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EL DISCERNIMIENTO EN EL CAMINO ESPIRITUAL DEL

CRISTIANO

Cuando hablamos de vida cristiana nuestra mirada se centra en el esfuerzo continuo que
cada hombre bautizado debe hacer para vivir según el corazón de Dios, procurando vivir
según su voluntad y actuando según sus enseñanzas. Por lo tanto no es ajeno para nosotros
saber que este camino trae consigo aciertos y desaciertos, llenos de decisiones y de
obstáculos que van apareciendo en la marcha. Situaciones límites que exigen de nosotros la
capacidad de responder desde la Fe, sin embargo no se puede negar que esta capacidad de
respuesta se ve influenciada por nuestro estado espiritual y todos los sentimientos y
mociones1 que este produce. Es así, cómo para el hombre de Fe la vida cristina se convierte
en todo un camino de discernimiento. El discernimiento que ha estado patente en toda la
vida de la Iglesia, pero que es necesario que descubramos la auténtica riqueza y sentido que
este tiene.

En primer lugar me atrevería a decir que es un don de Dios para con el hombre, no se trata
de una capacidad meramente humana sino de una gracia divina que ilumina la vida del
creyente. No puede ser entendido simplemente como la comprensión de la realidad o como
la acción que sencillamente me hace descubrir lo bueno y lo malo ante una dificultad. Con
lo anterior no quiero decir que estas cosas no sean propias del discernimiento, sino más
bien que el sentido de este es aún más trascendental. Se trata de todo un autoconocimiento
del ser que me permite identificar la naturaleza de los sentimientos, actitudes,
motivaciones, apetencias, inclinaciones y deseos, etc., que están presentes en mí.

El discernimiento nace de la confrontación entre el deseo propio y lo que Dios desea de mí.
Confrontación que suscita la alternancia en el estado de ánimo espiritual del hombre y que
lleva a la persona experimentada en el discernimiento a ser consciente de estos cambios e
interpelarlos acertadamente. Es decir, que se deja guiar por ellos o los contradice a la hora
de optar por algo o dejarlo. Por lo tanto el hombre que se ejercita correctamente en el
discernimiento, es un hombre lleno de Dios, pues no se deja guiar por su estado de ánimo
sino que atiende a la acción del Espíritu Santo en su vida.
1
Es importante saber que Dios y nuestras fuerzas interiores actúan de manera muy diferentes
en unos y otros, por lo que desarrollar la capacidad de discernir significa aprender a no
perder de vista las variaciones de mi mundo afectivo. Identificando los sentimientos
buenos y darles cabida en mí, distinguir los malos y rechazarlos. Lo cual significa ser
altamente sensible ante las situaciones que aparentemente nos producen un bien y las que
en verdad lo hacen. Es decir, las que nacen del desenfreno pasional por los placeres y las
que son producto del ejercicio de la propia voluntad unida al deseo de Dios.

En referente a lo anterior, San Ignacio de Loyola nos va hablar de manera especial acerca
de dos estados de ánimos espirituales: la consolación y la desolación, ambos están alejados
de ser un sentimiento pues van más allá de lo afectivo. En primer lugar la consolación se
trata de un gozo interno que nos llama y atrae a lo que es de Dios, y que sólo Dios puede
concederla, la cual puede estar acompañada de sentimientos positivos y negativos 2. Por lo
tanto la consolación no está estrictamente asociada al gozo o al dolor sino a la vivencia
intensa de la presencia de Dios que me lleva a salir de mí e infunde sentimientos de
gratitud. En segundo lugar la desolación es un estado donde la persona se siente inclinada
hacia las cosas bajas, llena de desconfianza, inquieta por varias tentaciones y hallándose
como separada de su creador3. Sin embargo la desolación también puede aparecer con
sentimientos positivos en donde la persona se autocomplace en los sentimientos,
experimentando una aparente situación agradable y cómoda, cayendo de esta manera en
una ilusión fundamenta en el orgullo en donde no se abre la vida a Dios.

Es importante saber que la consolación no es ni mejor ni peor que la desolación, pues


cuando se vive acertadamente se llega a un crecimiento espiritual que ayuda a fortalecer el
espiritu. Pero para esto es importante enfrentar de la mejor manera la desolación, por lo
que San Ignacio nos propondrá que en tiempo de desolación es importante no hacer
cambios sino más bien perseverar y ser más intensos en la oración4.

Por lo que es importante que en medio de la consolación y la desolación tener una actitud
de discernimiento que permita descubrir la naturaleza de mi estado para así no caer en
engaño alguno del demonio que me aleje de la voluntad de Dios. Sin embargo es
2
Se da en situaciones de arrepentimiento, de dolor por los pecados, etc. Estos sentimientos no nos llevan a
la desesperación sino que nos hacen crecer en el amor y la compasión.
3
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. E.E [317] Cuarta Regla: Descripción de la desolación
espiritual.
4
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. E.E [318] Cuarta Regla: Descripción de la desolación
espiritual.
importante guardar la esperanza y saber que aunque estemos experimentando un fuerte
momento de desolación, somos fortalecidos por la gracia de Dios que camina junto a
nosotros y nos ayuda a vencer la tentación, como lo dice el apóstol San Pablo: “Pero en
todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó”(Rm 8,37).

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