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Sistémicos

Juan Manuel De Prada

Pocos fenómenos se me antojan más enojosos y desalentadores que la pretensión de


explicar la realidad política con categorías obsoletas. En el ámbito derechoide, por
ejemplo, resulta especialmente molesta la pretensión de presentar la alianza entre
sociatas y podemitas como una entente ‘socialcomunista’ dispuesta a instaurar un
régimen bolchevique, o siquiera bolivariano. Todos los analistos y analistas de este
negociado ideológico, todos sus gurús mediáticos y sus zoquetes tuiteros insisten en esta
memez, sólo concebible en personas romas y sin perspicacia alguna, cómodamente
instaladas en categorías maniqueas del tiempo de Maricastaña (o, más concretamente,
de la Guerra Fría) que, sin duda, les producen grandes réditos, pues la parroquia a la que
se dirigen prefiere que se les asuste con ‘miedos tranquilizadores’ (si el oxímoron es
tolerable) por archiconocidos. Y, desde luego, el comunismo antañón es un enemigo
tranquilizador que, a la vez que infunde miedo, procura cierta sensación de
bienestar, pues ya se ha probado su fracaso. Pero sociatas y podemitas no son
peligrosos bolivarianos, sino benigüigüis sistémicos, encargados de fortalecer un
régimen plutocrático en donde la concentración de propiedad en muy pocas manos se
alterne con limosnas (logradas mediante el saqueo fiscal) para los ejércitos de
desempleados que esta concentración genera; ejércitos que, además, hay que mantener
en los rediles de una satisfecha infecundidad mediante el impulso de ideologías que
enfrenten a hombres y mujeres y exalten la versatilidad penevulvar.

Los analistos y analistas derechoides, para explicar ciertas aparentes contradicciones en


la acción gubernativa, recurren a explicaciones rocambolescas. Ocurre así, por ejemplo,
cuando la facción podemita pretende a la vez estar en misa y repicando, actuando a la
vez como miembros del Gobierno y como oposición al Gobierno, alentando –por
ejemplo– campañas antimonárquicas (después de haber prometido guardar y hacer
guardar una Constitución que consagra la monarquía como forma de Estado) o votando
a favor de un impuesto a las ‘grandes fortunas’ (después de haber acordado en el
consejo de ministros que tal impuesto no se implantará). A los analistos y analistas
derechoides esta aparente contradicción se les antoja insostenible; y, entonces, con
enternecedora ingenuidad, apelan (risum teneatis) a la cordura de los sociatas,
exhortándolos a romper su alianza con quienes –según su juicio maniqueo y
anacrónico– tratan de instaurar una dictadura comunista y no sé cuántas paparruchas
más.

No se percatan estos pobres incautos de que la estrategia gubernativa es mucho más


sibilina y taimada, siempre al servicio del régimen plutocrático para el que trabaja. Los
gobiernos, en aquellas fases periclitadas de la Historia en la que estos analistos y
analistas todavía viven, se caracterizaban en efecto por la unidad de acción; pero ahora
necesitan estar a un tiempo en misa y repicando, necesitan desdoblarse para fortalecer el
régimen plutocrático. De ahí que encaucen las protestas de matriz más o menos
revolucionaria hacia la normalidad sistémica, dando (siquiera de boquilla) la razón y
adulando a quienes impulsan estas protestas, para poder a continuación contentarlos con
los placebos que convienen a la plutocracia, fundamentalmente la limosna de la renta
mínima y el garrafón penevulvar. De este modo, el ‘sujeto revolucionario’ queda por
completo desactivado.
Esta es la gran astucia del régimen plutocrático que viene, que la izquierda
‘implementa’ para que luego la derecha lo pueda conservar: se trata de estar de forma
simultánea del lado del orden establecido y del lado de la revolución en marcha. Así, un
gobierno de izquierdas puede legitimarse ante todos los ámbitos del espectro ideológico
que controla, a la vez que satisface las indicaciones de la plutocracia a la que sirve. Y el
gobierno de derechas que venga a conservar los ‘avances’ implementados por la
izquierda tendrá también que desdoblarse, para poder cumplir las exigencias
plutocráticas y a la vez adular (entretener) a unas clases medias cada vez más
esquilmadas. Se trata, en fin, de cumplir con la agenda plutocrática a la vez que se
atienden de mentirijillas las frustraciones y decepciones que el cumplimiento a rajatabla
de tal agenda provoca en unas masas que, entretanto, ya no creen en otra salvación que
la que les procuran sus respectivos mesías partitocráticos.

Quienes no entienden esta nueva dinámica política diseñada por el régimen plutocrático
no puede entender nada de lo que está pasando. Pero, por supuesto, las categorías
obsoletas y los ‘miedos tranquilizadores’ resultan mucho más rentables.

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