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XIV Jornadas

Interescuelas/Departamentos de Historia
2 al 5 de octubre de 2013

ORGANIZA:

Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras


Universidad Nacional de Cuyo

Número de la Mesa Temática: 18


Titulo de la Mesa Temática:
Apellido y Nombre de las/os coordinadores/as: Trincheri Alcira
Contarino Sparta Luciana L.

DESCOLONIZACIÓN POLÍTICA E IDEOLÓGICA


EN TIEMPOS POSCOLONIALES

Contarino Sparta Luciana L.


Universidad de Buenos Aires
llcontarinosparta@hotmail.com

La idea de nación, entendida como un pueblo que comparte un lenguaje y una


cultura comunes, emergió en el siglo XIX en carácter de sustrato aglutinante de los
Estados que se consolidaron en la Europa moderna.Los gobernantes, interesados en
asegurar la lealtad de la población y legitimar el monopolio del poder estatal, alentaron
la idea de unidad basada en la homogeneidad étnica y cultural, basada en tradiciones e

1
historia inventadas1, con un perfil claramente identificable en contraposición a otras
nacionalidades y a otros pueblos. Hacia fines de esa misma centuria, sin embargo,
adquirieron una vitalidad inusitada los movimientos migratorios, llevando al
desplazamiento de personas que llegaron a cruzar océanos para instalarse en escenarios
totalmente alejados de su lugar de origen, mezclándose en el interior de las fronteras
políticas, por lo cual la pureza de la población que albergaban los límites estatales, más
allá de haber sido ficticia en su origen2, se transformó en impensable.

Así, lo que realmente despertó la preocupación de los gobiernos fueron los


movimientos poblacionales protagonizados por individuos que tenían la intención de
establecerse en el territorio de alguno de los Estados-nación que se habían consolidado
en los tiempos modernos y de los cuales no eran originarios. Y esta preocupación no
resultó exclusiva de los países europeos, sino también de Estados nacientes de otros
continentes que habían alcanzado el estatus de autonomía o independencia. Como bien
lo señalara Harald Kleinschmidt, las migraciones pasaron a convertirse entonces en una
cuestión política y definir al inmigrante extranjero en contraposición a los habitantes
nativos se constituyó en una cuestión central dentro del marco de la administración de
los modernos Estados-nación para la elaboración de sus respectivas políticas. La palabra
migraciones se transformó en “un término de las ciencias sociales funcional a las
necesidades prácticas de los administradores y derivado de la teoría social y filosofía
política de los siglos XIX y XX” (Kleinschmidt, 2003: 12), resultando primordial
definir las condiciones que debía cumplir un individuo o grupo de personas para ser
aceptados como inmigrantes y no ser considerados presencias indeseables.

1.- De necesarios a indeseables

En este contexto, un contenido pendular caracterizó a las políticas que en


materia migratoria adoptaron los diferentes gobiernos ya que, por un lado, estos
movimientos se erigieron en la fuente por excelencia de mano de obra cuando la oferta
interna no alcanzaba a cubrir las necesidades, pero, alternativamente, fueron
representados como una “amenaza” a los valores nacionales y a las posibilidades de

1 “Para ello resultaba especialmente útil la educación pública (…), como también lo eran los
historiadores, quienes podían construir evocadoras ‘historias nacionales’” (Marks, Robert. Los orígenes
del mundo moderno, Barcelona, Editorial Crítica, 2007, p. 208).
2 De acuerdo con Ernest Gellner, las naciones constituyen formas de clasificar a los hombres, creando
una idea de pertenencia colectiva ya que el nacionalismo puede “inventar naciones donde no existen”
(Gellner, Ernest. Nations and nationalism, Nueva York, Cornell University Press, 1983, p. 48), mientras
que Benedict Anderson califica a las naciones de”comunidades imaginadas” (Anderson, Benedict.
Imagined Communities: Reflections of the Origin and Spread of Nationalism, Nueva York, Verso, 1993, p.
12).

2
empleo de sus ciudadanos. Por eso las políticas puestas en prácticas no podían ser
simplemente prohibitivas, sino regulatorias del ingreso de individuos extranjeros que
tuvieran la intención de establecerse en el país de recepción, quienes, alternativamente,
podían ser una conveniencia o un elemento nocivo. Inclusive, las mismas personas eran
pasibles de pasar por una u otra calificación en circunstancias y contextos cambiantes.
Se hizo imprescindible, por lo tanto, contar con instrumentos legales para justificar
expulsiones o favorecer el ingreso de ciertos grupos en desmedro de otros.

Un ejemplo de ello es el Reino Unido que, debido a su temprano proceso de


industrialización, se había erigido en un territorio atractivo por las oportunidades
laborales que ofrecía. A lo largo del siglo XIX, recibió inmigrantes alemanes, italianos e
irlandeses, a los que se sumaron miles de judíos que huían de persecuciones,
procedentes en especial de Rumania, Rusia, Lituania y Polonia3 y, además, se produjo el
paulatino arribo de inmigrantes desde diferentes puntos del imperio británico, incluidos
territorios africanos, asiáticos y caribeños, quienes se concentraron en su mayoría en
torno a las actividades del puerto londinense4. No obstante, el incierto panorama
posterior a la Larga Depresión5, alentado por las reacciones xenófobas que se habían
propagado entre los locales durante la crisis, trajo consigo el fin de un largo período
liberal para inaugurar una etapa de control social y regulación.

