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Dra.

Marta Liberman

Adolescencia

Teoría y Clínica

Comenzaré por plantear que desde sus raíces etimológicas adolescencia proviene
del latín adolescere, es decir crecer, aunque recientemente ha sido homologado a
adolecer en tanto padecimiento pasivo y si bien hemos de reconocer que se trata de una
período doliente, quedarían reprimidos o aún escindidos los aspectos cuestionadores y
de rebeldía inherentes a esta etapa de la vida. Ninguna palabra muta su sentido porque sí,
se dan fenómenos culturales o sociales para que esto ocurra.

La palabra adoleszenz o adoleszent eran usadas frecuentemente en la lengua


alemana y con asiduidad en la obra de Freud, aunque menos frecuentemente que la
palabra “pubertad”.

El tema de la adolescencia era tratado por Freud en las reuniones de los miércoles.
El eje que se perfilaba en el comienzo era el que se desprendía de comentarios freudianos
respecto de la práctica con niños. Asimismo sabemos de los célebres casos clínicos de las
dos adolescentes de 18 años de edad, atendidas por él, me refiero a Dora y el caso de la
homosexual femenina.

Si bien Freud habla estrictamente de la pubertad (“Metamorfosis de la pubertad”


en Tres Ensayos para una teoría sexual), o sea “cambio de forma” que afecta a la imagen
del cuerpo, tanto morfológicos como fisiológicos, son cambios que se anudan a la
subjetividad y que tienen un lugar lógico en el 2º. tiempo del “arranque de la sexualidad”.

Dado el incremento pulsional que conlleva deberán ser procesados


psíquicamente, en tanto trabajos de ligadura del Yo, promoviendo nuevos desarrollos de
afectos y representaciones.

En la joven adolescente (temprana) se observa un esfuerzo por elaborar esos


cambios corporales a través de “velos”, el “velo” de la fantasía o el “velo” de los ropajes,
que a veces resultan infructuosos (“mal gusto” en el vestir, el andar desgarbado),que
expresan esa sensación de cuerpo fragmentado que experimentan ante la propia mirada
de sí. En tanto, un cuerpo recubierto de identificaciones es una posibilidad de defensa
frente al trauma de ese cuerpo fragmentado.

Los varones también sienten aversión y miedo tanto frente al cuerpo de las
mujeres como al propio. Algunos usan los caracteres sexuales secundarios para
incrementar “sus encantos” a través de la potencia muscular (hacer pesas, atletismo,
deportes), no olvidemos que el uso intensivo del aparato muscular es característico de

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esta etapa. Otros, en cambio, a la manera pasivo-femenina, buscan constituir un cuadro


estético y ser admirados por las jóvenes por su belleza.

Durante esta etapa, la lógica de lo visible como real implica jerarquizar la


vestimenta, los adornos, los cortes de cabello, en suma “los encantos”, como
contrainvestidura de lo “ominoso”, de lo “horroroso”.

En la adolescencia se contraponen múltiples juegos de fuerzas dentro de un campo


dinámico: los movimientos paradójicos del narcisismo en las dimensiones intrasubjetiva e
intersubjetiva, las relaciones entre padres e hijos y entre hermanos.

Se dan configuraciones fantasmáticas de inmortalidad, omnipotencia e


idealización. En los padres recuperar a través de sus vástagos las parcelas incompletas de
su territorio narcisista, en tanto, en los hijos se juegan las vicisitudes del desplazamiento
de su narcisismo perdido y que muchas veces espera todavía recuperar.

La muerte del infans reanima sentimientos de desvalimiento y ominosidad por la


pérdida de la fantasía que reasegura la ilusión de alcanzar a través de la fusión, el amor
eterno e inmutable. La conmoción identificatoria del infans pone a prueba la estabilidad
de los sistemas narcisistas en los planos intra e intersubjetivo.

La desidentificación interviene en el complejo proceso de reestructuración de


todas las instancias psíquicas de ambos sistemas narcisistas en pugna y entre ellos (de
manera patética en la adolescencia). Desgarramiento de la persona que fue una parte del
sí mismo propio para el hijo, como así también perder el sostén que mantiene la
estructura narcisista en ambos padres.

Aquí quiero subrayar, que el complejo fraterno no representa una mera


consecuencia del complejo de Edipo, ni tampoco un simple desplazamiento de las figuras
parentales sobre los hermanos, sino que, presenta su propia especificidad, su propia
envergadura estructural y puede o no articularse con el complejo nodular de las neurosis
y aún con la dinámica narcisista.

