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FIET

Fecha: 28 de Septiembre de 2015


Materia: Exégesis bíblica
Trabajo Final
Estudiante: Saúl Pernía

Texto: Juan 3: 14-21

14 
Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el
Hijo del hombre, 15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
16 
Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree
en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. 17 Dios no envió a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. 18 El que cree en él no es condenado,
pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito
de Dios. 19 Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad
prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos.20 Pues todo el que hace lo
malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al
descubierto. 21 En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea
claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios.

Justificación de los límites del texto: Luego de revisar varias versiones de este conocido
pasaje bíblico, dentro del cual encontramos uno de los versículos más hermosos y populares
de la Escritura (Juan 3:16), lo primero que salta a la vista es que el contexto en que se da la
enseñanza respecto al amor de Dios al enviar a su hijo al mundo, quien además es la luz y
el único camino, es en una conversación de Jesús con el maestro judío perteneciente a la
secta de los fariseos, Nicodemo. Por tal motivo, hay versiones como la BLPH (La Palabra,
versión hispanoamericana) y la BHTI (La Biblia Hispanoamericana. Traducción
interconfecional) que marcan el principio del texto en el versículo 1, –cuando Nicodemo se
aproxima a Jesús–, y lo finalizan en el versículo 21. Dicha división tiene bastante sentido y
me parece más apropiada que la que propone RVR1960 (Reina Valera revisión 1960) y
DHH (Dios habla Hoy) las cuales hacen una segmentación de la conversación con un
subtítulo precediendo al versículo 16. La razón para hacerlo así, tengo la impresión, que no
es otra que la importancia que tiene para el pueblo cristiano ese versículo en específico y
es, por tanto, un modo de presentarlo para darle el énfasis que merece, más no obedece a la
lógica del texto.
Ahora bien, ¿por qué he considerado que se puede hacer una división del texto a partir del
versículo 14 finalizando en el 21? – La respuesta es que, si bien es cierto que este texto se
da en medio de una conversación ya iniciada entre Jesús y Nicodemo, dicha conversación
puede dividirse en dos partes. La primera, incluye la aproximación de Nicodemo al Señor,
su interrogante acerca de cómo ver el Reino de Dios 1 y la respuesta de Jesús que le resultó
1
La verdad es que se trata de una pregunta tácita, pues él en realidad no llega a hacerla, pero asumimos que
Jesús, quien conoce los corazones, sabía bien a que venía aquel hombre y cual era su inquietud. El modo
natural y fluido en que Nicodemo continuó con la conversación, evidencia que Jesús, en efecto, estaba
respondiendo anticipadamente su pregunta.
difícil de comprender, por lo cual, recibe recriminación. El versículo 13 podría representar
el comienzo de la segunda parte de la conversación, o bien la transición entre una y otra
parte (solución que consideré mejor). A partir del versículo 14, el diálogo parece
desprenderse del curso que llevaba para iniciar una declaración solemne del Señor acerca
de su misión y como esta es la manifestación suprema del amor del Padre, quien entrega lo
más valioso a pesar de que el mundo no lo merecía y que muchos igual preferirían las
tinieblas antes que la luz. Sobre aquellos individuos vendrá la condenación por causa de su
insensatez.
Marcar el final del texto en el versículo 21 no requiere de explicaciones muy complejas
para justificarse. Las palabras iniciales del versículo 22: “Después de esto, Jesús fue con
sus discípulos a la región de Judea” señalan un cambio de escenario y de situación y, por lo
tanto, el inicio de una nueva perícopa.
La división del texto que aquí propongo, –comenzando en el versículo 14 y finalizando en
el 21– es la misma que los editores de la NVI (Nueva Versión Internacional) consideraron
adecuada.

Análisis Sintáctico y Semántico

Subrayar los verbos del texto y señalar tiempo, modo y persona. Luego marcar los
sujetos correspondientes a cada uno. Buscar el significado de las palabras más
importantes y de las desconocidas.

14 
Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el
Hijo del hombre, 15 para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
16 
Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree
en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. 17 Dios no envió a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. 18 El que cree en él no es condenado,
pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito
de Dios. 19 Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad
prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos.20 Pues todo el que hace lo
malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al
descubierto. 21 En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea
claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios.

