del colapso del socio marxista de la
Guerra Fría se avizora en el horizonte el atascamiento del
partenaire capitalista liberal, al menos tal como lo conoció el Siglo
XX. Para quienes nos hicimos adultos en el siglo pasado, el mundo
que conocimos está desapareciendo. El verdadero Nuevo Orden
Mundial será de los sobrevivientes que sepan cómo evitar la
catástrofe dentro de lo humanamente posible y de los que,
habiéndola resistido, sepan como reconstruir el Orden Social
aniquilado por la decadencia.
El presente trabajo está dedicado al tratamiento del Poder político
y su ejercicio práctico. Después de unas consideraciones previas
veremos el tema en cinco partes principales.
En la primera parte hablaremos de los valores y las virtudes
sostenidas por la cultura Occidental, tanto los valores
tradicionales pre-cristianos como los aportados por el
cristianismo. La segunda parte tratará acerca de los cuatro
factores principales del Poder político, sus características y su
dinámica, así como también veremos la dinámica inherente a la
política misma. La tercera parte estará dedicada al Estado como
organismo rector de la sociedad y a sus tres funciones esenciales.
En la cuarta parte veremos las seis reglas que rigen el ejercicio del
Poder y, finalmente, en la quinta parte esbozaremos algunas ideas
sobre cómo con los criterios de una política práctica se puede
construir una democracia real.
Espero sinceramente que el lector encuentre en estas páginas
aunque más no sea algunas ideas útiles para la construcción de
una realidad mejor que la actual.
Denes Martos
Buenos Aires Julio 2020
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Denes Martos Manual de Política Práctica
Consideraciones previas
La caída de la Unión Soviética y las progresivas crisis económicas
y políticas en el resto del mundo han debilitado en gran medida la
fe del gran público en las ideologías predominantes en el Siglo XX.
Además de la pérdida de atractivo de las ideologías observamos
también un creciente descreimiento en los mismos políticos que
las sustentan o que, al menos, dicen sustentarlas.
En resumen: es cada vez mayor el número de personas que ya no
creen que las ideologías basadas en las utopías del socialismo
marxista y del liberalismo capitalista puedan llegar a construirse.
Menos todavía creen las personas en las promesas de los políticos
que insisten en tratar de hacer creer que pueden hacer funcionar
algo que, demostradamente, o bien ya no funciona o bien nunca
pudo hacerse funcionar. Los mitos utópicos del Siglo XX: no
funcionan ya sea porque fueron pensados hace dos o tres siglos
para un mundo que ya no existe, ya sea porque nunca
funcionaron debido a que contradicen al Orden Natural y hasta a
la propia naturaleza humana.
El problema político básico que presentan las utopías es que son
construcciones intelectuales abstractas, alejadas de la realidad, lo
que las convierte más en una expresión de deseos que en la
afirmación de un proyecto viable.
Pero más allá de lo estrictamente político, la otra debilidad
insanable de las utopías es que imaginan el futuro, ya sea
utilizando proyecciones casi lineales de los datos del presente, o
bien dejando volar la fantasía por paisajes de ficción pura.
Imaginar el futuro con los datos del presente es una de las formas
más seguras de equivocarse en el pronóstico porque, si bien es
cierto que el futuro se construirá sobre la base del presente, nada
nos garantiza que todo lo que existirá será consecuencia de un
desarrollo causal predecible de lo actual. Porque, si fuese así,
adivinar el futuro sería lo más fácil del mundo y todos sabemos
que no es así. Por el otro lado, imaginar futuros fantásticos o
fantasiosos podrá ser muy entretenido como divertimento
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Denes Martos Manual de Política Práctica
Buonarroti, pasando por los "socialistas utópicos" como Saint-Simon, Fourier, Owen o Cabet
y los anarco-socialistas como Proudhon, hasta llegar a Marx y los socialdemócratas para
terminar en la conquista del poder mediante la Revolución Bolchevique rusa de 1917.
No obstante y en realidad, a esos 128 años (1789-1917) habría que sumarle los 250 años
largos del desarrollo del liberalismo ya que en sus filosofía la tendencia revolucionaria más
tarde denominada "socialista" ya está presente. No es ninguna exageración considerar al
marxismo como una continuación del racionalismo liberal por otros medios.
4 )- Que ésta haya sido la tesis de un marxista como Gramsci no implica que arrastra consigo
los errores del marxismo. Como tesis, no es más que producto del análisis objetivo de la
Historia y no constituye en absoluto un juicio ideológico a priori.
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Virtudes y Valores
Las virtudes tradicionales
Difícilmente sea necesario demostrar que en la actualidad el
Occidente se encuentra en una situación de franca decadencia y,
en algunos aspectos, hasta de degeneración. Los síntomas son
demasiado obvios como para ignorarlos. Consecuentemente, una
de las cuestiones primordiales a determinar es la de qué se
requiere para detener el proceso o bien, si eso no resulta viable
dado lo avanzado del estado de descomposición, sobre qué bases
será posible iniciar una reconstrucción y restauración de lo
destruido.
En este sentido, lo primero que salta a la vista es la necesidad de
reivindicar aquellos valores que posibilitaron la grandeza de la
cultura y la civilización occidentales en sus mejores momentos. El
estudio y análisis de los valores fundacionales de Occidente no es
un pasatiempo filosófico. Los valores constitutivos de la
cultura occidental son, necesariamente, la base misma
de cualquier proyecto tendiente a revivir o restaurar esa
cultura.
El Occidente pre-cristiano tuvo notorios altibajos y presentó
muchas luces y sombras, pero en términos generales sus mejores
representantes y sus mejores momentos estuvieron inspirados en
nueve virtudes tradicionales que hasta sirvieron de sólido
cimiento a la cultura cristiana posterior.
Este conjunto de normas éticas y morales fueron recopiladas luego
como "Las nueve nobles virtudes" [5]. Estos nueve valores
tradicionales son:
5 )- Cf. Denes Martos , "Las Nueve Nobles Virtudes", Buenos Aires 2007.
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EL HONOR:
El honor reside en lo que auténticamente somos. Define cómo
deseamos vernos a nosotros mismos y como deseamos ser
percibidos, reconocidos, respetados y tratados por los demás, al
mismo tiempo en que define también cómo deseamos percibir a
los demás para reconocerlos, respetarlos y tratarlos dignamente.
LA VERDAD:
El compromiso con la verdad es simplemente el empeño de
aceptar lo que es tal como es, sin aditamentos, ni disminuciones,
ni tergiversaciones. No somos veraces recién cuando hemos
accedido por completo a una verdad universal que de todos modos
se nos escapa. Lo somos cuando honesta y sinceramente damos
testimonio de nuestras vivencias y de los conocimientos que
hemos extraído de ellas. Por el contrario, somos falaces cuando
nuestro testimonio no se condice con nuestra vida o es contrario a
nuestras reales convicciones.
Una persona de honor, comprometida con la verdad, simplemente
no predica aquello en lo que no cree, no se adjudica méritos por lo
que no hizo, ni se comporta en forma contraria a lo que pregona.
LA LEALTAD
El poeta alemán Ernst M. Arndt escribió en cierta oportunidad:
"Lo que el amor no ata, está mal atado. Y lo que la lealtad no
ampara, no lo protege tampoco ningún juramento". La lealtad es,
por sobre todas las demás interpretaciones posibles, el lazo
invisible pero indestructible que une entre sí a las personas de
honor comprometidas con la verdad.
LA DISCIPLINA
La disciplina no es la sujeción forzada y constante a la voluntad
más o menos caprichosa de otra persona. Ser disciplinados, en un
sentido genérico y amplio, no es más que ser metódicos y
ordenados en nuestras acciones. Originalmente el concepto de
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LA PERSEVERANCIA
Mientras la disciplina tiene que ver con el método y el orden en la
conquista de objetivos, la perseverancia tiene que ver con la
constancia en la persecución de esos objetivos. En otras palabras:
comportarse sin orden ni método es ser indisciplinado; cambiar
de objetivo caprichosamente a cada rato es ser inconstante.
Conquistar objetivos difíciles se logra únicamente con
perseverancia. Recorriendo el camino de la disciplina desde el
principio hasta el final. Sin atajos y sin trampas. Venciendo
obstáculos con esfuerzo y constancia. Explotando al máximo
nuestros talentos y nuestras verdaderas aptitudes. No hay otro
camino.
EL TRABAJO
Según un viejo aforismo socialista: “toda persona tiene la
obligación de producir por lo menos el equivalente de lo que
consume”. No es una mala definición porque, en un sentido
estricto, el trabajo comprende la actividad mediante la cual una
persona provee a su propio sustento y al de los suyos. En otras
palabras el trabajo es lo que nos permite sostener y mantener a
una familia.
Lo que sucede es que esta concepción del trabajo, con ser cierta,
resulta demasiado estrecha; sobre todo si consideramos la enorme
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LA LIBERTAD
Muchísima gente cree hoy que la libertad supone una ausencia
de ataduras, jerarquías o compromisos. En una palabra supone a
la libertad como una condición que permite ser "libre de...". Y no
es así. En esencia la libertad es una condición que permite ser
"libre para...".
