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C. Pág. 10: “Lógica policial o ética del cuidado”, de Eleonor Faur y María
Victoria Pita, Revista Anfibia.
1
A. El artículo ha sido recortado a los fines de la actividad, en el link lo
encuentran completo.
En línea: https://nuso.org/articulo/la-lucha-de-los-mapuches-y-sus-
estereotipos/imprimir/
2
Desde que Mauricio Macri asumió el gobierno, desarrolló una política de Estado basada en
la elaboración de un protocolo de seguridad que buscaba adelantarse a futuros conflictos
sociales. En las provincias del norte de la Patagonia, el nexo entre las nuevas autoridades
nacionales y los grandes terratenientes fue explícito desde el primer día. A lo largo de 2016,
sociedades rurales de Río Negro y Chubut se habían reunido con la ministra de Seguridad
Patricia Bullrich para denunciar a grupos mapuches radicalizados. Los episodios de la
comuna de Cushamen fueron provocados desde el Ministerio de Seguridad a partir de una
inusual y masiva concentración de efectivos armados en la zona de El Maitén. Por aquellos
días se producía una multitudinaria manifestación en contra de emprendimientos
inmobiliarios del empresario británico Joe Lewis en El Bolsón. Fue entonces cuando las
fuerzas concentradas llevaron adelante un continuo acoso a la Lof en Resistencia –
penetrando en su territorio con drones, entre otras acciones intimidatorias–, que
desencadenaría una serie de episodios que culminaron con el operativo represivo para
desalojar a los mapuches que cortaban la ruta nacional Nº 40.
El mismo accionar se repite en el mes de agosto de 2017. La detención del lonko (líder) de
la Lof en Resistencia Mapuche, Facundo Jones Huala, se realizó tras un encuentro entre los
presidentes de Argentina y Chile, Mauricio Macri y Michelle Bachelet, luego de que un
juez federal rechazara el pedido chileno de extradición del dirigente mapuche. Nuevamente
se asiste a la producción del conflicto. Se decide reprimir a quienes piden por su liberación,
se movilizan fuerzas de Gendarmería en proximidades de la lof y se reproduce el conflicto
otra vez en la comunidad. El discurso del Ministerio de Seguridad promete terminar con los
grupos radicalizados. Esta vez el desalojo de la ruta, la represión y la incursión en el
territorio de la comunidad implicaron la desaparición de un joven que acompañaba a la
comunidad: Santiago Maldonado.
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peligrosos. El discurso es simple: se los describe como violentos que amenazan la
propiedad privada y que estarían vinculados con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) y la guerrilla kurda. Esta construcción no es novedosa. Es la
reactualización del viejo estereotipo de los pueblos originarios, calificados históricamente
como aquellos que amenazan los bienes, la seguridad de las personas, la integridad y el
progreso nacional. Este estereotipo fue el constructo históricamente más duradero, mediante
distintas redefiniciones, de la llamada Generación de 1880 – la «organizadora» de la
República Argentina– y del contexto de sometimiento e incorporación de los pueblos
originarios con las llamadas «campañas al desierto» de 1878 a 1885. Por entonces, la
descripción de los malones indígenas (como grupos organizados para saquear) como
objetivos que debían ser neutralizados por las campañas de conquista invisibilizó siglos de
relaciones entre hispano-criollos y pueblos originarios. Estas relaciones habían
comprendido alianzas, intercambios económicos, enfrentamientos y firma de tratados entre
autoridades indígenas, coloniales y luego republicanas. Al mismo tiempo, se clausuró
aquello que, en adelante, los ciudadanos argentinos deberían saber sobre los pueblos
originarios. Durante más de un siglo la currícula escolar solo hablaba de cómo la «conquista
del desierto» había solucionado el problema de los «indios maloneros».
En el discurso político de fines del siglo XIX, el indio malonero no es redimible. Constituye
una excepción, se trata de un ser sacrificable. Su descripción permite al mismo tiempo
construir su opuesto, el indígena que será incorporado previa su civilización, el que deberá
dejar de ser lo que es para poder ser incorporado. Por lo tanto, el estereotipo del indígena
malonero constituirá una imagen y un constructo cultural que hace visible aquello que no
puede ser incorporado a la comunidad nacional, con el objeto de marcar el modo en que se
deberán comportar y actuar los indígenas que deseen no ser sacrificados. Aunque el propio
Julio Argentino Roca (comandante de la principal ofensiva militar contra los pueblos
originarios del sur de la pampa y la Patagonia y presidente de Argentina en 1880-1886 y
1898-1904) señalara ante el Parlamento que las «campañas al desierto» habían terminado
con aquellos maloneros, al volver a ser estos identificados, no se dudaría sobre la necesidad
de su eliminación.