1) Levantó: tiempo pretérito en modo indicativo, se refiere a la acción realizada por Moisés
(sujeto) al levantar la serpiente (objeto)
2) Tiene: tiempo presente en modo imperativo; Ser: infinitivo; Levantado: futuro perfecto
en modo indicativo. Los tres apuntan al Hijo del Hombre primero como sujeto y luego
como objeto de la acción.
3) Crea: tiempo presente, modo subjuntivo; Tenga: presente subjuntivo. El sujeto es
indefinido, se refiere a todos los que habrán de creer en el Hijo del Hombre.
4) Amó: pretérito indicativo. El sujeto es Dios y el objeto, el mundo.
5) Dio: pretérito indicativo. Dios es el sujeto que entrega al Hijo.
6) Cree: presente indicativo; Se pierda: presente subjuntivo reflexivo; Tenga: presente
subjuntivo. Los tres apuntan a un sujeto que es indefinido; todos los que lleguen a creer en
el Hijo unigénito.
7) Envió: pasado indicativo; Condenar: infinitivo; Salvarlo. Dios es el sujeto, él envió al
hijo no para condenar sino para salvar por medio de él.
8) Cree: presente indicativo; Es: presente indicativo; Condenado: participio; Haber creído:
pretérito perfecto. El sujeto es “el que cree” y “el que no cree” , por lo tanto, es indefinido.
Dependiendo de ese creer o no creer vendrá o no la condenación.
9) Es: presente indicativo
10) Vino: pretérito indicativo. El sujeto es la luz, es decir, el Hijo.
11) Prefirió: pretérito indicativo. El sujeto es la humanidad.
12) Eran: imperfecto indicativo. El sujeto en este caso no es una persona sino los hechos
perversos de la humanidad.
13) Hace: presente indicativo; Aborrece: presente indicativo; Se acerca: reflexivo en tiempo
presente. Sujeto indefinido “el que hace lo malo aborrece la luz y no se acerca…”.
14) Queden: presente subjuntivo. El sujeto son las obras.
15) Practica: presente indicativo; Se acerca: reflexivo en tiempo presente. Sujeto
indefinido; “el que practica… se acerca…”
16) Se vea: presente subjuntivo reflexivo. Ha hecho: pretérito perfecto. Sujeto: las obras
hechas en obediencia a Dios.

Palabras más importantes

Levantó: del griego jupsoo (ὑψόω): elevar, también puede significar literal o
figurativamente exaltar, enaltecer.

Creer: del griego pisteuo (πιστευω), creer, también ser persuadido de, y por ello fiarse de,
confiar. Significa, en este sentido de la palabra, apoyarse en, no una mera creencia.

Mundo: del griego kosmos (κόσμος): la tierra, probablemente se refiere también al


universo; la tierra en contraste con el cielo; por metonimia, la raza humana.

Unigénito: del griego monogenes (μονογενής): Con referencia a Cristo indica que como el
Hijo de Dios, él era el único representante del ser y carácter de aquél que le envió. Se
distingue la relación divina de las relaciones de parentesco humanas aunque estas últimas
sirven de referencia para ilustrar.

Condenar: del griego krino (κρίνω), distinguir, elegir, dar una opinión acerca de, juzgar. En
este caso denota, tal como se ha traducido, condenar.

Luz: del griego fos (φω̂ς). Primariamente, la luz es una emanación luminosa, energética, de
ciertos cuerpos, lo que posibilita al ojo discernir la forma y color de ellos. La luz exige un
órgano apto para recibirla. Cuando no hay ojos, o cuando la vista ha
quedado imposibilitada por cualquier causa, la luz no tiene utilidad. El hombre, en su
condición natural, es incapaz de recibir la luz espiritual, por cuanto carece de capacidad
para discernir lo espiritual (1Co 2:14). Por ello, los creyentes reciben el nombre de “hijos
de luz” (Luc 16:8), no solo por haber recibido una revelación de Dios, sino que mediante el
nuevo nacimiento han recibido la capacidad espiritual para ella.
Se usa en este pasaje para enfatizar el hecho de que solo Cristo puede alumbrar a los seres
humanos.