De allí nace el otro error de interpretar la libertad desde la óptica
juridicista y proclamarla como un derecho legalmente
garantizable. Lo concreto, sin embargo, es que la libertad más que
un derecho, es un Poder. No soy libre en la medida en que se me
permite; soy libre en la medida en que efectivamente puedo.
El concepto cambia en forma radical si dejamos de considerar a la
libertad como un derecho, o como un privilegio que nos “libera
de” una sujeción o dependencia, y pasamos a considerarla como
un Poder que nos habilita para acceder a determinadas
opciones, posibilidades u oportunidades. Quizás sorprenda a
algunos pero el orden social, en lugar de disminuir las libertades
individuales como lo presupone la tesis anarquista, por el
contrario las aumenta. Y lo hace por una razón muy sencilla: la
asociación multiplica las posibilidades reales del individuo
aislado. Por consiguiente, al aumentar las posibilidades,
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LA VALENTÍA
La primera reacción natural y normal ente el peligro es huir. No es
algo que halague demasiado a nuestra autoestima pero es lo que
nos dicta el instinto de conservación que compartimos con
prácticamente todos los animales. Normalmente, frente al peligro
– o lo que se percibe como tal – cualquier animal huye. Más aún:
para varias especies, la huida es prácticamente el único
mecanismo de defensa disponible.
La situación, sin embargo, cambia bajo determinadas condiciones.
Es muy difícil que alguien no pelee si se trata de defender su
propia vida. No es muy amable la comparación, pero muchísimas
personas se comportan como ratas: si pueden huir, huyen; pero
pelearán si se las acorrala. En esos casos no estaríamos hablando
de valentía. Resulta demasiado evidente que se trata tan sólo del
instinto de conservación y supervivencia en acción.
También es cierto que a algunas personas las atrae el peligro y el
placer de la adrenalina. Pero tampoco en esos casos estamos
hablando de valentía. La temeridad y la valentía son conceptos y
actitudes diferentes.
Pero a veces sucede algo extraordinario: es cuando
contradiciendo ese instinto ancestral, de pronto una persona
sale en defensa, no ya de su propia vida, sino de la de los demás.
Valentía es cuando aceptamos arriesgarnos y entablamos combate
porque está amenazada la integridad o la seguridad de nuestros
hijos, nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra Patria; en
suma: cuando está en peligro lo que amamos.
En esencia, la valentía es un acto de amor.
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LA SOLIDARIDAD
En varios aspectos históricamente demostrados el hombre es un
animal peligroso pero, por fortuna, posee un aspecto noble: es
capaz de ayudar al necesitado; es capaz de ser solidario. Sin duda
es contradictorio. Puesto frente a otro ser humano que se halla en
inferioridad de condiciones, si no lo ignora directamente siempre
queda la duda de si lo matará o lo ayudará.
En términos históricos y estadísticos, hay una probabilidad de casi
el 50% para cualquiera de ambas posibilidades. Pero, de sea como
fuere, la buena noticia es que hay al menos un 50% por el que vale
la pena apostar.
La solidaridad es una conducta que, más allá de las justicias o
injusticias de un sistema social, todos podemos asumir ayudando
al que necesita ayuda y ayudando a quienes nos ayudan. Una
relación de solidaridad no es una relación en la que el que tiene
mucho le da al que tiene poco; es una relación en la cual cada uno
da lo que puede. El poderoso dará protección y el débil le
corresponderá con su lealtad. El rico brindará las oportunidades
que pueda construir y el pobre le corresponderá aprovechándolas
para salir de su pobreza ofreciendo a cambio su trabajo y su
gratitud. Y siempre se puede dar una mano a quienes ayudan a
otros.
Ayudemos a quienes nos necesitan. Ayudemos a quienes nos
ayudan y ayudemos a quienes ayudan a los demás.
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PRUDENCIA
La prudencia significa elegir los medios apropiados a fines dignos.
Es una virtud del entendimiento práctico, pero entra en el campo
de las virtudes morales señalando el medio y sugiriendo formas de
conseguirlo. Sin prudencia, la fortaleza se convierte en temeridad,
la templanza en acrimonia, y la justicia en rigor. Josef Pieper decía
que "La primera entre las virtudes cardinales es la prudencia. Es
más: no sólo es la primera entre las demás, iguales en categoría,
sino que, en general, «domina» a toda virtud moral".
Y explica más adelante: "¿Qué significa, pues, la supremacía de la
prudencia? Quiere decir solamente que la realización del bien
exige un conocimiento de la verdad. «Lo primero que se
exige de quien obra es que conozca», dice Santo Tomás. Quien
ignora cómo son y están verdaderamente las cosas no puede
obrar bien, pues el bien es lo que está conforme con la
realidad. Me apresuro a añadir que el «saber» no debe
entenderse con el criterio cientificista de las ciencias
experimentales modernas, sino que se refiere al contacto efectivo
con la realidad objetiva. " [6]
6) Pieper, Josef, Über das Christliche Menschenbild (Sobre La Imagen Cristiana del
Hombre). 1936 - Los resaltados son nuestros.
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JUSTICIA
Según la definición clásica y en principio la Justicia implica dar a
cada cual lo que le corresponde. Puede ser: conmutativa,
distributiva y social.
La justicia conmutativa da a otro exactamente lo que le es debido
en derecho estricto, como el cumplir obligaciones, pagar a
acreedores, restituir lo robado, reparar los daños e indemnizar los
perjuicios. Sostiene siempre los dos platillos de la balanza, deuda
y pago, recibido y devuelto, en perfecto equilibrio.
La justicia distributiva regula las relaciones de la sociedad con sus
miembros y distribuye los bienes y las cargas sociales según los
méritos sociales y los recursos de cada cual. Debe volverse a
encontrar en todas las leyes y, por consecuencia, en su aplicación
por los tribunales y la administración.
La justicia social se refiere a la organización de la sociedad de tal
modo que el bien común, al que se espera que todos contribuyan
en proporción de su capacidad y oportunidad, esté al alcance de
todos los miembros para su uso y goce normales. Se pone más de
manifiesto en las relaciones económicas y políticas, pero no se
halla en modo alguno restringida a las mismas.
FORTALEZA
La Fortaleza es una virtud que nos hace capaces de soportar o
vencer los obstáculos que se oponen al bien. La Valentía nos
permite enfrentar el peligro; la Fortaleza nos ayuda a sostener la
acción sin flaquear.
Estos valores no constituyen un acto de temeridad. Son un hábito
de auto-dominio y de auto-control. Lanzarse al peligro por ira,
ignorancia o estupidez, no constituye un acto de valor, ya que el
hombre verdaderamente valiente actúa con Prudencia. Es
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TEMPLANZA
La Templanza regula todo aquello que entra por los sentidos
causándonos placer.
La falta de Templanza conduce al hedonismo que es la
identificación del bien con el placer, especialmente con el placer
sensorial e inmediato, con sus consecuencias previsibles tales
como la gula, la lujuria, la embriaguez, el orgullo, la vanidad y, en
general, una dependencia psíquica y hasta física de aquello que
causa placer.
En cuanto virtud, la Templanza, puede designarse también como
moderación, sobriedad o autocontrol. No significa necesariamente
una abstinencia total de toda clase de placer. Séneca supo decir
que "el placer no es ni la causa ni el premio de la virtud sino su
añadidura". [7] No obstante, tampoco hay que perder de vista que
la mayoría de las personas propende al exceso en los placeres. Por
ello, el término medio, sociopolíticamente hablando, suele
situarse más cerca del lado de la restricción que del lado del
permisivismo pero no por ello debe olvidarse que la renuncia
total al placer, para ser válida, debe ser una decisión individual y
no una imposición externa.
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Josef Pieper, "la respuesta del hombre a la realidad del Dios Uno y
Trino, revelada al cristiano sobrenaturalmente por Jesucristo." [8]
Estas virtudes son:
LA FE: por medio de la cual el cristiano adquiere conciencia de la
realidad de Dios de un modo tan intenso que supera toda
convicción natural.
LA ESPERANZA: que es la virtud infusa que capacita al hombre
para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y
los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para
alcanzarla, apoyado en el auxilio omnipotente de Dios. [9]
LA CARIDAD: La fe y la esperanza desembocan en la caridad
cristiana. Por la fe tenemos el conocimiento de Dios, por la
esperanza confiamos en el cumplimiento de las promesas de
Cristo y por la caridad obramos de acuerdo a las enseñanzas del
Evangelio.
Las virtudes teologales operan principalmente en la esfera
espiritual, íntima, de cada individuo. Tienen – o al menos pueden
tener, por supuesto – un efecto indirecto importante en materia
sociopolítica pero quedan fuera del alcance de lo específicamente
político porque constituyen valores intrínsecamente religiosos que
no son accesibles ni comprensibles con las herramientas que
brinda la política como ciencia y como arte.
