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A lo largo del Antiguo Testamento se indica de forma cada vez más clara la dimensión
teologal de la esperanza. Dios se promete a sí mismo: "yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jer
31,33; Ez 36,28). Esta dimensión teologal culmina en el Nuevo Testamento y cobra una dimensión
cristológica: "Dios nuestro Salvador y Cristo Jesús nuestra esperanza" (1 Tim 1,1). Cristo es nuestra
esperanza y, definitivamente, Dios al que Cristo nos conduce.
Si la esperanza es una virtud teologal es porque tiene a Dios como meta y término: él es el
bien que se pretende conseguir. Un Dios soberanamente amante y amable, en el que el ser
humano se sentirá plenamente realizado, sin que nada le falte, colmado del todo y, sin embargo,
saciándose de nuevo cada día, pues con el amor nunca se acaba y resulta siempre nuevo. Parece
lógico que, siendo Dios Amor infinito e incondicional, quiera darse totalmente. Lo propio del amor
es no reservarse nada y darse totalmente al amado. Dios se da por entero. Parece indigno de Dios
el dar menos de lo que puede: "de Dios no se puede esperar un bien menor que El" 1.
El ser humano tiene una capacidad insaciable. Es "capaz de Dios" 2. Mientras le queda algo
que desear o conocer, busca conseguido. Sólo se conforma con todo. El ser humano, en todo lo
que hace, busca la felicidad: "el hombre no puede no querer ser bienaventurado", dice Tomás de
Aquino3. Pascal se expresa de forma parecida: "el hombre quiere ser feliz y no quiere sino ser feliz
y no puede no querer sedo" 4. La felicidad es sentirse saciado en todos los aspectos y dimensiones
de la personalidad. Eso que parece imposible en este mundo (siempre nos falta algo), el cristiano
cree que es posible en el encuentro con Dios. Ya en este mundo podemos experimentar que un
auténtico encuentro amoroso es plenificador. ¡Cuánto más lo será el encuentro con Dios!. El es el
que sacia de bienes todos nuestros anhelos (d. Sal 103,5).
Pero a Dios en este mundo siempre le encontramos de forma imperfecta, nunca le vemos
"cara a cara". De ahí que el objeto de la esperanza, en su contenido pleno, está más allá de este
mundo: "esperamos lo que no vemos" (Rm 8,24-25; 2 Co 5,6-7). Esto que ahora no vemos, un día
lo veremos y nos transformará (d. 1 Co 13,12). "Aún no se ha manifestado todavía lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1 Jn
1
TOMÁS DE AOUINO, Suma de Teología U-U, 17,2.
2
En el contexto de su teología de la esperanza introduce Tomás de Aquino esta fórmula clásica (De Spe 1, ad
5). Sobre la fórmula como tal, ver TOMÁS DE AOUINO, De Veritate 14, 10, obj. 2, Y la nota que introduzco en
la edición de esta cuestión, con traducción, notas y comentarios, próxima a salir en edit. BAC.
3
Suma de Teología I-Ir, 5,4, ad 2.
4
Pensées, n° 169, ed. Brunschvicg.
123
3,2). En estos dos textos (1 Co 13,12 y 1 Jn 3,2) el objeto de la esperanza se traduce en términos de
visión o de conocimiento de Dios. Según la fórmula de Pablo se trata de ver a Dios cara a cara. Esta
fórmula está tomada del Antiguo Testamento (Ex 33,18.20). Ante todo significa algo imposible al
ser humano, algo que causa la muerte: ver a Dios es morir. Pero aquí significa que esto, imposible
en el mundo presente, es un elemento de la felicidad escatológica al final de los tiempos.
Este "ver a Dios" no debe entenderse de forma estática. Habría que entenderlo en paralelo
con lo que significaba la visión del rey en las cortes orientales: el rey resultaba inaccesible para la
generalidad de sus súbditos; sólo a los miembros de su corte y a los consanguíneos les era dado
contemplado tal cual es. Así, la clave que descifra la imagen de la visión de Dios es la convivencia,
la comunión interpersonal, el participar de su vida y gozar de su compañía.
