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El Instrumentum laboris, que recogió las aportaciones que se hicieron
antes del Sínodo Especial para la Amazonía, que está por concluir en
Roma, en varias partes afirma que esa región del planeta es un lugar
teológico. Esto a varios les ha parecido no sólo inadecuado, sino con
tintes heréticos. ¿Qué significa esa expresión?
Es un término usado por Melchor Cano, teólogo dominico tridentino,
que emplea la idea de los “topoi” aristotélicos (ámbitos de donde se
obtiene información para argumentar) aplicados a la teología. En
palabras sencillas, dice que son lugares donde encontramos la
revelación de Dios. Distingue los que llama constitutivos, la Sagrada
Escritura y la Tradición, de aquellos otros en los que se interpreta la
revelación en la historia: Iglesia Católica, concilios ecuménicos,
padres de la iglesia, teólogos escolásticos. Hoy añadiríamos la
liturgia. No están al mismo nivel de la Escritura y la Tradición, pero
son manifestaciones de la acción de Dios, que debemos escuchar y
discernir.
Cito algunos párrafos del Instrumentum laboris:
“Amenazas y agresiones a la vida generan clamores, tanto de los
pueblos como de la tierra. Partiendo de estos clamores como lugar
teológico (desde dónde pensar la fe), se pueden iniciar caminos de
conversión, de comunión y de diálogo, caminos del Espíritu” (18).
“El territorio es un lugar teológico desde donde se vive la fe, es
también una fuente peculiar de revelación de Dios. Esos espacios son
lugares epifánicos en donde se manifiesta la reserva de vida y de
sabiduría para el planeta, una vida y sabiduría que hablan de Dios.
En la Amazonía se manifiestan las caricias de Dios que se encarna en
la historia” (19).
PENSAR
Ya Jesucristo nos exigió analizar y discernir los acontecimientos y las
realidades, para descubrir allí los signos de Dios (cf Mt 16,1-4).
El Concilio Vaticano II (1962-65) nos dice: “Para cumplir esta misión,
es deber permanente de la Iglesia discernir a fondo los signos de los
tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que,
acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los
perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida
presente y de la vida futura y sobre la mutua relación entre
ambas“ (GS 4). “El Pueblo de Dios, movido por la fe, procurar
discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales
participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos
de la presencia o de los planes de Dios” (GS 11). “El Espíritu de Dios,
que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva
la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución” (GS 26).