Está en la página 1de 101

HISTORIA

DE

COLOMBIA
POK

CARLOS BENEDETTI.

La obligación del historiador es recor-


dar la verdad para que sirva de instruc-
ción, y contemplando ¡os acontecimien-
tos y el carácter de los hombres, presen-
tar una copiafielde la naturaleza humana.
HUGO JÍLAIK.

SEGUNDA EDICIÓN

LIMA
IMPRENTA D E L U N I V E R S O D E CARLOS PRINCE,
Calle do la Veracruz N.° 7 1 .

1887
Esta obra es propiedad del autor, quien se reserva todos
los derechos para su reproducción.
PREFACIO.

Si todas las naciones tienen su historia, ninguna


puede ser-tan interesante para los colombianos como
la historia de su patria; pero á pesar de las muchas
historias que tenemos de Colombia, no existe una
que comprenda los sucesos de sus tres secciones, es
decir, de Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, que
siempre han estado destinadas para formar una gran
nación de hombres libres. Deseando llenar este va-
cío, y ofrecer á la juventud colombiana uua obra de
esa clase, emprendí este trabajo ahora muchos años,
primero en la forma de un Compendio y luego en el
de una Historia General.
Mi larga ausencia de Colombia, interrumpió es-
tos estudios; pero habiendo conservado algunos ma-
nuscritos, una parte de éstos fué publicada en el año
último de 1882. L a acojida que ha tenido esa publi-
cación, me ha decidido á publicar igualmente el res-
to de los manuscritos, que conservo, completando
así, con ellos, la obra que me propuse escribir desde
un principio, ó sea, una Historia de Colombia. Sin
mi ausencia de la patria, ésta indudablemente ha-
bría sido más extensa, pero en ella, sin embargo se
encontrará todo lo que hay de interesante en nues-
tra historia, que,en verdad, no puede llamarse na-
cional, sino desde 1810 para adelante. L a s perso-
nas amigas de detalles más ó menos- insignificantes,
pueden encontrarlos en las siguientes obras:
Por lo que hace á Venezuela:
Resumen de la Historia de Venezuela por Ba-
IV HISTORIA DE COLOMBIA.

ralt y Díaz. E s t a obra fué compuesta; el tomo pri-


mero, ó sea la Historia antigua, con los datos que su-
ministra Oviedo en la suya, y los otros dos tomos, ó
sea la Historia moderna, con los de Montenegro en
su Geografía Universal.
Por lo que hace á Nueva Granada:
Historia general de las conquistas del Nuevo Rei-
no de Granada, por Piedrahita, quien se sirvió del
Compendio Historial de la conquista del Nuevo Rei-
no de Granada, por Jiménez de Quezada.
Compendio Histórico del descubrimiento y con-
quista de la Nueva Granada, por Acosta, quien to-
mó sus datos de las dos anteriores.
Memorias para la Historia de la Nueva Granada,
por Plaza, quien se sirvió de las mismas obras que
Acosta y de las Memorias de los Vireyes.
Historia de la Revolución de la República de Co-
lombia, por Restrepo; quien, para la parte de Vene-
zuela, tomó sus datos de Baralt y Díaz.
Por lo que hace al Ecuador:
Historia del Reino de Quito, por Velazco, quien
se sirvió,para la Historia antigua,de la obra de Niza.
Resumen de la Historia del Ecuador, por Ceva-
Uos, quien tomó sus datos,para la Historia antigua,
ó sean los dos primeros tomos, de la de Velazco, y
para la moderna, en la parte que se refiere á Colom-
bia, de la de Baralt y Díaz.
Las obras de Oviedo y de Niza son muy raras, en-
contrándose solo en algunas bibliotecas, y la de Pie-
drahita lo era también hasta hace poco, en que fué
reimpresa en Bogotá, casi á los dos siglos. L a de
Jiménez de Quezada no llegó á imprimirse y hasta
se ha perdido el manuscrito.
Otras muchas historias, casi todas igualmente ra-
ras, pueden también consultarse, por tener rela-
ción con la de Colombia. Estas son las Historias ge-
nerales de Indias ó América, y algunas historias
particulares. L a s primeras pueden dividirse en dos,
HISTORIA DE COLOMBIA. V

es decir: las que se escribieron en el primer siglo


del descubrimiento de América y las que se publi-
caron á fines del siglo último.
De las del primer grupo, las principales son: L a s
Décadas, de Herrera; la Historia Natural y Moral
de las Indias, de Acosta; la Historia del Nuevo Mun-
do, de Benzoni; las obras de Las-Casas; las Blejías
de Varones Ilustres, de Castellanos; las Noticias
Historiales de Simón y otras.
Y de las del segundo: L a Historia del Nuevo Mun-
do, de Muñozjlas Investigaciones Filosóficas sobre los
americanos, de Pavr; la Historia filosófica de los es-
tablecimientos de los europeos en las dos Indias, de
Raynal; la Historia de América, de Bóbertson; las
Noticias Secretas y Viajes á Sur América, de Ulloa
y don Jorje Juan, y varias más.
L a s otras historias particulares que se han publi-
cado y tienen relación con Colombia, son: La Cróni-
ca del Perú, de Cieza de León; la Historia General
del mismo, de Garcilazo de la Vega; la Historia y
Descubrimiento del Perú, de Zarate; las Guerras Ci-
viles, de Collahuazo;la Historia de la Conquista del
Perú, de Prescott; la Historia Antigua y la de la
Conquista del Perú, de Lorente, y varias otras que se
enlazan con la historia de Colombia, por ocuparse
del Reino de Quito.
Tienen también relación con la historia de Colom-
bia, algunas otras obras, como son: la Historia del
Almirante, de don Fernando Colón; la Colección de
Viajes, de Navarrete; la Vida y Viajes de Colón y
sus compañeros, de Washington Irving y otras.
Pero todas estas obras sólo tienen relación con Co-
lombia, respecto á su descubrimiento y conquista,
pues sólo encontramos unos pocos autores que su-
ministren algunas noticias referentes á la época de
la colonia, y éstos, en su mayor parte, son: la His-
toria de la provincia de Santa F é , de Cassani; la
Guayana, de Denís; el Orinoco Ilustrado, de Gumi-.
VI HISTOBIA P E COLOMBIA,

Ha y los Viajes de la Condamine, Depons y Humbold.


Con relacidn á los asuntos religiosos de la Nueva
Granada, puede verse la Historia eclesiástica, civil
y política de este país, por Groot, quien se sigue por
Piedrahita y Jiménez de Quezada en lo que se re-
fiere á la conquista y por Restrepo respecto a la par-
te política de Colombia.
Así mismo pueden verse, con relación á la época
de la independencia, la Historia del P e r ú Indepen-
diente, por Paz Soldán; la Vida pública del Liber-
tador, por Larrazábal; Colombia, por Zea; la His-
toria de Colombia ó del general Bolívar, por Ducou-
dray Holestein; la Historia de Colombia, por Lalle-
ment; la Autobiografía del general Paez; las Memo-
rias del general Posada y las del general López; los
Apuntamientos para la Historia, del general Oban-
do; el Examen Crítico de esta obra, del general Mos-
quera y otros escritos de menor importancia.
Por lo que se refiere á la literatura en Nueva Gra-
nada, puede verse así mismo la Historia del señor
Vergara; y en cuanto acostumbres, los miles de ar-
tículos de que están llenos los periódicos.
Para la descripción del territorio colombiano, he
seguido á Caldas, Mosquera, Codazzi y Villavicen-
cio en sus Geografías del Nuevo Reino de Granada,
Colombia, Venezuela y Ecuador; á Caldas, sobre to-
do, de quien he tomado gran parte.

Lima, Abril de 1885.

CARLOS BENEDETTI.
INTRODUCCIÓN.

RAZA Y CIVILIZACIÓN INDIJENAS.

CAPITULO PRIMERO.

COLOMBIA.

Al extremo norte de la sección meridional de América,


existe tina vasta comarca, conocida con el nombre gene-
ral de COLOMBIA y con los particulares de Venezuela, Nue-
va Granada y Ecuador, que llevan sus tres divisiones.
Su posición geográfica es la más interesante en el glo-
bo, dominando ambos océanos y ponie'ndolos en fácil
contacto por el istmo de Panamá. Comprendida toda
dentro de la zona tórrida, se extiende por 18 grados de
latitud de norte á sur y por 25 de lonjitud, de oriente á
poniente. Sobre el mar del Sur, ú Océano Pacífico, tie-
ne cerca de 500 leguas de costa, desde el Golfo Dulce bas-
ta la ensenada de Túmbez y sobre el Oce'ano Atlántico
ó Mar de las Antillas, otras 750 leguas desde el río Cule-
bras basta el Cabo Nassau. L a forma sobre el mapa, de
este inmenso recinto, es casi cuadrangular, como si es-
tuviese truncada la punta sur que mira al oriente y
tuviese una asa ó mango al extremo norte que cae al po-
niente, que eg el istmo de Panamá. E l espacio que ocupa
sobre la superficie del globo es de 92,000 leguas cua-
dradas y sus límites son:
Por el Atlántico, desde el Cabo Nassau, ó más bien,
desde el río Esequibo, antiguo lindero de la Guayana
holandesa, hasta el río Culebras, límite del Estado de
Panamá ó Punta Careta al occidente de la laguna de Chi-
riquí, entre las Bocas del Toro y el puerto de Matiaa ó
HISTORIA DE COLOMBIA.

Moin, correspondiente á la República de Costarica, en


Centro América, incluyéndose las islas de Margarita, San
Andre's, Vieja Providencia y otras más pequeñas. Desde
el río Culebras ó Punta Careta, los límites interiores
atraviesan el istmo de Panamá y vienen á caer sobre el
Pacífico en la punta Burica ó río Chiriquí viejo, situado"
al éste del Golfo Dulce.
Desde aquí, los términos de Colombia siguen las cos-
tas occidentales de la América del Sur, hasta la embo-
cadura del río Túmbez, límite setentrional del Perú,
con las islas adyacentes de Quibo, archipiélago de las
Perlas, de Galápagos, de la Puna y otras menores. L o s
ríos Túmbez, Macará, Huancabamba, Yancán y Mara-
ñen ó Amazonas, dividen por largo espacio á Colom-
b i a del Perú, hasta la confluencia del Yavarí, en que
principia la primera á ser limítrofe del Brasil. Los lími-
tes con este imperio son : el Amazonas hasta el Yapurá ó
Caquetá, nna línea que corta al río Negro en frente á L o -
reto hasta la sierra de Yaraguara ó Maraguaca y luego
la de Pacaraima hasta llegar á la Guayana antes holan-
desa y ahora inglesa. Los ríos Esequibo, Cuyuní y Ma-
seroní dividen la Guayana inglesa de la de Colombia,
yendo luego la línea divisoria á terminar en el Cabo Nas-
sau. Estos son los límites que corresponden á Colom-
bia; pero las naciones vecinas fijan otros, y así, en los
mapas de Sur América se vé á estas naciones con más ó
menos extensión, según la nacionalidad del autor. Los
estraños fijan los límites segiín el primer mapa que tie-
nen á mano.
Se señalan especialmente en el territorio de Colom-
bia, por caracteres bien marcados, el Istmo de Pana-
má, las costas y los valles, las cordilleras y un plano,
horizontal E l Istmo de Panamá,
lengüeta de tierra á manera de puente tendido entre dos
mares, con el magnífico espectáculo de ambos océanos,
realza ó suple sus bellezas. Centro de comunicación en-
tre dos grandes continentes, á la época del descubrimien-
to de América como en la actualidad, el canal en cons-
trucción le hará servir como puente levadizo, no de un
castillo de guerra sino de un monumento elevado por la
civilización de los hombres para su engrandecimiento y
su gloria.
L a s costas, ó sea la parte baja y marítima de Colom-
bia, la constituye, en lo general, una zona de 12 á 15 le-
guas de anchura, baja, anegadiza en gran parte, cruza-
HISTORIA DE COLOMBIA. 8

da por mil ríos caudalosos que ya se separan, ya se reú-


nen y que lentos y perezosos forman un archipiélago
largo y continuo en sus embocaduras. Despue's el terre-
no va elevándose por grados insensibles, se comienzan
á ver pequeñas colinas y las aguas corren con alguna ve-
locidad. Más adentro el país se escarpa y levantan los
Andes su frente soberbia. Diez mil arroyos se precipi-
tan de su cima: aquí forman cascadas vistosas, allí tor-
rentes acelerados, y, reunidos, ríos enormes en los que pa-
sos peligrosos detienen al navegante. Al fin, en un pla-
no menos inclinado se acercan al océano con paso ma-
jestuoso y tranquilo.
Los principales ríos que se encuentran en estas cos-
tas son: el Tocuyo, el Yaracuy, el Tuy, -el Uñare y el
Gruarapicke con otros de menor importancia. E l hermo-
so lago de Maracaibo recibe las aguas del Zulia, del Ca-
ta tumbo y algunos otros. Más al occidente se hallan el
Magdalena, el Cauca, el Sinú, el Atrato y el Chagres,
que w & . ' . i ' sus aguas en el Atlántico. Sobre el Pací-
u

fico, los ríos más considerables de Colombia son: el de


Yavisa 6 Tuíra, el San Juan, el Patía, el Mira, el San-
tiago, el Esmeraldas y el Guayas, que tienen por lo ge-
neral su curso de oriente á poniente rompiendo la cor-
dillera occidental.
Un calor abrasador y constante reina en estas costas
y en los valles que forman base á la soberbia cordillera
de los Andes. Palmeras colosales, maderas preciosas,
resinas, bálsamos, frutos deliciosos, son los productos de
los bosques interminables que cubren estos países ar-
dientes. Aquí habita el tigre, el mono, el perezoso; aquí
se arrastran serpientes venenosas, y la enorme cascabel
amenaza á todo viviente en esas soledades. E s t e es el
país del mosquito insoportable y de esos eje'rcitos nu-
merosos de insectos, entre los cuales unos son molestos,
otros inocentes, éstos brillantes, aquellos temibles. L a s
aguas cálidas de los ríos anchurosos están pobladas de
peces y en sus orillas viven la rana, la tortuga, mil la-
gartos de escalas diferentes y el deforme cocodrilo 6 cai-
ma indíjena, que ejerce, sin rival, un imperio tan ilimi-
tado como cruel.
En la costa del Pacífico .Chocó, llueve durante la mayor
parte del año. Grupos inmensos de nubes se lanzan en
la atmósfera del seno del mar del Sur. E l viento del oeste
que reina constantemente en estas aguas, las arroja den-
tro del continente; los Andes las detienen en la mitad
H I S T , D E COL, 2
4 HISTORIA Í>E COLOMBÍA.

de la carrera y se acumulan y dan allí á esas montañas


un aspecto sombrío y amenazador. E l cielo desaparece;
por todas partes no so ven sino nubes pesadas y negras
que amenazan á todo viviente; una calma sofocante so-
breviene; este es el momento terrible. Ráfagas de viento
dislocadas arrancan árboles enormes; hay explosiones eléc-
tricas, truenos espantosos; los ríos salen de su lecho, el
mar se enfurece; olas inmensas vienen á estrellarse so-
bre las costns; el cielo se confunde con la tierra y todo
parece que anuncia la ruina del Universo.Pero estas con-
vulsiones de la naturaleza son pocas veces funestas y to-
do se reduce á luz, agua y ruido, y dentro de pocas horas
se restablecen el equilibrio y la serenidad.
E n medio de,este país h&y una zona ó capa de cascajo,
de arena, ele piedras, de arcillas diferentes, paralela al
horizonte y encerrada entre límites bien estrechos.El ter-
mino inferior comienza á 80 ó mando más á 100 varas y
el superior acaba á 800 ú 820 sobre el nivel de epar y
así su grueso es de unas 720 varas poce . %os> ~. J.-o-nos.
Este es la reji<>n del oro. Dentro de esos límites es que
se le encuentra y ellos constituyen los confines del país
de ese precioso metal. Esta zona del oro corte pa-
ralela al horizonte y sobre ella descansan los Andes oc-
cidentales. P o r consiguiente, á proporción que se retira
del mar, se hunde más y más en la masa de la cordillera
y se hace mas difícil su extracción; pero el terreno es-
tá de tal modo dispuesto, que esta capa se presenta á la
superficie en un espacio de 10 á 12 leguas de ancho.
L a famosa cadena de montañas, llamada de los An-
des, después de tomar su orijen en las tierras niagalláni-
cas, atraviesa á Chile, el P e r ú , Colombia y Méjico y va
á terminar al norte de América. De estas célebres cordi-
lleras, la parte que corresponde á Colombia principia en
Lojay, á estalatitud, su elevación es mediana y forma un
solo cuerpo: continúa del mismo modo hasta el Azuay,
grupo de rocas que casi llega en su altura al término de
la nieve permanente. Aquí se divide la cordillera en dos
ramas paralelas entre sí, que, dejando en medio valles
angostos, siguen la dirección del meridiano. Tanto en el
ramo oriental como en el occidental de este trozo, el más
bello de la cordillera de los Andes, se elevan las altas
cimas del Chimborazo, Cayambur, Capac-Urcu, Coto-
paxi y otras, de las ouales algunas son volcanes encendí»
dos que más de una vez han arruinado pueblos enteros,
esparciendo por muchas leguas el espanto, la muerte y
HifeTOBIA CE COLOMBIA, 5

la desolación. Con pequeñas interrupciones en' Otábalo,


en Ibarra y en Pasto, las dos ramas corren hacia el nor-
te, guardando siempre su paralelismo, aunque la occiden-
tal, está cortada por algunos ríos, como el Mira y el P a t í a ,
que se precipitan en el Pacífico.
Así contintia la cordillera hasta Popayán. Aquí la orien-
tal recuperando su primitiva elevación, presenta vnrias
puntas nevadas y en este paralelo se divide eu dos altas
cadenas de montañas. L a principal se dirije al nordeste,
pasa por Bogotá, y en el páramo del Almorzadero y Sun
Urbán se eleva casi al te'rmino de la nieves peipctu.is. L a
cordillera se divide aquí en dos ramos, de los cuales el
oriental, que se dirije al nordeste, pasa por Me'rida, don-
de se eleva hasta el término de la nieve, sigue hacia Ca-
racas y volviendo al e'ste se prolonga por toda la costa,
terminando en la provincia de Cumaná. E l otro ramo
se eucamina al norte p >r Ocaña, pasa por las cercanías
del lago de Maracaibo y finaliza en la costa de la Gua-
jira, hacia eí CJabo Chichibacoa.¡
Al occidente de Kiohacha, entre esta ciudad y la de
Santamaría, se eleva aisladamente, hasta formar un her-
moso nevado perpetuo, la Sierra Nevada de Santamaría,
que no toca en punto alguno con el ramo antes mencio-
nado.
E n el paralelo de Popayán, la cordillera de los Andes
se divide en otros dos ramos principales que separan
las aguas de los ríos Magdalena, Cauca y Atrato: el orien-
tal forma los célebres nevados de Puracé y Tolima y por
más de 20 leguas, hasta la latitud de Honda, sigue esta
cordillera cubierta de nieves perpetuas; intérnase en An-
tioquía y desaparece cerca de Mompós. E l ramo de los
Andes que pasa al occidente de Popayán, divide las
aguas del Cauca de las que vau al mar del Sur; en el ori-
jen del Atrato arroja un ramo al noroeste que, perdiendo
toda su elevación sigue por la costa del Pacífico y forma
el Istmo de Panamá. El otro c o r r e e n la dirección del
meridiano entre Antioquía y el Chocó sin llegar jamás al
término de la nieve y desaparece bien cerca de las cos-
tas del Atlántico sobre el Golfo del Darién.
Desde la gran cordillera oriental que divide las aguas
de las hoyas del Amazonas y del Orinoco, caminando
hacia el poniente, hasta las costas del Pacífico, las dife-
rentes ramificaciones y contrafuertes de estas cordilleras,
llenan casi todo el espacio intermedio. Fuera del her-
moso valle del Zalia y de las llanuras que se extienden
6 HISTORIA DE COLOMBIA.

ior la costa de la Goajira y de Riohaoha, del gran va-


Íle del Magdalena y el del Atrato, del Istmo de Panamá
y de un pequeño espacio de las costas del Pacífico, lo
demás, con excepciones muy cortas, es un país lleno de
montañas, cubierto de bosques tan antiguos como la tier-
ra que los produce y de prados y tierras de labor. E s t a
es la rejión de las cordilleras. Y en ellas, la sucesión
interminable de eminencias y profundidades de todas
formas y colores que se tocan, cruzan, confunden, divi-
den, sobreponen y amontonan, forma cuadros en los que
la mirada se dilata con placer y la imajinación se re-
crea. Cada paso ofrece un nuevo paisaje; á cada vuelta
cambia por completo la escena; hasta los cielos parecen
ser otros, mostrándose desde posiciones inmediatas, des-
lumbradores con los rayos del sol, envueltos en nieblas
perpetuas ó de un azul puro y suave. Luego asombran
inmensas masas cortadas perpendicularmente desde el
cielo hasta el abismo, altísimos cerros que, colocados
uuos sobre otros, apampen de un golpe de vista como
otros tantos escalones para subir á la cordillera y crestas
nevadas que se lanzan al aire ostentando que nunca las
nubes se alzaron sobre ellas.
L a rejión media de estas cordilleras, con un clima dul-
ce y moderado, produce árboles de alguna elevación, le-
gumbres, hortalizas saludables, mieses, todos los dones
de Ceres. Lejos del veneno mortal, de las serpientes, li-
bres del molesto aguijón de los insectos, pasean sus mo-
radores los campos y las selvas con toda libertad. E l
buey, la cabra, la oveja, le ofrecen sus despojos y le
acompañan en sus fatigas. L a parte superior, bajo de un
cielo nebuloso y frío, no produce sino matas, pequeños
arbustos y gramíneas y los musgos y las algas ponen tér-
mino á toda vejetación. Los seres vivientes huyen de es-
tos climas rigurosos y muy pocos se atreven á escalar
estas montañas espantosas. De este nivel hacia arriba ya
no se descubren sino arenas estériles, rocas desnudas,
hielos eternos, soledad y nieblas. Así en Colombia se pa-
sa rápidamente de los calores del Senegal á las nieves
polares; se tocan las estremidades del globo, confundién-
dose la zona tórrida con la glacial y en un pequeño espa-
cio de 10 á 14 leguas se veu encerradas todas las tempe-
raturas de la tierra, todas las producciones de la natura-
leza, y todas las presiones atmosféricas bajo las cuales
puede respirar el hombre. Mientras que en los países si-
tuados fuera de los trópicos, el calor y el frío, la ver-
HISTORIA DE COLOMBIA. 7

dura y los frutos se suceden con relación al lugar que


ocupa el sol en la eclíptica, en Colombia todo es per-
manente. Nieves tan antiguas como el mundo siempre han
cubierto la frente majestuosa de los Andes; las sel-
vas nunca han depuesto su follaje; las flores y los fru-
tos jamás han faltado en los campos y los calores del es-
tío siempre han abrasado las costas y los valles. Cuan-
do nm:s noches dilatadas siguen á unos días rápidos,
cuando días largos preceden á noches momentáneas en
los países setentrionales y antarticos, en Colombia un
equinoccio eterno, una igualdad inalterable existe desde
la creación. L o s astros siempre han subido perpendicu-
larmente al horizonte y el sol siempre la ha vivificado
doce horas oon su presencia y otias tantas ha dejado pa-
ra el descanso y para el sueño.
Pero el azote de esta parte de Colombia son los vol-
canes. Estas montañas temibles arden tranquilamente
cion o más años. Y a parece hasta olvidarse el loja.no pe
ro pavoroso y triste recuerdo de sus horrendos desastres,
cuando bramidos sordos y lijeros temblores anuncian que
llegó la hora fatal de la explosión. Columnas de humo
negro y espeso mezclado con las llamas oscurecen la at-
mósfera. Nubes de arena, piedras enormes se lanzan en
los aires; ruidos subterráneos, bramidos, sacudimientos
terribles, avenidas de agua y de lodo llevan á todas par-
tes la desolación y la muerte. Aquí se abre la tierra, allí se
hunde una montaña, más allá perece una población. L o s
ríos mudan de curso, los edificios se desploman y una
gran parte de los habitantes desaparece en un momento.
Luego la calma y la serenidad se succedenen la naturale-
za y así mismo en los moradores. Olvídanse las calami-
dades pasadas; reedifícanse las poblaciones y el hijo eri-
jo su casa sobre el sepulcro de sus padres. E l hombre
se acostumbra á todo; este ser miserable y mortal se fa-
miliariza con todos los horrores.
Al oriente de estas cordilleras, tiene Colombia un pla-
no horizontal y dilatado que apeaas se eleva sobre el ni-
vel del mar de 40 á 50 toesas y es, por lo tanto, ardiente é
insalubre. Formando unas llanuras inmensas cuyo térmi-
no no se puede percibir; presentan, durante seis meses
del año, la imajen de un mar interior; pequeños bosques
mezclados con sabanas dilatadas; ríos majestuosos co-
mo el Orinoco, el Caroní, el Apure, el Arauca, el Meta,
el Guaviare, el Casiquiare, el Negro, el Caquetá, el P u -
tumayo, el Ñapo, el Pastaza y el Marañón ó Amazonas
6 HISTORIA D E COLOMBIA,

con otras muchas ramificaciones que bañan aquellas ex-


tensas planicies, esparciendo por todas partes la fertili-
dad y la vida y ofreciendo una fácil navegación. Extién-
dense estos llanos por 380 leguas, primero al occidente
y después al sur, desde el Delta ó las Bocas del Orino-
co hasta el pié de los Andes de Pasto y aun más allá del
Ecuador, teniendo 17,000 leguas cuadradas de superficie,
Al oriente y también al norte del Orinoco, se halla la
cordillera de Parima, que tiene cerca de 100 leguas de
norte á sur y sobre 80 de ancho, la que en realidad no
es otra cosa que un grupo desordenado de montañas que
comienza al sur de la ciudad de Angostura, llegando sus
puntos mas elevados á 1,300 toesas de altura. Tanto es-
ta cordillera como el país que yace al sur del Oaquetá en
donde terminan los llanos, están cubiertos de bosques y
forman la gran selva de la América del Sur, de 20,000 le-
guas cuadradas. Aquí existe la célebre comunicación del
Oasiqaiare, brazo del Orinoco que se precipita en el río
Negro que va al caudaloso Amazonas. Por medio de es-
tos ríos, Colombia pue.le comunicarse con el Brasil, ha-
ciendo una de las mas dilatadas navegaciones internas
que se conocen.
En los llanos, desde que se deja el pié de la cordille-
ra, no encontrándose ya cerros de ninguna clase, la vis-
ta se pierde sobre la extensión de aquellas llanuras, cu-
yo horizonte se confunde con el cielo. Los montes que
están á las márjenes de los ríos, parecen altas paredes
de verdura; y en medio de éstas, otras pequeñas casi pa-
ralelas cubren unos caños que sirven para desaguar las
sabanas. Son los llanos un mar de yerba que por todas
partes forma horizonte, un mediterráneo cerrado por las
cordilleras y las inmensas selvas de la Guayana, y su uni-
formidad, en donde todo parece inmóvil, no deja de ser
imponente aunque triste. E n el invierno el Orinoco
crece considerablemente y sirve como de represa al
Apure, el cual no puede desaguar con facilidad, por no
tener una velocidad y volumen capaces de abrirse paso
por entre el raudal que se le opone. Hínchase entonces,
y no pudiendo sus riberas contenerlo, sale de madre y se
desborda por todas partes. L a represa que hace el Orino-
co al Apure, la ejerce éste sobre muchos de sus tributa-
rios y aquellas sabanas ofrecen el aspecto de grandes la-
gos con islas en medio, que más tarde con el limo que
han recibido se convertirán en praderas cubiertas de
yerba verde y lozana.
HISTORIA DE COLOMBIA. 8
El clima del Isimo de Panamá como el de las costas,
valles e inmensas llanuras de Colombia, es ardiente y
por lo general insalubre. El de las montañas es tan va-
riado como su elevación perpendicular. E l frío crece en
razón directa de la abura sobre el mar y el calor en la in-
versa. De aquí proviene que en estas cordilleras, el hom-
bre puede escojer para su habitación el grado de ca-
lor ó de frío que más le acomode á su constitución ó
variarlo en cualquier tiempo del año y esto las más veces
en cuatro ó seis horas de camino. E s t a ventaja inestima-
ble que poseen las montañas de Colombia, las hace pro-
pias para la mayor parte de las producciones del globo.
La única variación que tienen los climas de Colombia, es
la de llover ó no llover; lo primero se llama invierno y ve-
rano lo segundo. P o r lo común en las cordilleras, los me-
ses de lluvias pon Marzo, Abril y Mayo, Setiembre, Oc-
tubre y Noviembre- En los llanos llueve con poca intermi-
sión desde mediados de Marzo hasta el fin de Setiembre;
los demás meses son de verano. Igual cosa sucede en las
costas, y en el Chocó llueve casi todo el año. En las cos-
tas del Atlántico y paite de los llanos, en los meses de
verano, templan los calores los vientos alisios.
Las producciones de Colombia son tan variadas como
sus climas. E n las llanuras de sus costas, lo mismo que
en los valles ardientes y templados que no exeden de 800
toesas sobre el nivel del mar, pueden cultivarse el taba-
co, el algodón, la caña de azúcar, eLcacao, el café, el añil,
el maíz, la yuca y el plátano con otras varias produccio-
nes y excelentes frutos tropicales. Desde 800 toesas de al-
tura perpendicular, comienzan las rejiones frías del Ecua-
dor que se extienden hasta el término inferior de la nie-
ve perpetua por las 2,400 toesas. En estas alturas el hom-
bre cultiva principalmente el trigo, la cebada, el maíz, la
papa, el apio ó arracacha, las frutas y hortalizas euro-
peas y varias menestras. Sin embargo se echa de menos
aquella vejetación que en los climas ardientes se desarrolla
con tanta prontitud bajo formas tan hermosas y colosa-
les. Los bosques de Colombia están llenos de finas ma-
deras propias para todas las obras de ebanistería y para
la construcción de cualquiera clase de buques; son tam-
bién abundantes las maderas de tinte, la zarzaparrilla, la
ipecacuana, las excelentes quinas de L o j a y de Pitayó, con
otra gran variedad de drogas, aceites, bálsamos y resi-
nas que han enriquecido la medicina y multiplicado los
medios de conservar la salud y la vida del hombre. Las
10 HISTORIA DE COLOMBIA.

dilatadas y fértiles llanuras del Oriente son países nmy


ricos en toda especie de ganados y allí se ven numerosí-
simos rebaños de ganado vacuno, de caballos, de yeguas,
de muías, de cabras y de ovejas. L a s últimas se multi-
plican principalmente en las cordilleras.
Colombia es un país rico en minas, siendo mas nume-
rosas las de oro y plata. De cobre sólo >e lian explotado
las de Aroa en Venezuela y ahora las de -oro cerca de An-
gostura ó Ciudad Bolívar. E n la presidencia de Quito
había minas de oro y plata en Zaruma, en Cuenca, en el
Ñapo y en otros ríos que van al Amazonas. L a s minas de
ovo que se trabajan con actividad comienzan desde la em-
bocadura del río Mira en el Pacífico y corren hacia el
norte por todas las costas del Chocó y del Istmo de Pa-
namá hasta los confines de Veraguas, en el país del oro.
Este terreno aurífero de la Nueva Granada se extiende al
oriente hasta el río Magdalena, tomándolo desde su na-
cimiento y en su curso entero y así son muy raras las mi-
nas que existen al oriente de este río. L a mayor parte
consisten en lavaderos de oro corrido y pocas son las de
vetas ó filones. Existen tambie'n algunas pocas minas de
plata en Popayán, Mariquita y Pamplona. L a platina es
producción exclusiva del Chocó. E n Muzo, al norte de
Bogotá, hay una rica mina de esmeraldas. Tambie'n hay
en el territorio de la Nueva Granada minas abundantes de
cobre, de plomo y de hierro. Se encuentran igualmente
ricas minas de sal gema en Cipaquirá, Nemocón, Tausa,
Chita y otros puntos menos célebres.
L a s costas de Colombia son abundantes en toda clase
de pesca de los mares tropicales, siendo la más aprecia-
ble de ella la de las hermosísimas perlas que han dado
nombre á un archipiélago del mar Pacífico.
Bello es el país de Colombia. Sus altísimas montañas
cubiertas de perpetua nieve; sus dilatadísimas llanuras
cortadas por caudalosos ríos, todo es grande y magnífico
en Colombia como las obras de la naturaleza. Un istmo
ó lengua de tierra que sirve de puente entre dos mares;
montañas, llanuras y ríos; costas con seguros puertos;
climas y producciones de todas clases; los únicos criade-
ros de platina conocidos en América; las minas mas im-
portantes de oro; la sola mina de esmeraldas que hoy se
esplotaen el mundo; sus abundantes minas de sal; eu
pesca y sus preciosas perlas; estas son las bellezas de Co*
lombia.
HISTORIA DE COLOMBIA.

