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SANTOS BENETTI

Sexualidad Creativa

Para vivir y gozar que ya es bastante

En la cultura occidental cristiana la sexualidad es el tema más conflictivo.


¿Por qué es conflictivo lo que debiera ser motivo de gozo y de placer?
¿Y cómo hacer para que la sexualidad deje de ser un elemento conflictivo y sea vivido
desde el gozo y el placer?

A estas y otras preguntas responde el Lic Santos Benetti, que aúna su saber y su
experiencia psicológica con sus profundos conocimientos de la Biblia y de la cultura occidental
cristiana.
“SEXUALIDAD CREATIVA, para vivir y gozar que ya es bastante” es un libro
valiente y diferente porque trae una propuesta distinta; porque habla de lo que pocos se animan a
hablar; porque dice lo que muchos quisieran expresar.

¿Es un libro polémico?


Si proclamar la vida, la libertad, la creatividad y el gozo desde la total coherencia y desde
el conocmiento crítico es motivo de polémica, entonces, éste es un libro polémico.

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SAN PABLO
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Dibujo de tapa: D. Mueller. Joven pareja.

Con las debidas licencias/ Queda hecho el depósito que ordena la ley 11.723
/ © SAN PABLO, Riobamba 230, 1025 BUENOS AIRES, Argentina / Impreso
en el mes de marzo de 1994.

I.S.B.N. 950-861-084-0

Impreso en Colombia / Printed in Colombia


Giro Editores Ltda.

Dedicatoria,
A mi esposa Elsa
y a mis hijas adolescentes
María Celeste y Amancay Jimena

Al profesor Félix Araya


quien, contraviniendo todas las normas,
me abrió al conocimiento
cuando yo comenzaba mi pubertad.

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INTRODUCCIÓN

¿Cómo se hace para vivir algo tan íntimo y personal como la sexualidad, si todo el mundo nos
dice cómo tenemos que vivirla? Si la vivimos como nos dicen los otros, no la vivimos nosotros.
Y si no vivimos nosotros, no vivimos.
Hemos recuperado la libertad y la creatividad en casi todos los campos. ¿Por qué no podemos
recuperarla en la sexualidad que es lo más personal que tenemos, lo que nos define como
personas y lo que nos puede hacer felices?
Sobre sexualidad existen infinidad de libros. ¿Por qué escribir otro? ¿Queda algo por decir que
no se haya dicho?
Si no hubiera nada más que decir, este libro no estaría en sus manos.
Lo que queda .por decir es lo más difícil de decir. Es penetrar en los temas prohibidos, esos que
lindan con la polémica porque siempre desnudan no al cuerpo, a lo que ya estamos
acostumbrados, sino la trama interna que hizo de la sexualidad el problema más conflictivo de
nuestra cultura occidental judeocristiana.
Intento proponer un debate abierto sobre los temas sexuales que se eluden ó silencian, sea por
ignorancia, sea por miedo, sea por censura. Intentaremos preguntarnos por qué... por qué lo que
tuvo y tiene que ser algo simple y hermoso, fue y es algo tan conflictivo y complicado, cuando
no torturante.
Para eso necesitaremos audacia. Atrevernos a introducirnos en el santuario prohibido: allí donde
siempre se nos vedó el ingreso. Tenemos la llave maestra: el conocimiento crítico.
Educado en la más estricta visión negativa de la sexualidad, me sentí con la obligación de
desentrañar sus códigos, de rastrear hasta el final todo cuanto se nos. dijo
y se nos dice y lo mucho que no se nos dijo ni se nos dice.
Me guía, no sólo mi experiencia personal liberadora y creatíva, sino la experiencia de millares de
personas que quieren hacer el mismo camino, pero a quienes les puede faltar el medio para
hacerlo: el conocimiento.

No hay libertad sin conocimiento. La libertad sin conocimiento se llama domesticación.


No ha conocimiento sin libertad. Y el conocimiento sin libertad se llama represión.
No hay conocimiento, ni libertad sin creatividad. El conocimiento y la libertad sin creatividad se
llaman ilusión.
Y es hora de que pasemos de la domesticación, de la represión y de la ilusión sexual a la
vivencia libre, plena, consciente, gozosa y serena de nuestra sexualidad.
No espere que en este libro se le diga cómo tiene que vivir su sexualidad. Sí intentaré darle las
herramientas para que usted lo haga por sí mismo. No espere encontrar en este libro ni una sola
norma, ni una sola receta, ni una sola técnica sexual. Si lo hiciera, lo estaría traicionando a usted
y a mí mismo, si la sexualidad tiene que ser creativa, lo que necesita es creadores.
¿Para qué ? Para vivir y gozar... que ya es bastante.

Santos Benetti

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CAPITULO I

LA SEXUALIDAD: UN APRENDIZAJE

1. Qué hago con el sexo

"Soy un muchacho de 16 años y hace tiempo que salgo con chicas. Y bueno, usted sabe,
tengo deseos sexuales como todo el mundo y quiero saber si puedo tener relaciones
sexuales, porque ya no soy un niño... Y si no, ¿qué hago con el sexo?".

Qué hago con el sexo... Esa es la pregunta, pero no sólo de los adolescentes. Es también
la pregunta de los niños y de los adultos.
No nacemos sabiendo cómo ejercer nuestra sexualidad, como no nacemos sabiendo cómo
caminar, háblar o cruzar una calle.
Cuando nació mi primera hija y la tenía en brazos, la veía tan pequeña, tan dependiente y
a menudo pensaba: “Las cosas que tiene que aprender, prácticamente todo. Qué larga carrera:
hablar, caminar, jugar, leer, sumar ...”.
Hoy ya se acerca a sus quince años y veo que ha aprendido mucho, pero tiene por delante
uno de los grandes aprendizajes en el que apenas fue iniciada: su sexualidad, su genitalidad, el
amor.

Mucha gente se escandaliza cuando se habla del aprendizaje sexual, imaginando una
iniciación genital como quien cumple con los deberes escolares; justamente porque la palabra
“aprendizaje” está asociada a ciertas lecciones que el alumno tiene que estudiar y practicar.
Lo cierto es que no tenemos dificultades para entender que hay aprendizaje para hablar,
para caminar, para pensar -algunas de nuestras facultades más comunes-, pero se nos hace cuesta
arriba pensar que la sexualidad tenga que ser aprendida, exactamente al igual que todas nuestras
otras actividades y funciones sociales.
En cambio lo que sí se ha hecho es dar decretos, permisos y prohibiciones sobre la
sexualidad, porque damos por sobreentendido, al menos en nuestra cultura, que la sexualidad es
una "cosa aparte" y siempre será tratada como una cosa aparte, a tal punto que aún hoy en
nuestras escuelas la sexualidad no está integrada en un esquema de educación.

Y por aquí comenzaremos nuestras reflexiones: la sexualidad no es una cosa aparte, sino
una función y modalidad esencial del ser humano: la de sentirse hombre o mujer y saber
relacionarse como hombre y como mujer con hombres y con mujeres.
Y todo esto no se aprende por un decreto ni por el hecho de que un juez o un sacerdote o
rabino nos dé su autorización y bendición. Tampoco se aprende por el hecho de que la sociedad
diga que sí o que no.

Esto es lo que plantea el caso de ese muchacho de 16 años que preguntaba si podia tener
relaciones sexuales o no...
Imaginemos que se le diga que sí: ¿cambia en algo la situación?
El hecho de que se le diga que sí o que no, ni lo hace más maduro ni le garantiza que su
relación sexual sea agradable, sana o traumática.
Nuestro primer planteo no es preguntamos sobre la permisividad de las relaciones
sexuales sino de si. las relaciones entre los sexos, se trate de personas casadas o solteras,
adolescentes o adultos, son vividas desde una dimensión positiva y sana o en forma enfermiza,
culpógena o destructiva.

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Pero este vivir por ejemplo, en forma sana o enfermiza no es algo dado desde un
comienzo y para toda la vida; tampoco es una obligación que alguien pueda imponer y sancionar.
Es mucho más que eso y algo mucho más importante que eso: es un constante aprendizaje, hoy
como niños, mañana como adolescentes, después como adultos y finalmente como ancianos;
porque con la sexualidad nacemos y con ella morimos Y esta sexualidad sufre a lo largo del
tiempo innúmerables variaciones nacidas de la misma evolución del ser humano y de sus
circunstancias de vida, experiencias, educación, cultura, etc.

La sexualidad comporta una actividad y una conducta humana, y en eso no se distingue


de las otras actividadesy conductas humanas: la aprenderemos desde el error y desde los aciertos,
desde situaciones de salud v desde otras de enfermedad. En algunos casos con óptimos
resultados y, en otros, con rotundos fracasos.

Lo curioso del caso -insisto en este concepto- es que, mientras nos permitimos o la
sociedad nos permite errores, limitaciones y fracasos en todas nuestras actividades (el
aprendizaje escolar, el aprendizaje profesional, manejar un vehículo, practicar un deporte, etc.),
cuando se trata de una actividad tan corriente y tan universal como la sexual, aparecen criterios
inflexibles, absolutos y autoritarios, dando por su puesto que quien no los cumple inncurre en un
grave delito, pecado o enfermedad. Para este asunto parecieran no existir matices de ninguna
especie ni oportunidad para ensayar ni para practicar, ni para equivocarse ni para volver a
intentar.
Por qué sucede esto justamente con la actividad sexual y no con las otras, es una pregunta
que la dejamos planteada como una inquietud y sobre la cual volveremos a menudó en este libro.
A veces se tiene la impresión de que la sexualidad no es regulada, como las otras
funciones humanas, por el cerebro y sus leyes, sino desde la simple irracionalidad o desde un
segundo cerebro, sobre el supuesto básico de que la sexualidad "es una cosa aparte".

2. Qué es eso de aprender

Aunque todo este libro está orientado hacia la sexualidad como un aprendizaje, y por
tanto, como sexualidad creativa, es interesante que entendamos un poco más qué es esto de
aprender o de aprendizaje.
Ante todo, aprender alude a una actitud de acercamos a algo desconocido sobre lo cual
queremos tener conocimiento y manejo. Es una postura interna que nace del no saber al saber,
ese saber experimental que transforma lo desconocido en algo familiar, útil y placentero. Como
resultado, eso aprendido queda incorporado en nuestra vida.
El aprendizaje implica también utilizar ciertos instrumentos para lograr una mejor
incorporación. Así utilizamos las manos, los pies; los instrumentos técnicos pero también
nuestras funciones como la vista, la memoria, la razón.
En la sexualidad hay un instrumento casi único y privilegiado que es el propio cuerpo; el
cuerpo como totalidad, incluyendo los afectos, el amor, el erotismo.
Porque la sexualidad no está en el aire, no es una idea, sino una función del cuerpo
humano, un cuerpo sexuado. Pero un cuerpo con mente, con sentimientos, con emociones, con
pasión, con placer.
Es decir, que el aprendizaje alude también a la funcionalidad de la cosa: cómo funciona
nuestro cuerpo y cómo hacer para que funcione bien. Si aprendemos cómo comer con una dieta y
una digestión sana, también tenemos que aprender cómo es el funcionamiento de la sexualidad y
cómo hacer para que nos funcione bien.

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A medida que avanzamos en este aprendizaje van surgiendo problemas y conflictos, y
entonces el aprendizaje comporta el saber resolverlos de la mejor forma posible. Así un varón
aprende a tratarse con su mamá; pero ¿cómo será tratar a una mujer que no es su mamá? Varían
las circunstancias, aparecen dudas, surgen conflictos. Ya dijimos que, sobre todo en la
sexualidad, nunca se aprende de una vez y para siempre, y es en el terreno de las relaciones del
varón con la mujer donde los conflictos estarán a la orden del día.
A veces el conflicto surge cuando nuestro instrumento, el cuerpo, no funciona como
pensamos que debería funcionar, o sentimos trabas psicológicas, o no nos entendemos con el
otro, o nos encontramos con prohibiciones o limitaciones.
Nadie ha dicho que resolver estos conflictos sea siempre fácil, pero sí será siempre una
necesidad de nuestro aprendizaje. De lo contrario correríamos el riesgo de estancarnos -como la
rutina en el matrimonio-, o de retroceder o de caer en situaciones enfermizas, desgastantes o
destructivas.
En definitiva, el aprendizaje apunta al éxito en nuestra relación con eso que queremos
aprender, sea andar en una bicicleta o tener una linda pareja. No por nada cuando una pareja se
casa, se cansa de escuchar: "Que sean muy felices".
Y es lo mejor que se les puede augurar; porque si hay algo en la vida que apunta a la
felicidad, es precisamente la sexualidad.

En qué consiste este largo aprendizaje de la sexualidad, o esta creatividad de nuestra


sexualidad -porque aprender es crear- es la propuesta de este libro y de estas reflexiones.
Esto no quiere decir que yo voy a enseñar y ustedes van a aprender. Digo que vamos a
ponernos en una actitud de aprendizaje sexual, y en ese aprendizaje intervendrán nuestros padres,
la escuela, la Iglesia, los medíos de comunicación y, sobre todo, nuestra propia experiencia con
hombres y mujeres de carne y hueso, y nuestra búsqueda honesta y sincera.
Si todo se aprende con los otros, mucho más la sexualidad, que por definición se orienta a
la relación con el otro; la relación más íntima y profunda que pueda alcanzar el ser humano.

Insisto en estas ideas: no se trata de que alguien nos diga ”cómo usar nuestra sexualidad”.
Se trata de que cada uno debe aprender a funcionar sexualmente, relacionándose tanto con su
propio cuerpo como con otras personas.
Pero en este aprendizaje no estamos solos, como no lo estamos en todos los demás
aprendizajes. Aprendemos en un grupo, en una familia, en sociedad, desde una cultura
determinada.
Y aprendemos, bien o mal, por el solo hecho de ser miembros de una sociedad.
Aprendemos desde el seno materno, desde la familia, desde la calle, desde los medios de
comunicación... Desde lo que se dice y desde lo que se calla, desde ciertos modelos o ejemplos,
desde lo que vemos y nos cuentan...
Es un aprendizaje vital, que puede ser más o menos consciente o reflexivo; pero en
definitiva jamás podremos evadirnos de nuestro cuerpo y de la relación con los otros, sean del
mismo sexo o del otro sexo.
El silencio, ese inmenso silencio que tantas veces padres y educadores hacen sobre el
tema sexual, también es aprendizaje e influye, y cómo, en nuestra vivencia sexual.
Cada cultura, de una forma más explícita o menos explícita, tiene una imagen o una idea
de la sexualidad, y, tiene un esquema desde dónde entenderla y vivirla. O sea, tenemos cierta
actitud hacia la sexualidad. Y esta actitud, comandará todo nuestro aprendizaje.
De ahí la necesidad de que pasemos revista a estas actitudes más comunes e
internalizadas de nuestra cultura.

3. Actitudes ante el sexo

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a) El sexo como sagrado o como demoníaco

En muchas culturas antiguas la sexualidad era entendida como algo sagrado, o sea, algo
íntimamente relacionado con lo divino. Se suponía que los dioses también eran sexuados, y de
esa sexualidad divina ("hierogamia” matrimonio sagrado) provenía el mundo y todos los
elementos de la creación. Así, por ejemplo, estaba el dios masculino Cielo (Urano) que se unía
sexualmente con la diosa femenina Tierra (Gea), y de esa relación surgía el mundo. Esta visión
es común a los pueblos del cercano Oriente y a los griegos. Hay infinidad de mitos que describen
esta situación.

Los seres humanos, al ser sexuados, participan de ese poder divino y, en cierta forma, se
divinizan a través de las relaciones sexuales.Y esto no solamente mediante el matrimonio sino
también por el coito con las prostitutas sagradas.
Este carácter sagrado de lo sexual hacía que la sexualidad participara de la idea de "tabú",
o sea, cosa intocable, cosa sagrada, esa "otra cosa" que es diferente de las demás actividades
humanas.
Seguramente cierto carácter misterioso que tiene la relación sexual, sobre todo en
culturas con un escaso conocimiento anatómico y fisiológico especialmente de la mujer, agudizó
esta sensación. Pero también la íntima relación entre la sexualidad y la vida. Por eso el culto de
las divinidades sexuales especialmente femeninas (Isis, Astarté, Venus) tenía por principal objeto
la fertilidad de las mujeres, una necesidad fundamental para la supervivencia de estos pueblos
sujetos a una gran mortalidad infantil, enfermedades y guerras de exterminio.

Si bien la Biblia niega este carácter sagrado de la sexualidad como lo veremos en el


capítulo V, en la práctica del cristianismo la sexualidad fue vivida como esa cosa aparte o
sagrada que, como tal, debe ser regida por leyes religiosas rígidas y siempre desde la relación
con Dios.
Es importante tener en cuenta que en estas culturas lo sagrado se opone a lo profano, y lo
típico de lo sagrado es que se trata de algo diferente, distinto, separado de lo profano y bajo el
ámbito divino.
Esto explica en gran parte lo que dijéramos renglones arriba, que la sexualidad no es vista
como otra actividad más del ser humano, sino como algo absolutamente especial.
La relación, entonces, es esta: sexualidad - vida - sagrado.

En el catolicismo el matrimonio como sacramento (unión con la divinidad) consagra este


rasgo de sacralidad y ubica a toda la actividad sexual bajo la guía de la Iglesia y de sus normas
morales.
Esta idea de sacralidad sexual ha sido muy inculcada en la educación religiosa.
El esquema sería este: el sexo es algo sagrado, distinto, especial. Sólo puede ser ejercido
en determinadas circunstancias y con la sola finalidad de engendrar vida dentro de las normas
que se establecen.
Desde este esquema, quedan claras dos ideas:
La primera: la sexualidad no es algo creativo sino algo normativo. Hay pautas previas e
inamovibles, dictadas por la autoridad religiosa, que regulan la actividad sexual. El individuo
debe aceptarlas sin poder innovar ni buscar nuevos caminos.
La segunda: la sexualidad sólo es permitida cuando engendra vida. Si es vivida como
placer, o con la sola intencionalidad del placer, tanto dentro como fuera del matrimonio, es
pecaminosa.

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Esta cuestión, la relación entre la sexualidad y el placer, fue y es aún ahora el principal
obstáculo para una comprensión religiosa de la sexualidad. Pero sobre este tema tan importante
volveremos explícitamente en el capítulo IV.
En síntesis, la sexualidad es sentida como un camino al matrimonio.

Lo curioso de toda esta actitud ante la sexualidad, es que, mientras se la declara sagrada
en un aspecto, también se la vive como demoníaca en otro.
Ya en el mito de Adán y Eva hay un atisbo de este concepto cuando entre ellos se
interpone la serpiente demoníaca para echar a perder la relación entre varón y mujer.
Consecuencia de ello, la mujer sentirá atracción por su marido (el deseo sexual es fruto del
pecado y de la tentación del demonio) y concebirá y dará a luz con dolor. Por su parte, el varón
sufrirá el castigo del trabajo.
En otras culturas la presencia demoníaca en la sexualidad es más explicita.
Así los persas (y esta idea está presente en el libro bíblico de Tobías) creían en un
demonio llamado Asmodeo que interfería en las relaciones sexuales engendrando esterilidad
femenina y la muerte del esposo, o bien conflictos entre ambos.
Pero más allá de todo esto, surge la idea -por supuesto desde una visión totalmente
masculina o machista- de que especialmente la sexualidad femenina está relacionada con lo
demoníaco. La mujer, especialmente en cuanto ser sensual, es vista como la representación
misma de la tentación demoníaca para el varón.
Esta idea antiquísima perduró hasta nuestros días en la educación religiosa con la obvia
conclusión de que "el pecado por excelencia" es el pecado sexual.
Aún nosotros tenemos la fantasía de que lo demoníaco aparece especialmente en la
sexualidad, y de que tanto el placer sexual como el erotismo son las tentaciones del demonio.
La imagen del sexo como demoníaco o de la mujer como demonio es mucho más que una
metáfora: es una vivencia profundamente internalizada que casi forma parte de nuestro
inconsciente cultural.

b) El sexo como algo sucio, indigno y prohibido

La idea del sexo como algo sucio, vil, abyecto y despreciable arranca desde muy lejos.
Sobre todo nos llega a Occidente desde una corriente de pensamiento llamada “gnosis” o
gnosticismo, que nació en Persia y el cercano Oriente y se extendió desde el siglo primero de
nuestra era a todo el mundo greco-romano para penetrar en el mismo seno del cristianismo.
Según la gnosis -hay diversas escuelas gnósticas- Dios creó el alma, pero el cuerpo fue
creado por el demonio. Otros incluso afirman que hay dos dioses supremos, uno creador de todo
lo espiritual y otro, de todo lo material.
Esta teoría hizo carne en el pensamiento griego, especialmente de los seguidores de
Platón (el Neoplatonismo) que afirmaban la total separación entre el cuerpo y el alma. El cuerpo
es como un peso del cual hay que desembarazarse, o como un caballo indómito que debe ser
guiado por el jinete alma.
En el ideal griego y en el gnóstico, la tarea del ser humano es dominar el cuerpo, dominar
sus instintos y sojuzgar su sexualidad para lograr la primacía de la mente, de la razón, del
espíritu; en síntesis, del alma.
Si bien esta manera de entender al ser humano -como una dualidad cuerpo versus alma-
es totalmente ajena al pensamiento de la Biblia, sin embargo entrará en el cristianismo y formará
parte esencial de su concepción antropológica y filosófica prácticamente hasta nuestros días.
Consecuencia lógica de estas ideas: el espíritu es puro y el cuerpo es impuro; el espíritu
es limpio y noble, y el cuerpo es sucio y despreciable.
Desde entonces la sexualidad queda bajo sospecha de algo feo y pecaminoso.