Asimismo, Freud nos advirtió: “La posición de un niño dentro de la serie de los
hijos es un factor relevante para la conformación de su vida ulterior y siempre es preciso
tomarlo en cuenta en la descripción de una vida”.

Ejemplo de esto lo hallamos en los procesos identificatorios y sublimatorios de


tres grandes creadores, V. Van Gogh, S. Dalí y E. Sábato, y las marcas que ha dejado en sus
vidas y en sus obras el infausto acontecimiento de haber nacido luego y para reemplazar a

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un hermano muerto, y ser además los portadores del mismo nombre del doble
consanguíneo fallecido.

Retomando, lo que caracteriza esta etapa, es el encuentro del objeto genital


exogámico,(narcisista y/o de apuntalamiento) y sus peculiaridades, ya que se pueden
encontrar todas las mezclas imaginables entre estos dos tipos de elección de objeto,
resultando múltiples combinaciones

Para conquistarlo, el aparato psíquico necesita sufrir transformaciones especiales.


Algunas son comunes a ambos sexos y otras, particulares para cada uno de ellos a través
del recambio de identificaciones. Esto implica un trabajo de elaboración importante para
asumirse no bisexual, sino poseyendo un solo sexo.

La adolescencia reinstala la asunción de la problemática de la castración de la


bisexualidad y de la castración simbólica: soportar la incompletud y por ende la diferencia,
tanto en el sistema narcisista intrasubjetivo del adolescente como en el sistema
intersubjetivo de y con los padres.

En este camino las vicisitudes a veces implican distorsiones como el borrado de la


diferencia sexual, supresión de la sexualidad (amores ideales, crisis de asco) y su
sustitución por adicciones, trastornos de la alimentación, etc.

Asimismo, es una etapa de recomposición de los vínculos sociales, económicos y


aún jurídicos y de elección vocacional más allá de los mandatos parentales.

En relación a la clínica, es necesario no confundir el denominado “síndrome normal


de la adolescencia”, (donde toda ella es un retorno de lo reprimido, ya que pone sobre el
tapete la sexualidad infantil,) con la sintomatización en la adolescencia de problemáticas
particulares en cada adolescente, para lo cual es necesario detectar los riesgos
individuales y su gravedad sin arriesgar diagnósticos que estigmaticen.

Si bien no se trata de patologías nuevas, ni que hoy existe más patología que hace
20/30 años, no podemos desatender cuestiones preocupantes como el avance del H.I.V.,
la búsqueda de nuevas sensaciones a través de las drogas o marcas en el cuerpo (tatuajes,
cortes, etc), embarazos de púberes, etc. también es cierto que hay más conciencia, la
demanda de tratamiento ha aumentado debido a la velocidad en la propagación de los
acontecimientos, todo se “ve”, todo se “sabe”; y por otro, se han extendido las
posibilidades de abordaje clínico de determinadas patologías. (adicciones, trastornos de
la alimentación como bulimia y anorexia, por ej.)

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Otra característica de la sociedad actual es la velocidad y profundidad del cambio


social, que hace parecer que nada está ligado a sus ataduras, provocando que los vínculos
entre sus miembros tengan una frágil permanencia.

La aceleración temporal de los acontecimientos, el avance tecnológico y las


actuales formas de regulación del trabajo han tenido el efecto de un nuevo fenómeno que
es el de la exclusión social, lo que afecta de modo particular a los jóvenes porque
condiciona sus expectativas.

Hace unos años, uno de los motivos de consulta era la indefinición vocacional. Hoy
nos encontramos con una crisis de vocación, luego de comenzada o finalizada la carrera y
en una edad más avanzada, ya que no saben que hacer con ella, por falta de
oportunidades o gran competencia.

En la actualidad parecen bordear la extinción de la esperanza que no está


desgajada de profundas crisis sociales, la crisis de la familia (complejidad de la institución
familiar que como familia conyugal se disuelve cada vez más), etc.

Es necesario recalcar que el medio social va dejando una impronta y ejerce una
presión que actúa como estímulo coercitivo y desencadenante, favoreciendo la
emergencia de lo disposicional (series complementarias) y que se traducen en el campo
subjetivo, en depresiones, crisis de angustia o los denominados síntomas sociales.

Síntomas sociales, como delincuencia, drogadicción, alcoholismo, tribus “urbanas”,


patotas, barras bravas, fugas, etc., han sucedido siempre pero muchas veces un
comportamiento antisocial, es la forma de expresar la etapa de margen o liminal de una
etapa a otra.