Estar con Dios o ver a Dios es el objeto material, el contenido de nuestra esperanza. La
teología utiliza una fórmula neotestamentaria para expresar este objeto: la vida eterna (d. 1 In
2,25). La vida eterna es en primer lugar Dios mismo, el único que posee en plenitud la Vida. Pero
es también la participación por el ser humano de la vida de Dios. Y en esta participación está la
felicidad del hombre. De ahí que esperar en Dios es esperar nuestro bien. Una vez más vale la
pena recurrir a san Pablo. Para él la noción clave para designar el objeto de la esperanza es la de
"gloria" (doxa)5. La gloria es algo que propiamente sólo a Dios pertenece. Pero el encuentro con la
gloria de Dios es nuestra glorificación. Los cristianos esperan participar en la doxa de Dios y de
Cristo; más concretamente en la manifestación de esta gloria que se extenderá en sus cuerpos y
en el universo entero. En el encuentro con Dios, todas las dimensiones del ser humano, incluidas
sus dimensiones mundanas, corporales y sociales, quedan plenificadas 6. La glorificación alcanza a
todo el hombre, a todo su ser corpóreo-espiritual, y le alcanza no sólo individual sino también
comunitariamente. La realización de la salvación se concibe como una nueva creación, como la
liberación del universo, de la creación entera (d. Rm 8). El hombre, considerado como tal, está
5
En las epístolas de San Pablo encontramos una gran riqueza de vocabulario para designar el objeto de la
esperanza. Pablo habla del reino: "Dios os llamó a su Reino y gloria" (1 Tes 2,12; cf2 Tes 1,5; Rm 5,17); de la
salvación (1 Tes 5,S; 2 Tes 2,13; Rm 5,9-10); de la vida, la vida eterna (GaI6,S; 1 eo 15,22; Rm 5,17; 6,22); de
la herencia CEE 1,18; Tit 3,7). Pero la noción clave para designar el objeto de la esperanza es "gloria".
6
Sobre la salvación, que integra todas las dimensiones de lo humano, ver: M. GELABERT, JesÚs, revelación
del misterio del hombre, San Esteban-Edibesa, SalamancaMadrid, 3.a ed., 2001, 253-256.
124
privado de la gloria de Dios (Rm 3,23), pero el cristiano puede "glorificarse en la esperanza de la
gloria de Dios" (Rm 5,2), "gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rm 8,18). Incluso la creación
vive "en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa
libertad de los hijos de Dios" (Rm 8,21). El objeto de la esperanza es la glorificación total y entera
del hombre llamado en Cristo a participar en la Gloria de Dios.
Conviene acabar con una observación a propósito del objeto material de la esperanza,
coherente con la imperfección de lo teologal a la que ya nos hemos referido en otras ocasiones.
Todo lo que decimos no son más que imágenes, vagas alusiones, que reflejan pobremente una
realidad desconocida. Nosotros no conocemos la realidad desde el lado de Dios, sino desde
nuestro lado. Por eso "la bienaventuranza eterna no llega en realidad de manera perfecta al
hombre, es decir, hasta el punto de que pueda conocer el hombre viador cuál y cómo sea; puede,
no obstante, llegar a su conocimiento bajo una razón común, es decir, la de bien perfecto, y así
tiende hacia ella la esperanza... Lo que esperamos queda aún velado para nosotros" 7.
Ya dijimos al tratar de la antropología de la esperanza (en el capítulo 2), que una de las
características de la esperanza es que resulta posible. Lo que parece imposible causa
desesperación. La posibilidad es lo que distingue la esperanza del deseo, "porque el deseo lo es
respecto de cualquier bien sin consideración de su posibilidad o imposibilidad. En cambio, la
esperanza tiende a un bien como algo que es posible alcanzar, pues en su naturaleza incluye cierta
seguridad de conseguirlo"8.