CAPITULO I I .

TRIBUS SALVAJES.

En este país tan bello, rico y extenso vivían tranqui-


los, á la época del descubrimiento de América por Colón,
los pobladores primitivos de Colombia. Eran estos unas
gentes sencillas de la raza orijinaria del nuevo continente
llamada india, que poco habían adelantado en el camino
déla civilización. Sinembargo, en Colombia se contaban
dos cuerpos de naciones bastante civilizadas y eran mu-
chas las tribus más ó menos compactas diseminadas en
su territorio. Pero precisamente las que habitaban la
parte de este país al que los españoles dieron el nombre
de Venezuela y que los indíjenas llamaban Coquibacoa,
eran los más incultos y groseros no sólo de Colombia sino
de todo el nuevo continente. Algunas figuras simbólicas
que se ven en las rocas graníticas del bajo Orinoco, en
las orillas del Casiquiare y entre las fuentes del Esequibo
y del río Braneo, son lasúnicas reliquias de civilización in-
díjena que conserva el país. No pudiendo pertenecer á
las hordas bárbaras que andan errantes hace siglos en
aquellas soledades, deben atribuirse, como otras muchas
halladas en América, á una nación desconocida que ha-
bía dejado de existir muchos años antes de la conquista
española.
Crecido era el número de tribus que los españoles
encontraron en Venezuela y en todo el resto de Colom-
bia, aunque nada se sabe de cierto acerca del número de
habitantes que las formaban y sólo se pueden enumerar
clasificando á los pueblos según sus lenguas respectivas.
De estas tribus la principal era la de los caribes, porque
por su audacia, empresas guerreras y espíritu mercantil
ejercía una. grande influencia sobre el vasto país que se
extiende desde el Ecuador hasta las pequeñas Antillas,
dominando, sobre todo, el curso del bajo Orinoco y ocu-
pando estas islas. L o s caribes del continente eran los in«
dios mas robustos y altos y, como los de las pequeñas An-
tillas, eran antropófagos y'dieron orijen á que se hicieran
sinónimos los nombres de cámbales, caribes y antropófagos.
L a antigua residencia de los caribes era en las cabece-
ras del Üaroni y sobre el río Caris.
A los caribes seguían los chaimat en la provincia de
H I 8 T . D E COL, 8
12 HISTORIA D B COLOMBIA.

CumaDá; los cumanagotos en la de Barcelona; los palen-


ques, guarives, caracas, y otros en la de Caracas, y losparia-
gotos en la península de Paria. L o s guáyanos habitaban
en la provincia de Guayana y los tacariguas, araguas y
otros en los valles de Aragua y lago de Valencia. L o s
guahilos, tribu numerosa, nómade, sucia y feroz que vive
errante á lo largo del Meta y entre el Orinoco y el Vicha-
da; los cldricoas en las sabanas del Apure; los yaioras-be-
toyes que habitaban en los llanos de Casanare; los manti-
vitanos en las orillas del río Negrojlos salivas en las orillas
del Vichada, Guaviare y entre el Meta y el Paute; los ca-
vere-maipures que disputaron á los caribes el dominio del
• bajo Orinoco y los turariguas entre los ríos Cojede y la
Portuguesa. L o s mucucláes que habitaban el país monta-
ñoso de Merida; los timotes la provincia de Trujillo; los
zaparas alrededor y en las orillas del lago de Maracaibo;
los irajaras en la provincia de Barquisimeto; los caique-
tías en la provincia de Coro; los guaranaos en la penínsu-
la de Paraguaná y los baraures en el cantón de Araure,
Antropófagas algunas de estas tribus, errantes y
bárbaras las más y no tan salvajes algunas pocas, se re-
cuerdan hoy día sólo por sus nombres, aunque casi todas
se han extinguido por la muerte ó fusión con las otras
razas, excepto las que todavía vagan por la gran sel-
va de Colombia, viviendo principalmente á orillas de los
ríos.
L a s varias tribus de indios que habitaban el centro de
Colombia ó sea la parte conocida con el nombre de Nue-
va Granada, se calcula que componían una población de"-
seis á ocho millones de habitantes, lo que parece exajera-
do, que bien pronto habían de perecer casi todos bajo el
rigor de la conquista española, habiéndose salvado tan
sólo las que habitan en los llanos del oriente y territorio
de Caquetá, confundidas con las de Venezuela y Ecuador
y muy reducida la que vive hoy en el Darión y la que
conocemos con el nombre de goajiros que se conservan
todavía casi tan salvajes como antes, con la diferencia de
que ahoratiran plomo con muy buenas escopetas ingle-
sas en lugar de espinas de pescado envenenadas en la
punta de sus flechas y se ejercitan algo en el comercio
del carey y del cacao y en la cría del ganado caballar.
Exceptuando estas tribus y las que DO perecieron en la
conquista en los primeros cincuenta años del gobierno de
la colonia, es decir hasta 1600, las demás se han confundi-
do con la masa general de la población ó habitan civili-
HISTORIA DE COLOMBIA. 13

zadas principalmente en los territorios de los Estados de


Oundinamarca y Boyacá.
A la época de la llegada de los españoles á Colombia,
las tribus principales de estos indios eran: la de los goa-
jiros en la península de la Goajira; las de los motilones,
chimilas y tahonas en el estado del Magdalena; la de los
caribes en las costas del Atlántico; los chocoes en las del
Pacífico; los andaquíes, timanaesj pijaos en los valles de
la cordillera central, siendo estos últimos los indios más
indómitos y los que más dieron que hacer en la conquis-
ta; los panches y los guanea al sur y al norte de los chibchas
y los que habitaban en los llanos del oriente, principal-
mente á orillas de los grandes ríos como el Meta, el Gua-
viare, el Negro, el Caquetá y otros más. Todas estas tri-
bus se hallaban completamente salvajes, pues no habían
salido de la vida del cazador errante y vivían más ó me-
nos compactas diseminadas en el territorio de la Nueva
Granada y poco se sabe de sus costumbres, usos, relijión
y leyes y forma de gobierno antes de la conquista, sin
constituir cuerpos de naciones, exceptóla de los chibchas.
La civilizada nación de los caras ocupaba al sur de Co-
lombia todo el país montañoso del Ecuador hasta los con-
fines del mar; y de las tribus de indios errantes sin ha-
bitación fija que vivían antes de la conquista al oriente
de la cordillera del Reino de Quito y principalmente á
orillas de los ríos Ñapo y Marañón y en los territorios de
Mocoa y Sucumbíos, Quijos y Canela, Huamboya, Ma-
cas, Taguarzongo y Pacamores, Mainas y Marañón y
Jaén, nada se sabe. Eran tribus salvajes y muchas antro-
pófagas como casi todas las que habitaban en la selva de
Colombia. Las noticias que se tienen de ellas son de 1».
conquista ó épocas posteriores. L a s principales de estas
tribus son: los jíbaros que habitaban entre los ríos Chin-
chipe y Pastaza; los zaparos entre el Pastaza y el Ñapo;
los anguteros en la parte media é inferior de las orillas
del Ñapo; los encabellados en la parte baja del río Aguari-
co: loa orejones contiguos á los anguteros: los avijiros fren-
te á los orejones y los cofanes en las cabeceras del Agua-
rico.
A la época del descubrimiento" de América, estas tri-
bus, si alguna religión tenían era la adoración de sus ído-
los, así como su única clase de gobierno consistía en el ab-
soluto, aunque paternal, d e s ú s caciques 6 reyezuelos, los
cuales eran unas veces electivos á manera de república y
otras hereditarios á manera de monarquía. Algunos reu-
14 HISTORIA DE COLOMBIA.

nidos formaban confederaciones, y por lo común, la ma-


yor parte vivían bajo un gobierno patriarcal, cuyos jefes
no gozaban sino de una autoridad muy limitada. Al guer-
rero más valiente, al cazador mas hábil y animoso elejían
estas tribus por su jefe. Viviendo de la caza ó la pesca,
no se oreían felices sino en el fondo de los bosques, so-
bre las costas del mar ó cerca de los ríos. Allí sus seme-
jantes no les disputaban las frutas, las aves ó los peces:
su aislamiento hacía su riqueza. L a razón del más fuerte
era la justicia entre estos indíjenas: cada cual procuraba
con sus armas, la astucia ó el veneno vengarse de las ofen-
sas recibidas. Hombres desnudos, sin tierras apropiadas
siendo todas ellas del primer ocupante, ríos sin número
que les proporcionaban pescado en abundancia, selvas in-
mensas que les brindaban con toda especie de cazería,
difícilmente daban lugar á que se introdujesen en ellos al-
gunas fórmulas de justicia y todo se decidía por la fuer-
za. Los caciques ó capitanes podían cuando más conci-
liar la paz, pero no tenían autoridad para castigar. Si al-
guno era muerto, los parientes vengaban la sangre ma-
tando al que mató ó en caso de no encontrarle, en cual-
quiera de su familia ó de su tribu ejercían la venganza y
esto es lo que se llama todavía vengar la sangre.
Sus piao/ies ó adivinos, me'dieos y sacerdotes á la vez,
pronosticaban la paz ó la guerra, la escasez ó abundancia
y, mirados con veneración, lograbau su vida obteniendo lo
necesario, con derechos y primicias establecidas por ellos,
Su comercio era nulo y se procuraban para sí mismos ó
para sus familias los artículos principales de su alimento
que lo constituían la caza o l a pesca. Sin embargo los
caribes, á pesar de su estado de barbarie, habían logrado
convertirse en una familia de comerciantes á su modo.
Necesitando los co/ores para pintarse y principalmente el
encarnado que ellos habían introducido, eran ellos mis-
mos sus vendedores y traficaban con los venenos, piedras
de varios colores, perlas.pedacitos de oro, cristal de roca,
flechas, cerbatanas, embarcaciones, esteras, guapas y ca-
bullas de moriche para sus chinchorros. Todos estos ob-
jetos servían para su especulación y así mismo la sal.
No obstante su ninguna civilización, muchas tribus del
Orinoco y de la costa cultivaban el maiz, raíces diversas y
el algodón del cual sabían hacer unas telas ordinarias. De
la palma moriche sacaban unas hebras que les servían
para sus chinchorros y tambie'n para pescar. Casi todos
ellos sabían hacer vasijas de barro y extraían de las ho-
HISTORIA DE COLOMBIA. 15

jas del árbol chica unas pastillas rojas con que se pinta-
ban el cuerpo y con las mismas hacían jeroglíficos sobre
sus vasijas de barro. L a extracción del veneno curare,
proveniente del bejuco mavacure, inventada por ellos, es
operación tan química como estraer el veneno de la yuca
amarga y hacer de ella un pan sustancioso que se conser-
va largo tiempo. También confeccionaban el tabaco y
componían una harina de pescado para la estación lluvio-
sa que no daba lugar á una pesca suficiente. Bastante
injeniosa era también la manera con que hacían las con-
chas ó canoas de corteza de árbol y la fabricación de las
de madera, hallándose privados del hierro. Una piedra
ó un hueso les servía de hacha ó de otro instrumento cor-
tante y el fuego les ayudaba para la pronta construcción.
Sus arcos y sus flechas eran bien trabajados y lo mismo
sus macanas que eran de una madera dura y pesada y que
eran todas sus armas ofensivas. Sus rodelas eran de ad-
mirarse por la forma y enlaze de los bejucos que cubrían
con cueros de manatí, de danta y de tigre para defender-
se de las flechas.
La construcción de sus casas indicaba intelijencia en
las tribus que las tenían y las mantas que sacaban del
palo marima y una especie de camisas para ponerse á cu-
bierto de los mosquitos y de las lluvias, eran obras cu-
riosas que hacían, como otras semejantes, que tejían de la
palma moriche. Así, con la abundante pesca que hacían
en los ríos y á orillas del mar, con la caza de las selvas,
bosques y lagunas y con el cultivo de algunas plantas ali-
menticias, especialmente el maíz, tenían estas tribus me-
dios de subsistencia para acrecentarse y vivir largos años
sanos y robustos en estos climas ardientes. E l clima les
permitía una desnudez repugnante y el que se hacinasen
por familias en el espesor de los árboles, bajo toscas en-
rramadas ó en alguna otra morada preparada al acaso.
Pasábanlos días en la embriaguez, se dormían entre pen-
samientos impuros y cuando salían de su estúpido letar-
go, era para esterminarse en guerras implacables cuyo
doble objeto solía ser el de buscar mujeres para su ser-
vicio y carne humana para sus festines. Preparando sus
bebidas fermentadas para la embriaguez de sus festines,
á veces procuraban engordar á los prisioneros para que
el manjar fuese mas suculento, y á un cierto número de
ellos los conservaban mientras no llegaban á la vejez con
el objeto de que, unidos á las mujeres de la tribu que los
había de devorar al fin, tuviesen una prole condena-
16 HISTORIA DE COLOMBIA.

da también, al nacer, á ser el pasto de sus parientes ma-


ternos.
El horrible apetito era en ciertas hordas tan vivo que
no perdonaba el cadáver de sus padres y en otras de tan
refinada crueldad que devoraban las víctimas en vida cor-
tándoles las carnes pieza por pieza. Si el infeliz que así
se veía comer, exhalaba algún suspiro, sus huesos eran
arrojados con desprecio; mas se conservaban con gran
veneración los de aquel que se había mostrado impasible
en tan espantoso tormento, gloria por cierto que nadie
se atrevería á envidiar. De esta suerte los salvajes, per-
fidos,lascivos, crueles y perezosos, no parecían conser-
var un resto de razón sino para degradarse más y sólo se
entregaban á algunos arranques de actividad para des-
truir por el placer de la destrucción. Al oír los aullidos
de estos bárbaros, atronadores como la tempestad y al
verles salir del bosque en desorden cual una tropa de de-
monios, el cuerpo pintado con achiote, la estupidez y la
ferocidad resaltando en el semblante, adornados á veces
con el cráneo de sus enemigos ó con sartas de dientes de
mono y despidiendo de todas partes una lluvia de flechas,
se les hubiera creído tan numerosos como los enjambres
de mosquitos que hacen insoportables las orillas de sus
ríos.
De estos indios los únicos que podían considerarse un
poco civilizados, eran los que vivían en las costas de Ve-
raguas, de carácter sumamente pacífico, que se vestían
con grandes sábanas de algodón que tejían y pintaban
con mucha habilidad de diversos colores permanentes y
que conocían el cobre y se servían de él para muchos
usos.

CAPITULO I I I .

LOS CHISCHÁS.

Eran los ohibchas en el centro de Colombia ó Nueva


Granada, los únicos que tenían su forma de gobierno
propio, con religión, usos, costumbres y leyes que nos
sea permitido conocer, contándoles como el cuarto im-
perio de América, si tornamos á los caras como estado in-
dependiente, pero el tercero si consideramos á éstos co-
mo parte del imperio peruano. El país de los chibchas
comprendía las planicies de Bogotá y de Tunja, los valles
HISTORIA DE COLOMBIA. 17

de Fhsagasugá, de Pacho, de Caqueza y de Tenza, todo


el territorio de Ubaté, Chiquinquirá, Moniquirá y Leiva
y despue's por Santa Rosa y Sogamoso hasta lo más alto
de la cordillera, desde donde se divisan los llanos de Ca-
sanare. E l punto mas extenso al norte vendría á ser Se-
rinza y al sur Suma-Paz, calculándose que abrazaría una
superficie como de 600 leguas cuadradas. Lindaban los
chibchas además de los panches y los guanes, por el oc-
cidente, con los muzos y colimas, tribus guerreras y feroces
con las que vivían en perpetua hostilidad; por el norte
con los laches y los aga'aes y por el oriente con las tribus
poco numerosas que habitaban, hacia Jos llanos, el decli-
ve de la cordillera oriental.
P o c o es lo que se sabe de cierto sobre el pueblo chib-
cha antes de la conquista ó de las tribus que poblaron el
país que ellos ocuparon antes de esa época. A la llegada
de los españoles, estos pueblos, compuestos según se cree
demás de un millón de habitantes, lo que parece también
exajerado, tenían tres jefes principales que dominaban
con absoluto imperio y eran obedecidos ciegamente en
estos pueblos. Estos eran: E l Zipa quo tenía su asiento
en Muequetá (Bogotá), hoy Funza, lugar rodeado enton-
ces de lagunas y de brazos del río principal que riega la
hermosa llanura cuyo medio ocupaba la población. E l
Zaque, que en su orijen habitaba en Ramiriquí y que pos-
teriormente se trasladó á Hunza ó Tunja. Y el jefe ó xe-
que de Iraca, Sugamuxi ó Suamoz (Sogamoso), que par-
ticipaba del carácter religioso como sucesor designado
por Nenterequeteba, civilizador de estas rejiones, el cual
llegó á ellas, según refiere la tradición,por la vía de orien-
te, del lado de Pazca y desapareció en Suamoz, de cuyo
punto hacia los llanos habían construido Jos habitantes
una ancha calzada de la cual se veían todavía restos á fi-
nes del siglo X V I I .
Los maques 6 señores de los pueblos de Ebaque, Guas-
ca, Guatavita, Zipaquirá, Fusagasugá y E b a t é habían de-
jado de ser independientes no hacía muchos años. E l ai»
pa los sujetó, aunque conservándoles su jurisdicción y la
sucesión del cacicazgo en sus familias. A está se reser-
vaba nombrar sólo por falta de heredero, en cuyo caso es-
cojía, frecuentemente, de entre los guechas ó jefes milita-
res de las tropas, que siempre mantenía en las fronteras
de los panches á fin de defender sus dominios de las ir-
rupciones sorpresas y pillajes de estos vecinos inquietos
y belicosos en ouyo territorio solía entrar para vengar
Í8 H I S T 0 M A DH 0 0 L 0 M B Í Á .

sus hostilidades. El zaque de Hunza tenía tambie'n algu-


nos jefes tributarios, pero el zipa ensanchaba cada día sus
dominios á expensas de su vecino del norte, porque sus
tropas estaban más aguerridas por el continuo lidiar con
los infatigables panches, tan difíciles de sujetar á causa
de la aspereza del terreno que habitaban y de cuyo cono-
cimiento sabían aprovecharse perfectamente. Sin la veni-
da de los españoles, es probable que el zipa se habría
apoderado de todo el territorio de los chibchas, si se ha
de juzgar por los rápidos progresos que sus conquistas ha-
bían hecho en los últimos 60 años de los cuales se tie-
nen algunas noticias.
El zipa mas antiguo que menciona la tradición fue' Sa-
guanmachica, de quien se calcula que comenzó á reinar
en 1470 de la era cristiana. Este sujetó á los sutagaos,
venciendo en batalla campal á su jefe Usathama, que, au-
siliado por el cacique Tibacuí, se presentó á defender el
valle de Fu.sagasugá, cerca de Pazca, en el principio de
las tierras limpias. L a resistencia de los sutagaos fuá in-
significante desde que se vieron atacados por dos puntos
y herido Tibacuí, el cual aconsejó á Usathama se some-
tiera al zipa para evitar la devastación de sus estados,
después de la derrota. Saguanmachica bajó con su ejer-
cito por el páramo y monte de Fusungá á Pazca que era
entonces el camino mas trillado para el valle del Magda-
lena, recorrió los campos? amenos del valle de Fusagasu-
gá y volvió á la planicie de Bogotá, por la montaña de
Subía, por sendas difíciles y trabajosas que le detuvieron
algunos días.
Pasado el tiempo dedos regocijos y fiestas de toda cla-
se en recuerdo de la victoria obtenida á que se entrega-
ron los pueblos del zipa, envanecido éste con la ventaja
que adquiriera, se preparó á extender sus dominios al
oriente y al norte y t'¡ivo varios combates con el cacique de
Ebaque (sangre de njadero), hoy Ubaque, al cual obede-
cían todos los pueblas del valle de Oáqueza desde Une
hasta las fronteras del de Guatavita. Luego siguió hacia
Chocontá en donde 1^ esperaba Michua, zaque de Hunza,
con su numerosa hueste, que, aliado con el de Ebaque,
veía la necesidad de resistir y oponerse al vecino que ya
se iba haciendo demasiado poderoso. E l combate fué tan
sangriento y reñido que murieron ambos jefes y los dos
ejércitos se separaron á ceib%ar sus funerales.
A Saguanmachica que reinó ' 20 años, sucedió Neme-
quene (hueso de León) en 1490, quien se propuso conti-
HISTORIA Í)B COLOMBIA.

auar la obra de su tío y así envió é su sobrino y herede-


ro Thisquezuza á castigar á los sutagaos que se habían
rebelado, para lo cual se hizo un ancho camino por la
montaña de Subia, del que se han conservado vestigios
por muchos años. Para sujetar al cacique Guatavita (re-
mate de sierra), se valió Nemequene no sólo de la fuer-
za sino también de la astucia y aprovechándose de un
mandato del de Guatavita que prescribía que ninguno de
sus vasallos, celebrados por su industria y habilidad en
labrar el oro en joyas y diversas figuras, se ausentara pa-
ra país vecino sin que el cacique de éste le enviara dos
reemplazantes qne le sirvieran y pagaran los tributos, lle-
nó el zipa aquel pueblo con sus confidentes, ganó luego
con dádivas y promesas al cacique de Guasca y una no-
che, acercándose silenciosamente por las alturas vecinas,
á la señal dada con cierto numero de hogueras, sorpren-
dieron los bogotaes al descuidado cacique y le mataron
con sus mejores soldados, acometiendo al mismo tiempo
las tropas de Nemequene, con lo que quedó definitiva-
mente agregado Guatavita á los dominios del zipa.
Sometido Guatavita, dirijió sus armas Nemequene con-
tra el de Ubaque que dominaba todo el valle templado y
desigual situado detrás de las montañas al oriente de B o -
gotá, nombrado hoy de Cáqueza. E n su conquista gastó
algunos meses por la dificultad de apoderarse con gente
del llano de las fuertes posiciones que por donde quiera
ofrece aquel áspero terreno. Pasó luego á Zipaquirá y
se preparó á entrar en el territorio del de E b a t é (sangre
derramada), así llamado por sangrientos combates de
que se conservaba la tradición en el país. Este era el más
oderoso de Jos caciques. L o s de Susa (paja blanca) y
imijaca (pico de Lechuza), juntaron sus fuerzas con las '
del de Ebaté (hoy Ubaté) y se prepararon á defenderse
en una garganta estrecha que hace la cordillera en su
descenso al valle, que hoy se llama boquerón de Tausa,
posición fácil de sostener, si aquellos tres jefes hubie-
ran podido ponerse de acuerdo, pero que fué tomada por
los bogotaes á consecuencia de su discordia. Estos no
hallaron después obstáculo alguno de consideración y
sujetaron todos aquellos pueblos hasta Savoyá.
Creyendo el zipa que ya podía vengar agravios anterio-
res, se resolvió á marchar sobre Hunza con más de 40
mil hombres. E l zaque auxiliado por el de Suamoz, salió
á encontrarle hasta las inmediaciones de Chocontá. T r a -
bóse entonces una reñida batalla cerca del arroyo de las
B I B I , DE 0OL. i
20 HISTORIA D E COLOMBIA.