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Y los teólogos la considerarán sólo admisible dentro del matrimonio con el único fin de
la procreación, tolerándose el placer como un mal inevitable; o bien, como una forma de evitar
los excesos de la pasión sexual (llamada "concupiscencia") fuera del matrimonio. (En el capítulo
V ampliaremos estos conceptos.)

Consecuencia de esta postura es la aversión al placer sexual, especialmente en las


mujeres; el silencio ante este tema, sobre todo en la educación; la utilización de rodeos
lingüísticos para hablar del cuerpo y de la sexualidad; la ignorancia más impresionante sobre
estos temas o su tratamiento chabacano y grosero en las conversaciones diarias; la mitificación
del vestido y el escándalo ante el desnudo, aun artístico; la vergüenza que siempre acompañaba
cualquier experiencia, fantasía o tratamiento de este tema y, en fin, el abordaje de la sexualidad
exclusivamente desde el punto de vista del pecado y de sus castigos tanto en esta vida como en la
otra.
La sexualidad aparecerá, ni más ni menos, como el aspecto animal o bestial del ser
humano.

Los psicólogos sabemos, por experiencia universalmente comprobada, hasta qué punto
esta idea del sexo como sucio y pecaminoso perdura en lo más hondo de hombres y mujeres de
nuestra cultura actual.
Nunca olvidaré a aquella paciente que me decía: "Me gustaría tener hijos con tal de no
pasar “por eso”".
El instrumento de toda esta ideología antisexualista es la represión a cualquier precio y
todo un aparato de normas y leyes morales que transforman prácticamente la experiencia sexual
en una verdadera tortura moral.
Y como un extremo llama al otro, esta postura extremista llamará a la opuesta, que surge
con inusitada fuerza especialmente en nuestro siglo, sobre todo en su segunda mitad.

c) El sexo como meta suprema y pasatiempo

La llamada liberación sexual es una ola que fue creciendo especialmente desde la
terminación de la segunda guerra mundial. Si la sexualidad estaba muy restringida tanto por la
moral puritana y las normas religiosas como por el miedo al embarazo, el descubrimiento de las
píldoras anticonceptivas y la pérdida de influencia de las Iglesias en la sociedad moderna,
permitieron una verdadera avalancha sexual en abierta contraposición a la postura anterior.
El sexo, de sucio y prohibido, pasa a ser una especie de panacea de todos los males que
aquejan al ser humano.
Pero más que de sexualidad en sentido amplio, lo que ocupa el primer plano es el placer sexual
buscado por sí mismo tanto dentro como fuera, antes o durante el matrimonio.
El sexo, de oculto y tabú, pasa a ser algo destapado y expuesto con las mil formas de los
medios de comunicación social, no descartándose la pornografía en sus variadas formas.
Si en la posición anterior se separa al sexo del espíritu, ahora se separa el placer sexual de
la procreación. El sexo es vivido como algo valioso por sí mismo más allá de su funcionalidad
procreadora o de un compromiso de pareja.
En particular fue la mujer -la más castigada por siglos de represión- la que pudo
recuperar su capacidad de goce físico, liberada también del siempre temible miedo al embarazo
no deseado, tanto en las solteras como en las casadas.

En esta actitud se registra un cambio de fondo con respecto a la sexualidad y al cuerpo


humano. Su postura extrema es una especie de endiosamiento de la sexualidad y de los símbolos
sexuales tanto masculinos como femeninos. Para muchos la vida se centra en el sexo, en una

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postura individualista de goce y placer. El sexo pasa a ser un pasatiempo más o una oportunidad
que hay que aprovechar de cualquier forma.
El sexo tiende a separarse del matrimonio, de la procreación, pero también de los afectos
estables y del amor.
Desde ya que en esta actitud hay infinidad de matices.

Positivamente, por primera vez en Occidente, la sexualidad es valorada por sí misma y


también "laicizada", es decir, entendida fuera de los cánones religiosos. El cuerpo también es
valorado y nace toda una cultura del cuerpo tanto en las mujeres como en los varones. Estética
corporal, masajes, deportes, dietas, danzas, libros y revistas que dan consejos de todo tipo, todo
se pone al servicio de un cuerpo capaz de gozar.

Negativamente, además de ciertos excesos ya señalados, sigue pendiente la duda de si no


se está confundiendo sexualidad con la pura genitalidad erótica.
Si para unos la sexualidad sigue siendo algo aparte por su carácter sagrado, ahora para
otros también es algo aparte, casi como una diversión que se agrega a la vida más que como una
forma de relación entre las personas.
De todos modos, las enfermedades sexuales que se extienden como una plaga, y
especialmente el sida, representan un toque de atención hacia la sexualidad indiscriminada. Los
miedos vuelven a aparecer, no ya al embarazo sino a la muerte.
Casi parece una burla del destino. ¿Está la sexualidad llamada a ser siempre un elemento
conflictivo en la experiencia humana?

4. Una constante: la tendencia a separar los elementos

Si observamos con detenimiento todas estas actitudes o posturas, hay un elemento que les
es común: la tendencia a separar.
Separar el cuerpo del espíritu, separar el sexo como deber conyugal del placer, separar el
sexo del amor, separar el sexo de la relación humana.

Como bien ya lo han señalado otros autores, pareciera que el gnosticismo sigue vigente,
tanto en la postura rígida y prohibitiva, como en la postura totalmente permisiva.
Al menos en nuestros países occidentales la, sexualidad no aparece como algo integrado
en la totalidad de la vida humana. Aún hoy, y a pesar de la gran evolución sufrida, la sexualidad
es algo que aparece al lado de la vida, pero no como la expresión de la totalidad de la vida y, por
tanto, de la relación completa entre las personas y de todos los componentes de la persona.

Curiosamente comprobamos en nuestra cultura una actitud dualista y ambigua con


respecto a la sexualidad.
Por un lado, la cultura emite constantes mensajes sexuales aparentemente muy liberales.
Por otro, no se tiene respuesta o se la esquiva cuando los adolescentes reclaman su derecho a
vivirla.
Se afirma la importancia de la sexualidad y del amor, pero cada día tenemos más
dificultades para establecer vínculos estables.
Se presenta al sexo y al amor sexual como el camino de la felicidad; pero esto se
contradice con la experiencia real donde el consumismo, el afán de dinero y de poder y un
individualismo extremo aparecen como las verdaderas metas a las que se aspira.
¿Es realmente el amor el valor supremo de nuestra sociedad?
¿En dónde ciframos hoy nuestra felicidad? ¿En el amor, en el placer individual, en el
dinero, en el bienestar material?

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Comprobamos también que la literatura sobre temas sexuales, tanto en libros como en
revistas, casi no conoce límites; sin embargo, comprobamos simultáneamente una gran
ignorancia sexual y una increíble confusión sobre los temas que realmente nos preocupan.
Aparentemente sabemos mucho de anatomía sexual y de técnicas sexuales. Pero,
¿comprendemos la sexualidad en toda su dimensión?
¿Es la vivencia de la sexualidad una moda más al servicio de impresionantes negocios o
es una actitud que logra mejorar las relaciones entre los sexos?

5. Hacia un acercamiento sereno y natural

Lo cierto es que el tema sexual está ahí en el centro de la polémica.


Y quizás es mejor que sea así, como una oportunidad que tenemos para repensar el
problema por nosotros mismos, para encontrar respuestas que realmente nos signifiquen algo,
para liberarnos del moralismo asfixiante que la tuvo aprisionada por siglos, y para tratar de
comprender un poco más esa realidad siempre misteriosa y siempre fascinante.
Quizá lo más valioso de todo este proceso es que le hemos perdido el miedo a la
sexualidad y hablamos de ella tanto los adultos como los niños y adolescentes.

Comenzamos a entender que es un fenómeno tan natural y universal como natural y


universal es el ser humano.
Comenzamos a acercarnos a la sexualidad con serenidad, con naturalidad; no como quien
está frente a un enemigo o ante un poder mágico, sino ante algo que es parte de nosotros mismos.
Más aún, que hace que seamos nosotros mismos, varones, mujeres, heterosexuales u
homosexuales.
"Nuestra" sexualidad, ni divina ni diabólica; simplemente humana y nuestra.
Ni pecaminosa ni perfecta, sí como la búsqueda de una forma de ser, de relacionamos, de
dar vida y encontrar placer.
Acercarnos y mirar la sexualidad con una mente fresca, sana, más divertida que
dramática, casi como los niños que preguntan e investigan sobre su cuerpo ingenua y
desprejuiciadamente.

Porque es de los prejuicios de los que tenemos que liberarnos; prejuicios que nos
distorsionan la mirada y que nos impiden el nuevo y fresco esfuerzo por ver la realidad
sexual como el fenómeno más universal de la vida, que afecta a todos los hombres y mujeres sin
distinción de edad ni de condición social; un fenómeno tan natural como es la digestión o el
juego, tan deseado por su capacidad de otorgar placer, tan valioso por ser el vehículo más
perfecto para entablar una relación y para expresar la sublimidad del amor.
Como una experiencia a ser vivida, y por tanto, a ser aprendida y recreada
constantemente, riéndonos de nuestros fracasos y gozando de nuestros éxitos.
No necesitamos ir a la universidad para aprender a vivir nuestra sexualidad: nos basta
desnudarnos en el cuerpo y en el espíritu.
Como suelo decir con humor: es la única actividad humana en la que, no sólo no
necesitamos tener muchas cosas para vivirla, sino que necesitamos despojarnos de las pocas que
tenemos.

La más democrática de las actividades humanas, porque en ella ricos y pobres se igualan
en la desnudez y en la capacidad de amar y de gozar. Todo lo demás sobra.

Somos un cuerpo sexuado

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Teresa anda rondando los treinta años. Es una mujer inteligente, con una carrera
universitaria, eficiente en su trabajo y hábil para muchas cosas.
"Pero -así me lo dice- ... ya ve que siempre hay un pero en la vida, no sé qué hacer con mi
cuerpo. Siento que mi persona termina en el cuello; de allí para abajo es como si no me
perteneciera".
Basta observarla para palpar cierta rigidez corporal que acompaña todos sus
movimientos. Aún sigue soltera y no encuentra la forma de incorporar la sexualidad en su vida,
“por lo que me siento fría y pragmática, como si los sentimientos fueran una esfera prohibida
para mí. Yo sólo pienso y actúo. No sé qué es eso de sentir...”

Teresa no es un caso único. Son muchos los hombres y las mujeres que viven su cuerpo
como si no existiera o como un agregado al que hay que soportar resignadamente, y del que se
acuerdan sólo cuando se enferman.
Sabemos ya de dónde nos llega toda esa imagen descalificada del cuerpo. Teresa me
decía: "Es como una cosa animal que uno tiene".
Es probable que nosotros sintamos que lo valoramos más, pero, cuando tenemos que
nombrar ciertas partes del cuerpo, nos avergonzamos de usar las palabras del diccionario, y
entonces hablamos de la cola, del pajarito o de la cotorra, y de un sinfín de palabras más que nos
resultan jocosas y divertidas con tal de "no sentir vergüenza" por darles el nombre que les
corresponde.
Pero ya es hora de que nos avergoncemos más bien de nuestras represiones y de la poca
estima que tenemos por nuestro cuerpo sexuado.
Teresa decía: "No sé qué hacer con mi cuerpo", suponiendo que el cuerpo es esa cosa
aparte, el agregado del espíritu... Claro que es el cuerpo que está debajo del cuello y sobre todo si
está debajo del ombligo.

Cuerpo y sexualidad son dos palabras que se refieren a lo mismo; y eso mismo somos
nosotros. No es que "yo tengo" un cuerpo, sino que yo soy un cuerpo: un cuerpo vivo, dinámico,
capaz de percibir el mundo y de disfrutarlo, de pensarlo y de reflexionarlo.

Cuánto esfuerzo se ha hecho para ignorarlo, reprimirlo, domarlo, aplastarlo..., pero allí
está sublevándose constantemente contra todo intento de separarlo de nuestra personalidad.

La biología nos ayuda a entender mejor a nuestro cuerpo: todo él está organizado para
que nos relacionemos con el mundo externo, con nuestro mundo interno y con las demás
personas. Sin el cuerpo seríamos islas cerradas e impenetrables. ¿Cómo podría yo expresarme en
este libro o hablarle a usted sin mi cuerpo? ¿Y cómo podría usted escucharme sin el suyo?
El cuerpo con sus órganos externos conectados a esa maravilla que es el sistema
nervioso, especialmente el cerebro, no es sino una gran central de conexiones hacia adentro y
hacia afuera. Con este instrumento, tan pequeño comparado con el universo infinito, puedo sin
embargo comunicarme con ese universo infinito, puedo adentrarme hasta lo más recóndito de mí
mismo y puedo... ¡he ahí la gran maravilla!, comunicarme con otro ser humano con toda la
insospechada dimensión del amor. Y ahora sí estamos hablando de la sexualidad: esa función del
cuerpo que nos permite con. más hondura y placer que los demás sentidos y funciones,
comunicarme con un hombre o con una mujer en un encuentro absolutamente único.
No separemos lo que está unido: esta es la voz de la evolución del mundo que encontró
su culminación en el cuerpo humano: una unidad total, bien integrada y amalgamada que nos
permite decir "YO": yo veo, yo toco, yo oigo, yo como, yo conozco, yo recibo sensaciones; yo
amo, yo odio, yo abrazo, yo me uno...

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¡Mi cuerpo! ¡Tu cuerpo!
La obra máxima de la creación que me permite comunicarme con otros seres humanos. Y
eso es sexualidad. Con mi cuerpo engendro a mis hijos y les comunico ternura; con mi cuerpo
siento amor y pasión por mi pareja; dolor, cuando alguien se enferma o sufre; sorpresa ante una
buena noticia; rabia cuando me aprieto los dedos contra una puerta.
Todo lo expreso con mi cuerpo, porque todo mi cuerpo es relación, es comunicación, es
unión, es expresión desde el odio hasta el amor.
Y la sexualidad, como la culminación de esa tendencia a unirme y a gozar en esa unión.
Porque toda unión provoca placer, desde la unión con un alimento hasta el abrazo con un
amigo. Y la sexualidad que eleva ese placer hasta su punto máximo, el orgasmo, porque se da la
unión en su nivel supremo...
Unión y placer: dos elementos inseparables.
Todo nuestro lenguaje lo traduce: "Qué hermoso respirar este aire puro... qué bien huele
esta sopa... cómo me encanta este paisaje... qué tela más suave..,me encanta esta música... qué
beso tan dulce... qué tierna es tu caricia ...”.
Con razón decían los filósofos griegos:
"Con respecto al alimento, no te apoderes de la porción mayor sino de la más sabrosa;
pues lo importante no es una larga vida sino disfrutar de una vida lo más agradable que pueda
ser".
Solemos decir que tenemos cinco sentidos para unirnos con la realidad y gozar de esa
percepción: la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto. Pero en realidad, todo el cuerpo es un
único e integrado instrumento para conectarnos y para gozar de esas conexiones.
Y es en la relación sexual donde todos los sentidos se unen y actúan como una unidad
que ve, oye, siente, gusta, palpa su propio cuerpo y el cuerpo del otro, uniendo el goce físico al
síquico, el placer al amor, el contacto al cariño, la palabra al gesto...

Esta es nuestra conclusión y nuestro punto de arranque: no separemos lo que está unido.
No hagamos ni del cuerpo ni de la sexualidad una cosa aparte. Somos un cuerpo sexuado. Y
somos un cuerpo sexuado para comunicarnos con nosotros mismos y con los otros.

Si hasta en el autoerotismo hay un encuentro o comunicación con nuestro cuerpo y surge


el placer de ese encuentro, como en una caricia o cuando nos peinamos o dejamos que el agua
tibia caiga sobre nuestra piel.
Unir, eso es lo primero.
Y lo segundo: crear o aprender. El bebé comienza este proceso conectándose con su
madre en el encuentro de su boca con el pecho materno. Así nace la unión amorosa y nace el
placer de esa unión. El adulto lleva ese proceso a su final a través de un largo aprendizaje
creativo hasta la unión total de todo su ser cuerpo con otro ser cuerpo.

No separar lo que está unido.


Ninguna unión es estéril: toda unión produce placer, pero también valoración de sí
mismo, autoestima, crecimiento físico o espiritual. De toda unión surge algo nuevo, porque
cuando la vida se encuentra con vida produce más vida.
Es el hijo. El fruto del deseo, del amor, del encuentro.
El encuentro sexual pleno produce los hijos de tantos proyectos comunes que realimentan
la unión primera.
Y "el hijo" es el testigo de un proyecto común realizado. La vida engendra vida. El amor
llama al amor.

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CAPITULO II

ETAPAS DE LA MADURACION Y DEL APRENDIZAJE SEXUAL

1. Donde se ponen las bases: la infancia

Desde el momento en que nuestro cuerpo, aún en el seno materno, nos da una base
biológica, comienza el largo y fascinante aprendizaje sexual. Recibimos un cuerpo con sus
órganos y el sistema nervioso, y con ese impulso vital al que llamamos "libido". Todo lo demás
es aprendizaje desde un contexto social que va condicionando al ser humano, si todo va bien,
hacia la madurez de la persona y, por tanto, su madurez social y sexual.
Recibimos un cuerpo sexuado y creamos nuestra sexualidad.
Veamos los pasos de esta aventura que supone una larga evolución pareja con la
evolución física, intelectual y social.

a) Primera infancia

En el momento en que el ser humano es concebido, en ese momento se inicia su


aprendizaje sexual condicionado por el entorno familiar.
El primer condicionante es haber sido deseado por los padres y engendrado desde el
amor.
El feto recibe los mensajes de ese amor, mientras se alimenta por medio del cordón
umbilical y crece en el cálido ambiente uterino.
El nacimiento supone su primer contacto con la realidad externa y el encuentro con la
madre en una etapa comúnmente llamada "oral”, ya que la boca es el instrumento por medio del
cual se relaciona primero con el pecho materno y después con los demás objetos. El
amamantamiento y la alimentación, en un clima de tranquilidad y afecto, le permite "entender"
que se está conectando con un mundo que lo protege y lo cuida.

Más que por la vista y el oído, al principio su contacto con los padres se realiza por la
piel, esa cobertura que marca el límite de cada cuerpo pero que, al mismo tiempo, es el
instrumento sensible para la relación cariñosa con los demás.
Pero esos "demás" tienen, por sobre todo, un nombre especial: mamá y papá.
Dos figuras parecidas pero distintas, desde donde irá configurando lo femenino y lo
masculino. Con ellos establecerá un vínculo muy especial. De ese vínculo depende en gran
medida que su futuro social y sexual sea sano e integral.
En el mundo hay mujeres y hay hombres, y él también se irá identificando con una de
esas dos formas de sentirse ser humano: como mujer o como varón.
De a poco todo su cuerpo -piel, vista, sonrisa, oído, palabras, música, olfato, tacto- va
adquiriendo la capacidad de relacionarse con los otros y también consigo mismo.

Etapa fundamental de la vida: sentir placenteramente al propio cuerpo y sentir que con él
descubre el gozo en el encuentro con los otros seres que lo aman.
¿No es esto la esencia misma de la sexualidad ?
Al principio el bebé es receptivo del afecto; pero de a poco comienza a "devolver" afecto,
sin palabras todavía, sí con el tacto, el besuqueo, la sonrisa.

De la etapa oral -que queda ya incorporada en el inconsciente como una forma


privilegiada de encuentro y placer- el bebe pasa, hacia los dos años, a la etapa llamada "anal"
adquiriendo el control de sus esfínteres con el placer de retener, de defecar y orinar, y de sentirse

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limpio. El lavado de sus órganos, el contacto con el agua, con cremas y ropas suaves, todo
influye en la incorporación positiva de una zona de su cuerpo en la que irá descubriendo muy
pronto sus genitales.
En esta etapa llamada "fálica" (falo: pene), pero que mejor debemos llamar "genital", los
niños desde muy pequeños tocan sus órganos genitales y sienten el placer de ese contacto en una
muy temprana "masturbación" o contacto por las manos.

Hacia los dos y tres años, un nuevo e importantísimo suceso acaece en su corta vida, algo
que tanto encanta a los padres: el pequeño comienza a hablar...
Hacer ruidos, pronunciar palabras, decir cosas, todo esto es un juego que refuerza su
identidad como alguien distinto y afirma su capacidad de vincularse. El niño ya se está
comunicando con un instrumento que no lo abandonará nunca más: la palabra. La palabra y el
gesto corporal son los dos sistemas con los cuales irá aprendiendo a expresar sus sentimientos,
sensaciones, pedidos e ideas; y también a darse cuenta de que otros le expresan sus sentimientos,
sus deseos, sus órdenes y sus ideas...