Sus manifestaciones más representativas fueron la British Alien Act, promulgada


en Gran Bretaña en 1905. Aunque se trataba de una legislación simplemente
“regulatoria”, ofrecía un amplio nivel de discrecionalidad a las autoridades locales en el
manejo de la problemática migratoria. La ley calificaba de “indeseable” al inmigrante
que no pudiera mostrar que se encontraba en posición de obtener medios para
mantenerse decentemente a sí mismo y a las personas que dependieran de él; al que
fuera “un lunático o un idiota” o sufriera cualquier enfermedad que pudiera convertirse

3 Ya en 1815 se registraba en Londres la presencia de aproximadamente 20.000 judíos, a quienes se


atribuye el desarrollo de una importante industria dedicada a la vestimenta. Su número se incrementó con
las persecuciones hacia fines de siglo. Como fuente contemporánea sobre la persecución judía en Rusia a
fines del siglo XIX, puede consultarse The Persecution of Jews in Russia. With an Appendix Containing a
Summary of Special Restrictive Laws, elaborado por el Russo-Jewish Committee de Londres y publicado
por Wertheimer, Lea & Co. en 1890. Fue digitalizado el 11 de marzo de 2008 por la Universidad de
Harvard.
4 Ver al respecto: McConnachie, Aliston. “A history of immigration to England”. En: Sovereignity,
Noviembre 2002, www.sovereignity.org.uk.
5 En 1873-1896 se produjo la llamada Larga Depresión o Larga Recesión que combinó
problemas financieros con la caída de los precios agrícolas y la disminución de los alimentos
básicos para la supervivencia y la reproducción de la población. Como consecuencia de la
demanda del proceso industrial, la profusión de los cultivos de subsistencia había ido
disminuyendo en favor de las materias primas, con la consiguiente insuficiencia de los
primeros, pero esta situación se agravó debido a sucesivas malas cosechas provocadas por
problemas climáticos. A su vez, deudores que no pudieron hacer frente a sus compromisos
crediticios llevaron a la caída de mercados e instituciones bancarias

3
en una carga para el erario o un peligro para la gente; al que hubiera sido sentenciado en
un país extranjero o a quien pesara en contra de él una orden de expulsión dentro del
marco de dicha normativa (Kleinschmidt, 2003: 2).

De todos modos, más allá de apelarse a las enfermedades, los antecedentes


penales o la insolvencia para calificar de indeseables a ciertos inmigrantes, las
legislaciones restrictivas tuvieron muy especialmente en cuenta las categorías raciales
positivistas. Fueron las mismas que, en definitiva, se habían utilizado en Europa para
justificar el exterminio de los habitantes originarios en América y la trata esclavista y la
colonización en Asia y África, las cuales clasificaban a los seres humanos según sus
diferencias somáticas y colocaban a los blancos en la cúspide de la pirámide. Las
fundamentaciones racistas se transformaron en el elemento de distinción por excelencia,
dado que habían sido incorporadas “como causa y fundamento de una organización
estrictamente jerárquica de la sociedad” (Gilroy, 2001: 58) Ya a fines del siglo XVIII, el
médico cirujano inglés Charles White aseguraba que “los europeos blancos” deben ser
considerados como “la más hermosa raza humana” y que “nadie dudará de su
superioridad y poder intelectuales; y yo creo que será comprobado que su capacidad es
naturalmente superior también que la de cualquier otro hombre”. Cincuenta años
después, el anatomista también británico Robert Knox continuaría este discurso al
oponer la superioridad de los europeos a las “razas oscuras”, dentro de las cuales incluía
tanto a africanos como a asiáticos, judíos, irlandeses y gitanos, todos los cuales
guardaban un grado de “inferioridad” con respecto a los primeros6.

Tales criterios también se vieron reflejados en las nuevas leyes inmigratorias


británicas hacia comienzos del siglo XX, cuando se multiplicó el arribo de personas
procedentes de las colonias en los barcos ingleses. Como lo señalara Paul Rich, “el
pensamiento racial en Gran Bretaña a fines del siglo XIX y comienzos del XX estaba
fuertemente conformado por las experiencias paralelas de la expansión imperial
ultramarina y el crecimiento industrial y el conflicto de clase local” (Rich, 1990: 12).
Así, los inmigrantes fueron obligados a registrarse ante la policía y por la Aliens Order
de 1920 y la Special Restriction Act de 1925, conocida como Coloured Alien Seamen, y
se restringieron las posibilidades laborales de los marinos de origen africano y asiático
que no pudieran demostrar su nacionalidad británica, quienes eran considerados
competencia desleal por sus colegas blancos, los cuales los acusaban de cobrar salarios
bajos y de crear conflictos. Así, en medio de disturbios raciales que se dieron en los
6 White, Charles. An Account of the Regular Gradation in Man, and in Different Animals and Vegetables,
Londres, C. Dilly, 1799, pp. 134-135, Robert Knox, The Races of Man: A Fragment, Filadelfia, Lea and
Blanchard, 1850, p. 153. Citados por: Meyer, Susan. Imperialism at home. Race and Victorian Women’s
Fiction, Nueva York, Cornell University Press, 1996, pp. 15-17

