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PUublico, ptitblicos e imagenes Como hace ya tiempo demostré Maravall, la cultura barroca espafiola se define, entre otras cosas, por su caracter masivo y dirigido!. Buena parte de los medios culturales tenfan como clestinatarios a todas las Cluses sociales, y con ellos se trataba de controlar su ideologia. Pero junto a esta voluntad de llegar a todos convive la consciencia de la existencia de una importante div ersificacion de niveles culturales entre la poblacion, lo que llev6 a hacer distinciones entre el pablico y reservar parcelas considerables de la significacion de las obras artis licas y literarias a la minorfa culta, Este fen6meno, al que podriamos llamar «liscriminacién semanticar, caracteriza casi toda la cultura espa- fiola lel Siglo de Oro y es expresivo de Ja naturaleza dual de una socie- dad que al tiempo que suscribe la doctrina trentina sobre el caracter neces#riamente utilitario y masivo de la obra de arte y de cualquier otra actividad cultural, mantiene un orden social esencialmente esta- mental, estiitico y jerarquizado, que promueve y alienta la existencia de grandes desigualdades culturales. Esta necesidad de contentar al mismo tiempo a las masas y a las minorias, y de hacer que és constantemente reconocida su superioridad intelectual respecto a aquéllas, es la causa de que, por ejemplo, en el teatro espanol Cana de las manifestaciones culturales me importantes del Barroco espanol) abunden citas y referencias eruditas inaccesibles a la com- prension de los no letrados y que, junto a una primera trama argu- mental inmediata, narrativa y dineal, convivan sub-tramas y elementos simbolicos que acttian como complemento retorico de ésta 5 den ser entendidos por unos pocos doctos? slo pue- "JOA. Marayull, La cudtira clel Barraco, 2 Entre los estudios semiolégicos de la come JM. Dic Borque, Soctectael y teatro en la ed. Mi nicl, 1983 s gue siendo fundamental el de petviet de Lope de Veger, Barcelona, 1978. 83 nt Pero las diferencias entre los distintos tipos de ptblico barroco radicaban no s6lo en sus distintas capacidades para entender el sig- nificado de lo que se presentaba ante sus ojos, sino también en la existencia de gustos diferentes, Generalmente, las fuentes literarias diferencian entre un piblico mayoritario que gusta de lo que impre- siona vivamente a sus sentidos y una minorfa cultivada que tras las apariencias busca proporcién, correspondencia 0 «lecoro» (entendi- do como adecuaci6n entre significante y significado), y descontia de todo aquello que aprueba el gusto de la mayoria, En el caso del tea- tro, esta dualidad de gustos hallo su maxima expresion en la polé- mica que se produce en torno al tema de la tramoya, cuya prolifera ci6n era atacada por ritores como Lope de Vega, que preferia agotar todas las posibilidades de la palabra para sugerir ambientes y situaciones. Sin embargo, la escenografia se fue complicando cada vez mis y la tramoya triunf6 plenamente, debido a que era del gusto de la mayor parte del ptiblico, Ja cual, aunque «inculta» y «vulgar (como gustalan calificarla los escritores) era, al fin y al cabo, la que sostenia econémicamente a la comedia*. En cuanto a la pintura, hay textos muy conocidos de Lope de Vega 0 Paravicino® (por no citar a Jos tratacistas) en los que, por asi decirlo, se diferencia el acto de «ver del de «mirar, y se atribuye ala masa de poblaciGn la incapacidad para pasar de un estadio a otro, La minorfa culta del primer tercio del siglo xvi entendia la percepci6n de la obra de arte como un acto intelectual que exigia capacidad de jnicio y discernimiento, y estaba vedado a la mayor parte del publico. Asi, al estudiar la fortuna de la polémica dibujo-color en la teoria artistica del momento, creemos que no debe pasarse por alto esta conciencia «aristocratica» de las clases mis cultas, conscientes tanto del atractivo que siempre encierra el color entre todo tipo de publico, como de Ia incapacidad de la mayor parte de los espectadores para apreciar el componente «histérico» (en el sentido que dio Alberti al término en relacién con el arte) de la pintura, cuyo primer sustento es el diseAo® +R, Asensio, -‘Tramoys contr poesit. Lope atacado y triunfante (1617-1622), Actas del Coloquio Teorfa y realidad en ef teatro espariol del siglo XVI. La influenciet ite- Hana, Roma, 1991, pp. 257-270. ‘En Oractones evangélicas (Madrid, Imprenta del Reyno, 1636, p. 94), cl trinita- rio comenta: -Passais por la calle mayor, veis un lienzo de un pais reeién pintado o una Historia, agradaos lo colorido de passo, fue verlo sélo: pero deteneos a ver si descubris kt imitacion al natural, lo vivo de la accion, y el decore de 1a historiz, 0 el adentin, el desnudo, el escorzo, aquello es considerallo: Sobre ests polGmica ha truzdo con singular agudeza D. H. Darst, Jntitatio. (Polémicas sobre la imitacion en el Siglo de Oro) Madrid, 1985, quien ha lamxtdo kt atencion sobre cl caricter moralmente -inadecuado» de muchas de las pinturas de los mues- (ros considerados -coloristas+ 84 mie Para analizar mediante un caso concreto los problemas que hasta aqui se han tratado hemos elegido las fiestas con las que cele- bro Madrid, en 1622, la canonizacion de los santos Isidro, Teresa de Jestis, Ignacio, Francisco Javier y Felipe Neri, y que no encon- traron apenas parangén en la Corte en toda la centuria®. La impor- tancia de la fiesta como hecho