Desde fines del siglo XIX y principio del XX, las distintas administraciones nacionales
invisibilizaron la existencia de comunidades de los pueblos originarios en la Patagonia. En
sus reclamos y solicitudes ante las autoridades nacionales y locales, las personas, familias y
comunidades debían utilizar cuidadosamente las palabras, ya que la identificación de los
pobladores de terrenos fiscales (los fiscaleros, que ocupaban tierras a menudo de baja
calidad) como indígenas era el argumento más frecuente para justificar su expropiación o
para denegar sus demandas. En muchas ocasiones, la sola identificación como tales
habilitaba la discrecionalidad de las fuerzas policiales y de la justicia letrada para su
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expropiación, reclusión injustificada y aun torturas. En ocasión de las masacres de Napalpí
(1924), en Chaco, y en La Bomba (1947), en la localidad norteña de Formosa, la prensa
difundió previamente entre la población que los indígenas se estaban reuniendo para
preparar un malón. La expropiación de la comunidad de Boquete Nahuelpán, en Chubut, en
1937, tuvo como único argumento que se trataba de indígenas araucanos y que practicaban
el cuatrerismo. Nuevamente se describía a una comunidad como un peligro a la propiedad y
se la consideraba como foránea.
Al mismo tiempo, el proceso que se desarrolla desde las campañas de 1878-1885 en el norte
de la Patagonia es el de conformación de la propiedad privada. Ya en la década de 1890
encontramos establecida a la Argentine Southern Lands Company (ASLCo), de capitales
británicos. Esta nació de la unión de nueve concesionarios de áreas de colonización, quienes
recibieron del gobierno argentino el beneficio de dejar de lado la obligación de producir el
deslinde y la colonización (de acuerdo con el modelo de la Ley Avellaneda, que procuraba
establecer a numerosos pequeños propietarios) y a los que se les permitió la asociación
corporativa, en abierta violación de la legislación argentina. Esta compañía británica, con
aproximadamente 900.000 hectáreas, se nacionalizó en 1982, ante el temor de una
expropiación como resultado de la Guerra de Malvinas, y en la década de 1990 fue
absorbida por el grupo Benetton.
De esta forma, a través de las «campañas del desierto», desde el Estado e instituciones de la
sociedad civil, se operó tanto hacia la eliminación del orden social, económico y cultural de
los pueblos originarios, como también hacia el disciplinamiento y la limitación de las
formas de vida (acceso reducido a la tierra, censura de sus formas de expresión cultural,
negación de sus formas de organización social) de las personas y familias indígenas luego
de su sometimiento. Al mismo tiempo, se aseguró la distribución de los territorios
incorporados para conformar no solo la propiedad privada, sino grandes empresas
terratenientes, como la británica ASLCo, que harían uso de la mano de obra barata
compuesta en gran parte por la población mapuche y tehuelche, marginada del acceso a la
tierra.
En diferentes contextos y a lo largo de todo el siglo XX, resulta visible que a las diversas
facilidades para los grandes propietarios se suman la discrecionalidad, la expropiación y el
desalojo arbitrario a los pequeños fiscaleros, con especial saña en el caso de aquellos
identificados como indígenas.
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B. El artículo ha sido recortado a los fines de la actividad, en el link lo
encuentran completo. También se ha resaltado en color amarillo algunos
de los pasajes claves para el ejercicio.
En línea: http://revistaanfibia.com/ensayo/el-miedo-a-la-libertad/
Escocia
Miedo a la libertad
Hace quinientos años Maquiavelo dijo que los hombres olvidan más
rápido la muerte del padre que la pérdida del patrimonio. A la hora de
votar por su independencia, Escocia parece haber cumplido esa premisa.
Un sociólogo que convivió con escoceses cuenta las razones del triunfo
del “No” y los argumentos económicos, emotivos e históricos que se
jugaron en una elección clave para el futuro de Europa.
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millones doscientas mil personas que se anotaron para decidir si el país
recupera su soberanía o se mantiene dentro de los límites políticos del Reino
Unido (RU) y de su Monarquía Parlamentaria con sede en Londres, en una
votación con una única pregunta: ¿Debería ser Escocia un país independiente?