La historia se ha encargado de crear instancias que han tratado de dar inclusión


simbólica a este punto, y los ritos de iniciación han tenido ahí su función.

Los ritos de iniciación son una variante de los ritos de paso, siempre se los ha
asociado a la iniciación sexual o al ingreso a sociedades secretas o religiosas. (en ellos se
sabe de antemano adonde se va a llegar y que se va a obtener con él: ej. el Bar o Bat
Mitzvah, el baile de los 15 años)

Cada cultura propone para la adolescencia ciertos “ritos” con un momento de


inicio que se apoya en el hecho biológico del despertar pulsional y un momento de fin que
es altamente variable. Momento de formalización y contención que pone nombre al
pasaje que se produce desde la pérdida de lo infantil, la familia protectora y nutricia, la

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endogamia, la madre, los vínculos de intimidad, el pasado, hacia la cultura cuyo significado
es el pasaje a la adultez, el padre, los vínculos formales, la exogamia, el futuro.

Todo esto va de un desconocimiento a un conocimiento, un “saber”, enlazado a la


sexualidad y el trabajo, que para el mundo infantil constituyen un misterio.

Durante el rito, el pasante o novicio queda en suspenso como sujeto social, pasa a
la categoría de objeto. No tiene las prerrogativas de la infancia pero tampoco los
beneficios y responsabilidades de los adultos.

Cuando una sociedad no provee u ofrece ritos de iniciación, es decir de pasaje, de


transición a la adultez, los púberes los crean, construyen sus propios ritos con el grupo de
pares, denunciando con su accionar que ciertos actos se deben realizar para que queden
inscriptas subjetivamente las mutaciones producidas en este período. (Ej. participación en
actos vandálicos compulsivos y transgresores que además marca la pertenencia al grupo
de pares).

Lo que particulariza metapsicológicamente a este período es que representa la


etapa de la resignificación retroactiva por excelencia de las inscripciones y los traumas que
en un tiempo anterior (1er. Tiempo de la sexualidad) permanecieron acallados y
adquieren, recién en este período, significación y efectos patógenos, es decir, aquellas
experiencias, impresiones y huellas mnémicas de la infancia que han permanecido en el
psiquismo sin haber constituído en sí un trauma, en el sentido de que no han producido
efectos patógenos y que se resignifican recién en esta etapa de recomienzo del desarrollo
sexual por la presencia de la maduración orgánica, del incremento pulsional, de la
reestructuración de las instancias del aparato anímico y de las nuevas demandas del
mundo social.

No es simplemente una acción diferida, sino de una causación retroactiva: desde el


presente hacia el pasado. La adolescencia en este sentido, representaría el proceso
privilegiado de la reacción sobrevenida con posterioridad.

Por otra parte, se desata un recambio estructural en todas las instancias del
aparato anímico: el reordenamiento identificatorio en el Yo, en el Super-yo, en el Ideal del
Yo y en el Yo Ideal y la elaboración de intensas angustias que necesariamente deberá
tramitar el adolescente y sus padres y hermanos, para posibilitar el despliegue de un
proceso fundamental para acceder a la plasmación de la identidad: la confrontación
generacional y fraterna. Esta requiere como precondición, la admisión de la alteridad, de
la mismidad y de la semejanza en las relaciones paterno-filiales y entre los hermanos. Para

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ello, cada uno de estos integrantes necesita atravesar por variados duelos en las
dimensiones narcisista, edípica y fraterna.

Momento de conmoción identificatoria, referida ésta tanto a la imagen del cuerpo


como a los fenómenos de masa que se desprenden de las identificaciones (identificación a
marcas, cantantes, grupos musicales, escritores, etc.); el sujeto está habitado por
identificaciones, abroqueladas yoicamente por cambiantes vestimentas narcisistas, que
imprimen cambios de forma que afecta al cuerpo y a sus hábitos.

La adolescencia genera “cultura juvenil” que se revela en la escritura (diarios


íntimos, producción literaria). Se definen formas de vestir, de hablar, la música es un
lenguaje privilegiado, el grupo que se prefiere define quien se es (ej. Heavy metal).

La importancia de los vínculos amorosos que ponen un tope a la retracción


narcisista (“los amigos del alma” por ej.) que aunque se caracterizan por la adhesividad y
se generan por la importancia que tienen las identificaciones miméticas, en las que se
prescinde completamente de la relación de objeto con la persona en cuestión, genera la
confianza por la confidencia que conlleva el alivio de poder distribuir el peso de las
intimidades que no quieren ser compartidas con los padres, ni con los hermanos. (ensayo
de exogamia).