social es tema muy ampliamente tra- tado, y no es cuestin de repetir lo ya dicho’. SGlo queremos recalcar que se trato del instrumento mediante el cual el poder (tanto poli- lico como religioso) se comunic6 preferentemente con la poblacion, aspirando a difundir masivamente su ideologia, Esto hace que sean especialmente valiosas para estudiar los distintos tipos de recepci6n. que las formas culturales encontraban en la multiforme sociedad del momento. En el caso de las fiestas de 1622 la labor se facilita por la gran diversidad de fuentes que nos han quedado. Poseemos asi una nutrida informacion de archivo que nos permite reconstruir cémo fueron proyectados y realizados los diferentes actos; media docena de relaciones impresas realizadas por escritores de cultura e implicacion en los hechos diferentes; y algunos diarios persona- les que nos pueden informar sobre lo que realmente vio e intere- s6.aun hombre de mediana cultura. En lineas generales, podemos decir que estas fiestas consistie: ron en una gran procesion general que discurrié por un escenario urbano profundamente transformado mediante estructuras efime- ras, y en una serie de actos que se debieron a la iniciativa del Ayuntamiento y de las ordenes religiosas relacionadas con los san- tos. Entre estos Gltimos destacan la celebracion de comedias, mas- caras procesionales, espectaculos pirotécnicos o certamenes poé- ticos. Descontando algunos pequenos actos previos, duraron once dias, del 18 al 28 de mayo. El propdésito de estas fiestas era muy claro: se trataba de exal- tar no solo a los cuatro nuevos santos espafoles, sino también a la propia Monarqufa y al orden social y religioso que defendia ésta. Todo ello se hacia evidente en la proliferacion de figuraci6n alusi- sy a los reyes, y en Ja aparicién de iconografia que tenia como motivos fundamentales algunas de las cuestiones que ms seriamente preocupaban en ese momento, como era la lucha contra las heterodoxias religiosas © Sobre estas fiestas he tra Mora en kas fiestas por kt ¢ pp. 30-41 Siguep sienco bitsicos M. Fugiolo y 8. Corundini, 1 Fijfimero Barocco, 2 vols., Rom, 1978, y, en el caso -e Diacan, n. 5-6 (1979). ido en «La intervencién de Lope de Vega y de Gomez de monizaciGn de San Isidro», Villa de Machrie XXVU C988). Aunque estas ideas generales fueron captadas por un publ siempre predispuesto a dejarse convencer mediante el despliegue poder, esplendor y riquez: verdad. es que no todos los espeel dores tenfan ocasion de ver lo mismo, interpretaban las imilar oO apreciaban igualmente las munifestaciones se ha dicho, la barroca fue una cultura en muchos aspectos esent cialmente discriminatoria, y ello se expresa, por ejemplo, en las di tintas posibilidacles que tenia el publico segtin su capacidad econG= ca de presenciar actos en apariencia masivos. En el caso de las” s, se puede decir que la mayor parte de los Ambitos celebratiy vos aparecian fuertemente jerarquizacos, y que los lugares priviles giados, como los balcones, ventanas o tablados, estaban ocupados clases que también lo eran. El andénimo autor de la relacion compartimentaci6n cuando es: la nobleza, y 2Qué plaza yc de: Qué ventanas no engrandeci6 hermosura? ,Qué sitio no admiré lo politico de la corte? alles del término no ocupé la masa del puebloe*. En el caso de las s de 1622, su escenario principal fue la ¢ estrenada Plaza Mayor, por la que pasaron todas las procesiones y cuyos balcones se hallaban ocupados por los miembros de la noble- za, los consejos, el Ayuntamiento y todos aquellos capaces de pagar sus altos alquileres. _. Lamayor parte de la poblacion, a juzgar por su distribuci6a, asis ti6 apifiada a los actos y debi de gozar de una vision muy frag- mentaria y discontinua de los elementos de naturaleza dinaémica (procesiones, obras de teatro, danzas 0 especticulos pirotécnicos), los cuales, paraddjicamente, eran los que desplegaban una icono- graffa mas accesille a su comprensidn. En el caso de la procesi6n. general, sin embargo, se le dio la oportunidad de contemplar con cierto detalle algunos de estos elementos (danzas, carros o gigan- tes), cuando recorrieron las calles que unen la Huerta del Duque de Lerma con Palacio”. En cuanto a los elementos estiticos Calta- res, Obeliscos, etc.), fueron visitado: y después de celebrar- se la procesion para la que habian sido levantados. Ponce, por ejem- plo, nos dice que por «la mafana temprano (...) todo el concurso de naturales y forasteros, andava por las calles a ver su adorno»!?, M, laiso, Kelacton de la flesta y sotemuided det baie de ta Sma, tufenta dota | rgerite Maria Catalind.... Madrid, st, (1623), 8.p. | ° . ne. PEM ETON i Peaks ah L, de Veg, Refacion de las fiestas que (...) Maclrid bizo a la Ganontzacton de.) Seen Isiclro..., Madtriel, 1622, s.p. M. Ponce, KelnetGn de jas fiestas qe se hein hecho en esta Corie a ta canont cic de cinco santos, Meuclidl 8, 622. Citarnos por], Simén Niaz. Relaciones de cictos priblicos celebrados en Madrid. 