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Factores de Poder
La Política
Definiciones del término “política” hay muchas y prácticamente
existe una para cada paladar ideológico. Además, podemos hacer
un enfoque de la política desde la sociología, desde la historia,
desde la filosofía, desde el derecho, desde la jurisprudencia y
desde unas cuantas ópticas más. Podemos considerarla desde el
punto de vista de la norma, del “deber ser”, desde lo moral y lo
ético, y podemos verla desde lo práctico, lo útil, lo beneficioso y lo
pragmático. Con la política pasa algo parecido a lo que pasa con el
ser humano: podemos estudiar al Hombre desde el punto de vista
de la psicología, de la psiquiatría, la medicina, la biología, la
filosofía, la religión, la sociología, la economía, la antropología, la
historia y hasta de la metafísica. A veces hasta cuesta darse cuenta
de que estamos hablando del mismo problema cuando
escuchamos que lo enfoca un médico y después lo hace un
economista.
Sin embargo, una vez que despojamos todas esas definiciones de
la retórica agregada lo que nos queda es un denominador común
bastante claro y que nos puede servir de definición provisoria: la
política es una actividad orientada a influir de un modo
relevante en la vida de una organización de seres
humanos.
Podríamos subrayar esto con algunas obviedades; como por
ejemplo que sin seres humanos no hay política ya que la misma se
hace con, por y para, seres humanos. Pero tampoco hay política
con, por y para, individuos aislados. La actividad requiere una
“polis”, una “ciudad”, vale decir: un conjunto de algún modo
organizado de esos seres humanos. Esto que parece obvio resulta,
sin embargo, apropiado para resaltar la importancia que tiene la
visión y la concepción del ser humano que subyace a la actividad y
a la teoría política en cada caso concreto dado. Diferentes
concepciones integrales del Hombre generarán, inevitablemente,
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bruta resulta muy eficaz. Y, nos guste o no nos guste, a veces hasta
es lo único que resulta eficaz.
Cuando la policía interviene para evitar un asalto a mano armada
difícilmente puede dejar de emplear la fuerza bruta si los
delincuentes la reciben a balazos. En el orden interno de un
organismo político, la coerción – es decir: el uso de la fuerza bruta
– es una herramienta de la cual la ley y el orden simplemente no
pueden prescindir. De otro modo – y la experiencia lo demuestra
hasta el hartazgo – se entrega la calle a los delincuentes que no
sólo están más que dispuestos a utilizar la fuerza bruta sino que
hasta le rinden culto en sus códigos particulares.
Pero no solamente en el orden interno sigue teniendo vigencia la
fuerza bruta como factor de Poder. El mismo sigue vigente
también en el ámbito externo, por más organismos
internacionales y por más tratados de paz firmados que existan.
En el ámbito internacional podemos condenar el empleo de la
fuerza en todos los tonos y con todos los argumentos que
queramos. Pero una vez dicho todo lo se podía decir al respecto, lo
único cierto es que hay muy pocas cosas para oponerle a un
ejército formado por combatientes bien adiestrados, armados
hasta los dientes, conducidos por un buen estratega y firmemente
determinados a vencer.
Los que equiparan siempre, necesaria y constantemente el empleo
de la fuerza con alguna forma de despotismo y de tiranía olvidan
que las situaciones de violencia física son siempre ambivalentes.
Puedo elegir a un enemigo y después ir y atacarlo. Pero también
puedo ser elegido por algún otro y terminar siendo atacado.
Mientras lo primero ciertamente no se condice con un
comportamiento civilizado y resulta objetable – especialmente si
el otro no ha hecho nada que justifique mi ataque –, en el segundo
caso no me queda más alternativa que combatir o sucumbir.
En todo caso, nunca estará de más respetar ese viejo principio que
ya los romanos expresaban diciendo: si vis pacen, para bellum.[10]
)- "Si quieres la paz, prepárate para la guerra"; Flavio Vegecio Renato, “Epitoma rei
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2. El conocimiento
Lo cual nos lleva al otro factor que es el del conocimiento. El
saber, el conocimiento, es Poder según la conocida frase de
Francis Bacon. La relación entre conocimiento y Poder ya la
conocían los monjes de la Edad Media que cultivaban
cuidadosamente el saber de Occidente en sus monasterios. Y
mucho antes de ellos ya la conocían, y muy bien, hace algo así
como 5.000 años, los sacerdotes egipcios para quienes la ciencia
era algo sagrado que no necesariamente debía estar al alcance de
cualquiera.
Lo que estos sacerdotes descubrieron es que el que sabe siempre
tiene una enorme ventaja sobre el que no sabe. Parece una verdad
de Perogrullo pero los sabios le sacan siempre varios cuerpos de
ventaja a los ignorantes. El saber cómo se hacen las cosas lo coloca
a uno en una posición de superioridad por sobre todos los que no
tienen idea ni de cómo empezar. El que sabe cómo funciona
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3. El dinero
Con lo que llegamos al dinero.
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4. El carisma
Evidentemente, para una gestión política exitosa hace falta "algo
más" que la comprensión del Poder del dinero y un maniobrar
muy inteligente dentro del marco de las posibilidades dadas.
A ese “algo más” los griegos lo llamaban kharisma. Entre ellos la
palabra significaba algo así como “regalo de los dioses”. Decían
que era el don de ciertas personas de “estar más cerca de los
dioses que los demás”.
A nuestra palabra “carisma” actual el diccionario de la Real
Academia la define como "Especial capacidad de algunas personas
para atraer o fascinar". En su segunda acepción significa "Don
gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la
comunidad". Y allí está su significado político; aunque
personalmente – y que Dios me perdone – me permito dudar de
que sea siempre un don en beneficio de la comunidad.
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)- Max Weber: “The Theory of Social and Economic Organization.” (La Teoría de la
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por una persona. Está votando por la fama que esa persona se ha
construido o por la imagen que le han construido sus asesores.
Porque, aunque una “imagen” no puede sustituir por completo al
auténtico carisma – al menos no en el largo plazo – no menos
cierto es que se puede construir o “armar” un sustituto bastante
aceptable aprendiendo y respetando las reglas del histrionismo de
las que hablábamos antes. En el mundo político actual abundan
los asesores que conocen las técnicas de la “ingeniería de imagen”
y que, dentro de ciertos límites obvios, pueden darle un barniz
fuertemente carismático a casi cualquier candidato.
Claro que, para ello, además del conocimiento técnico específico,
hace falta dinero. Ni los asesores de imagen ni los espacios
publicitarios o mediáticos son gratuitos. Es más: son
tremendamente caros. Con lo cual llegamos al cuarto factor de
Poder que es ese poderoso caballero llamado Don Dinero.
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Dinámica política
Las bipolaridades del conocimiento
Si pasamos revista a las ciencias y a las disciplinas creadas por los
seres humanos hay un hecho que llama la atención: prácticamente
en todas las disciplinas – vale decir: prácticamente en todos los
ámbitos específicos del saber humano – nos encontramos con
bipolaridades propias que de alguna manera definen los límites
extremos del dominio de esa rama del saber. Probablemente esto
puede ser en alguna medida consecuencia del principio lógico-
racional de no-contradicción que impregna la enorme mayor parte
del pensamiento de Occidente.
Por ejemplo y para citar solo algunos ejemplos, el ámbito propio
de la filosofía es el saber y los límites extremos de su dominio
están constituidos por lo verdadero y lo falso. La economía (la
real, no la financiera) tiene por ámbito la producción y el consumo
siendo que divide ese ámbito entre los extremos bipolares de lo
útil y lo inútil. Para la actividad financiera en particular, el ámbito
es el lucro y las categorías principales que se manejan son las de
rentabilidad y no-rentabilidad (o bien, simplemente, ganancias y
pérdidas). El ámbito de la biología es la vida, a la que estudia a lo
largo de un transcurso que se extiende entre el polo positivo que
es el del nacimiento y el negativo que es el de la muerte. El ámbito
de la cantidad pertenece básicamente a la aritmética con el cero y
el infinito como bipolaridades extremas. El ámbito de la moral es
la conducta humana y, en lo que a esta conducta respecta, la moral
se refiere en lo esencial al bien y al mal como polaridades
opuestas. El ámbito propio de la religión es la fe, con Dios y el
demonio como antagonistas bipolares.
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Consecuencias
Todo lo anterior nos lleva a una serie de importantes
consecuencias.
Un conflicto político conlleva necesariamente una
polarización del tipo amigo-enemigo y, por lo tanto, el riesgo
de llegar al conflicto extremo que es la guerra.
Viceversa: un conflicto que ha generado polarizaciones del
tipo amigo-enemigo es un conflicto que se ha vuelto político
y, por lo tanto, conlleva el riesgo de una guerra.
Por regla general, lo primero se relaciona mayormente con
conflictos externos y lo segundo con conflictos internos; pero en
todo caso, ya sea que se trate de una guerra externa o de una
guerra civil, lo concreto es que todo conflicto realmente político
genera el riesgo de una guerra. Con lo cual, la conclusión de
relevante importancia es que:
Si queremos evitar la guerra, lo primero que tenemos que
hacer es evitar que el conflicto subyacente se vuelva político.