4
puertos con respecto a los marinos considerados coloured, se puso en vigencia esta
norma, la cual derivó en la expulsión de varios que tenían nacionalidad británica, pero
sufrieron la confiscación de sus documentos para que no pudieran probarlo, como se dio
con muchos caribeños7. Inglés y negro no eran identidades compatibles dentro de la
metrópolis.

2.- Ejemplos de exclusión temprana: las cuestiones racial y nacional en el Nuevo y


el Novísimo Mundos

De todos modos, ejemplos de categorización racial mucho más tempranos


pueden encontrarse del otro lado del océano, en el territorio de los Estados Unidos de
América. Allí, entre 1802 y 1853, “los nuevos estados del norte que ingresaron en la
unión luego del fin de la esclavitud estaban tan preocupados por la pureza racial como
los más antiguos”8, por lo que pusieron en práctica leyes exclusivas, prohibiendo el
establecimiento de negros en su territorio. En lo que respecta a los Estados Unidos en su
conjunto, puede advertirse un cambio “normativo” con relación a la población de origen
africano al promulgarse la Ley de Naturalización de 1870, ya que permitió a su respecto
el acceso a la ciudadanía, sólo reservado a los blancos libres por la legislación que se
encontraba en vigencia desde 1790, aunque se trató de un avance relativo ya que se
instituyó en una convivencia “separada” para negros y blancos9.

En materia migratoria, el Immigration Service creó en 1890 una Lista de Razas o


Pueblos para clasificar a los que llegaban a la isla Ellis, lo que determinaba en gran
medida dónde se establecería el inmigrante y qué actividades laborales podría
desarrollar. A partir de fines del siglo XIX, la referencia a la “nacionalidad” se insertó
reiteradamente en la normativa migratoria. El origen de los potenciales inmigrantes
siguió siendo una cuestión central sobre todo debido a la creciente opinión pública

7 Para una mayor desarrollo de este tema, ver Selvon, Samuel. The London Londoners, Londres,
Longman, 1956.
8 En este caso, no puede hablarse de leyes dirigidas a enfrentar una cuestión “internacional” porque
fueron promulgadas por parte de estados que habían pasado a formar parte de la unión política
independiente que, formalmente, había nacido en 1776, pero sí constituyen antecedentes de una política
inmigratoria racialmente exclusiva. El primer caso fue el de Ohio (1802), seguido por Indiana (1816) e
Illinois (1818), los cuales buscaron evitar la inmigración de personas de origen africano promulgando
leyes que requerían a los negros que buscaran establecerse en cualquiera de estos estados la presentación
de documentos que acreditaran que eran libres y una fianza para garantizar su buen comportamiento, la
cual resultaba prohibitiva, dado que se elevaba a mil dólares. En 1853, en el estado de Illinois se
dictaminó también que los negros que violaran la ley podrían ser vendidos en subasta pública. Ver: Smith,
Marian L. “Race, Nationality and Reality: INS Administration of Racial Provisions in U.S. Immigration
and Nationality Law Since 1898”, Part I. En: The Immigrants’ Journal, verano 2002.
9 En 1880 se puso en vigencia la Morrill Act, por la cual se consagró el principio de “separados pero
iguales”, que institucionalizó un sistema de salud, educación y vivienda segregado para blancos y negros,
cuya calidad en el segundo caso resultaba claramente inferior.

5
nativista, representada por intelectuales que demandaban medidas restrictivas para la
“preservación de los valores y la cultura americanos” y, además, debido a los reiterados
episodios de hostilidad popular contra extranjeros. Se sancionaron diversas leyes
dirigidas a restringir el ingreso de chinos 10 y luego de japoneses y coreanos, las cuales
culminaron con la puesta en vigencia de la Asian Barred Zone en 1882, por la cual se
ilegalizaba el ingreso de inmigrantes procedentes de Asia Meridional11.