Las premisas a tener en cuenta son:

1.- no evaluar al adolescente desde la patología adulta

2.- producir su implicación en lo que le sucede, dado que en general son los padres
del adolescente los que demandan, y otras veces los colegios o la justicia.

Demandas por el incremento de la conducta impulsiva, que suelen ser intentos


abruptos en la búsqueda de la constitución subjetiva, donde la angustia está ausente y
sobre todo, la implicancia del sujeto en su conducta. (Ejemplo de esto lo hallamos en las
fugas compulsivas por la tensión y frustración en el ámbito psíquico), conductas
impulsivas de tipo vindicatorio (“vengándose de una injusticia recibida: abandono de los
padres), accidentes, etc. que desafían mal a la vida, en tanto pueden perderla por su
búsqueda activa de riesgos o su imprudencia.

Lo crucial en cuanto al diagnóstico, es poder reconocer cuando un momento de


desarrollo se fijará como patológico, sumándose adolescencia más patología, o bien será
una conducta transitoria.

En la etapa de la pubertad-adolescencia la frontera entre lo normal y lo patológico


es todavía más difusa que en el resto de la psicopatología, hay cambios referidos a lo

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“evolutivo” y otros que entran en el terreno de lo patológico. Un sujeto mal sostenido


psíquicamente, tiene la necesidad de un reforzamiento real de sus soportes imaginarios.

Si bien, el problema que atravesamos es el del análisis por “encargo”, la diferencia


con el niño, es que posee más autonomía o bien es lo que está tratando de conseguir.

El lugar del adolescente

La decisión de tener un hijo depende, ante todo, de la decisión de asumir el deseo


y la responsabilidad para ejercer la paternidad. Esta requiere un trabajo de elaboración
psíquica constante para garantizar una cierta flexibilidad adecuada a las necesidades y los
deseos cambiantes del hijo que crece y que se desarrolla, para lo cual los padres necesitan
efectuar un trabajo psíquico ineludible, a fin de que el hijo adquiera un lugar y un tiempo
discriminados y disponibles en la economía psíquica parental.

Existe un orden imaginario y simbólico que precede al nacimiento cronológico. Este


orden es el lugar que ocupa el hijo en la fantasmática individual de cada uno de los
progenitores y de la pareja, y es a partir de ese momento lógico cuando el hijo comienza a
ser identificado en tal rol y en determinado lugar, punto de partida de su identidad y de su
identidad sexual que no debe ser entendido como determinismo mecánico, o un producto
sellado, dado que muchas veces se podrá alcanzar un inédito reordenamiento de lo
heredado, con un proyecto desiderativo propio tanto sexual como vocacional.

La decisión de tener un hijo implica mantener activa la memoria, en los padres, de


no ejercer un abuso de poder sobre sus vástagos, para que éstos no operen como un
objeto antiangustia que garantice la trascendencia, la inmortalidad y la protección
parental.

Para esto, los progenitores deberían posibilitar el ejercicio de la diferencia y del


cotejo intergeneracional en las distintas etapas de la vida de sus hijos.

Confrontación generacional y fraterna

Retomando, uno de los puntos nodales en la plasmación de la identidad, es la


cuestión de la confrontación generacional. La dinámica se juega en la confrontación
paterno-filial y fraterna.

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Los padres y el hijo, y los hermanos entre sí, implicados en el acto de


confrontación, no pueden ser descriptos ni entendidos como personas aisladas, sino como
un total estructurado, cuya dinámica resulta de la interacción de cada integrante sobre el
otro y de la situación sobre ambos en una causación recíproca dentro de un mismo
proceso dinámico. (Ej. alianzas: entre la madre y uno de los hijos, y el padre y otro de los
hijos).

Fenómenos progresivos y regresivos que se presentan en los entecruzamientos


generacionales y la dinámica que se origina entre la intrasubjetividad, la intersubjetividad
y sus incidencias en la estructuración-desestructuración de las instancias píquicas en cada
uno de los participantes.

Recordando el caso de la joven homosexual (1920), la adolescente “se hacía a un


lado” de la madre y el hermano y “daba la espalda” a su padre. En lugar de confrontarlos,
procuró a través de una venganza –masoquismo mediante- provocar al padre y huir de
una madre “distraída” que narcisísticamente competía con la hija. (las dos se “hacían a un
lado”).