Vueltas, que duró un día entero. Dícese que los comba-


tientes eran cien mil por ambos lados y que fue en ex-
tremo sangrienta la lucha. E l zipa gravemente herido
fué sacado por sus subditos del campo de batalla que-
dando el de Hnnza victorioso, pero sin deseos de perse-
guir al enemigo, lo que raramente hacían estos indíjenas
por entregarse á los regocijos y fiestas que seguían á la
victoria. Nemequene, trasladado en sus andas con estra-
ordinaria rapidez, espiró al quinto día de llegado á Mue-
quetá, dejando por sucesor á Thisquezuza, quien, después
de rehacer sus tropas, sujetó á los caciques de Cucunubá,
Tiribita y Garagoa y aun estaba á punto de atacar de
nuevo al zaque de Hunza cuando la intervención de Nom-
paneme, xeque de Suamoz, les hizo concluir una tregua
de veinte lunas, valiéndose de su influencia religiosa.
Después todos tuvieron que habérselas con los españoles.
Refiere igualmente la tradición que en época anterior,
estuvo todo el territorio cibcha sujeto al zaque de Hun-
za, cuando para evitar las guerras intestinas nombró el
pontífice de Iraca, que era venerado de lodos, á Hunza-
hua por jefe superior, á quien sucedieron sus descendien-
tes hasta Thomagata, gran hechicero conocido con el
nombre de cacique rabón, porque arrastraba cierta cola
bajo los vestidos y decía que tenía poder para convertir
á los hombres en animales. Thomagata no tuvo hijos y le
sucedió un hermano llamado Tutasua. Poco á poco fue-,
ron perdiendo sus sucesores el dominio sobre los caci-
ques, que se hacían independientes, hasta verse por últi-
mo amenazado su territorio bajo el zaque Quenunchato-
cha, heredero de Michua, de ser incorporado á los esta-
dos del zipa de Muequetá.
Así que á la llegada de los españoles, se extendía sólo
la jurisdicción de Hunza, por el oriente hasta la cordille-
ra, por el occidente hasta Sachica y Tinjacá, por el sur
hasta Turmequé y por §1 norte hasta los dominios del ca-
cique Tundama que/era independiente y las tierras san-
tas de Iraca ó Su&ámuxi (el desaparecido). E r a este últi-
mo jefe y sacerdote elejido alternativamente de entre los
naturales de los pueblos de Tobaza y Tirabitoba y pol-
los cuatro caciquos vecinos de Gameza, Busbanza, Pasca
y Toca, que así lo dejó esblecido politicamente Nentere-
(

queteba ó Idacanz^s, el instructor de los chibchas, á su


muerte, la cual prpbablemente ocultó sólo para d e j a r á
su palabra una sancÁ'm,religiosa, como en efecto se con-
servó por mucho tiempo, pues que en cierta ocasión es
HISTORIA DE COLOMBIA. 21

que un cacique audaz de Tirabitoba quizo usurpar el sa-


cerdocio, fue' abandonado por los suyos y pereció misera-
blemente sin conseguir su objeto, continuando la elec-
ción y la regla estable oídas por Idacanzas.
Tal es la serie de sucesos que refiere la tradición en el
medio siglo que precedió á la venida de los conquistado-
res, en los países habitados por los pueblos chibchas.
No es así respecto de su gobierno, leyes, religión, usos
y costumbres, sobre los que las noticias son más exten-
sas.
Al principio del mundo unas aves negras salieron de
una cosa grande que se llamaba Chiminigagwa y volando
por todas partes lanzaban por los picos un aire resplan-
deciente con que la tierra se iluminó. E l mundo se pobló
saliendo, después que amaneció el primer día, de la la-
guna de Iguaque á cuatro leguas al norte de Tunja, una
mujer hermosa nombrada Bachue ó Fuzaohogua que quiere
decir mujer buena, con un niño de tres años. Bajaron lue-
go al llano donde vivieron hasta que, ya adulto el niño,
se casó con Bachue y en ellos comenzó el genero humano
que se propagó con estraordinaria rapidez. Pasados mu-
chos años y viendo la tierra poblada, volvieron á la mis-
ma laguna y convirtiéndose en serpientes, desaparecie-
ron en sus aguas. L o s chibchas veneraban á Bachue y se
veían estatuas pequeñas de oro y de madera, represen-
tándola con el niño en diversas edades.
Creían estos indíjenas que los que mueren resucitan
bajando al centro de la tierra por unos caminos y barran-
cos de tierra amarilla y negra, pasando primero un gran
río en unas balsas fabricadas con telas de araña, por lo
que no era permitido matar á estos insectos. E n el otro
mundo tenía cada provincia sus términos y lugares seña-
lados, en donde encontraban sus labranzas, pues en la idea
del ocio no consistía la bienaventuranza. Después de Chi-
minigagua, los seres mas venerados eran el sol y la luna
como su compañera. Adoraban también á Bochiea como
dios bienhechor y á Chibohacnm como dios encargado
particularmente de la nación chibcha y con especialidad
de ayudar á los labradores, mercaderes y plateros. B o -
chiea era también el dios particular de los usaques ó
capitanes y de sus familias. Nencatacoa era el dios de los
pintores de mantas y tejedores y presidía las fiestas y las
rastras de maderos que bajaban de los bosques- A este
le representaban en figura de oso cubierto con una man-
ta y arrastrando la cola y no le presentaban ofrendas de
22 HISTORIA DE COLOMBIA.

oro, cuentas ni otros dijes como á los demás, porque le


bastaba con los manjares y bebidas de sus fiestas, en las
que tomaba parte oon placer y, siempre alegre, bailaba y
cantaba con ellos. E r a e'ste el dios de la torpeza al que
no guardaban consideración alguna. Llamábanle también
F6 ó Sorra- Al dios que tenía á su cargo los linderos de
las sementeras y los puestos en las prooesiones y fkstas
le nombraban Chaquen y le ofrecían las plumas y diade-
mas con que se adornaban en los combates y en las fies-
tas. L a diosa Bachue, oríjen del género humano, tenía
también á su cargo las sementeras de . legumbres y que-
maban en su honor moquey otras resinas. Adoraban igual-
mente al arco iris bajo el nombre de üuchavira y era es-
pecialidad para las fiebres, soliendo invocarle las muje-
res para el momento del parto. L a s ofrendas que se le
hacían eran esmeraldas muy pequeñitas, granitos de oro
bajo y cuentas de colores que venían desde el mar.
Conservaban noticia de la ruptura de la cordillera y
desagüe consiguiente de la sabana y salto de Tequenda-
ma. Primeramente indignado Ohibchacum por los exesos
de los habitantes de la planicie, resolvió castigarlos ane-
gando sus tierras, para lo que lauzó de repente sobre la
llanura los dos ríos Sopó y Tibitó, afluentes pricipales
del Punza, que antes corrían hacia otras rejiones, los
cuales la transformaron en un vasto lago. Refujiados los
chibchas en las alturas y en vísperas de perecer de ham-
bre, dirijiei on sus ruegos á Bochica quien se apareció
una tarde al ponerse el sol en lo alto de un arco iris, con-
vocó á la nación y les ofreció remediar sus males, no su-
primiendo los ríos que podrían serles útiles en tiempos
secos para regar las tierras, sino dándoles salida. Arro-
jando entonces la vara de oro que tenía en las manos,
abrió ésta la brecha suficiente en las rocas de Tequenda-
ma, por donde se precipitaron las aguas, dejando la lla-
nura enjuta y más fértil con el limo acumulado. Ni se
limitó á esto el justiciero Bochica, sino que para castigar
á Ohibchacum de haber aflijido á los hombres, le obligó
á cargar la tierra que antes estaba sostenida por firmes
estantillos de guayacán. Desgraciadamente esta medida
no dejó de traer sus inconvenientes, pues desde entonces
suele haber grandes terremotos á causa de que cansado
Cibchacum traslada la pesada carga de un hombro á otro
y segúu el mayor ó menor cuidado con que lo verifica,
los vaivenes son más ó menos fuerces. Asi esplicabau los
sacudimientos volcánicos de la tierra. Este hecho recuer-
HISTOBIA DE COLOMBIA, 23

da el del héroe indiano Kasyapa, quien abrió la montaña


de Baramaulch, para que corriesen las aguas del valle de
Cachemira, llamado en otro tiempo por esta circunstan-
cia Kasyapour. E s ide'ntica leyenda.
Sus templos no eran por lo general suntuosos, porque
preferían hacer sus ofrendas al aire libre y en lugares
señalados, como lagunas, cascadas y rocas elevadas. E n
los templos, que eran casas grandes cerca de las que vi-
vían los jeques (xeques) ó sacerdotes, había vasos de
diferentesformaspara recibir las ofrendas ó figuras de bar-
ro, con un agujero en la parte superior ó sea simples tina-
jas que se enterraban, excepto la boca, que quedaba abier-
ta hasta llenarse de cuentas,tejuelos de oro y figuritas del
mismo metal representaban muchas especies de anima-
les y de cuanto tenían de más aprecio, las que ofrecían
en sus necesidades preparándose antes con un severo ayu-
no y abstinenoia de muchos días, así los devotos como
el xeque.
Tenían éstos una especie de seminarios llamados cuca
en donde entraban muy niños los que se dedicaban al
ministerio sacerdotal y eran sometidos por diez ó doce
años á una dieta rigurosa, sin permitirles comer sino una
vez al día y eso una reducida porción de harina de maíz
mezclado con agua y en raras ocasiones un pececillo
(guapucha). Durante este tiempo se les enseñaban las
ceremonias, el cómputo del tiempo, cuya tradición, como
todas las demás, se conservaba entre los xeques, que eran
los depositarios de todo el saber abstracto de los chibchas.
El sol era la única divinidad á que ofrecían bárbaros
sacrificios de sangre humana matando los prisioneros jó-
venes y salpicando con su sangre las piedras en que da-
ban los primeros rayos del sol naciente. Estos sacrificios,
procesiones y danzas solemnes, que se hacían por los *«-
mus ó calzadas que desde las puertas de las casas de los
caciques se dirijían hacia un lugar notable, por lo gene-
ral una altura ó colina vecina, y últimamente el cuidado
con que se educaba el gu.es /, víctima á que se arrancaba
el corazón con la mayor pompa cada quince años, todo
tenía una relación directa y simbólica con la división del
tiempo, el calendario y las injeniosas intercalaciones ne-
cesarias para hacer coincidir con exactitud el curso de
los dos astros que dirijían las operaciones de sus semen-
teras y cosechas.
La íaguua do Guatavita era el más célebre de sus san-
tuarios, y cada pueblo tenía una senda trillada para ba-
9A HISTORIA D E COLOMBIA,

jar á ofrecer sus sacrífioios. Cruzaban para ello dos cuer-


das, de modo que formaran ángulos iguales y á la
intersección de ellas iba la balsa con los xeques de la la-
guna y los devotos. Allí invocaban á la cacica milagrosa
y á su hija, que decían vivir en el fondo.en un lugar deli-
cioso, con todas las comodidades, desde que en un mo-
mento de despecho por discordias con un antiguo caci-
que su marido, se había arrojado á la laguna y allí se ha-
cían las ofrendas. Cada laguna tenía su tradición; y las
peregrinaciones á estos santuarios eran muy comunes.
En tiempos en que el cacique de Guatavitaíera jefe inde-
pendiente, hacía cada año un sacrificio solemne, que, por
su singularidad, contribuyó á hacer célebre esta laguna
aún en los países más lejanos y que fué el orijen de la
creencia del Dorado. El día señalado se untaba el cuerpo
de trementina y luego se cubría de oro en polvo. Así do-
rado y resplandeciente entraba en las balsas rodeado de
los xeques y en medio de la música y cantos de la inmen-
sa multitud de gentes que cubrían las laderas, que rodean
la laguna en forma de anfiteatro. Llegado al centro, de-
positaba el cacique las ofrendas de oro, esmeraldas y di-
versos objetos preciosos y él mismo se arrojaba á las
aguas para bañarse. E n este momento, sobre todo, reso-
naban las montañas vecinas C D U los aplausos del pueblo.
Terminada la ceremonia relijiosa, comenzaban las dan-
zas, cantos y demás fiestas y regocijos públicos. E n es-
tos cantos monótonos y acompasados se repetía siempre
la historia antigua del país y cuanto sabían de sus dio-
ses, de sus héroes, batallas y otros acaecimientos memo-
rables, que se trasmitían así de generación en generación.
E n las puertas de los cercados de los caciques, que siem-
pre presidían á las fiestas como á todas las funciones pú-
blicas, se mantenían, mientras ellas duraban, dos indios
viejos desnudos, uno de cada lado, tocando la chirimía,
instrumento de viento triste y desapacible, y cubiertos so-
lamente con una red de pescar ó atarraya, que entre ellos
era el símbolo de la muerte, la que no debía perderse de
vista sobre todo en tiempo de fiestas y regocijos. Había
también carreras y apuestas entre los jóvenes, premian-
do el cacique á los más ajiles y lijeros.
E l gobierno del zipa era despótico lo mismo que el del
zaque de Hunza. E l daba las leyes, administraba justi-
cia, mandaba las tropas y era tan profunda la venera-
ción en que le tenían sus subditos, que ninguno se atre-
vía á mirarle al rostro. Todo el que se llegaba al zipa,
HISTORIA DÉ COLOMBIA. 25

debía traerle alguna ofrenda conforme á sus proporcio-


nes, pero no aceptaba cosa alguna de los que iban á ser
juzgados. Tenía muchos centenares de mugeres llamadas
thiguges, pero una sola era reconocida como esposa. Mi-
rábase como honrosa distinción quo el zipa pidiese la
hija ó hermana de cualquier usaque ó particular para co-
locarla en el número de sus thiguyes. Cualquier trato ilí-
cito con éstas, era castigado severamente y aún se con-
sideraban las multas graves que se constituían á pagar
los culpables por eviatr la pena de muerte, como un ra-
mo pingüe de las rentas del zipa.
El heredero de áste era el hijo mayor de la hermana,
al que sehacíaentrar desde la edad d e l 6 años en una ca-
sa situada en Chía donde se le sometía á una larga serie
de ayunos é instruía por algunos años. Así éste, como los
demás jefes, recibían la investidura de sus oficios, de
manos del zipa y desempeñaba las funciones de usaque
de Chía hasta la muerte de su tío. E l cercado del zipa
en Muequetá, contenía varios departamentos de habitacio-
nes y almacenes de ropa y de víveres. Tenía además una
casa de recreo adornada de jardines en Tabio, á donde
iba á bañarse en las aguas termales. Otra casa tenía en
Tinansucá, en temperamento templado, en el descenso de
la cordillera, para algunos meses de recreo y también en
Tlieusaquillo, lugar igualmente de recreo y en donde
después se fundó á Bogotá. A este sitio se retiraba lue-
go que pasaban las ceremonias de las cosechas y cuan-
do la llanura quedaba seca y asolada por el verano.
El homicidio, el rapto y el incesto eran castigados con
pena de muerte; pero al incestuoso le encerraban además
en un subterráneo con varias zabandijas venenosas has-
ta que moría de hambre y «tormentado por los insectos
y reptiles. Los sodomitas eran empalados con estacas
agudas. Al que no pagaba sus contribuciones ó deudas,
le mandaba el usaque un mensajero con un tigrillo ú otro
animal semejante de los que criaban con este objeto, el
cuál se ataba á la puerta del deudor, y éste estaba obli-
gado á mantenerlo así como al guarda, hasta que paga-
ba. El que mostraba cobardía en la guerra, era conde-
nado á vestirse de muger y emplearse en los ministerios
y oficios de tal, por el tiempo que se designaba. Los
robos rateros y otras faltas se castigaban con azotes en
los hombres y á las mugeres oon trasquilarlas, afrenta
que sentían vivamente. Cuando se sospechaba de adul-
terio de una muger, se le hacía comer mucho ají ó pi- 1
26 HISTORIA DE COLOMBIA.

miento, y si confesaba le ciaban agua y luego la ultima-


ban. Si resistía aquel tormento por algunas horas, la
desagraviaban y tenían por inocente.
Sólo el zipa era llevado en andas por sus subditos ó
algún usaque á quien el zipa, por señalados servicios en
la guerra,solía conceder este privilejio. Tambie'n era pre-
ciso licencia superior para poder llevar la ¡[nariz y orejas
horadadas y colgarse joyas, excepto los xeqnes y usa-
ques á quienes se otorgaba permiso al tiempo de darles
posesión de sus oficios. El común de los indios se enga-
lanaba pintándose de bija ó achiote y vistiéndose con
mantas nuevas y limpias; pero las mantas con figuras y
líneas hechas con pincel, negras y r o j a s , no podían
tampoco usarse sino con el permiso del zipa. Sólo por
su merced, igualmente, se podía comer carne de venado,
excepto los usaques, á fin de conservar estos animales.
Cuando alguno solicitaba una doncella por esposa,
mandaba á los padres una manta. Si no se la devolvían
á los ocho días, enviaba otra, y considerándose enton-
ces aceptado, se sentaba una noche en la puerta de la
casa de la novia y daba á entender, aunque indirecta-
mente, que allí estaba. Entonces se abría la puerta y sa-
lía la india con una totuma llena de chicha que probaba
primero y daba despue's á beber al pretendiente. L o s
matrimonios se celebraban por ante el xeque y estando
los dos contrayentes unidos por los brazos, preguntaba
el sacerdote á la mujer si prefería á Bochica á su mari-
do, éste á sus hijos, y si amaría más á sus hijos que á
sí misma y si se abstendría de comer mientras su marido
estuviera hambriento. Luego, dirijiéndose al novio, le
mandaba que dijese en alta voz, si quería aquella muger
por esposa, con lo cuál se terminaba la ceremonia. Mas
no se le impedía tener á cuantas mugeres podía alimen-
tar, aunque sólo una era lejítima.
Luego que el zipa moría, los xeques le sacaban las en-
trañas y llenaban las cavidades con resina derretida, in-
troducían después el cadáver en un grueso tronco de pal-
ma, hueco, forrado de planchas de oro por dentro y por
fuera y lo llevaban secretamente á sepultar en un subter-
ráneo que tenían hecho desde el día mismo en que comen-
zaba á reinar, en parajes lejanos y ocultos. Con los ca-
dáveres de los usaques y otros indios principales, sepul-
taban en bóvedas á sus mugeres más queridas y á cierto
número de sirvientes, á quienes se hacía tomar el zumo de
una planta narcótica para privarlos del conocimiento.
BlbTORÍA DE COLOMBIA.

Ponían además en la sepultura, mantenimientos, joyas


de oro, las armas y la chicha, bebida á que eran muy afi-
cionados y que preparaban con maíz fermentado. Llora^
ban por seis días á sus difuntos y les hacían aniversarios.
En estos tiempos repetían, cantando tristemente, la vida
y acciones del finado. Al común de las gentes, las se-
pultaban también con sus alhajas, armas y mantenimien-
tos, pero jamás desnudos, sino vestidos con sus mejores
mantas.
Los chibehas no conocían el hierro, y sus herramien-
tas para el trabajo de la tierra eran de madera ó de pie-
dra, lo que necesariamente limitaba sus labores para
sembrar y preparar la tierra á las estaciones lluviosas;
por lo mismo miraban los años secos como la mayor ca-
lamidad que podía sobrevenirles. L a patata, el maíz y
la qninua formaban el fondo principal de sus culturas.
Aun se ven terrenos, incultos hoy, en la llanura de Bogo-
tá, ó que sólo sirven para crías, surcados por anchos ca-
mellones, que son vestijios de antiguos cultivos de estos
pueblos agrícolas, pues no había ganado vacuno en
America; y á quienes la figura de la rana, como el em-
blema de la humedad, servía de base á su sistema de nu-
meración y á su calendario. Cosechaban dos veces al
año las patatas y una vez el maíz, en las tierras frías en
donde estaba acumulada la'mayor parte de la poblaoión.
En los valles calientes, tenían además la yuca, la arra-
cacha en los terrenos templados y alguuas leguminosas.
El artículo más importante de producción que les ser-
vía para los cambios y con el cual se proveían del oro y
de otros productos de que carecían en su territorio, era
la sal de Zipaquirá y Nemocón, que cuajaban en vasijas
de barro, valiéndose de las abundantes fuentes saladas
que brotan en estos sitios. También tejían mantas de
algodón, de cuyo hilado se ocupaban las mujeres, en el
tiempo que no empleaban en las faenas domésticas. L o s
naturales de Guatavita, eran celebrados por su habilidad
en fabricar con el oro en polvo que traían de las orillas
del Magdalena ó de la extremidad setentrional de la pro-
vincia de Gnane (Girón), figuras de todos animales, en-
gastes para los caracoles y conchas marinas, que servían
de copas de lujo en sus festines y planchas delgadas pa-
ra cin turones y brazaletes. Labraban también figuras
en relieve sobre piedras duras.
Fueron los pueblos chibehas, según se orce, los úni-
cos del nuevo continente que hayan usado de moneda de
aisT, P E COL, 6
28 HISTORIA D E COLOMBIA.

oro para sus cambios;'la que consistía en ciertos discos


fundidos en un molde uniforme y cuya circunferencia
medían aproximadamente encorbando el índice sobre la
base del dedo pulgar, porque carecían de peso; y de me-
dida de capacidad, sólo conocían la que servía para el
maíz desgranado, que llamaban aba como á este grano,
pues la voz maíz, aunque indíjena, lo mismo que la pala-
bra cacique, son del idioma de los indios de H a i t í , don-
de, oyéndolos por primera vez los españoles, llamaron
así á este grano y á los jefes de las tribus en toda Amé-
rica. Sus medidas de lonjitud eran el palmo y el paso.
L a feria más importante y mas concurrida de los chib-
chas era en Coyaima, territorio de los poineos (yaporo-
gos). Estos habitaban en ambas orillas del Magdalena,
desde la embocadura del río Cuello hasta el de Neiva.
Allí llevaban sal, esmeraldas, mantas pintadas y joyas
de oro y traían este metal en polvo, que sacaban aque-
llos moradores en mucha abundancia de las orillas de los
riachuelos y quebradas y aun zabullendo en el fondo de
los ríos. Conducían los chibchas de las ferias de los paí-
ses calientes, gran cantidad de guacamayos y loros y
luego que aprendían algunas palabras, los sacrificaban á
sus dioses, creyendo que eran el mejor sustituto de los
sacrificios humanos. Otra feria famosa se celebraba en
los términos del cacique Zorocotá, en donde después se
fundó el Puente Eeal (Puente Nacional), sobre el río
llamado entonces Sarabita, á que concurrían los chibchas
del norte, los agataes, chipataes y los industriosos gua-
nes que se proveían de sal en cambio de oro y de man-
tas y tejidos de algodón de diversas calidades y colores.
E l punto central de esta feria era una enorme piedra ais-
lada. Otra feria había en Turmequé, cada tres días, y en
ella se veían fuera de los frutos comunes, gran cantidad
de esmeraldas sacadas de Somondoco.
Ni los edificios ni los muebles de los chibchas guarda-
ban proporción con las otras comodidades de que dis-
frutaban. L a s casas eran de madera y barro y de forma
circular con techo cónico y piramidal, adornadas de es-
teras de esparto y junco, algunas barracas y barbacoas,
puertas de caña, tejidas con cuerdas, y cerraduras de ma-
dera. Los fuertes cercados y vastos patios flanqueados
de estas cabás redondas, tenían la apariencia de torres
vistas de lejos. Sus armas eran hondas, con que arroja-
ban piedras á una gran distancia, macanas, que les ser-
vían de espadas por sus cortes de filo y de garrote por
HISTORIA DE COLOMBIA. 29

su espesor y consistencia, y las flechas que, por ló _ gene-


ral, eran envenenadas co"h las puntas dé madera petrificada
ó de espinas de pescado. Sus diversiones favoritas eran
el baile ó el canto, que correspondía á la alegría ó á la
tristeza de su espíritu, y su vicio principal, la chicha,
bebida de que hacían mucho uso sobre todo en sus fies-
tas y regocijos públicos, tanto como en sus funerales;
de tal modo, que todo concluía hasta llegar á una com-
pleta embriaguez.
Dividían la noche y el día en cuatro partes; desde la
salida del sol hasta el medio día; desde el medio día
hasta ocultarse el sol; desde el anochecer hasta la me-
dia noche y desde la media noche -hasta la salida del sol.
La división mas corta del tiempo era un período de tres
días. E l año se dividía en lunaciones, componiendo 20
lunas el año civil. E l año sagrado ó sacerdotal compren-
día 37 lunas y 20 de estos grandes años formaban un si-
glo. Contaban por los dedos, y sólo tenían nombres pro-
pios hasta 10 y para el número 20. E n concluyendo con
una vuelta de las manos, pasaban á los pies repitiendo
los mismos nombres, á que anteponían la palabra quihi»
cha, que quiere decir pié. E l número 20 expresado por
la dicción gue.ta (casa y sementera) en que se encerraban
todos los bienes y felicidad de esta pueblo, fenecía to-
das sus cuentas. Y así, en terminando con un 20 pasa-
ban á contar otro, uniéndolo con el primero hasta for-
mar un 20 de veintes. L a luna era el objeto de sus ob-
servaciones. Este astro les dio el modelo de sus casas,
cercados, templos, labranzas y era la reguladora de to-
das sus cosas. Contaban sus faces y como su semana era
de tres días, diez de estos grupos formaban una luna-
ción y todos los meses, á la época del plenilunio, cele-
braban un sacrificio en la plaza pública.
La lengua chibcha carecía de la l y la d, y era carac-
terizada por las muchas repeticiones de las sílabas cha-
che, chi, cho, cAu. L a s palabras zipa y zaqvs también eran
muy usadas.
El civilizador de los pueblos chibchas fué Nentereque-
teba (Idacanzas) ó Ghinzapagua (el enviajó de su primer
dios Chiminigagua). Nenterequeteba. yá anciano, llegó
por el oriente, traía la cabellera atada con una cinta,una tú-
nica por vestido y un manto anudadas al hombro las pun-
tas, que era el vestido que todos ellos usaban. Halló los
pueblos en un estado muy cerca de la barbarie, sin más
abrigo que el algodón en rama ligado con cuerdas, con el

»
30 HISTORIA D E COLOMBIAt

cual se cubrían, y sin idea de gobierno ni de sociedad.Nen-


terequeteba comenzó sus predicaciones en Boza, en don-
de se encontró lina costilla que veneraban los indios co-
mo que pertenecía á un animal que había traído y que
era de los mastodontes que se hallan en los aluviones de
Suaeha. De Boza pasó á Muequetá, Fontibón y luego al
pueblo de Cota, en donde era tal el concurso de gentes
que venían á oirle, que fué preciso hacer un foso alrede-
dor de una colina, en donde predicaba é instruía á los
pueblos, á fin de poderlo hacer con desahogo. No sólo
les enseñaba á hilar y tejer, sino que por donde quiera
dejaba pintados con almagre los telares, á fin de que no
se olvidasen de su construcción. Siguió luego hacia el
norte y bajó á la provincia de Guaue, en cuyos mora-
dores halló las mejores disposiciones para las artes. No
sólo enseñaba con su palabra sino con su ejemplo; y su
vida, durante los largos años que pasó entre ellos, fue
un modelo de virtud. Últimamente desapareció en So-
gamoso, dejando un sucesor, que era el jefe religioso de
Iraca, para que continuara la instrucción y la guarda de
las leyes y reglamentos que había establecido, con asen-
timiento general y sólo por la fuerza de la persuación
y del ejemplo. Según la cuenta de los chibchas, este
personaje vivió 14 siglos antes de la conquista, contán-
dose éstos como siglos de 20 años sagrados ó 37 lunas.
Todos los pueblos tienen- sus tradiciones al comenzar á
civilizarse.

CAPITULÓ IV.

LOS GARAS.
RELIGIÓN Y GOBIERNO. — SUCESOS POLÍTICOS.

Al sur del territorio colombiano existía otro cuerpo de


nación todavía nías importante y civilizada que la de los
chibchas. Esta ora la de los caras- Las tradiciones que de
ellos se conservan son bien interesantes, principalmen-
te por su conexión y enlace con las de los quichuas del
Perú. E l territoi\q que ocupaban, se halla situado bajo
la línea del Ecuador 'y su extensión primitiva era sólo de
dos grados de norte á sur y tres de éste á oeste, dilatán-
dose luego por la vía de las conquistas, y sobre todo, por
cierta confederación ó pacto de familias entre varios prín-
cipes ó régulos confinantes, por tres grados más, hasta
HISTOBIA DE COLOMBIA. 31

formar un cuadrado de 100 leguas marítimas de norte á


sur y 60 de oriente á poniente. Entonces^ fué que lo con-
quistaron los incas peruanos y le agregaron á su imperio.
Separados nuevamente, los caras conquistaron á su vez
á los quichuas del Perú, para caer más tarde todos en po-
der de los españoles. Los países comprendidos dentro de
los límites señalados, fueron en su principio poseídos,
unos por pequeños príncipes independientes; otros, por
los curacas que aunque señores de ellos, tenían subordi-
nación á otro soberano mayor, y otros más por los caoi-
ques que sólo eran
Los primeros pobladores de esta comarca de que se tie-
ne noticia, fueron los de la nación llamada quitu (Qui-
to) por su último régulo que se nombraba así; siendo lo
único que se sabe de ellos, que el niímero de sus tribus
llegaba hasta 50 y formaban un reino que era el princi-
pal de todos. A éste seguían otros reinos iguales ó poco
menores que el de Quito, y éstos eran los cuatro de Im-
buya, Latacunga (Llactacunga), Puruhá y Cañar. E l de
Imbayá [Imbabura] llamado después Caranqui, tenía mu-
chas tribus; el de Latacunga, se componía de 16 tribus;
el de Puruhá [Riobamba], de mas de 30 tribus y ti de
Cañar [Cuenca] de 21 tribus. A estos seguían los de
Otábalo, Ambato, Chimbo, Lausi ó Alausi, Paltas, Zar-
za [Loja estos dos últimos], Paita, Túmbez , Lapuná,
Guancavelicas [Guayaquil], Manta, Cara y Tacamos ó
Atacames [Esmeralda y Manaví los tres últimos].
Los de la nación llamada cara, á cuyo régulo se deno-
minaba (Jaran Scyri [señor ó rey de Cara ó rey de to-
dos] , subiendo de las costas del Pacífico, de donde eran
moradores, se apoderaron del Reino de Quito cerca del
año 980 de la era cristiana y le gobernaron junto con ios
demás pueblos expresados, conforme iban haciendo ad-
quisiciones hasta formar una gran nación, por espacio
de 500 años, es decir, hasta 1487, en que todo el país
fué conquistado por los quichuas; pero todo esto es exa-
jerado, pudiendo reducirse los 500 años á 200. Llegaron
á contar 15 Scyris, siendo los 11 primeros de éstos de la
línea masculina de Caran y los tres últimos de la misma
línea femenina con la masculina Buchicela de Puruhá.
Los primeros 11 reinaron por el espacio de 320 a ñ o s ,
basta que en 1300 se extinguió la línea masculina. El
X I I Scyri fue Toa, hija del X I Scyri y Duchicela, hijo
del régulo de Puruhá, Condorazo, casado con ella. De
los tres de la línea femenina que les siguieron y de sus
82 HISTORIA DE COLOMBIA,

padres, es qué solo Se saben los nombres y el número de


años que reinó cada uno, Toa y Duchicela X I I Scyri,
reinaron 70 años de 1300 á 1370. F u é el primero de los
tros Scyris Qaran Due/itóela, que le siguieron, Antachi
X I I I Scyri, que reinó 60 años, desde 1370 á 1430. Fué el
segundo, Hualcopo, X l Y Scyri, que reinó 33 años, de 1430
á 1463; y fué el tercero y último Scyri de todos, Cacha
X V Scyri que reinó 24 anos, desde 1463 á 1487.
Conquistado el reino de Quito en 1487 por Huayna-
Capac X I I I inca del Perú y agregado á su imperio, luego
le dividió á su muerte entre sus dos hijos, Huáscar y
Atahualpa, tenido este último con Paccha, hija de Ca-
cha X V , dejando á Atahualpa el reino de Quito y á Huás-
car, primojénito de su primera muger Mama-Ocllo, su
primitivo imperio. Riñendo los hermanos, Atahualpa con-
quistó el imperio y le añadió á su reino. Después, am-
bos fueron víctimas de los españoles. Huayna-Capac go-
bernó el reino como parte de su imperio, por 38 años,
desde 1487 hasta 1525. Atahualpa gobernó el reino por
8 años, desde 1525 hasta 1532, en que conquistó el im-
perio de su hermano Huáscar y por un año más el rei-
no y el imperio hasta 1533 en que le mataron los es-
pañoles.
Además de las noticias históricas apuntadiis, se sabe
mucho más del pueblo cara, que llegó á ser una gran
nación, tan luego que con la unión del estado de Puruhá,
el segundo de la comarca, formó un vasto dominio. Sin
embargo, poca importancia se ha dado á los (¡aras co-
mo nación, pues que, conquistados y dominados por los
quichuas, aunque ellos á su vez hubiesen de conquistar-
los y dominarlos, su religión, sus leyes, su gobierno,
sus usos y costumbres fueron ya las de otro estado mu-
cho más adelantado en luces y conocimientos, tanto que
sólo los aztecas (mejicanos) pueden compararse con ellos.
Tal es la suerte de los pueblos conquistados, que hasta
su civilización se olvida, cuando al perdeila toman la
dé sus conquistadores. Por eso los historiadores del
reino de Quito, pasan de lijero sobre la civilización de
los caras, para ocuparse de la de otro pueblo más brillan-
te, como era la de los quichuas. L o mismo sucede cuan-
do una comarca es habitada por pueblos de diferentes
grados de civilización. L o s más civilizados llaman toda
la atención: los otros sé olvidan. Así ha sucedido en
Nueva Granada y Ecuador. Por ocuparse de los ehibchas
y de los quichuas nada se sabe de las innumerables tri-
HISTORIA. DÉ COLOMBIA.

bus salvajes, habitadoras de los llanos y de los valles:


hasta su recuerdo se vá perdiendo.

