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Los estudios sobre el tema revelan la falta de consenso tanto terminológica como conceptual.
El humor forma parte de la actividad esencial y exclusiva del ser humano, al igual que el
pensamiento. No hay humor si no hay pensamiento. Sin embargo, encerrarlo en una definición
resulta prácticamente imposible, no sólo en su concepto, sino en sus variedades. El sentido del
humor es un término muy relativo, es casi indefinible e inabordable por naturaleza propia.
Depende de las culturas, de los momentos históricos, del nivel social, cultural y económico de
cada persona.
Así, aquellos individuos con mucha sangre eran sociables, aquellos con mucha flema eran
calmados, aquellos con mucha bilis eran coléricos y aquellos con mucha bilis negra eran
melancólicos. La personalidad de cualquier hombre estaba conformada por los cuatro humores,
aunque generalmente uno sobresalía frente a otros, determinando la personalidad y el físico. Los
estados de salud humana se atribuían al adecuado –o inadecuado– equilibrio de estos humores
en el cuerpo. La idea de la personalidad humana basada en humores fue una base esencial para
las comedias de Menandro y, más tarde, las de Plauto. Sostenían que el equilibrio de la vida se
debía, principalmente, a que los humores estuviesen compensados y toda enfermedad creía que
procedía de una perturbación de algún humor.
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Como ya sabemos, humorismo es una manera de enjuiciar las situaciones con cierto
distanciamiento ingenioso, burlón o, en apariencia, ligero y, aunque muy próximo a la comicidad,
no es exactamente lo mismo. Son muchos los autores que distinguen entre humorismo y
comicidad:
Humor o humorismo es definido como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad,
resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas.
El humorismo hace uso de la comicidad para derivar en una forma de entretenimiento y de
comunicación humana. El humor desempeña una función catártica semejante a la de las
lágrimas, pero diferente en cuanto a que el humor supone una separación de y no una
identificación con el objeto que es soporte del mismo, un desaprecio y no una compasión.
Todo lo que produce placer humorístico, si no implica elementos subjetivos (de racionalidad y
emocionalidad) es puramente cómico; si los implica, entonces no es sólo cómico sino también
humorístico. Dicho de otro modo: todo lo humorístico es cómico, pero no todo lo cómico es
humorístico.
Es obvio que en la práctica cotidiana no andaremos precisando que un efecto o producto
humorístico es cómico y también humorístico. Diremos simplemente “humorístico”. Y también es
obvio que, a nivel coloquial, uno emplea “cómico” y “humorístico” libremente, sin preocupaciones
de rigor.
Aunque puedan relacionarse y hasta confundirse por momentos, la comicidad se logra cuando el
espectador ríe sin sentir la necesidad de plantearse preguntas, en cambio, la obra humorística no
puede quedar solo en eso: provoca la risa para que el espectador piense, haga juicios y derive en
conclusiones.
Establecer la diferencia entre lo cómico y lo humorístico no señala que uno sea mejor que otro,
simplemente persiguen distintos fines. La finalidad exclusiva de lo cómico es hacer reír, mientras
el humor pretende, a través de la risa, que el espectador se oriente a la reflexión.
En el terreno de la política, la sátira busca develar y denunciar los abusos de la clase política, y
particularmente de los gobernantes. Desde los regímenes monárquicos hasta los sistemas
presidenciales o parlamentarios, el jefe de Estado –o su equivalente- ha sido el blanco predilecto
de los ataques verbales y visuales de los autores satíricos. Mediante un tono irreverente y con
frecuencia irónico, éstos desacralizan el poder de las jerarquías, descalificándolas y
ridiculizándolas.
La sátira, al igual que la ironía y la parodia, tiene una composición doble. Según Northrop Frye,
para que la sátira emerja son necesarias dos condiciones: la primera es la existencia del humor
basado en la fantasía, lo grotesco o lo absurdo; la segunda, una persona o cosa que atacar. Una
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crítica sin humor o la mera reprobación de algo o de alguien, no conducen a la sátira. Cuando se
ataca algo, el autor y el lector o la audiencia tienen que estar de acuerdo con respecto al carácter
indeseable del sujeto criticado. Para el crítico catalán Pere Ballart la característica diferenciadora
más sobresaliente entre la ironía y la sátira es que ésta última cuenta con un esquema moral
definido de obvio propósito reformador. La función de la sátira es tan clara, que la utilización de
elementos grotescos o absurdos para agrandar la falla moral que se critica, se encuentra
supeditada a reforzar la inevitable moraleja. El ironista no tiene nada que probar, ni intenta
convencer y mucho menos tiene interés en refrenar o transformar la conducta de nadie. La sátira
en cambio pone al descubierto, a través del ataque, defectos precisos, reales de la sociedad y
aquélla funciona siempre con una actitud desvalorizadora
Es muy común, casi definiendo su esencia, que la sátira esté fuertemente impregnada de ironía
y sarcasmo; además la parodia, la burla, la exageración, las comparaciones, la analogía y las
dobleces son usadas de manera frecuente en el discurso y la gráfica satírica:
- La reducción de alguna cosa para hacerla parecer ridícula, o examinarla en detalle para hacer
destacar sus defectos.
- La exageración o hipérbole: se toma una situación real y se exagera hasta tal punto que se
convierte en ridícula. La caricatura utiliza esta técnica.