1541-1650, Madrid, 1982, p. 174 86 Sin embargo, no todos los altares u obeliscos pudieron verse con tranquilidad, como le ocurrié a Chirino de Salazar, quien dice del Altar de los Trinitarios que «no podré pintarlo en particular, por no averlo visto mas de una vez, y bien de paso, y no he tenido rela- cién de su traca, después de averla pedico alguna recese!, ‘Tenemos asi dos grandes niveles de percepcidn: el que disfru- tan las clases econdémica y socialmente poderosas, @ las que se les asigna unos puestos desde los que pueden contemplar integramente los Gistintos actos; y el del resto de la poblacién, que apenas podia escuchar los textos de las comedias © contemplar todos los corte- jos procesionales, y a la que incluso se vedo el acceso a ciertas cere- monias, como el certamen poético que organiza el Ayuntamiento, Junto a éstos, e un tercer nivel de percepcion, que corresponde alo que ha sido llamado por Johnson eposicion intelectual» y es el que nos ofrecen las relaciones, en las cuales se nos narran las celebracio- de una manera ideal, ordenada y comentada, lo que nos da una imagen mucho mds cercana a como fueron proyectadas que a lo que en realidad sucedié en ellas. 7 Je ellas (las de Lope, Chirino y Ponce) fueron redactacas por personajes que participaron activamente en la preparacion de las fiestas: en. el caso de Jas dos primeras estuvieron encargadas por la Villa de Madrid y los jesuitas, los dos patrocinado- res fundamentales, ‘Todo ello condiciona mucho el tipo de informa- cidn que aportan, dirigida en gran parte a explicar pormenorizada- mente el sentido y Ia filiacion cultural de los elementos festivos en cuya creacion los escritores © sus patronos habfan tomado parte activa. En estas obras, destinadas a constituirse en recuerdo perenne de la magnanimidad de los patrocinadores, se excluyen alusiones a etro- res e imperfecciones que, por documentacién de archivo, sabemos existieron. Ast, Lope de Vega alaba el Carro de la Fama que hizo cons- truir el Ayuntamiento, sin comentar que los defectos de fabricacion halian sido tan importantes como para pagar a su autor dos mil rea- les menos de los cinco mil quinientos en que se concerto”. £] principal medio con que contaron estos tres escritores para redlactar sus relaciones era su propia experiencia en la organizacion de las fiestas. Esto hace que el relato de Lope sea bastante exhaus- tivo en lo que se refiere a lo que organizo el Ayuntamiento, y muy co en lo que se refiere a las fiestas de los jesuitas, las cuales son narradas muy pormenorizadamente por el padre Chirino de Salazar. © & Monfone y Herrera (pscudénima de F. Chirino de Salazar). Relaicion de tas fies- tus que bespecho ef Colegio Imperial... eu Madrid en ta canonizactin de San fanacto de Loyol, y San Frevicisco favier, Mxdrid, 1622, fol. 27% 12 archive de la s del Ayuntimiento, Por su pa Ponce f; Rerun i eS una descripeion detalladisima cel HOE de aus jeroalites aa explica porque fue el autor de algu- ci pelemeeiee ss I fuentes con que contaban era su pro- tellattincutecns, ee (que no siempre, como demues- choaetiaduriien ae ee fue completa) y un instrumento sobre eRpNGE ld eases fae llamado la atencién y que en parte res eae tee I de vocabulario arquitectonico de mu 2 Be anreacionss de fi s de la Edad Woden espafola: pebanaten oe ipeiones ics arquitecturas efimeras, que pro- Bo nny claro gem pIos consinciores a los escritores. Lope de Vega a descr Fespecto cuando escribe, refiriéndose a los obelis leat 1 Eee SUR cuerpos y miembros principales no toca alien» aidis o edcieetiee por ser ciencia que pocos isehgaias SS que la escriben, en ellas trasladan los Estas relaciones ayudan a fiestasy eee sue a ae relo que se ha «visto» durante las alse Norse listen Soar jemento: retorico de los actos que des- quedndliven oe ad eer constancia de las celebraciones, sino aaa, br Leia ee lierciones sobre el sentido de la ico- eee eee in Baseahte arbitraria en cuanto al objeto de su ane pie he oe mi “quella figuracion vinculada personalmente mente la filfacion aka Heme; Chirino detalla pormenorizada- dele de ee sentido de los elementos integrantes tine & ease au uy que él mismo organiz6, mientras que a en aes ; ares, Obeliscos, etc. de patrocinadores aje- do. Ea eeilidad a; Geteneine demasiado en explicar su significa- nea Pag fest de lo que se suele decir, en las relacio- cl aor ae Bea juntos una comin voluntad laudatoria existe iy iisoeacie retrogeabiea) en lo que se refiere al caracter de a 96k testis de unt parte pimienteas mucies de ellas se limitan : lei Une pare a iguracion desplegada en Ja Geena ae pol lector quien, en la medida de sus capaci- rel Hee ae i Sen en otras se detalla minuciosamen- rise Elieeee é igni icado de la iconografia; y las hay en las que servarse al mismo tiempo estos dos fendmenos!*, s fies- ' Lope de Vega, Op. cit. sp. “Bl decir que «cuando se hi de los lugares comune: en realidad kt vari leido todass es sis pets por ote pte ms digs de revision, pes es muy grande tanto en lo que se refiere al tipo de infor- alos cartcteres bibl tnssmente at tail el tema A, Levi i y literatum de fiestas durante ob Anti somes auerca det i estas durante el Antig raddernos de Arte e leonografia, HW. 3 A989), pp. 376-381 me ghificos oa kt culeu oReflexiones acerea de kt iconograti 88 # ainsi tet ite discriminacion espacial de la que hemos tratado, una evidente discriminacién seméntica, que ajes de ciertas estructuras efimeras le los obe- € Ademas de en estas fiest a que algunos de los men: a la mayor parte de los espectacores, A\ “acion (en forma de estatuas dos y a los patrocinadores, ) icado olrecia dudas incluso a personas cultas!?, Mientras que Lope de Vega, con un total cono- aus, nos indica que era un azor el ave que aparecia os de un obelisco de la Puerta de Guadalajara, Miguel de Leon cree que es un Aguila; y esta diferencia afecta com- pletamente al sentido del emblema, que 1 en la comparacion azores noruegos con la también menguada vida de san Luis Gonzaga, el personaje cuya efigie se asentaba en el pedestal para el que el jeroglifico servia de adorno"®. Junto a la puerta de su Estudio, la Compania de Jests levanto un Castillo repleto de figuracion que admitia lecturas diferentes, inque complementarias. Por una parte, se trataba de una alu , ante la cual se produjo la conversion on en culo pirotéenico en el que el santo lucha- Lutero, era una clara referencia al papel que la orden jesur tica se atribuia como princi defensora de la ortodoxia frente & la herejia. 