Freud señala en una nota al pie de página la función esencial que ejerce la
confrontación generacional y fraterna en la plasmación de la identidad de la adolescente.
Subraya que en este “hacerse a un lado” en lugar de confrontarse con los padres por un
lado, y además con los hermanos descubre condiciones psíquicas muy complejas que no
sólo intervienen en la elección amorosa, sino que además se extienden en el ámbito de la
elección vocacional pudiendo influir en la determinación de la misma, “no ser como”,
oponiéndose reactivamente en lugar de buscar activamente un proyecto desiderativo
propio.

Lo efectos patógenos del complejo fraterno suelen desplazarse en los vínculos de


padres e hijos. Ejemplo de ello lo vemos cuando un padre permanece en una organización
horizontal en posición de un hermano resentido por las heridas no superadas con su
propio hermano, que opera obstaculizando la función estructurante del Complejo de
Edipo. Cae Edipo y se erige Narciso, sustituyendo la rivalidad padre-hijo por una lucha
fraterna.

Se da una disimetría radical entre la función parental y filial, pero tanto los padres
como el hijo requieren atravesar por distintas elaboraciones psíquicas y variados duelos:

1.- Duelos en las dimensiones narcisistas y edípicas

2.- Duelos por la irreversibilidad temporal que incluye en un mismo movimiento la


caída progresiva de la inmortalidad y la omnipotencia de los padres que envejecen y la

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admisión del poder en ascenso de la nueva generación que cuestiona las certezas
anteriores y la relaciones de dominio en la familia, las instituciones y la sociedad.

3.- Desidealización gradual y paroxística de la imagen de los padres maravillosos


para el hijo y del hijo maravilloso que no alcanza a satisfacer el cumplimiento de los
ideales parentales.

4.- Procesos de reordenamiento identificatorio y de resignificación, tanto en el hijo


como en los progenitores.

El yo del adolescente

Una de las conceptualizaciones de Freud respecto del yo es que es ante todo un yo


corporal (1923). En virtud de las modificaciones corporales características de esta etapa,
(físicas, hormonales, pulsionales) algunos autores han designado este proceso como duelo
por la pérdida del cuerpo infantil que produce un fenómeno de despersonalización por la
contradicción entre el cuerpo que se va haciendo adulto y una mente que se halla aún en
la infancia.

Las angustias son consecuencia de pérdida de lo conocido y acechante ante lo


desconocido que surgen desde estos cambios corporales, mientras que una lectura del a
posteriori otorga un sentido diferente a estas angustias.

Las nuevas imágenes provenientes de los cambios del cuerpo del adolescente
conmueven el patrimonio de las autoimágenes anteriores que en esta nueva etapa
adquieren nuevas significaciones.

Autoimágenes narcisistas que son soportes figurativos y representan el


“sentimiento de sí”. Estas son: desconocidas porque están constituidas por multiplicidad
de procesos inc., fundamentales por ser estructurantes del aparato psíquico y singulares
porque son particulares de cada sujeto. Operan como puntos de partida desde los cuales
el adolescente se relaciona consigo mismo, con el otro y con la realidad exterior, por la
identificación él es tales imágenes.

Surge, entonces, un choque entre sentidos, por la imposibilidad de relacionar las


nuevas demandas referidas a su identidad e identidad sexual en el interior de otro
sentido, en cuyo orden el adolescente ya había sido inscrito desde los deseos ajenos y que
al mismo tiempo en que es resignificado resulta incompatible de articulación.

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La colisión entre estos sentidos le impide ordenar un deseo propio, organizado, y


discriminado, y ante dicho fracaso surgen las angustias confusionales y de
despersonalización, que no provienen sólo de la pérdida del cuerpo infantil, sino y
fundamentalmente, del choque ante la incompatibilidad de las nuevas imágenes
provenientes de los cambios del cuerpo y el arsenal de las imágenes resignificadas de la
historia del sujeto.

El superyó y el ideal del yo

Como consecuencia del incremento pulsional, se reactualizan los deseos


preedípicos y edípicos, y se impone una modificación en el superyó del adolescente que
- a diferencia del superyó del latente, que funcionaba prohibiendo y castigando la
actividad sexual en general- debe en este período retractarse y auspiciar el ejercicio
genital.

Ahora el superyó presenta una doble función: imponer nuevamente el tabú del
incesto y, al mismo tiempo, no diferir la pulsión instintiva.

En esta etapa, el adolescente debe lograr la independencia respecto de los padres


y hermanos, en función de una mayor individuación.

Su superyó necesita desprenderse de las primeras relaciones de objeto, suavizando


las imagos parentales prohibidoras y reconciliándolas con otras de padres más reales,
sexualmente activos, permisivos, que lo confirmen en su identidad sexual.