Afecto, placer, comunicación: he ahí los tres componentes fundamentales de una


relación positiva y sana; pero no solamente para los niños, también para los adolescentes y,
desde ya, para los adultos.
Ya tenemos puestos los pilares de una relación humana-social sexual sana, positiva,
creativa, placentera y agradable.
Amar y ser amados.
Gozar, jugar, divertirse, sentir placer.
Comunicarse, hablar, escuchar.
Si el niño crece sobre estos tres pilares, ya ha puesto las bases para su vida sexual y
social. En el resto de su vida no hará sino desarrollar y acrecentar estos tres elementos en todos
los niveles.
El niño aprende que no está solo ni es bueno estar solo. Su felicidad depende de la buena
relación con los otros: amor -gozo- comunicación.

b) Segunda infancia

Entre los cuatro y los siete años el niño avanza en su identificación masculina o
femenina. Desde el psicoanálisis esta etapa es llamada de definición del "complejo de Edipo":
los varones deben identificarse con su padre, a pesar de su tendencia a enamorarse de la madre.
Las niñas, a la inversa: identificarse con la figura materna.

Niños y niñas se diferencian y se observan. Se es parecido a papá o a mamá.


De la observación de sus padres, no solamente de sus características más externas (barba,
corte de pelo, voz, vestimenta, roles) sino también de sus genitales, cada uno percibe con quien
se identifica.

Y es la etapa de tantas preguntas relacionadas con la genitalidad, con el embarazo y con


la llegada de los niños al mundo.
Personalmente la considero la edad ideal para una profunda y clara educación sexual: los
niños aprenden a hablar de sexo con sus padres. Nunca comprenderemos la importancia de este
diálogo, lamentablemente tantas veces ausente. (Papá y mamá me cuentan todo, Santos Benetti y
otros. San Pablo, Buenos Aires, 1993). Un diálogo franco y veraz, sereno y desinhibido, que
llame a las cosas por su nombre. Demostrar a los hijos que el cuerpo y la sexualidad son
realidades hermosas y necesarias.

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Esta etapa coincide con el ingreso en el Jardín y en el Pre-escolar: el encuentro con otros
niños en un contexto educativo programado les permite avanzar en su proceso de socialización,
afirmación de su personalidad, reconocimiento de si mismos y de los otros.
También suele ser la oportunidad para juegos sexuales con reconocimiento de los
genitales. Hay una gran curiosidad por conocer el propio cuerpo y el de los otros, especialmente
del sexo opuesto.
No faltan parejitas de novios o fantasías de casarse con mamá o papá, coincidiendo con la
etapa edípica.

Lo cierto es que todo este período de la infancia, al igual que el anterior, es un período
fundamental para su identificación sexual, para el reconocimiento de su cuerpo, para la captación
y vivencia de los roles masculinos y femeninos, para adquirir seguridad en sí mismos desde un
entorno afectivo, para socialmente aprender a comunicarse e integrarse socialmente.
Es la etapa del primer y gran aprendizaje sexual: nunca insistiremos lo suficiente en la
importancia de esta etapa. En caso contrario, llegamos tarde.
Pretender el aprendizaje y la educación sexual desde la adolescencia es pretender poner
las paredes sin cimientos.

c) Tercera infancia y pubertad

Entre los siete años y los doce -el típico período de la escuela primaria- se extiende un
período que Freud llamó de “latencia sexual” como si la sexualidad estuviese adormecida a la
espera de estallar. Pero este concepto hoy no es válido, no sólo porque la problemática de la
adolescencia tiende a adelantarse en nuestra cultura, sino también porque no tenemos que
confundir genitalidad (que aparece en la adolescencia como ensayo y praxis) con sexualidad, esa
instancia que crece en el proceso de socialización e identificación sexual.

Los niños -en un contacto más directo con la sociedad, especialmente con la escuela, pero
también con el entorno de su familia (amigos, barrio, club) y con los medios de comunicación
social (televisión, cine, vídeos, revistas infantiles y hasta diarios)- avanzan rápidamente en su
aprendizaje social, adoptando conductas y roles adecuados, tanto en la escuela como en los
juegos con reglas y sanciones precisas, tanto en la relación con los adultos como con sus
compañeros y hermanos.
La curiosidad por su cuerpo, su anatomía y fisiología, como por el cuerpo del otro sexo
está siempre presente desde charlas con los amiguitos, juegos sexuales que pueden llegar a
experiencias masturbatorias, espionaje del otro sexo hasta ciertas parejitas de "enamorados" que
suelen formarse sin mucha continuidad.

A partir de los ocho y nueve años, la tendencia será a grupos de amigos del mismo sexo,
con confidencias especialmente en las niñas y juegos más diferenciados para cada sexo. Los
sexos se observan, se comparan y hasta se descalifican: "Los niños son así... las niñas son asá...”
El pudor marca una barrera necesaria para los contactos corporales e incluso para los
diálogos sobre sexo.
Al mismo tiempo, niños y niñas tienden a imitar conductas adultas (vestimenta, juegos,
modalidades, peinado, etc.) y a identificarse con "ídolos" de todo tipo, desde adultos conocidos
hasta cantantes, artistas o deportistas.
Los niños de esta edad llaman la atención por su curiosidad científica, su capacidad de
trabajar en equipos de investigación escolar y su creatividad.
Algunos ya se piensan como adultos y fantasean con

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profesiones y trabajos específicos. "Cuando sea grande..." es una frase que lo dice todo.

En nuestra cultura ya desde los diez y once años observamos un cambio fundamental: los
niños tienden a identificarse con los adolescentes, en gran medida acuciados por los medios de
comunicación. Se sienten mucho más: independientes, buscando actividades fuera de la casa y
relaciones con sus pares no sólo para los juegos sino para bailes tanto en casas de familia como
en la escuela y locales bailables.

Entre tanto, el crecimiento biológico aporta lo suyo: los signos de la pubertad se van
haciendo evidentes; como el cambio de voz, el crecimiento de los genitales, el vello, los pechos
en las niñas y, en muchos casos, la primera menstruación (menarca). En los varones el proceso es
más lento, con un cuerpo más aniñado, aunque no falten en algunos casos ciertas excitaciones
genitales y poluciones nocturnas.
La terminación de la primaria y la elección de la secundaria en alguna de sus variables
(comercial, técnica, etc.) es otro signo del ingreso a una nueva etapa con más responsabilidades y
expectativas.
La familia sigue siendo un contexto fundamental, pero es menos aglutinada, y las
necesidades de experiencias extra familiares son cada vez más urgentes.
Finaliza así el largo período de la niñez, un período que en nuestra cultura es
relativamente calmo comparado con la adolescencia, o por lo menos, más controlable, pero
sumamente rico en la creatividad de una personalidad definida.

2. La sexualidad adolescente y adulta. Hacia la maduración genital y social

Los grandes cambios

Hoy por hoy, hablar de la sexualidad entre adolescentes y jóvenes es, prácticamente,
plantearnos de lleno la sexualidad adulta. No sólo porque la sexualidad adolescente culmina en
pocos años en la adulta, sino porque hoy los adolescentes viven anticipadamente la problemática
adulta de la sexualidad con enamoramientos, relaciones sexuales, anticoncepción, embarazos
prematuros, experiencias de vivir en pareja, sida, etc.
Los tradicionales libros sobre adolescencia casi parecen cuentos de niños ante la realidad
que hoy se vive y la superinformación a la que se tiene acceso.
El período de adolescencia (adulescens: el que está creciendo; adultus: el crecido) en
nuestra sociedad es un muy largo período que se ha adelantado, por un lado, y por otro, se
prolonga prácticamente hasta los 25 o más años.
Y en este complejo tiempo de unos 12 años, los sujetos tienen que resolver dos
problemas fundamentales:
Primero, su inserción social con una profesión o trabajo que les permita automantenerse e
independizarse de los padres.
Segundo, madurar afectiva y sexualmente, formar una pareja y asumir una familia como
propia.

Para lograr estos objetivos, la propia naturaleza se encarga de madurar el cuerpo


adolescente y capacitarlo para sus nuevas funciones.
En las chicas, el gran signo del cambio es la aparición de la menstruación (menarca)
que, si es bien preparada y valorada, otorga a las adolescentes la sensación real de ser mujeres
casi en plenitud.
En los varones, el signo más evidente es la polución, sea la involuntaria nocturna, sea la
voluntaria masturbatoria.

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Entre tanto, el resto de los signos secundarios de la sexualidad se completa con el cambio
de voz, desarrollo físico, vello, pechos en las chicas, etc.
Pero más importante que eso es la excitación sexual que hace su aparición rompiendo la
calma de la infancia; una excitación hoy superpotenciada por los medios de comunicación, cine,
vídeos, revistas, etc.
La aparición de la excitación (erección ante él desnudo o ante una situación o imagen
erótica, en los varones; humores vaginales en las chicas; y en ambos sexos la “ansiedad” física y
psíquica ante un estímulo sexual) es, mucho más que la presencia misma de los órganos genitales
completos, la nueva voz que llama a una nueva experiencia.
Algo nuevo ha sucedido en la vida de una persona; algo que marca un antes y un después.

Y entonces surge el verdadero problema: ¿Se puede hacer uso completo de la sexualidad
en esta etapa de la vida?
Nadie mejor que una adolescente para que lo plantee:
“Tengo 17 años. Hace cinco años que tuve mi primera menstruación y quiero saber si
puedo tener o no, relaciones sexuales con el chico con el que salgo desde hace seis meses".
Así, directa y crudamente, Mónica nos lanza la pregunta que está en todos los
adolescentes: ¿Podemos ya ejercer plenamente la sexualidad genital o tenemos que esperar hasta
casarnos?
Observemos que éste es un problema relativamente nuevo y típico de nuestra sociedad
moderna. En efecto, en las culturas antiguas, como hoy en los pueblos primitivos o de otras
costumbres como los islámicos, cuando una chica menstrúa, ya la sociedad le tiene previsto en
un tiempo muy corto, a menudo meses, su matrimonio. De esta forma la maduración orgánica
coincide con la maduración o inserción social. Lo mismo sucede con los varones que se casan
entre los 16 y los 18 años.

Al mismo tiempo en muchos de estos pueblos, como entre los negros del Africa y los
indigenas de América, aun hoy los adolescentes tienen libertad para sus escarceos amorosos y
relaciones genitales, sea en la “casa de los solteros”, especie de club para solteros, sea en
encuentros personales. Si se diera el embarazo de alguna chica, son sus padres, los abuelos
matemos, los que se hacen cargo de la criatura. Por otra parte, tanto los varones como las chicas
tienen una verdadera "iniciación sexual" y social, a cargo de maestros del clan o tribu, que los
prepara concienzudamente para las nuevas experiencias.
Todavía recuerdo aquel paciente africano al que atendí en España: tenía unos veinte años
y me hablaba de sus numerosos hijos y de su extrañeza porque en Occidente las chicas se hacen
tanto problema por quedar embarazadas... Cuando le pregunté por qué problema venía a terapia,
me dijo: "No sé si usted me va a comprender. Lo que pasa es que yo no tuve el rito de iniciación,
y eso hace que yo no me sienta hombre de verdad".
Se trata, pues, de pueblos que viven la sexualidad de una manera más fresca y
deshinibida, menos traumática y con una cobertura social para las nuevas responsabilidades y
para los posibles frutos del embarazo.

Pero en nuestra cultura occidental los problemas se agudizan por varios motivos:
Primero, el período de adolescencia se prolonga excesivamente. Demasiado tiempo para
pedirles continencia sexual. Por otra parte, tampoco pueden formalizar una pareja con garantías
de futuro, sea por estudio, falta de trabajo, situación económica; y en definitiva, porque la
costumbre ha retardado la edad del casamiento.

Segundo, los adolescentes se enfrentan con la sexualidad sin ninguna iniciación ni


preparación mínimamente responsable por parte de los adultos. No sólo, por lo general, se

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arreglan como pueden, sino que, viven sus experiencias a escondidas, con culpas y un sin
número de conflictos.

Tercero, el ambiente social y religioso de nuestra cultura, a pesar de algunos cambios en


las últimas décadas, sigue siendo represivo y culpógeno, más preocupado por dar normas y
prohibiciones que por dar un esquema, positivo de vida sexual. Aún en aquellos sectores
aparentemente "evolucionados" o más liberales, las experiencias sexuales de los no casados y
nada digamos del embarazo de una chica soltera sigue suscitando reprobación con más o menos
hipocresía. O, en el mejor de los casos, un silencio del "yo no me entero de nada... seguro que
eso no le pasa a mi hija..."
Es increíble el grado de negación con que los padres viven la sexualidad de sus hijos
adolescentes, especialmente si son mujeres.

Entre tanto, qué hacen los adolescentes. Nada nuevo bajo el sol: más o menos lo mismo
que todo el mundo: autoerotismo, iniciación genital e infinidad de formas inmaduras de amor y
sexualidad que, a trancas y barrancas, los introducen de lleno en el famoso mundo de los adultos.
Y dicho sea de paso: estas formas, todas ellas, pueden madurar después o permanecer aun
en los cronológicamente adultos; o bien complementarse con otras nuevas.

El autoerotismo que comprende tanto la masturbación como otras formas de placer


sexual (fantasías eróticas, voyerismo de revistas, vídeos, películas; charlas eróticas, etc.) es el
camino más rápido y cómodo de acceder a las experiencias genitales placenteras.
La masturbación es casi universal entre los varones y muy extendida entre las mujeres,
hoy mucho más liberadas de inhibiciones. Tiene el sentido primero de explorar los genitales; y
después, de procurarse placer sin la urgencia del encuentro con el otro, como también descargar
tensiones y relajarse de la excitación. Es el camino más corto para acceder al placer sexual; pero
es también un camino incompleto, no por la intensidad misma del placer que puede ser muy
plena, cuanto por la ausencia de relación.
Psicológicamente éste sería su riesgo: que el sujeto se aísle y acostumbre al autoerotismo
que puede prolongarse incluso en su vida de pareja, no sólo porque se siga masturbando, sino
porque no logre una plena relación con el otro. Siempre queda el "escape" de la relación en
solitario, aunque se esté de a dos.

Desde el punto de vista del aprendizaje sexual, es inevitable pasar por esta etapa que
permite una conciencia de los órganos genitales y del placer que otorgan. Cuando no se vuelve
compulsiva y casi persecutoria, la masturbación es una forma provisoria de resolver el conflicto
entre el deseo (la excitación) y la imposibilidad de llevarlo a cabo en toda su plenitud.
Es una transacción entre la imposibilidad del todo y la frustración de la nada: algo que los seres
humanos practicamos en casi todas nuestras experiencias que, cuando no pueden ser completas y
plenamente satisfactorias, al menos las vivimos en forma parcial; sin renunciar, por cierto, al
punto de culminación al que tiende el deseo.

Pero sería un grave error suponer, que el ,,problema central de la adolescencia es el


autoerotismo, si bien sea una de sus fases.
Lo realmente nuevo y típico es el encuentro intersexual desde formas muy inmaduras,
aisladas o incompletas hasta otras que bien pueden ser caracterizadas como de amor pleno.
A nadie debe sorprenderle que hablemos de formas inmaduras o incompletas cuando más
bien deberíamos sorprendemos si en esta etapa de aprendizaje habláramos de perfección en el
amor.

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Nuestro amor siempre será incompleto en alguna medida y siempre necesitará de
correcciones y de un esfuerzo por purificarlo de restos de infantilismo y egoísmo.
Al hablar de formas inmaduras, nos referimos genéricamente a la posesívidad del otro, a
la dependencia y a ciertas formas manipulatorias del otro; aunque generalmente todo venga
disimulado por un gran amor o una gran pasión, aspectos éstos que suelen confundirse.
La sociedad joven actual muestra una variada gama de experiencias amorosas sexuales
que van desde el enamoramiento más romántico y comprometido hasta los encuentros
esporádicos tipo pasatiempo sin compromiso alguno.
Aparentemente hoy se observa cierta reticencia al enamoramiento comprometido y las
relaciones son más bien efímeras y cambiantes; no sólo ha desaparecido la palabra "novio" sino
que la experiencia del noviazgo es vivida como cosa futura y lejana.
En todos los casos hay más una necesidad de múltiples experiencias sexuales y eróticas,
sólo contenidas por el miedo al sida o al embarazo.

Características de estas experiencias

¿Cuáles son las caracteristicas de estas experiencias?


Con todas las salvedades del caso, parece primar la separación de los elementos que
conforman la experiencia amoroso sexual. Hay miedo al vínculo estable y comprometido con el
otro; por lo tanto, "se sale con alguien" con cierta íntima precaución de que eso puede fracasar:
lo que, obviamente, suele llevar al fracaso o, al menos, a las rupturas sin mayores dramatismos.
Cuando, en cambio, se vive la experiencia como un noviazgo o cuando se vuelca toda la
fuerza de la pasión en el vínculo, habrá mayor preocupación por resolver los conflictos
entendiendo que la vida en pareja no es un idilio fácil.
Observemos de paso que entre los adultos está pasando algo similar: la posibilidad del
divorcio pareciera restarle a la pareja aquel esfuerzo constante por mantenerla y acrecentarla.
Tantas discusiones que terminan con la consabida frase: "entonces, separémonos y asunto
terminado” si bien a menudo no pasan de una amenaza o expresión de impotencia, no dejan de
reflejar que la crisis sexual de estos tiempos no pasa tanto por la represión sexual cuanto por la
incapacidad de hacer una relación madura.

Separar la experiencia sexual del vínculo comprometido: una forma de dicotomia. Pero
hay otras: separar la experiencia sexual, especialmente erótico genital, del afecto, del cariño y del
amor. Tradicionalmente esta fue una característica más típicamente masculina, cuya expresión
más común es el trato con prostitutas. Lo cierto es que hoy en ciertos ambientes casi existe un
pacto implícito de que se viene a buscar sexo y, si se da algo más, veremos...
Podemos hacemos esta pregunta: ¿Existe hoy miedo a amar? ¿No estaremos liberando a
la genitalidad érótica y reprimiendo al amor?
Y otro planteo: la sociedad consumista y exitista en la que vivimos, el ansia de tener y de
poder` ¿no está exacerbando la manipulación del otro en las relaciones amorosas?

En efecto, la característica principal de la inmadurez sexual es la búsqueda del otro en


cuanto satisfacción de necesidades propias de afecto, de cariño, de placer... pero sin la
correspondiente propuesta hacía el otro, de afecto, de cariño, de placer, de amor.
Interesa el otro en cuanto posible objeto de satisfacción personal.
Entonces: intolerancia ante sus necesidades, limitaciones o defectos. El otro no cuenta
como sujeto para querer, para proteger, para mimar, para defender, para entender, etc.
El otro es "utilizado, manipulado " como compañía, como escape de la soledad, como
partenaire sexual, como objeto de placer.
O bien como alguien que siempre apruebe, alabe y reafirme la estima de uno.

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En el inmaduro lo importante es su propia seguridad, la afirmación de su masculinidad o
femineidad, el saberse amado y, por tanto, satisfecho en su narcisismo.
En el inmaduro lo que cuenta es su soledad y el temor a ser rechazado. Entonces buscará
al otro no como "otro" sino como su complemento, a cualquier precio y sin consideración alguna
por lo que le pasa o necesita.
"Si me amas, tienes que hacer tal cosa por mí..."

En definitiva, en la inmadurez sexual afectiva sigue persistiendo cierto autoerotismo


disimulado por la pareja ocasional o estable.
De ahí la fuerza de los celos y la exigencia de un amor "incondicional", del otro,
naturalmente. El debe ser amado a pesar de su frialdad o de su conducta hostil. "Debe ser
amado” como si la reciprocidad no existiera.
Debe ser amado sin que el otro reciba beneficio alguno. Más aún, debe ser amado con
sacrificio del otro, con la renuncia del otro (a su tiempo, a sus proyectos, a su carrera, a sus
amigos ... ).
En síntesis: el otro es un trofeo más. No por nada se habla de "conquistas" de amor, y
están los que alardean de sus seducciones, de quién o cuántos o cuántas se les sometieron...
El juego de la seducción, el hermoso juego de la seducción amorosa, es un juego de
trampas, engaños y sobornos para que el otro caiga ingenuamente. Si resiste, se lo abandona,
injuria o desprecia.

Por eso hablamos de posesividad: "mi" mujer, mi hombre, mi pareja, mis hijos... Se
poseen cosas y objetos, pero no personas. Con las personas nos encontramos, intercambiamos,
nos relacionamos, nos amamos.
El que acepta la posesión cae en la dependencia: renunciar a sí mismo para que el
poseedor esté satisfecho y le pague con cierta cuota de protección:
"Si no hago lo que me pide, me abandonará"

Estamos hablando de la adolescencia como camino hacia la maduración en el amor. Y el


lector seguramente ya habrá descubierto que esta etapa puede durar toda la vida...
Hay adolescentes que aman muy inmaduramente; pero hay adolescentes que aman con
mucha más profundidad y entrega que muchos adultos, cuyo amor y cuya sexualidad no ha
pasado la etapa de la primera adolescencia caracterizada por la masturbación y el autoerotismo.