RELIGIÓN Y GOBIERNO.

La religión de los caras era la adoración pura y senci-


lla del sol y de la luna, que observaban continuamente.
En la capital de su reino, la ciudad de Quito, fabrica-
ron un templo al sol, en la altura llamada hoy del Pa-
necillo, todo de piedra y figura cuadrada, con la puerta
al oriente, por donde herían los primeros rayos del sol
su imajen representada en oro. A la puerta tenían dos
columnas, que eran los observatorios de los solsticios,
para la regulación del año solar que seguían, y en los
cuales se hacían sus dos fiestas principales. Pusieron do-
ce pilastras en contorno del templo, que eran otros tan-
tos gnómones, para indicar por su orden los meses del
año, señalando con su sombra el primer día de cada mes.
Fabricaron otro templo á la luna y á las estrellas en la
altura opuesta que se conoce hoy con el nombre de San
Juan Evangelista. E s t e era redondo, con varias troneras
ó ventanas redondas en contorno, dispuestas de mane-
ra que siempre entraba por alguna de ellas la luz de la
luna á herir su imagen hecha de plata y colocada en me-
dio. Encima de ella correspondía un cielo formado de
lienzos de algodón de color azul, donde estaban coloca-
das muchas estrellas también de plata. Tenía tantas fies-
tas y sacrificios al año, cuantos eran los primeros días
de la misma luna. Todos sus sacrificios eran inocentes,
reduciéndose á perfumes de resinas, á flores, frutos y
animales de aquellas especies que eran el sustento ordi-
nario del hombre.
La provincia de Puruhá tenía en su capital Liribam-
ba, un pequeño templo de figura cuadrilonga. Aunque
en el estaban también las imágenes del sol y de la lu-
na, lo principal era un ídolo de barro que representaba
la cabeza de un hombre. E r a hecha en forma de una olla
entera, con la boca y labios sobre la coronilla, por don-
de se vertía la sangre de los sacrificios y bañaban con
ella su mismo rostro. L o s sacrificios á este ídolo que
parece representaba el dios de la guerra ó de la vengan-
za, eran siempre de algunos prisioneros de guerra, eos*
tumbre que quitaron los soyris desde que se unió esta
provincia al reino. L a provincia, de Cañar tenía sobre
una montaña un templo dedicado á un dios feroz y terri«
34 1ÍÍST0ÉIÁ DE COLOMBIA.

ble al que sacrificaban todos los años, antes de sus co-


sechas, algunos niños tiernos, costumbre que prevaleció
por muchos años á pesar de los esfuerzos que se hicie-
ron paia concluir con ella, por los scyris de Quito, los
incas del Perú y los españoles conquistadores.
L a provincia de Manta tuvo dos templos, que perma-
necieron desde su época mas antigua hasta la entrada
de los españoles. E l uno se hallaba en el continente y
el otro en la isla de la Plata. E l del continente fué el mus
famoso, rico y célebre entre todos yfrecuentado délos
peregrinos de todas partes. Estaba dedicado al dios de
la salud llamado TJmiña, por estar hecho su ídolo con
figura medio humana, de una gran piedra de finísima
esmeralda, cuyo valor podía exceder á todos los teso-
ros juntos de muchos templos. A éste célebre templo
acudían los enfermos de toda la comarca ó yendo en per-
sona en hombros extraños ó por medio de procuradores.
Luego que algún sacerdote recibía la ofrenda que todos
llevaban de oro, plata y piedras preciosas, hacía sus de-
precaciones postrado en tierra y tomando después el
ídolo con un paño muy blanco y limpio, con grandísima
veneración, lo aplicaba á la cabeza ó á la parte enferma
del doliente ó de su procurador y era fama que así sa-
naban muchos. Quizás habrían sanado, á lo menos, los
españoles de su hidropesía de riquezas, si por su des-
gracia no hubieran los indianos escondido así el ídolo
como la mayor parte de los tesoros de su templo, de mo-
do que jamás se ha podido dar con ellos.
E l de la isla era dedicado al sol y era también un p o -
co célebre y rico. Celebraban en él los solsticios con
grandes fiestas por muchos días y los sacrificios eran de
oro, plata, piedras preciosas, tejidos finísimos, y un cor-
to número de niños, que quitaron enteramente los incas.
L a provincia é isla de la Puna tenía otro templo famo-
so, dedicado á Tumbal, dios de la guerra. E l ídolo tenía
una figura formidable y estaban á sus pies diversas espe-
cies de armas, bañadas con la sangre de los sacrificios.
Estos eran siempre de los prisioneros de guerra, los 'cua-
les eran abiertos vivos sobre la gran ara colocada á la mi-
tad del templo. Todo él era oscuro, sin ventana alguna
y las paredes estaban cubiertas de pinturas y esculturas
horribles.
Su gobierno, aunque monárquico¡ era mezclado de
aristocracia. L a ley de sucesión, así en el reino como en
los estados y señoríos particulares, era sólo en los hijos (
ÍJÍSTORIA DE C O L O M BI A . So

con entera exclusión de las mugeres y á falta de hijos,


en los sobrinos, hijos de hermanas y nunca de herma­
nos. El hijo del scyri ó de la hermana que debía [suce­
der, nunca se presumía heredero ni se podía llamar
scyri mientras no era declarado por tal en la junta de
los señores del reino y nunca lo hacía e'sta si no era ap­
to para gobernar, pasando en este caso la elección á uño
de los mismos señores.
No acostumbraban enterrar sus muertos abriendo se­
pulturas en la tierra, sino que colocaban el cadáver en
la superficie, en lugar separado de las poblaciones y po­
niendo en contorno sus armas y alhajas de mayor esti­
mación, hacían las ceremonias fúnebres. Concluidas és­
tas, fabricaban al rededor una pared baja de piedras bru­
tas, comenzando á colocarlas los más allegados al difunto.
Cubierto el recinto con una especie de bóveda, á manera
de horno, cargaban encima tanta piedra y tierra que for­
maban una montañita llamada tola, mayor ó menor se­
gún la esfera de cada uno y sobre ella concluían las de­
más ceremonias y llantos al mes y al año.
Los asuntos de guerra, y materias graves de estado
que resolvía el scyri, no podían ponerse en ejecución si
no los aprobaba y confirmaba la junta de los señores, ni
la junta podía resolver cosa alguna grave sin la aproba­
ción del scyri. Usaban de una especie de escritura más
imperfecta que la de los quipos peruanos, que se reducía
á ciertos archivos ó depósitos hechos de madera, de pie­
dra ó de barro, con diversas separaciones, en las cuales
colocaban piedrecillas de distintos tamaños, colores y
figuras angulares, porque eran excelentes lapidarios y con
diversas combinaciones de esas piedrecillas, perpetua­
ban sus hechos y formaban sus cuentas de todo. Su ar­
quitectura era de mal gusto é hicieron en ella pocos ade­
lantos, pero en la lapidaria fueron eminentes y se supo­
nen los inventores del secreto de labrar las piedras más
duras como son las esmeraldas. Fueron diestros en ha­
cer los tejidos de algodón y lana y mucho más en cur­
tir las pieles y sus vestidos hechos de aquellos tejidos
y pieles curtidas eran de la misma simple figura que usa­
ban los del Perú. El vestido del pueblo era generalmen­
te de color azul, amarillo ú otro más oscuro. Los hom­
bres se vestían con una camisa sin mangas y sin cuello,
unos pañetes que reemplazaban al calzón, una manta cua­
drada, un calzado abierto de cabuya ó cuero y un gor­
ro. Las mugeres llevaban sobre la camisa otra especie
HIST. № COL, 6
36 HISTORIA D E COLOMBIA.

de túnica que ataban á la cintura con fajas y un manto que


se prendían por delante con una espina ó con un alfiler
de cobre; se adornaban la cabeza con una cinta circular
y hacían de su cabello dos trenzas que se echaban hacia
atrás. L a nobleza, aunque usaba el mismo vestido, lo
hacía de finísimos tejidos, realzados con adornos,
Reconocían el derecho de propiedad y se hereda-
ban los bienes muebles y raíces. E l scyri se casaba con
una sola muger y era libre de tener el número de concu-
binas que quisiese. Los grandes y señores, á más de la
muger propia podían tener un corto número de concubi-
nas y los particulares que no podían tener concubina al-
guna, eran libres de dejar por lijeras causas, la muger
propia y tomar otra. No usaban otras armas que lanzas,
picos, hachas y porras y eran ejercitados en su arte mi-
litar. L a corona de plumas de un solo orden, era insig-
nia de todos los que podían tomar armas; la de dos ór-
denes era sólo de los nobles y principales; y el colocar
una esmeralda grande que correspondía sobre la frente,
era sólo del rey ó scyri.

SUCESOS POLÍTICOS .

L a pasión dominante de los caras fué la de hacer con-


quistas y dilatar por este medio sus dominios. Así, lue-
go qne subiendo de las costas del mar Pacífico conquis-
taron el país, cuyo último régulo fué Quitu, prosiguie-
ron conquistando, hasta dominar toda la comarca, con
la unión de Puruhá y otras de menos' importancia. Más
civilizados que sus vecinos los quitus y demás pueblos
que conquistaron, ó con que se juntaron, les dieron su
civilización y ésta era la de toda la comarca á la época
de la conquista peruana. Después de conquistado el país
de Quitu, todas las nuevas conquistas que hicieron fue-
ron primero hacia el norte; y así lograron en primer lu-
gar la de los poritacos, collahuasos y Un guachis y luego la
de Otábalo, Imbayá, Huaca y demás hasta Tusa, término
de sus conquistas hasta la llegada de los españoles, pues
nadie había pasarlo adelante ni se sabía lo que quedaba
detrás de aquellas regiones. E n todos los países nueva-
mente conquistados fabricaban sus plazas de armas, que
eran unos terraplenes de figura cuadrada de uno ó dos al-
tos con escalas levadizas. Cerca de estas plazas funda-
ban siempre algún pueblo, donde vivían los oficiales y
capitanes de cada provincia, los cuales eran siempre de

9
HISTORIA D E COLOMBIA, 37

la nación r>ara, con el protesto de enseñar á los del país


el arte militar y el uso de sus armas. Se ven hasta hoy
las ruinas y vestigios de aquellas plazas y se distinguen
á primera vista de las fortalezas que hicieron despue's
los peruanos.
L a provincia de Imbayá* que era la mayor y la más po-
blada por aquella parte, poco después de conquistada,
se sublevó y puso en armas, dando la muerte á todos los
oficiales de la nación cara que estaban allí colocados.
Hizo por largo tiempo una poderosa resistencia, por no
admitir segunda vez el yugo, y sólo se rindió cuando, á
fuerza de viva y continuada guerra, se vio consumida la
mayor parte. Fueron sacados todos los que quedaban sin
dejar niños ni ancianos y distribuidos en corto número
en las otras provincias del reino. E n la de Imbayá, has-
ta cuyo nombre quedó extinguido, se pusieron las semi-
llas de nuevos pobladores, todos, ó casi todos, de la ra-
za estranjera de Carán, por cuyo motivo se denominó
desde entonces la provincia de los caranqnies.
Comenzaron después las conquistas por el lado del sur
y fué la primera la dé la provincia de Latacunga, que
auuque muy numerosa y poblada, era poco guerrera. Con-
quistaron en seguida la de Mocha y emprendieron con
mal éxito la de Puruhá, que habiendo mantenido perpe-
tua guerra con los guancavelicas y régulos de Cañar,
eran muy aguerridos y salían comunmente ventajosos por
la destreza en el uso de las aimas arrojadizas, pues á más
de las lanzas, macanas y dardos, usaban de la huaraca
(honda) y se ejercitaban en ella de tal modo desde niños,
que cazaban animales y derribaban de un árbol el fruto
señalado. Usaban así mismo de la huicopa, ó pequeña
porra arrojadiza de un leño pesado, con la cual hacían
tiros tan corteros como de fusil. Por ser superiores en ar-
mas y hallarse también coaligados con sus vecinos de
Chimbo y Tiquizambi, desistieron los caras enteramen-
te de esta empresa y se contentaron con establecer rela-
ciones de amistad, con las que obtuvieron el objeto
deseado.
El X I Scyri, por haber muerto sus hijos y no tener so-
brinos hijos de hermana y no vivirle sino Toa,hija única,
la cual, según la ley, no podía heredar el reino, amando
tiernamente á esta hija, con el parecer de todos los gran-
des y señores, derogó la ley antigua y estableció la nue-
va de que pudiese, en este caso, heredar la hija, reinando
juntamente con aquel señor que ella libremente elijiese
38 HISTORIA D E COLOMBIA.

por su consorte y sucesor en el reino. E s t a nueva ley


fue' recibida con aplauso y gusto de todas las provincias
y con ella se consiguió unir al reino de Quito la provin-
cia de Puruhá y sucesivamente las demás hasta los con-
fines de Paita. E r a el X I Scyri de Carán, aunque viejo,
sumamente ambicioso y habiendo conseguido con la nue-
va ley de sucesión perpetuarse en su posteridad, conci-
bió el proyecto de dilatar sus dominios por la vía de la
alianza, ya que no lo habían podido conseguir ni el ni
sus antecesores por medio de las armas, pues no sólo con
la guerra se obtiene la unidad de los pueblos. Propúso-
le, pues, á Oondorazo, régulo de Puruhá, hombre tam-
bién de edad avanzada y cargado de hijos, que si se unía
amistosamente á formar un solo cuerpo de nación, sería
electo su hijo mayor para esposo de Toa y sucesor en el
reino de Quito. Fué admitida, desde luego, la propuesta
y efectuado con grandes regocijos el matrimonio de Toa
con Duchicela, primojénito de Oondorazo, cuya línea du-
ró con la sucesión de cuatro scyris hasta que fué conquis-
tado el reino por los incas peruanos.
Parece que Oondorazo nunca presumió sobrevivir al
scyri, ni ver con sus ojos á su hijo Duchicela sobre el
trono, porque muriendo antes el scyri y siendo declarado
Duchicela sucesor suyo, se arrepintió de la alianza y
mostró grandísimo sentimiento. E l verse inferior á su
hijo le labró de tal suerte la fantasía, que no pudiendo
remediarlo de otra manera, se retiró á la cordillera de
los eollanes, y nunca se supo más de su vida ni de su
muerte. Este fué el origen de la fábula de haberse se-
pultado vivo para volverse inmortal, en el más alto mon-
te de aquella cordillera, que se conoce desde entonces
con el nombre de Oondorazo.
Reconocido Duchicela por X I I Scyri ó rey de Quito,
fué bien visto y aceptado en todas las provincias, tanto,
que desde su reinado se depusieron generalmente las ar-
mas y vivieron todos en suma paz y armonía. El consi-
guió meter en la misma confederación ó pacto de fami-
lias, al régulo de Cañar, y por su medio, á todos los se-
ñores de las otras provincias del sur hasta la de Paita.
Y se unieron de buena gana todos ellos, no sólo por la
esperanza de suceder alguna vez en el trono de Quito, si-
no también por el temor que tenían todos de ser domina-
dos por los incas peruanos cuyos progresos en las con-
quistas no les eran ignorados. De este modo se dilata-
ron los domiaios de Quito de norte á sur, por más de
HISTORIA DE COLOMBIA. 39

100 leguas. L a extinción de la línea masculina de Oarán


se computa por los años de 1300 de la era cristiana, y es
fama constante, que habiendo vivido Duchicela mucho
más de 100 años, reinó pacíficamente más de 70. L e su-
cedió su primojénito Antachi X I I I Scyri, hacia el año de
1370, de cuyo reinado, que se dice de 60 años, no se sabe
cosa memorable. Debia sucederle su primojénito Guallca,
mas siendo generalmente aborrecido por sus malas incli-
naciones y crueldades, sin mostrar talento alguno para
el gobierno, fue'declarado inepto y reconocido en la jun- *
ta del reino su hermano menor Hualcopo. Se dice que el
pospuesto Guallca intentó dar la muerte á su hermano y
que salie'ndole mal la trama prevenida, se la dio á sí
mismo.
De Hualcopo X I V Scyri se dice que reinó 33 años y que
gobernando pacíficamente con aceptación de todos, nun-
ca quiso mover guerra alguna. A él se le atribuye la úni-
ca fábrica que podía llamarse soberbia en aquel tiempo,
en la llanura de Callo de la provincia de Latacunga. F u é
un magnífico palacio sobre el cual son muy diversas las
tradiciones. Unos juzgan que el fabricado por Hualcopo
lo deshizo enteramente el inca Huayna-Capac y fabricó
de planta el que subsiste hasta ahora con el nombre de
Panchuzala, ya en ruinas. Otros dicen que fué solamen-
te aumentado y mejorado por el inca. L o cierto es que
en el gusto de arquitectura y en el modo con que están
labradas las piedras, aquella obra muestra ser enteramen-
te de los incas. E n el reinado de Hualcopo, comenzó á
desmembrarse el reino de Quito con las conquistas que
hizo en él Tupac-Yupanqui, X I I inca del Perú, hacia el
afío de 1450. Con la noticia de esta no esperada nove-
dad, le fué preciso á Hualcopo el prevenirse para la de-
fensa. Gozando sus vasallos de una larga paz, tenía
abandonadas, casi del todo, las armas. E r a general de
ellas su hermano menor Eplicachima, hombre de talento
y espíritu marciales, quien les despertó luego de la tran-
quila somnolencia en que estaban y los puso en movi-
miento con el ejercicio militar. No era, sin embargo, la
intención del rey el que fuesen á defender los confines de
sus estados, porque la primera noticia de guerra era
acompañada de la que estaban ya en poder del inca las
provincias de Huancabamba, Cajas y Cascayunca, ha-
biéndosele sometido amistosamente á su primer propues-
ta, pues tan rápida y feliz era la campaña emprendida
por los peruanos.
40 HISTORIA DE COLOMBIA.

Respetable era el enemigo y poderoso el imperio con


que Hualcopo y sus quiteños tenían que combatir. E r a
nada menos que el imperio de los hijos del Sol que no
tenía igual en la Ame'rica del Sur; y en la del Norte, sólo
los mejicanos podían ofrecer una civilización poco más ó
menos adelantada. Varias eran sus conquistas y muy dies-
tros en el arte de la guerra sus capitanes y soldados, y
poderosos y ricos en sumo grado, todo debía ceder ante
su torrente civilizador. Entretenidos primero en hacer
muchas conquistas por el mediodía y extendidos sus do-
minios hasta Chile, no esperando los iucas grandes ven-
tajas por aquellos lados, dirigieron sus espediciones ha-
cia el norte donde había muchos pueblos independientes
y donde los soberanos de Quito eran los rivales de los hi-
jos del Sol en ambición y glorias. Conquistados y some-
tidos todos estos pueblos independientes, las armas de
los incas vinieron á tocar á las fronteras del reino de
Quito, desprevenido para la guerra y sorprendido por
ellos cuando los beneficios de la paz le habían hecho per-
der sus hábitos guerreros.
El sometimiento de tres de sus provincias que era efec-
to provenido, en parte, del temor de las poderosas armas
peruanas y, en parte, de la sabia conducta del inca, hizo
que Hualcopo cayese de ánimo para defender las otras
provincias que seguían al norte. L e era sumamente difí-
cil mandar á tanta distancia los socorros, no habiendo en
aquel tiempo ni tambos ó alojamientos para las tropas, ni
puentes de bejucos en los caudalosos ríos. Mas, no era
e'ste el motivo de su mayor consternación, sino el desen-
gaño de la facilidad con que los pueblos abrazaban el
partido del Inca, tanto que aun las naciones marítimas le
habían enviado embajadores á Huancabamba y por su
medio se habían hecho mutuos regalos en señal de la re-
cíproca amistad que se ofrecían. Ninguna de las provin-
cias desde la de Puruhá hacia el Sur, ni de las marítimas
había sido conquistada por las armas, ni tenía goberna-
dores por parte del scyri que se interesasen en mantener-
las por él, estando solamente unidas por vía de confede-
raciones y con poquísima dependencia. Con estas consi-
deraciones se mantuvo Hualcopo sin acción para la de-
fensa de aquellos dominios y mirándolos por eso como
ágenos, volvió todas sus atenciones á fortificarse en la
provincia de Puruhá como el término más seguro por
aquella parte. E r a e'sta la propia cuna de sus antepasa-
dos y como tal, la miraba con parcialidad sobre todas:
HISTORIA D E COLOMBIA. 41
era la más famosa para la guerra y tan numerosa en gen-
te de armas, que ella sola podía poner en pié un gran
ejército. Pasó luego á Liribamba, capital de aquella pro-
vincia, donde tuvo su residencia ordinaria por muchos
años, hasta que se vio en los últimos conflictos de per-
der el reino.
Se ocupó, entre tanto, el general Eplicachima, en dis-
poner algunas plazas de armas al uso de los scyris, que
no las había en aquella provincia, y Hualcopo en fabri-
car una fortaleza tan célebre como trájíca. Tenían los an-
tiguos régulos de Puruhá un sitio de delicias distante
pocas leguas al oriente de Liribamba. Estaba rodeado
de pequeños lagos entre bajas colinas llenas de vistosos
bosques y de cacería de todas especies de cuadrúpedos y
aves. L o s lagos se comunicaban unos con otros por me-
dio de canales regulares hechos á mano y todos los espa-
cios intermedios de tierra estaban ocupados de muchas
casas con numeroso pueblo. En el paso preciso fabricó
Hualcopo una fortaleza y en lo interior de los lagos un
pequeño palacio con el destino de que allí tuviese su pri-
mer parto la mujer de su primojénito Cacha, de quien
tomó aquel sitio el nombre posteriormente.
Los años que gastó en estas fábricas y preparativos
de guerra el rey Hualcopo, los adelantó el incaTupac-Yu-
panqui, en sus conquistas. Había sometido ya á su obe-
diencia las provincias de Paita y Túmbez. Desde allí ha-
bía mandado sus capitanes á las provincias marítimas,
para instruirlas y ponerlas en forma de gobierno. Mar-
chando después por la vía real de las cordilleras, había
sometido las provincias de Zarza y sus confinantes, la de
Paltas y, últimamente, la gran provincia de Cañar, E n
ésta, que se le sujetó voluntariamente, se detuvo cerca de
dos años fabricando palacios y fortalezas tanto al extre-
mo de Tomebamba por el sur, como al de Cañar por
el norte, de modo que no le quedaban sino las pequeñas
provincias intermedias á la de Puruhá, que eran las de
Alitusi y Tiquizambi.
Cuando el Inca se hallaba ya en ellas, avanzó Hualco-
po con sus tropas á la provincia de Tiquizambi, que sien-
do antiquísima aliada la miraba como frontera propia de
Puruhá. Desde aquí le disputó el paso y detuvo el rápi-
do progreso de las conquistas hechas casi todas sólo por
la vía de la alianza y de amistosa paz, pues creían no
poder luchar COD tan poderoso enemigo. Fué también
Hualcopo convidado con ella repetidas veces, más racha-
4a HÍSTOBlA DE COLOMSIAi

zándola siempre se resolvió á mantener su reino y sü


libertad hasta la muerte. A cada paso que ganaba el
inca con algún sangriento ataque, fabricaba allí su for-
taleza y el scyri se iba retirando poco á poco hasta
llegar á Tiocajas donde tenía la primera plaza de armas
coronada con numerosas tropas. Más de tres meses le
costó al inca el ganarla con la muerte de la mayor parte
de lasque la defendían. Al verse desalojado de ella E p i -
clachima, dudó si daría ó nó una batalla general: e'l te-
nía mucha más gente, pero toda nueva y sin experien-
cia en la guerra. L a del inca, aunque inferior en núme-
ro, era casi toda de tropas veteranas, criadas con rigu-
rosa disciplina y ejercitada en conquistas toda su vida.
No obstante conocer esta desigualdad y diferencia, cre-
yó que con la multitud podía oprimir fácilmente al ene-
migo, pero se engañó, pues trabada la batalla que fue
sangrientísima, y aunque se mantuvo largo tiempo inde-
cisa, se declaró al fin por el inca con la muerte de Epi-
clachima y más de 16,000 de los suyos.
Aflijido con esta pérdida el rey Hualcopo, se retiró
con sus desechas tropas á Liribamba, donde juzgó en-
contrar las que esperaba de Quito. No hallándolas, pro-
siguió retirándose hasta que las encontró en los confines
de la provincia de Mocha. Resolvió fortalecerse allí, co-
mo en sitio muy ventajoso; y teniendo numerosas tro-
pas de refresco, esperó al inca sin temor de otra nueva
retirada. Nombró de general á Calicuchima, hijo mayor
de su hermano Epiclachima. Llegando á sus inmediacio-
nes Tupac-Yupanqui le convidó nuevamente con la paz,
exhortándole á que le rindiese obediencia voluntaria-
mente. Hallándole persistente, le dio diversos ataques,
mas no solo sin ventaja, sino con notable menoscabo de
las pocas tropas que tenía. Conociendo la dificultad in-
superable de aquel sitio, resolvió no pasar adelante en
sus conquistas, y sólo pensó en asegurar las que había
hecho, fabricando diversas fortalezas como últimas fron-
teras de su imperio. Puso en ellas una gran parte de sus
tropas veteranas y nuevos gobernadores en todas aque-
llas provincias, y regresó triunfante y lleno de gloria
á su capital del Cuzco, corriendo ya el año de 1460.
P o c o fué lo que sobrevivió el rey Hualcopo á, la gran
pérdida y suspensión de armas, pues [murió pasado de
dolor tres años después. L e sucedió su primogénito Ca-
cha X V , y último Scyri, el que tuvo un amargo reina-
do de sólo 24 años, por la poca salud acompañada de es-
HISTORIA DÉ COLOMBIA i 43

traordinario valor y talento de gobierno, que le hicieron


vivir siempre y morir con las armas en la mano. L u e -
go que entró en posesión del reino, emprendió restau-
rar los estados perdidos de su padre, con ímpetu tan vio-
lento, que su primera acción fué pasar á cuchillo las
tropas del inca y demoler enteramente Sus fortalezas de
Mocha. Al ver esta gloriosa.acción, se declaró luego á su
favor toda la provincia de Puruhá, que se había sujeta-
do al yugo estranjero, no pudiendo hacer otra cosa,y pro-
siguió la marcha hasta sus confines y los de sus antiguos
aliados de Tiquizambí; mas no pudo pasar adelante por
la obstinada resistencia de los cañares que prefirieron
la civilización peruana á la de Quito. Mantúvose en
guerra con ellos por muchos años, pero siempre con po-
quísimo progreso y con mayor decadencia en su salud;
por cuyo motivo, se retiró al sitio delicioso que llevaba
su nombre, dónde nació la sola hija que tenía llamada
Paccha, y en la cual cifraba todas sus esperanzas de que
le sucediese en el reino. No le duró por mucho tiempo
ni á él ni á su hija, á la que hizo venir de Quito para vi-
vir en su compañía, la gustosa quietud de aquel retiro,
pues que Huaina-Capac X I I I , inca del Perú, hijo y su-
cesor de Tupac-Yupanqui, picado de que hubiese recon-
quistado parte de las conquistas de su padre, se resol-
vió á destronarlo enteramente.
Huaina-Capac, que fué uno de los mayores incas del P e -
rú, llamado el grande y el conquistador, comenzó á, mo-
ver sus tropas para esta empresa, hacia el año de 1475.
Llegando á los antiguos confines del reino de Quito, que
todavía se mantenían fieles al imperio peruano, sólo se
detuvo en ellos haciendo suntuosos palacios y templos
con magnificencia mayor de la que tuvieron todos sus
antecesores. E n la provincia de Huancabamba, fabricó
un palacio real, una fortaleza, un templo al sol y un
monasterio de 200 vírgenes consagradas á su servicio.
En la de Túmbez, levantó sobre las ruinas de una forta-
leza antiquísima, que se suponía de más de 1,000 años,
otra nueva con un palacio real adjunto* un templo al
sol y otro monasterio de mas de 200 vírgenes escojidas
ele las mejores en las provincias inmediatas. Desde Túm-
bez envió sus embajadores á Túmbala, régulo de la is-
la de la Puna, para que amistosamente se subordinase
á su imperio. Temerosos del inca, tanto él como los se-
ñores de las otras provincias marítimas, que habían da-
do^ muerte á los capitanes enviados por Tupac-Yupan-
qui para instruirlos, según ellos mismos lo habían pe-
uisx, DE OOL, 7
SiSToauDE COLOMBIA.