¿Qué es lo que hace conseguidera la esperanza? ¿Acaso las fuerzas y capacidades del ser
humano? ¿Cómo tales fuerzas limitadas van a conseguir lo que por definición supera las
posibilidades humanas, lo que el ojo no vio, el oído no oyó y la mente jamás imaginó? Sin
embargo, antes dijimos que el hombre es "capaz de Dios". Esto significa que tiene una capacidad
de acoger a Dios, pero esta capacidad es puramente receptiva. El hombre no puede ni obligar a
Dios a que se dé, ni merecerlo con sus obras, ni conquistarlo con sus fuerzas. En el mismo contexto
de su teología de la esperanza, en el que Sto. Tomás dice que el hombre es "capax Dei", se cuida
de aclarar lo siguiente: "el que la bienaventuranza eterna sea un bien proporcionado a nosotros (o
sea, para el que estamos capacitados) proviene de la gracia de Dios. Y, por este motivo, la
esperanza que tiende a ese bien como proporcionado al hombre para poseerlo, es un don
divinamente infundido"9.
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poder y de la piedad divinas"10. En esta fórmula tan concisa, el objeto formal de la esperanza es el
auxilium divinae potestatis et pietatis, se encuentran los dos motivos fundamentales de la
esperanza: el poder y la misericordia divinas 11. Ambos motivos encuentran una buena iluminación
tea lógica en la doctrina de la creación y, sobre todo, en la cristología.
En el dar el ser a lo que no existe (d. Rm 4,17) comienza a manifestarse el amor de Dios y
su poder. El amor o misericordia, porque al ser la creación un acto libre de Dios, Dios sólo crea lo
que le agrada, lo que le complace. Es un acto libre, porque antes de que Dios se decida a crear, no
existe nada y, por tanto, nada le condiciona. "No existe necesidad exterior alguna que motive su
actuación creadora, ni coacción alguna que la determine" 12. Por eso, la razón de la creación es el
amor. Las cosas y, sobre todo el ser humano, tienen razón de amor. En el misterio mismo de la
creación, como bien ha notado Juan Pablo II, está el fundamento del amor de Dios a su criatura 13.
"Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si algo odiases, no lo habrías
creado. ¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras? ¿Cómo se conservaría, si no lo hubieras
llamado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida"
(Sab 11,24-26). Porque Dios es amigo de la vida y, sobre todo, amigo de los seres humanos;
porque cada uno de los seres humanos es para Dios una auténtica delicia (d. Prov 8,31), resulta
posible esperado todo de su amor, pues el auténtico amor se da sin medida, sin reserva; da todo
lo que tiene y puede.
Pero hay que decir algo más a propósito del Amor de Dios como fundamento de la
esperanza. Pues este amor se ha manifestado de forma definitiva en Jesucristo. Así, esperamos
con una certeza inquebrantable porque Dios nos ha amado y nos ama en Jesucristo: "nada podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rm 8,39; d. Rm 8,31-
39). Nosotros poseemos ya las primicias de este amor; más aún, este amor nos ha sido dado con el
don del Espíritu, que nos asegura que somos amados y que amamos (d. Rm 5,1-11; Gal 4,4-7). Una
esperanza así fundamentada "no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5), y por tanto, es capaz de "esperar
contra toda esperanza" (Rm 4,18). Esto significa que si la esperanza tiene que ver con el "más allá",
su fundamento está en el "más acá", en la experiencia de un Dios que nos acompaña en nuestra
realidad creada y garantiza el cumplimiento de nuestros más profundos deseos. Dicho con
palabras de Edward Schillebeeckx, es la densidad religiosa del presente, o sea, el vivir hoy en
10
De Spe, 1.
11
Cf. TOMÁS DEAQUINO, Swna de Teología H-H, 18,4, ad2yad3; 21,1 y4; también In Psalm. 9: "Ex duobus
enim spes consurgit: quod sit potens; et hoc patet, quia Dominus nomen illi; et quod sit volens, quia summe
bonus; unde Luc 18,19, nemo bonus nisi solus Deus". El tema está ya presente en San Agustín (para el poder:
Enarr. in Psalm. 148; 26, sermo H. Para la misericordia: Confesiones, X, 29, 40; X, 32, 48). En esta misma
perspectiva se sitúan San Alberto: "innititur enim super omnia spes bonitati et largitati increatae" (In III Sellt.
d. 26 a. 1 ad 8), y San Buenaventura: la esperanza se apoya en la largueza inmensa e inagotable de Dios que
nos ha prometido la gloria, y que no quiere ni puede faltar a sus promesas, por ser la suma bondad y
omnipotencia (In III Sent. d. 26 a. 1 q. 1).