Análisis Pragmático

El análisis pragmático consiste en –a través del estudio de los diferentes aspectos de un


texto– descubrir la intensión que tenía el autor cuando escribió, qué quería comunicar y qué
efecto o respuesta esperaba. En el caso de este pasaje, contamos con la ventaja de que el
autor del evangelio completo, nos dice con claridad cuál era su cometido al escribirlo:
“Pero éstas (señales) se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida” (Juan 20:31). Es decir, todo lo escrito
en este evangelio tiene por finalidad presentar a Jesús como el mesías prometido, aquel que
vino a traer la salvación y en quien es necesario creer para recibirla.
Juan no está escribiendo un discurso propio, sino que está redactando lo que habría sido una
conversación de Jesús con un maestro de la ley llamado Nicodemo. En el contexto anterior
al pasaje en estudio el tema de discusión es: –¿qué es necesario para ganar la vida eterna? –
Jesús le habla a Nicodemo de la necesidad de nacer de nuevo, lo cual él no entiende, y por
tal razón recibe reprensión, pues, siendo un maestro de la ley debería comprender lo que el
Señor le estaba diciendo, sin embargo ya antes le había explicado que con nacer de nuevo
se refería a que era necesario “nacer del agua y del Espíritu” –lo cual es una clara alusión
al bautismo que involucra recibir el Espíritu Santo y cambiar dramáticamente de
dirección–.
A partir del versículo 14 (nuestro texto), el diálogo parece desprenderse del curso que
llevaba para iniciar una declaración solemne del Señor acerca de su misión y como esta es
la manifestación suprema del amor del Padre, quien entrega lo más valioso a pesar de que
el mundo no lo merecía y que muchos igual preferirían las tinieblas antes que la luz. Sobre
aquellos individuos vendrá la condenación por causa de su insensatez.
En el texto encontramos lo que se denomina “función expresiva”, con la hermosa
presentación que Jesús hace de si mismo y del cumplimiento del propósito redentor del
Padre a través de él. También el pasaje cumple una función referencial, pues explica el
modo en que esa redención se hace efectiva (a través de la fe en la obra del Hijo).
Como hemos visto al principio, la intención del autor en su evangelio, y eso involucra este
pasaje en particular, es que sus receptores al leer estas cosas, “crean que Jesús es el Cristo,
el Hijo de Dios, y que al creer en su nombre tengan vida”. Juan, presenta a Jesús en una
categoría mesiánica que muchos tenían problemas para asimilar: el “siervo sufriente” de
Isaías 53. Demuestra que, en efecto, Jesús es el Cristo, y que su misión era la de recibir el
castigo que todos merecíamos a causa de nuestros pecados. Sólo si creemos en él, su
sacrificio se aplicará a nosotros y tendremos vida. En este pasaje en particular, se cumple
muy claramente el propósito general del evangelio joánico.