Porque, si se vuelve político, presentará inevitablemente
enfrentamientos con una dinámica del tipo amigo-enemigo y con
ello el riesgo de una guerra existirá en forma cierta.
Y esto es así porque:
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La función de síntesis.
Juntemos 10 personas bien dispares y adjudiquémosles una tarea
cualquiera. Librémoslos a su propia suerte y no intervengamos
para nada en su labor. Dejemos que "se las arreglen solos". ¿Qué
chances tendremos de que consigan ponerse de acuerdo?
Repitamos ahora el método del ejemplo aumentando el número
de personas. Digamos que ponemos 100 a trabajar en las mismas
condiciones. ¿Existe alguna posibilidad real, concreta, razonable,
de que 100 personas diferentes, con profesiones diferentes, con
vocaciones diferentes, con aspiraciones distintas y con intereses
divergentes se pongan de acuerdo en forma espontánea?
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Dominar divergencias
Muy rara vez el consenso amplio y general surge en forma
espontánea. Más raro aún es que surja alrededor de problemas
muy complejos, que afectan a una gran variedad de intereses
diferentes y contrapuestos; problemas que no tienen una solución
única sino tan sólo alternativas de diferente grado de riesgo y que
— digámoslo con toda honestidad: la gran mayoría de la gente ni
siquiera entiende demasiado bien.
¿Cuántos entienden realmente cómo se calcula, cómo se evalúa,
cómo se compone y cómo se equilibra el presupuesto de un país?
Pero sucede que resulta muy frecuente que aparezcan
precisamente esta clase de problemas cuando se trata de organizar
la convivencia y la actividad de millones de personas. Los seres
humanos tenemos intereses diferentes, divergentes y hasta
contrapuestos. No es sólo cuestión de manejar los desacuerdos
acerca de cómo lograr las metas y objetivos. También hay que
saber armonizar actitudes y acciones de personas que ni siquiera
están — pero para nada — de acuerdo con esas metas y objetivos; y
ni hablemos de aquellos que directamente se opondrán con todas
sus fuerzas a que se logren.
En equipos pequeños y en el mundo privado podemos separar a
esas personas del equipo, despedirlas eventualmente, y buscar a
otros que se identifiquen más con lo que queremos lograr. Pero,
en política, no podemos echar del país a todos los que no están de
acuerdo. Algunos regímenes han tratado de resolver el problema
con Archipiélagos Gulag, campos de concentración o cárceles
especiales para los disidentes políticos; pero difícilmente alguien
podría defender la tesis de que ése es un buen método de
gobierno.
Además, el aislar a los disidentes podrá ser una medida
profiláctica, podrá ser una medida de seguridad, pero de ningún
modo genera consenso. En el mejor y hasta en el más justificado
de los casos sólo sirve para aislar y controlar el disenso. Pero la
ausencia de disenso todavía no es consenso; por la misma razón
por la que la calma de los cementerios todavía no es la paz.
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Mediar e intervenir
El Estado debe tener, pues, la capacidad de sintetizar las
divergencias que surgen natural e inevitablemente en el seno de la
sociedad. Pero ¿qué pasa si esa síntesis — sea por las razones que
fueren — se vuelve, de pronto, imposible? Porque debe admitirse
que, por más capacidad que tenga el Estado y las personas que
gobiernan para persuadir, convencer y lograr consensos, esta
capacidad no es ni ilimitada, ni infalible. Un gobierno debe tener
capacidad para construir consensos pero, además, necesita
también herramientas para manejar situaciones en las que no hay
ni puede lograrse el consenso.
Las divergencias no siempre se resuelven por mecanismos de
"autoregulación" como lo afirman los románticos de la libertad.
Las divergencias no siempre pueden llegar a un resultado de
"suma cero". Los mercados no siempre se autoregulan. Si los
consensos siempre terminasen constituyéndose en forma natural,
la Historia no conocería el fenómeno de las guerras civiles.
El Estado, en esto, se encuentra ante un dilema: no puede
deshacerse expeditivamente de alguno de los bandos disidentes y
tampoco puede permitir que la sociedad estalle a causa del
conflicto. La única forma de resolver este dilema es admitiendo
que el Estado debe tener la facultad de intervenir en todos
aquellos casos en que las divergencias amenacen con salirse de
cauce y desgarrar al conjunto social. El Estado debe tener la
facultad y la capacidad de intervenir.
Por supuesto que no para hacerlo siempre, ni a propósito de
cualquier excusa, ni por cualquier tontería, ni como método
habitual. Es muy cierto que hay muchas cosas que pueden
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Organizar
En muchas situaciones el Estado debe intervenir, no solamente
porque su intervención es el mal menor sino porque es el único
que debe y puede hacerlo; porque es la única instancia que, si
cumple con sus funciones, debe estar más allá y por encima de
cualquier divergencia sectorial y que, por lo tanto, puede
intervenir sin conflictos de interés en la organización de las
relaciones intersectoriales. Porque sintetizar las divergencias
implica, también, organizarlas para lograr su armonía.
Aquí lo que no hay que olvidar nunca es algo de capital
importancia: en una comunidad política sanamente constituida el
Estado no gobierna A la sociedad; gobierna EN NOMBRE
DE la sociedad.
Por consiguiente, el Estado no representa, ni debe representar, a
ninguno de los sectores divergentes en forma especial, sino a
todos en forma conjunta. La pregunta "¿de qué lado está el
Estado"? debería tener una y solo una respuesta: "del lado de
nadie". Preguntarse si el Estado debería estar del lado de los
trabajadores o del lado de los empresarios es plantear el problema
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Si no resulta ser así en la realidad, lo que hay que hacer es ver por
qué no es así y corregir las distorsiones. Con mandar al Estado de
paseo, achicarlo, privatizarlo y paralizarlo con mil trabas, el
problema no se solucionará nunca. Más todavía: lo probable es
que hasta se agrave porque si un sector ha conseguido dominar y
ocupar a un Estado grande y complejo, la lógica indica que le
resultará bastante más fácil ocupar y dominar a un Estado más
chico, más débil y más simple de manejar.
Un Estado bien constituido es la única institución sin conflictos de
interés que hemos inventado en más de 10.000 años de Historia.
No tiene conflictos de interés por la sencilla razón de que no le
interesa tenerlos: actúa en nombre del todo, no de una parte, y el
todo — por definición — es uno. Consecuentemente, porque actúa
en nombre del todo — y sólo cuando actúa en nombre del todo — ,
es la única institución que puede elaborar y establecer normas
válidas para todo el conjunto social.
La facultad del Estado de establecer "reglas de juego" mediante los
distintos mecanismos jurídicos de leyes, decretos, edictos,
resoluciones, etc. etc. se justifica en su necesaria imparcialidad.
Para que las decisiones que se reflejan en esa normativa sean
percibidas como justas y equitativas es preciso que no estén
dictadas por un favoritismo sesgado hacia algún sector en
especial.
La imparcialidad del Estado es una condición indispensable para
la aceptación de la norma legal y la aceptación es, a su vez, la
condición indispensable para su adecuado acatamiento.
Premiar y castigar:
Cuando el Estado no es imparcial, sus decisiones no resultan
aceptadas ni acatadas por todos aquellos sectores del organismo
político que se han visto injustamente perjudicados por el
favoritismo hacia sectores, clases o individuos y, en ese caso,
tenemos las miles de leyes y disposiciones que existen y que al
final todo el mundo discute pero que nadie cumple.
El incumplimiento manifiesto de la ley en la Argentina es un
fenómeno que hasta podría ser paradigmático. En un entorno así
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Controlar:
Si al Estado, en virtud de su función política, le hemos reconocido
la tarea de decidir, también debemos reconocerle — en la medida
en que decide y en los ámbitos en que decide — la facultad de
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Perfeccionar:
Si hay una palabra que ha sido reiterada hasta el cansancio en
estos últimos años, esa palabra es "cambio". De hecho, basta una
mirada al último medio siglo para ver como prácticamente todo ha
cambiado; en algunos casos en forma sustancial. Las empresas no
son las mismas de antes; la tecnología no es la misma; los medios
y métodos de comercialización son diferentes; los medios y formas
de comunicación son absolutamente distintos; las formas de
trabajar han variado; las manifestaciones culturales han variado;
hasta las posibilidades de recreación y esparcimiento han
cambiado.
Todo ha cambiado menos una cosa: nuestra forma de concebir,
entender y hacer política. En materia política seguimos dando
vueltas y más vueltas alrededor de ideas que datan de los Siglos
XVIII y XIX. Nuestra concepción política lleva un atraso de por lo
menos 200 años respecto de nuestra tecnología y nuestras
costumbres cotidianas. Pretendemos gobernar a las sociedades del
Siglo XXI con ideas y regímenes políticos basados en las
concepciones filosóficas anteriores a nuestros tatarabuelos. Si
tomamos un promedio de 25 años por generación y consideramos
que El Capital de Carlos Marx fue publicado en 1850, tendríamos
que de ese momento a nosotros han pasado prácticamente siete
generaciones. Y tanto la derecha liberal como la izquierda no
marxista están en una situación peor aún: entre 1789 y la
actualidad [18] tendríamos nueve generaciones. Este es otro hecho
que, en algún momento deberemos mirar de frente y con
honestidad: nuestros criterios políticos son obsoletos.