Lo que puede observarse al respecto es que, mientras que la legislación


norteamericana del siglo XIX se preocupaba por el “negro” a nivel interno, teniendo en
cuenta el alto número de afrodescendientes residentes en el territorio, a nivel migratorio
el problema lo constituían los asiáticos. La mayor presión migratoria de este último
origen durante el siglo XIX justificaba tal producción legislativa. No obstante, en 1917
el blanco de las restricciones empezó a ampliarse. Se promulgó entonces la Immigration
Act, que prohibía el ingreso al país de a todos los “extranjeros de más de dieciséis años,
físicamente capaces de leer, que no puedan leer la lengua inglesa u otra lengua o
dialecto, incluidos el hebreo y el yiddish” y los cónsules fueron instruidos para
desalentar la inmigración de personas que pudieran convertirse en “una carga pública”,
mientras que, en 1920, se dispuso reducir el número de inmigrantes de Europa
meridional y oriental, “considerados racialmente inferiores, inasimilables, radicales y
peligrosos” (Adam, 1990: 175-176)

Tales presupuestos derivaron en las cuotas de 1921, por la cual se limitó la


radicación futura de inmigrantes de cualquier procedencia al tres por ciento de la
población de dicho origen ya residente en Estados Unidos hasta llegar a un número de
357.802 personas, y de 1924, cuando esa misma proporción se redujo al dos por ciento,
excluyéndose a todos los asiáticos y restringiéndose la inmigración de Europa
meridional y oriental, con una ventaja de seis a uno para las personas de Europa
septentrional y occidental, con el objeto de “preservar la pureza de la raza al dar
mayores cuotas a países favorecidos y muy pequeñas cuotas a países cuya gente era de
‘nivel inferior’”12. Finalmente, en 1927, se estableció que no podían ingresar más de

10 Hacia 1860, los chinos instalados en California, que se encontraban empleados sobre todo en
actividades mineras, se habían convertido en el blanco de las protestas. En respuesta, en 1882, se
promulgó la Chinese Exclusion Act, por la cual se suspendía el ingreso de trabajadores comunes y
especializados de ese origen por el término de diez años, plazo que fue prorrogado a través de la Geary
Act. Weiner, Myron. “Immigration: perspectives from receiving countries”. En: Third World Quaterly,
Vol. 12, Nº 1, enero 1990, p. 152.
11 La restricción abarcaba al Asia Meridional desde Arabia hasta Indochina e islas adyacentes, lo cual
incluía India, Burma, Thailandia, los estados malayos, las islas orientales de la India, la Rusia asiática, la
Polinesia y partes de Arabia y Afganistán
12 Tomado de Streich, Gregory y Akis Kalaitzidis. “Immigration and Race in the U.S. An Historical
Perspective”. Ponencia presentada en la MPSA Annual National Conference, Chicago, 3-4-08, pp. 4-5.

6
150.000 inmigrantes en total, aunque manteniendo la proporción existente en 1920 en
materia de nacionalidad de origen.

Si bien el criterio racial fue reemplazado por el de nacionalidad dentro de la


normativa migratoria, en realidad, nacionalidad y raza se convirtieron en términos que –
no casualmente- se confundían entre sí e implicaban la misma idea de “superioridad” e
“inferioridad”. Las leyes puestas en vigencia en Estados Unidos daban cuenta de un
contexto receloso con respecto a los extranjeros y, más específicamente, con relación a
aquéllos que no compartían los rasgos ni la cultura occidentales y, más específicamente,
sajona. En lo que respecta inicialmente a los chinos, las restricciones se justificaron por
su profusa presencia, sobre todo como mano de obra de bajo costo en las minas de la
costa oeste, lo que era percibido como una situación de competencia que creaba
“malestar” entre los trabajadores nativos. Sin embargo, los fundamentos de la política
de exclusión excedieron las cuestiones prácticas o circunstanciales. Su base la
constituyó un pensamiento xenófobo que, inclusive, era compartido por algunos de los
sectores considerados más progresistas en el país, el cual resaltaba la superioridad de los
nativos de ascendencia sajona frente a extranjeros y estadounidenses de otro origen13.

Así, resultan ilustrativas las opiniones vertidas a comienzos del siglo XX por la
militante feminista Margaret Sanger en su libro Women and the New Race, en el cual
desarrollaba un discurso de corte claramente eugenésico. Consideraba que dudosamente
se podía esperar la construcción de una “raza mejor” con el aporte de los inmigrantes
llegados en las décadas anteriores a 1910, en su mayoría analfabetos:

Que estos extranjeros que vinieron en hordas trajeron consigo su ignorancia


acerca de la higiene y de las formas modernas de vivir y que se encuentran en
inferioridad de condiciones por sus supersticiones religiosos es sólo demasiado
cierto –asevera Sanger- […] En tales circunstancias sólo podemos esperar que el
‘crisol de razas’ se refine. Debemos observar que resguarde los metales preciosos
de la cultura racial, fundidos en una amalgama de perfección física, fuerza mental
y progreso espiritual. Tal raza americana, conteniendo lo mejor de los elementos
raciales, puede dar al mundo una visión y un liderazgo que supera nuestra
imaginación actual (Sanger, 1920)

13 Este comparación es desarrollada por Robert M. Yerkes en su libro Psychological Examining in the
United Status Army, 1921.

