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Las elecciones harían vomitar a Sartre

Hace ya muchos años que tuve el gusto de leer de Jean Paul Sartré su novela “La Náusea” debo mencionar
que en esa primera lectura no entendí del todo el enorme contenido, pero después la he releído en más de
una ocasión cada vez comprendiéndola más. En ella enseñó que existen personas tan inverosímiles que
delegan a otros la responsabilidad de sus malas acciones. Personas que han perdido totalmente la voluntad y
cuya única justificación de vida es obedecer a alguien más, con lo que sea y por lo que sea, sin que nunca
por algo, o por nada, sea suya la culpa. Un mundo sin consecuencias. Un robot, o un animal, o ambas cosas
al mismo tiempo.
Seres vertebrados que amanecen y duermen cada día según la ley de la alienación.
De esta enseñanza alguna vez encontré mi propia definición observando y dialogando con militantes de los
partidos políticos en México, muchos de ellos de extracción priista. Sabía, y conforme pasa el tiempo lo
reitero, que quienes viven anclados a los intereses creados de cualquier partido político son personas con
sonrisas de cartón. Seres vertebrados que amanecen y duermen cada día según la ley de la alienación. Malos
para mentir, pero buenos para insistir, creen sus propias mentiras por decirlas una y otra vez.
Pero puesto un poco más de atención, he descubierto que, en el PRD, en el PAN, en el Verde, en Nueva
Alianza, o en el P.T y no olvidemos el partido del mesías, MORENA, las similitudes con sus
correligionarios (cuya religión es la política electoral) del PRI, son varias. La única diferencia es la falta de
poder. Una condición que los condena a negociar su supervivencia a cambio de mediocridad. Y si el priísmo
es la cabeza de la bestia, el sistema de partidos se pone a la cola. Siguiendo los pasos que dicta su
confundida guía.
Perviviendo a la sombra de sus huellas.
Pareciera, pues, que nadie se atreve a saltar de la cola a la cabeza. Tomarla de un mordisco y hacerla caer.
Pareciera que todos los partidos se conforman con las dádivas y negociaciones que con el PRI-Gobierno,
con el PRI-absolutismo, con el PRI-alienado, pueden hacer. Negociar una ley a cambio de una regiduría.
Una presidencia municipal a cambio de un presupuesto. Y cuando los intereses son mayúsculos como una
reforma a PEMEX, bien se puede negociar una gubernatura donde tanto caben tricolores, como azules, como
amarillos y variopintos.
Y así, los votos honestos ¿a dónde van a caer sino a la mesa de negociaciones? La permanente mesa de
apuestas donde una elección es una moneda de cambio cuyo valor se deprecia o genera dividendos según el
contexto ¿Y quién paga? La casa, el país, el pueblo, los impuestos, el petróleo, la gasolina, la canasta básica,
los servicios públicos, la gratuidad de la salud, la educación, la monopolización de los medios de
comunicación, de las industrias, la desvalorización del trabajo y los pobres que cada vez son más, aunque
crean que todo lo tienen gracias al crédito.
¿Quién la hace caminar? ¿Quién la alimenta? ¿Quién la hace rugir, o apenas maullar, y hacerle parecer un
demonio? El miedo. El miedo que convierte a priistas, panistas, morenistas o perredistas en el vomito de
Sartré. El vómito que alimenta a la bestia. Miedo que, sin embargo, la gente de a poco va perdiendo.

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