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*** w11 15/2 págs. 28-32 ¿Odiamos la maldad?

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“Odiaste el desafuero.” (HEB. 1:9)

EN CIERTA ocasión, Jesús indicó a sus discípulos cuál debía


ser la cualidad más importante para ellos: “Les doy un nuevo
mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he
amado, que ustedes también se amen los unos a los otros.
En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si
tienen amor entre sí” (Juan 13:34, 35). Con estas palabras les
estaba mandando que se demostraran mutuamente amor
abnegado, un amor que los identificaría como sus verdaderos
seguidores. Y en otra ocasión también los exhortó: “Continúen
amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen” (Mat.
5:44).
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Pero Jesús no solo enseñó a sus discípulos lo que debían
amar, sino también lo que tenían que odiar. Una profecía dijo lo
siguiente sobre Cristo: “Amaste la justicia, y odiaste el desafuero”,
o, lo que es lo mismo, “la iniquidad” o maldad (Heb. 1:9; Sal.
45:7). Su ejemplo nos muestra que, además de cultivar amor por
la justicia, tenemos que cobrarle odio al pecado, a todo lo que
está en contra de la ley de Jehová. Cabe señalar que el apóstol
Juan dijo claramente: “Todo el que peca viola la ley de Dios,
porque todo pecado va en contra de la ley de Dios” (1 Juan 3:4,
Nueva Traducción Viviente).
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Cada cristiano hace bien en preguntarse: “¿Odio las cosas
que prohíbe la ley de Dios?”. Veamos a continuación cómo
debemos manifestar odio por la maldad en estos cuatro campos:
1) el abuso del alcohol, 2) el ocultismo, 3) la inmoralidad y 4) el
trato con quienes aman el pecado.
Seamos prudentes con el alcohol
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En diversas ocasiones, Jesús tomó vino, sabiendo que es un
regalo de Dios (Sal. 104:14, 15). Sin embargo, nunca cayó en
excesos con la bebida (Pro. 23:29-33). Por eso pudo recomendar
sin ninguna hipocresía que se evitaran tales abusos (léase Lucas
21:34). El consumo inmoderado de alcohol puede conducir a
otros graves pecados. De ahí que Pablo escribiera: “No anden
emborrachándose con vino, en lo cual hay disolución [o conducta
desenfrenada], sino sigan llenándose de espíritu” (Efe. 5:18).
Además, exhortó a las hermanas de edad avanzada a que
no estuvieran “esclavizadas a mucho vino” (Tito 2:3).
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Si nuestra conciencia nos permite consumir alcohol,
deberíamos preguntarnos: “¿Tengo la misma actitud que Jesús
frente a los excesos con la bebida? Si me viera en la necesidad
de aconsejar a un hermano sobre este asunto, ¿podría hacerlo
con franqueza? ¿Bebo para olvidar los problemas y relajarme?
¿Cuánto alcohol consumo semanalmente? ¿Cómo reacciono
cuando alguien da a entender que me estoy excediendo? ¿Me
pongo a la defensiva o incluso me enojo?”. Si dejamos que el vino
nos esclavice, se verán afectadas las facultades que nos permiten
razonar con claridad y tomar decisiones sabias. Y eso es algo
que, como cristianos, no podemos permitir, pues siempre
debemos proteger nuestra capacidad de pensar (Pro. 3:21, 22).
Evitemos el ocultismo
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Durante toda su vida en la Tierra, Jesús se opuso con
firmeza a Satanás y sus demonios. Cuando el Diablo lanzó
ataques directos contra él, se mantuvo leal a Dios (Luc. 4:1-13).
Y también supo resistir cuando el Enemigo intentó de forma más
velada corromper su pensamiento y conducta (Mat. 16:21-23).
Además, a muchas personas necesitadas de su ayuda las libró
del cruel dominio de los espíritus malignos (Mar. 5:2, 8, 12-15;
9:20, 25-27).
