Prólogo

E ste es un libro necesario. Quizás más que eso, lo estábamos esperan-

do. En el camino hubo intentos, tracks a medias, ensayos interrumpi-
dos. Destellos. Tal vez debía pasar un tiempo suficiente para que esta parte
de la historia de Concepción fuera tomada en cuenta, se registrara y anota-
ra. Tenemos camino andado y estatuto, qué duda cabe.
En este trayecto, el rock penquista fue adquiriendo personalidad pro-
pia, estructuró sus códigos así como un sistema de signos reconocibles, sig-
nificado social, ubicación y un sentido de identidad, como sostiene Simón
Frith. De a poco descubrimos quiénes somos en canciones que no nos ha-
blan tan directamente pero que en su escucha descubrimos esa segunda
naturaleza penquista, sureña, húmeda. Sí, en ese territorio donde resuenan
la melancolía lluviosa de las guitarras de Los Tres, los sueños sicodélicos de
Los Santos Dumont, la lucidez desequilibrante, barriobajera y new wave de
Emociones Clandestinas, el neorromanticismo melódico de The Saloon, la
porfía martillante del punk de Machuca o el pop elegante de Los Bunkers.
Resonancias que asoman como epifanías vigorosas, creativas y en proce-
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so. Que tal vez iluminan la «ciudad brumosa», ciudad-frontera o la de los

lagartos venenosos del poeta Gonzalo Rojas. La marca pencopolitana en
el rock nacional ya es un sello indeleble, cuyo nuevo fuego está fundiendo
lo penquista entre las cuerdas sutiles y la recogida voz de Niño Cohete, la
rugosidad y el desenfado de Julius Popper, la introspección de Cantáreman,
la explosión progresiva y sicodélica de Mantarraya, el trip folk impresionista
e hipnótico de Florida o el beat-pop de Julia Smith. Y, como el curso y el re-
curso de la historia, la vuelta de Zurdaka en medio de las nuevas señales de
Charly Benavente, Los Insolentes, La Negra Acida, Piloto Natural, Los Cua-
tro Amigos del Doctor, entre muchísimos otros.

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Cárcamo, U. R. (2017). Concenoff : Relatos de rock penquista. ProQuest Ebook Central <a
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 Hablamos al comienzo de ensayos, notas, o si queremos pruebas de
sonido. Entre ellos, están los apuntes de Michael Cáceres, que escribió una
monografía acerca de las primeras bandas emergidas en los años ochen-
ta como Los Cuatro Amigos del Doctor o Emociones Clandestinas. Luego,
a mediados de los años noventa, el dibujante penquista Omar Campos,
Oniri, publicó la historieta Rock Around the Clock, la historia del rock en
Conce, y el periodista Álvaro Muñoz, quien, bajo la etiqueta La concepción
del rock, ha desarrollado iniciativas como la creación de su página discur-
sorockchileposdictadura.blogspot.com. También están el documental de
Ricardo Mahnke ¿Concepción, cuna del rock?, estrenado en 2014; Gritos
de fin de siglo (2012), proyecto de título de comunicador audiovisual del
Duoc, dirigido por Karen Baher. Y finalmente los dos libros fotográficos Es-
cenario Íntimo I y II, de Angélica Paredes, que intentan fijar nuestro rock
en imágenes.
Lugar y territorio. El rock de acá es a la vez propuesta estética y política,
espacio de pertenencia y enunciación. Así, por fin, se ha comprendido que la
música anuncia, contiene el sonido de los tiempos venideros, es para medio
de percibir el mundo y escuchar la banda sonora de las vibraciones sociales
o la reverberancia existencial.
Con estos y otros propósitos, este texto se estructura con algunas de las
herramientas vigorosas del periodismo: La entrevista, la crónica de ambien-
te, el perfil humano, lo informativo y la investigación. El dato duro trabajado
con años de tarea silenciosa que alimentó un archivo hasta ahora disperso,
disuelto, guardado, quizás menospreciado. Ahora aquí se articula con una
narrativa simple, directa, sin adornos ni retórica. Puede incluso leerse como
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un gran reportaje.
Los hechos, vivencias, casualidades, el destino, lo social, político, cul-
tural, lo sicológico e individual, muestran un tejido plural de historias. Una
hermenéutica donde a ratos domina la anécdota, otras veces la certeza de
lo humano, los desafíos y el relato crudo, ingenuo, juvenil, apesadumbrado,
sugerente, enigmático, deslumbrante. Y la amistad que ha sabido alimen-
tar a la tribu, una hermandad poderosa, más allá de cualquier pequeñez de
egolatría.
Así se rompe la hegemonía de la historicidad del rock chileno, contada
desde y por el centro. Por y para Santiago. Tanto que nos bautizaron como