Cuando estas formas inmaduras suceden en la adolescencia, no nos debemos sorprender.


Al contrario: eso es lo que debemos suponer. En sus primeras experiencias los adolescentes
aprenden como pueden. En realidad, todavía no tienen experiencia sino un cierto idealismo sobre
lo que es el amor y el sexo.
Idealismo o idea incompleta, parcial y limitada.

Pero cuando se mantienen formas inmaduras en la vida adulta, entonces hablamos de


neurosis, de enfermedad, de inmadurez, de graves falencias afectivas.
Es notable observar con cuánta hipocresía se maneja nuestra sociedad: mientras critica a
los adolescentes y les exige casi un amor perfecto (cuando no, una castidad perfecta), carece de
la autocrítica para ver su propia inmadurez y qué escaso ejemplo de amor pleno ofrece a los
jóvenes.
Y no me refiero solamente al amor dentro de la pareja, sino a la carencia de amor en una
sociedad canibalesca, con un capitalismo exacerbado e individualista, con ejemplos diarios de
intolerancia, de ambición sin límites, de deseo desaforado de poder, de ignorancia ante los
problemas de los demás.

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Porque la educación sexual pasa por todo eso, no solamente por los conocimientos
sexuales o el comportamiento en pareja. La relación entre los sexos se da en la calle, en las
oficinas o en los talleres, en la escuela, en la política.
En cualquiera de estas situaciones, el otro será respetado y amado, o despreciado y
manipulado, en una escala de variados matices.

Hoy no hay concepto relacionado con la sexualidad y el amor que no esté en crisis. Esto
no debe sorprendemos. Así fue y así será a lo largo del tiempo.
Porque la sexualidad tendrá que ser siempre recreada desde nuestra propia realidad, desde
la realidad de cada uno, desde conceptos y valores viejos o nuevos pero siempre
redimensionados por cada uno.
En definitiva, lo sexual no es sino un aspecto de lo social. O si se prefiere: es la relación
social en su forma más intensa e íntima.
A veces me pregunto: ¿Cómo será la sexualidad en el 2050?
Seguramente no será vivida como hoy, como tampoco hoy la vivimos como hace
cincuenta o cien años atrás.
Los componentes o la base de la sexualidad serán los mismos: el cuerpo, los instintos, la
pasión, el erotismo, el amor, la seducción... Pero cada cultura amalgama estos y otros elementos
en una síntesis propia.
Y cada ser humano hace también su propia síntesis.
Cada pareja es diferente en su forma de amarse y de relacionarse.
Y cada ser humano, varón o mujer, siente la sexualidad de una forma particular e
irrepetible.
Esto es lo fascinante de la vida.

3. Algunas variables de un proceso complejo: enamorarse, amar, emparejarse,


hacer el amor.

Muchas personas se sorprenden cuando distingo cuatro conceptos que tienden a


amalgamarse y entenderse como un todo indiferenciado.
En la relación intersexual podemos entender cuatro formas distintas aunque
complementarias entre sí: enamorarse, amar, emparejarse, hacer el amor.

Enamorarse - Amar

¿El enamoramiento es amor?


Todos los enamorados nos dirán que sí y se sentirán muy ofendidos si ponemos en duda
"el tremendo amor que los une". Pero quizá meses después aquello tan intenso ha terminado... y
vuelta a comenzar.
El enamoramiento es ciertamente la forma más intensa de sentir al otro, pero más desde
la propia fantasía e idealismo que desde la realidad.
En el enamoramiento uno se proyecta en el otro; entonces lo idealiza y casi diviniza. Así
el otro es un ser irreal, el Príncipe Azul, el hombre irrepetible y único, la mujer jamás soñada.
Hasta los defectos del otro son maravillosos: su desorden, su despreocupación, su forma
de sentarse... todo es una maravilla.

En el amor, la realidad se impone y se comienza a querer al otro como el otro es: ni


príncipe ni mendigo, un hombre de tantos, una mujer entre otras; pero sí el hombre o la mujer al
que se ama.

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De todos modos, todos entendemos que cierta cuota de idealización del otro y de
romanticismo no está fuera de lugar, siempre que no enceguezca ni obnubile.
En el enamoramiento todos los sentimientos son sentidos en un límite extremo, y por eso
la desilusión también adopta formas extremas. No hay matices, los matices de la realidad.

El enamoramiento es como un sueño, es en realidad un bello sueño, una maravillosa


fantasía, casi el lugar mítico del amor, una especie de paraíso terrenal donde todo es bueno y
bello.
El amor se parece más al paraíso perdido, aunque siempre buscado... Los amantes se
quieren, pero se acusan y mienten; se saben limitados en eso de darse todo al otro, un darse con
cuotas de mezquindad pero con deseo de entrega y generosidad.
El enamoramiento es una bella utopía; bella y necesaria. Como el deseo supremo, lo que
ojalá pudiera ser y debiera ser.

El amor es una constante construcción, un eterno hacerse, una actividad creadora. Nadie
aprende a enamorarse; el enamoramiento se da, aparece como una llamarada incontenible.
El amor se va haciendo, decrece, tiene crisis, reverdece como el fuego del hogar, y puede
morir si no se lo alimenta día a día.
En el enamoramiento el otro es una imagen de sí mismo, el espejo de nuestros más
sublimes idealismos.
En el amor no hay espejos: está el otro como distinto. Habrá que adaptarse a su voz, a sus
reclamos, a su forma de ser, a sus limitaciones. El otro me dará pero también me demandará. Es
amante pero también competidor.

Por cierto que el enamoramiento y el amor no se oponen, sino que se complementan.


Normalmente el enamoramiento precede al amor y se consolida en él. Pero suele darse el caso
que se da el amor, especialmente entre adultos, sin al menos un enamoramiento muy idealizado,
más típico de los jóvenes o del primer amor. Generalmente con los años el enamoramiento
pierde su fuerza casi mítica y el amor transcurre por cauces más apacibles, pero también más
sólidos, estables y realistas.

Tanto al enamoramiento como al amor se le pueden aplicar los famosos versos del
"Cantar de los Cantares” que recoge la antiquísima tradición del Egipto y de la cultura semita:

"Mi amado es para mí y yo soy para mi amado...


Me has robado el corazón con una sola de tus miradas...
Yo soy para mi amado y él se siente atraído hacia mí... "

Y en todas las bocas de los amantes pueden estar las frases que el Cantar ha
inmortalizado:

"Grábame como un sello sobre tu corazón,


porque el Amor es más fuerte que la muerte;
sus flechas son flechas de fuego.
Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor
ni los ríos, anegarlo".

Es el amor como posesión mutua, el amor como atracción. Una atracción superior a esa
inevitable atracción de la muerte.

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Eros y thánatos: el amor y la muerte como las dos atracciones supremas del ser humano.
Pero, la del amor es más fuerte.

“Mi amado es para mí y yo soy para mi amado”: vivir esta experiencia hoy y mañana, en
las buenas y en las malas, con crisis y con dolor, con alegría y con placer. Eso es el amor.
Dos que se compenetran en uno, pero sin perder su identidad; al contrario, reforzando la
identidad de cada uno para que el otro sea el distinto que es amado, comprendido, sentido,
vivido.

El enamoramiento tiende a fundir a los amantes.


El amor tiende a separarlos en la misma unión. Compenetrarse desde la diferencia. Y,
desde la diferencia, hay reconocimiento, respeto y valoración del otro.
El enamoramiento subraya la atracción irresistible, casi fatal.
El amor subraya la libertad de un darse; la elección del sujeto amado.
En fin, que si la adolescencia es la edad típica de los grandes enamoramientos, la edad
adulta parece la etapa ideal para la solidez del amor.

Emparejarse

También son muchos los que se sorprenden cuando distinguimos entre amar y
emparejarse: ¿Acaso no basta el amor para formar una buena pareja?
El amor es necesario para constituir una pareja sana; pero no es suficiente.
En la vida de pareja entran otros componentes que hacen a la convivencia y a un proyecto
en común.
Es cierto que donde hay un amor profundo, los demás problemas tienen facilitado él
camino para su resolución. Pero hay problemas que van más allá de amarse o quererse.

Para vivir en pareja se necesita un proyecto común de similares características sobre el


futuro, sobre la familia, sobre lo que cada uno desea para sí mismo.
Convivir en pareja supone, por sobre todo, cierta compatibilidad de caracteres, un
entenderse, un tener el mismo lenguaje, un saber aceptar al otro; como también superar la
rivalidad y el espíritu competitivo.
La vida en pareja, una vida durable por largos años, supone la capacidad de ambos para
dialogar, para hablar y comunicarse sobre mil temas, con cierta igualdad, sin fuertes diferencias
culturales, en las que a menudo puede influir la edad, la educación de cada uno, su progreso
cultural durante la vida en pareja.

Si el amor es algo poético, la vida en pareja es algo prosaico, más rutinario, más atado a
las contingencias de la realidad, del trabajo, del manejo del dinero, del cuidado de los hijos y de
las mil rutinas de la casa.
De ahí la clásica pregunta: ¿El matrimonio es la tumba del amor?
No lo es por definición, pero sí lo es en infinidad de casos, y no siempre por falta de
amor; aunque la falta de amor es su muerte total.

Cuando hablamos de pareja no nos referimos sólo a la vida de un par de personas, sino a
un "emparejamiento' en el vínculo: que se sientan pares o iguales. Puede suceder que se da amor
pero no entre iguales, sino entre un protector y un protegido; que se amen, pero con la sensación
de que uno de los dos ocupa un lugar subordinado o inferior.
Esta fue una característica de los matrimonios hasta hace muy poco: el hombre y la mujer
se amaban, pero desde el supuesto básico de que la mujer ocupaba un lugar subordinado.

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Hoy no podemos aceptar esta postura, por eso la vida en pareja pareja se ha vuelto más
difícil: tiene que madurar el amor entre iguales, pero también se tienen que modificar esquemas
culturales muy inconscientes que dificultan esta igualdad.

En este emparejamiento hay algunos temas que generan conflictos, como el manejo del
dinero, por ejemplo; o la capacidad para tomar decisiones por uno u otro cónyuge. Puede existir
la necesidad en uno de ellos de tener que pedir permiso para hacer tal cosa; o de necesitar la
aprobación del otro para que la cosa resulte buena, y así sucesivamente.
A menudo uno de los cónyuges vive con cierta sensación de miedo al otro: miedo de
equivocarse, de que el otro se enoje, de no hacer las cosas como "se debe hacer"; miedo al reto,
al reproche, a la mala cara.
También está el miedo a hablar, hablar desde uno mismo, desde lo que realmente se
piensa y se siente. Se habla sí, pero desde la respuesta que el otro reclama, como un niño ante el
maestro que lo examina.

Vivir en pareja-pareja es un invento que lleva muy pocos años. Resulta más fácil vivir en
matrimonio desde una estructura jerárquica en la que uno toma decisiones y manda y el otro se
acopla. Pero emparejarse en un plan de igualdad de derechos y de oportunidades es un
aprendizaje que supone largos años y que a todos nos resulta como novedoso, pues no tenemos
esquemas o modelos de referencia.

En muchas parejas el amor funciona bien los primeros años mientras la mujer es madre
de niños pequeños y se encarga de la casa; pero si se le ocurre estudiar o trabajar fuera de su
casa, o si gana más dinero que su marido, o si se anima a tener un pensamiento propio y distinto
del de su marido, etc., entonces puede sobrevenir una crisis de imprevisibles resultados si el
esposo no encaja en este nuevo esquema. A muchos hombres les cuesta aceptar íntimamente -
aunque se lo declame con palabras- la real igualdad de la mujer en la pareja.
Repito: es cierto que el amor ayuda a superar esta situación; pero no basta.
Se necesitan modificaciones psicológicas y culturales que no siempre se pueden hacer o
se está dispuesto a hacer.

Cuando hablamos de aprendizaje sexual aprendizaje en la relación entre los sexos


entendemos que éste es uno de los más difíciles: que los sexos aprendan a tratarse en un real
plan de igualdad.
La idea sería ésta: *"Si yo puedo hacer tal cosa... si tengo tal derecho... también lo tiene
mi pareja".
Tradicionalmente el varón tuvo más derechos y privilegios que la mujer; por ejemplo, a
salir solo, a irse al club con sus amigos, a gastar el dinero sin hacer consultas, a hacer cursos de
perfeccionamiento, etc.
Hoy entendemos que la mujer tiene los mismos derechos; pero a muchos varones les
cuesta entender que la mujer lo pueda hacer con la misma libertad que ellos.
Esto es sólo un ejemplo más de las múltiples dificultades que entraña este vivir
emparejados; repito, no solamente porque se vive de a dos, sino porque se vive como pares,
como pareja parejos.

En nuestra cultura tradicionalmente machista, la dificultad de emparejarse corre por dos


puntas: desde el varón, la dificultad de entender a la mujer como igual a él; desde la mujer,
superar su complejo de inferioridad y sentirse igual. Que entre los jóvenes esto se dé con más
facilidad resulta obvio de entender. Pero no sucede lo mismo a quienes fueron educados en un
concepto desde la desigualdad de los sexos.

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Insisto: se puede aceptar racionalmente la igualdad (como también sucede con el
racismo); pero lo importante es que se la acepte interiormente y se acepten las consecuencias de
esa igualdad. Esto es lo crítico: aceptar esa igualdad en las reales consecuencias de ese principio.
Siempre recuerdo a aquel marido que llegaba a altas horas de la noche a casa porque se quedaba
con sus amigos, mientras la esposa se quedaba en la casa cuidando a los niños.
Un día le sugerí a la esposa que se organizara una salida nocturna al teatro con unos
amigos. Así lo hizo dejando a los niños con los abuelos. Cuando el marido volvió del trabajo se
encontró con una nota explicativa y la indicación de que buscara a los niños y los acostara.
Puede imaginarse el lector el escándalo que armó...

Todo esto nos explica que el aprendizaje sexual es mucho más que una bella frase, y que
cuando hablamos de sexualidad creativa aludimos a un proceso en el que cada pareja encuentre
su punto óptimo de relación, tanto en el plano del amor, de las relaciones genitales, como de la
comunicación y de la igualdad.
Observando las crisis de pareja desde mi consultorio, descubro que, si bien los problemas
de integración sexual no están ausentes, en cambio la mayoría de los problemas radica en la
dificultad de una integración de pareja en el sentido que le estamos dando.
En esos casos suelo decir: "Ustedes están casados, pero no emparejados".
Se vive en matrimonio, pues están los componentes básicos de la institución matrimonial;
pero no en pareja. El Registro Civil o la Iglesia nos casa; pero somos nosotros los que hacemos
una pareja.

Hacer el amor

La expresión no necesita muchas explicaciones desde nuestra cultura: se alude al acto


sexual, al coito, y tiene un uso que va más allá de la relación matrimonial.
"Hacer el amor" alude al componente erótico, pasional y placentero de la relación entre
los sexos; y es ese aspecto al que tanto se lo suele separar sea del vínculo como de otros
componentes, como la ternura, el respeto y la comunicación interpersonal.
Se "hace el amor" con la esposa y con la prostituta; con un partenaire ocasional o con uno
estable.
Y, paradójicamente, se puede "hacer el amor" con amor o sin amor.
Tal el extraño lenguaje que nos resulta tan natural...
Es cierto que en una pareja que se ama, hacer el amor tiene un sentido maravilloso de
plenitud y gozo. Pero en el particular lenguaje de nuestra cultura, hacer el amor es una frase
eufemística que tiene muchos sinónimos pero que alude siempre al coito placentero, cualquiera
sean sus circunstancias.

De todos modos, "hacer el amor" puede ser una frase que la podemos tomar en un sentido
más amplio y casi simbólico: efectivamente el amor no se da como una cosa, sino que es algo
que se hace, se construye, se crea continuamente.
Es una actividad de a dos porque es la expresión de una íntima comunicación.

Pero más allá de esta interpretación, lo cierto es que en toda relación sexual siempre está
presente el componente erótico-pasional-placentero; y es este componente el que le da al sexo su
particular atractivo.
Como también es este componente el que genera los conflictos con la moral y la religión.
(Este aspecto lo trataremos después en el capítulo IV).

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Si la sexualidad no produjese placer, ciertamente que la literatura sexual casi
desaparecería, pues sería un trabajo más de los tantos. ¿Hay muchos libros y películas sobre el
trabajo?
El placer es el verdadero atractivo del sexo, al menos el más importante, ya que la vida
intersexual tiene otros atractivos como la ayuda mutua, la confidencia, la comunicación
profunda, el apoyo en alguien, el compartir los hijos, etc.

Pero hay más aún: es el placer sexual, sobre todo el orgasmo, el que le concede al sexo
esa cualidad de algo tan misterioso, casi extático o divino. Basta revisar la mitología o nuestro
inconsciente para comprobarlo.
El deseo de placer aparece como una fuerza irresistible, que nace desde muy dentro de
cada uno, más como un instinto o un impulso que como un deseo del espíritu.
En el placer sexual el ser humano se siente como desconcertado, como enajenado a sí
mismo, como si de pronto ocupara una dimensión diferente, entre el animal y Dios.

En nuestro lenguaje también llamamos amor a ese impulso, lo que no hace más que
aumentar las confusiones ya existentes.
Cuando decimos "amo a ese hombre, amo a esa mujer" podemos entender el amor como
la capacidad plena de darse, pero también podemos referirnos a esa fuerza de atracción física
irresistible; esa fuerza a la que aluden los poetas desde la más remota antigüedad:

"¡Que me bese ardientemente con su boca!


Porque tus amores son más deliciosos que el vino... Gocemos y alegrémonos, celebremos
el amor...
Como un manzano es mi amado entre los jóvenes:
yo me senté a su sombra tan deseada y su fruto fue
dulce al paladar.
El enarboló sobre mí la insignia del Amor...
Su izquierda sostiene mi cabeza y con su derecha me abraza...
Ven, amado mío, salgamos al campo... allí te entregaré mí amor...".

Así, uno de los libros sagrados más universalmente conocidos como es la Biblia (sí, ha
leído bien, la Biblia) canta al amor erótico en el Cantar de los Cantares. El mismo libro que hace
decir a la amante:
"¡Estoy enferma de amor!".

Cuando hablamos más arriba de las actitudes hacia el sexo, aludimos a que se lo puede
considerar como sagrado y divino, demoníaco o bestial y sucio: tales los calificativos que
mereció el acto sexual a lo largo de la historia aun en nuestros días. Como si el ser humano
sufriera tremendo desconcierto ante un acto que lo transporta a un mundo diferente que ni
siquiera puede describir con palabras, un mundo que presiente como cercano a lo animal que hay
en el hombre, pero también a lo transpersonal o casi divino que anida en él.
No por nada en muchas religiones, como en los cultos mistéricos de la antigüedad que
buscaban la unión con la divinidad, el éxtasis divino era vivido desde la relación sexual o en
rituales orgiásticos, a menudo reforzados por la consumición de alucinógenos.
Cualquiera sea la valoración que les demos a estos cultos (el de Dioniso, de Isis, de
Astarté en tiempos bíblicos), reconozcamos al menos que la sexualidad tenía una valoración muy
superior a la que tuvo después en Occidente.

Complementar

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Estamos hablando de algunas variables que conforman este complejo proceso de la
sexualidad humana: enamorarse, amar, emparejarse, hacer el amor.
Salta a la vista que estas variables, lejos de oponerse y excluirse, tienden en un solo movimiento
a unir todos sus elementos. Esto sería lo ideal y sano.
Lo enfermizo, inmaduro e incompleto es separarlos: una sexualidad esquizofrénica,
dividida, que da origen a infinidad de situaciones conflictivas, tales como: estar en pareja y
enamorarse de otra persona; amar a alguien y hacer el amor con otra; estar en pareja y dejar de
amar o de hacer el amor; hacer el amor y desconocer la realidad de persona del otro que es
tratado como un objeto de placer; enamorarse una y otra vez sin poder plasmar un amor y una
pareja estable, etc.
No es la adolescencia el momento, normalmente, para plasmar esta unión. Pero cuando
no se dan esos fenómenos en la vida adulta, estamos ante una situación enfermiza y neurótica.

Durante largos siglos el mismo matrimonio fue separado de su componente erótico


placentero en la cultura occidental. El matrimonio era entendido como un mero trámite para
engendrar y educar hijos, y como una ayuda entre el varón y la mujer, tolerándose el placer como
un mal inevitable que, de todos modos, solamente era lícito cuando se lo hacía con la intención
de procrear.
El resultado fue una sexualidad que nunca pudo integrarse como algo positivo a la vida
humana, más como una fuente de conflictos y de tortura moral que no de vida y felicidad.

Sexo y felicidad

Y así aparece la otra palabra mágica: felicidad.


¿Tiene que ver algo la sexualidad con la felicidad?
La experiencia universal se encarga de dar la respuesta: la sexualidad puede ser fuente de
felicidad en grado sumo si es vivida en forma integrada y plena; pero también puede ser fuente
de infelicidad y sufrimiento si está ausente en sus manifestaciones o si es vivida desde la culpa o
escindida en sus elementos.
Cuando unos jóvenes se casan, todo el mundo les desea una sola cosa: "Que sean muy
felices".
Pero si por felicidad se entiende sólo el placer físico, también la experiencia nos dice que
es demasiado efímero como para ser llamado felicidad.
La felicidad, como gozo pleno y estable, más como estado de bienestar que como acto o
momento, es el fruto natural de una sexualidad integrada, desde el enamoramiento hasta la
vivencia en pareja en amor; siendo el acto sexual un punto culminante en ese estado de felicidad.