1g ideas generales, accesibles a un piblico acostum- brado al simil entre la Compania y un cuerpo militar, se encontra- ban complementadas por una serie de imagenes (san Pedro junto a san Ignacio; san Ignacio frente a la Virgen de Montserrat) cuyo ignificado era aclarado mediante algunos versos latinos que rela- cionaban ka labor militante del santo con héroes mitolégicos como Alcides, Palas 0 Marte, y que solo pudieron ser correctamente lei- dos ¢ interpretados por unos pocos!” El caso mis claro de discriminacion semantica que se produjo en estas fiestas tuvo también como protagonistas a los jesuitas, quie- el dia 23 organizaron una mascara de gran complejidad icono- ica, compuesta por representaciones de los planetas, signos y ha fueran vedados liscos mezelaban una figur legible, y alusiva a los santos canon con una serie de jeroglificos cuyo sign! cimiento dle ¢: en uno de los jerogl del corto vuelo de los a la fortaleza de Pamplo' de sun Ignacio, Pero al mismo tiempo, y gracias a su convers escenario de un espect ba contr % sobre algunos Rodriguez de la Flor, «El jerog harrocae, Boletin del Museo ¢ hustitute Gaiman % Lope ce Vegi, Op. ell 8.p.s Me de LeGn, Stuntiasas Ges clin de San Isidro G..), Slo % desde siguii af una cophe de esta re © F Montorte, op. cif. fols, 21\-23r. (1982), pp. 81-100. fiestas que.3 Madrid celebro fol. ar Quieto agradecer 89 constelaciones, acompanados de las profesiones y empleos sobre los gue ejercian influencia. Cerraba la procesién un complicaclisi- mo carro dedicado a los dos nuevos santos jesuitas. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que casi nadie entendi6 siquiera su sen- tido mas general, que era Ja exaltacion de los santos por su benig- na influencia tanto en la tierra como en el firmamento!®, Prueba de esto es la propia relacion de Chirino, el autor de la traza, que pare- ce estar encaminada precisamente a explicar pormenorizadamen- te lo que a todos asombré y muy pocos entendieron. Pero si esto no fuera suliciente, nos queda un testimonio inapreciable de lo que un espectador al que hay que suponer una cultura superior a la media, pues al menos sabia escribir, pudo entender. Se trata de Juan de Manzanares, que era hijo del platero Antonio de Leon Soto y nos dej6 un fragmento de un diario por el que se comprueba que s6lo pudo identificar a las Partes del Mundo, y no entendid que algunas de las pocas profesiones que identific6 (ana ainiversidad> 0 un cor- tejo de sisidros») debian su presencia a su condicion de caracteri- zadoras de algain planeta: Miércoles que se contaron 22 de junio de 622 hicieron los Gramd- Geos de la Compaiiia de Jestis una méascara grandiosa de la qual el arte admiré « todos por ir con una igualdad cada quadrilla signifi- cando su nacién unos «t Africa con su traje natural y después un Carro Triunphal en que iba sentada, otros América, otras al Assia, otros de indios, otros de labradores significando a §. Isidro estos iban bizarissimos, después, otros representando una Unibe en la qual los santos avian tenico diversas honras, Contar lo bien que pxwecid sera decir que ki ordenaron Padres de la Compaiita que con eso me excuso gastar papel y kt alabo todo quanto puedo, solo sé decir que si algtin monarcha la quisiera hacer de aquellos sujetos no sé si saliera con ello por parecer imposible a todos”, clacl Entre las razones con las que hay que contar para explicar la voluntad de vedara la gran mayoria el significado superficial de un despliegne de figuracion tan importante como el de la méscara, ocupa un lugar fundamental el prestigio que alcanzé el hermetis- mo en el Barroco. Fue éste, ademas, un recurso del que se sirvid frecuentemente una orden como la jesuitica, siempre amiga de mos- war la preparaci6n intelectual de sus miembros. Pero, al mismo tiem- po, la Compania era consciente de la necesidad de hacer llegar parte de sus mensajes a la mayor y sabia como hacerlo. En estas fies- Monforte, fbiel., fols. 39v-69¥ "A, Loin Soto, Noticias de Mactrid, Biblio: 1 Nacional, Ms, 2395. fol. 109¢ 90 las recurrié a la pirotecnia, una de las formas festivas mas apie: ciadas por el pablico y con mayores posibilidades para das ce alos conceptos sicomaquicos que tanto seguian obs ronae oO a la orden por aquellos afios. Para aludir a la labor de san Ignacio como defensor del catolicismo frente a la herejia, se represent pirotécnicamente al santo defendiendo un castillo de los ataques de un dragon sobre el que montaba Lutero, mientras que la labor evangelizadora de san Francisco Javier era el tema de un Sree téculo que trataba sobre la liberacion de Andromeda (la Tglesia) por Perseo (el santo). La proximidad del episodio de Ovidio con la historia de san Jorge, muy conocida por todos, haria que elsig: nificado de esta escena no pasara desapercibido