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Después de ser coronado en 1914, Jesús libró a los cielos de
la contaminante presencia de Satanás y sus demonios. Por este
motivo, el Diablo está más empeñado que nunca en seguir
“extraviando [con sus engaños] a toda la tierra habitada” (Rev.
12:9, 10). Con razón hay cada vez más interés por el ocultismo.
Ciertamente, es una plaga muy extendida de la que debemos
protegernos. La cuestión es: ¿cómo podemos hacerlo?
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La Biblia nos previene claramente contra los peligros del
espiritismo y las demás formas de ocultismo (léase
Deuteronomio 18:10-12). Hoy, Satanás y sus demonios influyen
en la forma de pensar de la gente a través de películas, libros y
videojuegos que promueven las prácticas ocultistas. Por eso es
conveniente analizar el tipo de entretenimiento que
seleccionamos. Preguntémonos: “En los últimos meses, ¿he
elegido películas, programas de televisión, juegos electrónicos,
libros o historietas que giran en torno a la magia o lo
sobrenatural? ¿Comprendo la importancia de rechazar el
ocultismo, o les resto gravedad a sus peligros? ¿He pensado en
cómo ve Jehová mis diversiones? ¿He bajado la guardia ante
estas influencias satánicas? En ese caso, ¿estoy decidido a
cerrarles de una vez por todas las puertas de mi mente y así
demostrar amor por Jehová y sus justos principios?” (Hech.
19:19, 20).
Sigamos las advertencias de Jesús contra la inmoralidad
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Jesús siempre respaldó las normas divinas sobre moralidad
sexual. Dijo: “¿No leyeron que el que los creó desde el principio
los hizo macho y hembra y dijo: ‘Por esto el hombre dejará a su
padre y a su madre y se adherirá a su esposa, y los dos serán
una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola
carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo
separe ningún hombre” (Mat. 19:4-6). Cristo sabía, además, que
lo que entra por los ojos llega hasta el corazón. Por eso, en el
Sermón del Monte señaló: “Oyeron ustedes que se dijo: ‘No
debes cometer adulterio’. Pero yo les digo que todo el que sigue
mirando a una mujer a fin de tener una pasión por ella ya ha
cometido adulterio con ella en su corazón” (Mat. 5:27, 28).
La persona que no hace caso de estos consejos de Jesús está
alimentando en su interior amor por la maldad.
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A fin de fomentar la inmoralidad, Satanás ha inundado la
sociedad actual de imágenes pornográficas. Una vez que se
contemplan, son difíciles de borrar de la mente, y llegan a crear
adicción. Así le sucedió a un cristiano, quien confiesa: “Miraba
pornografía en secreto. Había creado mi propio mundo de
fantasía, y lo veía como algo aparte del mundo donde servía a
Jehová. Sabía que lo que hacía estaba mal, pero aun así me
decía que Dios seguía aceptando mi adoración”. ¿Qué le ayudó a
cambiar de actitud? “Aunque fue lo más difícil que he tenido que
hacer —explica—, decidí hablar del problema con los ancianos.”
Con el tiempo, logró vencer aquel sucio hábito. “Una vez que me
libré de ese pecado —señala—, sentí por fin que mi conciencia
estaba limpia de verdad.” No hay duda: solo se puede odiar la
pornografía si se ha aprendido a odiar la maldad.
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La música y la letra de las canciones pueden dejar una
profunda huella en nuestros sentimientos y, por consiguiente, en
nuestro corazón. Es verdad que la música es un don de Dios y
que se ha utilizado por siglos en su adoración (Éxo. 15:20, 21;
Efe. 5:19). Pero no es menos cierto que las canciones de este
mundo ensalzan la inmoralidad (1 Juan 5:19). ¿Cómo podemos
determinar si lo que escuchamos nos está corrompiendo?
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Pudiéramos preguntarnos: “¿Qué dicen las canciones que
escucho? ¿Exaltan el asesinato, el adulterio, la fornicación y el
lenguaje obsceno? Si le leyera la letra a otra persona, ¿pensaría
ella que detesto la maldad o, por el contrario, que tengo el
corazón contaminado?”. No podemos afirmar que odiamos el
pecado y al mismo tiempo escuchar canciones que lo alaban.