La felicidad es el fruto de la unión entre las personas, siendo la unión sexual amorosa su
expresión suprema, aunque no la única, porque también nos provoca felicidad la unión amorosa
con los hijos, con los amigos o la entrega a los demás mediante nuestra profesión o trabajo.

Toda la evolución humana, como..bien lo explica el biólogo Maturana (El Arbol del
conocimiento, Humberto Maturana y Francisco Varela, Editorial Universitaria, Chile) tiende al
encuentro y a la relación entre los seres. Y a ese encuentro lo llamamos Amor, y es ese Amor la
fuente de la felicidad y del placer.
Todo esto se nos hace difícil de entender en una sociedad canibalesca y egoísta donde
cada uno se mueve según sus propios intereses aun a costa de la sumisión o extinción de sus
semejantes.
Como bien dicen Maturana y Varela:

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“Lo triste es constatar que las condiciones actuales de nuestras sociedades están
atentando contra la plena realización de este altruismo biológico natural, y suicidando nuestra
vida social al emplearse contra otros seres humanos la fuerza de cohesión social que brota de
nuestros naturales impulsos y necesidades de comunicación y de pertenencia a un medio
comunitario y cultural...”
Por eso postula que "el camino de la libertad es la creación de circunstancias que liberen
en el ser social sus profundos impulsos de solidaridad social hacia cualquier ser humano. Si
pudiésemos recuperar para la sociedad humana, la natural confianza de los niños en sus mayores,
tal sería el mayor logro de la inteligencia operando en el amor, jamás soñado".

¡Qué difícil se nos hace vivir solidariamente en el amor de una pareja cuando toda
nuestra experiencia social, muchas veces aún dentro de la propia familia, es un canto
a la guerra, a la violencia, al egoísmo y a la destrucción del otro!
Como lo explicaremos más adelante, los problemas sexuales no son un capítulo separado
sino una expresión más de la desinteligencia social en la que vivimos, de la falta de amor y
altruismo de nuestra sociedad, de la violación de los derechos del otro ser humano al que no
reconocemos como igual a nosotros.

Por eso hablamos de aprendizaje sexual o de una sexualidad creativa, porque la


naturaleza (si se quiere, el instinto) nos da una fuerza que tiende hacia el encuentro con el otro;
pero esa fuerza tiene que ser asumida, dirigida, orientada y aplicada caso por caso por cada uno,
en circunstancias siempre nuevas y cambiantes.
La experiencia del Amor, en todos sus componentes, arranca con un impulso natural,
pero nada más. No sólo tenemos que hacer crecer y madurar ese impulso sino que también lo
podemos matar y destruir.
La sexualidad es parte de toda nuestra formación social: no se da sola, ni por decretos ni
por mandatos pedagógicos, religiosos o morales.
Es una tarea a construir, como es una tarea a construir nuestra comunidad, nuestro país y
un mundo medianamente habitable.

4. Una sexualidad madura y completa

A modo de síntesis, y amén de lo afirmado en los puntos anteriores, resumamos estas


ideas preguntándonos cuáles son los componentes de una sexualidad adulta, completa, integrada
y plena.
Tal como se da la sexualidad en la cultura de todos los pueblos, encontrarnos cuatro
elementos fundamentales que, ojalá, pudiesen ser integrados.

El primero es el componente corporal y genital. No hay sexualidad sin cuerpo sexuado.


Pero no basta la presencia estática del cuerpo: la sexualidad implica la relación genital completa
entre el hombre y la mujer.
La sexualidad tiende a este encuentro entre los cuerpos y la sentimos como instinto,
impulso o tensión casi irresistible.
No hay sexualidad adulta sin la real capacidad de tener una relación sexual completa, con
los cuerpos integrados, disfrutando del orgasmo, sintiendo el placer de una relación total.
No hay sexualidad sin la mediación plena del cuerpo, de un cuerpo integrado,
positivamente integrado.

En la vida de pareja todo esto no se logra desde un comienzo necesariamente: hay un


proceso de conocimiento, de búsqueda de sensaciones, de superación de ciertas dificultades

29
(eyaculación precoz, cierta anorgamia, miedos, inhibiciones, etc.), hasta conseguir un buen ajuste
sexual que deje plenamente satisfechos a ambos.
El varón y la mujer deben aprender a acoplar sus tiempos hacia una misma expresión
orgásmica, complementándose con todas las formas de placer.
Abundando una literatura casi infinita sobre estos temas, no está de más recordar que en
el acto genital y en el placer sexual no hay más reglas de juego que las que la misma pareja
elabora y vivencia.

Siempre es mejor que un manual: la curiosidad y la búsqueda juguetona de a dos, no


como quien corre una carrera para llegar primero sino como quien juega a gozar lo más que
pueda.
Esto es válido sobre todo cuando, por cierta circunstancias, no se puede realizar el coito
completo.
Jugar a gozar, sin la meta fija del coito, es la mejor terapia para las formas de inhibición
en la erección o en el orgasmo.

El segundo componente, íntimamente relacionado con el anterior, es el deseo sexual, la


tendencia hacia el otro sexo, la atracción erótica, la necesidad de placer en el encuentro sexual.
A este aspecto lo podemos llamar genéricamente “erotismo”.
El varón y la mujer sienten "deseo" el uno hacia el otro, y este deseo tiende a culminarse
en el encuentro amoroso que se expresa en el orgasmo, punto máximo de placer sexual.
En el plano de lo erótico la pareja descubre las mil formas de sentir al otro con el otro:
desde la ternura -algo sobre lo que nunca se insistirá lo suficiente-, desde las mil formas de
caricias, desde la gratificación al otro, desde los cumplidos y la atención gentil.
Agradar al otro desde la forma de vestir hasta el trato cotidiano, demostrando lo que se
siente especialmente cuando son sentimientos agradables y gratificatorios.
El erotismo es el motor que impulsa a la sexualidad desde las formas más cotidianas y
simples de placer -comer, abrazarse, mirarse- hasta la consumación en el orgasmo, "sintiendo el
placer de sentir el placer".

El tercer elemento de la sexualidad es el aspecto relacional: por la sexualidad nos


relacionamos con otro en cuanto otro, de la forma más plena, completa y gozosa.
La relación con el otro no es un puro encuentro genital, es comunicación profunda, es
ternura, es afecto, es el gozo de compartir la vida y un sinnúmero de experiencias; es capacidad
de diálogo y de comprensión mutua.
Ya hemos aludido a que en nuestra sociedad quizá sea éste el punto que más conflictos
genera y que menos tenemos aprendido.
Hasta hace muy poco este aspecto de la sexualidad, si bien podía vivirse en algunas
parejas, no era tenido en cuenta cuando se hablaba de sexualidad.
Más aún, está prácticamente ausente en toda la literatura sexual hasta hace muy pocos
años.
No solamente cultivamos una pareja sexual, también cultivamos la amistad con la pareja,
incorporando la rica dinámica de la amistad en la experiencia del amor sexual. Sentir a la pareja
como a un amigo, intimar, hablar con confianza, con total confianza, sentirse apoyado y apoyar,
sentirse comprendido y comprender.
Y es en este amplio contexto de comunicación profunda y total con el otro, donde la
relación sexual amoroso orgásmica encuentra toda su plenitud y su sentido.

El cuarto elemento -que en ciertas instituciones, culturas y religiones es considerado


como el primero y casi el único- es el componente social de la sexualidad.

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La sexualidad tiende a convertirse en pareja, pero no cualquier pareja sino en la pareja
estable o matrimonial, con todas las variables y modalidades de cada cultura.
0 sea, la sexualidad cumple también una función social en cuanto a la organización de la
sociedad y en cuanto a que es la base para la supervivencia social; pues la sexualidad, se
transforma en maternidad y paternidad. si bien el deseo de tener hijos puede ser vivido por
muchas personas como algo distinto y separado de la sexualidad, y más como una necesidad
personal que como una necesidad social, en todas las culturas se le reconoce al matrimonio esta
función de cara a la sociedad.

En nuestra época muchas personas le niegan a su sexualidad este aspecto social, sobre
todo cuando es institucionalizada dentro de ciertas normas y límites (casarse con un solo hombre
o mujer, dentro de ciertas normas, tener hijos, educarlos de tal forma, etc.).
Lo cierto es que la sociedad tiende a proteger a la sexualidad de ciertos individualismos
antisociales -con mayor o menor éxito- y subordina las necesidades individuales al bien común
social.
Las legislaciones sobre la edad para casarse y la forma de hacerlo, y las de planificación
familiar, son un ejemplo de ello.

En el esquema anterior -enamorarse, amar, emparejarse, hacer el amor- aludimos a estos


mismos elementos pero en forma más dinámica, y utilizamos ex profeso la palabra
“emparejarse” y no casarse, para contemplar más ampliamente todos los casos, aludiendo más a
una situación existencial que a su aspecto institucional.
A su vez, el componente erótico y el coito pueden estar presente en cualquiera de las
variables aludidas.
Lo mismo sucede con el componente relacional: entendemos que nunca debe faltar desde
el momento en que se trata de una relación entre seres humanos.

Pero la idea central de todo este proceso, tan complejo y rico como es la sexualidad
humana, es ésta: la necesidad de unir sus elementos, integrándolos armónicamente, sin dejar
ningún aspecto o variable afuera.

En otras épocas la tendencia era subrayar el aspecto social o de pareja institucional,


soslayando el componente genital y erótico, como también el aspecto relacional.
Así la sexualidad aparecía como un deber y no como placer y relación.
Hasta al mismo acto sexual se lo llamaba “el débito conyugal” o sea, la deuda o deber
que un esposo tenía con el otro. Era lo que “la mujer le debía al varón”, y aunque hoy esta frase
nos pueda sonar horrible (no sólo por lo de "deber" sino porque se suponía que sólo el varón
estaba necesitado del coito), este fue el criterio que primó en la cultura occidental hasta nuestros
días, firmemente sostenido por las Iglesias y la moral vigente.
Hasta qué punto esta fue una espantosa deformación de la sexualidad, no hace falta que
lo comentemos. Recién a mediados del siglo pasado, Sigmund Freud, entre otros, protesta contra
este esquema y subraya la importancia primera del componente erótico-genital, con gran
escándalo del estamento social y religioso.

Y como pasa con todos los movimientos pendulares, hoy existe cierta tendencia
completamente opuesta a la tradicional: aislar el componente erótico genital, sea del aspecto
relacional humano, sea del aspecto social institucional.
Aunque, en la práctica, nadie renuncia a establecer una pareja -institucionalizada o no- en
la cual todos los componentes estén presentes de una forma u otra, subrayando más un aspecto o
soslayando otro.

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Por esto hablo de creatividad sexual: hoy tenemos, no solamente el derecho, sino la
necesidad y la obligación de recrear nuestra sexualidad de tal forma que la sintamos realmente
positiva, plena y gozosa.
Y si nadie nos puede imponer un esquema con lo obligatorio, también es cierto que
debemos superar nuestra pereza que nos hace cumplir lo que otros dicen.
Siempre y en todas las culturas la sexualidad tuvo una forma específica de ser vivida, ya
que no existe ley natural alguna ni instinto que la predetermine hacia una forma u otra.
No debemos, por tanto, sobre todo los adultos, extrañarnos ni alarmarnos si hoy surgen
formas y experiencias nuevas, que nosotros podremos no aceptarlas para nosotros, pero tampoco
podemos negarles a otros el derecho de asumirlas como propias.

En definitiva, el único riesgo de la sexualidad, como de cualquier otra actividad humana,


es la autodestrucción o su transformación en fuente de infelicidad, conflicto, sufrimiento y
muerte, sea para uno mismo sea para nuestros semejantes.
Si hay algo irrenunciable es nuestro derecho a vivir gozosamente en el amor.
Y, coherentemente, a dejar que los otros tengan el mismo derecho.

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CAPITULO III

LO MASCULINO Y LO FEMENINO

1.¿Opuestos o complementarios ?

Conciliar los opuestos

A veces me asombro de la capacidad que tenemos los humanos para inventarnos


problemas artificiales o para resolver otros desde perspectivas absurdas poniéndonos de espalda
a la naturaleza y a nuestra experiencia.
Y esto vale especialmente para el polémico tema de machismo y feminismo, de
diferencias entre varón y mujer, de significado de lo masculino y lo femenino.
Todavía existen libros y vemos debates televisivos en los que se pretende enfrentar a los
sexos -desde una llamada postura "machista" o "feminista"- como si la única manera de
relacionarnos los seres humanos -varones y mujeres- fuese a través del choque, del
enfrentamiento, del aislamiento o de la dominación de un sexo por el otro.

Esta es una característica típica de la mentalidad occidental que no logra conciliar los
opuestos en su esquema mental: si ve blancos y negros, supone que unos deben dominar y
eliminar a los otros; si ve ricos y pobres, hace otro tanto; si ve varones y mujeres... no entiende
que puedan complementarse armónicamente formando "el ser humano completo varón-mujer".
En cambio los orientales, más inclinados a los matices y a la integración de los opuestos
como parte de su filosofía, no hablan de machismo y feminismo sino de dos componentes que
están presentes en toda la naturaleza viva y especialmente en el ser humano: el Yan y el Yin
(masculino y femenino) como dos componentes necesarios para formar una Unidad que los
incluye y los integra.
O sea, más que de opuestos tenemos que hablar de “complementarios”.

Siendo la realidad tan compleja, la mente humana acostumbra a visualizarlos a partir de


parejas de elementos, tal como el Estructuralismo lo ha mostrado hasta casi la exageración.
Así en el espacio, amplio y complejo, distingue lo alto y lo bajo, dos conceptos
absolutamente relativos, pues si el observador cambiara de posición, lo bajo sería alto y lo alto
sería bajo. Por otra parte, lo bajo no es menos necesario ni importante que lo alto, como lo vemos
en una casa donde el techo (lo alto) no puede tener subsistencia sin lo bajo (piso y paredes).
También, siguiendo con esta lista de pares hablamos de lo dulce y lo amargo; lo fuerte y
lo débil; la derecha y la izquierda; lo crudo y lo cocido; lo líquido y lo sólido, y así
sucesivamente.
Sería insensato quedarnos con uno solo de estos elementos y eliminar al otro, ya que
ambos, insistimos, conforman un todo armónico, como es armónica la configuración del día y de
la noche, del interior y del exterior, de la razón y de los sentimientos... de lo masculino y de lo
femenino.

Durante largos siglos, más bien milenios, los varones interpretaron que la forma perfecta
del ser humano es "ser varón" y que la mujer era un ser incompleto, postura ésta a la que no fue
ajeno el mismo Freud cuando insiste en su teoría de que la mujer tiene envidia del pene; como si
el hombre perfecto fuera el que tiene pene, de donde nacería una "envidia fundamental" de la
mujer a una supuesta carencia.

33
Curiosamente -ironía de la biología- hoy todos los biólogos están de acuerdo en que el
sexo femenino (lo femenino) es anterior al masculino y más necesario para la vida. Tanto es así
que los seres más primitivos (amebas, por ejemplo) se reproducen sin ninguna participación
masculina sino por lo que Maturana llama “autopiesis” o sea, por una capacidad de reproducirse
a sí mismo; algo que las mitologías de muchos pueblos han registrado cuando hablan de ciertas
diosas que produjeron otros seres sin participación masculina.
Los seres unicelulares se reproducen por división o partición de sí mismos, dando origen
de uno solo a dos seres iguales.

En los animales superiores, tal el caso del hombre, la reproducción se realiza porque dos
seres complementarios (macho y hembra) emiten sendas sustancias, que, al juntarse originan un
nuevo ser. En el caso humano hablamos del óvulo femenino y del espermatozoide masculino.
Esta conjunción intersexual permite el nacimiento de un nuevo ser más enriquecido y capaz de
superar a sus antecesores en perfección y adaptación. (Nuevamente recomiendo el libro ya citado
de Maturana y Varela que desarrollan ampliamente estos conceptos que a la mayoría no nos
resultan fáciles de comprender, pero que los autores expresan con una metodología muy
didáctica, aunque, por la misma complejidad del tema, no siempre son de fácil lectura.)
Sintetizando: “Los seres vivos se caracterizan porque, literalmente, se producen
continuamente a sí mismos” (pág. 25 del l.c.), aunque no necesariamente en forma intersexual,
fenómeno que sólo se da en las especies más evolucionadas.

Por tanto, como seres humanos, tenemos el privilegio de intercomunicarnos sexualmente


porque nuestro cerebro es más perfecto y complejo, y porque "estamos destinados", permítaseme
la expresión, a una constante evolución y perfeccionamiento.
Lo masculino y lo femenino nos permiten crecer y perfeccionamos, no solamente
sumando cualidades, sino recreando otro ser que es nuevo, diferente y capaz de superarnos. No
otra cosa enseña la historia o la evolución humana desde los antiguos primates humanoides hasta
el hombre actual.

Por todo eso he afirmado que intentar describir la relación entre los sexos como polos
opuestos y enfrentados en la lucha por el poder -cosa que desgraciadamente ha sucedido hasta
nuestros días- es ir en contra de nuestra propia naturaleza y en contra de toda la evolución
cósmica tendente siempre a integrar y perfeccionar desde elementos complementarios. Por esto
nuestro cerebro a través de sus células nerviosas está capacitado para una infinidad de relaciones
de cada uno consigo mismo, con el otro sexo, con otras personas y con toda la realidad externa,
en orden a una mejor adaptación y perfeccionamiento. Por eso el ser humano evoluciona y
progresa, mientras que los demás seres se repiten a sí mismos (por las leyes rígidas del instinto).

Insisto en esta cuestión: nuestra respuesta a lo masculino y lo femenino dependerá de que


tengamos una actitud integradora o una actitud dominadora y excluyente. Y esto vale también
para la tan mentada cuestión racial y social: o partirnos de una convicción de integrarnos
respetando a los que sentirnos como diferente o estamos declarando la guerra antes de que ésta
comience, y seguramente comenzará si ésa es nuestra profecía.

Supongo que al lector ya no le quedan dudas de cuál es mi postura, una postura avalada
no sólo por un sentido humanista, sino también por la moderna biología que encuentra en toda la
evolución del cosmos esta fundamental constante: todo está en orden a la integración y a la
armonía.

2. ¿Diferencias sexuales naturales o culturales?

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Clarificada nuestra posición y nuestro punto de partida, ahora sí podemos abocarnos a
ciertas preguntas que alguna vez nos hicimos y que surgen en nuestra cultura casi
espontáneamente:
¿Hay diferencias entre el varón y la mujer? ¿Hay una forma psicológica de ser varón y
mujer? ¿A qué llamamos masculino y a qué, femenino?

Diferencias orgánicas

Comencemos por lo más fácil y evidente: a nadie le escapa que hay diferencias
orgánicas entre el varón y la mujer. Al menos hay una indiscutida: cada uno tiene órganos
sexuales diferentes; y frente a la posibilidad de procreación, cada uno aporta un elemento
distinto.
Para poner un solo ejemplo biológico, digamos que las células masculinas o
espermatozoides en todas las especies son más pequeñas que las femeninas ya que el óvulo es
250.000 veces mayor que el espermatozoide.
Como contrapartida los elementos masculinos son infinitamente mayores en cantidad, ya
que en cada eyaculación podemos encontrar entre doscientos y cuatrocientos millones de
espermatozoides. En medio segundo los órganos masculinos pueden producir más
espermatozoides que todos los óvulos que puede producir una mujer durante toda su vida.
Pero las minúsculas células masculinas son mucho más movedizas y con menos
capacidad de supervivencia; frente a la mayor estaticidad y capacidad de supervivencia del
óvulo.
Podríamos discutir si otras características del cuerpo de la mujer son naturales o fruto de
la educación, por ejemplo, desarrollo de sus huesos y músculos, fuerza y destreza física, etc.
Lo cierto es que, y esto lo aprendimos en el Jardín de Infantes, sólo las mujeres tienen
capacidad de quedar embarazadas y de parir un hijo tras nueve meses de gestación.

Características psicológicas

Las cosas se nos complican cuando hablamos de las características psicológicas de uno y
otro sexo.
La principal dificultad radica en que “en nuestra cultura” los varones y las mujeres somos
educados de forma diferente desde hace siglos. Esto hace que ahora no podamos, aunque lo
intentemos, establecer qué supuestas características llamadas femeninas o masculinas son innatas
o naturales en la mujer o en el hombre, y cuáles son simplemente el fruto de siglos de
aculturación y educación.