Análisis Hermenéutico

El primer dato histórico de este pasaje lo encontramos apenas en el primer versículo cuando
Jesús hace referencia a un acontecimiento del pasado del pueblo de Israel, registrado en el
libro de Números, capítulo 21, que narra la ocasión en la cual fueron castigados por el
Padre–como consecuencia de sus quejas contra Dios y contra Moisés, las cuales denotaban
falta de fe y amargura de corazón–, con una plaga de serpientes venenosas. Moisés, a
petición del pueblo, intercedió por ellos ante Dios, quien le ordenó hacer una serpiente de
bronce y colocarla sobre un asta, de manera que estuviera a la vista de todos y así, el que
fuera mordido, al mirarla sanaba instantáneamente.
Es interesante que en el lenguaje bíblico, cuando se habla de la serpiente, es siempre en
relación con Satanás y el pecado, de manera que el versículo catorce implica el hecho de
que la humanidad ha sido mordida por la serpiente, el pecado se ha enseñoreado de ella,
pero el Hijo será hecho pecado a pesar de no haber pecado nunca (2 Co 5:21) y recibirá el
castigo que todos merecíamos siendo ejecutado y “levantado” en la cruz del Calvario.
Todos los que le miren –no una simple observación racional sino con “ojos de fe”, es decir,
le reconozcan y le sigan– serán sanados y vivirán.
El versículo 16 nos dice que el Padre muestra su amor en que dio a su hijo “unigénito”.
Según Craig S. Keener el término literalmente es “especial, amado” y en la literatura judía
se había aplicado frecuentemente a Isaac, para poner énfasis en la grandeza del sacrificio de
Abraham al ofrecerlo.2 Por lo tanto, para la audiencia judía3 resultaba inevitable relacionar
la historia abrahámica con las palabras de Jesús, resultando en una imagen poderosísima,
aunque familiar, que ilustraba el gran amor de Dios.
En el día de hoy, a pesar de que la mayoría de nosotros no cuenta con la historia de
Abraham e Isaac como parte de su acervo cultural, el cuadro del Padre que entrega a su
Hijo, lo más precioso y amado que tiene, para salvar al mundo (Por cierto que, para Juan,
“mundo” normalmente significa aquellos que no están siguiendo la voluntad de Dios),
sigue conmoviéndonos. No es casualidad que este versículo 16 esté entre los más
populares, hermosos e impactantes.
Cabe recalcar que la sublime proclamación del amor de Dios no deja de lado su inalterable
justicia. La salvación es por la fe en el Hijo y no requiere de nosotros ningún acto sacrificial
2
Craig S. Keener, Comentario del contexto cultural de la Biblia, Nuevo Testamento. Editorial Mundo
Hispano, El Paso, Texas EEUU, 2003. Pág. 267.
3
Es pertinente recordar que, aunque estas palabras quedaron registradas en el contexto de un diálogo con el
maestro de la ley, Nicodemo, el discurso que empieza en el versículo 14 se desprende de la forma que traía la
conversación y parece más una proclamación mesiánica incorporada en este contexto con fines catequéticos,
convirtiendo a Nicodemo en una especie de representante de todo el pueblo judío. En este sentido, las
palabras del Señor van dirigidas, usando el lenguaje paulino, al judío primeramente (remiten a la historia y
tradiciones judías) pero también al griego (es decir, a los gentiles en general) pues, el Padre amó al mundo
(v.16) y cumpliendo la promesa del pacto abrahámico, a través de su pueblo escogido y su simiente, ha traído
la bendición de la salvación a todas las naciones de la tierra (a todo aquel que cree).
u obra de justicia. Es universal en el sentido de que es para “todo el que cree” pero no
“universalista”, refiriéndonos con el término a la corriente teológica que afirma que todos
serán salvos gracias a la obra redentora de Cristo y que el castigo en el infierno es
incompatible con la idea de ese Dios de amor y misericordia. El texto es muy claro cuando
afirma que el que no cree en él ya está condenado (v.18).
En los versículos del 19 al 21, todo gira en torno a las figuras contrastantes de la luz y las
tinieblas. A este respecto S. Keener añade:
“Los textos antiguos, especialmente los Rollos del Mar Muerto, se refieren a menudo a la
luz y las tinieblas como el bien y el mal, en la misma manera en que Juan lo hace aquí.
Todos entenderían lo que Juan quería decir”4
Parte de la riqueza de este evangelio radica en ese tipo de imágenes bastante sugestivas. La
oscuridad y la luz se diferencian tanto como lo malo de lo bueno, haciendo evidente la
naturaleza de cada uno. Para Juan no hay punto intermedio, Cristo es la luz y el mundo –
una vez más entendido como los que están lejos de la voluntad de Dios (toda la raza
humana)–, la tinieblas. No hay bondad posible separados de él.
Por último, siguiendo a Egger, es necesario enfatizar la importancia de entender el texto
pero a la vez entender al sujeto que ha de comprender hoy, para que se pueda entablar entre
ellos un diálogo productivo. En ese sentido no está de más preguntarse: ¿Responde el
pasaje en estudio alguna de las preguntas del hombre y la mujer de hoy? –Creo que sí.
Probablemente dos de las preguntas existenciales por excelencia sean, la primera, referente
al propósito mismo de la vida y la otra, que se bifurca, si existe algo luego de ella y si en
ese escenario tienen alguna incidencia las decisiones y acciones del ahora . Este texto
responde fundamentalmente la segunda. La salvación de la que aquí se habla es
precisamente la vida eterna; una que comienza –aunque con beneficios limitados– desde el
mismo momento que se toma una decisión de fe (creer en el Hijo) y a su vez genera un
accionar diferente (vivir en la luz, haciendo lo que es bueno). Sin embargo, tácitamente, la
primera pregunta también es respondida. Si Cristo es la luz y sólo a través de la fe en él, se
gana la vida eterna y hay un cambio de dirección más que positivo, esto quiere decir que el
propósito del ser humano no puede ser otro que conocerle, experimentar una relación viva y
transformadora con él, y compartir la buena noticia de esa salvación con otros.