7
Fundamentos ideológicos similares tuvieron las políticas y las leyes exclusivas
de otros países que recientemente se habían independizado, pero cuyos gobiernos
habían quedado en manos de élites que adoptaron los criterios de superioridad e
inferioridad racial difundidos por los europeos para justificar la trata esclavista y los
procesos de colonización. Un ejemplo es la Inmmigration Restriction Act que se puso en
vigencia a comienzos del siglo XX en Australia, la cual formaba parte del
Commonwealth y era una dominio blanco del Reino Unido. Además de prohibir la
inmigración de “cualquier persona idiota o insana”, que sufriera enfermedades
contagiosas, que fuera prostituta o que explotara a otros como tales o que fuera convicto
y sentenciado a prisión por más de un año –en abierta coincidencia con la British Alien
Act-, la ley podía disponer la expulsión de cualquier persona que, ante el requerimiento
de un funcionario, no fuera capaz de escribir en su presencia un párrafo de cincuenta
palabras de extensión en lenguaje europeo. Aunque con cierta sutileza, esta última
disposición estaba dirigida, claramente, a prevenir la inmigración de asiáticos y
africanos y tuvo como antecedentes similares legislaciones puestas en práctica en Natal
(1897) y en Nueva Zelanda (1899).

Pero tales postulados no fueron privativos del mundo anglosajón; se hicieron


extensivos a los principales destinos inmigratorios de Latinoamérica entre la segunda
mitad del siglo XIX y la primera del XX: Argentina, Brasil y Uruguay, que también se
convertirían en territorios de recepción tempranos para la inmigración caboverdiana. En
Brasil, las políticas públicas promovieron la inmigración europea con el objeto
declarado de mejorar la calidad de la población. Este impulso se dio sobre todo en busca
de la mano de obra que reemplazara a la fuerza de trabajo que proporcionaba la
esclavitud, abolida en 1888. Como bien lo señalara Ricardo Nobrega, si se optaba por
inmigrantes europeos frente a la población de origen africano y la restante población
local, se debía a que también aquí se reprodujo “un imaginario que asociaba el progreso
de las naciones desarrolladas al carácter de sus pueblos, que a su vez sería el resultado
de su constitución racial” (Nóbrega, 2008: 118). Esto llevó a que, inclusive, se aplicara
una gradación con respecto a los diferentes pueblos de origen europeo, considerándose
más conveniente la inmigración de italianos del norte debido en especial a su mayor
blancura.

Por su parte, Uruguay y Argentina, tal como lo puntualizó el antropólogo Darcy


Ribeiro, adoptaron “como proyecto nacional la sustitución de su propio pueblo por
europeos a los que atribuía una perentoria vocación por el progreso” (Ribeiro, 1992
(1968): 75). La República Oriental recibió importantes oleadas de franceses, españoles e

8
italianos desde 1850, antes del inicio de la inmigración masiva a la Argentina. Fue a
estos movimientos inmigratorios que se debió el aumento de la población de 70.000
habitantes en 1830 a un millón en 1900. Pero el origen de este amplio aporte
poblacional europeo no fue casual, sino específicamente incentivado por el gobierno
local, que restringió explícitamente el ingreso de inmigrantes de otros orígenes. En 1890
fue promulgada la Ley 2096, por la cual se prohibía la inmigración africana y asiática y
el ingreso de individuos conocidos como húngaros o bohemios (López Sala, 2005: 70)
mientras que todos los privilegios fueron concedidos a los europeos occidentales,
convertidos en propietarios de más del 50 por ciento de las tierras rurales y de la capital
montevideana14.

En el caso de Argentina, aunque la Constitución Nacional de 1853 no hablaba


en forma directa de restricciones, dejaba en claro cuáles eran las preferencias y a qué
grupos de inmigrantes se favorecería. Así, al tiempo que se abrían los brazos “a todos
los hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino”, se establecía que
el gobierno fomentaría, específicamente, “la inmigración europea”. Esta directiva se
puso en práctica con la Ley de Inmigración y Colonización de 1876, la cual en su
redacción resultaba menos clara que la uruguaya en lo referente al origen que debía
tener el inmigrante, ya que éste era definido como cualquier extranjero menor de sesenta
años, “jornalero, artesano, industrial, agricultor o profesor”, que llegase al país con la
intención de establecerse y acreditara “moralidad y aptitudes”. En la práctica, de todos
modos, esta ley se instrumentó mediante el envío de agentes oficiales a Europa
exclusivamente, quienes debían informar sobre las ventajas que ofrecía el gobierno
argentino a potenciales inmigrantes de ese continente (Novick, 2008: 136-137). El
propósito de apoyar el ingreso de inmigrantes de origen europeo implicaba una
oposición absoluta a cualquier posibilidad de “diversificación” cultural. Por el contrario,
la meta era la “homogeneidad”, entendida como netamente europea, frente a la
presunción de que “la diversidad de razas” podría traer consigo “problemas sociales
gravísimos”15.