El alejamiento o sea la renuncia a los viejos lazos incestuosos, es un proceso


doloroso que equivale parcialmente a la pérdida de un objeto de amor.

Más aún, debe renunciar también a las normas éticas e ideales, correspondientes
al ideal del yo, las que, aunque internalizadas, están todavía muy ligadas al objeto
incestuoso.

Yo ideal

Aparece la necesidad de dejar de ser “a través de” los padres y los hermanos, para
llegar a ser él mismo, lo que requiere el abandono de la imagen tan idealizada y arcaica
parental, para encontrar ideales nuevos en otras figuras, de alguna manera más adecuada
a la realidad.

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Esto reactiva en los padres los duelos del paso del tiempo, ante la pérdida del
“nene que crece” y al mismo tiempo resignifica en ellos en forma retroactiva la asunción
de sus propias incompletudes que a través del hijo obturador siempre presente, evitaban
asumir. El narcisismo todo está en juego, tanto en el hijo como en los padres. De aquí que
la reestructuración en el yo ideal adquiera una conmoción por el choque de sentidos, pues
reabre a posteriori las heridas narcisistas no superadas en ambas partes especulares.

Lo económico

Anteriormente hicimos hincapié en el incremento pulsional, sobre todo por


exacerbación de las pulsiones parciales las que paulatinamente deberán articularse con la
genitalidad y que en el mejor de los casos “si todo va bien”, formarán parte del placer
preliminar del coito, lo que no garantiza la ausencia de manifestaciones sintomáticas
como por ejemplo las adicciones, accesos de asco, repugnancia o furia, o bien
tramitaciones que tiene como destino el cuerpo, a costa de dañarlo (intentos de suicidio,
enfermedades somáticas graves, cortes en el cuerpo, etc.)

Subrayamos asimismo que este momento de transición o de cambio conlleva actos


impulsivos en pos de lograr una satisfacción pulsional que carece de dique como son los
actings o pasajes al acto.

De todos modos es necesario recalcar que no toda acción motriz en este período
puede ser considerada como un acting, dado que la motilidad es un mecanismo
privilegiado de esta etapa y para ello debemos entender cómo es el psiquismo en este
momento y de qué situaciones se defiende el joven.

La capacidad de simbolización continúa adquiriéndose o sea la posibilidad de


establecer un clivaje entre el acto y su significado. El pensamiento todavía tiene mucho de
concreto y muchas veces acción significa pensamiento, dado que el preconsciente se va
reordenando lentamente, las representaciones se van ligando en forma paulatina y
muchas veces la acción no puede ser aún mediatizada por la palabra. La acción es a veces,
en el adolescente, una forma de ser y de pensar.

Estudiar la motricidad de esta época es fundamental, ya que se va ajustando a


distintos criterios sociales y no sólo a pautas familiares, sino que se ajusta más bien a los
criterios de la cultura global, con retranscripciones necesarias para constituir nuevas
estructuras en el aparato (consolidación del Superyo, mayor control de las funciones
yoicas, dominio del Yo sobre los impulsos del Ello)

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En la práctica analítica con jóvenes es un acuciante obstáculo si se presenta antes


de establecida la transferencia, dado que el lugar del analista no está constituido como tal,
sino que es testigo de esos intentos abruptos y necesarios de la búsqueda de constitución
subjetiva.

Si se tratara de un acting, sabemos que es algo que se muestra, hay una


exacerbación de una escena, de una conducta dirigida a otro que se ha vuelto “sordo”, en
tanto el pasaje al acto se opone al trabajo de ligadura, de reelaboración, dado que lo que
se rechaza pasa al acto, la pulsión sufre un cortocircuito psíquico y se produce la descarga
motriz. Hay una salida brusca, fuera de la escena, de la cual el sujeto se siente excluído,
rechazado.

Ejemplo de lo dicho lo encontramos en el caso de la “homosexual femenina”


tratada por Freud, cuya tentativa de suicidio es un pasaje al acto, pero toda la aventura
con la dama de dudosa reputación es un acting.

Si recordamos el historial de la paciente, ninguna prohibición ni vigilancia alguna


lograban impedirle aprovechar la menor ocasión favorable para correr al lado de su
amada, seguir sus pasos, esperarla horas enteras, enviarle flores, etc. medio seguro para
disgustar y vengarse del padre. Para que su padre supiera de su relación se procuró un
encuentro con él, mostrándose públicamente con su amiga por las calles cercanas a la
oficina del padre (no acto inintencionado dice Freud), claro ejemplo de un acting que va
llevar, luego de la mirada colérica de éste a que se arroje al pozo por donde circulaba el
tranvía en un intento de suicidio, claro pasaje al acto motivado por un estado de
desorganización yoica.