Hay ejemplos por demás ilustrativos en un terreno donde nos encanta manejarnos con
generalidades y prejuicios.
Se afirma, por ejemplo, que las mujeres son menos activas y dinámicas que los varones.
Esto era fácil afirmarlo cuando los varones no les permitían a las mujeres más que parir hijos,
cocinar y bordar. Pero ahora vemos en la vida política y empresaria a mujeres que superan a
muchos hombres en dinamicidad, tenacidad y esfuerzo.
También se suele decir que las mujeres son “naturalmente” más afectivas y menos
reflexivas; dato este que se contradice cuando vernos el alto grado de intelectualidad de las
mujeres en los colegios y universidades; y cuando observamos a muchos varones sumamente
afectivos y a muchas mujeres más especulativas y frías.
También se afirmó como un dogma de fe que la mujer ante el sexo es pasiva y el varón es
el activo. Pero hoy, que las mujeres han tomado la iniciativa -que les fue negada durante

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milenios-, los varones no saben qué hacer ante esa actitud que, en otras épocas, se suponía sólo
típica de mujeres "livianas" o prostitutas.

Mi postura es la siguiente: "en nuestra cultura"... las mujeres suelen presentar ciertas
características y los varones otras, y no puede ser de otra manera cuando los educamos de esa
forma.
A los varones les prohibimos expresar sus sentimientos o llorar; les damos más libertad
de movimiento y los educamos para que manejen el dinero y el poder político. A las mujeres las
educamos en los valores opuestos... Entonces, qué duda cabe que en nuestra sociedad unos y
otras actuarán conforme al modelo que se les ha dado.

Pero cuando en otras culturas, por ejemplo en los Estados Unidos sin ir más lejos, reciben
otra forma de educación, los resultados son diferentes y los esquemas psicológicos de tantos
libros caen a pedazos porque la realidad se encarga de desmentirlos.

Como psicólogo veo esto comprobado en infinidad de casos: muchas mujeres,


aparentemente pasivas y poco creativas, al cabo de cierto tiempo de "terapia" logran superar esa
situación de tal forma que no sólo concitan la sorpresa de sus maridos sino que hasta se llegan a
crear conflictos de pareja cuando el varón no acepta una mujer que "sale de los esquemas
preconcebidos".
¿Preconcebidos por quién?... Naturalmente, por los varones.

Hasta no hace más de cincuenta años los varones afirmaban categóricamente que las
mujeres eran totalmente incapaces de entender la política, por lo cual se les negaba el voto
sistemáticamente; nada digamos, sobre su posibilidad a ser votadas, ocupar puestos políticos y
asumir responsabilidades. gerenciales.
En nuestro país, recién en la época de Perón, en el año1947, se "les concedió" a las
mujeres el derecho de votar, pero todavía hoy tienen que luchar para que sus pares varones "les
concedan" el derecho de integrar listas de candidatos en una proporción justa.
Y cuando levantamos la vista y vemos a las mujeres en puestos gerencíales o directivos
de un país, provincia, ciudad o empresa, caemos en la cuenta de que nuestras teorías sobre lo
femenino y lo masculino no son más que cómodos prejuicios al servicio del poder del varón.

Si pasamos al terreno de la pareja sexual observamos el mismo fenómeno: se daba por


sentado, con argumentaciones bíblicas, teológicas, filosóficas y antropológicas..., que sólo el
varón podía ser cabeza de familia, administrar los bienes y tomar decisiones.
Hasta nuestro lenguaje es significativo al respecto: cuando se habla de los deberes en la
pareja, se dice "Matrimonio"(En latín, "munus" tiene un significado doble: oficio o función, por
un lado; deber u obligación, por otro. En este sentido, Matrimonio es el deber de la mujer); pero
cuando se hablaba de los bienes y ganancias se dice 'Patrimonio” expresión universalizada para
indicar bienes y ganancias y no solamente familiares. (En latín “patrimonio” significa los bienes
del padre).

Si alguien todavía tiene dudas, voy a transcribir las definiciones que da el Catecismo
Romano, editado después del Concilio de Trento en el siglo XVI y que rigió la praxis
matrimonial de Occidente hasta nuestros días.
Cito textualmente: (Catecísmo Romano del Concílio de Trento, Editorial Santa Catalina, Buenos
Aires, 1950.)

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"Llámase Matrimonio porque la mujer debe casarse principalmente para ser madre, o por
ser propio de la madre concebir, dar a luz y criar a los hijos.
Se llama también Unión Conyugal, del verbo latino conjúngere, porque la mujer legítima
se enlaza con su marido como con un yugo.
Asimismo se llama Nupcias porque, como dice, San Ambrosio, por causa del pudor se
cubrían con un velo, con lo que parece significarse también que las mujeres deben obedecer y
estar sujetas a sus maridos" (pág. 224).

Supongo que el lector no necesita que haga comentarios. Lo triste del caso es que esta
mentalidad perdura hasta nuestros días...
Como las mujeres fueron educadas desde su nacimiento en esta mentalidad, a nadie
sorprenderá que "naturalmente" sientan el matrimonio como un deber hacia el hombre y sean
obedientes como quien está bajo un yugo.
Así, pues, la famosa pasividad de la mujer no nace de su naturaleza sino de los decretos
de los varones y de una educación religiosa y civil que perduró por siglos y milenios.
Esa fue la sexualidad que nuestros antecesores " crearon " para la mujer.
Pero, ¿qué pasa ahora que estamos creando otra sexualidad y que la podemos seguir
recreando desde perspectivas y valores diferentes y aún contrapuestos?

Todo lo dicho para la mujer, vale para el varón desde la perspectiva opuesta: se lo diseñó
y educó para ser cabeza de familia, el personaje importante, el que decide, el que maneja el
dinero, el que puede trabajar y debe hacerlo afuera para sostener a su familia, el que tiene que
dirigir los destinos de un país o de la Iglesia; el que tiene que tener la mente fría, el que debe
dejar de lado sus sentimientos, el que debe luchar y hacer la guerra, el que tiene que enarbolar
ante todos el gran orgullo de haber nacido varón.
Todavía hoy dentro del Judaísmo los judios ortodoxos recitan la famosa oración:
"Gracias, Señor, porque no me hiciste mujer”, una oración que seguramente está en el
inconsciente de la mayoría de los hombres y que hunde sus raices en los mismos orígenes bíblico
semitas, como lo desarrollaremos oportunamente en el capítulo V.

Hoy estamos intentando dar vuelta esta triste página de la historia, y entonces volvemos a
hacernos la pregunta:
¿Qué es eso masculino y femenino?
Antes de responder a esta pregunta, vamos a hacer otro planteo: vamos a tomar todas las
cualidades y posturas que solemos tener los seres humanos y las vamos a ir agrupando de
acuerdo con esos "pares" de los que hablamos renglones arriba. A un grupo lo llamaremos Alfa y
al otro Beta.
(Ejemplo aclaratorio: si a la luz la llamo Alfa, la noche es Beta; si lo delgado es Alfa, lo
grueso es Beta, y así sucesivamente).

Alfa: el ser humano razona, se muestra objetivo y frío, hace cálculos, prevé dificultades,
vuelve a reflexionar y al fin decide.
Beta: el ser humano siente, se emociona, se deja llevar por sus sentimientos y actúa
conforme a estos.

Alfa: el ser humano se vuelca hacia dentro de sí mismo, es pensativo, se deja llevar por
su mundo interno, es poco comunicativo y tiende a separarse o aislarse de la realidad externa.
Beta: el ser humano se vuelca hacia afuera de sí mismo, es expresivo y comunicativo con
el mundo externo, y tiende a ligarse con la realidad externa.

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Alfa: el ser humano se interesa por la acción y la actividad, construyendo cosas,
dedicándose a la técnica y a la industria; goza en estar ocupado en mil quehaceres y se siente
satisfecho por su alto rendimiento en el nivel del hacer.
Beta: el ser humano se interesa por la contemplación de la realidad y por adaptarse a ella,
dedicándose a mirar internamente la realidad; goza en dejarse llevar por la armonía de la realidad
externa y se siente satisfecho cuando tiene una alta conciencia interna de lo que le pasa y de lo
que pasa a su alrededor.

Alfa: el ser humano interpreta la realidad externa desde sus dimensiones y desde la
utilidad que puede darle a los objetos; se interesa por las matemáticas, la ingeniería y la
construcción de una civilización con multitud de objetos útiles para el confort y el rendimiento.
Beta: el ser humano interpreta la realidad desde su belleza y armonía y desde la estética
que busca en todos los aspectos de su vida; es creativo del arte en cualquiera de sus expresiones,
más preocupado por un mundo armónico agradable. Inventa desde su imaginación aunque sus
objetos no tengan una utilidad pragmática.

Alfa: el ser humano se preocupa por su fuerza física, por la destreza y la velocidad, por
competir con otros y superarlos. Goza luchando y consiguiendo triunfos para demostrar a otros
su superioridad, hasta con cierta violencia y agresividad.

Beta: el ser humano se preocupa por la gracia de sus movimientos mediante los cuales
logra seducir a otros y establecer contactos. Prefiere una buena relación de igual a igual antes
que el hecho de dominar. Rehúye de toda situación de violencia y agresividad, prefiriendo el
camino de la relación afectuosa y serena.

Alfa: el ser humano se muestra competitivo con los otros intentando superarlos de
cualquier forma; antepone siempre sus intereses a los de los demás y goza estableciendo
diferencias que lo hacen sentirse superior.
Beta: el ser humano se muestra solidario con los otros intentando de todas formas
integrarse a ellos, comprenderlos y resolver sus problemas; sin descuidar sus intereses,
igualmente se preocupa por los de los otros, y goza cuando se siente útil a los demás.

Alfa: el ser humano toma conciencia de sus impulsos, sensaciones y pasiones, y busca
por todos los medios dominarlos, adquiriendo el mayor control posible. Tiende a ser muy
reflexivo y cauto en sus manifestaciones. Entiende que la perfección radica en este fuerte control
sobre su vida espontánea.
Beta: el ser humano toma conciencia de sus impulsos, sensaciones y pasiones y busca
darles expresión de la forma más espontánea posible. Prefiere ser natural y suelto en sus
manifestaciones y entiende que la perfección radica en mostrarse tal cual es, y espera de los
demás otro tanto.

Alfa: el ser humano reflexiona lo necesario ante un problema o conflicto, especialmente


en sus relaciones, y luego toma decisiones con firmeza, mostrándose altamente resolutivo y
seguro de sí mismo.
Beta: el ser humano reflexiona largamente ante un conflicto e intenta resolverlo por la vía
de la negociación, buscando puntos intermedios y prefiriendo el consenso con el otro o
matizando aristas.

Alfa: al ser humano le encanta seducir y declarar su amor a otra persona, toma la
iniciativa sexual y se comporta deshinibidamente, buscando ante todo el placer sexual físico.

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Beta: al ser humano le encanta ser seducido y sentirse amado, acepta la iniciativa sexual
de otro, anteponiendo la ternura y el afecto, las caricias y los mimos a otras manifestaciones
eróticas.

Bien, detengámonos un momento aquí, no porque la lista haya terminado sino porque por
ahora es más que suficiente para el tema que nos ocupa.
Lo que hemos hecho fue describir una serie de pares de actitudes o factores, ninguno
mejor o peor que el otro, sino que todos ellos comúnmente presentes en nuestra cultura, aunque
algunos de ellos son más valorados por ciertas personas o culturas.
Si volvemos a leer esta lista de Alfa y Beta, podremos observar, sin forzar el significado,
que cualquiera de estas cualidades o actitudes las podemos tener nosotros, cualquiera sea nuestro
sexo, que las podemos ver en cierta proporción tanto en mujeres como en varones.
Así podemos decir que nuestro amigo Ernesto tiene algunas cualidades Alfa y otras Beta;
que nuestra prima Inés descuella más por las cualidades Beta, en tanto nuestra cuñada se
caracteriza por cualidades Alfa... y así sucesivamente.
Si nos hiciéramos un autoexamen podríamos comprobar si en general nos inclinamos más
por los factores Alfa o por los Beta, o en qué medida los tenemos todos con ciertos matices o
según ciertas circunstancias.

En cualquiera de las situaciones Alfa o Beta siempre hablamos "del ser humano", ya que
la experiencia -y no los libros- asi lo testimonia.
No existe ley natural y genética alguna, como ningún tipo de educación que obliguen a
una persona, cualquiera sea su sexo, a identificarse solamente con los factores Alfa o con los
Beta.

Bien, si hasta aquí estamos mínimamente de acuerdo, demos un paso adelante.


Ahora a todos los factores Alfa los vamos a llamar Masculinos; y a todos los factores
Beta los vamos a llamar Femeninos.
¿Por qué? Porque tenemos que darles algún nombre, así como a unos factores los
llamamos altos en contraposición con otros que llamamos bajos, sabiendo que se trata de una
denominación puramente relativa.
Pero podríamos tomar otra denominación cualquiera, por ejemplo la tan mentada
clasificación planetaria por los conocidos pares: cualidades de tipo Sol (lo consciente, el brillo
externo) o tipo Luna (lo inconsciente, el brillo interno); tipo Marte (fuerza, agresión y violencia)
o tipo Venus (amor, pasión, seducción); tipo Saturno (obsesión, introversión) o tipo Júpiter
(expansión, extraversión).

Entonces llegamos a la siguiente conclusión: los seres humanos, cualquiera sea nuestro
sexo, podemos tener más marcados los factores Alfa o los Beta; o bien podemos tener una
mezcla más o menos igualitaria de ambos; o un poco de Alfa y bastante de Beta; o en unos casos,
mucho de Beta y en otros mucho de Alfa.
Es probable que descubramos que las personas que en varios casos tienen más el factor
Alfa, también tengan Alfa en los otros casos; y viceversa con el factor Beta.

También podremos comprobar que en ciertos ambientes culturales o en ciertos sistemas


educativos, los factore Alfa son más típicos de los varones; mientras que los Beta lo son de las
mujeres.
Si somos muy perspicaces, puede ser que descubramos que ciertos varones tienen muy
subrayado el factor Beta-femenino, y esto nos deja sorprendidos.

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Pero también quedaremos sorprendidos al comprobar que hay mujeres que sobresalen por
el factor Alfa-masculino.

El lector ya puede descubrir nuestra hipótesis de trabajo: hago una distinción muy
importante: una cosa es ser varón o mujer, y otra cosa diferente es lo masculino y lo femenino.
Ser varón o mujer es un concepto definido por la organicidad del cuerpo, particularmente
de los órganos genitales.
Ser masculino o femenino es un concepto definido por un conjunto de cualidades o
actitudes.
Una cosa es la constitución física de los cuerpos y otra su constitución psicológica.

Si bien a nivel físico puede existir el hermafroditismo (tener los genitales femeninos y
masculinos), en general existe una tendencia a definirse o como cuerpo de varón o como cuerpo
de mujer de una manera clara y definitoria.
En cambio a nivel psicológico, de cualidades y actitudes “llamadas” masculinas o
femeninas, la tendencia no es la definición de un concepto por la exclusión del otro, sino más
bien la presencia de ambos factores aunque en proporciones distintas.
Podemos hablar, en este sentido, de cierto herrmafroditismo psicológico subyacente en
todos los seres humanos, con diferencias más bien provenientes del ambiente cultural.

Así conocemos a muchos varones muy espontáneos y sensitivos, emocionales, intuitivos


y proclives al arte (todas ellas cualidades llamadas femeninas).
También conocemos a mujeres racionales, introvertidas, frías, calculadoras y pragmáticas
(todas ellas cualidades llamadas “masculinas”).
En la práctica nos resultará imposible encontrar a un varón que tenga solamente
cualidades Alfa-masculinas; y lo mismo nos sucederá con mujeres de cualidades Beta-
femeninas.

Pero el problema se complica cuando nos preguntamos qué tipo de cualidades esperamos
encontrar en una mujer o en un varón... en nuestra cultura.
También podemos preguntamos si en nuestra cultura o país apreciamos más los factores
Alfa o los Beta. Creo que en Occidente siempre hemos valorado como superiores los factores
Alfa: inteligencia, productividad, competitividad, agresión, obsesión, rendimiento, etc. No por
nada somos herederos de la cultura greco-latina que ensalzó estos aspectos por sobre todos los
demás.
Sin embargo, hay países, especialmente en Oriente, la India por ejemplo, donde los
factores Beta-femeninos son muy apreciados, tal como lo hace el Budismo, por ejemplo.
Pero tengamos cuidado con lo siguiente: que una cultura ensalce los factores Beta-
femeninos no quiere decir que por eso tenga a la mujer como superior al hombre, sino que aún en
los varones se valorizan los factores Beta.

Por eso hicimos la primera pregunta: qué factores esperamos encontrar en una mujer o en
un varón.

Cuando a un varón cualquiera le preguntamos por su mujer ideal, es probable que nos
responda que tiene que ser hermosa, dulce, sensual y cariñosa... ¿Y por qué no inteligente, activa
y con dotes de mando?
Muchas mujeres nos dirán que su hombre ideal tiene que ser alto, fuerte, decidido,
emprendedor y seguro de sí mismo ... ¿Y por qué no sereno, cariñoso, sensual y afectivo?

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Quienes tenemos experiencia como psicoterapeutas de parejas nos encontramos con
mucha frecuencia con parejas que tienen los factores Alfa y Beta invertidos con respecto a lo que
nuestra cultura espera. Así la esposa es decidida, emprendedora, resolutiva, firme y pensante;
mientras el marido se apoya en la decisión de su mujer, es menos emprendedor, pero más
flexible, afectivo y contemporizador...

Así, pues, responder qué es lo típico del varón y qué es lo típico de la mujer no resulta
nada fácil cuando varones y mujeres llevan cerca de dos millones de años de cultura, costumbres,
instituciones y esquemas educativos que fueron conformando a unos y a otras desde ciertas
expectativas e infinidad de factores históricos, climáticos, sociales, etc.
Esto nos lleva a cierta conclusión aproximativa: la forma de ser varón o mujer es algo
que se va creando en cada cultura y época, no sin olvidar que cada ser humano nace con cierta
estructura de personalidad que puede subrayar más los factores Alfa o los Beta.
También afirmamos que todo varón tiene factores Alfa y Beta, aunque en nuestra cultura
se espera que primen los Alfa.
En toda mujer encontraremos también los dos factores, aunque en nuestra cultura
esperamos que primen los Beta.

Más aún: sería lamentable que, por ejemplo, los varones no cultivaran los factores Beta-
femeninos, la expresividad de sus sentimientos, la ternura, la contemplación, etc.
Tan lamentable como que las mujeres no desarrollaran los factores Alfa-masculinos, el
pensamiento, la lógica, la actividad, lo competitivo, etc.
La cultura occidental tradicional ha sido tajante en este aspecto al punto de ver muy mal a
un varón cariñoso con sus hijos o expresivo de sus sentimientos; de la misma forma que
condenaba a una mujer que le gustaba estudiar o escribir (basta recordar esa excelente película
realizada precisamente por una mujer: “Yo, la peor de todas”).
De la misma forma, en nuestra cultura se acepta mejor a una mujer audaz, emprendedora,
racional y fría; pero se sospecharía de homosexualidad si se ve a un varón afectivo, pausado,
poco emprendedor y cariñoso.

Confirmando estas hipótesis podemos observar un fenómeno que se da en muchas parejas


tras años de convivencia: al cabo de cierto tiempo el varón "aprende" a sentir y pensar la realidad
desde las categorías de su esposa; y viceversa.
Lo mismo sucede en colegios mixtos y otras instituciones del estilo: vamos descubriendo
lo enriquecedores que son los factores que uno menos tiene, y cómo desde la convivencia
armónica con el otro sexo nos podemos enriquecer mutuamente. Desde mi rol de psicoterapeuta
lo pude comprobar en multitud de casos: así, por ejemplo, el varón aprende a demostrar sus
sentimientos o a ser menos racional y especulativo; y la mujer aprende a controlarse en ciertos
momentos y ser un poco más pragmática, por poner un simple ejemplo.

En definitiva: la sexualidad se va haciendo y creando en cada cultura y en cada sujeto.


Por eso hoy en Occidente vivimos una crisis de identidad sexual: las mujeres no aceptan el factor
superBeta que siempre se les asignó, mientras que los varones acostumbrados al factor superAlfa
se encuentran desconcertados al comprobar que ha aparecido una inesperada competencia... No
falta quien afirma que éste es uno de los motivos del auge de la homosexualidad especialmente
masculina. El varón, "despojado" de ciertos roles o factores tradicionales, no encuentra un modo
de ser que sea masculino pero diferente, al menos en sus matices, de los previamente concebidos.
Algo parecido sucede con muchas mujeres (cierto sector del feminismo a ultranza) que
dejan más de una duda acerca de su identidad sexual.

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¿Qué nos da, entonces, la naturaleza a los varones y a las mujeres como algo innato y
específico?
Aparentemente bastante poco o casi nada. Y yo agregaría "felizmente".
Esta es nuestra tarea: adoptar aquella modalidad, crearla y recrearla constantemente,
tratando de enriquecernos con los factores Alfa y Beta, sumándolos y no restándolos.
Claro que hay culturas e instituciones que se especializan en “fijar” las características
psicológicas de uno u otro sexo, cercenando, castrando y deteniendo el enriquecimiento de
aquellos factores que los orientales llamaron Yan y Yin, y que nosotros llamamos Alfa y Beta, o
masculinos y femeninos.