18 )- Julio 2020
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La idea que hoy tienen muchas personas del Estado es una idea
tan antigua que ya no se condice con las circunstancias del mundo
actual. Lo hemos perfeccionado todo, desde las comunicaciones
hasta el transporte, pero nos hemos negado a perfeccionar el
Estado porque somos cautivos de los paradigmas ideológicos de
siglos anteriores. Tenemos que entender esto: la
organización del Estado no depende de una mejor o peor
adecuación a ciertos principios; depende de una mejor o
peor adecuación a los problemas que debe solucionar y a
las funciones que debe cumplir. No es una cuestión
ideológica; es una cuestión práctica.
Estamos pregonando la "flexibilidad" en todas las áreas
imaginables pero practicamos una rigidez increíblemente
inflexible en todo lo referente a la organización política. Es un
error. Tenemos que darle al Estado las mismas oportunidades de
adecuar estructuras, métodos y procedimientos que las que le
otorgamos y hasta le exigimos a las demás organizaciones. El error
de algunos de los cambios superficiales intentados hasta ahora no
fue el intento de reformar o rediseñar al Estado. El error que se
cometió fue el de tratar de reformarlo con criterios que no son
políticamente sustentables. El Estado no es una empresa y no
puede ser tratado siempre y necesariamente con las técnicas del
management; debe tener sus propios medios y modos de
perfeccionarse. Es la única forma de evitar esa acumulación
progresiva de presiones sociales que siempre termina estallando
en alguna revolución violenta.
Las reformas del Estado que se han intentado son meras reformas
administrativas y, en la gran mayoría de los casos, hasta son malas
reformas administrativas. El Estado actual, por sus funciones y
sus tareas, necesita mucho más que un simple aggiornamento
cosmético de métodos y procedimientos administrativos. Necesita
cambios estructurales y de fondo.
La función de planificación
Tenemos, así, un panorama razonable del Estado en cuanto a sus
funciones de síntesis. Lo hemos revelado hasta ahora como el
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Tiempo:
Es sabido y admitido que la planificación de la actividad privada
rara vez abarca plazos superiores a los 5 o 10 años. Solamente en
el caso de grandes obras de infraestructura como, por ejemplo,
represas o túneles, se calcula con plazos mayores. Hay muchos
factores que han concurrido a crear esta situación: gran velocidad
y multiplicidad de cambios; ciclos económicos; obsolescencia
tecnológica; promoción comercial con modas rápidamente
cambiantes; universalización de la información. Las razones son
muchas y variadas. Lo importante, sin embargo, no es tanto
comprender por qué y cómo se ha producido el fenómeno sino
entender lo que significa. Porque las consecuencias son que el
mediano y, sobre todo, el largo plazo han quedado prácticamente
huérfanos de grandes proyectos.
En estas condiciones sólo el Estado puede suplir la falta de
planificación, puesto que no se le puede pedir a la actividad
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Envergadura:
En alguna oportunidad, tanto como para ilustrar la cuestión con
una exageración manifiesta, se ha dicho que el Estado Argentino
es la única sociedad anónima con 45 millones de accionistas que
tiene el país. La afirmación, es por supuesto, una metáfora sin
pretensiones de ser tomada al pié de la letra. Pero sugiere, de
algún modo, la importancia y la envergadura del Estado, aun
frente a las grandes corporaciones transnacionales.
Porque es muy cierto que hay grandes empresas cuyo envergadura
financiera sobrepasa las posibilidades económicas de varios
países. Pero ninguna empresa, en el mundo entero, es tan
abarcativa, ni tiene tantos integrantes, ni tantas ni tan diferentes
responsabilidades como las que tienen los Estados.
En un país, las personas no entran a las 9 de la mañana ni fichan y
se van a las 6 de la tarde. En un país hay bastantes más cosas de
las que ocuparse que tan sólo de la jubilación, las vacaciones pagas
y alguna obra social más ciertos beneficios adicionales. Que el
empleado vuelva a su casa por una autopista o por una callejuela
mal iluminada y llena de baches, no es un problema de la
empresa. Si un empleado puede — o no — practicar libremente su
religión o manifestarse intelectual, artística y culturalmente, no es
problema de la empresa. Si la vivienda del empleado desaparece
en un terremoto o se derrumba bajo las aguas de una inundación,
eso no es problema de la empresa. Si el empleado es asaltado
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Actitud:
En la consideración del futuro y en el diseño de planes
estratégicos hay un factor que es esencial para determinar el estilo
y el grado de riesgo inherente al proyecto: la actitud frente al
futuro. Buena parte de esta actitud viene determinada
precisamente por la magnitud del riesgo previsible. Si un proyecto
lleva implícito, por ejemplo, un peligro de muerte — como sería el
correr carreras de Fórmula 1 — es obvio que la actitud será más
prudente y cauta que si el proyecto consistiese en participar de un
torneo de tenis de mesa. En este sentido, los proyectos del sector
privado se parecen más a los torneos de tenis de mesa y los del
Estado más a las carreras de Fórmula 1.
Lo peor que le puede pasar a una empresa es ir a la quiebra. Lo
peor que le puede pasar a un Estado es ir a la guerra — y perderla.
Hay una enorme diferencia entre los grados de riesgo asumidos.
Además, una empresa privada puede hacer proyectos sobre la base
de un futuro negativo. Puede, por ejemplo, lanzar un producto al
mercado sabiendo de antemano que el negocio durará solamente
un par de años después de los cuales deberá abandonar la
actividad para no tener pérdidas. Un país no puede hacer eso. Un
país no puede aceptar la previsión de su propia desaparición.
Una empresa pueda bajar la persiana y decir: "se acabó". Un país o
un Jefe de Estado no pueden hacer ni siquiera algo parecido a eso.
El Estado es el único organismo en la sociedad para el cual la
quiebra o el despido del personal sencillamente no es una opción.
No puede especular con "bajar la persiana" de un país ni con
"echar a la calle" – es decir: del país – a los ciudadanos que no
puede o no quiere tener. Es el único organismo obligado a tener
una actitud forzosamente positiva hacia el futuro. En otras
palabras: el Estado está obligado a prever un futuro
necesariamente positivo. Su función de previsión no puede
jamás ser negativa. Debe estar al servicio del Bien Común, esto es:
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Interés
En cuanto a la actividad privada sería bueno que todos
entendamos al menos dos cosas. Primero: las empresas no son el
enemigo. Los bienes y servicios que producen son necesarios, ya
sea para cubrir nuestras necesidades, ya sea para darnos mayores
posibilidades de acción y de opción. Segundo: las empresas no son
instituciones de beneficencia cuyo objetivo es lograr la felicidad de
las personas o el bienestar general de los pueblos. El objetivo de
toda empresa es el lucro. Una empresa está para ganar dinero.
Esto es legítimo; es válido y hasta inevitable que sea así. Todavía
no ha nacido la persona dispuesta a fundar una empresa para
perder plata, ni a trabajar en una empresa para perder plata.
Pero si todos podemos (o, al menos, podríamos) ponernos de
acuerdo en estas cosas — aunque más no sea a grandes rasgos —
no menos necesario es que comprendamos también por lo menos
tres cosas más.
Primero: si solamente hacemos lo que se puede vender y si
solamente hacemos aquello que nos permite ganar dinero,
corremos el riesgo de dejar de hacer muchas cosas que no son
lucrativas y que necesitamos igual.
Segundo: si elevamos el afán de lucro a la categoría de principio
rector de la organización social; si dejamos que toda la sociedad se
organice alrededor del afán de lucro, inevitablemente perderemos
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La función de conducción
Pensemos en un equipo. En un equipo cualquiera; incluso a
alguno de pocas personas dedicado a resolver alguna cuestión no
demasiado compleja. La pregunta es: ¿puede un equipo funcionar
sin al menos un líder?
No hace falta haber hecho ningún curso intensivo de psicología
social para saber que no. El liderazgo en los equipos es
imprescindible. Es muy cierto que existen varias teorías acerca del
liderazgo y que hay diferentes estilos de liderazgo, y que estos
estilos pueden dar — y de hecho dan — resultados muy distintos.
En términos generales es demostrable que líderes de personalidad
fuertemente egocéntrica, con un estilo de conducción despótico y
caprichoso, logran resultados sensiblemente inferiores al que
consiguen los líderes de personalidad más persuasiva que
practican un estilo de conducción más equilibrado y participativo.