Si o No. Dos millones, el 55,3% votó por el “No”. Un millón seiscientos mil, el
44,7% apoyó la iniciativa independentista en una jornada con afluencia popular
record del 84,59% de los que se habían anotado para sufragar. Una revolución
constitucional se avecina en el UK.
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El de ayer no es el primer intento escocés de finalizar los 307 años de unión
política con sus tres vecinos. En las últimas décadas, hicieron tres referéndums
para cuestionar la naturaleza del vínculo político. En 1979, con sólo el 63% de
participación, el deseo de mayor autonomía se impuso, pero con un margen
inferior al requerido por la ley y la situación no cambió. En 1997, otra consulta
popular con un porcentaje de participación similar, logró más del 60% de los
votos y obtuvo, al año siguiente, la sanción de una ley para construir un
parlamento propio que regula algunos asuntos locales. Un año antes, la presión
de la campaña proselitista logró que Inglaterra les devolviera la Piedra de
Scone que había robado al reino de Escocia en 1296, y que simboliza la
soberanía del país porque era usada para coronar reyes desde 847. La roca
arenisca se encuentra hoy en el Castillo de Edimburgo, una imponente
construcción que cuelga sobre una roca volcánica en el centro de la ciudad.
Cuando lo visitamos con Paul un lunes feriado de octubre de 2003– jugaba
Argentina-Irlanda en Rugby, perdimos 15 a 16 en Adelaida– era la primera vez
que él conocía el emblema que había regresado a la tierra donde nacieron sus
padres. En los cincuenta, había sido robada, o recuperada, según la óptica de
cada uno, por un grupo de estudiantes escoceses nacionalistas quienes
esperaban sirviese para potenciar el sentido nacional. En una isla devastada
por la guerra y por la aviación alemana, no tuvo el efecto esperado. En esos
años la Juventud Peronista hizo lo mismo con el sable corvo de San Martín, los
Tupamaros con la bandera de Artigas y el M-19 con la espada de Bolívar.
Recuerdo que, como estaba ubicado en una ciudad conocida como la “Atenas
del Norte” por su geografía similar a la Acrópolis y sus edificios griegos, cuna de
la ilustración escocesa, de David Hume y Adam Smith, a mis veintiún años, yo
esperaba que el máximo símbolo nacional fuera imponente, de corte
racionalista. Me encontré con una piedra que parecía un pedazo de cemento.
Quise compartir mi desilusión con Paul pero él estaba obnubilado con el
cascote, como en trance místico; una fascinación que me costó años entender.
Incluso, cuando salimos del castillo, compró una réplica en miniatura y un libro
con la historia de los reyes del país. Toda su vida había estado atravesada por
el conflicto de la identidad nacional: no le fue simple ser criado por un irlandés
en Escocia, no era fácil ser escocés de origen irlandés en un barrio humilde del
Reino Unido.
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El nivel de afluencia a las urnas fue un récord sin precedentes y la victoria del
“No” se impuso en 28 de los 32 distritos electorales. ¿Qué cambió en Escocia
en los últimos treinta y cinco años que hizo que tanta gente se movilice para
votar? Mucho.
Primero: la economía industrial, como en toda la isla, se transformó en un polo
financiero y de servicios. No todos los escoceses pudieron acomodarse a la
nueva situación laboral.
Segundo: las tensiones de la globalización y del proceso de consolidación de la
Unión Europea dentro de un paradigma social neoliberal-conservador,
deslegitimó a las elites gobernantes y a los gobiernos centrales de todos los
países. El RU no es la excepción. En las últimas elecciones de eurodiputados,
en Mayo del 2014, el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), que
plantea la separación del UK de la UE y adhiere a la ideología conservadora y
neoliberal, arrasó en la isla, con epicentro de sus votantes en Inglaterra. Pero,
en Escocia, tuvo solamente el 10,5% de adhesión. Su electorado
históricamente es de centro-izquierda.
Tercero: el Partido Laborista perdió su hegemonía para detentar la
representación política. Entre 2007 y 2010 llevó a los escoceses Gordon Brown
como Primer Ministro del RU y Alistair Darling, como ministro de Finanzas.
Ambos resultaron ser los abanderados de la financiarización del país con centro
en Londres y en Edimburgo, zona que experimentó un exponencial crecimiento
bancario y donde la relación con el Sur es muy fuerte. Ahora, fueron los
referentes de la campaña por el voto del “NO” y el “Mejor Juntos”. A último
momento, a la idea de “continuar”, Brown, en nombre de los partidos
mayoritarios del RU, le sumó la aclaración de “con mayor autonomía”, luego de
que se conociera una encuesta que posicionaba al “SI” en primer lugar.
