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ALUMNA: Hilary Mayra Serrano Custodio / 16150209

ADORNO, T y HORKHEIMER, M. La industria cultural. Iluminismo como


mistificación de masas

Ellos comienzan señalando que la tesis sociológica del fin de este sistema social por el caos
cultural a producirse luego de la desencadenación de los “monstruos”, la diferenciación
técnica y social y la alta especialización, ha fracasado, ellos se han liberado y todo sigue
igual.
Ellos proponen una explicación a través de los medios de masa. Así, dicen que cada
civilización de masas en un sistema de economía concentrada es idéntica, tanto el film
como la radio no tienen ya necesidad de hacerse pasar por arte, solo son negocios.
La industria cultural ha llevado a la producción, para millones de consumidores de
diferentes lugares, las mismas necesidades resueltas por el consumo de productos standard.
Esta moda, o cliché, se produjo en un primer momento para satisfacer una necesidad por lo
que fue absorbido sin ningún problema por lo consumidores, pero luego ya no cumplía
ninguna función mas que la de dominación. Es este círculo de manipulación de las
necesidades que afianzan cada vez más el sistema.
La racionalidad de la técnica es la racionalidad del dominio en esta sociedad, con su
igualación y producción en serie ha terminado por sacrificar la lógica de la obra que se
distinguía del sistema social. No hay distinciones en las creaciones, las historias de las son
siempre las mismas, solo sirven para clasificar y organizar a los consumidores para
adueñarse de ellos sin dejar uno.
Los detalles se modifican, pero el esquema sigue siendo el mismo, se reproduce; el detalle
de la obra que una vez fuese conductora de ideas ahora ha sido desechada. No hay ideas,
solo reproducción de lo mismo, copias. El detalle emancipado era la expresión
desencadenada, el exponente de la revolución. Esto ha desaparecido, la industria cultural
trata de la misma manera al todo y a las partes. En el caso de Alemania, los films más
despreocupados reinaban sobre la paz sepulcral de la dictadura.
El espectador se ha convertido en el sujeto de la calle, pues este está tratando
constantemente de prolongar en su vida el film, ya no hay distinción entre uno y el otro. Ya
no hay espacio para que el sujeto se mueva por su propia cuenta, siempre está atado al hilo
que lo adiestra para que vea la realidad que le quieren mostrar, solo esa. Hay una atrofia de
la imaginación y de la espontaneidad del consumidor cultural contemporáneo.
Son tan rápidas las imágenes que pasan frente a él, que le resulta difícil pensar, usar su
imaginación; ya todo está dado, solo debe seguir el hilo, sumido por completo en los
efectos particulares del espectáculo que contempla. Es tan grande este mecanismo
económico de la producción cultural que no solo se encuentra en el trabajo, sino también en
el descanso.
Han “deconstruido la obra” para usar partes de ella y reproducirlas a montones; la
catástrofe de su destino se percibe cuando esta se convierte en mercancía.
Ellos concluyen señalando que la cultura se ha vuelto publicidad, nosotros nos hemos
vuelto también un medio para reproducir mercancías.
Esta estandarización de la realidad ha diluido la posibilidad de pasar a otro estadio, lo que
implica que ha propiciado la negación de la historia. Una sociedad cada vez más
racionalizada ha derivado en la anulación de la razón, por lo irracional de las relaciones de
producción en este tipo de sociedad.

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