12
J. MOLTMANN, Dios e/lla creación, Sígueme, Salamanca, 1987,89.
13
Dives in misericordia 4 k.
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comunión con Dios, lo que da todo su sentido a la esperanza cristiana 14. Así se comprende esta
magnífica precisión de Sto. Tomás: la esperanza, en cuanto se refiere a lo esperado, es imperfecta,
porque todavía no se tiene lo que se espera; pero en cuanto se refiere al fundamento de lo
esperado, "a saber, el auxilio divino, es disposición para lo perfecto, pues la perfección del hombre
consiste en unirse a Dios"15. Y esta unión comienza en el presente de nuestras vidas.
En efecto, si Dios puede suscitar vida de la nada, por el mismo poder puede devolver la
vida a los muertos. Así argumentaba ya el libro de los Macabeos para sostener la esperanza de los
mártires (d. 2 M 7,22-23.28). De forma parecida argumentaban los primeros escritores cristianos:
((Que el poder de Dios sea suficiente para resucitar los cuerpos, lo prueba el hecho mismo de su
creación. Pues si de la nada hizo Dios los cuerpos de los hombres,... con la misma facilidad
resucitará a los que de cualquier modo se hayan deshecho, siendo esto igualmente posible para
El"18. ((Dios, que te hizo, puede nuevamente volverte a hacer" 19. La fe en la creación ((de la nada"
se muestra así "como una verdad llena de promesa y de esperanza" 20.
Es posible prolongar esta reflexión sin apelar directamente a Dios y fijándose únicamente
en la maravilla de la vida. Partamos del planteamiento de un conocido filósofo actual, Fernando
Savater, que puede servir de punto de contraste con nuestra posición. Savater, a la pregunta sobre
si la vida tiene algún sentido responde abiertamente que no, pues tiene sentido aquello que ha
sido concebido de acuerdo a un determinado fin, y la vida no tiene ningún fin, ninguna salida, pues
acaba con la muerte: ((La pregunta por el sentido... ¡carece de sentido! Lo realmente absurdo no
14
Cristo y los cristianos, Cristiandad, Madrid, 1983,784.
15
De Spe 1, ad 4.
16
A Autólico n, 13.
17
Cf, SAN AGUSTÍN, De fide et symbolo II, 2; textos patrísticos y medievales sobre el tema, en M. GELABERT,
"Dios Padre, todopoderoso creador", en Dios Padre envió al mundo a su Hijo, Secretariado Trinitaria,
Salamanca, 2000, 113, nota 4.
18
ATÉNAGORAS. Sobre la resurrección de los muertos, 3.
19
TEOFlLO DE ANTIOQUÍA, A Autólico 1, 8. Igualmente TERTULIANO: "¿Por qué no podrías resucitar de la
nada por voluntad del mismo Autor, que quiso devinieses al ser de la nada?.. Cuando no existías, fuiste
hecho: ¡Nuevamente serás hecho, cuando no existas!... Más fácil es hacer tras haber existido, puesto que no
fue difícil hacerte antes de haber existido" (Apologia, 48); Cf. TERTULIANO, De resurr. camis, 33;GREGORIO
DE NISA, De opificio hominis, 24; CIRlLO DE JERUSALÉN, Catequesis XVIII 515; AGUSTÍN: "Quién pudo hacer
lo que no era, ¿no podrá re-hacer lo que era)" (Sennón 361,8-18).
20
Catecismo de la Iglesia Católica, n." 297.
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es que la vida carezca de sentido, sino empeñarse en que deba tenerlo" 21. De todos modos,
constata F. Savater, ((todos hemos derrotado ya a la muerte una vez, la decisiva. ¿Cómo?