dido, aceptó su propuesta y recibió los regalos que le


enviara y correspondióle con otros, convidándole á que
pasase personalmente á gozar por algún tiempo de las
delicias de su país, para cuyo fin le fabricaba prontamen-
te un digno alojamiento. Pasó, en efecto, Huaina-Ca-
pac con gran parte de sus tropas y despue's de las gran-
des fiestas que le hizo Túmbala, regresó al continente,
disponiendo que luego le siguiesen sus veteranos. Sien-
do e'stos conducidos en grandes balsas por los isleños,
las deshicieron los conductores con disimulo en medio
del mar y se ahogaron los soldados, no quedando ni uno
solo con vida.
Sabida la traición por Huaina-Oapac la sintió en ex-
tremo, así por el desprecio á su persona como por la
pérdida de sus mejores tropas; y reuniendo el resto de
las que tenía en el continente y fabricando una multitud
de balsas, pasó á la isla y castigó de tal suerte á los
agresores sin usar de misericordia, que la despobló en-
teramente, sin dejar más que las mngeres y los niños.
De allí pasó á la provincia de Guaucavelicas y no sien-
do prontamente obedecido en una de sus órdenes, ya
que sus moradores por hacerse gratos á sus dioses se ar-
rancaban dos dientes fronterizos, les impuso por perpe-
tuo castigo, el sacarles otros dos. Dejó ordenado tam-
bién, el que se hiciese una calzada ó vía real desde el
desembocadero del río Guayaquil, la cual sólo quedó co-
menzada y nunca prosiguió adelante. De allí siguió á
la provincia de Manta, con cuyos habitantes casi aca-
bó y llegando hasta Colima, mondó fabricar allí una for-
taleza y dejó alguna gente para que ejercitasen ó instru-
yesen á aquellos pueblos. Mas, los salvajes de Barba-
coas y del Chocó fueron dejados en libertad, porque apa-
recían menos flexibles al yugo. Se cuenta que Huaina-
Capac, al abandonarlos á su suerte, exclamó: "Volvá-
monos, que éstos no merecen tenernos por Señor."
Regresando después á la vía de las cordilleras, se di-
rijió á la provincia de los f acamares, que tenían gran fa-
ma, con el designio de conquistarla; pero esta podero-
sa tribu, feroz y muy diestra en el manejo de las armas,
nunca había conocido sujeción alguna, ni aun por vía de
amistad ó confederación con otra, Hallóla el inca tan
fuerte y tan resuelta á no admitir su yugo, y fué tanto
el horror que sus tropas concibieron de ellos, que salió
de huida desistiendo de su empresa. Pasó á la provin-
cia de Cañar y llegando á Tomebamba, donde su padre
había fabricado un palacio, se detuvo en el y empren»
HISTORIA DE COLOMBIA. 45

dio la magnífica obra de otro muclio más snntuoso oon


un templo al sol y monasterio de 600 vírgenes, obra la
mayor y más célebre entre cuantas se refieren del tiem-
po de su reinado. F u é pasando por lo demás de la provin-
cia no sólo siu oposición sino como en triunfo y fiesta
aclamado por todos hasta los confines de Cañar, donde
fabricó el magnífico palacio Inca-pueea ó fortaleza del
gran Cañar, que aún subsiste y 63 la admiración de cuan-
tos le visitan. Y a eu los confines de las provincias fieles
al reino de Quito, fabricó también una gran torre, que
aun subsiste en gran parto, con otra3 fortalezas y edifi-
cios, de los que se encuentran todavía fragmentos, así
como de un-laberinto medio deshecho, destruido por los
buscadores de oro. Estos restos son conocidos con el
nombre de Paredones y se hallan al pié del Azuay en una
pequeña hoya á 4,042 metros de altura, sobre una plani-
cie por donde pasa el riachuelo de Culebrillas, que en muy
pequeño espacio da un centenar de vueltas y revueltas
hechas á compás y formando figuras, y que luego se de-
tiene en un lago delante de los Paredones y en seguida
vuelve á salir dando vueltas, siendo todo esto obra a r -
tificial ejecutada por los incas.
Cacha, entre tanto, retirado á su palacio de recreo que
llevaba su nombre, donde le tenía clavado el mal estado
de su salud, había dado con tiempo á su sobrino el ge-
neral Calicuchima y á los gobernadores y capitanes de
las provincias, las más convenientes órdenes y provi-
dencias, fortificándose los principales puntos. E l último
y más avanzado en que se hallaban sus tropas de Puru-
há, era sobre la orilla oriental del río Achupayas, cuyo
torrente rápido y caudaloso sólo podía dar paso por el
descenso al oriente del monte Lashuay, pero sobre e'l
se hallaba ya el inca con sus tropas. Intentó este el paso
y no lo pudo conseguir en largo tiempo, pues los de Pu-
ruhá no le permitían acercarse á la opuesta orilla con
los proyectiles que disparaban con sus hondas. Deteni-
do en esta incómoda y nevada altura, fue' entonces que
aprovechó el tiempo en fabricar un pequeño templo al
sol y los ce'lebres baños de aguas termales que todavía
permanecen, aguardando á los de Cañar que le auxilia-
ban en la empresa de someter todo el reino de Quito á
su dominio. L o s cañares prácticos en las asperezas y ca-
minos de esas montañas, pasaron el río por la parte más
alta y desalojaron al enemigo con una sangrienta batalla,
quedando al inca el paso libre. Antes de hacerlo, fabri-
46 HISTORIA DE COLOMBIA.

có una pequeña torre sobre la orilla del río, cuyos frag-


mentos se ven todavía y un puente de bejucos por don-
de paso, sin hallar nueva oposición hasta el valle de
Tiocajas.
Este desierto arenoso, estrecho entre las dos cordille-
ras, que fué el teatro donde se representó la primera san-
grienta jornada entre el inca Tupac-Yupanqui y el scyri
Hualcopo, fue en donde se vio en esta ocasión la segun-
da me'nos sangrienta, pero mas trájica y desgraciada en-
tre Huaina-Capac y Cacha y dónde debía tambie'n presen-
ciarse la tercera, ya no entre indianos sino combatiendo
todos contra el poder de Belalcázar, futuro conquistador
del reino. Antes de atacarle allí, envió primero Huaina-
Capac sus embajadores á Cacha, ofreciéndole su amis-
tad, si voluntariamente se rendía. Respondióle éste que
ignoraba el motivo porque los incas le llevaban la guer-
ra á sus dominios, no habiéndoles dado motivo alguno
y que prefería morir como Señor y libre con las armas en
la mano antes que someterse á su yugo. Con estos men-
sajes era imposible la paz y así preparados ambos cam-
peones, comenzaron á poco las escaramuzas y ataques
sangrientos, preliminares de la gran batalla, la cual al
fin se libró, y aunque indecisa se mantuvo por largo
tiempo, se declaró á favor del inca. Con este suceso
se retiró Cacha al último lugar que tenía fortificado
en Mocha, con el resto de sus tropas y según lo resuel-
to aquí en la junta celebrada con los principales señores
del reino, se retiró á su mejor plaza de armas que los
primeros scyris hicieron en la provincia de Otábalo.
Estaba ésta situada en medio de la gran llanura de
Hatum-Taqui, llamada así por estar colocada en ella el
mayor tambor de guerra que tenía el reino. L a plaza de
forma cuadrangular, muy grande, con dos terraplenes y
escalas levadizas, era capaz para cinco á seis mil hombres,
y en su contorno formó el ejército una continuada po-
blación que ocupaba casi toda la llanura. Hasta allí fué
persiguiéndole el victorioso inca y avistándose en buen
tiempo los dos ejércitos, luego que regresaron los emba-
jadores enviados á proponer de nuevo la paz con igual
resultado, comenzaron las refriegas preliminares á la
gran batalla, que duraron algunos días, como era de cos-
tumbre, para recibir refuerzos y enterrar los muertos;
hasta que últimamente tuvo lugar la lucha general. F u é
ésta obstinadísima y parecía inclinarse á favor de Ca-
cha, pero con la muerte de e'ste que cayó de su silla, en-
HISTORIA DE COLOMBIA. 47

fermo como se hallaba, dirijiendo personalmente la ba-


talla, herido con una lanza, atravesado de parte á parte,
rindieron los suyos las armas al vencedor, aunque acla-
mando en el mismo campo de batalla por scyri á Paccha,
hija única y heredera del rey que tan gloriosamente ha-
bía ido á dormir eternamente el sueño de los justos.
Disimulando Huaina-Capac la proclamación que de
Paccha hacían los de Quito, como heredera del reino,
mandó suspender las armas y promulgó un perdón ge-
neral para todos los que, hasta entonces le habían com-
batido. E n seguida, dio orden para que con el mayor es-
plendor y magnificencia se dispusiese la sepultura del
rey Cacha y de los grandes señores que habían muerto
y que entretanto se sepultasen los cadáveres de los de-
más; así que mientras llevaban al último scyri al sepul-
cro de sus mayores en Quito, se llenó aquella inmensa
llanura de más de 12,000 tolas ó sepulcros en figura de
montañitas cónicas, unas mayores que otras, según la
costumbre do los caras y de las que hasta ahora se con-
servan muchísimas enteras, así como los vestijios de la
gran plaza de armas, para gloria y memoria de aquellos
tiempos.
Concluida la ceremonia de dar sepultura al rey Cacha,
á la que asistió Huaina-Capac, personalmente, con mag-
nífico aparato, se retiró al real cuartel que estaba pre-
venido, en busca del reposo que necesitaba para descan-
sar de los trabajos de esba campaña de tan feliz e'xito;
pero le molestaba recordar la frialdad con que varios
de los señores habían hecho la ceremonia de jurarle va-
sallaje, y la proclamación que las rendidas tropas del
rey Cacha habían hecho de su hija para sucederle en el
reino. Disimulábanse estas aprehensiones con los festi-
nes de amistad que recíprocamente se hacían los del in-
ca con los de Quito, y entregados los primeros al ocio y
á la confianza, se vieron de repente una noche asaltados
por los de Caranqui, con ímpetu tan furioso que ha-
ciendo una mortandad horrible hasta en los nobles de la
guardia de Huaina-Capac corrió este próximo peligro de
su vida. Irritólo tanto esta acción, que, repuesto de la
sorpresa y habie'ndose retirado los agresores á su país,
marchó ese mismo día con todo su eje'rcito á aquella
provincia y pasó á degüello á todos los hombres capaces
de tomar las armas sin que escapase'ninguno. Asegúrase
que fueron 40,000 los que perecieron; otros dicon que
30,000 y los que menos, que más de 2 0 , 0 0 0 . L o s cada-
48 HISTORIA D E COLOMBIA.

veres, arrojados al lago inmediato á la capital de Oaran-


qui, tiñeron de tal modo sus aguas, que desde entonces
quedaron con el nombre de Yagmr-cooha ó lago de san-
gre; é impuesto el inca de que esta provincia se había
llamado Lnbayá antiguamente y que por una sublevación
parecida, había sido distribuido el resto de sus morado-
res, que no sucumbieron en la guerra, en todo el país,
y se le había dado el nombre de Caranqai, dispuso que
so mudase también éste en el de Huambraconaa que quie-
re decir nación de los muchachos, porque no quedaron en
ella sino los niños y las rnugeres; pero este nombre no
prevaleció sino mientras se hicieron hombres aquellos
niños.
L o que no había conseguido la guerra, la tranquilidad
del país, podía obtenerlo la política; y así Huuina-Ca-
pac, impuesto de las leyes de sucesión al reino de Qui-
to , resolvió desposarse con Paccha, heredera del rey
muerto y reinar junto con ella, ya que por su reina la
habían aclamado sus vasallos. E r a P a c c h a además joven
de 20 años y de una belleza, que había robado la aten-
ción de Huaina-Capac y así los sentidos no dejaron de
ayudar á la política. Propuesto éste proyecto á los más
íntimos de su consejo y luego á la misma Paccha, con el
modo más obligante, hubo de aceptarlo ésta, con aque-
lla conformidad que le sujerían las tristes circunstan-
cias de su fortuna.
Publicóse esta resolución con imponderable alegría
de todas las provincias, que hicieron las mayores de-
mostraciones de regocijo; y queriendo mostrar el inca
cuan gratas le eran aquellas demostraciones y para cau-
tivar mucho más las voluntades de sus nuevos vasallos,
puso el día de los desposorios en su llanto ó corona
imperial, la gran esmeralda, insignia característica del
scyri de Quito y ejecutóse el matrimonio en la capi-
tal con magnífico aparato y fiestas por 20 días. A más
no habría aspirado Cacha, sino á desposar á su heredera
con uno de los incas del Perú, si como vino á suceder
más tarde, el hijo de P a c c h a y Huaina-Capac hubiese
de ser el soberano de tan dilatado imperio. E l reino de
Quito aparece, pues, como conquistado por los incas del
Perú, pero unido en seguida al imperio de éstos por
una alianza de familia.
HISTORIA DE COLOMBIA. 49

CAPITULO V.

LOS QUICHUAS.

RELIGIÓN. — GOBIERNO. — SUCESOS POLÍTICOS.

Con esta conquista ó alianza de familia, otro pueblo


con otra civilización viene á dominar en el incorporado
reino de Quito, y éstos son los quichuas. Una tradición
constante da por fundador del imperio de los incas á
Manco-Capac, contándose unos trece soberanos, desde el
fundador del imperio hasta Huaina-Capac que conquis-
tó el reino de Quito. Su padre Tupac-Ynpanqui, que pri-
meramente lo invadió, era el X I I de los incas del Perú.
Fijándose la época de la fundación del imperio peruano
por Manco-Capac en el año 1018, á la época de la con-
quista del reino de Quito en 1487, por Huaina-Capac,
aquel imperio tenía 469 años de existencia ó historia, es
decir, casi cinco siglos. E l reino de Quito sólo cuenta
187 años de la misma existencia ó historia, desde 1300 en
que comenzó el reinado de Toa y Duchiceia con la unión
al reino de la provincia de Puruhá, es decir, apenas
dos siglos; pero ambos cómputos son, sin duda, exage-
rados, siendo mas razonable fijarlos en la mitad á lo más.
El pueblo chibcha sólo tiene 17 años de la misma exis-
tencia ó historia, contados desde 1470 en que se fija el
comienzo del reinado del zipa más antiguo de que se tie-
ne noticia, hasta la misma época de la conquista del
reino do Quito por los peruanos, 1487. Pero es preciso
hacer notar que por haber sido trasmitida é infiltrada al
pueblo cara la civilización de los quichuas, que por ser
su idioma casi uno, y que por haber estado estos pue-
blos en comunicación desde mucho tiempo atrás, ellos
tenían tanta aiialojía, que su orijen parece el mismo.
Así, habiendo estado además unidos desde 1487 en que
se conquistó el reino hasta 1533 en que comenzaron á
dominar en estos países los españoles, es decir, por 46
años, los caras tenían una civilización á la llegada de
los europeos, igual á la de los quichuas; tanto que
Atahualpa, rey de Quito, vino á ser coronado como in-
ca del Perú en 1532, obteniendo la borla del imperio
por medio del triunfo de sus armas.
Fué Huaina-Capac el monarca más graudioso del P e -
rú, y así nunca se vio aquel imperio tan floreciente ni He- 5
50 HISTORIA DE COLOMBIA.

gó á tan alto grado de cultura como entonces; y fué Huai-


na-Capac con sus leyes y gobierno y con haber fijado su
corte en Quito y haber vivido allí hasta su muerte, por
espacio de cerca de cuarenta años, quién dio nueva vida
á la civilización cara. Y fué ésta tal, que considerando
al reino bajo un mismo punto de igualdad con el impe-
rio, todo fué lo mismo en el vasto territorio, en mate-
ria de religión, en el gobierno político y civil; en las
leyes de la monarquía; en el sistema militar; en la dis-
tribución de las tierras que eran capaces de cultivo; en
los usos y costumbres; en las artes y ciencias; en el idio-
ma jeneral y en las obras públicas y fábricas instituidas.
Y todo esto se hizo no sólo sin dificultad sino también
con gusto y aplauso de todos.
L a grandeza del imperio no era hija de un conjunto
casual de circunstancias felices. Debióse á un sistema
de política tan uniforme y estable, como si durante
unos doce reinados no hubiese gobernado sino un solo
inca, y como si éste no hubiese tenido otro pensamiento
que buscar su grandeza en el engrandecimiento del P e -
rú. Manco-Capac, fundador del imperio peruano, era hi-
jo del curaca de Pacaritambo, quién á la muerte de su
esposa, quedó con un hermoso niño, al que solía llamar
hijo del sol. Muerto también el curaca y aparentando es-
tar persuadido de tener un orijen celestial, ó de ser el
enviado escojido para labrar la felicidad de su pueblo,
á los 18 ó 20 años, Manco-Capac dio principio á su mi-
sión. Era ésta nada menos que, por ser hijo del sol lo
mismo que su muger Mama-ÓcHo y enviados por su pa-
dre celestial, labrar la felicidad y bienestar de los pe-
ruanos; y así fundó el señorío del Cuzco. De aquí la sig-
nificación de la voz inca, título de los emperadores pe-
ruanos, que quiere decir hijo del sol ó descendiente de la
raza luminosa.

RELIGIÓN i

De este modo, el sol fué el alma del imperio y á su


nombre se hacían las conquistas, se daban leyes, se alza-
ba la clase privilegiada y la sociedad era absorbida en
el estado. Antorcha del mundo que embellece y vivifi-
ca y padre de la divina pareja, que había sacado á los
peruanos de las tinieblas y miserias de la barbarie, de-
bía recibir el culto correspondiente á sus brillantes be-
neficios. Así Manco-Capac había dado principio á su mi-
HISTORIA DE COLOMBIA. 51

sión, echando los cimientos de Covicancha [cercado de


oro], famoso templo dedicado al sol.eu la capital del Cuz-
co, que, deslumhrando con los metales preciosos, debía
recibir los homenajes de todo el imperio. Y de aquí que
los sucesores de Manco-Capac, al conquistar una pro-
vincia, tuvieran siempre por ía primera de sus obliga-
ciones, la erección de un santuario á su padre celestial,
digno de la majestad con que resplandece en el firma-
mento y capaz de atraer la veneración sobre sus hijos
los incas. P o r esto los ministros del culto imponían por
su número superior al de un eje'rcito, y el inca reinante
era al mismo tiempo emperador y pontífice supremo de
toda la comarca sujeta á su dominio.
Aunque el culto del sol deslumhrara con su pompa y
se impusiera por el gobierno á todos los subditos del
imperio, no excluía el de otras divinidades, sino que,
lejos de eso, traía consigo el culto de la luna, su espo-
sa y hermana; el de las estrellas que formaban su celes-
te comitiva; el de Ve'nus, que es su paje; el del arco Iris
que es su mensajero; el del rayo; el de la tierra y el del
mar. De este modo, en los tres pueblos civilizados de
orijen primitivo en la Ame'rica del Sur, según su grado
de civilización, variaba ó subía su culto religioso de la
luna al sol. P a r a el pueblo chibcha todo su culto era el
de la luna; para los caras era el de la luna y el sol y para
los quichuas el del sol era todo. Dependía esto de que se
necesita menos civilización para comprender los movi-
mientos de la luna que el que aparentemente tiene el sol,
y conforme se iban enterando del de e'ste, abandonaban
el culto de aquella. Si sus conocimientos astronómicos
hubiesen pasado de allí, habrían tenido otro culto de
acuerdo con su civilización.
Entraba también en la política de los peruanos, de-
jar á los pueblos conquistados con que iban formando y
engrandeciendo su imperio, la práctica de sus relijiones ó
cultos y, sin combatir sus ideas, se conformaban con que
aceptasen el culto del sol; para lo cual, ellos mismos se
encargaban de ir fabricando los suntuosos templos y mag-
níficos monasterios que junto con sus palacios y fortale-
zas servían tanto para embellecer como para cautivar
los pueblos conquistados. E n este particular poco tuvie-
ron que hacer en el reino de Quito, pues que era la re-
ligión de los caras la adoración pura y sencilla del sol y
de la luna. P o r este motivo, Huaina-Oapac dispuso que
en todas las provinoias del reino se reconociese y ado-
HIST. r>E c o i . 8
52 HISTORIA D E COLOMBIA.

rase al sol como primera deidad, fabricándole un templo


donde no lo hubiese. Los templas mayores y menores
que fabricó Huaina-Oapac y dedicó al sol, en todas las
provincias del reino, fueron muchos, y varios de ellos
célebres por su riqueza ó por su estructura. Aun los que
su padre Tupac-Tupanqui había hecho en las primeras
provincias de su conquista, los amplió y enriqueció mu-
cho más. Los principales en las cabezas de gobierno,
fueron ocho, con monasterios adjuntos de vírgenes con-
sagradas á su servioio, en Caranqui, Quito, Latacunga,
Eicbamba, Hatum Cañar, Tomebamba, Huancabamba
y Túmbez. E n las demás provincias fabricó algunos sun-
tuosos y ricos, especialmente en Cayambi y en las otras,
templos menores, ó al menos adoratorios, con la imagen
del sol que era siempre de oro.
L a materia de todos era de piedra labrada con suma
perfección. Los templos principales, que podían llamar-
se de primer orden, ocupaban un recinto inmenso, y
eran todos de figura cuadrada con cubiertas de madera
casi piramidales, guarnecidas por fuera con esparto ó
palma y por dentro con tejidos de algodón diversamen-
te pintados. L a parte principal con grande puerta al
oriente, era dedicada al sol, donde se colocaba su ima-
gen de oro con rostro de hombre, rodeada de gran-
des rayos. A más de estar cubiertas todas las puertas
y paredes con planchas de oro, había dos coronas so-
bresalientes del mismo metal, anchas como de cinco pal-
mos, una que rodeaba por lo alto de todas las paredes
y otra menor pendiente sobre la imagen del sol. Otra
parte del templo era dedicada á la luna, cuya imagen con
rostro de muger, era de plata, como Ja mayor parte de
sus adornos. El resto era para las estrellas, Venus, el ar-
co iris, el rayo, la tierra y el mar. E l más famoso de los
templos de primer orden en el reino, fué el de Tomebam-
ba, así por su inmensa mole y arquitectura, como por
su gran riqueza. Después de éste era el de Caranqui, uno
de los más ricos, no sólo del reino sino también del im-
perio. Entre los de segundo orden, fué muy notable el
de Cayambi, por su singular estructura diferente de to-
das las demás y que fué por esto muy celebrado. Los
de tercer orden, que eran muchísimos en los pueblos, no
tuvieron fama alguna.
E l villac-wmu ó el que estaba á la cabeza del sacerdo-
cio, ejercía su alta dignidad de por vida, y era hermano,
tío TÜ otro pariente cercano del inca; sus colegas de Oo«
HISTOBIA DE COLOMBIA. 03
ricancha y los jefes religiosos de las provincias pertene-
cían también á la regia estirpe y los demás sacerdotes á
la de los curacas. Aun para los servicios inferiores, se
elejían las personas más consideradas en sus respectivas
tribus. L a influencia que al sacerdocio daban el núme-
ro y el nacimiento, se acrecía por sus funciones sagra-
das de medianero entre su dios y los hombres y por la
santidad que ostentaban sus individuos. Algunos esta-
ban sujetos á perpetua continencia, la observaban todos
cuando les llegaba el turno de residir en el santuario y
se señalaban siempre por penosas iniciaciones y por el
rigor d é l o s ayunos. Imponían, por lo tanto al vulgo,
aunque nunca vistieron un trage venerado, ni se reserva-
ron el monopolio de la ciencia, ni la educación, ni la di-
rección de las almas ó de la conciencia.
Las vírgenes escojidas realzaban el culto del sol por
sus dotes personales, por la pureza de su vida y por sus
ocupaciones. E n el monasterio del Cuzco sólo entraban
niñas de sangre imperial ó de singular hermosura, y en
los de las provincias, tampoco eran admitidas sino hi-
jas de nobles ó vírgenes escojidas por su extraordinaria
belleza. Sus relacioaes con el mundo se rompían desde
que pisaban el claustro. Sus casas eran una especie de
pueblo rodeado de altos muros, donde se encerraban á
veces mas de 1,500, con igual ó mayor número de cria-
das y multitud de mamacunas [madres] que atendían á
su educación. Ningún hombre, fuera del inca, podía pe-
netrar en el sagrado asilo; el mayordomo debía quedar-
se á la puerta esterior y las mugeres de servicio vivían
en callejones que daban vuelta á toda la casa, y que por
BU estrechez, apenas dejaban paso á dos personas de fren-
te. Como esposas del sol no podían las escojidas expiar
un adulterio sacrilego, sino con el horrible suplicio de
ser enterradas vivas; mas algunas solían cambiar sus ce-
lestes amores por los más positivos del inca, y aunque
después dejaran de agradarle, no volvían á ia reclusión
sino que concluían sus días, viviendo en libertad y en la
opulencia y siendo el objeto de la consideración social.
Como las vestales de Roma, cuidaban las escojidas de
la conservación del fuego sagrado; tejían además finísi-
mas telas de vicuña para el sol y para el inca, y prepa-
raban la chicha y los panecillos (zancu) que habían de
distribuirse en las grandes festividades. Fuera de los mo-
nasterios, había otras mugeres que se atraían la vene-
ración general, por su castidad, pureza y sentimientos
54 HISTORIA DE COLOMBIA,

piadosos. A esta espeoie de beatas se las distinguía con


el nombre acatado de Odio.
L a s fiestas del sol tenían lugar todo el a ñ o : en cada
luna se le sacrificaban cien llamas, cuyo color variaba
según la especie del holocausto y al principio de las es-
taciones se celebraban cuatro grandes solemnidades: la
del eapac-raimi en el solsticio de Diciembre; la del intip-
raimi en el de Junio, la del nosoe-nina en el equinoccio
deMarzo y la del cüua en el de Setiembre. P a r a la cele-
bración del capac-raimi, concurrían los nobles de todo
el imperio con grandes comitivas á la corte del inca. L a
fiesta era precedida de un ayuno riguroso y al amanecer
del 21 de Diciembre esperaba el inca la salida del sol
en la plaza, y luego que el astro del día doraba las al-
tas cumbres, el estrépito de los instrumentos y las acla-
maciones de los hombres, se confundían en una esplo-
sión general de bendiciones. E l inca presentando dos co-
pas llenas de chicha á su divino padre, derramaba 1¿«
que tenía en la mano derecha en una tina de oro, que
por un canal secreto conducía el licor al templo del sol;
y con la copa de la mano izquierda daba de beber á los
grandes personajes, pasándola éstos despue's al resto de
la nobleza. Concluida la libación, se dirijían todos al
templo, haciendo alto y descalzándose el pueblo á 200
pasos de distancia y entrando la familia imperial al san-
tuario con los pie's desnudos. Después de invocar al sol
como á su soberano, señor del universo y padre del im-
perio, se le ofrecían los vasos de la libación y otras joyas
y regresaba la majestuosa procesión á la plaza para dar
principio á los sacrificios y descubrir el porvenir en las
entrañas palpitantes de las víctimas. Concluido el holo-
causto, se mataban centenares de llamas que con excep-
ción de la sangre é intestinos consagrados á la divini-
dad, eran distribuidas entre los concurrentes; igual dis-
tribución se hacía del zancu y en un banquete público se
prodigaba la chicha á la que sucedían bulliciosas dan-
zas. L a alegría se prolongaba semanas enteras, lo mis-
mo de día que de noche, no dándose tregua al baile sino
para apurar las copas y bebieno á veces sin que se amor-
tiguara la danza.
No era menos solemne la fiesta del intipraimi, que
coincidía con los placeres de la cosecha. L a del nosoo-
nina (fuego nuevo), era precedida de un ayuno de tres
días, durante los que, no se encendía fuego en ninguna
casa. Si el 21 de Marzo lucía el sol sin nubes, se reco-
HISTORIA DE COLOMBIA. 55

jían sus rayos en el foco de un espejo metálico que el in-


ca traía en su brazalete dereoho, y se inflamaba con ellos
un poco de algodón; mis, ,'si ocurría la desgracia, que
por tal se tenía, de que el día estuviese nublado, se con-
seguía, por la fricción de dos palitos, la llama sagrada
que las escojidas conservaban hasta el año venidero.
Para la fiesta del citua, se ayunaba el día de la víspe-
ra y por la noche se untaban así los habitantes como las
puertas de las casas, con ciertos panes en los que se ha-
bía echado sangre de niños sacada del entrecejo. E n la
mañana del 21 de Setiembre, entraba á carrera un inca,
con la manta ceñida á la cintura, y trayendo en la mano
derecha una lanza cubierta de plumas. Al llegar á la pla-
za, tocaba con su arma las de otros cuatro incas que allí
le aguardaban y les decía: " I d á desterrar los males de
la ciudad." A esta voz, salían ellos por los cuatro cami-
nos de Collasuyu, Cuntisuyu, Chinchaeuyu y Antisuyu
(Vorte, sur, este y oeste) y á un cuarto de legua de la po-
blación eran reemplazados por otros indios armados de
la misma manera, y así se iban sucediendo de cuarto en
cuarto de legua, hasta alejar los males á 5 ó 6 leguas
de la ciudad. Los vecinos del tránsito salían á sus puer-
tas y sacudían sus vestidos, sus cabellos y cuerpo, á fin
de ahuyentar las miserias. P o r la noche, para desterrar
lfis que hubieran podido quedar ocultas entre las tinie-
blas, corría el pueblo por las calles con hachones encen-
didos y en apagándose los arrojaban al agua. E l que al
día siguiente veía uu hachón en la acequia, temía que vi-
nieran sobre él los males ahuyentados en la noche. Otra
especie de rogativa para conjurar graves riesgos, era la
del Uu. Reducíase ésta al ayuno de un día y una pro-
cesión nocturna y silenciosa por lugares por donde no
hubiese forasteros ni animales. Terminada la breve pe-
nitencia, desechaban los devotos todo temor y se entre-
gaban á alegres convites. Había también otras muchas
funciones por circunstancias extraordinarins, como el na-
cimiento del príncipe heredero, la coronación, enferme-
dad ó muerte del inca, alguna conquista, una espantosa
calamidad ó cualquiera otro suceso que movía á dar
gracias al sol ó á. implorar su socorro.
Como autor de todos los bienes, debía recibir el sol
en ofrenda toda clase de objetos; del reino mineral se le
ofrecían piedrecitas pintadas, un poco de tierra, cobre,
plata ó piedras preciosas; del reino vejetal, el maíz p r e -
parado de varias maneras, aromas, que se quemaban en
56 HISTORIA DE COLOMBIA.

