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"Argentina Potencia", otro sueño que se desvanece

La tercera presidencia de Perón comenzó en medio de una gran expectativa. Su objetivo era pacificar los ánimos y
desalentar los extremismos mediante el Pacto Social. Tenía un plazo de cuatro años para cumplirlo.
La idea optimista que Perón siempre había tenido del país y de sus riquezas potenciales se incrementó durante su larga
residencia en Europa. Su proyecto "Argentina Potencia", que reemplazó a la "Argentina de la Liberación", respondía al
concepto de que en un mundo necesitado de alimentos, pronto vendría la oportunidad argentina.
Gelbard, el ministro encargado de implementar el Plan económico, era un industrial exitoso. Estaba vinculado al grupo
oligopólico dueño de FATE (neumáticos) y ALUAR (aluminio) beneficiado por el proteccionismo estatal. Su política se
basaba en la alianza de clases más que en la confrontación. Tomó medidas dentro de la tradición del justicialismo:
nacionalizar los depósitos ban-carios a fin de que todo el crédito fuera orientado desde el Banco Central; dictar una ley de
inversiones extranjeras más limitativa que la entonces vigente; dar incentivos a las exportaciones industriales (que
constituían el 20% del total de exportaciones) y nacionalizar el comercio exterior a fin de facilitar los intercambios
intersectoriales.
La coyuntura internacional era especialmente favorable. Los envíos de productos argentinos al Mercado Común Europeo
recibían precios excepcionales que generaron un superávit del comercio exterior de 1.030 millones de dólares. Este
verdadero récord histórico le permitió a Gelbard resolver los reclamos sin alterar el compromiso de inflación cero; 1973
cerró bien, con menos desempleo y menos inflación, además de nuevos mercados para los productos nacionales en países
socialistas.
Precisamente cuando la situación empezó a mejorar, el panorama externo se complicó: el barril de petróleo crudo, que
permanecía estable y barato, fue aumentado por la OPEP, organismo formado por los grandes países productores de dicho
combustible. Árabes y venezolanos vivirían entonces una prosperidad inédita. Pero en los países consumidores se generó
una inflación que se trasladó de manera inexorable a las economías dependientes, como era el caso de la Argentina: los
industriales se encontraron con que los insumos importados valían más y que ellos no podían aumentar los precios por
culpa del Pacto Social.
Al principio el gobierno contaba con recursos como para absorber las quejas y mantener fijo el precio del dólar. Pero en
1974 el Mercado Común Europeo suspendió sus compras y el superávit comercial desapareció Por consiguiente el Pacto
empezó a desmoronarse, atacado desde dos flancos: de un lado actuaban los sindica listas peronistas, obligados a moderar
sus reclamos, mientras los gremialistas marxistas (Tosco, Salamanca) conseguían aumentos de salarios en negociaciones
sindicales por rama de industria. Los peronistas soportaban a duras penas esta situación.
Entre tanto los productos desaparecían de los comercios, se acumulaban fuera del alcance de los consumidores y pasaban
al mercado negro. Por otra parte, si bien las empresas se habían comprometido a no mover los precios por dos años, los
habían aumentado previamente en forma desmedida. Esta práctica habitual desde 1972, denominada por O'Donnell
"economía de saqueo", contribuía a formar la mentalidad inflacionaria que afectaba a la sociedad en su conjunto.
Gelbard se propuso doblegar a los grandes productores agropecuarios mediante una nueva ley agraria que aumentaba los
impuestos a la tierra libre de mejoras y promovía las inversiones rurales. El proyecto que autorizaba la expropiación de
los predios improductivos provocó la alarma de los estancieros. ¿Vendría la socialización de los medios de producción a
la Argentina, como había sucedido en el Chile de Allende y en el Perú de Velasco Alvarado? ¿Habría cogestión obrera en
las fábricas?
La Sociedad Rural que firmó el Pacto Social en el 73, y Confederaciones Rurales que no lo firmó, se movilizaron contra
la ley Agraria. Tenían apoyo de la central obrera, la cual también anhelaba, aunque por razones distintas, terminar con
Gelbard. Este dimitió a fines de 1974, cuando Perón había muerto y el gobierno de Isabel soportaba presiones de toda
índole13.
A partir de allí se sucederían otros cinco ministros de Economía en sólo nueve meses, además de devaluaciones,
desabastecimiento, aumentos salariales, alta inflación, huelgas de obreros y lock-out patronales.

