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Leyenda de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl

Popo e Izta, nuestro Romeo y Julieta


La hermosa leyenda del México prehispánico de Popo e
Izta, es el equivalente a la obra de literatura universal de
Romero y Julieta, escrita por el inglés Wiliam
Shakespeare.

Hace unos 600 años, el poderoso imperio azteca, con capital en la gran urbe de México –
Tenochtitlan, dominó el valle de México y sometió a los pueblos vecinos, requiriéndoles un
tributo obligatorio. A los tlaxcaltecas, a través de las guerras floridas, les impusieron la entrega
de jóvenes guerreros para ser sacrificados a Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra.
Por tal motivo, el cacique o jefe de los tlaxcaltecas, cansados de esta terrible opresión, decidió
luchar por la libertad de su pueblo.

El cacique tenía una hija, llamada Iztaccíhuatl, la princesa más bella, quien deposito su amor
en Popocatépetl, un joven y apuesto guerrero de su pueblo.
Antes de partir a la guerra, Popocatépetl le pidió al cacique la mano de su hija; el padre aceptó
gustoso y le prometió recibirlo si regresaba victorioso de la guerra.

Pero un rival de amores de Popocatépetl, impulsado por la envidia, engañó a la princesa


diciéndole que su amado había muerto en el campo de batalla. Abatida por la falta noticia, la
princesa falleció de tristeza.

Tiempo después, cuando Popocatépetl regresó victorioso a su pueblo, con la esperanza de


ver a su prometida, recibió la terrible noticia de que había muerto.

Durante días y noches, Popocatépetl vagó lleno de tristeza. Mando a construir una gran tumba
ante el sol, amontonando diez cerros para formar una enorme montaña.
Tomó en sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó inerte sobre la
gran montaña; le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló frente a su
amada, para así, velar su sueño eterno. La nieve cubrió sus cuerpos, y se convirtieron en dos
enormes volcanes, para seguir juntos hasta la eternidad.

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