Inmediatamente después que se conocieron los resultados finales, el Primer
Ministro David Cameron confirmó que esa promesa se cumplirá y que el año
que viene se ampliará la autonomía en las tierras del norte.
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Un eje clave de la campaña del “no” fue comunicarle a los escoceses la
fortaleza que significa al pertenecer al RU: una moneda sólida que les permite
viajar a un bajo costo al extranjero y adquirir preciados bienes importados; un
ejército nuclear que se sobrepuso a numerosas guerras – algunas que sigue
peleando, como la iniciada en estos días en Siria e Irak -; una posición
privilegiada en el mundo como principal aliado de los Estados Unidos; una
identidad que emana de la historia de siglos en común; y los peligros
económicos de la incertidumbre que desatará la independencia.
Hace quinientos años, Nicolás Maquiavelo, en el Príncipe, afirmaba que los
hombres olvidan más rápido la muerte del padre que la pérdida del patrimonio.
Ese camino siguieron los independentistas: esgrimieron que la separación
permitirá garantizar que los fondos petroleros del Mar del Norte queden en las
fronteras nacionales y que financien el sistema público de jubilación (en
Inglaterra es privada) y de la universidad, así como las estructuras de bienestar
social, asediadas por los recortes. También que se defenderán los derechos de
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los agricultores, no tan resguardados en los últimos siglos de librecambio. Que
Escocia sería uno de los principales veinte países del mundo. Y que tienen
derecho a decidir sobre sus propios intereses.
Su principal figura es Alex Salmon, actual Primer Ministro escocés, y líder del
Partido Nacional Escocés, organización fundada en 1934 y a cargo del
gobierno local desde 2007. En sus publicidades se preguntaba ¿Cómo se verá
Escocia Independiente en seis años?, y la respuesta parece ser un eco local de
las críticas a la retirada de la protección social estatal de la vida de los
europeos.
En un video del Irish Times, Noney, una nigeriana radicada en Escocia afirma
que votó “Si” porque trabaja en el NHS, el sistema público y gratuito de salud
del RU, creado en la posguerra. Está convencida de que si se mantienen en la
Unión, el sistema será privatizado.
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La votación se realizó con tranquilidad. La comunidad política mundial observó
inquietante un proceso eleccionario con debates televisivos, masivas campañas
de ambos bandos y la movilización de casi la totalidad de la población para
votar. […]
Según The Times en su versión británica, de haber ganado el “Si”, el RU
hubiera reducido su promedio anual de lluvias en un 20%, hubiera perdido las
1.23 billones de botellas de Whisky que exporta Escocia por £4.3 billones de
libras esterlinas cada año, moneda que podría haber sufrido una devaluación
estimada entre el 10 y el 15%. También se hubiera quedado sin 13 medallas de
las últimas olimpíacas, sin nueve premios noveles y sin 578 clubs de golf.
________________________________________
[…]
Los vecinos de Paul de la ciudad de Glasgow, la más poblada del país, votaron
en un 53,49% separarse del Reino Unido. Intenté sin éxito comunicarme en
estos días con él, para saber que siente ante todo esto. Cierto es que por
pertenecer al Reino Unido los escoceses fueron parte de uno de los imperios
esclavistas y coloniales más grandes de la historia, cuna de adelantos
tecnológicos sin igual. Pelearon junto a los ingleses varias guerras
continentales y mundiales, con un balance, para ellos, positivo. Lograron que
una fracción considerable de su economía se inserte exitosamente en el
corazón de la globalización. Las elites tecnocráticas británicas tomaron nota del
espíritu de participación popular y de la necesidad de cambios. El camino de
integración que la UE eligió como destino común es cuestionado por diversas
regiones, algunas ricas como Cataluña, y otras no tanto, como Grecia. En los
próximos meses observaremos como se procesan estas tensiones. Maquiavelo
también decía que cuando un pueblo siente la llama de la libertad, el Príncipe,
si quiere conservar el poder, debe saber mantener esa autonomía.
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C. Han sido resaltados en color amarillo algunos pasajes claves del
artículo para el ejercicio.
En línea: http://revistaanfibia.com/ensayo/logica-policial-etica-del-
cuidado/
Carolina sale del trabajo en dirección a su casa. Cuida a una señora mayor con
discapacidad. La asiste en distintas actividades cotidianas, la ayuda a vestirse, a limpiar.