Fantasías y defensas

Las fantasías en esta fase son formas de procesar psíquicamente el surgimiento de


la tensión genital, funcionando muchas de ellas como contrainvestidura contra los deseos
incestuosos y la necesidad de desasirse de los padres idealizados de la infancia, que al
quedar cuestionados le permitirá insertarse en comunidades más amplias, con otros tipos
de líderes que le permiten pensar nuevos orígenes, nuevos padres espirituales: políticos,
religiosos, económicos, de clase, etc.

A fin de resolver el conflicto ante lo pulsional o bien ante la realidad las defensas
más implementadas son la desmentida, la represión secundaria, sublimación y formación
reactiva que imponen formaciones sustitutivas.

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La falta de escándalos, desencadenados por el recambio pulsional opera como un


indicador elocuente de la psicopatología de la adolescencia; porque está ausente devela la
presencia del accionar de severas contrainvestiduras y desmentida que inhiben y paralizan
el inexorable acto de la confrontación generacional y fraterna.

Más tarde, el cambio en las defensas dará paso a la elaboración psíquica de los
duelos que permitirán realizar al Yo esfuerzos de ligadura de la libido con nuevas
representaciones. Duelos referidos especialmente a la desinvestidura de las
representaciones parentales.

El campo analítico con adolescentes

La particularidad en análisis con adolescentes se da en el ámbito de la


configuración de la situación analítica entre el analizado y el analista, por la intervención
en ésta de los padres, inherente y sobre todo, a la condición de la dependencia emocional,
económica y social que se establece entre el hijo y los progenitores.

Se debe considerar la necesidad de crear algún “influjo analítico” sobre los


progenitores, porque la resistencia en ellos hace peligrar el desarrollo del proceso
analítico, dado que habría un nexo estructural en el campo intersubjetivo entre las
resistencias de los padres y las resistencias del hijo en análisis.

A tal fin y según la singularidad de cada caso, se pueden realizar entrevistas con
ambos padres, con alguno de ellos por separado, con o sin participación del hijo que
apunta a:

1.- Descifrar inhibiciones, síntomas y angustias en el ejercicio de la maternidad y de


la paternidad.

2.- Otorgar un lugar a la enfermedad del hijo dentro del espacio mental de cada
uno de los progenitores, con el fin de poder albergarla y no expulsarla, ya que nadie
combate al enemigo “in absentia et in effigie”

3.- Recortar y articular la problemática del hijo, dentro de la dinámica narcisista y


edípica de cada uno de los progenitores, de la pareja y de la familia.

El campo analítico se complejiza por los efectos que surgen del trípode constituído
por los padres, el analizando y el analista que requiere por lo tanto una lectura más
abarcativa que en el proceso analítico de adultos porque deberá incluir los efectos que

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ejercen las fantasías inconscientes de los padres en la determinación y la creación de la


fantasía inc. básica del campo.

Los obstáculos suelen además estar determinados por la contribución activa de


ciertas transferencias de los padres sobre la relación bipersonal, pudiendo llegar al
extremo de poner en peligro la continuidad del tratamiento. En Dora cuyo tratamiento fue
impuesto por el padre, éste le dice a Freud “espero que Ud. consiga llevarla ahora a un
mejor camino”, interviniendo a favor de la cura mientras supuso que Freud iba a
convencer a Dora de que entre él y la Sra. K no existía más que amistad, pero como eso no
entraba en los cálculos de Freud se desinteresó por completo del tratamiento.

A su vez, el analista de adolescentes se halla más expuesto que el analista de


adultos a perder las fronteras de su asimetría funcional como analista para diluirse en un
plano de maternaje, paternaje o pedagógica actuación, condicionado además por las
fantasías de depositación de funciones parentales y de pigmalionización que ciertos
padres proyectan en forma manifiesta o latente sobre el analista. Por ej. “Dr. le deposito
mi hijo en sus manos, espero que lo encamine en el estudio” o “Dr. pensé en Ud. porque
en mi casa hay una falta de límites, mi hijo necesita un buen padre”.

Como enfoca cada analista la situación analítica en la adolescencia y los roles del
analizante, de sus padres y del analista en ella y el interjuego que se establece entre las
realidades externas y psíquicas y dentro de ésta última, cómo entiende la dialéctica entre
lo intrasubjetivo y la intersubjetividad, depende de sus esquemas referenciales teóricos.