La muerte de Perón

Perón se encontró a fines del 73 con una situación muy diferente de la que marcó su ingreso en la política nacional. Todo
estaba en discusión y ni siquiera su liderazgo se aceptaba en silencio. Los más dóciles eran los caciques cegetistas. La
Tendencia no obedecía órdenes. Tampoco los militares le respondían del todo, aunque por el momento no le hicieran
"planteos" al gobierno civil.
Cámpora había designado jefe del Ejército al general Car-cagno. Este oficial de tendencia nacionalista se pronunció
contra la política regional de Estados Unidos durante una conferencia militar que tuvo lugar en Caracas y propició
emprendimientos de ayuda social de los que participaban el Ejército y las juventudes políticas argentinas como este
modelo de "profesionalismo integrado" ahora era inoportuno, Perón designó a otro jefe, prescindente en política
A comienzos del 74 se promulgó una legislación que agravaba las penas para los delincuentes subversivos. Los diputados
de la Tendencia reclamaron en vano contra esta medida. Perón los ignoró. Luego, a raíz del ataque del ERP al cuartel de
Azul, condenó severamente a la guerrilla, por TV, vestido de general y rodeado de militares.
El gobierno se aplicó después a erradicar a los gobernadores afines a la izquierda peronista en Buenos Aires, Córdoba,
Mendoza, Salta y Santa Cruz. Pese a estas medidas, la guerrilla recrudeció: de julio del 74 a julio del 75 se registraron 400
estallidos de bombas y 500 homicidios políticos. Se mataba y se torturaba a sangre fría, en parajes solitarios o en la vía
pública.
Las víctimas de estos ataques bien discriminados fueron, entre otros, Arturo Mor Roig (ex ministro del Interior), Atilio
López (ex vicegobernador de Córdoba), Julio Troxler (peronista revolucionario), Silvio Fróndizi (profesor, trotskista),
Rodolfo Ortega Peña (historiador, diputado peronista), Bruno Genta (ideólogo derechista), Alberto Villar (jefe de la
Policía Federal) y su esposa; el bebé Laguzzi (hijo del rector de la UBA); Carlos Mugica (sacerdote villero); el general
chileno Carlos Prats y su esposa. También ejecutivos de empresas, policías rasos y militantes de base perdieron la vida.
La acción de la organización parapolicial Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), formada por jefes policiales
retirados y suboficiales que respondían al ministro López Rega, era la responsable de los atentados derechistas. A fines
del 74 esta organización se especializó en amenazar a artistas e intelectuales progresistas. Muchos de ellos se marcharon
al exilio15.
El ERP, la guerrilla trotskista, operaba en la clandestinidad y había declarado una "zona liberada" en el monte tucumano.
Ocupaba cada tanto las poblaciones vecinas y realizaba atentados urbanos como el que le costó la vida al capitán Viola y
a su hijita de tres años. Y Montoneros continuó su pleito con Perón hasta que éste en una de sus últimas apariciones
públicas, harto de escuchar consignas soberbias, los increpó: "¡Imberbes, estúpidos!" y los expulsó de la Plaza de Mayo.
El 1o de julio falleció Perón en la residencia presidencial de Olivos. Se cerraba así el liderazgo político más prolongado
del siglo. Su entierro enlutó al país. Ricardo Balbín dijo en sus exequias: "Este viejo adversario despide a un amigo" y el
joven gobernador riojano, Carlos Saúl Menem, de patillas bien pobladas, melena y poncho a la manera de Facundo
Quiroga, habló en representación del justicialismo.