Jamás olvidemos lo que dijo Jesús: “Las cosas que proceden de
la boca salen del corazón, y esas cosas contaminan al hombre.
Por ejemplo, del corazón salen razonamientos inicuos,
asesinatos, adulterios, fornicaciones, hurtos, testimonios falsos,
blasfemias” (Mat. 15:18, 19; compárese con Santiago 3:10, 11).
Tengamos el mismo criterio de Jesús sobre quienes aman la
maldad
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Jesús señaló que había venido a invitar al arrepentimiento a
quienes estaban violando la ley de Dios (Luc. 5:30-32). Ahora
bien, ¿cómo veía él a la gente que se negaba a abandonar el
pecado? Advirtió a sus oyentes que tales personas eran una
influencia peligrosa (Mat. 23:15, 23-26). Y afirmó: “No todo el que
me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos
me dirán en aquel día [en que Dios traiga el juicio]: ‘Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos
demonios, y en tu nombre ejecutamos muchas obras
poderosas?’”. A esos individuos, que en realidad no están
arrepentidos ni han dejado de practicar el pecado, Cristo les dirá:
“Apártense de mí” (Mat. 7:21-23). ¿Por qué los juzgará con tanta
severidad? Porque con sus malas acciones han estado
deshonrando a Dios y haciendo daño a sus semejantes.
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La Palabra de Dios manda sacar de la congregación a
quienes rehúsan arrepentirse de sus pecados (léase 1 Corintios
5:9-13). Esta medida es necesaria al menos por tres razones:
1) para que no se ensucie el nombre de Jehová, 2) para que
no se contamine la congregación y 3) para animar al propio
pecador a arrepentirse.
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¿Compartimos el criterio de Jesús sobre las personas que
se empeñan en violar la ley de Dios? Todos hacemos bien en
preguntarnos: “Si alguien fuera expulsado o decidiera
desasociarse de la congregación, ¿intentaría yo mantener un
trato frecuente con él? ¿Y si se tratara de un pariente cercano
que ya no vive en mi hogar?”. Sin duda, situaciones como estas
someten a prueba nuestro amor por la justicia y nuestra lealtad a
Jehová.
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Examinemos un caso de la vida real. Cierta cristiana vio
cómo su hijo adulto iba perdiendo el amor por Jehová y se
entregaba al pecado sin demostrar ningún arrepentimiento, de
modo que tuvo que ser expulsado de la congregación.
La hermana amaba a Jehová, pero también amaba a su hijo, y
por ello se le hacía muy difícil aplicar el mandamiento bíblico de
no relacionarse con él.
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¿Qué le habríamos dicho a esta hermana? Pues bien, un
anciano la ayudó a ver que Jehová comprendía su tristeza.
También la invitó a pensar en el dolor que tuvo que sentir Dios al
ver rebelarse a algunos de sus hijos celestiales. Le recordó que,
aunque nuestro Padre sabe lo duro que puede resultarnos,
ordena expulsar a quienes no se arrepienten. La hermana supo
valorar aquellos consejos y demostró respeto por las medidas
disciplinarias. Esa lealtad sin duda complace mucho a Jehová
(Pro. 27:11).
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Si afrontamos una situación tan dura como la anterior,
haremos bien en recordar que Jehová se compadece de nuestro
dolor. Al cortar la relación con la persona expulsada o
desasociada, demostramos que odiamos las actitudes y la
conducta que la llevaron a estar fuera de la congregación. Pero
también indicamos que amamos al pecador y que sabemos que
las medidas disciplinarias son para su bien. De hecho, si las
apoyamos por lealtad a Jehová, es más probable que la persona
se arrepienta y vuelva a la verdad.
