A veces, es difícil comprender el proyecto de Dios.
El acontecimiento cambia mi existencia. La voluntad de Dios no puede ser la destrucción del hombre. La voluntad de Dios, en el Getsemaní no se manifiesta como decreto: “En el tal día, en la tal hora, tú debes morir. Tengo necesidad de tu muerte. No discutas. Obedece. ¡Punto y basta!” La voluntad de Dios es una vocación y misión. Por consiguiente podemos decir que se expresa así: “¡Hijo mío! Tengo este proyecto de salvación para los hombres, a través de mi estilo: la presencia de amor, con la única fuerza del amor, sin poderes humanos (en la debilidad: como corderitos entre los lobos). ¿Quieres tú, libremente, aceptar? Dame tu colaboración”. Frente a un problema, el hombre tiende a tener dos reacciones: o huir o matar. Matar: exterminar los malhechores… (fuerza, violencia, justicia que ajusticia…). Huir: dormir para no ver. Divertirse para no recordar la misión. Mezclarse entre los demás para pasar inadvertido; ser como los demás. En ambos los casos no se cree en la fuerza de la Palabra. Dios quiere que seamos fieles hasta el fin, también en el aparente fracaso. Aceptar la voluntad de Dios no es la victoria de Dios sobre el hombre, la derrota del hombre, sino más bien la victoria del hombre más verdadero sobre el hombre artificial. No se trata de ir a ciegas, seguros de la inutilidad del ataque, seguros de ser matados y basta, es decir, sufrir la situación. Esto sería masoquismo. Aceptar la voluntad de Dios significa que la esperanza fue la más fuerte. La esperanza nos hace luchar el fin con confianza en la victoria final del proyecto de Dios, confianza también en la razón humana, en el amor, en el perdón; esperanza que la misión no fue inútil, vana.
Leer el libro de Jonás (son 4 capítulos).
Para la reflexión: ¿En qué la historia de Jonás se asemeja a mí historia de vida?