Un ejemplo más para seguir aclarando esta situación que quizá tome desprevenido a
algún lector.
Durante el siglo pasado, en Occidente, particularmente en España, Inglaterra y
Alemania, y países de influencia, el ideal de mujer, según el modelo victoriano o católico
protestante, era una persona que no goce sexualmente, muy poco seductora, reprimida, más
cercana a la virginidad y madre por sobre todo.
Simultáneamente y más allá del Mediterráneo, tanto los árabes como los pueblos del
lejano Oriente concebían a la mujer como un ser muy sensual, con una gran capacidad de gozo
sexual y seducción, e ignorando totalmente el valor de la virginidad.
Curiosamente, ambas culturas coincidían en subestimar a la mujer y considerarla
subordinada al varón, amo y señor de la casa y de todas las instituciones sociales y religiosas.
Al mismo tiempo en esta misma área geográfica se entendía en Occidente que la religión
era cosa de mujeres (y de niños), mientras que en los países árabes y orientales la religión era, y
es fundamentalmente, cosa de varones, concepto éste característico del mundo bíblico judaico.

Es probable que muchos lectores se pregunten: ¿Pero acaso las mujeres no son por
naturaleza más intuitivas que el varón, o más preocupadas por los hijos, o más volcadas hacia la
interioridad dado que sus órganos genitales son internos y engendran la vida dentro de sí
mismas?
¿Acaso las mujeres no le dan más importancia a los sentimientos, y en su tipo de
razonamiento no se muestran más analíticas que el varón?
¿Acaso los varones no tienen más tendencia a la psicopatía social y a cometer delitos, al
revés de lo que les sucede a las mujeres?

Es muy difícil responder a estos y otros interrogantes cuando por dos millones de años las
mujeres debieron reforzar ciertos aspectos de su personalidad, en gran medida para defenderse
de la agresividad del medio ambiente e incluso de los varones.
Mientras los sociólogos se inclinan por la predominancia de los factores culturales, los
psicólogos se hallan divididos en su postura. Pero cuando hacemos los tests de personalidad, nos
sorprendemos al encontrar factores Alfa y Beta en uno y otro sexo; estando las patologías
psíquicas también distribuidas en proporciones iguales o parecidas. Es curioso que la anorexia
(negativa a comer) se da más en las mujeres, también más preocupadas por su dieta y la línea
estética de su cuerpo.

Hay algo más importante que las diferencias o semejanzas

Pero más importante que esta respuesta, y es a este punto a donde quiero llegar, lo
realmente interesante es que aquí y ahora convivimos estos varones y estas mujeres, y más allá
de las cualidades o factores que tengamos, lo que a todos nos resulta positivo y constructivo es
aprender a integrarnos, a respetar la forma de ser de los otros y otras, a comprender que en el ser

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humano hay muchas formas de ver e interpretar la realidad; y que, gracias a la interrelación
sexual, nos podemos enriquecer mutuamente.
Tarde o temprano la mayoría de los seres humanos vamos a formar una pareja: y si nadie
se casa por la suma de cualidades que ve en el varón o en la mujer elegidos, tampoco tiene
importancia cómo es en la práctica cada uno de ellos, sino cómo pueden congeniar y
"emparejarse" de tal forma que su vida resulte un camino agradable, feliz y propicio para el
mutuo crecimiento e intercambio de experiencias y valores.

En la práctica vamos a convivir con "este" hombre o “esta” mujer, y no con la mujer o el
hombre ideal o standar; por tanto, no sólo no podemos exigirle a nuestra pareja que sea como
nosotros queremos o la imaginamos o lo leímos en un libro de psicología de los sexos, sino que
tendremos que aprender... aprender a amar a nuestra pareja en cuanto alguien distinto de nosotros
mismos, aprender a enriquecemos con su punto de vista y su forma de encarar la vida, y serán
nuestros hijos los que recibirán el fruto de ese mutuo enriquecimiento o serán las víctimas de una
lucha por hacer primar un criterio u otro considerado como el únicamente válido.

Los varones, no solamente debemos reconocer cuanto hay de femenino en nosotros, en


una u otra proporción, sino que desde la compenetración con la mujer enriqueceremos nuestra
personalidad hasta límites nunca soñados.
El mismo criterio vale para las mujeres. Cuando cada sexo reconoce lo que tiene del otro,
entonces puede comprender al otro desde el conocimiento de sí mismo. Si vemos lo masculino o
lo femenino como un "opuesto`* (el famoso sexo opuesto de los occidentales ... por qué no sexo
complementario), jamás lograremos comprenderlo ni valorarlo ni respetarlo.

El arte de la relación en pareja -la gran crisis de nuestra época- estriba en primer lugar, en
dar fin a la guerra de los sexos opuestos, comprendiendo, en segundo lugar, que cada uno de
nosotros, varón o mujer, tiene componentes o factores masculinos y femeninos, y que es la
integración de estos componentes masculinos y femeninos lo que conforma "el ser humano
total".
He aquí el gran enriquecimiento que nos da la pareja intersexual: no sólo valoramos
ambos componentes sexuales en nosotros mismos, sino que nos enriquecemos con el aporte de
nuestra pareja.

Este es el destino de la evolución del cosmos., y de la humanidad en millones de años:


unir y enriquecer. Entonces evolucionamos, crecemos y maduramos.
Dominar a nuestra pareja, anularla o desvalorizarla, es anularnos a nosotros mismos
negándonos a otras formas de concebir la vida y de recrearnos desde nuevas perspectivas. Eso es
la destrucción, la guerra y la muerte.
Entre paréntesis: es la misma experiencia que podemos tener cuando nos enriquecemos
con otras culturas, abriéndonos a sus valores y a su forma de interpretar la vida. Lástima que nos
cueste tanto emprender este camino por esa manía tan humana que tenemos de destruir lo que
nos resulta diferente.
Algo tristemente famoso en la conquista y colonización de América.

Si nadie tiene "la suma del ser humano” sumémonos a otros seres humanos mediante el
diálogo, la integración, la solidaridad y el amor, y descubriremos que cada día “somos más ser
humano”.
Y entiendo que esto es lo más enriquecedor y fascinante de la aventura de relacionarnos
inter-sexualmente: sumamos vida a la vida, Yan al Yin, Alfa a Beta, masculino a femenino.

43
3. Definirnos sexualmente. Indefinición y Bisexualidad

Cuanto llevamos dicho en el tema anterior nos introduce espontáneamente en el no


menos complejo tema de la definición sexual de cada ser humano como varón o como mujer, y
en el problema de la bisexualidad y de la homosexualidad.
Hagamos, ante todo, un breve recuerdo de la mitología de muchos pueblos que nos hablan de la
primitiva androginia o bisexualidad del primitivo ser humano. (Damos un resumen del Tratado
de Historia de las Religiones del gran investigador rumano Mircea Eliade, Edic. Cristiandad,
Madrid).
Así como se concebía al dios supremo como andrógino y, por tanto, capaz de
autogeneración, también se entendía en infinidad de tradiciones que el primer antepasado
humano, el hombre primordial o mítico, es andrógino.
Incluso muchos comentarios rabínicos de la Biblia entienden que Adán fue
originariamente andrógino hasta que Dios separó la parte femenina y surgió así la mujer Eva.
Los griegos, entre otros Platón, tenían un pensamiento similar, como los australianos,
chinos, hindúes, etc.

Prueba de esta concepción andrógina (Androginia es una palabra griega compuesta por:
"aner, andrós" que significa varón, y "guiné, guinaica" que significa mujer.) (o bisexualidad) es
que se concebía al ser humano original como esférico, ya que la esfera simbolizaba la perfección
de la totalidad como lo vemos aún hoy en el famoso signo del Yan-Yin, que es una esfera
dividida armónicamente por una curva interna; en otras culturas se trata de un gran huevo que
originaba después a la pareja.
Otro signo de este concepto andrógino son los rituales de muchos pueblos que en ciertas
fiestas prescriben que los varones usen vestidos femeninos y viceversa, simbolizando así una
vuelta al estado original perfecto.

Por otro lado, la biología nos enseña que en sus primeras semanas el feto también es de
alguna manera andrógino, y luego poco a poco se va definiendo por un sexo u otro.

Lo cierto es que los seres humanos estamos conformados tanto por elementos masculinos
como por femeninos, en proporciones variadas en una gama casi infinita. Y que si la naturaleza,
por lo general, nos da un cuerpo orgánicamente definido (nace un varón, nace una nena),
definirnos como masculinos o como femeninos nos puede llevar un largo tiempo, dándose
muchos casos en que la indefinición sexual se prolonga y hasta estabiliza, o bien alguien con
cuerpo de varón se identifica más con lo femenino y viceversa.
Continuando con las reflexiones del punto anterior, diríamos que si bien todos tenemos
componentes femeninos y masculinos, cuando un varón tiene un exceso de componente
femenino tenderá a identificarse con ese sexo, y entonces hablamos de homosexualidad (en
griego ”ornoios” significa "semejante, el mismo"), situación que inclina al varón hacia el varón;
otro tanto, y a la inversa, sucede con las mujeres llamadas lesbianas. (El nombre proviene de la
isla griega de Lesbos, donde hacia el año 600 aC., la poetisa Safo cantó en sus versos el amor
entre mujeres, lo que parecía ser una costumbre del lugar.)

Pero antes de ahondar un poco más en la homosexualidad, un problema que nuestra


sociedad no tiene resuelto ni asumido, diferenciemos algunos conceptos que son muy
importantes tenerlos en cuenta especialmente en la adolescencia, la edad típica de búsqueda de la
propia identidad sexual.

Distinguimos:

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Indefinición sexual: se da, especialmente en muchos adolescentes, que aún no han
encontrado su forma de ser sexual, fluctuando entre lo masculino y lo femenino. Este fenómeno
se da con relativa frecuencia y puede ser acentuado cuando los padres no muestran un claro
modelo de pareja sexual.

Bisexualidad: el individuo siente tanto la atracción por el otro sexo como por el sexo
semejante. En la práctica terapéutica se ven muchos de estos casos, incluso de personas casadas
y con hijos. La persona bisexual siente ambas atracciones con las que convive, con todo el drama
interior y también familiar que ello implica.

Homosexualidad: el sujeto claramente se identifica en forma inversa a la esperada y


siente inclinación natural de contacto con personas de su propio sexo.

4. Hacia una comprensión de la homosexualidad

La homosexualidad es conocida desde la más remota antigüedad y fue valorada en forma


muy dispar. Así los griegos le tenían un gran aprecio, incluso superior a la relación intersexual, y
constituía una práctica muy extendída.
En muchos pueblos los homosexuales en cuanto "diferentes" eran elegidos como brujos,
chamanes o videntes del clan o tribu. En otras, eran sacerdotes del templo o tenían a su cargo el
cuidado del harem del rey o de las sacerdotisas. En muchos casos se trataba directamente de
“eunucos” o castrados.
En la cultura bíblica eran considerados como "abominables" y su práctica estaba
condenada con la pena de muerte. La destrucción de Sodoma (de donde el nombre de "sodomía")
y Gomorra, ciudades enclavadas en lo que hoy es el Mar Muerto, se debió a un castigo divino
por medio del fuego, debido a la expansión de la práctica homosexual. (Puede verse el relato en
los capítulos 18 y 19 del Génesis.)

Hoy, a pesar de los avances de la biología y de la psicología, no hay acuerdo general ni


mucho menos, sobre el origen o la causa de la homosexualidad.
Si para unos es una desviación de la naturaleza (invertidos), para otros es una perversión
psicológica (Freud) o moral (Iglesias) o simplemente una enfermedad que podría ser curada con
cierto tratamiento psicológico.
Unos insisten en su origen educativo desde una familia donde los roles de los padres no
están bien diferenciados, suponiéndose que una madre sobreprotectora hacia el hijo varón lo
predispone a la homosexualidad.
Otros insisten en que se trata más bien de un factor cultural cuando el varón no encuentra
su lugar en una sociedad en crisis de identidad, etc.
Finalmente, cada vez toma más cuerpo la teoría biológica de que en el cerebro del
homosexual habría cierto elemento o factor que provoca la tendencia homosexual. Ultimamente
han aparecido numerosos artículos en revistas especializadas y en diarios sobre este asunto.

Personalmente y desde una larga praxis terapéutica con homosexuales, amén de otras
investigaciones, entiendo que existe el homosexual nato que llega al mundo con una inclinación
hacia el mismo sexo, inclinación que ya tiene manifestaciones en la infancia y se define
claramente en la adolescencia y vida adulta. He podido comprobar numerosos casos con estas
características.
Por lo general en nuestra sociedad el homosexual nato sufre su situación pues se siente
diferente, por un lado, y discriminado por otro si se manifiesta como homosexual. A menudo

45
recurren a la terapia durante la adolescencia o juventud para confirmar una tendencia que la
sienten natural e interna, y que no pueden modificar; esperan más bien poder asimilar su
condición de homosexuales con todos los miedos que esto implica ante sus padres y la sociedad
en general.

Hay casos en que la homosexualidad, o mejor dicho, la práctica homosexual se da por


contaminación educativa, como en los internados, seminarios e instituciones donde conviven
personas exclusivamente del mismo sexo.
También mi práctica profesional me permitió descubrir hasta qué punto ciertas
instituciones exclusivas para varones o mujeres, aun en ambientes religiosos, provocan
intercambios sexuales entre los compañeros en grados increíblemente altos.
Tampoco es un misterio que en las cárceles e instituciones militares, cuando no hay
contacto con mujeres, las relaciones homosexuales suelen darse con relativa frecuencia.
Cuando se trata de homosexualidad adquirida en estas circunstancias, generalmente el
tratamiento es más eficaz, y en muchos casos basta salir de esos ambientes para que el sujeto
reencuentre su partenaire sexual al que tenía vedado el acceso.

Al hablar, pues, de homosexualidad me refiero a lo que llamo la "típica homosexualidad",


cuando el sujeto siente como natural y propia la tendencia al mismo sexo, permaneciendo
indiferente ante el otro sexo.
Hoy la homosexualidad ha saltado al primer plano de estudios especializados, revistas y
medios de comunicación en general. Aparentemente es un fenómeno más extendido que en otros
tiempos, o al menos, más manifestado con sus clubes, asociaciones e instituciones de todo tipo.
En algunos países, como Inglaterra, se legaliza la pareja homosexual.
Pero lo que, por lo general, sigue sin cambio es el prejuicio social hacia los
homosexuales. Mientras se les otorgan los epítetos más descalificantes e injuriantes, por un lado,
por otro son tratados en plan de chanza y broma constante, tanto en la vida cotidiana como en la
televisión.
Desde las religiones tradicionales se continúa con la descalificación moral, como si los
homosexuales fueran seres perversos y de bajos instintos, en estado permanente de pecado.
Paradójicamente es dentro de las instituciones religiosas celibatarias donde encontramos
una gran cantidad de homosexuales que intentan por esta vía darle cierto cauce sublimado a su
tendencia.

Lo cierto es que la población homosexual es un importante sector de nuestra sociedad, se


calcula entre un 15 y un 20 por ciento, que, salvo en ciertas esferas donde son mejor
considerados, como en el artístico, todavía están esperando un mínimo gesto de comprensión
hacia una situación en la que los puso la naturaleza y frente a la cual no tienen otra opción.

El análisis de tantos importantes homosexuales de la historia -sin excluir grandes artistas


y personajes religiosos- como la práctica profesional me han hecho descubrir que los
homosexuales son seres humanos capaces de una gran sensibilidad, calidad de vida y capacidad
para la entrega, la reflexión, el arte y la mística. La nobleza de sus sentimientos es algo
profundamente llamativo, como su capacidad de "soportar" la discriminación y la persecución
social.
Pretender -como se sigue haciendo- hablar de prostitutas, homosexuales y drogadictos en
un tono despreciativo y condenatorio, y colocándolos en el mismo estante, es un signo más de la
enfermedad de intolerancia y bajeza de una sociedad hipócrita que encuentra chivos emisarios a
su propia cuota de sadismo y violencia.

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Pareciera que bastara ser heterosexual para ser una persona honesta y valiosa, llena de
todas las virtudes, cuando encontramos entre los heterosexuales a los más grandes criminales de
la historia y personajes nefastos bajo todo punto de vista.
Si a los homosexuales les cuesta convivir con su tendencia, a los heterosexuales nos pasa
otro tanto, pues nadie tiene un seguro de madurez y de salud mental.
Si hay homosexuales que por equis circunstancias caen en un cierto tipo de prostitución
(y no hace falta que escriba el calificativo que les damos) y hasta exhibicionismo, convengamos
en que son los menos; por otra parte, entre los y las heterosexuales es muy difícil encontrar a
alguien que se anime a tirar la primera piedra y que no tenga algo que reprocharse en su
comportamiento sexual, tanto con su pareja como en otras situaciones.

Comprendo, y lo he vivido en mi consultorio, cuánto les cuesta a los padres aceptar un


hijo o una hija homosexual ("Nunca aceptaré que mi hijo sea un p...", me decía una madre); pero
es bueno recordar que ser homosexual no es. ningún crímen ni pecado ni ofensa a nadie. En todo
caso, si hay que hablar de víctimas, son los propios homosexuales los que así pueden sentirse
cuando por una circunstancia fortuita de la naturaleza tienen que soportar la discriminación y la
burla, cuando no la clandestinidad, durante toda su vida.

Condenar a los homosexuales que practícan su homosexualidad nos resulta cómodo y


fácil; pero sería interesante preguntarnos cómo procederíamos si estuviésemos en su situación; o
cómo haríamos si alguien nos quiere obligar a cambiar nuestra tendencia heterosexual por la
homosexual. Exactamente eso es lo que les pasa a los homosexuales cuando se los condena
porque sienten lo que sienten, y cuando no sienten lo que no pueden sentir.
Quizá dentro de algunos años la ciencia logre mejores resultados, al menos para aquellos
que quieren modificar su tendencia homosexual para ajustarse a la tendencia considerada normal
(la norma de la sociedad).
Entre tanto, si para algo sirven mis palabras: un llamado a la coherencia con nuestros
principios tantas veces declamados de democracia, solidaridad, justicia, y amor.

Volvamos a la idea central de nuestro libro: necesitamos aprender a vivir con nuestra
sexualidad, a darle forma y a encontrarle un sentido.
Y necesitamos aprender a respetar cómo otras personas viven su sexualidad con la misma
buena intención y honestidad con que lo hacemos nosotros. Este es un principio elemental de
convivencia y sociabilidad.

Biólogos, ginecólogos, andrólogos, pedagogos y psicólogos intentan encontrar fórmulas


para que cada uno encuentre su camino y su forma sana de vivir sexualmente. Entre tanto, toda la
sociedad, comenzando por los padres, tiene que poner su cuota de solidaridad, respeto y
valoración, algo mucho más difícil pero mucho más necesario que tal o cual invento médico o
teoría psicológica.

Cuando especialmente los jóvenes que viven un problema de indefinición sexual o de


definida homosexualidad encuentran esta comprensión y este cariñoso respeto,este sentirse
amados por lo que son y no por lo que debieran ser y no pueden ser,, entonces sienten aquel
alivio todas sus capacidades intelectuales, artísticas y creativas que hacen de ellos seres
excepcionales en muchos casos.
Destaquemos, de paso y como elemento positivo, que en muchas películas nos hemos
sorprendido por el alto nivel con que se trata el tema de la homosexualidad.

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Sirva sólo de muestra la excelente película "El beso de la mujer araña" que nos muestra,
y no desde esquemas idealizados, hasta qué punto un homosexual puede ser capaz de un
altruismo heroico y de los más auténticos sentimientos humanos.

Por todo esto hemos insistido en el punto anterior cómo todos tenemos nuestro
componente homosexual (femenino o masculino). Aceptar ese componente nos permite
comprender a la homosexualidad como una especie de exageración en el componente
complementario. (Exceso de factor Beta en los varones; y viceversa en las mujeres).

Cuando superemos nuestros tabúes sexuales y cuando descubramos -según nuestros


principios declamados- que un ser humano vale por lo que es, por sus cualidades internás, por
cómo siente la vida, por su solidaridad y capacidad de amor, y no tanto por tal o cual
contingencia física o psiquica, estaremos a un paso de alcanzar nuestra estatura de personas
honestas y coherentes.

Y desde esa honestidad y coherencia propongamos a los homosexuales alguna propuesta


que no pase por la tortura de la soledad y de la castidad obligatoria. Porque lo sexual más que en
el coito está en la forma en que.nos relacionamos entre los seres humanos, con amor o con odio o
indiferencia ... al menos esto es lo que siempre se nos ha enseñado desde las páginas sagradas de
los libros religiosos y desde la pluma de los grandes pensadores.
La amorosa aceptación y el respeto de los homosexuales -como de otras minorías
excluidas y anatematizadas, mujeres, negros, judíos, indios, etc.- es la prueba para demostrar
nuestra coherencia y honestidad... o nuestra bienamada hipocresía.