Naciendo"22. Esta constatación resulta de sumo interés: la prueba de que la muerte puede ser
vencida es que estamos vivos. El día que nacimos vencimos a la muerte. Y la vida, como también
dice Savater, es un "milagro", un "asombro" 23.
21
Las preguntas de la vida, Ariel, Barcelona, 1999,274.
22
Id,277.
23
Id, 32 Y 41.
24
"Lo mismo que al nacer traemos al mundo lo que nunca antes había sido, al mOlir nos llevamos lo que
nunca volverá a ser" (F. SAVATER, Id., 35). Pregunto: ¿y eso último en razón de que se afirma? Si no se
afirma como posibilidad (y entonces se deja una puerta abierta a otras posibilidades) se trata de una
afirmación que parte de un presupuesto dogmáticamente ateo.
25
Obras Completas, Escélicer, Madrid, 1966, t. VII, 137.
26
Sobre la relación entre memoria y esperanza han tratado San Agustín en el libro X de sus Confesiones, y
San Juan de la Cruz, en los libros II y III de su Subida al Monte Carmelo.
27
"El cumplimiento de la promesa de Dios es posible porque Dios tiene el poder de resucitar a los muertos y
de llamar al ser a lo que no existe (d. Rm 4,1617). El cumplimiento de la promesa de Dios es seguro porque
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resurrección de Jesús es signo anticipador porque hay un futuro de Cristo resucitado, y este futuro
somos nosotros: él ha resucitado como primicia de todos los que mueren. En la perspectiva de la
esperanza hay que decir dos cosas importantes sobre la resurrección, que tienen que ver con la
esperanza en el "más allá", pero que también tienen que ver con su vivencia en el "más acá":
2º._ Por esta razón, en el camino (o sea, en el seguimiento de Cristo) es donde uno
comprende y experimenta la validez y el realismo de la esperanza. La resurrección de Cristo no
invita a huir del presente, a quedarse mirando al cielo (Hech 1,11), sino a volver la mirada a la
tierra para anticipar en este mundo aquello que esperamos. La resurrección de Cristo no sólo abre
la esperanza de una vida imperecedera en comunión con Dios, sino que invita al seguimiento. Más
aún, sólo en el seguimiento esta esperanza se muestra poderosa, pues allí es posible comprobar
sus virtualidades y experimentar su certeza.
Dios resucitó a Cristo de entre los muertos" (J. MOLTMAI'IN, Teología de la Esperanza, Sígueme, Salamanca,
1968,189).
129
Sto. Tomás se plantea si puede darse esperanza en los animales, respondiendo
afirmativamente28. Dejemos esto de lado. De lo que se trata aquí es de la esperanza humana, de la
esperanza de este ser finito que no se conforma con su finitud y anhela un bien mejor; y, en
concreto de lo siguiente: ¿qué es lo que realmente ejercita en el hombre la acción de esperar?
Dentro del hombre, ¿qué es lo que espera? Puesto que la esperanza anhela un bien futuro, en la
estructura psicofísica del ser humano esperarán aquellas "facultades" cuya actividad consista en
apetecer lo futuro: el apetito sensible y la voluntad. Tomás nota que el sujeto de la esperanza
teologal no puede ser el apetito sensitivo, que se dirige a bienes concretos y no va más allá de los
bienes corporales o materiales, sino la voluntad (facultad apetitiva de la razón) que se dirige al
bien en cuanto bien. Ella es el "sujeto" propio de la esperanza teologal.