los holocaustos y cooa, cuyo humo era considerado como


el perfume mas grato á la divinidad; del reino animal,
llamas, cuyes, pájaros y otros animales y en las ocasio-
nes más solemnes una ó muchas víctimas humanas. E n
la coronación del inca, se inmolaba un nifio de 6 años, y
al hacerlo exclamaba el villac-umu: "Señor, esto te ofre-
cemos porque nos tengas en sosiego, nos ayudes en nues-
tras guerras, conserves á nuestro inca en su grandeza y
le des mucho saber para que nos gobierne."
L a política de los incas, interesados en atraer á los pue-
blos con las concesiones religiosas, protejía todos los
cultos; de modo que todos los dioses nacionales tenían
en el Cuzco sus adoratorios y en las provincias templos,
campos, rebaños y ministros destinados á su culto. L a
manera mas común de adoración, era una demostración
tan humilde como espresiva. El adorador alzaba las ma-
nos juntas á la altura del rostro, encojía los hombros,
bajaba la cabeza y movía los labios como dando bescty
al aire. E n esta actitud ú otra semejante clamaba á las
estrellas: "Señoras estrellas que sustentáis mis pacos
y mis llamas, mnltiplicadlos más y más." A la tierra:
" M a d r e tierra, larga y estendida, traeme entre tus bra-
zos con bien." Al mar: " O h madre mar, del cabo del
mundo, llueve y rocía, pues te adoro." A la cueva: " H e
de dormir en tí, hazme soñar bien." A la peste: " O h rey
de las enfermedades, pasa y de'jame, que soy pobre y
miserable." A la chicha: "Madre Achua, clara como el
oro, guárdame y no me embriagues." De la misma ma-
nera se dirijían plegarias al fuego, al trueno, al valle, á
la piedra que guardaba las sementeras, al granero que
contenía las mieses, á los útiles de cocina y á cualquier
otro poder de la naturaleza ú obra del arte, á todos los
que se atribuía una madre ó espíritu que era la causa
de su virtud.
L a s creencias supersticiosas habían inspirado gran fe'
en prácticas fútiles. E n los eclipses de luna que hacían
temer el fin del mundo, se procuraba impedir la inmensa
catástrofe, tocando tambores. L a s heladas y granizadas,
se conjuraban con una gritería mas espantosa que la tem-
pestad. Se procuraba impedir que el arco iris se entra-
ra en el cuerpo, poniendo tierra en la nariz. E l que salía
de casa á fin de regresar con bien, arrojaba un poco de
chicha al aire. Se bebía agua y se arrojaba maíz ó algu-
na otra ofrenda en el río, para atravesarlo sin daño. To-
davía se ven en las altas cumbres grandes montones de
HISTORIA DE COLOMBIA. 57

piedras llamados Apachetas, formados por las que enton-


ces ofrecían los indios al monte que hace subir y por las
que se dejaban para averiguar la fidelidad de la esposa
durante la ausencia del marido. Si á fines de Octubre fal-
taban las lluvias, se ataba en la pampa una llama entera-
mente negra, se derramaba mucha chicha á su alrededor
y no se le daba de comer mientras el cielo negaba el
agua. Al marchar á la guerra se arrojaban en grandes
hogueras, alguuos pájaros de la puna y en medio de mu-
chas ceremonias andaban gritando los ministros del sa-
crificio: "Piérdanse las fuerzas de los enemigos y suce-
da nuestra pelea bien." Solían también dejarse algunas
llamas por muchos días sin comer y á la vista de ellas
se exclamaba: "Desmáyense nuestros contrarios como
están desmayados los corazones de estos animales." Hu-
bo también prácticas supersticiosas para traer la ferti-
lidad al campo propio y ia esterilidad al ajeno; hechi-
zos para hacer enfermar y para restablecer la salud; ta-
lismanes para inspirar aversión y para enamorar, has-
ta el estremo que lloraran y vinieran en pos del preten-
diente los objetos de su pasión.
L a superstición trajo, como en todas partes, oráculos,
adivinos y presagios de todo género. E l adivino era la
guía más expedita y la más solicitada. A veces para dar
sus respuestas se contentaba con interpretar los sue-
ños; con arrojar la coca al aire; con examinar las patas
que se caían á ciertas arañas, á las que perseguía con
un palito; con atender al vuelo de los pájaros ó con ins-
peccionar las entrañas délas víctimas; pero en las ocasio-
nes solemnes finjía t r a n s p o r t a r e como la sibila de Dél-
fos, tomando antes algún narcótico y untándose todo el
cuerpo con una composición, en la que entraban zaban-
dijas y algunas de las plantas que atacan el cerebro. Des-
puós,salido de un encierro que duraba veinticuatro horas,
solía contar con el aplomo de un testigo presencial, que
convertido en ave ó bajo otra forma más extraordinaria,
había volado al lugar de las escenas que iba á referir.
Los aciertos casuales sostenían la creencia jeneral y tal
vez la del mismo adivino en sus viajes májicos. Sin ne-
cesidad de adivinos, el deseo de rasgar el denso velo
del porvenir sostenía y sostiene todavía en muchos in-
díjenas la fe en los agüeros, que les es común con los
pueblos civilizados. L o s ensueños eran fecundos en pre-
cios, los cuales variaban según eran los objetos pre-
sentados por la fantasía. E l tránsito por un puente anua*
58 HISTOBÍA DE COLOMBIA.

ciaba la separación de alguna persona; hombres ó ani-


males con la cabeza ó manos cortadas, que no sucede-
ría aquello en que se pensaba al acostarse; los buitres
que se tendrían hijos; el sol ó la luna, la muerte de algún
pariente; una persona rebozada con m a n t a , la muerte del
que sueña; las aves, el miedo; la quinua, el abatimiento;
las redes, la tristeza; la comida de pescados, una embria-
guez; y en fin, la leña de quinua, que se tendría mucha
ropa.
No solo á los cometas, al rayo y á otros meteoros, sino
hasta tí los menores sucesos se les daba un sentido pro-
fe'tico. Si picaban las manos, había esperanzas de algún
regalo; si el pié, la de ir á alguna parte; si temblaban
los párpados superiores, principalmente el derecho, su-
cederían cosas felices, é infortunios si eran los inferio-
res, sobre todo si era el izquierdo; eran presajios fatídi-
cos la coca amarga y para el amante la culebra devo-
rando un sapo, el ratón que pasaba cerca, los gusanos
cuando sobrenaban en la chicha y la tusa del maíz cuan-
do arrojada al aire no caía con la punta vuelta hacia el
que la tiraba. Usaban los quichuas de varias ceremo-
nias particulares, como eran :1a de echar en un hoyo, pro-
nunciando ciertas palabras de felicidad futura y simbó-
licas, el agua en que había sido lavado un recien naci-
do; la de un festín para celebrar la entrada á la puber-
tad ó el primer corte de los cabellos; la de los conjuros
pronunciados sobre el difunto y la de la confesión de sus
pecados y expiaciones practicadas, fuera á causa de gran-
des trabajos, fuera para prepararse á las solemnidades
del culto.
E l inca se confesaba sólo con el sol y después de ha-
berlo hecho, se lavaba en el tingo ó confluencia de
dos corrientes y exclamaba: " Y o he dicho mis pecados
al sol, tú, ¡oh r í o ! recíbelos y llévalos al mar, donde
nunca más parezcan." E l vulgo elejía sus confesores en
cualquiera de los dos sexos y los había mayores y meno-
res, conocidos bajo el nombre común de ichurie y otros
menos usados. A la confesión precedía un sacrificio:
sobre las cenizas del objeto sacrificado daba el peniten-
te un soplo; luego se lavaba la cabeza en agua corrien-
te, entregaba al ichuri una bolita de barro puesta en
una espina y principiaba el discurso de sus culpas, ex-
clamando á gritos: "Oidme, cerros y llanos, cóndores que
voláis, lechuzas, zabandijas y todos los animales: yo quie-
ro confesar mis pecados." La confesión era tenida por
HISTORIA DE COLOMBIA. 59

buena, si la bolita de barro arrojada al aire por el iehu-


ri se partía eu tres fragmentos, si un puñado de granos
de maíz echados en u r i vasija eran en número par, ó con
alguna otra prueba tan concíuyente como estas. E n peni-
tencia se imponían ofrendas, ayunos, continencia, cam-
bio de vestido, lavarse el cuerpo con maíz, bajo la Con-
dición de que la punta de los granos estuviese vuelta ha-
cia arriba, ó romper hilos de lana torcida al revés, di-
ciendo: " A s í se quiebren mis desdichas y pecados."

GOBIEBNO.

El gobierno de los incas realizó el socialismo, en la es-


cala más vasta y en toda la pureza posible y la indivi-
dualidad del soberano, como la de todos los miembros
del imperio, estaba casi perdida en la vida común. Aquel
comunismo llegó á extenderse por la fuerza de las cosas
y por la acción del tiempo, á muchos millones de hom-
bres, y ha dejado profundas huellas ea el carácter y en
las costumbres de los hijos de los quichuas y de los ca-
ras. Por las instituciones del imperio, la vida del indi-
viduo era absorbida por la vida de la sociedad; el jefe
estaba encadenado á una cruzada civilizadora; al libre
albedrío de los ciudadanos sustituía la obediencia al go-
bierno y á los sentimientos de familia el sentimiento de
la comunidad.
Biijo el gobierno imperial, la sociedad estaba dividi-
da en tres órdenes principales, inca, nobleza y pueblo.
De la pura raza del sol, como hijo de dos divinos herma-
nos, honrado al lado de su divino padre en Ooricaucha,
después de su muerte, y á veces aún tenido por dios en
vida, el inca alcanzaba más poder que el autócrata más
absoluto y tanta veneración como el gran L a m a . Padre
universal del imperio y pontífice administrador de todas
las familias, absorbía en su persona la plenitud del es-
tado y en su movimiento el movimiento social. L a auto-
ridad, las riquezas, las luces, las relaciones domésticas,
el trabajo, el placer, el derecho de vivir y el de mover-
se, el domicilio y el vestido venían de el; su voluntad
era la ley suprema y esta voluutad había de ser la de
asegurar el bienestar de sus subditos con la cultura da-
da por el sol y propagar sus benéficas instituciones con
una misión armada. Con este fin los incas habían pro-
curado rodear su persona de la pompa necesaria para
fascinar al sencillo pueblo. Pesados pendientes de o r o
H I S T . L>E C O L . 9
60 HISTORIA D E COLOMBIA.

alargaban sus orejas hasta los hombros, deformidad que


se admiraba como una bella prerogativa de su raza; la
mascaypacha (borla) que cubría su frente, el finísimo Uau-
to que á manera de diadema rodeaba su cabeza y dos
plumas del misterioso pájaro llamado Ooraquenque, que
se decía no aparecer en remotas punas, sino para la co-
ronación de los nuevos soberanos, esparcían en torno
de su faz una aureola de gloria. Riquísimos vestidos de
vicuña, piel de murciélago ú otra tela delicadísima, des-
lumhrando con el oro y las piedras preciosas, resplande-
cientes brazaletes y otros valiosos adornos hacían bri-
llar sobre su persona como un reflejo de su esplendente
padre el sol.
L a magnificencia de la corte correspondía al lujo del
soberano, pues la rejia servidumbre se componía de más
de ocho mil personas, y las mansiones ostentaban cuan-
ta opulencia habían atesorado. P a r a que no hubiese ries-
go de profanar tan alta dignidad, nadie podía tocar á la
sagrada persona del inca á no estar autorizado por sin-
gular merced, nadie osaba alzar los ojos al hablarle y á
nadie se concedía acercársele sino descalzo y llevando
una pequeña carga á la espalda en señal de acatamiento.
Cuando para visitar las provincias ó seguir su gloriosa
cruzada, salía el inca, los caminos, limpios de antema-
no de pajas y piedrecitas, eran cubiertos á su paso de
flores y yerbas olorosas y al descorrerse el velo que ocul-
taba á su majestad suprema, las estrepitosas aclamacio-
nes de la muchedumbre podían hacer caer aturdidas las
aves del cielo. L o s objetos que había tocado su mano
sagrada y los sitios donde hiciera alto eran mirados con
Veneración suma. Los más de los incas continuaban re-
cibiendo muchos años después de muertos, homenajes
que recordaban los respetos tributados á su majestad vi-
ví ente. Su palacio se conservaba abierto con toda la
magnificencia que lo rodeaba en vida; en ciertas festi-
vidades, los de su linaje sacaban el rejio cadáver á la pla-
za, festejaban su memoria en compañía de otros nobles
invitados á nombre del difunto; comían con tanta eti-
queta, como si él mismo, habiendo descendido del cielo,
presidiera el banquete y ostentaban en estos festines to-
do el oro que atesoraban. Pero el incomparable poder
de los incas, más que en las vulgares muestras de la ma-
jestad y en las preocupaciones que les daban su orijen
divino, se apoyaba en la ilustración y en la beneficencia;
pues siempre se consideraron los incas como padres del
HlbTOBlA DÉ COLOMBIA. 61
imperio y su autoridad se mostró en general tanto más
suave cuanto era más absoluta.
El numeroso cuerpo de la nobleza que establecía pro-
fundas desigualdades en la sociedad, neutralizaba las
tendencias paternales del gobierno supremo y se com-
ponía de tres órdenes: la familia del sol, los incas de
privilejio y los curacas. Como los incas estaban autori-
zados á tener muchas mugeres y solían abusar de este
privilejio, su descendencia llegó á ser muy numerosa.
Formaban la familia inmediata al soberano la coya, reina,
que por lo comün era su hermana, las sipa-eoyas ó con-
cubinas que había escojido en otros linajes á causa de
su hermosura, las ñustas ó doncellas de la estirpe solar,
las pallas que eran las casadas del mismo orijen, los au»
quis ó príncipes solteros y los incas ó príncipes c a s a -
dos. Cada soberano solía dejar así aumentado el linaje
imperial con una falanje numerosa, que sostenía en to-
do el imperio el prestijio do la raza: aquí, siendo los
jefes del ejército; allá, gobernadores de las provincias;
en los templos, primeros sacerdotes; donde quiera ocu-
pando los principales cargos, acatados por su orijen di-
vino, distinguiéndose por su pelo corto, sus llautos, lar-
gos pendientes de oro y todo el lujo de sus personas y
casas y mostrándose casi siempre dignos de su clase por
una educación superior.
Los nobles de privilejio descendían de los compañe-
ros y primeros prosélitos de Manco-Capac; se acerca-
ban en el vestido y en la consideración á los nobles de
la sangre real, y con menos orgullo que ellos y á menu-
do con más habilidad prestaban grandes servicios en pa-
lacio, en el templo, en las guarniciones de más confianza
y en otros cargos públicos. Eran así la aristocracia más
numerosa, la más activa y la que más necesitara de un
mérito verdadero para alcanzar las distinciones del sobe-
rano. El rango de los curacas, que eran los antiguos jefes
de las tribus, ya se coufundíacon el de los príncipes cuan-
do habían heredado el señorío de grandes comarcas, ya
se rebajaba hasta la condición de los criados de palacio,
cuando el dominio de sus mayores había estado limitado
á un pequeño distrito; pero en todo caso, conservaban
alguna autoridad sobre los antiguos subditos, grandes dis-
tinciones, el apreciable obsequio de vestidos hechos por
las princesas ó escojidas, otros ricos presentes y el más
grato de todos ellos, la mano de alguna infanta ó de otra
belleza á las que daba singular valor el venir de la mano
62 HISTORIA DE OOLOMUIA,

misma del inca. Al pueblo no cabía otra suerte en polí-


tica que trabajar y obedecer.
Todo el imperio se dividía en grupos de 10,000 habi-
tantes y por lo tanto así se hizo con todo el reino de Qui-
to; cada uno de estos grupos en 10 de á mil; los de mil
en dos de 500; los de quinientos en 5 de á ciento; los de
ciento en 2 de á cincuenta; los de cincuenta en 5 de á diez;
y algunos añaden que los grupos de á diez fueron dividi-
dos en 2 de á cinco.Más marcada que esta era la división
por nacionalidades, porque la sostenían y ponían de ma-
nifiesto las diferencias de organización, estando prohibi-
do el cruzamiento de los linajes, y la hacían más visible
las diferencias de vestido, de residencia y de otros usos
que eran conservados tenazmente por las leyes ó por la
opinión. E r a muy notable en las provincias la división
entre orijinarios y mitimaes y en las ciudades la de hanay-
sityos que habitaban los barrios altos y huraysuyos que
vivían en la parte baja. Sobre todas las diferencias polí-
ticas descollaba la que, sea por castigo, sea como resto
de antigua esclavitud ó por otra causa social condenaba
á ciertos indios á los servicios más humildes bajo el tí-
tulo de imacunas, y la que llamaba á otros, bien por pri-
vilegio de casta, bien por su habilidad á las nobles ta-
reas de las artes y al servicio del palacio real ó del tem-
plo del sol.
Bajo un dios rey se confundían las nociones de la jus-
ticia, hasta el punto, que sólo era bueno lo que era con-
forme á la voluntad del inca. Tan sagradas se conside-
•• raban las órdenes del soberano, cuando protejían la vi-
da del último subdito, como al decretar el esterminio de
una provincia; la ley no tenía nombre propio, y se ex-
presaba sólo con la significativa frase apup-simi (palabra
del principal); mas, aunque la autoridad de los hijos del
sol fuese superior á todo derecho y á toda conciencia, el
orden social se hallaba jeneralmente protejido contra
los caprichos de la tiranía por la constitución del impe-
rio, á que daban gran fuerza los hábitos y que los mis-
mos incas no podían violar escandalosamente,sin compro-
meter al mismo tiempo la misión celestial de donde de-
rivaban su gloria y su grandeza. Como la constitución
del imperio era la de un avanzado socialismo, los bienes
y el trabajo debían, ante todo, servir á las necesidades
del estado y se hallaban organizados conforme á su des-
tino social. E l único dueño, ó por mejor decir, el dis-
pensador de las haciendas era el soberano y para el me-
HISTORIA DE COLOMBIA. 63

jor orden se dividía la tierra en cuatro porciones: la del


sol, la del inca, la de la comunidad y la de los curacas.
La tierra del sol con destino al culto; la del inca para
sostener el espleudor del trono y cubrir las necesidades
públicas, siendo los productos sobrantes de una y otra,
para subvenir á los desgraciados, bien fueran individuos
aislados ó comunidades enteras; las tierras de comuni-
dad para dividirse anualmente entre las familias; y las
posesiones de los curacas, para sostener su posición.
En cuanto á las tierras de comunidad, cada matrimo-
nio recibía un topo ó medida que variaba según los lu-
gares, pero que se consideraba bastante para el sobrio
alimento de los dos esposos; por cada hijo varón se les
añadía otro topo y por cada hija medio topo. P o r la
muerte ó matrimonio de los hijos, volvían sus lotes á
la comunidad y por muerte de uno de los dos esposos,
el que sobrevivía conservaba por lo común la misma tier-
ra, mas nunca la heredaban los hijos, ni á nadie era per-
mitido venderla, ni empeñarla en vida. L a s posesiones
de los curacas, aunque estaban igualmente á las órdenes
del inca, diferían de las tierras comunes, en que á ellos
se les señalaban siempre mayores porciones, llegando
en muchos casos ¡í constituir verdaderos señoríos y so-
bre todo, en que formaban cierta especie de vinculacio-
nes perpetuas en los jefes de las familias, no tanto por
disposición de la ley, cuanto por respeto á los antiguos
dominadores de las provincias.
En los rebaños, aunque la lejislación no fué tau fija,
llegó al fin á establecerse una división análoga á la de
las tierras. Los grandes rebaios pertenecían al inca y
al sol; las comunidades sólo poseían un corto número
de cabezas; algunos curacas recibieron, por merced del
soberano, millares de llamas, pero en jeueral, los dere-
chos particulares no llegaban hasta poder matarlas y el
principal uso que de ellas se hacía era para trasquilar-
ías á su tiempo. L a s minas pertenecieron de ordinario
al estado, concediéndose por singular deferencia á los
curacas, la extracción de algunos metales y tolerándose
por la dificultad de impedirlo, que los particulares saca-
sen oro de ciertos lavaderos; pero aun entonces, la ma-
yor parte de la plata y del oro beneficiados, afluía á los
templos y palacios en presentes y ofrendas, si bien es
verdad que el inca acostumbró también hacer grandes
obsequios. L o s animales del monte, tampoco fueron de
uso jeneral, porque sólo se permitía cazar aves y algún
64 HISTORIA D E COLOMBIA.

otro animalillo para el regalo de los nobles; los huana-


cos, vicuñas, venados y demás montaría, se reservaban
para los chacos del inca. Sólo se dejaban á libre dis-
posición de todos, las yerbas del campo y las riquezas
del agua* Por esta causa, los habitantes de la costa y
de la montaña donde la tierra y el mar prodigan sus ri-
quezas, vivían más-holgadamente que los serranos, don-
de para vivir son necesarios los sudores del hombre.
E l trabajo se hallaba tambie'n organizado como fuen-
te jeneral de la riqueza social y como el tributo que se
pagaba ai soberano: el tiempo, que, según las prescrip-
ciones de la ley, no destinaban los quichuas á las tareas
domésticas y al cuidado de su precaria posesión, de-
bían emplearlo en servicio del estado. Además del tra-
bajo común en las posesiones del inca y del sol, se im-
ponía á las familias la fabricación del vestuario para el
eje'rcito; los mineros debían extraer los metales; los ar-
tesanos hacer sus respectivas manufacturas; los ajiles eu
la carrera servir de correos; los músicos y bailarines di-
vertir la corte, y así pagaba cada cual su tributo parti-
cular según su profesión ó aptitud;hasta los niños que ha-
bían salido de la primera infancia, acompañaban á sus
padres en el trabajo social y los viejos ó privados de al-
gún sentido, desempeñaban tareas acomodadas á sus fa-
cultades. Con el tributo del trabajo común, se llevabau
á cabo los caminos, acueductos, fortalezas y demás
obras públicas en las que turnaban las provincias, los
pueblos ó las familias, según el carácter nacional, pro-
vincial ó local de las construcciones y según que era ne-
cesario mayor ó menor número de brazos.
E l triple tributo de las tareas domésticas, del cultivo
en común y de las obras públicas, era tanto más gravo-
so para el pueblo, cuanto que los inmensos gastos del es-
tado debían ser cubiertos esclusivamente por la muche-
dumbre, estando esentos de faenas los nobles, los sacer-
dotes y cerca de un millón de empleados. Además, en
aquellos lugares donde no podía hacerse sentir de lleno
la vijilancia paterna] del gobierno, veían los plebeyos re-
dobladas las cargas del estado, con las gravosas exijen-
cias de sus curacas, á quienes era forzoso servir á toda
hora y de todos modos. Tributo más pesado que el del
trabajo, fué el de la sangre derramada no sólo en el cam-
po de batalla sino también en los funerales y en los sacri-
ficios. A la muerte del soberano debían muchos matar-
se para continuar en su servicio más allá del sepulcro;
H I S T O R I A D E COLOMBIA. 65

y aún los simples curacas exijían estas inmolaciones. E n


los grandes peligros, en las enfermedades de los prínci-
pes, por el advenimiento del soberano, por una señala-
da victoria ó por otra gran solemnidaJ, solían sacrificar-
se niños tiernos ó doncellas escojidas. Otros tributos que
se pagaban eran tambie'n les regalos que debían llevar-
se al inca al acercarse á él ó á cualquiera otra persona
que exediera en categoría; y á la entrada en las gran-
des ciudades si había que pasar puentes de suspensión,
como peaje, se dejaba algo de lo que se conducía.
A pesar del socialismo que dominaba, conservaron
siempre los quichuas, y mucho más los caras, bastante
apego á su peculio particular que también protejía la ley;
y así el padre podía dejar sus bienes á cualquiera de los
hijos y si nó disponía de ellos, lo que había en casa
quedaba para la familia en conrún. Sólo por falta de su-
cesión tocaba al gobierno disponer de los bienes del di-
funto. L a viuda y los hijos quedaban á cargo del ma-
yor de éstos, si se hallaba ya en edad para dirijir la ca-
sa, y faltando hijos capaces de este cuidado, á cargo de
algún hermano del difunto. No habiendo protectores en
la familia, el estado se encargaba, especialmente, de las
viudas y de los huérfanos.
La familia fué enteramente absorbida por el estado.
A la edad de 18 á 20 años las doncellas y á la de 24 ó 25
los mancebos debían casarse por orden y conforme á la
elección del gobierno. E l día del matrimonio jeneral,
los jóvenes de ambos sexos se colocaban en hilera, los
hombres frente á las mugeres; en la corte era el inca el
encargado de enlazar las manos de sus parientes y los
majistrados superiores desempeñaban la misma formali-
dad en toda la extensión del imperio. Gon este acuerdo
de la autoridad quedaban lejitimados los casamientos y
según las costumbres de cada provincia, se solemniza-
ban con ayunos y ceremonias particulares; pero en to-
das partes, tocaba á la familia preparar el ajuar y á la
comunidad levantar la casa de los desposados. Ninguno
podía casarse fuera de su parcialidad más ó menos nu-
merosa y que reconocía un tronco comrín, usaba una
misma lengua y vestía de lo misma manera. Con el ob-
jeto de que no se confundiesen los linajes, ordenaba
igualmente la ley que todos conservasen el vestido desús
mayores y que nadie cambiase de domicilo sin superior
mandato.
Para que reinase el orden en las familias, la autoridad
66 HISTORIA DE COLOMBIA.

del padre se hallaba reforzada por la ley, reflejándose


en cada casa la servidumbre jeneral del imperio. Las
mugeres, masque compañeras, eran las esclavas de los
maridos, soportando por lo común las faenas mas rudas,
llevando la carga en el camino y no siendo admitidas
jamás al banquete de los hombres. E n cuanto á los hi-
jos, asociados mas bien al trabajo que á los goces de
sus padres, se consideraban como su principal riqueza,
mientras que la ley no los llamaba á formar otra familia.
Sin embargo, á los maridos no les estaba permitido
castigar bárbaramente ni á sus esposas ni á sus hijos y
e'stas llevaban siempre á los xiltimos á sus espaldas en
su tierna edad, tanto en las marchas como en los tra-
bajos campestres.
El orden jeneral d é l a sociedad descansaba, principal-
mente en la vijilaucia de los cuidadores de cada parcia-
lidad, pues los había para todos los grupos, poblaciones,
barrios y secciones de cualquier; jénero, siendo común á
todos el doble cargo de observar las necesidades de sus
subordinados, para que la autoridad superior cuidara
de satisfacerlas y el de llevar cuenta exacta de las faltas
de ellos, bajo pena de responder con su persona de todos
los desórdenes ocurridos en su división; y á fin de que el
espíritu de comunidad no desapareciera, ordenaba la ley
reuniones periódicas que estrecharan las relaciones de
los pueblos y de los individuos mediante los cambios, las
fiestas, los trabajos y los convites. Los pobres tenían
en los banquetes comunes el mismo lugar que las perso-
nas acomodadas; las tierras de los inválidos eran traba-
jadas por el pueblo, y en caso de necesidad, unos veci-
nos debían ayudar á otros. L o s expósitos eran cuidados
por el gobierno y formaban parte de la servidumbre del
inca.
E l código penal era bien pródigo en el último supli-
cio, y la mayor parte de los delincuentes eran castiga-
dos con mucha severidad. La pena de muerte se impo-
nía á casi todos los criminales, porque sus hechos no
eran reputados como simples actos de desobediencia á
las leyes humanas, sino como insultos á la divinidad y
esto sin dilación, pues las ofensas al cielo no podían ser
perdonadas en caso alguno.
P a r a conservar la armonía en todos los ramos de la ad-
ministración, tenía el inca un ministerio ó consejo de es-
tado que pendiente en todo de la voluntad suprema, va-
riaba en el número de sus miembros y en la extensión
HISTORIA DE COLOMBIA. 67

de sus atribuciones. Un personal numeroso tomado de


empleados permanentes ó elejido ad hoc, presidía á la
distribución de las tierras, á los tiabajos y placeres co-
munes, á los socorros del estado y aun á las tareas domés-
ticas, para que en todas las casas se trabajase asidua-
mente y las labores fuesen perfectas. De tiempo en tiem-
po, mandaba el inca visitadores de toda su confianza,
que sostuvieran el celo de todos sus empleados, se infor-
maran de la conducta de ellos y así se hiciera fácil la re-
presión de las injusticias. L a presencia del gobierno se
hacía sentir más de lleno con las visitas del inca, que
tenían lugar después de algunos años. E n estos viajes
ostentaban los hijos del sol su grandeza; los de Lucanas
recomendados por la igualdad del paso, llevaban la li-
tera radiante de plata, oro y piedras preciosas, honor que
les era disputado á la entrada en las poblaciones por la
primera, nobleza; las comunidades se disputaban á su
vez la conducción del equipaje y el adorno del tránsito; y
también competían en sus obsequios aunque los tambos
y los palacios se hallaban abundantemente provistos.
Anualmente se le mandaba el censo de la población;
de tiempo en tiempo el catastro de las tierras, y con la ur-
jencia necesaria, los demás pormenores estadísticos que
podían conducir á la mejor distribución de las tareas co-
munales. También recibía mensualmente informe detalla-
do de la marcha administrativa en todas las provincias
y siempre que ocurría alguna novedad de importancia,
en cualquier punto del territorio, era trasmitida con
extraordinaria celeridad, ya por signos telegráficos, ya
mediante los correos. Cuando era necesario anunciar la
sublevación de alguna provincia ú otra noticia de igual
magnitud, se conseguía esto en pocas horas, encendien-
do grandes hogueras que se correspondían á distancias
convenientes, desde el lugar del aviso hasta la residen-
cia imperial. De continuo estaban prevenidos los chas-
quis en garitas distantes entre sí, poco más de una le-
gua, y trasmitían los mandatos oficiales con una rapidez
de 50 leguas por 24 horas y así el inca podía comer fres-
co en el Cuzco, el pescado tomado en Chala, y en Quito
el que había sido sacado en Túmbez. E n cuanto á las
órdenes, unas veces se comunicaban de palabra, otras
con espresivos nucios y en ocasiones que así lo pedían,
autorizando al chasqui con un hilo de la borla imperial,
acatado entre los indios como el anillo del sultán entre
los otomanos.
E I S T . D E cot. 10
68 HISTORIA DE COLOMBIA.