Algunos privilegian la dimensión intersubjetiva, mientras que otros enfatizan en


exceso las influencias de la realidad externa.

Lo apropiado es considerar que la clínica y la metapsicología son interdependientes


y la adolescencia nos invita a la búsqueda y la reformulación de la metapsicología.

Los cuatro ejes metapsicológicos más salientes que nos orientan en la detección de
la existencia de un proceso o de un no proceso apuntan a revisar si han sido
suficientemente elaborados los siguientes temas:

a.- las autoimágenes narcisitas

b.- los complejos materno, paterno y fraterno

c.- el reordenamiento de las identificaciones

d.- la confrontación generacional

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Se puede pensar al analista como un aliado “transitorio” del adolescente.


“Transitorio” alude a la función temporal y mediadora que ejerce el analista durante el
proceso analítico como un aliado provisional y perecedero.

A la vez, se refiere a su función de tránsito, como aquel otro significativo que


propicia en el analizante la circulación, movimiento, trayecto y cambio en la relación
dinámica entre las realidades intrapsíquica e intersubjetiva, mediando el tránsito del yo
con la libido del ello, la realidad externa y la severidad del super-yo del analizante.

Aliado transitorio tanto del adolescente como de sus padres, para que en el eje
parento-filial de la vida anímica se acceda a un acto ineludible en todas las etapas de la
vida: la confrontación generacional y fraterna, aunque lo es fundamentalmente, durante
esta etapa.

En la adolescencia se requiere librar inexorablemente “la gran batalla” para


desasirse del poder de las identificaciones y las creencias parentales, y reordenar un
proyecto desiderativo propio, condición necesaria para acceder a la plasmación y el
mantenimiento del interminable proceso de la identidad.

En relación al final de análisis, el proceso como cambio estructural es en sí mismo


interminable, dado la permanente reestructuración a la que se ve enfrentado el analizante
en todas sus instancias psíquicas, en interrelación permanente con la realidad material y
social.

Lo que caracteriza al proceso analítico es el movimiento conjunto de


profundización dentro del pasado y construcción del porvenir; para ello es necesario
entender que las series complementarias no constituyen un determinismo mecánico. Así
el adolescente podrá alcanzar un inédito reordenamiento de lo heredado para poder dar a
luz un proyecto desiderativo propio tanto sexual como vocacional que si es logrado,
estructurará y orientará su identidad.

El a posteriori da cuenta de un tiempo lógico como operación necesaria para que el


nuevo acontecimiento se transforme en hecho histórico.

No se trata de la concepción de la historia signada por un destino irrevocable, por


ej. del sujeto marcado por los primeros objetos y los primeros años de vida, lo que
significaría ubicarlo como un producto sellado en el presente y un futuro sin salida.

El a posteriori implica un sujeto agente activo que organiza y otorga significado a


los hechos, configurando él su propia historia, retrospectivamente.

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Dra. Marta Liberman

La desidentificación con el objeto cultural endogámico y su pasaje y unión a


objetos culturales pertenecientes a un exogrupo que no comparte los mismos antecesores
míticos, son equiparados –en la fantasmática del adolescente y de sus padres- a la
destrucción de esa cultura, lo que equivale a consumar el parricidio, y determina intensos
sentimientos de culpa y necesidad de castigo que complican la tarea de desidentificación,
por supuesto, que se impone el trabajo de reelaboración, que puede ser promovido por
intervenciones lúdicas. Nunca la rigidez y el silencio son un buen camino.

Si de lo lúdico se trata, y haciendo referencia al concepto de creatividad primaria


de Winnicott donde el verdadero self se impondrá con su propia realidad en oposición a lo
“convencional” que implica sometimiento y falsedad, decimos que la auténtica creatividad
para mantenerse requiere un auténtica confrontación (vertical con los padres y horizontal
con los hermanos reales e imaginarios y desplazada luego a los pares y superiores), que
Eros mediante, facilita la ruptura generacional con lo concebido hasta ese momento.

No existe creación ni confrontación sin riesgos. El adolescente igual que el creador,


tiene derecho a la divergencia, a la posibilidad de estar junto a otros y de pensar
diferente, al crecimiento personal a costa de nadie; a defender su marginalidad, su
atipicidad, su independencia, sus juegos de imaginación para poder fundar una nueva
visión, un nuevo orden que den testimonio de su verdad.

Dra. Marta Liberman

Referencias Bibliográficas

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Dra. Marta Liberman

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