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 «la cuna del rock chileno» y nos colgaron el mote de «capital rockera». Aho-
ra no. Tenemos otro relato, otro cuento, uno del lado de acá. Otras voces,
nuevos capítulos de nuestra historia que han dado vuelta el mapa y habrá
que mirar de otro modo. Las historias vividas en este paralelo, con el Bío-Bío
de fondo, resignifican la patria chica. ¿Quién mejor que nosotros para con-
tarlas con el lenguaje transfigurador del arte? Aquí subyace, como señala
Greil Marcus, «la gran confianza en la sobredeteminación cultural del rock».
En los capítulos de este libro encontraremos la actuación pionera de
Bill Haley en los tempranos sesenta, cuando el rock era una verdadera no-
vedad y la ciudad parecía comenzar a formar público con ese espíritu. El
relato de la fanática Marta Geli es deslumbrante y describe ese momento
epifánico. Las aventuras y desventuras de Ricardo Mahnke y su histórica
producción del concierto de unos desconocidos Prisioneros en el Aula
Magna, el primero fuera de Santiago. Este hecho, contado aquí largamente
con sabrosas anécdotas, desconocidos detalles y vivencias muy potentes,
certifica, además, el cosmopolitismo rockero: Los muchachos penquistas
les mostraron a los sanmigueleños qué estaban escuchando y por qué.
Como vasos comunicantes y raíces comunes están los programas de
radio. Los pioneros e inolvidables Nueva dimensión y La rana domin-
guera, creación de Francisco Pancho Vergara, a los que se sumaron Yas-
ha Konefke, Felipe Raurich y Marcos Vergara. Más allá de lo musical hubo
ahí códigos y señales de resistencia cultural. Y sus continuadores: La am-
polleta encendida (de Mahnke), La nueva oreja (de Marco Valenzuela y
Jorge Mendoza) y La otra cuerda musical (de Fernando Vásquez). Puedo
decir con orgullo que mi programa Contrapunto, de Radio Coral de Puerto
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Montt (realizado entre 1980 y 1988), intentó replicar el modelo de Nueva

dimensión.
La topografía penquista se dibuja aquí en casas, barrios, parques, ca-
lles, sitios, teatros, rincones. Espacios únicos que guardan una memoria,
un pasado que se vuelve presente. El lector podrá, a la manera del flâneur
baudeleriano, observar «la alegría inmensa para establecer su morada en el
corazón de la multitud, entre el flujo y reflujo del movimiento, en medio de
lo fugitivo y lo infinito…». Los ecos llegan desde el Aula Magna, las radios
Simón Bolívar, Universidad de Concepción, de la Universidad del Bío Bío, El
Quijote, la Sala Dos, el Teatro de la Universidad de Concepción, la Ferbio, la

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 Diagonal, la Plaza Perú, el Cariño Malo, la casa de los Donoso o el Colegio
Médico. Y como toda historia rockera que se precie de tal, también tuvimos
un récord: el de la banda So and So, que estuvo 57 horas y 30 minutos to-
cando sin parar.
Pero hay más. La generosidad y el múltiple empeño creativo de Mau-
ricio Melo y sus Santos Dumont, la furia inagotable de Yogui Alvarado y sus
emociones aún clandestinas, la madurez de Pancho Molina para mirar en
paz a Los Tres, las revelaciones de Cuti Aste, el sostenido vigor juvenil de
Pollo Muñoz y sus convicciones musicales, el viaje del margen al centro de
Machuca y seguir cantando Viva Machuca, la admiración de Sergio Lagos y
Rubén Albarrán, vocalista de Café Tacuba, por Los Tres o el retorno genero-
so de Mauricio Basualto.
Esta historia se sigue escribiendo todos los días. Un presente que es pa-
sado y un pasado que es presente. Están esperando las voces de los funda-
dores: Jordi Santamaría y Los Tigres, Mala Yerba y Edgardo Porsy Riquelme.
Y con ellos, Espectro y Johnny Ambiado, El Cuarteto, Holocausto, Contra-
dicción, Grito de Fin de Siglo, Rock al Sur del Mundo, y Octava Maravilla, el
mítico Festival de Quillón, los inclaudicables metaleros y Al filo del Acero, el
viejo gimnasio del Lord Cochrane y, claro, Los Tres y Los Bunkers.
«No son las voces que gritan rabia, no son las calles de Concepción,
pero algo me tiene mal y no sé lo que es», dice Yogui Alvarado en «Una ex-
traña sensación». Un malestar tan urgente que no haga seguir revolviendo
el aire, agitando el agua, celebrando el rock.
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Rodrigo Pincheira Albrecht

Concepción, diciembre de 2016

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