Aplicación del texto


Hay en este pasaje dos características de Dios que pueden tomarse, primeramente, como
punto de partida y motivación para un cambio de dirección en el aspecto individual y
segundo, como principios prácticos para la vida familiar, eclesial y comunitaria. Me refiero
al amor y la justicia.
El Padre muestra la grandeza y profundidad de su amor cuando entrega a su Hijo – quien es
justo, perfecto y sin pecado–, para que a través de su sacrificio en la cruz sea cancelada la
deuda que el ser humano tenía con él como consecuencia de sus propias transgresiones. Es
sobrecogedor pensar lo siguiente; el agraviado es Dios, y en lugar de esperar que
tomáramos la iniciativa de buscar un modo de solucionar nuestro problema, se acerca a
nosotros y ofrece la solución a un costo tremendo, la sangre de su hijo derramada en la
cruz.

4
Ibídem.
Sin embargo, el amor de Dios se descubre a causa de una obligación ineludible; la de hacer
justicia. Queda claro desde el testimonio veterotestamentario que la paga por el pecado es
la muerte. Dios no evade su papel de juez, sus juicios no son amañados ni blandengues, se
trata de un Dios justo que no deja sin castigo la maldad en todas sus formas. De modo que,
en Jesucristo, queda de manifiesto el amor de Dios y su perfecta justicia.
Como dije al principio, estas características que se revelan en el texto, nos motivan a un
cambio de dirección, a abandonar lo que Juan llama las “tinieblas” para ir a la luz, son un
llamado al corazón del hombre a arrepentirse, entendiendo que Dios es bueno, pero también
que es nuestra única oportunidad de escapar del juicio que merecemos. Por otra parte, estas
son características que debemos imitar y que afectaran nuestras relaciones. Debemos de ser
capaces de practicar un amor sacrificial, mientras buscamos decididamente la rectitud y la
justicia. Una iglesia, una familia y/o una comunidad deben ser –si pretenden avanzar por
buen camino–, amorosa y compasiva, y a la vez justa.

Conclusiones

La misión de Dios y la misión de la Iglesia tienen como actor fundamental la figura de


Jesús de Nazaret. Sólo a través de él es posible la salvación de individuos y comunidades
en la acción redentora de la cruz. En esa cruz se muestra el amor sacrificial y desinteresado
del Padre, así como su necesidad de hacer justicia ante el pecado. Todo el trabajo exegético
realizado hasta ahora, nos muestra esa centralidad de Cristo en la historia humana.
Lamentablemente la propensión de las mayorías es, tal como dice Juan, preferir las
tinieblas antes que la luz; en ese caso, a los que hemos creído, nos toca el privilegio de
llevar a cabo la tarea evangelizadora, que acarrea la proclamación de ese amor y justicia de
Dios manifestadas en el Hijo, así como su aplicación práctica en el desenvolvimiento
cotidiano. Sólo así, a través de un testimonio sólido, la proclamación tendrá la autoridad
moral necesaria para convencer (por medio del poder y obra del Espíritu Santo, claro está) a
los hombres y mujeres de creer en el único que puede perdonar nuestros pecados,
transformar nuestro ser y darnos un propósito claro de vida con esperanza de eternidad.

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