Se turna con una segunda cuidadora, entre ambas cubren la semana completa. Ya
pasaron cuatro días desde que se declaró la obligatoriedad de la cuarentena. Un control
policial la detiene en el conurbano. Carolina presenta la declaración jurada como
trabajadora del cuidado, prolijamente transcrita a mano y firmada por su empleadora, y
muestra también la copia del certificado de discapacidad de la señora.
-El documento tiene que ser de computadora, ¿cómo sé que no escribiste esto vos?-
increpa el agente.
Carolina le explica que claro que no lo inventó. El oficial la deja pasar de mala gana, le
advierte que la próxima vez debe llevar el documento oficial impreso. Dos días más
tarde, Carolina repite el trayecto. Esta vez, lleva el formulario “de computadora”.
Cuando la paran, como parte del control de rutina, será otro el agente que dude de la
autenticidad del documento. La mujer argumenta: “¿No ve que es la misma firma del
nombre del certificado?”. El policía responde que no puede circular, que debe elegir
adónde se va a quedar: si en su casa o en su trabajo. Frente a la mera posibilidad de ser
detenida, que se suma a la angustia de un probable contagio del Coronavirus, decide no
volver a salir y quedarse en su casa. Carolina tiene casi cincuenta años, nació en
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Paraguay y vive en Argentina desde hace décadas. Carolina es un nombre ficticio, como
todos los que incluimos en este texto. Sus historias no lo son.
El control y el cuidado
Martín no llega a los treinta. Le toma el pulso a la vida en la Villa 21-24, donde vive
desde que nació. Lleva diez años como responsable de un Centro Cultural del barrio.
Gestiona el merendero que organiza el Movimiento Evita, y actúa como referente de la
Campaña contra la Violencia Institucional.
-Cada día, a partir de las cuatro de la tarde, las fuerzas de seguridad andan a las
patadas con los pibes. Los corren, les dicen ‘tomatelás’. Los prefectos están en su salsa
porque tienen el poder absoluto. A los pibes con los que hay bronca previa los
descansan más. Yo les digo a los pibes, sobre todo a los que tienen sus berretines, que
no se regalen; ellos van aceptando, pero es difícil.
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para que el virus no se propague; ordenan a jóvenes con consumos problemáticos que
deambulan -desesperados por su adicción-, a meterse en las casas; impiden que los
vendedores ambulantes trabajen en el barrio, acusan de falsificar documentos a quienes
se desplazan horas para ir a trabajar.
Las policías emplazadas en los barrios y los efectivos que se desplazaron para reforzar
la vigilancia hacen, en gran medida, lo que saben hacer: controlar, dar órdenes,
sospechar; y también, obligar y/o intentar imponer autoridad.
El orden social -incluyendo la seguridad pública- puede, para algunes, asociarse con el
cuidado como lugar común, como significante vacío que prolifera y se resignifica en la
multiplicidad de una enunciación -hoy más frecuente que nunca-. En paralelo, para
otres, se manifiesta como sinónimo de “más violencia”.
Al preguntarle a Luciana, referente del Movimiento Evita de San Martín, cuáles podrían
ser las dificultades de la comunidad si se extendiera la cuarentena:
- Lo peor sería que haya contagiados e ingrese la policía. Ahí se pudre todo. El barrio
tiene memoria y la de la policía es la de lxs pibes muertos.
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¿A qué llamamos cuidar?
Hay palabras que no sólo son palabras. Son categorías conceptuales, condensan muchas
discusiones y debates, definen problemas teóricos que iluminan lecturas de lo social. El
cuidado es una de ellas. La banalización del concepto puede llevar hasta extremos
insospechados. No hace tanto tiempo, la ex Ministra de Seguridad Patricia Bullrich
hablaba de “cuidar a quienes nos cuidan” para defender la “doctrina Chocobar”.
Invirtiendo la antigua fórmula que se pregunta ¿quién vigilará a quienes nos vigilan? y
ante un caso de violencia policial -que se tornó conocido por el nombre del victimario y
no el de la víctima- la ex Ministra capturó la noción de cuidado de manera capciosa.
Cuidar -en ese contexto- se convertía en sinónimo de ofrecer impunidad a lxs agentes
que violan derechos fundamentales -que matan a mansalva a un ciudadano-.
