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Un relámpago de apertura sobre Jacques Lacan

Sobre el Portrait silencieux de Jacques Lacan de Claude Jaeglé


(Paris, Puf, 2010) por Jean Allouch

Si hay un escrito que debería un día servir de prefacio a una todavía improbable versión crítica de las
Obras completas de Jacques Lacan, sería este. En ciento cincuenta breves páginas, tenemos la más
aplicada de las introducciones. “Introducción” ¿qué quiere decir? Que no se lee más Lacan de la misma
manera después de haber tomado nota del “Retrato silencioso” que hizo Claude Jaeglé. Y
particularmente que: uno está a partir de él, advertido de que está excluido entender, escuchar
(entendrei) a Lacan sin escuchar los registros de audio de los que disponemos al menos a partir del año
1962. Antes de sumergirse en las arcanas transcripciones de los seminarios y de romperse los dientes
sobre los escritos que Lacan mismo presenta como ilegibles condensados, (harissaii sin couscous ni
verduras), cualquiera que quiera leer hoy a Lacan no podría estar mejor informado que entrando en la
obra por esa puerta.
Allí se percibe como en un efecto de flash, de relámpago, ciertos trazos estilísticos son también puntos
de doctrina. Así, mientras que Jacques Derrida, de preámbulos en preámbulos no comienza jamás, otro
maestro Jacques, Lacan de apellido, de postergación en postergación no entregaba jamás conclusiones
(no lo hacía más que de mala gana, incluso corrigiéndose inmediatamente) ¿Tendremos allí la razón de
su prolijidad? ¿El feliz o molesto vehículo de su heterotopía? ¿Qué diríamos de un pintor que no hubiera
dado nunca el último toque a sus cuadros, los que sin embargo, hubieran sido expuestos? ¿De un músico
de sinfonías todas inconclusas y sin embargo ejecutadas? ¿De un Francis Ponge que, publicando sus
borradores (La Fabrique du pré), se hubiera abstenido de llevarlos hasta una versión reconocida como
definitiva? Es sin embargo a algo de este orden, a lo que Lacan se avocó, mientras que solo la muerte ha
puesto un término a sus asiduas inconclusiones (de sus explicaciones, de sus frases, del año del
seminario, del conjunto de los seminarios). ¿Cómo explicarlo?
Hacía falta un abordaje resueltamente lateral de la obra lacaniana para llevar a la luz un fenómeno tan
extraño; hacía falta un sesgo (que justamente no sesgue): dejar de lado, al menos un tiempo, lo que se
presenta en la obra como una red de conceptos que numerosos diccionarios y sabios estudios se
esfuerzan en establecer, descuidar los grafos, los esquemas, los objetos topológicos y otros matemas, y
tampoco localizarse sobre las fórmula sorprendentes, inesperadas, inquietantes dirigidas a una
repercusión inmediata y durable, aunque Lacan mismo las ha inmediatamente matizado, incluso
recusado. No, es sobre otro ángulo que era perceptible, en Lacan, la convergencia spinoziana de los
enunciados (de las tesis) y de su enunciación (la manera de informarlos). Y, este otro ángulo, Claude
Jaeglé supo encontrarlo.
¿Cómo lo hizo? Vio los raros registros que circulan, pero sobre todo se puso a oír activamente los
seminarios sin focalizarse sobre los sentidos vehiculizados. Así saltan a la oreja, como tantos elementos
significativos, los silencios, las frecuentes garrasperas, los alaridos, los bramidos, las tonalidades
(colérico, exasperado, despreciativo, burlón, cansado, furibundo, sarcástico, marcial o aún dulce o
divertido), las variaciones de intensidad, los ritmos de la frase (a menudo lentitud de la dicción,
lentificado sobre las sílabas) las frases inacabadas a fuerza de desvíos, la insistencia sobre el ceceo y los
silbidos, los choques ejercidos sobre las percusivas, las suspensiones, las redundancias, las insistencias,
los relanzamientos, los juegos homofónicos, los neologismos, etc. Todo esto Claude Jaeglé lo observa
de manera aplicada; cronómetro en mano para los silencios (diez segundos y medio, a veces también
treinta, aunque lo normal es cinco), mientras su lápiz anota la frecuencia; escuchas aleatorias de
decenas de horas de registro; observación atenta de los gestos payasescos o trágicos, en el caso de los
videos. Los conceptos en Lacan son de carne. Lejos de hacer red, son móviles, provisorios, son
transportados por una “malla abierta”. Sin embargo orientados por una razón de orden matemático, el
discurso de Lacan no juega el juego que se espera de un sabio (discreción, borramiento, modestia). Su
palabra es como su cigarro: torcido Lévi-Strauss podía oír un “poder chamánico”, Foucault “música”,
Althusser, una “voz ensordecedora”.
¿Quién era entonces Jacques Lacan? Jaeglé abrocha muchos rasgos, pero el que se desprende netamente,
que da cuenta de las modalidades de una palabra teatralizada y de su inédito suspenso: Lacan era “hijo
de la sorda”. Dirigirse a ella, eso encoleriza y en cólera estaba Jacques Lacan, el seminarista –lo que no
le saca nada a su gentileza, por otra parte, particularmente allí donde él era consultado–. Viene como un
leitmotiv a lo largo de todos los seminarios una preocupación: “¿Me escuchan en el fondo? ¿Me
escuchan?” Y bien no, en el fondo no se lo escucha, ni tampoco en la primera fila. Sin embargo es él el
que se muestra en primer lugar advertido de esta sordera que a la vez lo angustia, le molesta y lo pone a
trabajar en una tentativa desesperada de solucionarla, razón por la cual la expresión toma prioridad
respecto del contenido del pensamiento. Todo sucede como si él lo supiera a priori, y lo dice a su
público (“Ustedes escuchan, yo hablo a los muros!”) no cambia nada. ¿Pero por qué entonces esta rareza
de dirigirse a sordos, de una dirección sorda cuando habla, en alguien que consagra lo más claro de su
tiempo a escuchar? Esto se debe a su enseñanza, que hace depender a la palabra de la recepción que le
está reservada, así como un libro no es nada salvo las lecturas que se han hecho de él. Pero esto se debe
también a lo que esta enseñanza comporta de un mensaje singularmente retorcido. Si este Otro al que se
dirige ese mensaje y del que ese mensaje depende es como una oreja agujerada, y tan diferente en eso de
una oreja, no puede acordársele existencia ¿Cómo hablar, a pesar de todo? ¿Cómo hacer saber que
ningún lugar es susceptible de recibir el saber? “Mis alumnos –larga un día Lacan– si supiesen donde
los llevo, estarían aterrorizados”
En efecto en una cultura donde la apertura al otro está, al parecer, tan valorada ¿Por qué decimos “cierre
relámpago”?

Traducción del francés por Graciela Graham

                                                                                                                         
i
En francés entendre tiene los dos sentidos: entender y oir.
ii
Salsa harissa, es una especie de pasta típica de Marruecos y se obtiene de triturar pimientos rojos dulces y picantes secos,
ajos prensados, cilantro, comino, alcaravea y aceite de oliva.

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