Una respuesta como esta merece el calificativo de "simplista" por parte de un autor tan
respetable como Pedro Laín29, pues nada deja de esperar en la realidad humana. Espera el hombre
con su apetito sensible, con su voluntad, pero también con su inteligencia, su cuerpo, su acción, su
memoria. Sin duda tiene razón. Y Tomás de Aquino no creo que le contradijera.Pues para Tomás la
esperanza presupone la fe y, por tanto, la acción de la inteligencia. Pero en su deseo de precisar, y
de situar cada una de las virtudes teologales anclada en las distintas potencias o facultades del ser
humano, Tomás coloca la fe en la inteligencia, ya que su objeto es la verdad; y la esperanza en la
voluntad, ya que su objeto es el bien. Y al bien se dirige la voluntad, aunque no sin la inteligencia
(necesaria para conocerlo). De la misma manera que Sto. Tomás no se cansa de repetir que la fe es
un acto de la inteligencia movida por la voluntad, cabría decir también que la esperanza es un acto
de la voluntad movida por lo que la inteligencia le da a conocer: "el movimiento de la facultad
apetitiva es dirigido por la facultad cognoscitiva" 30. Pero "el deseo del hombre no descansa o
reposa en el conocimiento que da la fe... Cuando se tiene fe, aún reside en el alma un movimiento
hacia alguna cosa, a saber, para ver perfectamente las cosas que se creen, y alcanzar los medios de
llegar a esta verdad... Esta es la razón por la que después de la fe es necesaria la esperanza para la
perfección de la vida cristiana"31.
28
Suma de Teología I-II 40, 3.
29
PEDRO LAÍN ENTRALGO, Antropología de la esperanza, Guadarrama, Barcelona, 1978, 176.
30
TOMAS DE AQUlNO, De Spe, 2, ad 4.
31
TOMÁS DE AOUINO, Compendio de Teología, n, 1.
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aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo" 32. Pensemos,
además, que las personas amadas no nos son extrañas ni ajenas; son como una prolongación de
uno mismo. Y "presupuesta la unión de amor con otro, puede uno esperar y desear algo para él
como para sí mismo"33. Si también consideramos a lo mundano y ecológico como prolongación de
nuestro propio cuerpo, se puede entonces hablar de "la ansiosa espera de la creación" (Rm 8,19).
En resumen, que quién espera es el hombre con todas sus fuerzas (inteligencia, voluntad,
afectividad, etc), pero también con sus dimensiones sociales y mundanas.
¿Qué se puede esperar del ser humano concreto en las condiciones de nuestro mundo
presente? ¿Qué podemos esperar en el aquí y el ahora? ¿O sólo en la escatología muestra sus
efectos la esperanza cristiana? ¿O es que fuera de la explícita aceptación del evangelio (y, a veces,
incluso entre los propios cristianos) no hay más que ruina, desolación y muerte? ¿Por qué las
utopías mundanas parecen abocadas al fracaso? ¿Será que el ser humano, a pesar de todos sus
anhelos de un mundo mejor, no puede 10grarIo nunca? ¿Por qué, incluso persiguiendo el ideal,
persiguiendo por ejemplo la justicia, se generan situaciones de inhumanidad? La teología conoce
un "pecado original" que nos marca desde los inicios. Pero no es menos cierto que también la
teología afirma que este pecado original puede ser vencido en Cristo. y, aún así, ¿no reaparece
este pecado, o la concupiscencia, o la animalidad, con demasiada frecuencia, incluso entre los
mismos bautizados?
El pasado siglo XX y los comienzos del presente siglo XXI han sido años de guerras y
enfrentamientos, de injusticias sociales y de demasiadas víctimas inocentes. Esta voz de las
víctimas nos pide resistir y esperar, combatir a favor de lo humano, porque claudicar sería dar una
segunda victoria a los vencedores y cometer una segunda injusticia con las víctimas. Y nos pide
también cobrar conciencia de las responsabilidades y consecuencias de nuestros actos, incluso de
las consecuencias no deseadas explícitamente, pero que inevitablemente ocurren. El creyente,
además, puede esperar en un Dios que hará justicia a las víctimas y anunciado, consciente de que
la credibilidad de este anuncio se juega en su compromiso a favor de las víctimas.
131
caridad. La caridad, como veremos en nuestro próximo capítulo, es la forma de la esperanza, o
sea, lo que le da sentido. Sólo así la esperanza escatológica puede dejar de ser alienante.
Permítaseme acabar estas reflexiones con unas palabras sabias, pronunciadas desde una
humanidad preocupada, pero esperanzada a pesar de todo:
34
ERNESTO SÁBATO, Es difícil vivir en medio de tanta ausencia, en "El País", 24 de junio de 2001,38.
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