Donde se hallaba el inca era considerado como el


juez natural; y en las provincias la magistratura superior
tocaba á su jefe; en los distritos, los ajentes de éstos ad-
ministraban justicia en casos de alguna gravedad; y don-
de quiera que había una sección social ó grupo, que to-
dos tenían su jefe ó vijilante cualquiera que fuese su nú-
mero, el encargado de ella debía interponer su autori-
dad para que unos se respetasen á otros y fueran repri-
midas las leves infracciones de la ley. E n los delitos cri-
minales, si el reo y los testigos estaban conformes, se
procedía al castigo legal; y si el reo negaba, se pedían
informes al curaca acerca de su conducta. Siéndole fa-
vorables, quedaba absuelto; pero en el caso de que sus
antecedentes no fueran buenos, se le sometía ai tormen-
t o . Si el atormentado confesaba el delito de que se le
había acusado, era castigado y si persistía en su negati-
va quedaba libre por entonces, pero espuesto á una sen-
tencia capital al primer crimen en que incurriese.
P a r a que las subsistencias quedasen aseguradas con
el trabajo común, daba el inca el ejemplo como el em-
perador de la China, abriendo el campo destinado al sol;
la nobleza continuaba esta labor y en la vasta ostensión
del imperio, los particulares solos ó ayudados de sus ve-
cinos, labraban sus respectivos lotes y la comunidad en-
tera cultivaba las tierras del sol y del inca. Esta labor
era más bien una fiesta popular. L a caja y el pito lla-
maban á los vecinos de cualquier edad y sexo á tomar
parte en la alegría común; todos marchaban con sus me-
jores galas y entre bulliciosas aclamaciones, al lugar de
la faena y en vez de quejarse de las fatigas de aquel día,
apenas podían apercibirse de ellas entre el dulce sonido de
los haillis (cantares de triunfo), el grato sabor de los man-
jares y la chicha que se distribuía con profusión. Y así
la noche los sorprendía, volviendo á sus casas con el co-
razón dilatado por el placer, entre cánticos y danzas.
Fiestas eran también el trabajo de recojer la cosecha y
depositarla en los almacenes del estado; el trasquilar los
rebaños y guardar la lana en los depósitos públicos; y so-
bre todo, el de cazarlos rebaños montaraces en los gran-
des chacos.
Conseguidas de la agricultura y de los rebaños las
primeras materias, se distribuía la cantidad necesaria
de ellas entre las familias y las poblaciones para que se
fabricaran oportunamente los objetos destinados al ser-
vicio público y privado. Como estos trabajos se hacían
HISTORIA DE COLOMBIA. 69

también bajo la inspección del gobierno, no había que


temer, ni el descuido en la labor ni que nadie careciese
del vestido necesario. Lejos de eso, fuera de estar siem-
pre cubiertas las atenciones de la corte, á donde se tras-
ladaban los productos agrícolas y fabriles en cantidad
sobreabundante,los almacenes de las metrópolis reboza,
ban en toda •clase de objetos, aún en los de puro lujo.
Con la misma regularidad y entre las mismas alegrías
se llevaban á cabo todos los trabajos públicos, dirijidos
en su mayor parte á facilitar la acción del gobierno, y á
refluir por lo tanto, en beneficio de la sociedad. L a aper-
tura de buenos caminos, era, entre las medidas de inte-
rés jeneral, la que merecía en primer lugar la preferen-
cia del gobierno, y á ésta seguían el interés por las co-
lonias y la jeneraíización de la leugua quichua ó lengua
del inca. E l gobierno había establecido también tres fe-
rias mensuales en cada provincia, que eran otras tantas
fiestas para el pueblo.
Como la conquista era la obligación principal de los
incas, á fin de cumplir el mandato de su padre el sol, que
les había ordenado civilizar á los pueblos y rendirle cul-
to, el heredero del imperio se educaba p a r a l a conquista
junto con los nobles de su raza, que debían ser los prin-
cipales instrumentos de sus vastos proyectos. Hacia la
edad de 16 años, recibía á la vez que sus compañeros de
colejio, la solemne investidura del huaraco que era co-
mo la recepción de la toga viril entre los romanos. Du-
rante el penoso noviciado de una luna , dormíanlos don-
celes en el suelo, comían mal y se vestían pobremente;
en los seis últimos días sufrían el ayuno riguroso de
agua y maíz sin sal ni ají; y vigorizados con buenos
alimentos al salir del ayuno, entraban en las pruebas mi-
litares. Atacaban y defendían alternativamente las forta-
lezas con armas sin filo, pero exponiéndose á graves he-
ridas y á la misma muerte, por la exaltación de los áni-
mos. Probaban sn pujanza en la lucha, en el asalto y la
carrera, en que el primer premio pertenecía de derecho
al príncipe. Ostentaban su destreza, disparando armas
arrojadizas; para conocer su resistencia se les obligaba
á estar de guardia durante algunas noches, y para poner
fuera de duda su valor, se les exijía que no se extreme-
cioseu ni movieran los ojos cuando se les atacaba de im-
proviso ó se blandían sobre su cabeza y o n torno de su
cuerpo picas y lanzas.
Los que habían salido airosos de estas pruebas, eran
70 HISTORIA DE COLOMBIA.

armados caballeros oon lamayor solemnidad.El inca, des-


pués de exhortarlos á que con sus hechos correspondie-
sen á su orijen divino y al ejemplo de sus mayores, les
colocaba un alfiler de oro en las orejas, para que se for-
masen en ellas agujeros capaces de sostener pendientes
del tamaño de una naranja. Ancianos de la primera no-
bleza les calzaban ojotas de lana y ponían en sus cintu-
ras el huaraco [pañete] como indicio de que ya habían
llegado á la edad viril. Sus madres les ceñían las sie-
nes con hoja3 de siempre viva y flores emblemáticas pa-
ra recordarles las virtudes de que nunca debían despo-
jarse. Al heredero del trono, se le adornaba además con
una borla amarilla, que caía sobre su frente y se le po-
nía en las manos una especie de partesana, diciéndole:
Auca Cunapa.c [para los traidores]. Acto continuo se
prosternaban todos á sus pies, para rendirle el homena-
je debido al futuro soberano. Apenas había salido el
príncipe de las fiestas del huaraco, cuando marchaba
á campaña, bajo las órdenes de su padre, ó de alguno
de sus tíos, para hacer el aprendizaje de las conquistas.
L o s nobles de la raza imperial, educados en la misma es-
cuela y con los mismos intereses que el heredero del
trono, formaban excelentes jefes, eran el núcleo de una
falanje sagrada y sostenían, en la tropa, cierta disciplina
desconocida de las tribus bárbaras que facilitaba la vic-
toria.
El pueblo suministraba los soldados y la milicia se
distinguía por su sobriedad, por la facilidad con que so-
portaba las marchas; por su subordinación y por la tran-
quilidad con que moría en su puesto. Ejercicios milita-
res que tenían lugar dos ó tres veces al mes y la rota-
ción en el servicio, jeneralizaban la destreza en el ma-
nejo de las armas. Estas eran flechas, dardos, hachas,
picas, macanas y mazas, las más de chonta, guayacán
ú otra madera durísima, algunas de cobre y las de los
nobles de oro ó plata, ó al menos cubiertas las extremi-
dades con estos metales preciosos. Sobresalían también
los quichuas en el manejo de la honda y sabían igual-
mente tomar á sus enemigos á lazo, arrojándoles la cuer-
da desde larga distancia.Para su defensa usaron cascos de
madera ó metal, para cubrir la cabeza, celadas, rodelas y
jubones embutidos de algodón. E l ejército que á veces su-
bía á 40,000 hombres, estaba dividido en cuerpos y éstos
en batallones, centurias y decurias; división que reprodu-
cía la organización social que comenzaba en 10,000 pa-
HISTORIA DE COLOMBIA. 71

ra terminar en 10, pues los quichuas en todo seguían el


sistema decimal. Cada cuerpo marchaba bajo una ban-
dera particular y todo el ejéroito bajo el brillante estan-
darte del arco iris que como la deidad mensajera del sol,
fue'escoj ida para divisa de sus hijos. Los movimientos
se regulaban con el toque de trompetas y tambores, pero
se peleaba en tropel y sin combinaciones.
Antes que á la superioridad de las a r m a s , solían
ceder los pueblos amenazados á la política imperial.
Atraíase á unos ofreciéndoles protección contra las hor-
das que los hostilizaban, y á otros sagazmente introdu-
ciéndose en sus tierras como amigos ó mediadores. Cier-
tos del ascendiente de su civilización, daban tiempo á
los pueblos vecinos, para que sintieran el atractivo de
sus instituciones; los sorprendían con la grandeza de
sus obras y aún en el furor de los combates, las dá-
divas á los necesitados, la clemencia con los prisione-
ros y las ofertas á los que se rendían, acababan por re-
ducir á los mas obstinados; no de otro modo consi-
guieron la conquista del reino de Quito. P a r a asegurar
sus conquistas, se confundían los nuevos pueblos en la
gran familia quichua, y con este fin se les daba el culto
cíel sol y el idioma jeneral. P a r a no irritar los senti-
mientos arraigados, se les dejaban las costumbres de sus
mayores. Sus dioses eran admitidos en el Cuzco y sus
curacas obsequiados en la capital, eran los misioneros
más celosos, mientras sus herederos quedaban en la cor-
te, contribuyendo al esplendor del trono y siendo junto
con sus dioses los rehenes más seguros. Si se dudaba
de la adhesión de estos pueblos, se dejaban guarniciones
en ellos y de todos se sacaban muchos de sus antiguos
habitantes (mitimaes) para repartirlos entre las provin-
cias con grandes cargos y reemplazarlos cou antiguos siíb-
ditos del imperio. A unos y otros mitimaes, se les pro-
porcionaban casas, en climas y con ocupaciones análogas á
las que dejaban y así los de las costas iban á orillas de
los grandes ríos, el pastor á las praderas y el cultivador
á la campiña; pero todos distinguiéndose por su traje y
demás usos de su tribu.
Para las clases privilegiadas se habían abierto escue-
las, que el soberano honraba á veces con su presencia y
con tomar parte en la enseñanza que era la instrucción
precisa para los cargos políticos, militares y relijiosos, ó
sean las máximas de la guerra; las prácticas de gobier-
no; las ceremonias de la relijión; la lengua jeneral; los
72 HISTORIA DE COLOMBIA.

quipos y la historia de los incas. Los quipos eran unos


hilos de colores y suplían á la escritura. L o s nudos ex-
presaban unidades si eran simples, decenas si dobles,
centenas si triples, millares si cuádruples y decenas de
millar si quintuplas; y aunque hubo manojo de quipos
que pesaba más de una arroba, no se elevaron- nun-
ca los nudos hasta la expresión de millones. Con la va-
riedad de colores se denotaba la variedad no sólo de co-
sas materiales sino de cosas abstractas que tuvieran con
ella alguna analojía. Así el color blanco, servía á la vez,
para indicar la plata y la paz. Hilitos accesorios recor-
daban circunstancias particulares. L a lonjitud de los hi-
los permitía ir colocando los objetos según su importan-
cia y así en el censo, se colocaban, primero el número
de los hombres y despue's el de las mugeres. Comenta-
rios particulares, que se confiaban á la memoria de los
quipocamayos, aclaraban el sentido de esta escritura, y
mediante la asociación de ideas, podía el quipo favore-
cer el recuerdo de los objetos á cuya expresión directa no
se habría prestado fácilmente. E n los caras, unas pie-
drecitas suplían á estos hilos, y de este modo se conser- '
varón los anales del imperio. L a fidelidad de los quipo-
camayos quedaba garantida multiplicando en cada capi-
tal el número de estos empleados. P a r a los que no esta-
ban en el secreto del comentario verbal, los quipos no
significaban mas que números y perdido éste ó confun-
didos los quipos, su significación era un misterio. Los
quipos sirvieron para varios cálculos á los chinos en si-
glos muy remotos.
El idioma quichua es tan admirable, por la fuerza de
la expresión y por la riqueza de voces, como por la re-
gularidad de las formas y la dulzura de los sonidos. Sin
embargo, carecía de la r doble, l sencilla, b, v, d, f, g,
j, y x. E n el reino de Quito, aPidioma de los quitux que
carecía de la vocal o, había sucedido el de los caras y
éste era casi el mismo de los quichuas, con algunas pa-
labras de los quitus y puruháes, que en parte lo modi-
ficaban. A. pesar de todo, eran tan uno mismo, que es
fama que Huayna-Capac se sorprendió tanto de esto al
llegar á Quito, que conoció y confesó que ambas monar-
quías habían tenido un mismo orijen. Quizás los caras
fueron una colonia quichua que vino á establecerse á las
costas de Colombia [Ecuador].
Como los quichuas conocieron los-movimientos del
sol que determinan las estaciones y los de la luna que
HISTORIA DE COLOMBIA. 73

les permitían contar por meses, tuvieron un año de do-


ce lunas, que principiaba en el solsticio de Diciembre.
Los caras comenzaban su año en el equinoccio de Mar-
zo. Los días que faltaban á estos doce meses para el año
solar, se suplían con días de otra luna. L o s mepes, que
tomaban diferentes nombres, se dividían en cuatro se-
manas correspondientes á los cuartos de la luna. Al día
también le dividían en cuatro partes, ó sea, mañana, me-
diodía, tarde y medianoche.
Para el alivio de sus enfermedades emplearon las san-
grías locales, hiriendo las venas con un pedernal agudo
y conocieron las virtudes de muchas plantas, y toda es-
ta medicina estaba confiada á algunas viejas y otras per-
sonas que ejercían el oficio de curanderos junto con el
de hechizeros. Como se creía que las más graves enfer-
medades provenían de algún hechizo, los hechiceros que
podían desvanecerlos, eran tenidos por los mejores mé-
dicos. Otras veces se atribuía el mal á la cólera de los
dioses y si el adivino anunciaba la muerte y el enfermo
era algún gran personaje, se pretendía aplacar las iras
celestiales, ofreciendo por la vida del padre el sacrificio
del hijo. L a s grandes epidemias, solían aceptarse como
destino inevitable y por eso desaparecían en el horrible
estrago familias y comunidades, aun en aquellos casos
en que el arte habría salvado á casi todos los atacados.
Conocieron los quichuas el arte de trasmitir los co-
nocimientos topográficos con mapas de relieve; en los que,
una imitación fiel ponía de manifiesto las calles y plazas,
los arroyos y edificios, los altos y bajos y cuantos deta-
lles importantes ofrecía la localidad.
Sus principales instrumentos de miísica eran tristes
como su carácter. E l mas triste de éstos era la quena y
después seguían el cuerno, la flauta, el rlautón, unos tam-
borcillos, ciertos pitos, conchas y la cuitara, el más dul-
ce de todos, que es un conjunto de tubitos de mayor á
menor. L a melancolía era el carácter dominante de su
música; y ya se lamentasen, ya riesen, ya bailasen, pa-
recía que lloraran y por lo común no buscaban mucha ar-
monía sino hacer mucho ruido como para aturdirse y
alejar la tristeza.
Conocieron también el dibujo y la estatuaria; pero en
ambos hicieron pocos progresos, pues apenas se hallan
otras pinturas que las destinadas á adornar las paredes
de ciertos edificios, las grabadas en ciertos titiles y las
diseñadas en los tejidos, Las estatuas eran por lo coonín
74 HiSTOMA DÉ COLOMBIA.

deformes, pues daban á la cabeza un volumen monstruo-


so y las extremidades estaban mal bosquejadas y casi en
rudimento. E n su arquitectura aparece un gusto formado,
pero sólo en las obras públicas, pues las casas eran con
un agujero por puerta y construidas con cañas, piedra
tosca ó adobes únicamente. L o s palacios; los salones pa-
ra celebrar las tiestas en los días lluviosos; los templos;
las casas de las escojidas; los caminos; los acueductos;
los tambos y las fortalezas; todo era suntuoso, pero los
techos eran de paja y admirables sólo por la magnitud ó
por la primorosa labor de las piedras ó por su armonio-
sa colocación y ajuste tan exacto, que apenas dejaba per-
cibir las junturas.
P a r a el adelanto de su agricultura, construyeron ca-
nales y dejaban descansar la tierra en la sierra por al-
gunos años, al mismo tiempo que empleaban el guano.
Sus principales cosechas eran la de maíz, papas, qui-
nuas, plátanos, ollucos, ocas, batatas, zapayos, coca, al-
godón, ají y entre otras muchas frutas, pinas, chirimo-
yas, aguacates y granadillas. L o s quichuas se distinguie-
ron también entre los pueblos de América, por la cría do
animales domésticos. E n sus casas criaban cierta clase
de perros llamados alcos, que no sabían ladrar, cuyes,
patos y otras aves, venados y hasta fieras, estas últimas
por recreo. P o r todo el país hubo grandes rebaños de
llamas y alpacas, que servían como bestias de carga y
suministraban combustible (láqvia) para el fogón, lana
para los vestidos, piel para varios usos y carne como el
principal alimento animal; pero de ninguno usaron la le-
che, palabra que no se conocía en el quichua.Tenían ade-
más vicuñas y huanacos. L o mismo era en el reino de
Quito.
De los metales sólo conocieron el oro, la plata, el co-
bre y el azogue, cuya extracción se dice estuvo prohibi-
da; y para apreciar el peso de estos objetos valiosos,
usaron balanzas con piezas graduadas de las que todavía
algunas existen. Su comercio interior que era muy ex-
tenso, se reducía, de ordinario, á permutaciones entre
los habitantes de una misma provincia, especialmente en
los días de feria. Todos, inclusas las mugeres, á las que
é menudo se dejaban las más rudas tareas, sabían tejer,
hilar, hacer el calzado, preparar las comidas y la chicha,
cultivar la tierra y levantar las chozas. L a s artes del al-
farero, platero y tejedor estaban muy adelantadas.
La embriaguez era en los quichuas, como en los caras
filSToRlA Í>E COLOMBIA. 75

y chibchas y corno lo es hoy todavía en sus descendien-


tes, el vicio dominante. Embriagábanse por la paz y por
la guerra, por la dicha y por la desgracia, al principiar
sus tareas y al terminarlas, por el nacimiento de los hi-
jos, por el corte del pelo, por el matrimonio y por el en-
tierro. Con la embriaguez se celebraba la conclusión de
la casa, bebiéndose por cada uno de los rincones y se
alegraba el baile que duraba, muchas veces, por semanas
enteras. Nadie trataba de ocultar su vergonzoso estado;
y lejos de eso, gloriábanse todos de su dicha y la osten-
taban como una grandeza.
Tan a d j irablos como los campos que labraron para
sostener su vida, son las huacas que construyeron para
reposar después de la muerte. Hacíanlas cerca de las po-
blaciones ó en la misma casa. Colocaban los cadáveres
sentados con las rodillas juntas y dobladas sobre el vien-
tre, ios brazos traídos sobre el pecho y las manos unidas
sobre el rostro como la criatura que se desarrolla en el
seno de la madre; y como creían que habían de resucitar
en otros tiempos v lugares, ponían á su lado los vesti-
dos, útiles y objetos de lujo del difunto, con buena pro-
visión de maíz y chicha. L o s scyris de Quito se sepulta-
ban todos en un sepulcro solo muy grande, fabricado de
piedra, con figura cuadrada piramidal, cubierto de tanta
tierra y piedra que formaban una verdadera colina.

SUCESOS POLÍTICOS.

Largo tiempo había reinado Huaina-Capac como em-


perador y rey de Quito. Durante su gobierno, se habían
terminado las obras mas grandiosas de sus mayores, co-
mo eran las dos vías ó soberbios caminos que ponían en
comunicación las dos principales ciudades del imperio,
el Cuzco y Quito, una por la costa ó sea la vía baja y la
otra la vía alta, ó sea la de las montañas. Todo el ter-
ritorio de la vasta monarquía, estaba embellecido con
magníficos monumentos de arquitectura, grandes ciuda-
des, templos, monasterios, palacios, fortalezas, tambos
y almacenes reales y puentes colgantes^ de bejuco, sobre
los caudalosos ríos. L a felicidad y la dicha, el bienestar
y la prosperidad se sentían por todas partes y el traba-
jo era como el manantial de todas estas bendiciones del
cielo, pues que el imperio era un inmenso taller, en que
dominaba la alegría producida por la bebida embriaga-
dora, reluciente como oro derretido que llamaban chicha,
H ? S T . DJS C O L , 11
76 HISTORIA DÉ COLOMBIA.

En medio de esta jeneral felicidad y alegría, Huaina-


Capac. que desde la conquista del reino había vivido
siempre en Quito, quiso regresar al Cuzco, para reposar
al lado de sus mayores. Emprendió su viaje á princi-
pios de 1525 y hallándose ya en la provincia de Tonie-
bamba, recibió un correo mandado de la costa de Esme-
raldas, con el aviso de haber aparecido en aquellas aguas
hombres blancos que tenían larga barba y montaban
grandes embarcaciones. Hizo poco caso del aviso; pero
á poco llegó un segundo correo, participando que los
estranjeros habían desembarcado sobre la orilla del río
de Esmeraldas y que no entendiendo su idioma, sólo
comprendían por señas que buscaban oro. Dícese que re-
cordó entonces Huaina-Capac una predicción de Viraco-
cha, uno de sus mayores, que era tenido por dios, de
que unos hombres como los que se decía haber apareci-
do, conquistarían el imperio, según en sueños había vis-
to; y que de tal manera le labró esta idea la fantasía,
que enfermó de gravedad y hubo de regresar moribundo
á Quito. Antes de exhalar el último aliento, Huaina-
Capac mandó juntar á todos los grandes y señores de su
corte y haciendo ante ellos su testamento, con la solem-
nidad y formalidades acostumbradas por los incas, de-
claró á su primojénito Huáscar, tenido en su primera
muger Mama-Ocllo, heredero del antiguo imperio del
Perú y á su hijo Atahualpa tenido en su cuarta muger
Paccha, heredero del reino de Quito y que embalsama-
do su cadáver y hechas las fúnebres exequias con la de-
bida pompa, se depositase su corazón en un vaso de oro
en el templo del sol de Quito, en señal de su amor par-
ticular al reino y que su cuerpo llevado al Cuzco se co-
locase en el sepulcro de sus mayores.
Muerto Huaina-Capac, su hijo Atahualpa hizo sus exe-
quias con pompa tan solemne que no tuvo el imperio pe-
ruano memoria de otras semejantes. E s constante fama
que voluntariamente y con porfiado empeñóse sacrificaron
muchas víctimas humanas para acompañarlo al sepulcro.
Conducido el cadáver al Cuzco por más de mil vasallos
que se iban remudando á cada dos millas en las postas
reales, fué colocado frente á la imajen del sol, mientras
sus antecesores estaban á los lados con la cabeza incli-
nada al suelo. Siguióse inmediatamente la solemne c o -
ronación de Atahualpa como scyri de Quito y al cuarto
año de su pacífico reinado, como á mediados de 1529, mu-
rió Chamba, gobernador de la provincia de Cañar. Bu
HISTOBIA DE COLOMBIA, 77

hijo que debia sucederle, solicitó de Huáscar la confir-


mación do su cargo, pretendiendo que conquistada aque-
lla provincia por Tapac-Tupanqui, no pertenecía al rei-
no de Quito cuando lo sujetó Huaina-Capac y,así no esta-
ba comprendida en él por la división que éste había he-
cho entre sus dos hijos. Huáscar admitió el derecho de
confirmación del cargo de esta provincia, y éste fué él
motivo del disgusto y guerra entre los dos hermanos,
que dio por resultado la derrota y prisión de Huáscar
y su destronamiento y la coronación de Atahualpa, co-
mo señor de ambos países.
Consultada por Atahualpa su junta de gobierno y sien-
do la opinión unánime de ésta que la provincia de Ca-
ñar pertenecía al reino de Quito, siendo hasta P a í t a l o s lí-
mites divisorios, mandó levantar tropas y que á órdenes
de sus jenerales Quispis y Calicuchima marchasen á ha-
cer reconocer su autoridad al gobernador rebelde, miéu-
tras él los seguía con refuerzos. A la noticia de su mar-
cha, el hijo de Chamba emprendió la fuga, y no pudien-
Ílo hallarle, ni saber donde se ocultaba, en llegando á la
provincia de Cañar, Atahualpa hizo dar tormento á sus
hijos y mugeres y como esto no bastase para descubrirlo,
los hizo empalar á todos, demoler su casa y sembrarla de
piedras. Acójido con entusiasmo por los pueblos de la
provincia,que le juraban contentos la obediencia debida,
habían pasado ya seis meses que desde Atahualpa se ha-
llaba en la provincia de Cañar, ocupado eu embellecer-
la, como á la vecina da Tomebamba, con nuevos edifi-
cios, cuando recibió una embajada de su hermano Huás-
car, pidiéndole que le devolviese las provincias usurpa-
das, como las tropas que su padre le había dejado per-
tenecientes al imperio y llamadas orejones, por los pesa-
dos ani! !os que usaban; las mejores de todas, las m i s ve-
teranas, las que se formaban de casi toda la nobleza,
con lasque Huaina-Capac había hecho la conquista del
reino de Quito y que habíau preferido el servicio y la
causa de Atahualpa, por ser superior éste en talento á
su hermano Huáscar, á quien dirijía su madre Mama-
Ocllo que había gobernado el imperio durante la mansión
de Huaina-Capac en Quito.
Rechazada por Atahualpa la solicitad de devolución
de las provincias y manifestando los orejones preferir su
servicio, pues una gran parte habían nacido en Quito,
ol embajador se detuvo con varios protestos en las pro-
vincias, averiguando el estado de la opinión en los pue-
78 HISTORIA DE COLOMBIA.

blos, sobre cnal causa favorecían, y creyendo ser la de


Huáscar, pidió á ós'e 2,000 orejones de los del Cuzco,
oon los cuales pensaba apoyar una sublevación jeneral
contra Atatoualpa. Llegadas las tropas secretamente y
estallando e'sta, el mismo embajador se puso al frente del
numeroso ejercito que se organizaba. Sabida por Ata-
hualpa y creyendo ser sólo un Hiero motín, salió pron-
tamente con las fuerzas que tenía acuarteladas en To-
mebamba y prevenido el embajador salióle al encuentro,
dejaudo atrás la mayor parte de sus tropas y llevando
sólo un corto número con que hacer frente á las pocas
que llevaba Atahualpa. Al encontrarse y antes de dar
la batalla, éste reprochándole su traición, le pidió que
dejase libre el país y que los cañares que con él esta-
ban se le sometieran como á su rey y señor. Rechazada
por a nbo3 esta petición, dióse la batalla, que según
unos duró un día y según otros tres días , siendo san-
grientísima y muy reñida. Su resultado fué la derrota de
las fuerzas de Atahualpa, quién al retirarse de huida fué
alcanzado y hecho prisionero en el mismo puente al en-
trar en Toraebamba.
Sitiada la ciudad y rendida la fortaleza, le dieron por
prisión una cámara de su mismo palacio ; al Cuzco se
mandó un chasqui con aviso de todo; se entregó el ejér-
cito triunfante á grandes alegrías y todo terminó con una
embriaguez jenei-al. P e r o provisto Atahualpa con una
barreta de plata templada con cobre, horadó aquella mis-
ma noche la pared de su prisión y escapó huyendo ace-
leradamente á Quito, con asombro de todos, que á la ma-
ñana siguiente sólo encontraron en su cuarto el agujero,
sin que pudiesen saber como le había hecho. Atahual-
pa llegó felizmente á Quito y reuniendo á todos los gran-
des y señores de su reino, íes refirió lo sucedido hasta
su prisión; agregando que en aquella noche su padre
el sol le había convertido en serpiente y había hecho un
agujero en su cuarto, para que por allí escapara y que
el mismo sol le había prometido que si hacía la guerra
á su hermano Huáscar, le daría la victoria y lo asegura-
ría, no solamente en su reino, sino también en el impe-
rio. L o s grandes y señores, todos á una voz, le contesta-
ron que luego se hiciese la guerra.
L o s principales grandes y señores de su consejo, con
que contaba Atahmilna para hacer la guerra á su herma-
no Huáscar, eran: Quisquís, cuyo padre del mismo nom-
bre, le había llevado muy joven á la conquista de Quito.
HISTORIA DE COLOMBIA.