- La parodia o imitación burlesca de las técnicas o estilo de una persona, de forma que se vea
ridiculizada.
Humor paródico
La parodia es una imitación burlesca que rebaja al modelo en lo que éste tiene o pretende tener
de valioso o meritorio, creando así una versión risible de lo que se supone serio y elevado. Su
grado de elaboración puede abarcar desde algo mínimo y elemental ―un gesto, una
característica del habla, etc.―, hasta una compleja y desarrollada estructura.
Su grado de definición como modalidad depende de su correspondencia con el modelo. Si éste
no es identificable, la parodia se percibirá como débil. Cualquier cosa es parodiable: una persona,
una obra artística, un género, un suceso, una profesión, etc. Sin embargo, es difícil parodiar a
alguien o algo que se destaque por su sencillez, naturalidad o armonía, así como también es
difícil parodiar a alguien o algo de rasgos tan extremados que sea ya en sí mismo una parodia.
Humor irónico
La ironía es un caso de burla que consiste en expresar un reconocimiento o valoración que no
corresponde a lo que a todas luces se piensa o se siente. Como se ve, implica siempre un trabajo
más o menos destacado de la inteligencia racional.
Puede variar mucho en el grado de disimulo, finura u obviedad, así como en el grado de
complejidad intelectual. Depende de un determinado contexto para el cual se prepara o en el cual
se improvisa. La intención de ironizar suele evidenciarse (cuando es oral) en el tono, pero puede
también disimularse tras un tono neutro. En cualquier caso, si provoca la sonrisa de terceros es
porque estos cuentan con determinada referencia o información que subyace a la ironía
empleada, y ello establece una cierta complicidad.
La ironía depende mucho de la calidad y complejidad de la elaboración con que se concibe. Por
ello es que se relaciona tanto con la inteligencia, mucho más que otros formatos de burlas.
Sin dudas, mientras más información se tenga, mientras más cultura, más conocimientos, tanto
en el creador como en los cómplices, se puede crear una ironía que produzca más sonrisas. Si la
víctima carece de información no se dará cuenta que está siendo burlada.
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D.C. Muecke, un destacado estudioso de la ironía, considera que el arte de la ironía estriba en
decir algo sin realmente decirlo. Por tanto, la ironía es manifestar algo de manera disimulada, sin
expresarlo abiertamente.
El sarcasmo:
El sarcasmo. Este vocablo significa burla sangrienta, hiriente, mordaz. Si se atiende a su
etimología griega, sarkos significa carne, por lo que da la idea de hacer mofa humillante que
lastima, que hace escarnio porque “muerde la carne” en sentido figurado. La función del
sarcasmo es, por tanto, la de zaherir, únicamente por el perverso placer de causar un daño moral
a alguien. El ejemplo literario más ilustrativo de sarcasmo se encuentra en un famosísimo soneto
de Francisco de Quevedo que, de acuerdo a lo antes expuesto, ha sido erróneamente llamado
“satírico”. A continuación se reproduce un fragmento del soneto en cuestión que habla por sí
mismo:
Érase un hombre a una nariz pegado Érase una nariz superlativa (…) Érase un peje espada muy
barbado Érase un elefante boca arriba (…) Érase una pirámide de Egipto; Las doce tribus de
narices era…
La razón para asegurar que el soneto de Quevedo ha sido mal llamado “satírico”, estriba en el
hecho de que sátira y sarcasmo son dos figuras retóricas diferentes que no deben confundirse.
Cierto es que ambas expresan una burla, sin embargo, la intención que guarda cada una de ellas
hace la diferencia. La sátira, además de los requisitos que establece Northrop Frye para que ésta
emerja, que son el humor basado en la fantasía, lo grotesco o lo absurdo y alguien o algo que
atacar, tiene el propósito moralizante de corregir una falla moral. En cambio el sarcasmo, es
preciso enfatizarlo, sólo está interesado en herir, en humillar, en causar el mayor daño posible.
Consecuentemente, si el soneto es satírico, como se ha clasificado, tendría que haber un
propósito moralizante y reformador en Quevedo de una falla moral de alguien. Esto,
evidentemente no sucede, puesto que el tener la nariz grande no es una falta ética o espiritual
que, además, pueda ser transformada a punta de burlas hirientes. En cambio, como puede muy
bien apreciarse, el soneto sí tiene el propósito de humillar, de hacer escarnio de la persona que
posee la característica física a la que hace referencia el poema. Por tanto, el soneto no es
satírico, sino sarcástico.
La hipérbole.
En el caso de la hipérbole, la carcajada se genera mediante la exageración, la desproporción de
algún rasgo físico, psicológico o moral: nos reímos del gigante o del enano, del gordo o del flaco,
del cojo o del manco, del narigudo o del orejero, del calvo o del jorobado, del tonto o del loco, del
borracho o del comilón. Este procedimiento constituye, como es sabido, la técnica de la
caricatura, mediante la distorsión de la imagen, la ruptura del equilibrio y, en resumen, la
deformación de la realidad, tan abundantes en don Quijote, Lázaro y Gargantúa y Pantagruel.
El grotesco:
Lo grotesco aplica un principio de deformación consistente en la mezcla de géneros y estilos y
supone un equilibrio inestable entre lo risible y lo trágico. En un intento por reflejar la condición
humana en todas sus contradictorias manifestaciones, lo tragicómico, género también mixto, une
la risa y el llanto.