entre el publico* Z Antes, al hablar de la mascara, hemos aludido a su significado «superficial, conscientes de que hay un sign ficado afpotane os que desborda los problemas puramente iconograficos y que, este: Sh debid de ser entendido por la masa de espectadores. Esta THEO ra, al igual que todas las fiestas de la Edad Moderna, persegulia ante todo mostrar la gloria de sus patrocinadores y del orden Boca! y religioso que defendian, y ello se llevaba a cabo no sblo mediante una figuracion alusiva a estos temas (y que no todos comprendi- an), sino también, y sobre todo, por medio de una apelacion a los sentidos de los espectadores, que quedaban asombrados ante «Sl enorme despliegue de poder y riqueza. Por ello, a la nee de pre- guntarnos qué es lo que percibia el pablico de las fiestas las con : ciones sobre su capacidad para captar el significado de la iconografia resultan a veces un tanto ociosas, pues ta pene paganda se ejercia sensorialmente, a trave del lujo y del caracter maravilloso, ritualizado y ceremonial de los actos, cant tars Los espectadores también pueden ser distinguidos ne diferentes gustos. Al menos eso es lo que hacen les autores de las relaciones de estas fiestas, quienes diferencian eis erieeie Us piblico que busca la espectaculariclad, La riqueza x elesplecd on, de otro que intent encontrar en lo que ve un programa Iconog) fico y formal coherente. Asi lo expresa, por ejemplo, Chirino eae do 3 plica las razones que le llevaron a deseribir minuciosamente el Paseo de la Compan sider Ae Sélo me anima el cumplir los deseos que tienen muchos de saber ln traca y harmonia del paseo: porque aunque fue de tin general 2! De las reladioncs entre Persco y sun Jorge he tratade en -Difusion y dieser * nes de un tema chisico en cl Siglo de Ose: ki Liberacién de Andromedis, Cuadernos de Arte ¢ kconografia. M1. 4 (989), pp. 84-92 of gusto, los mas pienso que se dexaron lle dad de tages (...) sin llegar a es pondencia que levavat! Este mismo escritor resume la doble posibilidad de pereibir y valorar los aparatos festivos, de acuerdo con la cultura del espec- tador: Huvo para todo género de gentes muy competente entretenimien- to; pues nial mds entendido le faltava el pensamiento, nia los demas variedad de cosas, que por si y sin m: nveriguacion de Arte di gusto”, # Monforte. op, eft. fol, 40r # Montoste, iid. fols, 33 3-v. 92 Aqui fue Troya (de buenas y malas pinturas, de algunos entendidos y otros que no lo eran tanto) En 1623, lord Cattington, que habia venido a Espana en el s del principe de Gales, y sir Arthur Hopton, el embaj coincidieron en Madrid. Juntos, y en compafifa de su sefior, tuvie- ron ocasi6n de contemplar con detenimiento los enormes tesoros arusticos que se encerraban tras los muros de los palacios del rey y en el interior de muc 1s nobles. Cuando, quince aiios cles- pués, Hopton escribia a Cottington que los espafoles «se han vuel- to ahora mas entendidos y mas aficionados al arte de la pintura que antes, en grado inimaginable»’, se estaba refiriendo a un mundo que ambos conocian a la perfeccién. Durante tres lustros el embajador, que enviaha regularmente desde Espafa cuadros con destino « las colecciones de Carlos Ly sus amigos ingleses?, habia seguido muy de cerca la evolucién de este creciente amor por el arte que se vivia en la Corte de Felipe IV, y su opinion puede considerarse plenamente autorizada. No es que antes los espafoles no gustaran de la pintura, es que ahora gustaban ma de ella y, sobre todo, que entendian mas Si recordamos las desdehosas palabras con que en 1603 Rubens, gnado por que su nombre fuera desconocido en Valladolid’, se ind ' Cit. por]. Brown y J. H. Elliott: Lar palacin para et rey, Madrid, 1981, p. 121. 2 E,DuGue i Arthur Hopton and the Intere and England in the Seventeenth Century: UF 1967, 9. 164 ¥ 165, pp. 239- 243 y 60-63: M.S, Gt Fulguent: Vajeros, eruditas y artistas. Los europeos frente a Ja pintira espatiolea del siglo de oro, Madrid, 1991. pp. 3. y 58 £G, Cruzuda Vilaumit: Rubens, diplonvitico espanol, Revtster Buropedt, 1874, p. 101, « of Paintings between Spain od 93 habia referido al es ‘aso conocimiento artistico de nuestros com- patriotas, incluso el de aquellos que, como Lerma, oficiaban de coleccionistas y entretenian sus ratos de ocio recorriendo las gale- rias reales’, podemos valorar mejor el camino andado en algo mas de un cuarto de siglo. Sin embargo, jhasta qué punto entendian de pintura los espafoles del siglo xvi? _ No cabe duda de que Rubens tenia razones personales sufi- cientes para exagerar a su favor la ignorancia de los espanoles, y resulta evidente que hacia muchos aos ya que en Espana habia coleccionistas avezados, y al tanto de cuanto sucedia en el mundo de las artes. Los inventarios de sus coleeciones, los cuadros que se hicieron traer de Italia o de Flandes, los artistas sobre quienes pusie- ron sus ojos e incluso, en el caso de Felipe de Guevara, los libros que escribieron son buena prucha de ello’. A lo largo del siglo xvit su ntimero no hizo sino aumentar, y son multiples los. nombres que podriamos citar: el duque de Osuna, el conde de Monterrey, el mar- qués de Leganés, el ulmirante de Castilla, don Luis Méndez Haro 0 el marqués de Heliche... Pero esto no responde a nuestra pregun- ta. Habia, si, muchos espanoles que entendian de pintura, pero, aqué pasaba con ese gran nimero de eniencdidos que brotaron de repen- te en nuestro