Isabel Perón, una pesada herencia

María Estela "Isabel" Martínez de Perón recibía una pesada herencia. Nacida en 1931 en La Rioja, en un hogar de clase
media, bailarina mediocre, Isabel había conocido a Perón en el curso de una gira artística en Panamá. Se quedó a vivir con
él y se casaron más tarde en España. De rostro inexpresivo, imitaba los peinados de Evita cuyo ejemplo parecía
intimidarla. Era conservadora y muy reservada.
Isabel pasó de ocuparse de los asuntos domésticos del ex presidente a desempeñar delicadas misiones en su nombre. A
partir de 1965, año en que conoció a López Rega, quedó bajo la influencia del ex comisario, cuyos poderes domésticos
crecieron en la medida en que desmejoraba la salud de Perón.
Como presidente y jefa del justicialismo, Isabel contaba con la buena voluntad de los partidos, de los gremios, de la
jerarquía eclesiástica y de las Fuerzas Armadas. Pero su consejero áulico y responsable de su "entorno" sería el ministro
López Rega16. Por otra parte, a pesar de la tradición verticalista del peronismo, pronto quedó en claro que una cosa era
Perón y otra muy distinta su viuda.
En efecto, los burócratas gremiales ortodoxos no estaban dispuestos a aceptar que los sindicalistas clasistas y combativos
ganaran posiciones frente a las bases obreras. A través de un complicado procedimiento digitado desde el Ministerio do
Trabajo las conducciones nacionales de los sindicatos recuperaron espacio. Lograron mejoras sustanciosas para los
trabajadores. Así reapareció la inflación.
Por su parte Montoneros anunció su pase a la clandestinidad. La "Orga", como la llamaban sus adherentes, contaba con
milicianos bien adiestrados. La JP y las organizaciones estudiantiles le proporcionaban la gente necesaria para las
operaciones de apoyo. Obtenía recursos económicos mediante secuestros y rescates. El de los hermanos Juan y Jorge
Born, dueños de una firma exportadora de cereales, les dejó sesenta millones de pesos. Pero la lucha de Montoneros se
vació de sentido a medida que acentuaba sus contenidos militares y que se empeñaba incomprensiblemente en destruir a
un gobierno peronista legítimamente elegido.
En estas circunstancias el secretario de la CGT y el de las 62 Organizaciones se aliaron con López Rega. Por pedido de
estos viejos caciques se intervinieron los gremios clasistas. Tosco, Salamanca y Ongaro, entre otros, fueron a prisión y
gracias a estas acciones la protesta gremial se calmó.
Mientras tanto en las universidades nacionales se implantaba una política de extrema derecha, mezcla de fascismo y
peronismo. Y en la jerarquía católica, los prelados progresistas y los curas del Tercer Mundo quedaban arrinconados por
los obispos de orientación más conservadora y mejor relacionados con los militares. Uno de estos prelados, el arzobispo
de Paraná, monseñor Tórtolo, fue reelecto por sus pares Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.