3.- Los indeseables

14 El historiador José Pedro Barragán señala que los inmigrantes europeos se encontraban protegidos por
sus cónsules durante las guerras civiles y recompensados siempre por sus pérdidas por el estado uruguayo
amenazado desde el exterior, convirtiéndose hacia 1870-1880 en los principales propietarios rurales y
urbanos, al poseer el 56% del total de la propiedad montevideana y el 58% del valor de la propiedad rural.
15 Garabedian, Marcelo. “La inmigración en la Argentina moderna”, Buenos Aires, Museo Roca, p. 8

9
Para Aristide Zolberg, el papel jugado por las políticas gubernamentales en el
desarrollo de las migraciones internacionales resulta central16. Y el ejemplo arquetípico
al respecto es el ya desarrollado caso de los Estados Unidos, país que se constituyó en
“una nación de inmigrantes, sin lugar a dudas, pero no de cualquier inmigrante”, ya que,
“desde el momento en que manejaron sus propios asuntos, justo antes de la
independencia política, los americanos habían tomado la determinación de decidir quién
podía unirse a ellos” (Zolberg, 2008: 1) En menor o en mayor medida, todos los países
de inmigración pusieron en práctica políticas selectivas, realidad que ha oscurecido aún
más la tradicional imagen de los migrantes como personas guiadas por la maximización
de beneficios y la determinación de alejarse de un medio desfavorable, para enfrentarse
con disposiciones estatales que se transforman en obstáculos a veces insorteables o que
pueden convierten al inmigrante en un elemento “indeseable” y modificar o echar por
tierra su proyecto inmigratorio.

Y gran parte de estas restricciones encuentran su fundamento en el esquema del


poder colonial, dentro del cual la jerarquía racial se hizo central. Al decir de Paul Gilroy,
“la raza ha sido esencial en la elaboración de la anatomía política del siglo XIX”,
convirtiéndose en “un aspecto importante de la geopolítica europea, en medio de un
proceso de transición hacia su predominio mundial que estuvo reforzado y legitimado
gracias a una aplicación adaptada de las ideas de Darwin” (Gilroy, 2008: 29). En
definitiva: el discurso de la superioridad racial se constituyó en el fundamento de la
dominación que se consolidó con el avance imperial y definió la esencia de las naciones
blancas como reservorios de sociedades opuestas fenotípica y culturalmente a un
mundo no occidental sobre el que se hizo recaer la caracterización de “incivilizado”.

Las élites criollas de los países latinoamericanos que en el siglo XIX se


consolidaron como Estados independientes abrevaron en este pensamiento, buscando
construir una esencia nacional europea, con ejemplos paradigmáticos como fueron los
casos de Argentina, Uruguay y Brasil. Para sostener esta idea, el camino implicó
acciones concretas, como el exterminio de los pueblos originarios y las campañas de
promoción de la inmigración europea. Pero también se construyó una ideología dirigida
a considerar a las raíces indígena y africana como marginales y, más radicalmente, como
se dio en el caso argentino, directamente se las invisibilizó, negándoselas como parte
del tejido social y, en consecuencia, ocultando cualquier posibilidad de racismo. Este
ocultamiento se dio también en Brasil al definírselo como un país mestizo -descripción
difundida por Gilberto Freyre-, la cual descartaba cualquier posibilidad de

16 Citado por Zolberg, Aristide. “The next waves: migration theory for a changing world”. En:
International Migration Review, Vol. 23, Nº 3, pp. 403-430.

10
discriminación, ya que, en comparación con el mundo angloamericano, en ese país no
existía enemistad entre “el blanco y el negro, el ex amo y el ex esclavo” ya que “somos
dos mitades en fraternidad que se enriquecen mutuamente” (Freyre, 1942). Mientras
tanto, en los Estados Unidos se buscó instaurar una ficción de igualdad de derechos,
mediante la implantación de la doctrina “separate but equal”, por la que se planteaba
dar los mismos derechos a las comunidades anglosajonas y a las de otros orígenes, pero
en forma segregada, lo cual, en la práctica, implicaba educación, salud, vivienda de
menor calidad para estos últimos, ya que se les destinaba un presupuesto inferior.

En lo que hace a los países europeos, que habían vendido africanos esclavizados
durante siglos a América y colonizado a pueblos residentes en lugares remotos, la
homogeneidad de la civilización occidental parecía en este contexto protegida por la
lejanía geográfica. No obstante, los movimientos migratorios pusieron fin a esa
distancia. Mientras los imperios se mantuvieron vigentes, muchos individuos originarios
de las colonias engrosaron la fuerza de trabajo de las metrópolis y cursaron allí sus
estudios. Después de la Segunda Guerra Mundial, esta afluencia se hizo más
significativa. Durante los llamados Trente Glourieuses, entre 1945 y 1973, el
crecimiento económico que se dio en el llamado mundo desarrollado implicó una
situación de pleno empleo que llevó al aumento del flujo de personas procedentes de
territorios independizados o que se encontraban en tránsito hacia la emancipación para
subvenir a las necesidades laborales europeas. Así, el inicio del proceso de
descolonización trajo consigo la emergencia de comunidades no europeas que formaron
sus familias y se insertaron en el seno de las antiguas metrópolis.