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Una hermana que fue expulsada y más tarde readmitida
escribió: “Me alegra saber que Jehová ama tanto a su
organización que se encarga de mantenerla limpia. A la gente de
fuera puede parecerle una medida muy dura, pero realmente es
necesaria y amorosa”. ¿Habría llegado ella a esa conclusión si los
miembros de la congregación —entre ellos sus propios
familiares— hubieran mantenido tras la expulsión un trato
frecuente con ella? Si apoyamos las medidas disciplinarias que
establecen las Escrituras, demostramos amor por la justicia y
reconocemos el derecho de Jehová a decirnos cómo debemos
actuar.
“Odien lo que es malo”
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El apóstol Pedro nos hace esta advertencia: “Mantengan su
juicio, sean vigilantes”. ¿Por qué razón? Porque “[nuestro]
adversario, el Diablo, anda en derredor como león rugiente,
procurando devorar a alguien” (1 Ped. 5:8). ¿Estaremos nosotros
entre las presas que él logrará atrapar? Mucho dependerá de
cuánto nos hayamos esforzado por odiar el mal.
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Cultivar odio por la maldad no es fácil. Somos imperfectos y
vivimos en un mundo que apela a los deseos egoístas (1 Juan
2:15-17). Pero si imitamos a Jesucristo y nutrimos nuestro amor
por Jehová, lograremos aborrecer el pecado. Es preciso que
todos los cristianos “odien lo que es malo”. Por lo tanto,
adoptemos la resolución de obedecer ese mandato, con la
seguridad de que Jehová “[guarda a] los que le son leales; de la
mano de los inicuos los libra” (Sal. 97:10).
[Notas]
Este asunto se analiza con más detalle en La Atalaya del 15 de
noviembre de 1981, páginas 20 a 25.
Véase también La Atalaya del 15 de enero de 2007, páginas 17
a 20.
¿Qué responderíamos?
• ¿Qué nos ayudará a examinar nuestra actitud frente al alcohol?
• ¿Qué medidas podemos tomar contra el ocultismo?
• ¿Por qué es peligrosa la pornografía?
• Cuando un ser querido es expulsado, ¿cómo demostramos que
odiamos la maldad?
[Preguntas del estudio]
1. ¿Qué clase de amor indicó Jesús a sus discípulos que
deberían demostrar?
2. ¿Qué debemos odiar los cristianos?
3. ¿Qué cuatro campos en los que debemos manifestar odio por
la maldad vamos a analizar?
4. ¿Por qué pudo Jesús recomendar con franqueza que se
evitaran los excesos con la bebida?
5. ¿Qué preguntas debería hacerse el cristiano que consume
bebidas alcohólicas?
6, 7. a) ¿Cómo reaccionó Jesús ante Satanás y sus demonios?
b) ¿Por qué están tan extendidas las artes ocultas?
8. ¿Qué preguntas deberíamos hacernos sobre las diversiones
que elegimos?
9. ¿Cómo podría una persona alimentar en su corazón amor por
la maldad?
10. Relate una experiencia que ilustre que es posible dejar el vicio
de la pornografía.
11, 12. ¿Cómo podemos mostrar odio por la maldad a la hora de
seleccionar la música que escuchamos?
13. ¿Cómo veía Jesús a las personas que se negaban a
abandonar el pecado?
14. ¿Por qué se expulsa de la congregación a quienes se niegan
a arrepentirse?
15. ¿Qué serias preguntas debería hacerse todo el que desee ser
leal a Jehová?
16, 17. ¿A qué difícil situación se enfrentó una cristiana, y qué le
ayudó a respetar las medidas disciplinarias?
18, 19. a) Cuando cortamos la relación con quienes practican el
pecado, ¿a qué cosas demostramos odio? b) ¿Qué
pudiéramos conseguir siendo leales a Dios y sus
disposiciones?
20, 21. ¿Por qué es tan necesario aprender a odiar la maldad?
[Ilustración de la página 29]
¿Qué factores debe sopesar el cristiano que ha decidido consumir
alcohol?
[Ilustración de la página 30]
¡Cuidado con la influencia satánica en las diversiones!
[Ilustración de la página 31]
¿Qué está alimentando en su corazón la persona que ve
pornografía?

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