suelo? En la biografia de Herrera el Mozo, Palomino refiere una ané dota muy instructiva, la de aquel «mono célebre que hizo con oc: si6n de haberle mandado el sehor Conde Duque de Olivares, que fuese a ver las pinturas que habia en cierta almoneda, y erigiese para su excelencia las mejores, y se las dejase sefaladas; hizolo asi Herrera; pero habiendo ido a verlas el Conde Duque, las despre- ci todas, o las mas; y eligié otras de muy inferior calidad, abomi- nando el mal gusto, y eleccién de Herrera. El cual abrasado de este vejamen, pinto la sdtira de un mona, que hallandose en un vergel de flores, y junto a él unas rosas muy hellas, eligié un aleareil de jumento, con el cual estaba muy gozoso»® * Enel entorno inmediato de Lerma surge en Espaita uno de los primeros intentos, al menos que conozceamos, de creaci6n cle und Acudemia «rtistiet: en 1603, Jeronimo de Ayunz, con motivo de haberle enviado un Ecce Homo pintado part su capillt, pre= sent al dugue un memorial en ef que le expone lis ventajas que part cl aute y los aristus tendrit cl fundar una -escucla dellos en ka galeria q Vo Ex hace en Ve (donde, # ejemplo de la Academia Horentina patrocinade por el Gran Duque de Toscana] se pongan de kts mejores pinturts y hubicre y las Fstatuts ¢ su tiene perciidas en kis casas de Palacio q redundu dello una tera mem! de V. Ex ¥ gran beneticio del Ry mas _ ahi vtde Ws. Papeles varios por tos aitas de 1600 BN, Ms, 12858 : § Sobre este (ema, M. Morin y B, Cheea: #f culeccionisma en Esparta. Madrid, 1985, y J. Brown: La eclac! de ora de Ia piutura en Espaite, Madrid, 1990, . “A, Paluminc: El musco pictorico, Madrid, 1947, p. 1022 94 Siun hombre de la cultura de Olivares podia equivocurse de tal manera al juzgar el mérito de unas pinturas, ¢qué no sucederia con hombres de menor preparacion? Esta pregunta no tendria ninguna logica si consideraramos, como fue de hecho, que quienes profesaban de entendidos en arte eran una minoria de coleccionistas reducidos a una pequena elite? Pero adquiere pleno sentido si tenemos en cuenta que el demos- trar conocimientos artisticos se acabé convirtiendo en la Espaia del siglo xvi en una auténtica necesidad social entre las clases altas y medias intelectuales, o con pretensiones de serlo, Esta nueva acti- tud hacia la pintura es algo que se ve de forma palmaria entre los poetas, a muchos de los cuales fue requerido su parecer en el plei- ta sostenido por los pintores de Madrid en 1633%; por ejemplo, Lorenzo van der Hamen, que confesaba «ser aficionado a este Arte [de la pintural (..) y comunicar con los mejores y mas primos Pintores que ha avido, y oy tenemos», Calderon de la Barca, que declaraba da natural inclinacion que siempre tuvo a la Pinturas"’, 0 Francisco de Rioja, que tas6 cuadros comprados por Velazquez para el Buen Retiro, por no hablar de Lope de Vega. Pero, en cualquier caso, y sin Hegar a conocimientos tan profundos, rimar algunos ver- sos y hablar de pintura eran la demostracién evidente de que se poscia una buena educaci6n'!; o asi lo pensaba, al menos, aquel personaje de una comedia de Rojas Zorrilla, que, a modo de pre- F incluso éstos tenian sus limitaciones. Por ejemplo, de Francisco Medina, que habia reuniclo en Sevilla un riquissino Museo de rant libreria, | cosas ounca vistas dle kt Antigtiedact i de nuestros tiempos: (F, Pacheco; Libro de deseripetan de verdaderox retratos de ilustres y' memorebles varones, Madrid, 1983, pp. 86-87). Pacheco hace el siguiente retrate suyg como Cntendido: que, como po redunda en menescabo de sus letras y grandes ingenios la falta de conocimiento en kt pinturt, ni elles estin obligados en tanta puntualidad en arte ajeno, con su exemplo amainarin las velas de los presumidos (...) Vengamos al de mayor conocimiento, el maestro Medina, a quien engaiaron con unas moderadas copkis, por originales cle Maese Pedro, y le desengaié, F. Paheco: site de la pintura, Ba. FJ. Sanchez Canton, Madrid, 1956, £11, pp. 167-168 *V. Curducho: Didlogos de la pintura, Ed. F. Calvo, Madrid, 1979, pp. 447. ° Cit, en]. Portits: Lope de Veyer y las aries pldsticas (estuclio sobre las relaciones etre pintura 9 poesta on la Espaiia lel siglo de oro y poesia en ta Espana del siglo de oro, Tesis doctoral, Universidad Complutense, Madrid, 1991, p. 165 © Git. en F Galvo: Feurta de ta Piatra en ef Siglo de Oro, Madrid, 1981, p. 341 11 y su falta de lo contrarid, Asi, por ejemplo, para criticar la incultura genérica de fos mureitnos, alguien podia decir que snide nuestro den Pedrg (Montezuma) los pinceles celebran estas gentes —que nudeza— Zouvis, Timantes, Parrasio. ni Apcles 1D. de Vera Ordones de Villaquizan: Hervielas bélic p. 68. . Bareclonit, 1622, 95 sentacion, deca de si mismo: «conozco bien de pinturas, hago come- dias a pastos!?, Unos conocimientos estos que se iban a poner a prueba con mis frecuencia de lo que podriamos pensar. Y no s6lo porque kts dis- cusiones sobre cuestiones artisticas se convirtieran en tema habi- tual en las sesiones de las distintas academias que conocid aquel siglol’, sino porque este tipo de conversaciones habia salido a la calle 0, mejor dicho, hubia entraclo en las casas. Javier Portas habla, por ejemplo, de la importancia que adqui- rieron en el Xvi costumbres como la de la visite o la de enseriar la casa, y si leemos con cierta calnia la literatura del momento nos daremos cuenta del gran ntmero de situaciones en que, circuns- tancialmente, unos