De acuerdo con Paul Gilroy, el nuevo escenario implica sumergirse en la idea de


“convivialidad”, que él define como “el proceso de cohabitación e interacción que ha
convertido a la multicultura en un rasgo habitual y cotidiano de la vida social en las
áreas urbanas de Gran Bretaña y de las ciudades poscoloniales de todo el mundo”
(Gilroy, 2008: 18). Este multiculturalismo, sin embargo, lejos de ser reconocido como
una experiencia enriquecedora, pasó a ser observado como una amenaza a la
civilización blanca y europea, calificándose a las colectividades de otros orígenes como
potencialmente peligrosas y rechazándoselas en el marco de políticas xenófobas
acogidas por la población en general, que transformaron a estos sectores en las
responsables de la falta de empleo, la difusión del crimen y la falta de seguridad. Tal el
papel que se endilgó en Europa a los denominados extracomunitarios. Las nuevas
oleadas migratorias que se expandieron luego de la década de 1980, tras el fracaso de
los planes de ajuste estructural, llevaron a vigorizar las percepciones racializadas y

11
discriminatorias que desembocaron en la negación de derechos, como el igual acceso al
empleo, al estudio y a una vivienda digna.

4- Discriminación positiva ¿fin o prolongación del racismo?

La segregación o la invisibilización de los considerados “otros” fueron las


políticas preferidas en el marco de los Estados-nación modernos, consolidados en la
ideología de la superioridad europea y de la homogeneidad social, por la cual se
percibió a las personas procedentes de países del mundo no occidental como
contaminantes para la identidad nacional. Esta imagen surge de la propia historia de la
construcción nacional, inseparable de la estructura de dominación que redujo a la
esclavitud a los africanos y sometió a la colonización a los pueblos de Asia y África,
procesos justificados en la inferiorización de dichas poblaciones. El arraigo de tal
pensamiento llevó a que no haya sido suficiente abolir la esclavitud o terminar con la
colonización para que, en los hechos, se pusiera fin a una discriminación altamente
racializada.

Ante la subsistencia de esta discriminación estructural con respecto a sectores de


la población estigmatizados por sus orígenes geográficos o sobre la base de criterios
raciales, la llamada discrminación positiva o acción afirmativa se erigió en muchos
países en el instrumento de una política dirigida a promover “una gran igualdad de
hecho o, al menos, a garantizar a los miembros de los grupos desaventajados una
verdadera igualdad de oportunidades” (Calvès, 2008: 9-10), con una finalidad
reparadora o compensadora, teniendo en cuenta que aun habiendo desaparecido la
institución que dio origen a este tratamiento diferencial, sea la situación de esclavitud o
la opresión colonial, no por ello han desparecido los efectos que derivan de la
pertenencia a esos grupos.

Ejemplo de ello ha sido la reserva de cuotas raciales puesta en práctica en Brasil


que, a partir del año 2004, adoptaron las universidades para el acceso de jóvenes negros
a estas entidades educativas. Se trata de programas de acción afirmativa puestos en
práctica con el objetivo de restringir la discriminación y eliminar “los efectos
persistentes (psicológicos, culturales y comportamientos) de la discriminación del
pasado que tienden a perpetuarse”. Estas iniciativas fueron seguidas por un proyecto
oficial –aún no promulgado- que instituye cuotas raciales en la universidad pública,
reservando cupos para negros, mulatos e indígenas que hayan realizado íntegramente su
formación en la red pública (Aparecida, 2008: 134).

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En Estados Unidos, las políticas de acción afirmativa fueron impulsadas por el
Movimiento de los Derechos Humanos de 1960, con el fin de dar igualdad de
oportunidades laborales y educativas a las llamadas “minorías”. El primero en utilizar el
término fue el presidente John F. Kennedy, quien ordenó en 1961 a los contratistas del
gobierno que aplicaran “la acción afirmativa para asegurar que los candidatos sean
empelados y que los empleados sean tratados durante la vigencia de la relación laboral
sin tenerse en cuenta su raza, credo, color u origen nacional”. De todos modos, puede
encontrarse un antecedente a esta política en la Segunda Guerra Mundial, cuando se
prohibió la discriminación racial en los contratos de empleo dentro de las plantas
dedicadas a la fabricación de equipamiento para la defensa. Se expandió luego a otras
áreas, como la promoción de la inscripción de estudiantes negros en universidades
predominantemente blancas.

Otro ejemplo de aplicación de la discriminación positiva es la puesta en


funcionamiento de la Comisión para la Equidad Racial en el Reino Unido, a lo que se
sumó una campaña gubernamental dirigida a reducir la subrepresentación de las
minorías étnicas en el ámbito laboral. En Francia, por su parte, se puede hablar de
medidas de discriminación positiva que se remontan a la década de 1950, cuando se
dispuso impulsar el empleo de franceses musulmanes en la función pública, pero que
tuvieron su expresión legal recién en la reforma constitucional de 2003, al autorizarse la
adopción de medidas preferenciales a favor de las comunidades de ultramar en materia
de acceso al empleo, el ejercicio de actividades profesional y la protección de su
patrimonio.