Pero la discusión está en el estilo de conducción; no en la
necesidad del liderazgo — ese anglicismo que hemos heredado de
la cultura anglosajona y que los norteamericanos conocen tan bien
bajo el concepto de "leadership". Todo el mundo sabe y puede
constatar por experiencia directa que un equipo sin liderazgo, sin
conducción, no funciona. Más aun: sin una buena conducción;
sin un buen liderazgo, tampoco funciona.
Sigamos un poco con el ejercicio. Agrandemos el grupo de
personas. Pensemos en una empresa multinacional; en compañías
con sucursales en casi todos los países. ¿Pueden estas
instituciones, mucho más grandes, funcionar sin conducción? De
nuevo, no hay que ser un licenciado en ciencias de la
administración para saber que no. ¿Alguien ha visto alguna vez a
una empresa sin un gerente general, un CEO, o un Presidente que
cumpla la misma función? ¿Alguien conoce a algún club grande
que no tenga un presidente? ¿Ha existido alguna vez alguna
Universidad importante que no haya tenido un rector? Hasta las
sociedades anónimas comienzan sus actividades dándose un
presidente y un cuerpo directivo. No hay ninguna actividad que
podamos imaginar, de cierta envergadura y que implique la
participación de una cantidad relevante de personas, que sea
desarrollada sin conducción.
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Coordinar
En grandes conjuntos humanos, las personas no sólo no se
conocen necesariamente entre sí sino que, a veces, ni siquiera
tienen conocimiento de la existencia del otro. Aun en grupos
pequeños, el miembro individual del equipo muchas veces no
tiene una idea acabada de qué es lo que — exactamente — está
haciendo el otro.
A veces esto se debe a un problema de comunicación, pero, a veces
también, a un problema de funciones. Es muy frecuente que la
urgencia de la tarea no deje tiempo para largas explicaciones
acerca de cómo marcha la actividad de cada uno. Pero también es
por lo menos tan frecuente que las explicaciones, aun de darse, no
servirían para gran cosa porque las funciones de cada uno están
orientadas a especialidades completamente distintas. Si estoy en
control de vuelo y los de telemetría me dicen que el avión se está
desviando, no puedo hacerle perder el tiempo a todo el mundo
pidiendo que me expliquen exactamente cómo hicieron para
calcular el desvío. Muy probablemente, ni siquiera entendería las
explicaciones en absoluto porque no estoy familiarizado con sus
métodos y procedimientos. Lo que razonablemente tengo que
hacer es ponerme a trabajar en arreglar, primero el rumbo y,
segundo, la causa que pudo haber causado el desvío. Eso se llama
trabajar en equipo.
Pero alguien, por encima de mi función y por encima también de
los de telemetría, tiene que estar allí para garantizar que los datos
me lleguen en tiempo y forma, que sean de la mayor calidad
posible, y que yo cuente con los elementos necesarios para
corregir cualquier desvío que se pueda presentar. Eso se llama
coordinación. En cuerpos sociales mucho más amplios e
intrincados, con multiplicidad de actividades y líneas de
comunicación mucho más difíciles de establecer, la coordinación
se vuelve una tarea primordial que sólo una buena conducción
puede garantizar.
Sincronizar
En la enorme mayoría de las actividades no es intranscendente
cuando suceden las cosas. No sólo es necesario tener bien en claro
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Dirigir
Que en política no sea posible planificarlo todo no significa, por
supuesto, que no se puede planificar nada. Así como un militar no
puede planificar de antemano los pequeños acontecimientos de
una batalla, del mismo modo un político no podrá instrumentar
un plan realista con los detalles más minuciosos de su gestión.
Pero, así como un militar no se lanzará a una guerra sin un buen
plan estratégico, tampoco el político debería lanzarse a una
gestión de gobierno sin tener una visión clara de su estrategia, su
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Mantener la fe
Por desgracia, los objetivos políticos poseen la infausta
característica de ser bastante elusivos. Los fines que surgen de una
estrategia política no son metas alcanzables en veinticuatro horas.
Tampoco son, por regla, alcanzables sin contratiempos; sin
resistencias; sin marchas y contramarchas. La lucha por una
organización social que nos permita una vida más plena y más
llena de oportunidades concretas de desarrollo está, como la
historia lo demuestra, llena de sinsabores, reveses, tropiezos y
hasta derrotas.
Cuando uno se impone objetivos importantes es prácticamente
imposible avanzar sin caer un buen montón de veces; sin terminar
en algún momento en un aparente callejón sin salida; sin ir a
parar alguna vez al borde de la desesperación. La vida, vivida con
verdadera intensidad, no es un paseo. Ni para las personas, ni
para las sociedades. La tarea de la conducción en estos casos es
mantener, sostener, respaldar, apoyar y fortalecer la voluntad de
resistir y persistir.
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Entusiasmar
Así y todo, por desgracia, muchas veces con la fe sola no alcanza.
Para conquistar objetivos realmente grandes hace falta algo más
que solamente una fe en que se pueden y se deben conseguir.
La fe puede galvanizar la determinación pero no moviliza la
acción. Por lo menos, no necesariamente. Para que las personas
den lo mejor de sí; para que realmente estén dispuestas a
quedarse hasta las tres de la madrugada exprimiéndose el cerebro
en la búsqueda de la solución a un problema; para que estén
preparadas a renunciar a ciertas ventajas en aras de una meta
superior; para que — en un caso extremo — estén dispuestas a dar
hasta la vida para obtener un determinado logro; para todo eso
hace falta más que fe: hace falta entusiasmo. Y el entusiasmo,
ciertamente, tiene sus raíces profundas en el terreno de la fe, pero
se despliega en muchos otros terrenos.
La mayor parte de ese entusiasmo no surge solo: debe ser
inspirado, estimulado y contagiado por los líderes. La conducción
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Decidir
Una de las tareas más difíciles y pesadas de todo líder es la de
decidir alternativas para un curso de acción. No existe líder que no
tenga que tomar decisiones.
En honor a la verdad, muchos dirán que precisamente "para eso
está". Para eso es líder en primer lugar. ¿Quién si no el líder, el
conductor, puede decidir lo que habrá de hacerse si, de pronto, los
restantes miembros del equipo no saben qué hacer; o no se
animan a tomar una decisión; o bien — como sucede muchas veces
— directamente no quieren tomar ellos la decisión?
Dentro de su función de conducción, una de las tareas más
importantes del Estado es exactamente esa: tomar decisiones en
nombre de la sociedad. Por regla general, estas decisiones son
muy difíciles y complejas. Un error puede significar la desgracia
de millones de personas. Además, las decisiones de un Estado
realmente soberano son inapelables. Cuando el Estado soberano
ha decidido no hay instancias superiores a las cuales recurrir. Las
decisiones del Estado, son la última palabra en una sociedad.
Precisamente por eso el Estado es soberano ya que el concepto de
soberanía implica justamente eso: tener el Poder de tomar la
última decisión más allá de la cual no hay otra decisión posible. Y
por eso, todo Estado que no tenga el Poder de tomar la última
decisión en materia política, no es soberano. La tarea de decidir —
inherente a la función de conducción — está tan íntimamente
relacionada con la soberanía que basta con analizar el proceso de
toma de decisiones en cualquier organización política para poder
establecer si esa organización es soberana, o no lo es.
Juzgar
Se ha repetido hasta el cansancio aquello de que "el derecho de
una persona termina dónde empieza el derecho de la otra". Lo
cual suena muy bien pero no nos dice gran cosa acerca de qué
hacer cuando ninguna de las dos personas está de acuerdo en
dónde empiezan y terminan los respectivos derechos. ¿Y qué
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Rediseñar el Estado
Vemos, pues, que la organización del Estado no depende de una
mejor o peor adecuación a ciertos principios teóricos o ideológicos
sino de una mejor o peor adecuación a los problemas que debe
solucionar. La intencionalidad de la conducción política podrá ser
normativa puesto que tampoco podemos negarle a la política —
como ciencia y como arte — una intención preceptiva. Pero la
organización del Estado debería ser funcional; es decir: adaptada
lo mejor posible a las funciones que debe cumplir y que acabamos
de analizar. De no ser esto así, lo que obtendremos es un Estado
dispuesto y organizado para probar el acierto de una tesis
filosófica o doctrinaria y no un Estado dispuesto y organizado para
solucionar los problemas de la gente.
Este es precisamente el gran problema de la enorme mayoría de
las "reformas del Estado" que se han intentado y es, también y en
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El gobierno
Si nos preguntamos por qué el Estado ha conseguido resistir
durante tantos siglos los cambios tecnológicos, los avatares de la
historia, el ocaso de civilizaciones enteras y hasta la crítica de los
ideólogos que apuntaban a su eliminación, la respuesta es: por sus
funciones; no por su organización.
Las funciones del Estado no han cambiado desde la teocracia
egipcia hasta las repúblicas actuales; lo que sí ha cambiado es su
organización, que se ha tenido que ir adaptando a las
circunstancias. El Estado no es un aparato impuesto por sobre la
sociedad, ya sea en virtud de un contrato, ya sea en virtud de un
interés de clase. No es una "superestructura" acordada por
consenso, ratificada por un "contrato" o impuesta necesariamente
por un interés sectorial. Es una estructura útil y funcional,
orgánicamente inherente a la sociedad, que adquiere su
sentido y su justificación histórica directamente por las funciones
que desempeña.