personajes invitan a otros a contemplat las pin- turas que adornan sus moradas" y a dar su opinion sobre ella Asi, cuando en El mayorazgo figura una de las protagonistas, Inés, alaba la belleza de una estancia en la que acaba de entrar, Elena, la duefia de aquel palacio, le pregunta: «no celebrais las pin- turas, para a continuaci6n mostrarle un «camarin [que] responde aesta sala, en el [que] se ven paises, medallas, flores, y algunos bue- nos retratos de los mejores pinceles de esta corte», Y lo mismo en La prueba entre amigos, donde Lope de Vega describe este rito de mostrar la casa con un didlogo como el que sigue: La casa es buena y la pintur Esta Lucrecia es singular, Famosa. jBueno, tras la cortina esta el esclavo! De Urbino es la invencidén. jEsta excelente! Bueno es Aquel Adonis de enfrente stas divinas pinturas me han en extremo alegrado, alabo. ©} F Rojas Zomvilla: Autre bobos anda ef jucgo, on Gomedias escogidas, Madrid, 1952, Pp, 30. Sobre este tema, 2 muy especialmente, J. Portits: Op. cit, pp. 74 y ss. Por cjemplo, cn 1621, en los estututos redactados por ‘0 de“Medrano para una non nata Academia Peregrine, esttban previstos tres dias fifos cad mes para tatit, uno de ellos, sobre pintura y perspectiva, otro sobre arquitectura y arqueo- logia, y, cl tercero, sobre escultura. BN, Ms, 3989, fols. 51v -58v, cit, por J. Portis: Op. cit. pp. 134-135. Con motive de ki reclamacion de los otros pintores contra ki instalacicin en Sevilla de Zurbarin, Rodrigo Susres argumenta en favor de éste que «lt Pintura no es ul menor ornato ce ki Repitblica. sino que por ¢l contratio constituye uno de los prin- cipales, unto para lus igkeskis como pani las cassis particuktres». J. J. Martin Gonilez: _ Bl artista en la sociedad espanota del siglo XVI. Madticl, 1984, p. 23. "A, Castillo Solorzano: El meyorazgo figera, BAR. 45, Mackrid, 1951, p. 299. a 96 que les soy aficionado, y hay mil gallardas figuras» 16 Los ejemplos de este tipo podrian multiplicarse hasta el infini- to, pero estos dos son suficientes para mostrar hast qué punto esta- ha extendida en la Espafia del siglo xvn la costumbre de ensenar y alabar las pinturas que decoraban el interior de las viviendas. Y es que, por pobre que fuera, no habia hogar en aquellos tiempos que no estuviera adornado con pinturas 0, al menos, con «papelones amalgamados de los que traen los franceses»!”. Incluso en uno tan humilde como el de Isidro Labrador, cuyo mobiliario se reducia a «mesa pobre y pobres sillas, sin espalda y de costillas», do que cuelgan, advertid, para abrigo y para honor {son] cuatro sargas dle labo: con la historia de David"; 8 sargas que, por supuesto, «no eran de pincel moderno / del Basan o del Tiziano», sino obras de bajo precio, acaso compradas a un pin- tor ambulante, pero que, a los ojos de su dueno, preparaban su casa para recibir dignamente a la esposa que acababa de tomar”. "© F Lope de Vega: fa prueha entre amigos. Ed. Academia, t. Xl, pp. 112-114. 1 F Santos: Dig j soche de Madrid. Bd. M. Navarro, Madrid, 1976, p. 184, ® Palomino sefuke que hacks 1600 kts s sustituyeron a Jas pinturas en kt Ja gente de medians esferas (A, Palomino: Vidas. Madrid, 1986, p. 99), en Bl Quijote, por ejemplo, se nos hable de una posads en plena Mancha cecoraca con unas «sar gas vies re kis que se vetin asuntos de tema mito- como se usin én lasialdeass sobre ldgico y de otra donde sla huéspeda le dio una sctkt baja enjaegack con otras pintt- cis surgase como kts que habit en otrus habitaciones del mismo establecimiento (M. de Cervuntes: Obras completas. Ed. A. Valbuena y Prat, Madrid, 1946, p. 1646). Lo mismo en Peribdilex. el comenclactor de Ocatia, donde uno de los personajes dice: {Yo, seitor, tengo en casa pobres surgas, / no franceses tupices de oro y seda, / no reposteros con doracks :urmas» (F, Lope de Vega: Obras. Ed. Seademia, X, p. 119). De lt pobreza que reinaa en aquella eas nos clan idea los versos que vienen inme- diatamente a continuteion, en Jos que se describe su mest pobre y pubres sillas, sin espalda y de costill: su Vasar limpio, y bizarre, mis seguro aunque de barro, mis las doradas vajillas». B. Lope de Vega: £1 Isidro, en Obras escogidas H, Aguilar, Madtid, 1973, p. 429. Entre Io que tiene que apgrtar Antonio Arias como dote de su hij se encuentran chiapas G.o bestidos, cama Gdlzida, sillas, eseritorios y pinturas y otros muebles nece- sarios pura ki cstste. M Wo: Ads noticias sobre pintores madriletios de los sighos XVPal Xvilt, Madrid, 1981, p. 42. Dra Y es que sin algunas pinturas colgando de las paredes, algo fal- taba a la casa?! al menos para acoger a una mujer recién casada, como sabian muy bien, entre otros, los labradores de la huerta valenciana, que acudian a comprar pinturas baratas a las tiendas de la plaza San Gil, «en especial cuando casan algdin hijo, en cuyo lance suelen capi- tular las futuras suegras (cosa graciosa), que se hayan de comprar pre- cisamente alli; y, como veremos mas adelante, no exictumente por razones estrictas de calidacl artistica ni amor a la buena pintura”, En una sociedad en la que cada uno vale por lo que tiene, la casa es el espejo de la bolsa, donde todos ven reflejarse con niticlez rango y posicion, desde aquel hidalgo pobre en cuya habitaciGn «no habia cuadro que adornase las puredes (..), sino era un espejo que en tiem- po antiguo fue con luna Hens hasta aquel otro caballero que «debia ser muy principal y rico, porque tockts las salas [dle su palacio] esta- ban muy alinadas de ricas colgaduras y excelentes pinturas y otras cosas curiosas que decian el valor de su duefo?! Por eso mismo, para tener Hehe at precisa de los posibles de aquel desgraciado mer- cader sobre quien ae puesto sus ojos voraces, li Garduna de Sevilla insiste tanto en que su presunta victima le ensefe Ja casa para com- probar que se encontraba, como ella suponfa, «bien alifada de cua- dros de pintara de valientes pinceles, de colgadur: das, de escritorios de diferentes hechuras (...)»