Del "Rodrigazo" a Monte Chingólo

En junio de 1975, la situación económica había llegado a un punto sin retorno, con el peso sobrevaluado, las
exportaciones en descenso, un déficit fiscal del 12% y la inflación anual del 40%. Las mejoras laborales negociadas por
los gremios, licencias y vacaciones prolongadas, certificados privados para faltar, despidos bien compensados, hicieron
una verdadera Jauja del mundo del trabajo. Por otra parte, se dieron casos de asesinatos de patrones de fábricas en
conflicto.
Con el propósito de aplicar una corrección severa, el nuevo titular de Economía, Celestino Rodrigo, que integraba el
círculo esotérico del ministro López Rega anunció una devaluación abrupta del peso (habría un dólar financiero, uno
comercial y otro turista). De la noche a la mañana la población vio disminuir sus ingresos a la mitad y esfumarse sus
ahorros. Los combustibles aumentaron el 175%.
Se produjo entonces una pulseada entre el gobierno y los gremios. Estos últimos, encabezados por Casildo Herreras y
Lorenzo Miguel, decretaron la primera huelga general contra un gobierno peronista. El gobierno cedió y se comprometió
a autorizar aumentos de salarios y la reunión de las paritarias que estaban suspendidas desde hacía dos años. El proceso
inflacionario que se desató a raíz de estos hechos fue de una gravedad inédita: '34% en julio; 23% en agosto. La lógica
sindical del peronismo volvía ingobernable al país.
El llamado "Rodrigazo" terminó con el sueño de la Argentina Potencia y puso al país frente a una realidad durísima. Una
serie de ministros se sucedieron en la cartera de Economía. El recurso aplicado fue la indexación de precios y salarios de
acuerdo al costo de vida.
El gobierno buscaba inútilmente un rumbo. Isabel, ante el cúmulo de problemas insolubles, pasaba más tiempo en una
clínica privada, atendiéndose de malestares indefinidos, que en la Casa de Gobierno. Su discurso nervioso y simplista
"para que todos los argentinos sean felices" no convencía a nadie, y menos a los empresarios y a los jefes militares que ya
habían empezado a planificar el golpe. Por otra parte, estaba acusada de utilizar los fondos de la Cruzada de la
Solidaridad para gastos personales.
A medida que se profundizaba el "vacío de poder", los militares volvían a ocupar el escenario. El Operativo
Independencia (febrero de 1975), autorizado por la presidente, tuvo como objetivo "aniquilar" a la guerrilla en el monte
tucumano. Dicho Operativo, encarado por el Ejército contra poco más de un centenar de guerrilleros, desarticuló al ERP.
Un segundo decreto dio la orden "de aniquilar el accionar de los subversivos en todo el territorio del país". De este modo,
las Fuerzas Armadas actuando en forma coordinada detenían a los sospechosos y no informaban a la Justicia sino tardía-
mente. Sin embargo, la pena de muerte por fusilamiento, autorizada por el Código Penal, no se aplicó en ningún caso.
Las organizaciones subversivas estaban ya muy debilitadas a fines de 1975, como se puso de manifiesto en el fallido
intento del ERP de copar el arsenal militar de Monte Chingólo (Buenos Aires), el 23 de diciembre de 1975. Este operativo
le costó la vida a medio centenar de combatientes, en su mayoría adolescentes recién incorporados a sus filas, y a
numerosos vecinos de barrios humildes de la zona.
Era ahora evidente que los militares estaban decididos a volver y que el gobierno había entrado en la cuenta regresiva. El
discurso del nuevo comandante en jefe del Ejército, el general Jorge Rafael Videla, pronunciado en Famaillá, Tucumán, el
día de Navidad, indicó que la "paciencia" de los militares había llegado a su límite, recomendó modificar rumbos y
condenó la pasividad cómplice22.
Por su parte, el arzobispo de Santa Fe, monseñor Vicente Zaspe, en sus homilías radiales, enumeraba la serie de
secuestros, torturas, bombas y asaltos que habían destrozado familias, instituciones, partidos, sectores; muchachos, chicas,
militares, marinos, sindicalistas, sacerdotes, jueces, niños, gente pobre, rica, de la ciudad y del interior.
"Hemos probado todo, hemos experimentado la sangre y la muerte. ¿Y ahora qué? ¿Seguiremos denunciando, matando,
muriendo, rabiando, llorando?
"¿No podemos intentar una reflexión, un paréntesis; quizás una oración? Es necesario que la Argentina se serene, porque
debe reencontrarse consigo misma, identificarse, purificarse, salir del atolladero" 23.
Pero al país le faltaba todavía experimentar lo peor. Esto vendría después del 24 de marzo de 1976, día en que Isabel
Perón fue destituida por las Fuerzas Armadas, cuando faltaba un año para que se cumpliera su mandato.

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