El Estado no necesita una teoría; necesita solamente un buen
diseño práctico. No necesitamos justificarlo; mientras haya
sociedades humanas, habrá Estados — aunque más no sea un
Gran Estado Global como lo quieren los universalistas. Lo que
necesitamos es organizarlo para que sirva — y sirva lo mejor
posible — a la mayor cantidad de gente posible y no solamente a
un pequeño sector, por más importante que éste sea.
Eso por un lado. Por el otro lado, las tareas en las cuales se
traducen prácticamente las funciones del Estado siempre y
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La administración
Algo que muchas veces se pierde de vista es que el gobierno, en
realidad, no es el Estado; o más precisamente: no es todo el
Estado. Del mismo modo, la administración — ni aun
entendiéndola en la acepción norteamericana del término — es el
Estado o, de nuevo: todo el Estado. De hecho, gobierno y
administración son categorías organizacionales diferentes aun
cuando, en el fondo, resultan tan complementarias que la una no
podría existir ni operar sin la otra.
Un gobierno sin administración podría quizás tomar algunas
decisiones pero no podría fundamentarlas, ejecutarlas ni
supervisarlas; y viceversa: una administración sin gobierno podría
mantenerse durante cierto tiempo en la inercia del mecanismo
burocrático pero terminaría tarde o temprano en un callejón sin
salida ante la imposibilidad de tomar auténticas decisiones
políticas.
La frontera entre ambas estructuras es clara. Sin embargo, es
cierto que no resulta tan tajante en la práctica como parece por el
análisis. En realidad, hay – y debe haber – tanto una
intercomunicación constante como una interacción constante
entre gobierno y administración. En principio, la administración
le "sube" al gobierno la información necesaria para tomar
decisiones y luego "baja" esas decisiones encargándose de su
ejecución. Pero sucede que en la vida real, las relaciones entre los
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La dirigencia política
Uno de los factores más críticos para toda organización es el de la
búsqueda y la selección del personal. Ninguna empresa, ninguna
organización, ninguna institución puede desempeñarse bien si sus
funcionarios son ineptos, incapaces o corruptos. Esto es algo tan
elemental que no requiere de mayor análisis ni de mayores
demostraciones.
El problema es que no hay métodos sencillos y expeditivos para
seleccionar a las personas que han de encargarse de las tareas
políticas del Estado. Distintos regímenes y distintos sistemas de
gobierno, desde el mandarinato chino, pasando por la aristocracia
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los proyectos a largo plazo que, como hemos visto, son esenciales
para el Estado. Es realmente contrario a la razón más elemental
que, el día en que (¡por fin!) tengamos en el Estado personas con
verdadera capacidad y vocación para gobernar, no podamos
confiarles tareas ejecutivas más que una determinada cantidad de
veces cada determinada cantidad de años porque una
Constitución, redactada por quienes muy probablemente querían
asegurarse su turno en las canonjías del Poder, establece que esas
personas se tienen que ir a su casa.
En esto con frecuencia se ha citado aquello de que el Poder
corrompe y el Poder absoluto corrompe absolutamente. La frase
es, por cierto, ingeniosa y, por desgracia, es posible encontrar
varios hechos reales que concurren a sustentarla. Pero no
deberíamos olvidar tampoco un par de cosas. En primer lugar,
sólo se puede corromper al que está dispuesto a ser corrupto y, en
segundo lugar, en una república — a menos que se trate de una
tiranía — nunca el Poder es absoluto.
Así como están dadas las cosas en nuestras democracias actuales,
difícilmente en política se pueda tener más Poder del que tienen
las grandes corporaciones transnacionales. Y, sin embargo, aun así
— aun a pesar de que a veces la democracia se parece más a la
dictadura de los plutócratas que a una verdadera república — aun
así ni siquiera el dinero ha conseguido establecer un Poder que
pueda ser considerado absoluto en el estricto sentido del término.
Difícilmente haya un Poder con mayor capacidad de corrupción
que el dinero. No por ello dejaron de existir las personas decentes.
El grado de corrupción o de honradez es una cuestión moral que,
como toda cuestión moral, en última instancia constituye un
atributo personal. Y que el Poder sea — o no — absoluto, es más
una cuestión de buena organización; es más una cuestión de
buenas normas, métodos y procedimientos; es más una cuestión
de praxis que una cuestión de filosofía política.
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20)- Nótese que se habla aquí de reglas y no de leyes. La diferencia es que las reglas
admiten excepciones mientras que las leyes no las admiten a menos que estén claramente
especificadas.
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Por eso es que el órgano rector de una unidad política tiene una
responsabilidad mucho mayor, imposible de equiparar con la que
le cabe a la conducción de los organismos no-políticos. Una
decisión tomada por un Jefe de Estado, afecta a toda una Nación y
puede llegar a afectar a todas y a cada una de las personas que
constituyen su Pueblo. Las consecuencias de las decisiones
políticas son, en una muy alta proporción de los casos, integrales;
es decir: afectan a toda la vida del organismo político.
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Los hechos reales indican, por otra parte, que las medidas
artificiales tomadas para segmentar, coartar o dispersar el Poder,
no resultan eficaces en el largo plazo. Ya sea por vías formales o
informales, el Poder político siempre tenderá a concentrarse, al
menos hasta lograr la integralidad que le es necesaria para su
función.
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V. Regla de la constancia
Esta regla se refiere al "quantum" o "cantidad" de Poder existente
en un sistema político y se divide en dos aspectos; uno interno y el
otro externo.
Si bien consideramos aquí una "cantidad" de Poder, es obvio que
no disponemos de una unidad de medida para establecerla
objetivamente. Por lo tanto, es cierto que no podemos establecer
esa cantidad en forma absoluta. Pero no menos cierto es que nos
resulta posible apreciarla en forma relativa, relacionándola con la
disponibilidad total del Poder que existe en un sistema.
La regla es aplicable a dos ámbitos: al ámbito de la distribución de
Poder en el sistema internacional dónde actúan varios Estados y al
ámbito interno de un Estado. De un modo general, pues, la regla
establece que:
En una época dada, la cantidad de Poder
disponible dentro de un sistema político es
constante; por lo que, si una persona, una
institución o un organismo político ve
disminuido su Poder, otra persona, otra
institución u otro organismo político
habrá aumentado el suyo en la misma
medida.
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El Bien Común
El siguiente concepto que necesita ser aclarado es el del "Bien
Común" ya que últimamente quienes hablan del bien común se
refieren a las cosas más diversas: desde el mantenimiento del
pavimento en las calles hasta una atención médica adecuada.
Es cierto que la noción del bien común es algo difícil de definir,
entre otras razones precisamente porque ha sido concebido de
muchas maneras diferentes. No obstante, la mejor aproximación
es aquella que define el concepto político [22] del "Bien Común"
como todo lo que contribuye al desarrollo de las
potencialidades positivas de una comunidad
políticamente organizada.
Todos tenemos potencialidades, talentos, capacidades diferentes.
Algunos poseen capacidad para el arte, otros para las ciencias
exactas, otros para un deporte, algunas personas tienen
capacidades para varias cosas a la vez, algunas más otras menos.
El hecho es que, si no desarrollamos esas capacidades
potenciales, el resultado final es como si no las tuviéramos. Con
las potencialidades de una Nación pasa exactamente lo mismo: si
22)- Desde otras ópticas no-políticas el "Bien Común" puede definirse de acuerdo con otros
parámetros. El concepto, por supuesto, no es exclusivo de la política.
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23 )- En algunos países el Estado financia, teóricamente, los gastos de campaña. Haciendo las
cuentas bien hechas, se hace evidente que ese dinero no alcanza ni para cubrir el 10% del
costo de una campaña modesta de modo que, aun en estos casos, sistemáticamente se
recurre, o bien al dinero de la corrupción, o bien al de la plutocracia, o bien a ambas fuentes a
la vez.
24 )- Como por ejemplo, en la Argentina, con los famosos "Decretos de Necesidad y Urgencia"
justificados supuestamente por necesidades que nunca se satisfacen y urgencias que nunca
terminan.
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26 )- Un proyecto a 50 años (medio siglo) puede parecer mucho tiempo a primera vista. Pero
si consideramos que tenemos, aproximadamente, una generación cada 25 años, el medio
siglo se reduce a dos generaciones. Eso en materia de proyección política es, casi podría
decirse, lo mínimo que debería cubrir una planificación estratégica.
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Monarquías y Repúblicas
En cuanto a la forma de gobierno que puede adoptar una
revolución en el Siglo XXI las posibilidades no son muchas. Está
históricamente demostrado que la política admite varios
regímenes pero el hecho es que, en todos los miles de años que
llevamos sobre la tierra, hemos inventado solamente dos
sistemas para gobernar a los hombres: la monarquía y la
república.