?>, EL adorno de la casa era un espejo muy fiel, donde dificilmen- te cabia enganho, por mas que no faltaran quienes, a base de pin- turas y muebles, quisieran aparentar una riqueza o una respetabi- lidad que no tenfan. Entre estos tltimos podria encontrarse Teodora, una alcahueta sevillana que, al instalarse en la Corte con de Ttulia muy luci- * En un estudio estadistico r lizido sobre inventarios del Archivo Historico de Protocolos de Madrid, pertenc gentes de muy dlistintas profesiones y cl ses sociales en torn 21 1670, os Ginicos que carectan casi por completo de pintu- nts Chun JOvenes inmrigeantes, casi todos solteros y con poco tiempo ue residencia un kt conte: gallegos, asturitnos y franceses mnayoritartamentes. J. Brave Lozino: Pintura y mentalickices en Maclrid st finclles del XVIL. Auuales let Instituto de Bsincios Madriterios, XVI, 1981, p. 204, En estudios semejantes tealizatdos sobre ¢l mundo sevillino, las tes cuctrtts partes de los domicilios particulares contiba con cuadros y Kimings p sdotno, con un saldo medio cle veintitrés cuadros por nticleo fami- ligt, P.M. Martin Morales: «Aproximacion al estudio del mereaco de custdres en kt Sevilla barre (1600-1670)-, Archivo hispalense, 1988, pp. 145 y 149. + M.A, Orelkinu: Bingrafia pictirica valentine, Va. X. de Salas, Madrid, 1967, pp. 316- 517, A, Castillo Soloratna: FE bechiller Trapaze. cn A. Zamort Vicente (ed.): Novela pica- vesea espesiola. Varcelon, 1976.1 p. 4 Made Zayas: Desengaitos amorosos. Ed. A. Villart, Madrid, 1983, p. 236. A, Castillo Solérzino: La Gardine de Sevilla. on 8, Zamora Vicente (ed). op. eit sus pupilas, adornd sus habitaciones «con aderezos de casa de viuda, colgaduras honestas ly] estrado negro*®; y entre los primeros, quie- nes alquilaban colgaduras y cuadros que no podian adquirir’’, 0 los que presumian del <«adorno de pinturas y escritorios», no siendo éstos, en realidad, otra cosa que «una arquilla de seis reales», y aqué- llos, «cuatro papelones amalgamados de los que traen los france- ses*, Era un quiero y no puedo; y tales ~papelones», en lugar de demostrar la riqueza y buen tono que su duefio buscaba, procla- maban a las claras sus deseos desesperados —y por eso la ironia de Francisco de los Santos— de asimilar los usos y costumbres de las clases pudientes, pensando que por el mero hecho de tener pin- turas y de que éstas reprodujeran exactamente los mismos géneros que las de elevada calidad y precio” pudieran experimentar un cier- to ascenso social. Una asimilacion, incluso, que lleg6 a extender- sea la costumbre de regalar pintura; y si el duque de Sessa podia dar al marqués de Priego «una de las mejores pinturas de mi gale- rfa en sefial de amor=*’, en sefial de amor también —aunque espe- remos que de otro culibre— los amantes podian incluir cuadros de poco precio, de los que se vendian en las tiendas de la calle Mayor, entre las muchas baratijas con que regalaban a sus damas, como aquel galén que «habia dado [a su amada] no se qué niferias, cosa A, Castillo Soloraino: Las barpias de Madvtd, Fd. P. J -be su abuelo hay conjeturas que en Madrid alquikabat colgaclurs B. de Quirés: Obras, Madril, 1656, f. 26v. ® Bde Santos: Dia y vache de Madrid, Rd. Navarro Pérer, Madrid, 1976, pp. 183-184 Fn Toro, aqutel pintor malo dle que hubla Jeronimo de Alcaki suministradba a los hara- dores que bajaban de lasaildcas at] mercado cle los jueves tanto imagenes religiosas como «kt casa ofomaina, [os cmperadores romanos [o] los dioses de los antiguoss. | Alc: doneido hablador, en Novelistas posieriores a Cervantes, BAR, t. XVI, Madrid, 19.46, p. 569, Sin embargo, en studios sistemdticos efectuados sobre in tarios sevillanos del siglo svn, kt presencia de retratos y cuadros dle tema histérico ¥ mitolgico resulta pricticamente despreciable entre los agricultor bajadoras, con aumento notable en ellis de los cuxdros de cardeter religic ronckin o Superan ¢] 50%, FM. Martin Morales: Op. cit,, pp. 150-153. AHP cle Mactridl, n.2 6932, fols. 1072 cit, por J. Porttis: Op. cil. p. 77. De la misma manera vel conde de Vilkimediana ha mostrado ser tan su amigo [del arzo- hispo de Burgos, don Fernsndo de Acebedo), que, entre otras nuestrits que het dado del amor que a su iusteisimo ticne, le presentaba un cintillo ce diamantes y unt venent de su habito, de muy grin valor, y unc lets aceptadt en los Tesoros de bt Cruzada, de mucha cantidad: el Arzabispo no lo acept6, si bien agrtdecié mucho tal gullirdia v valor, yel conde le presents un cutdro de pintura de Tiziano, de valor de mil escudos, para que se acordase de Glen Burgos, y este tome el atrzobispos. Cartas de Almxinst y Mendova: Coleccion de libros raras 0 cttriosas, 1. XVI, p. 76, cn M. Herrera Garela: Coutribuciér de la literatura a la historia del arte, Madd, 1943, p. 16 ialde, Madrid, 1985 p. 56 99

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