Algunas de las discusiones más profundas en torno al cuidado lo comprenden como una
disposición que, lejos de ser instintiva o “natural”, se aprende, se practica y se
perfecciona en su mismo ejercicio. Se trata de una actividad que incluye cuidados
físicos, emocionales y sociales, indispensables para el bienestar humano en la medida
que permiten mantener y reparar nuestra propia vida, nuestros vínculos y nuestro
entorno. Si hilamos más fino, cuidar a otrx no implica acallar su subjetividad ni negar
sus derechos. Por el contrario, es en el reconocimiento del otrx en donde se construye
una ética que va más allá de la actividad material (alimentar, educar o bañar a alguien)
para ingresar en un entorno de sentidos e interacciones más sutiles. Ese ejercicio que
garantiza y al mismo tiempo supera el sostenimiento de cuerpos, para otorgar un plus de
dignidad a los sujetos.
La experiencia del cuidado social es permanente entre quienes viven en los barrios
populares y villas. “Qué es la pandemia circula de boca en boca, o por grupos de
whatsapp; los comedores son lugares donde la gente se entera y pide ayuda”, dice
Martín. Miles de mujeres llevan adelante comedores comunitarios, consiguen
mercadería, preparan los alimentos, los distribuyen, se preocupan por la dificultad de
cumplir con el aislamiento obligatorio. Casas precarias, demasiado pequeñas para
familias numerosas, necesidad de recoger agua en una canilla cercana, falta de retretes,
comedores que no dan abasto porque deben atender a mucha más gente que antes de la
pandemia, cuando lxs cartonerxs, feriantes y otrxs trabajadores de changas podían juntar
unos pesos para el día a día.
En esos barrios, las redes de cuidado no han cambiado: lxs referentes comunitarixs
(muchas veces, mujeres) dan contención mientras intentan, con enorme dificultad, lidiar
con sus propias carencias. Gimena, líder de Villa Fiorito, referente de “Ni Una Menos”
local y responsable de dos comedores, relata sus dificultades para salir a comprar
comida porque en el supermercado chino que recibe la tarjeta alimentaria como forma
de pago, suele haber cuatro cuadras de cola. Hacer las compras supondría unas 5 horas
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afuera de la casa y entre sus 6 hijxs hay una beba de un año que no puede salir con ella
ni quedar a cargo de sus hermanxs.
No es posible pensar cuidados, o al menos no en el corto plazo, donde hasta ayer hubo
humillación, destrato y violencias. Las experiencias sociales no se pueden desandar ni
“reorientar” de acuerdo a intenciones y a voluntarismos desencarnados. Lo que ocurre,
lo que se hace aún con todo lo nuevo que se inventa para cambiar las cosas, no puede
prescindir de lo pre-existente, la historia, las memorias. Hay historias, tramas de
relaciones, violencias históricas, enemistades inveteradas, cuentas pendientes. Y, por lo
demás, hay mucha gente y muchas organizaciones que saben qué hacer, cómo
organizarse y cómo cuidarse; después de todo es lo que vienen haciendo hace muchos
años.
Como advirtió Guillermo O’Donnell, los Estados Modernos tienen múltiples caras. Si
su faz represiva alude al control y a la vigilancia, su faz democrática es capaz de
admitir, respaldar, albergar y dar lugar a la expansión de ciudadanías ancladas en
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derechos civiles, sociales y culturales. Ciudadanías que exigen y propician la generación
de políticas públicas.
Eso que se llama “El Estado” no es un supra ente autónomo y dueño de una racionalidad
total, antes bien es como solía decir Boaventura de Sousa Santos “una miríada de
burocracias mal integradas”, cada una con sus racionalidades, lógicas, aspiraciones y
objetivos institucionales. Lo que parece estar en la demanda popular es una intervención
estatal ligada a la faz democrática del Estado, más cercana a los cuidados que al control
y la vigilancia.
Hay una gran trama de organizaciones e instituciones que trabajan desde hace años para
que la policía respete los derechos humanos. Una policía que se incluya en las políticas
de cuidado en el contexto de la pandemia podría orientar a la ciudadanía en la
incertidumbre, gestionar la atención de situaciones de violencia de género y abusos
intrafamiliares, integrarse a las intervenciones de otras agencias estatales como salud o
desarrollo social, sumarse a las redes de asistencia para distribuir agua o viandas en las
casas y que en ese ejercicio facilite el cumplimiento de las medidas de aislamiento
social y contribuya a la fluidez de las redes de cuidado social existentes en los barrios.
Tal vez se trate, como hace Martín, de leer atentamente lo que pasa y tomarle el pulso a
la vida de los sectores populares.
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