Es obvio que hoy, en la enorme mayoría de los países, las
posibilidades de una monarquía están excluidas; a no ser que se
consideren monarquías a las majestades decorativas de las
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Las aristocracias
No es una opción prácticamente viable porque hoy en día no
contamos con algo que es imprescindible para una monarquía: la
aristocracia. Sin aristocracia auténtica se puede tener una
tiranía, un despotismo, una autocracia, cierta clase de dictadura;
en suma: alguna forma de absolutismo más o menos personalista
con estructuras más o menos monárquicas, pero no una
monarquía. Y nota bene: hablamos aquí de una verdadera
aristocracia. Sin ella ninguna monarquía propiamente dicha es
posible.
Porque una verdadera aristocracia no es, esencialmente, una casta
o clase social con privilegios por la sencilla razón de que una
auténtica aristocracia no es una cuestión de privilegios. Es una
cuestión de calidad y funcionalidad que, dado el caso, puede
llegar a justificar ciertos privilegios si la función desempeñada los
requiere. No debe ser confundida con el cuadro que presentan
algunas de las últimas aristocracias cortesanas y otras castas
decadentes europeas que, más que aristocracias, fueron
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Corrupción
Estrechamente relacionada con la dependencia del dinero aparece
la cuestión de la corrupción. Todo el mundo se queja de la
corrupción, pero pocos han analizado a fondo el por qué hay, en
absoluto, tanta corrupción en la política actual
En parte es por las debilidades humanas mismas; que es la causa
más comúnmente señalada. El Estado maneja siempre enormes
sumas de dinero y los intereses que toca la política también
involucran muchísimo dinero. En esas condiciones, la tentación es
siempre enorme. Y seamos realistas también: las sumas que
desvían algunos funcionarios para enriquecerse personalmente
son ridículas comparadas con el presupuesto nacional, con el
volumen de plata que maneja el Estado. Muchas veces el problema
de esos desvíos es que resultan difíciles de detectar.
Pero eso no es lo esencial. Esas debilidades humanas existen
desde la época de los sumerios y, sin embargo, han existido
regímenes políticos bastante menos corruptos que otros. Un Poder
ocupado por personas corruptas será siempre corrupto pero el
más corrupto de los poderes es aquél en el cual el acceso al Poder
depende de la corrupción y su ejercicio se basa en la corrupción.
Napoleón tuvo bastante razón en aquello de que todo hombre
tiene su precio. Siendo estrictos, quizás es un poco exagerado
decir que todo hombre lo tiene. En todo caso y si lo consideramos
así, la solución podría pasar por poner ese precio tan alto que a
nadie le convenga pagarlo. Pero si lo que tiene precio es el Poder
mismo, siempre habrá alguien que reunirá lo suficiente como para
comprarlo porque le bastará ofertar más de lo que ofrecen sus
competidores en la subasta.
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29)- Si se desean legislativos bicamerales, los senadores podrían surgir con el mismo
procedimiento. Sin embargo, desde el punto de vista práctico, la recomendación sería
atenerse a un Legislativo unicameral, tanto para lograr una mayor celeridad en las decisiones
legislativas como por una cuestión de mayor economía en la estructura institucional.
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Refinamientos
De cualquier manera, la propuesta es viable y, por añadidura,
existe la posibilidad de refinar el esquema de muchas maneras.
Los refinamientos son casi innumerables. Y serán necesarios
porque lo señalado hasta aquí es algo muy básico y hasta se podría
decir que rudimentario.
Pero imagínese, por ejemplo, que se establece una norma según la
cual nadie puede ser gobernador si no cumplió un mandato
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Profesionalización
Por ejemplo, se podría profesionalizar toda la carrera política. Por
de pronto hay que instaurar urgentemente la carrera de
Administración Pública para evitar las designaciones de amigos y
"gente de confianza" en diversos cargos públicos administrativos.
Estas personas, nombradas por los funcionarios políticos de
turno, tienden a quedar en la administración y formar distintos
"estratos" dentro del aparato administrativo del Estado. Los
puestos de los funcionarios públicos administrativos no deben
quedar a disposición de "los amigos de...". Deben ser cubiertos por
personal profesional debidamente capacitado que constituya un
Servicio Civil estable, con una estabilidad en buena medida
independiente de quién ocupe el puesto de decisión política.
En cuanto a estos últimos puestos, objetivamente tampoco es
justo ni razonable que cualquier improvisado tenga la misma
chance de llegar al Poder que los capaces y los experimentados.
Por supuesto que exigir determinada aptitud profesional de los
políticos generará un enorme rechazo de parte de casi todos los
actuales pero el argumento de que nadie llamaría a un mecánico
para hacerse un bypass o un cirujano para arreglar su auto sigue
siendo válido y muy poco discutible. Además, y por suerte, existen
dos criterios válidos y bastante seguros para calificar los
candidatos a algún puesto político con poder de decisión. Estos
criterios son: el desempeño profesional y/o la formación
académica. No es ninguna arbitrariedad suponer que una persona
que estuvo veinte años al frente de una empresa industrial – tenga
o no el título de ingeniero – entienda bastante bien cómo funciona
la industria del país. Como que tampoco es arbitrario suponer que
una persona con título de abogado entienda al menos como se
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Ministros
El criterio del mérito y la idoneidad profesional se hace
especialmente importante en el caso de los miembros del
Ejecutivo con capacidad decisoria que no son cargos electorales
como, por ejemplo, los ministros y los secretarios de Estado.
El primer criterio de designación es, sin duda, la idoneidad
profesional. Poner un abogado al frente del Ministerio de Salud
Pública o un médico al frente del Ministerio de Defensa es una
tontería. Esos puestos requieren personas que conozcan el oficio y
el ámbito en el cual tendrán que tomar decisiones. Incluso se
puede establecer una norma legal que así lo exija con lo que se
evitarán los eternos "paracaidistas". Nadie debería acceder a una
función si no cuenta con títulos habilitantes satisfactorios para
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Juicio de Residencia
La responsabilidad personal e indelegable de los funcionarios por
las decisiones tomadas debe ser concretamente exigible, como
mínimo cuando se produce un relevo, ya sea por resultado
electoral o bien por renuncia del funcionario saliente.
Esto puede lograrse de muchas maneras. Como referencia puede
servir lo que los españoles de la época de la Conquista tenían
bastante bien organizado en el Derecho castellano e indiano que
preveía el famoso Juicio de Residencia. Cuando un funcionario
público terminaba su mandato se revisaban sus actuaciones y se
podían presentar cargos en su contra. El sujeto no podía
abandonar el lugar en el que había ejercido el cargo ni tampoco
asumir otro hasta no finalizar el proceso.
Por regla general, en aquella época al proceso lo dirigía la persona
nombrada para sucederle en el cargo. Pero eso hoy se puede
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Libertad de Opinión
Volviendo ahora un poco a la cuestión de las opiniones, hay un
aspecto importante que debe ser tenido en cuenta: la opinión del
ciudadano común; la opinión del "hombre de la calle" que no se
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La Defensa Nacional
La definición ya mencionada de Carl Schmitt en cuanto a que la
política divide al mundo en amigos y enemigos ha generado un
sinnúmero de confusiones.
Lo que sucede es que, si se lee a Schmitt con la debida atención,
no es tan difícil de ver que lo que él plantea es justamente el deber
del político de evitar los enfrentamientos que la política tiende a
generar por la misma naturaleza del Poder. A esta
malinterpretación se suma aquella otra que nace de la repetición
no razonada de la famosa frase de Clausewitz sobre que la guerra
sería "la continuación" de la política por otros medios, lo cual no
es tan así porque el verdadero sentido de la frase tantas veces
repetida es que la guerra es política, solo que ejecutada por
medios no habituales. La diferencia quizás sea algo sutil; pero
no por eso deja de ser diferencia. Para colmo, a todo esto se agrega
la archirrepetida cita de Maquiavelo sobre el fin que justifica los
medios – una frase que el florentino nunca escribió [31] – y
30 )- https://www.lanacion.com.ar/…/sepillo-criticas-redes-otro-e…
https://urgente24.com/…/rayar-queso-y-hervivoro-maestras-de…
https://la100.cienradios.com/un-nuevo-error-en-el-programa…/
https://www.infobae.com/…/una-docente-se-equivoco-con-dos-…/
31 )- La cita exacta de Maquiavelo es: "Si (el Príncipe) logra con acierto su fin se tendrán por
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Bibliografía de referencia
Santo Tomás de Aquino
Escritos Políticos
Josef Pieper
La Imagen Cristiana del Hombre
Carl Schmitt
El concepto de lo Político
Teoría del Guerrillero
Max Weber
La Política como Profesión
Denes Martos
Las Nueve Nobles Virtudes
Fundamentos de Política
El Planeamiento Político
El Desafío del Siglo XX
Gustave LeBon
Psicología de las Masas
Psicología de las Revoluciones
Donoso Cortés
Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo
Vladimir Volkoff
Por qué soy medianamente democrático
Darrell Huff
Como Mentir con Estadísticas
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