Quisquís, padre, había sido no sólo el jefe de las tropas


llamadas do los orejones por sus grandes pendientes, sino
el primer general del eje'rcito, el ministro de estado y
el íntimo consejero de Huaina-Oapac. Quisquís, hijo, le
heredó dentro de poco, en todos aquellos empleos, y era
tanta su autoridad, que en todas partes era obedecido
como el mismo inca. A Quisquís seguía Oalicuchima, tío
materno de Atahualpa, natural de Quito; Zopozopan-
gni, gobernador de Mocha; Zota-Urco, gobernador de
Tiquizambi; Rumiñahui, celebre por su pericia militar;
Illescas, hermano menor de padre y madre de Atahual-
pa; Paulú, sólo hermano paterno y no el mismo Paulú,
que estaba en el Cuzco; Huaina-Palcón, otro hermano
paterno y Oozopanga, gobernador de Quito. Comenzada
la leva en lus provincias por sus respectivos goberna-
dores, dentro de poco tiempo se formó un ejército de
45,000 combatientes, según unos, ó de 60,000 según otros
y todos marcharon á ordenes de los generales Quisquís
y Culicuchima y de Rumiñahui y Zota-Urco y de los
incas Paulú y Huaina-Palcón. Dejó Atahualpa á su her-
mano Illescas con la dirección de sus hijos, durante su
ausencia; llevando solamente consigo al mayor Hualpa-
Capac de 12 años. Encargó del gobierno del reino á Oo-
zopanga, haciéndole depositario de todos sus tesoros;
confirió á Zopozopangui la dirección de las nuevas levas
de tropa; y dadas las demás órdenes necesarias, mar-
chó Atahualpa á mediados del V. año de su reinado, 1530,
en el ceutro de su ejército, haciéndole la retaguardia
Rumiñahui.
El embajador de paz que hacía de general de las ar-
mas del imperio, en desasosiego con la noticia de esta
espedición, aunque inferior en número á su ejército y
no atreviéndose á salir al eucuentro á Atahualpa, perma-
neció en Tomebamba, enviando sólo á combatir al ene-
migo á los mismos hijos del país. Así comenzaron los
encuentros y batallas, desde los confines de la provincia
de Cañar, todas las cuales ganaba Atahualpa con muchas
ventajas; dejando por todas partes montes de cadáve-
res, cuyos huesos por muchos años permanecieron inse-
pultos. De los cañares solamente, pasó acuchillo 60,000,
de donde se dice que sólo quedaron mugeres por muchos
años en aquella provincia. Casi exterminados los caña-
ros, llegó Atahualpa á Tomebamba, que se hallaba for-
talecida y guarnecida con bastante tropa y mil orejones
y en la inmediata llanura, acampado el ejército de 50,0ü0
80 BISTOBIA DE COLOMBIA.

hombres, inclusos otros mil orejones. A su cabeza se ha-


llaba el finjido embajador de paz y encaminándose á e'l
le ataoó y derrotó enteramente, llenándose de cadáve-
res aquel campo, y en el misino hizo empalar al embaja-
dor, que cayó prisionero.
Sitió en seguida la ciudad y asaltándola la rindió y
tomó; y mandó pasar á cuchilio á todos sus habitantes.
Visitó su prisión y después de contemplarla la mandó in
cendiar y el magnífico edificio, como la ciudad, ardió, has-
ta no quedar piedra sobre piedra. Con estos hechos, to-
das las demás provincias sublevadas del antiguo reino,
le rindieron homenaje y sus caciques ó gobernadores fue-
ron hasta Tomebamba á prestirle vasallaje. Faltando
solo la de Cajas, pasó á cuchillo á 9,000 de sus habitan-
tes, que eran casi todos los que tenía la provincia. De
allí pasó á Túmbez y acuartelado el ejército, hizo fabri-
car un gran número de balsas, para castigar á los de L a
Puna, provincia que también se había sublevado y no
le rendía vasallaje. Como el ejército pasaba ya de 100
mil hombres, mandó 80,000 de ellos con Quisquís y Ca-
licuchima, para comenzar á someter las provincias del
imperio; y de tal modo se condujeron éstos, que en po-
cos meses conquistaron las de Guanucu, Chachapoyas,
Mayupampa, Cajamarca y todas las demás, hasta muy
allá del río Birú, que dio después el nombre de Perú
á todo el imperio. Concluida entre tanto la construc-
ción de las balsas, se embarcó el mismo Atahualpa con
12,000 hombres; y prevenidos los de La Puna, le salie-
ron al encuentro y en medio del golfo, donde se encon-
traron, se dio una batalla naval muy sangrienta. Fatal
para una y otra parte la batalla, aunque más para los
isleños que iban ya en derrota, á pesar de su mayor pe-
ricia en estas luchas, fue' malamente herido Atahualpa
con una flecha en un muslo y desistió de terminar la
empresa, trasladándose á Cajamarca para aliviar su mal.
Noticiosos los de L a Puna de la ida de Atahualpa á Ca-
jamarca, asaltaron la ciudad de Túmbez y se llevaron cau-
tiva su guarnición que era de unos mil soldados, después
de saquearla y apropiarse la mayor parte del bagaje del
scyri, que allí había quedado. Al mismo tiempo que e3ta
noticia, por la qne no se le dio mucho cuidado, supo Ata-
hualpa que del Cuzco salía con muchas tropas un her-
mano paterno suyo, con ánimo de encontrarle y batirle.
Corría ya el año de 1531 y Atahu lpa, curado de su he-
rida, se puso á la cabeza de su ejército; y para evitar á
HlbTOElA DE COLOMBIA. 81

su hermano el tener que marchar largas jornadas para


atacarle, fué á su encuentro- Avistáronse los dos eje'rcitos
en la llanura de Guamaclmcu y librada la batalla, los
del Cuzco fueron enteramente desbaratados y destroza-
dos y cayendo prisionero su jefe, se le cortó la cabeza,
como el había ofrecido hacer con la de Atahualpa.
Obtenida esta victoria, envió Atahualpa una embajada
á su hermano Huáscar, proponiéndole reconociese por
límites á sus respectivos dominios los que siempre ha-
bían tenido y él le devolvería las provincias que le había
conquistado, avilándole que si rechazaba su proposición
continuaría la vía que llevaba y no p.iraiíu hasta no so-
meter todo el imperio á su dominio. Huásccr rechazó la
proposición y se preparó á organizar un nuevo ejército,
que él mismo en persona se proponía mandar; y noticio-
so de ello Atahualpa, dio la orden á sus jenerales de
avanzar y Quisquís y Calicuchima continuaron sometien-
do provincias, unas por la fuerza de las armas y otras
que voluntariamente se sometían; y con infinita bondad
y agazajos eran acojidas. Tanto habían avanzado los dos
jenerales Quisquis y Calicuchima, que á fines de 1531
se hallaban muy cercanos y casi á las puertas del Cuz-
co, donde Huáscar tenía un ejército de mas de 150,000
hombres, prontos á salir á batirse. A principios de 1532,
se avistaron los dos ejércitos, en el espacioso sitio de
Quipayan, cerca del Cuzco. Quisquis y Calicuchima te-
nían casi la mitad menos de jente y Huáscar que iba de-
trás de su ejército, se apartó con 800 hombres para di-
vertirse en la caza mientras se libraba la batalla, de la
cu:d dependía la suerte del imperio, de su corona y de
su persona. Quisquis y Calicuchima aprovechándose de
esta situación, dejan pasar el ejército imperial por la
vía real y cayendo de repente sobre Huáscar, aunque sus
800 hombres quieren defenderse, los destrozan, ios pa-
san todos á cuchillo y al mismo Huáscar lo hacen pri-
sionero. L a batalla estaba ganada, la suerte del impe-
rio decidida y Huáscar había perdido su corona y con
ella la libertad de su persona.
Preso Huáscar, Quisquis y Calicuchima volvieron so-
bre el grueso del ejército imperial y mandáronle hacer
alto, con la intimación de quitar la cabeza al inca pri-
sionero si no obedecía. Intimidado aquel, también se
le ordenó que rindiese las armas y que se elijiesen 20
entre lo i grandes y señores y jefes del ejército, para
que fuessn á celebrar el tratado que Atahualpa había
82 HISTORIA D E COLOMBIA.

propuesto. Elejidos los veinte plenipotenciarios, pasaron


al campo de Quisquis y Calicuchima; pero poniéndose
á disputar sobre cuales eran los límites que debían fi-
jarse entre los dos países, los dos jenerales mandaron
cortarles la cabeza y dispusieron que el tratado se cele-
brase entre Huáscar y Atahualpa y que todos los del
eje'rcito del primero, dejasen las armas y se retirasen á
sus casas, lo cual fué prontamente obedecido. Quisquis
y Calicuchima hicieron trasladar en seguida á Huáscar
á una fortaleza de la provincia de J a u j a y enviaron un
chasqui á Atahualpa, participándole lo acontecido. Con
inmenso alboroto y alegría se recibieron las noticias en
Cajamarca y entre el ruido de las trompas, música y vi-
vas, se dejaban oír las aclamaciones que las tropas hacían
á Atahualpa, saludándolo como scyri de Quito é inca
del P e n i ; y confirmando Atahualpa sus aclamaciones,
desde aquel día añadió á su corona el fleco carmesí, in-
signia de ios incas peruanos, como la gran esmeralda lo
era de los scyris de Quito.
Impuesto Atahualpa de todo lo acontecido, dio inme-
diatamente órdenes para que se custodiase con la debi-
da consideración á su hermano; pero se le diese la muer-
te si trataba de fugarse ó intentaban libertarle los de
su partido y para que Quisquis y Calicuchima avanza-
sen sobre el Cuzco y tomasen posesión de la ciudad y de
todas las provincias del imperio á nombre del nuevo in-
ca. Todo se hizo; pero ya los conquistadores españoles
tocaban en las playas del imperio y bien pronto, apre-
sando á Atahualpa infamemente, le dieron la muerte, mu-
riendo también su destronado hermano Huáscar.

CAPITULO VI.

CARÁCTEB Y ORGANIZACIÓN FÍSICA Y MOBAL D E L A RAZA INDIA


6 AMERICANA.

L o s mil millones de habitantes distribuidos en las cin-


co grandes divisiones de las partes terrestres del globo,
tienen ciertas diferencias perceptibles que constituyen
lo que se llama razas. Y de éstas, miéntanse tres princi-
pales: la blanca ó caucásica, la amarilla 6 mongólica y la
negra ó etiópica y tres semi-razas, la malaya, la polinc-
sa y la americana. La raza blanca ó caucásica, habita toda
HISTORIA DE COLOMBÍA. 83

la Europa, la parte occidental del Asia y el norte de


África. Sus señales distintivas son: tener la piel blanca,
el pelo largo y suelto, la barba poblada y la cabeza oval.
Su ángulo facial, más desenvuelto que en las otras, es dé
80 á 90 grados. E s t a raza es la que ha dado nacimiento
á los pueblos más civilizados. L a raza amarilla ó mon-
gólica, ocupa la parte oriental de Asia: tiene la tez ama-
rilla, el pelo negro y teso, la cara ancha y barbi-lampi*
ña, las mejillas abultadas, los ojos estrechos y oblicuos
y su ángulo facial no está abierto más de 80 á 85 grados.
Ha formado imperios poderososy célebres, pero nunca
ha adquirido un grado de civilización tan alto como la ra-
za blanca.
La raza negra ó etiópica está esparcida en toda el
África: se distingue por el color negro y en jeneral por
la frente achatada, el pelo negro, crespo y envedija-
do como la lana del carnero, la nariz gorda y aplastada,
los labios gruesos y las mejillas prominentes. Su ángu-
lo facial es de 70 á 75 grados. L o s pueblos que la com-
ponen casi todos han permanecido bárbaros. L a semi-
raza malaya, que habita la extremidad sureste de Asia
y una parte considerable de la Oceanía; la polinesa que
se halla en el oriente de la Oceanía y la americana, in-
díjena de America, no tienen caracteres suficientes pa-
ra que se pueda hacer de ellas razas aparte, ni tampo-
co juntarlas de un modo exacto á la raza mongólica ó á la
caucásica. Algunos autores sistemáticos se han propues-
to dar una raza á cada una de las cinco partes del mundo,
y así se cuentan cinco, á saber: la caucásica en Europa,
la mongólica en Asia, la etiópica en África, la americana
en América y la malaya en la Polinesia ú Oceanía,
Pero tomando á los indíjenas de América, ya sea co-
mo una semi-raza ó como una raza, sus principales di*
ferencias perceptibles son: el color bronceado que en al-
gunos tira al blanco y en otros al amarillo oscuro del m a j

layo; la talla mediana, aunque algunos sólo son unas pul*


gadas menos que los de la raza blanoa, abultados hacia
los hombros y estrechos en las extremidades. Sus pies y
manos son pequeños y de color más claro en las plantas
y palmas que en el resto del cuerpo, muy escasos de be-
llos en toda su extensión; la barba por lo común, se ha-
lla muy desprovista de pelo, si no es en su extremidad y
Bobre el labio superior; la nariz, en lo jeneral, es aguile-
ña y el pelo negro, lacio y abundante; el rostro redondo,
casi más ancho que largo y poco convexo; la frente apla-
HIST, DE OOIJI 12
84 HISTOBIA DE COLOMBIA.

nada, poblada de pelo hasta dos dedos más arriba de las


cejas; cráneo poco prominente, ojos chicos, negros, obli-
cuamente colocados y expresivos sólo de la desconfianza,
mejillas sobresalientes hacia arriba y labios algo grue-
sos. E s t e tipo tiene tan pocas variaciones, que al ver aun
indio puede decirse que se ha visto á todos; y el viajero,
en verdad, se sorprende al contemplar las largas filas de
los soldados de las modernas repúblicas de Me'jico, Co-
lombia y el Perú, encontrándolos como si todos hubie-
sen sido escojidos bajo las mas estrictas disposiciones
del cartabón y del molde de la cara, tales son todos de
parecidos é iguales.
E l ángulo facial de esta desarrolla hasta los
80 grados y su apecto es grave, melancólico y silencio-
so. A pesar de esta seriedad, sus maneras y modales son
suaves, dulces y complacientes; su semblante es siempre
uniforme y jamás se pintan en su fisonomía las pasio-
nes que lo ajitan, por violentas que lleguen á ser. Por
lo demás son resignados, humildes, fieles y constantes
en su amistad, afectos y empeños. E s un error creer,
que el carácter moral de los indios sea triste, humilde
y obediente porque la conquista influyó en que se tor-
nasen así. E l carácter de los indios era antes de la con-
quista lo mismo que es hoy. No obstante que en los ci-
vilizados como los chibchas, los caras y los quichuas,
la vida fuera una fiesta casi continua, en la que se su-
cedían en tropel las solemnidades del culto, los ejerci-
cios militares, las alegrías campestres y los festines do-
mésticos, la melancolía era el estado habitual del indio.
Cuando nada le sacaba de su abatimiento, permanecía
horas enteras inmóvil y silencioso como la estatua del
dolor; sus súplicas eran sentidas, llorosas sus escusas,
lamentable el canto, tristes los bailes y tristes la mirada
y la sonrisa.
Y así como era el indio entonces, así es hoy; pues
que la tristeza, y con ella, de consiguiente, la humildad
y la obediencia, son el signo distintivo del indio, así co-
mo la pereza lo es del negro. Podría decirse que esta tris-
teza procedía en los quichuas, de aquella represión vio-
lenta en que el socialismo y la teocracia tenían á las fuer-
zas humanas y de aquel espionaje á todas horas y en to-
das partes, que el gobierno ejercía de un modo sistemá-
tico y á manera de inquisición; pero no era esto así só-
lo en los quichuas, sino en los caras y en los chibchas.
Ko nacía tampoco del abuso de los placeres, pues que los
HISTORIA DE COLOMBIA. §5

negros en Afrioa abusan mucho más de ellos y el negro


no es triste. No reflejaba el aspecto sombrío de la natu-
raleza, en las alturas heladas, ni el silencio y la calma
de la soledad de las montañas en que vivían los del Cuz-
co, Quito, Bogotá y Méjico, pues que los de los valles
y las costas, eran también lo mismo y sólo se diferencia-
ban, en que eran mucho más salvajes. No es tampoco por
los sufrimientos y servidumbre de'la conquista y época co-
lonial, pues que antes eran tambie'n iguales, y á no ser
por las diversiones reglamentarias que interrumpían la es-
trechez habitual de la vida de los quichuas, se les habría
tomado por una comunidad de anacoretas que aspiraban
á la perfección evanjélica; y el negro siempre siervo en
Africa y esclavo en Ame'rica, trasplantado á otro suero
y perdida hasta su patria, es alegre y canta siempre,
aunque esclavo todavía, en Cuba'y el Brasil. Nó, el indio
os triste, humilde y obediente por organización, así como
el negro es perezoso por la misma causa. De todos mo-
dos, el indio en su estado de mayor civilización como es-
taban los quichuas, era nada menos que una máquina tal
como hoy, cuando forma en las filas de los ejércitos de
las repúblicas hispano-americanas.
Los españoles que fueron los primeros en visitar la
America y tuvieron oportunidad de considerar el ser y
propiedadades de estas naciones todavía intactas, no
fueron para el caso. Ni el siglo en que vivieron ni la na-
ción de donde eran, habían hecho todavía progreso algu-
no en la ciencia que inspira los sentimientos nobles y je-
nerosos. Los conquistadores del Nuevo Mundo, eran ca-
si todos ignorantes aventureros y privados de las ideas
necesarias para contemplar aquellos objetos. Tuvieron
también poca comodidad y menos capacidad para un país
tan vasto como rico; y felices de encontrarlo ocupado por
habitantes ineptos para defenderlo, los calificaron luego
como hombres de inferior orden, hechos únicamente pa-
ra la servidumbre y se empeñaron en computar más bien
la utilidad de su fatiga que en examinar sus entendimien-
tos, sus usos y sus costumbres. Y no solamente la inca-
pacidad, sino también las preocupaciones de los españo-
les, hicieron erróneas sus relaciones para con los ame-
ricanos. Sin embargo, se dividieron en dos partidos
opuestos; los que querían hacer perpetua su esclavitud
los representaban como brutos," como raza obstinada,
incapaz de instruirse ni en la relijión ni en la vida ci-
vil. Los otros, piadosos, interesados en su bien y con-
86 HISTORIA DE COLOMBIA.

versión, sostenían que, aunque rudos e' ignorantes, eran


de buena índole, mansos, amorosos y aptos para formar-
se con la instrucción, buenos oristianos y ciudadanos
útiles.
E s t a controversia fué tratada con bastante calor; pero
pasaron casi dos siglos después de descubierta la Amé-
rica, para que los habitantes de este Nuevo Mundo des-
pertaran de un modo particular la atención de los filó-
sofos y para que se hiciesen sobre ellos especulaciones
curiosas é importantes. Entróse en esta nueva carrera de
estudio con mucho ardor; mas en vez de esparcir luces
sobre el argumento, le envolvieron en más oscuras ti-
nieblas. Muy impacientes en inquirir, se apresuraron
también á decidir; y comenzóse á crear sistemas cuando
debían buscarse los hechos para establecer sus funda-
mentos. Sobrecojidos de una apariencia de dejeneración
de la especie humana del Nuevo Mundo y atónitos al ver-
lo ocupado por hombres desnudos, débiles é ignorantes,
han sostenido algunos autores que esta parte del globo
estaba recientemente desocupada por el mar; que todas
las cosas daban allí señal de un orijen moderno y que sus
recientes habitantes eran indignos de compararse con
los del ilustrado y antiguo continente.
Pero puede creerse que lo que se llama semi-raza ame-
ricana, es anterior á la caucásica del viejo mundo, pues
los restos humanos que se han encontrado bajo el sue-
lo del Brasil, revelan que en esta rejión hubo criaturas
de nuestra especie, sobre terrenos que en el antiguo con-
tinente se ha creído hasta ahora haber precedido por
largos períodos jeolójicos á la existencia del hombre.
L a fisonomía de ciertos indíjenas de América, presen-
ta también tal aire de vejez; desde la cuna se nota tal
ausencia de lozanía y de esa frescura que anima la vi-
da naciente; hay rasgos tan de otro tiempo, que la ima-
jinación nos arrastra á siglos ante-históricos y todo pa-
rece indicar, que estas ruinas de la humanidad han si-
do obra gradual y lenta del tiempo que gasta las razas
como la tierra.
Y esto que aquí se dice, no sólo está de acuerdo con
varias opiniones modernas, sino con lo que se encuentra
en las antiguas tradiciones. E s t a s y aquellas hablan de
un diluvio universal y de la existencia del hombre que
se prolongaba por mucho tiempo, viviendo unos hasta
mas de 900 años; y entre las primeras algunas añaden,
que en una época la tierra que habitamos no hacía su
HISTORIA DE COLOMBIA. 87

carrera al rededor del sol en un plano inclinado; no se


conocían las lluvias; un abundante rocío fecundaba los
campos; no había vientos ni estaciones; los animales ter-
restres, incluso el hombre, eran de proporciones extraor-
dinarias y las enfermedades no aflijían la suerte de la
humanidad. Pero todo esto cambió de repente. L a tierra
incliaó su eje; todos los vapores acuosos detenidos en
la atmósfera se precipitaron; se abrieron las cataratas
del cielo y se produjo el diluvio; vinieron los vientos,
el cambio de estaciones y las enfermedades del hom-
bre cuya vida se acortó;, desaparecieron los mastodon-
tes y la superficie del globo mudó de aspecto. Se sumer-
jió un continente, la Atlantida de Platón, no quedan-
do sino sus restos, ó sean los miles de islas que for-
man la Occeanía ; pero no'conociéndose la existencia
de la América, fué por esto que al descubrirse el Nuevo
Munndo, muchos creyeron que era el continente de que
habían hablado los antiguos, pues las noticias de su
existencia procedían de la India y se le juzgaba muy
cercano á la Europa, como lo creyó Colón , respecto de
la China ó país del Catay. No se sabía ni creía que exis-
tiese la América. En esta gran catástrofe, el Nuevo Mun-
do perdió gran parte de sus costas del Pacífico, perecie-
ron las grandes naciones que lo habitaban, quedando só-
lo sus restos y las ruinas de sus monumentos esparcidos
por todo el suelo, y la Europa, que estaba sumerjida
bajo los mares brotó á la faz de la tierra. L a raza caucá-
sica que la puebla seria la más moderna, por lo tanto la
más perfeccionada y la más adecuada para vivir en la pre-
sente condición del planeta que habitamos; siendo la ra-
za india ó americana, no más que restos de otro tiempo,
do antes del diluvio, restos de una raza que podemos lla-
mar mongoloide ó del período terciario, como á la cau-
cásica se la considera del período cuaternario.
Pero sea de esto lo que fuese, lo cierto es que nó fue-
ron tan sólo los conquistadores ó sean los hombres de
armas, los que contribuyeron á que nada más se supie-
se con certeza, acerca de los primeros pobladores de Amé-
rica, recojiendo sus tradiciones é instruyéndose en sus
usos y costumbres, pues que los clérigos que los acom-
pañaban en sus espediciones, no sólo no se cuidaban
mucho de instruirse sino que destruían todo lo que revela-
ba algo de civilización, como obra del demonio y como
el mejor medio de r e d u c i r , embruteciéndolos, á estos
pueblos á la vida cristiana. Y luego, cuando escribieron
88 HISTOBIA DE COLOMBIA.

algo, fué tan sólo oon el objeto de poner de acuerdo las


tradiciones indíjenas, que ningún trabajo les liabía oosta-
do recojer, agregándoles fábulas é historias, con lo que
rézala Biblia sobre la formaoión del mundo y dispersión
de las jentes.
Por deoontado que el gobierno colonial poco se ocu-
pó de esto; y todavía en la época en que fué arzobispo
de Santa F é de Bogotá, fray Cristo val de Torres, funda-
dor del colejio del Rosario, hizo éste cortar dos hermo-
sas palmas que daban sombra á los estanques del zipa,
en Tabio, porque los indíjenas las miraban con cierta
veneración, después de un siglo del descubrimiento, co-
mo que les recordaban los tiempos de su independen-
cia. Don Jacinto Collahuazo, cacique indiano en la ju-
risdicción de Ibarra, vivía todavía á la edad de 80 años
y era hombre de grande juicio y de singular talento.
Había escrito, cuando mozo, una bellísima obra titulada:
" L a s guerras civiles del inca Atahualpa con su hermano
Atoco, llamado comunmente Huáscar I n c a . " Delatado
por ello al correjidor de aquella provincia, éste por in-
discreto y arrebatado celo, no sólo quemó la obra y to-
dos los papeles del cacique, sino que lo tuvo algún tiem-
po en la cárcel publica para escarmiento de los india-
nos, á fin de que no se atreviesen á tratar esas materias.
Después de viejo Collahuazo, reprodujo lo sustancial de
su obra, á petición de un relijioso dominicano, su confe-
sor, de cuya letra lo leyó, admiráudose de la cultura y
erudición de aquel cacique. Para mayor desgracia, en
1786, se incendió el palacio de los vi-reyes en Santa F ó
de Bogotá, perdiéndose en los archivos infinidad de do-
cumentos importantes para la historia, sobre todo, de la
época de la conquista.
E l resultado de todo esto ha sido que la raza india ó
americana ha perecido en su mayor parte; que el servi-
cio más importante que presta á la humanidad, todavía
en este siglo de luces y adelanto, es suministrar solda-
dos ó máquinas de guerra, porque no tienen ni voluntad
propia, sino la que le inspiran sus jefes, así en Méjico,
como en Colombia y el Perú y que nada más de positivo,
de lo dicho hasta aquí, podrá descubrirse ni saberse,
acerca de su historia y civilización. T por lo sabido has-
ta aquí, fácil es comprender, que no era posible á es-
ta raza y en el estado de civilización en que se hallaba,
oponerse ó resistir á la conquista española. Disemina-
da la población indíjena en un vasto continente, aunque
H Í S T O B I A D E COLOMBÍA. 89

se contaban tres núcleos de naciones, un puñado de espa-


ñoles intrépidos que arrojaban á grande distancia el fue-
go y la muerte, tenidos por hijos del sol y capaces de
fabricar el rayo; que montaban corceles veloces, antes
nunca vistos pareciendo un solo cuerpo jinete y corcel;
que arrebataban las propiedades y mandaban como dio-
ses; todo esto contribuyó de un modo poderoso, para
hacer fácil la conquista y sumisión de estos pueblos des-
graciados.
Despoblados los antes florecientes imperios, grandes
parcialidades rscojieron los huesos de sus padres, hu-
yendo en busca de otra patria, pero allá les alcanzó tam-
bién la conquista y sucumbieron ó pasaron á llevar una
vida de cruel servidumbre. De la jeneral devastación
sólo se salvaron los más salvajes, allá á orillas de los
grandes ríos, en medio de las selvas, pues que los espa-
ñoles, como Huaina-Oapac, consideraban que no merecían
tenerlos por señores. Pero no debió ser ésta la obra de los
españoles. Sostienen algunos filósofos la idéa,deque todo
según la ley del progreso, tiende á la unidad y que por lo
tanto deben desaparecer las razas inferiores para estable-
cerse el predominio de la raza caucásica. Sin embargo,
en la variedad está lo bello y la clemencia pedía también
la conservación de las naciones civilizadas de America,
tanto más cuanto el móvil principal ó aparente de la con-
quista era instruir á estos pueblos en las dulzuras de una
relijión de paz. Si así se hubiese hecho, auxiliados con
la civilización europea, hoy se contarían en el Nuevo Mun-
do tres ó cuatro florecientes imperios, los de los astécas,
chibchas, caras y quichuas que en mucho se parecerían
á los de los chinos y japoneses.
Con la conquista, los españoles también trajeron á Co-
lombia los hombres negros, importándolos de África pa-
ra hacer con ellos un comercio de esclavos y para que
trabajasen en su provecho; y de este modo, con la raza
india primitiva ó americana, los españoles europeos y ne-
gros africanos, se comenzó en Colombia á construir de
nuevo y muy lentamente otra civilización, que durando
casi tres siglos en la vida de la colonia, apenas puede
principiarse á llamarla nacional en el presente siglo, se-
gún veremos en el discurso de esta historia.

También podría gustarte