Como complemento de las políticas de acción positiva, se promovieron las


llamadas estadísticas étnicas. Con estos recuentos se ha buscado determinar las
dimensiones de las comunidades afectadas por la discriminación y el porcentaje que
abarcan, aunque también han dado lugar a la “clasificación” de la población del país en
grupos raciales. Dentro de países donde la población de orígenes no europeos ha sido
“invisibilizada”, como son los casos de Argentina y Chile, en los censos del año 2010 se
ha incluido dos preguntas dirigidas a que los encuestados manifiesten si son
afrodescendientes o forman parte de los pueblos indígenas. Esta inclusión ha sido
promovida por organizaciones que representan a estos sectores de la población y surgió
como un reconocimiento con respecto a que “estos grupos se encuentran en una
periferia social y económica, mostrando mayores y más generalizados niveles de
pobreza y menor reconocimiento para el ejercicio de sus derechos en todos los

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ámbitos”, situación derivada de la posición subordinada a la que fueron sometidos en el
marco del tráfico esclavista y el proceso de conquista17.

En Francia, por su parte, se promovieron las estadísticas étnicas con el declarado


objeto de “tomar conciencia de las categorías étnicas” para identificar situaciones de
discriminación y actuar sobre ellas18. Por iniciativa del gobierno de Nicolás Sarkozy, se
instituyó la figura del “comisario para la igualdad de oportunidades”, que recayó en la
figura de Yazid Sabeg. Este funcionario puso en funcionamiento en el año 2009 el
Comité para la Medida y la Evaluación de las Discriminaciones (COMEDD)”,
impulsando las estadísticas étnicas para identificar categorías de observación. Dicha
iniciativa trajo consigo una oleada de críticas encarnadas en la Comisión Alternativa de
Reflexión sobre las Estadísticas Étnicas y la Discriminación (CARSED), integrada por
un total de veintidós académicos, quienes han alertado sobre los peligros de esta
propuesta debido a que propone medir la etnicidad o la raza, con la consiguiente
“racialización” de la sociedad francesa, por lo que opinan que debe rechazarse como
una provocación a la democracia19.

Los detractores de la discriminación positiva se oponen a ella por considerarla


una forma de “racismo invertido”, al colocar entre sus beneficiarios a miembros de una
“raza” o de una “etnia”, cuya pertenencia no han podido elegir, definiéndolos a partir de
una afiliación impuesta, innata e inmutable que ha servido en el pasado a mantener a su
grupo en un estado de sujeción. Ha sido descripta como una “política de asignación
identitaria que postula un determinismo de la peor especie”, la cual que implica una
contradicción en sus propios términos, “dado que una medida que da ventaja a un
individuo, y por lo tanto lesiona a otro, en razón de su color de piel, no puede jamás
incluir el menor elemento positivo” (Calvès, 2008: 18)

Frente a estas observaciones, se debe aceptar que la pertenencia racial resulta


central en la aplicación de esta política y que “la idea de raza es, con toda seguridad, el
más eficaz instrumento de dominación social inventado en los últimos 500 años”
(Quijano, 2010: 183) Sin embargo, ¿cómo se atacan los efectos de ese poder sin
reconocer la existencia de actitudes racistas que siguen afectando a un sector de la
población? Por otra parte, ¿cómo se garantiza la igualdad de oportunidades a quienes se
17Tal es lo indicado por Fabiana Del Popolo en “Los censos 2010 y la inclusión de pueblos indígenas y
poblaciones afrodescendientes. Recomendaciones del CELADE”. Seguimiento a los avances de la
preparación de la ronda de censos 2010 en América Latina. Taller del grupo de trabajo de la CEA/CEPAL,
Santiago de Chile, CEPAL, 3-5 de junio 2009,
18 Se trata del propósito declarado en las Actes du Colloque Statistiques Éthniques, 19-10-2006, París,
Centre d’analyse stratégique, 2006.
19 Los miembros de la CARSED han volcado sus reflexiones en el libro Le retour de la race, compilado
por Elizabeth Badinter, el cual incluye artículos de científicos tales como Jean-Loup Amselle y Pierre
Dozon.

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encuentran marginados en virtud de su pertenencia étnica sin no se les dan posibilidades
laborales y educativas para demostrar que tienen las mismas capacidades? Asimismo, la
necesidad de contar con datos estadísticos ha sido reiteradamente remarcada debido a
que uno de los principales obstáculos para el diseño de políticas que promuevan los
derechos de la población excluida es la falta de información confiable sobre su
situación, opacada aún más por la negación social de la existencia de discriminación en
muchos países.

De cara a defensores y detractores, la clave reside en pensar a la acción


afirmativa o discriminación positiva no como el remedio ideal, sino como un conjunto
de políticas aplicadas con un mayor o menor nivel de acierto en sociedades donde la
ideología colonial subvirtió la clásica noción de igualdad.-

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