Una última observación: todos los autores coinciden en que la homosexualidad femenina
es bastante más compleja y tiene connotaciones diferentes de las del varón, si se quiere mejor
visualizada y evidente. Pareciera que. la mujer es más proclive en todo caso a la bisexualidad
que a la homosexualidad.
También es importante tener en cuenta que, se trate de varones o de mujeres, hay
diversos tipos de homosexualidad. En nuestro medio, por ejemplo, la clásica homosexualidad
masculina es la del afeminado. Por eso nos sorprendemos cuando ciertos hombres tan varoniles
son homosexuales. En una pareja homosexual masculina, normalmente uno de ellos adopta la
posición femenina y el otro, la masculina o de penetración.
Algo similar nos pasa con las mujeres lesbianas: tendemos a suponer que se trata siempre
de mujeres "machotas” feas e intelectualoides y agresivas.
Pero la realidad nos muestra mujeres lesbianas con rasgos que todos definimos como
claramente “femeninos”.
Todo esto hace de la homosexualidad un fenómeno que está aún muy lejos de ser
explicado científicamente, tanto desde la biología, como desde la psicología y desde la
sociología.
Por eso insistimos en una alternativa, no tanto de comprensión científica, cuanto de
comprensión afectiva y solidaria.

Homosexualidad, arte y religión.

Desde el punto de vista social y psicológico, he podido comprobar que los homosexuales
tienen dos formas bastante frecuentes de asimilación y sublimación de su homosexualidad: el
arte y la religión.
Tanto en culturas antiguas como en la nuestra resulta frecuente observar que la
homosexualidad (¿o bisexualidad?) se halla muy emparentada con lo artístico y lo religioso, o

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místico. Entre los artistas -poetas, pintores, escultores, músicos- desde siempre se comprobó la
gran cantidad de homosexuales, y hoy lo comprobamos en el llamado "mundo artístico" del
escenario y del cine, del show y del espectáculo.
En mi práctica profesional he comprobado este fenómeno de una manera verdaderamente
llamativa.
Lo mismo sucede en la vida religiosa, tanto de varones como de mujeres; el porcentaje de
personas con tendencías homosexuales es muy alto. El homosexual religioso que acepta la
castidad y el servicio a Dios y a la comunidad como camino sublimatorio, de su homosexualidad,
logra -con todas las dificultades del caso- un lugar social desde donde no se siente discriminado
y desde donde se siente útil a la sociedad.
Si al homosexual religioso le cuesta su celibato o virginidad, no menos difícil le resulta al
religioso heterosexual el cumplimiento de sus votos.
El hecho de que tantos jóvenes con dificultades de identificación sexual se acerquen a la
vida religiosa o sacerdotal, no solamente es un hecho que tenemos que asumir como real, sino
también valorarlo como una posible elección voluntaria para una integración social.
Desde ya que integrar una comunidad religiosa no es garantía de nada, pero sí puede ser
un ámbito donde el homosexual, especialinente con un acompañamiento psicológico, puede
encontrar una forma de aceptarse a sí mismo y sentirse positivamente integrado.en la sociedad.

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CAPITULO IV
SALUD Y ETICA DE LA SEXUALIDAD

1. Un problema complejo: sexo y normas

Comencemos con algunos casos que nos permitirán adentramos en un tema realmente
complejo, difícil y espinoso en su tratamiento, dadas todas las implicaciones que tiene, tanto en
la vida social como en el fuero de la conciencia.

Primer caso: Se trata de una pareja de novios que, por motivos económicos aún no
pueden casarse, si bien ésta es su firme decisión. Mantienen relaciones sexuales aunque lo viven
culpablemente por motivos religiosos. Sin embargo, sienten que esas relaciones íntimas
refuerzan sus sentimientos de amor y su decisión de unirse para siempre.

Segundo caso: Se trata de una pareja de casados desde hace años. La mujer siente un
fuerte rechazo por la relación sexual y solamente accede ante la demanda del marido porque está
casada y ésta es su obligación; pero en cada relación sexual se siente fuertemente frustrada.

Tercer caso: Dos adolescentes que se plantean, hacer el amor, aunque lo viven con gran
miedo, sin saber bien de qué se trata y a qué se comprometen.

En el primer caso, la pareja de novios vive la relación sexual como una prohibición
moral, aunque lo ven como algo sano en su relación. Lo hacen realmente por amor y gozan de
esa relación.
Podemos decir que viven su relación sexual como prohibida, con culpa, pero al mismo
tiempo como sana y conveniente.
En el segundo caso, la mujer vive la relación sexual con su marido como algo bueno y
permitido en cuanto que están casados; pero se da cuenta de que es absurdo mantener esa
relación sin deseo, sin amor y sin gozo. La relación es, por tanto, buena moralmente, pero no es
sana sino enfermiza psicológicamente.
En el tercer caso, esos adolescentes no se plantean la moralidad del acto, pero uno se
pregunta si es conveniente una relación que puede ser traumática.

Llegamos así a una cuestión de fondo: uno es el planteamiento ético o moral de un acto
cualquiera, en este caso sexual. Y otro es el planteamiento psicológico que se refiere a la
madurez del acto, a su conveniencia y aporte a la salud mental del sujeto.
A menudo, y siempre en el planteo tradicional, todo fue encarado desde la estricta norma
moral o religiosa. La pregunta era o es: ¿Está permitido o está prohibido?
Mas no caemos en la cuenta de que una cosa puede estar legalmente permitida y no por
eso ser sana y conveniente para la persona. Y viceversa: algo puede estar prohibido como norma
y, sin embargo, ser vivido en un caso particular como algo sano, positivo y conveniente.
Para salimos del tema sexual tomemos el ejemplo del tabaco: no está prohibido fumar,
aunque ciertamente no es conveniente ni sano.
Y veamos este otro ejemplo: en un país, como sucedió tantas veces en el nuestro, puede
estar prohibido expresar libremente las opiniones, pero qué sano sería hacerlo...

Es muy frecuente que padres y educadores recibamos esta pregunta de los adolescentes:
"¿Y a usted qué le parece? Estoy saliendo con una chica, ¿podemos tener relaciones sexuales?
¿Qué me aconseja usted? ¿Puedo hacerlo?".

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No sé si actualmente son muchos o son pocos, pero en el fondo del corazón muchos
sienten la necesidad de pedir permiso para saber lo que tienen que hacer, como si el permiso del
otro fuera la garantía de que eso que hacen está bien y les hace bien.
Como me comentaba una mamá de una hija de 17 años: “Nosotros somos la generación
del permiso. Mire usted lo que me pasó a mí: durante muchos años me dijeron que la relación
sexual era mala y fea, que había que cuidarse mucho, y yo sentía en mi interior que
efectivamente debía ser algo muy horrible. Un día me fui a casar y sentí que el sacerdote me
daba permiso, ¿se da cuenta? Pero qué quiere que le diga, no se puede con un permiso
transformar así no más algo tan malo en otra cosa tan buena y santa. Menos mal que tuve un
marido comprensivo, pero le aseguro que me costó mucho sentir como bueno y hermoso lo que
siempre viví como malo y prohibido”.

Constatamos, entonces, que muy frecuentemente existe una contradicción entre lo que es
bueno, en el sentido de lo permitido por las normas, y lo que es sano o conveniente, en el sentido
de lo que hace realmente bien a la salud física o psíquica de una persona.
Alguien dirá que lo ideal sería que lo permitido sea siempre sano, y lo prohibido siempre
enfermo. En muchos casos así sucede; pero, lamentablemente y especialmente en el terreno de
las relaciones sexuales, esto no es así o al menos no es sentido así.

Un acto humano, por tanto, puede ser sano, maduro, conveniente y positivo.
O, por el contrario, enfermo, inmaduro, inconvenientey negativo.
Desde lo moral, en cambio, puede estar permitido o prohibido; puede ver vivido como
virtud o como pecado.
Sea como fuere, lo cierto es que todos entendemos que en la sexualidad, como en las
otras actividades humanas, hay ciertas normas mínimas que hacen al respeto del otro y de uno
mismo, y que pueden favorecer una relación como algo positivo.

2. De dónde vienen las normas

Pero el problema no está sólo en descubrir ciertas normas e incluso en exigírselas al otro,
sino en determinar de dónde surgen las normas, si las tenemos que esperar de afuera de nosotros
mismos, de cierta autoridad o institución, y qué validez y obligatoriedad puedan tener.
Cuando decimos que una relación sexual cualquiera, íntima o no, puede ser madura o
inmadura, sana o enfermiza, afirmamos algo casi del sentido común.

Pero volvemos a preguntamos: quién determina que algo es sano o enfermo; y desde
dónde o desde qué elementos o criterios haremos esa definición.
Adelantemos otras preguntas: ¿Hay normas universales y estables? ¿Pueden ser relativas
a determinada situación o cultura?

Las respuestas a estas cuestiones se van a dividir en dos grupos casi contrapuestos:
Para unos, las normas emergen de cierta autoridad que tiene el poder de interpretar la
naturaleza humana y las condiciones de los actos humanos, dictaminando qué es lo bueno y qué
es lo malo.
Es la postura tradicional heteronomista (la ley está afuera del sujeto) común en todas las
religiones.
El sujeto siempre está en una posición infantil o de inmadurez, esperando que los
"responsables" y autorizados emitan su veredicto, generalmente ampliado con castigos y
amenazas.

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Para otros, las normas surgen de los propios sujetos que, utilizando su propia madurez y
criterio, desde un diálogo y una búsqueda con otros, encuentran aquellas normas que hacen a su
convivencia, respeto mutuo y bien común.
Es la postura "autonomista" (la ley desde uno mismo), característica de las personas y
comunidades maduras, democráticas, libres y responsables.
Es curioso constatar que mientras que en otras actividades humanas (como el trabajo, el
ejercicio de la profesión, las relaciones humanas en general) se acepta de buen grado este
ejercicio autonómico de los seres humanos para autorregularse y controlarse mutuamente, en el
terreno sexual las instituciones tutoras de la moralidad pública ejercieron un control absoluto y
casi sin concesiones. Sería interesante averiguar por qué...
Mientras que hemos avanzado muchísimo en cuanto al ejercicio de la democracia, de los
derechos ciudadanos, de la libre expresión y de la responsabilidad social, pareciera que en el
orden de la sexualidad seguimos siendo tan niños y tan inmaduros como cuando llegábamos al
uso de la razón.

Con respecto al último fundamento de las normas, también las posiciones se mueven por
carriles muy diversos.
Para unos, las normas fundamentales o vienen directamente de Dios por medio de cierta
revelación, o surgen de la misma naturaleza humana. En estos casos se habla de leyes naturales.
Se dice que "es propio del ser hurnano" actuar de tal o cual forma.
Pero esta postura nos lleva a un callejón sin salida, ya que se trata de un concepto ocioso,
pues como ya vivimos en una determinada cultura, ¿cómo saber qué es eso natural del ser
humano?
¿Y quién nos puede garantizar que tal o cual norma viene directamente de la voluntad de
Dios y no de una simple interpretación cultural que la percibe como norma divina?

Esto da pie a la otra posición: en realidad las normas emergen siempre de la misma
sociedad y cultura que en su constante evolución entiende que los comportamientos humanos
deben regularse para el bien común de una forma o de otra.

Aún suponiendo que la naturaleza humana exige cierta forma de comportarse, nos
preguntamos: cómo podemos hablar de naturaleza humana después de dos millones de años de
cultura, y cómo podemos hablar de leyes naturales cuando todas nuestras normas son vividas
como buenas o malas según una cultura u otra, Con poquísimas excepciones, como podría ser el
incesto, el asesinato y el robo...
Pero resulta que en ciertas culturas el incesto entre miembros de la familia real era no
sólo permitido sino exigido en ciertas circunstancias; que el homicidio se lo considera válido en
casos de guerra o agresión del otro y así sucesivamente...
En todo caso, cada cultura siente que sus normas son vividas como las correspondientes a
la naturaleza humana. El esquema funciona muy bien hasta que se encuentra con otra cultura que
aplica normas diferentes y con la misma buena intención.

En el caso de la sexualidad, en Occidente y en el judeocristianismo podemos suponer que


es de ley natural la monogamia. Pero resulta que con el mismo criterio la Biblia acepta la
poligamia y lo mismo lo hacen los musulmanes y otras religiones y culturas.
Alguien podrá decir que en los comienzos de la humanidad no fue así, como si los
primitivos seres humanos, casi humanoides, tuvieran una clara conciencia de lo que es la
naturaleza humana... cuando justamente fue eso lo que el ser humano ha ido aprendiendo a lo
largo de milenios y todavía no se ha puesto de acuerdo en infinidad de puntos.
Por otra parte nos preguntamos: ¿A qué naturaleza humana nos referimos?

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Si es a la naturaleza en sus manifestaciones espontáneas, mal podemos sacar de allí
criterios de ética; si es la naturaleza humana educada y concientizada por ciertos principios que
consideramos superiores, entonces precisamente a eso lo llamamos cultura.

Lo cierto es que cada cultura entiende que "sus normas" son las mejores, las más acordes
con la naturaleza humana y, en más de un caso, las que fueron reveladas por Dios en persona.
Pero, ¿a qué Dios vamos a hacer caso cuando existen tantas contradicciones entre una propuesta
y otra?
La historia de la sexualidad humana y del matrimonio nos muestran hasta la saciedad que
todo pudo estar prohibido o permitido con ciertos matices, salvo el caso del incesto y del
adulterio: uno por atentar contra la supervivencia de la especie, y otro por atentar contra los
derechos del prójimo.
Como veremos en el próximo capítulo, muchas de las normas sexuales de la Biblia hoy
son impracticables incluso por los más fervorosos cristianos y judíos.
Esto nos indica que la humanidad revisa constantemente sus formas de relación, que
corrige esquemas y que día a día aprende a relacionarse desde nuevas circunstancias, desde
nuevos puntos de vista y valores.
Así cada grupo social elabora sus propios códigos y criterios de moralidad y de salud y,
aunque los pueda creer como los mejores y hasta inamovibles, la historia se encarga de
desmentirlos años o siglos después.

A muchos les puede resultar más cómodo esperar que alguien le dé las normas y asunto
concluido. Pero en tal caso ¿estamos hablando de una persona libre y madura?
También a ciertas instituciones les resulta más expeditivo dictaminar desde sus cátedras
normas y prohibiciones a izquierda y derecha con el convencimiento de que ellas son las únicas
depositarias de la verdad.
Pero entrando la humanidad en el siglo veintiuno de la era cristiana, se hace muy difícil
aceptar un criterio que no condice con la madurez que los seres humanos hemos adquirido aun a
costa de sangre.

¿Entonces no nos queda más remedio que buscar por nosotros mismos e ir encontrando el
camino de una sexualidad sana y madura?
No se trata de que no nos queda más remedio ... sino que esto es lo hermoso de la
existencia humana: asumir nuestra responsabilidad y sentirnos creadores de nuestra vida, de
nuestra sexualidad, de un mundo más armónico y habitable.
Si en este punto renunciamos a este derecho y a esta obligación, ¿por qué no renunciamos
también en otras áreas, como en la vida política, por ejemplo?

3. Sentido de las normas: ¿restricción o vida?

Cuando se habla de normas, mucha gente protesta porque se siente cercenada en sus
derechos o porque entiende que las normas van en contra del principio de la libertad. ¿Para qué
las normas?, se pregunta.
En nuestra cultura occidental y cristiana, acostumbrados a la heteronomía y a
restricciones de todo tipo en el ejercicio de nuestra creatividad, la pregunta tiene su sentido y su
razón de ser. Hemos sido educados durante siglos desde las normas y prohibiciones de los otros,
sin conocer ni siquiera su sentido.
Se suponía que si algo está permitido, entonces es bueno; si algo está prohibido, entonces
es malo.

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En realidad debiera ser al revés: porque algo es malo y dañino, se lo prohíbe; y porque
algo es bueno y sano, se lo estimula y permite.

Estamos acostumbrados a una ética de la censura y del castigo, al mejor estilo policial.
Intentemos, pues, mirar las cosas desde otro punto de vista.
Imaginemos que estamos viajando en nuestro automóvil a gran velocidad por una ruta
que de pronto deja de tener señales e indicaciones. ¿Qué nos sucede?
Inmediatamente, amén de protestar contra el gobierno, bajamos la velocidad e intentamos
conducir con la mayor precaución posible para evitar un accidente.
En este caso, observamos que las normas de tránsito y sus señalizaciones están al servicio
de un viaje cómodo, rápido y seguro; o sea, al servicio de la vida de los ocasionales transeúntes.
Y éste debiera ser el sentido de todas nuestras normas: ayudamos a vivir con plenitud
todas las dimensiones de nuestra vida.
Porque ésta es la cuestión que, al menos en Occidente, las religiones tradicionales no logran
comprender, que la sexualidad está para ser vivida y vivida con gozo y plenitud. Si hasta lo
afirma la misma Biblia en el Génesis cuando dice que Dios creó al hombre varón y mujer, y vio
que era bueno. (Génesis 1, 31.
Lo que varones y mujeres necesitamos es encontrar una forma o ciertas formas de
relacionamos con ecuanimidad, con afecto, con ternura, con placer, con felicidad.
Las normas nos tienen que ayudar a convivir, no sólo civilizadamente, sino de la forma
más plena, total y gozosa.
Lo que tenemos que hacer como padres o educadores, sobre todo con los adolescentes, es
ayudarles a encontrarse a sí mismos, a relacionarse con respeto y amor, a vivir su sexualidad no
como algo traumático o con consecuencias irreparables, sino de manera armónica. progresiva,
disfrutando paso a paso una experiencia que es, de por si, simplemente maravillosa.

Entonces, normas para vivir y para ayudar a vivir más y mejor.


Cada grupo, comunidad o pareja, encontrará aquellas normas que, según su educación,
edad, cultura, religión, etc., considere las más convenientes y sanas, respetando en otros el
mismo derecho.
Hablamos de "normas", no de leyes taxativas y absolutas. La norma busca la normalidad
de la cosa, la conveniencia, la salud, dentro de un determinado contexto. Es la norma como
indicación, como sugerencia, como reflexión, como una hipótesis de relación sana para el sujeto
y para toda la comunidad.

Por supuesto, como lo veremos en puntos siguientes, también la sexualidad, como


cualquier otra actividad humana, tiene sus riesgos, límites y posibles enfermedades o patologías.
No nos podemos acercar a un hombre o a una mujer de cualquier forma o con cualquier
intención... Tampoco basta decir que dado que algo lo sentimos como espontáneo, es bueno de
por sí, porque nuestra espontaneidad puede lesionar derechos de otras personas e incluso
provocamos perjuicios a nosotros mismos.
En definitiva, la sexualidad no es un capítulo aparte de la vida humana, sino parte de esta
vida; y por ser tal, necesita cuidados, aprendizaje, corregir errores y asumir responsabilidades.

4. La sexualidad: una situación dentro de.las relaciones humanas

En varios momentos de este libro hemos aludido a que en nuestra sociedad solemos vivir
la sexualidad como un capítulo aparte. Entonces damos por sentado que también las normas que
afectan a la sexualidad son un capítulo aparte y separado de las otras esferas de las relaciones
humanas.

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En nuestro sistema educativo la problemática sexual es abordada con todas aquellas
precauciones que generan esta sensación de algo distinto, peligroso y separado del resto de las
formas de convivencia humana.

Nuestra hipótesis, en cambio,es la siguiente:


La sexualidad es un caso más de las relaciones humanas con el otro y con la
sociedad.
Por tanto, la conducta sexual y la ética sexual emergen de la conducta y de la
ética de las relaciones humanas y sociales.

¿Qué queremos decir con esto?


Que los mismos principios que rigen el comportamiento social de los seres humanos en
otros niveles, son los que rigen su comportamiento sexual.
Tan cierto es esto que hasta la misma Biblia en el Decálogo enumera las restricciones sexuales
(no cometer adulterio y no codiciar la mujer ajena) dentro de un conjunto de restricciones y
normas de relación con el prójimo: no hurtar, no cometer homicidio, no mentir ni emitir falso
testimonio, no codiciar los bienes o la mujer del prójimo. (El Decálogo dedica a la sexualidad
un sólo pecado: "No cometerás adulterio" (Exodo 20, 14). Es nuestro sexto mandamiento. El
deseo de la mujer del prójimo, décimo mandamiento, es presentado como un caso de codicia, tal
como lo dice el texto mismo: "No codiciarás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo, ni
su esclavo, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca" (Exodo 20, 17).

Todas estas normas se fundan en un principio general de respeto a los derechos del otro.

¿Qué agrega lo sexual al resto de las relaciones humanas?


Lo que ya sabemos por el primer capítulo: se trata de relaciones entre personas de distinto
sexo donde entra a funcionar un plano mayor de intimidad, donde el cuerpo y la relación física es
un elemento de primer orden, todo ello dentro de un contexto de acercamiento erótico y
amoroso.
Pero siempre se trata de relaciones entre personas... con la variable corporal, genital,
erótica y amorosa.
Por tanto, los mismos principios que rigen nuestro comportamiento con las personas en
muy variadas circunstancias, son los principios que rigen nuestro comportamiento con las
personas en el contexto sexual. Ni más ni menos.

Se trata, por tanto, de encontrar aquellas formas que resulten las mejores, más sanas, más
positivas y más agradables cuando nos acercamos al otro sexo, cuando nos relacionamos
intersexualmente con "otro" ser humano, igual a nosotros en derechos, necesidades y
obligaciones.

La relación sexual, como toda relación humana, siempre es algo de a dos... y siempre
supondrá tener en cuenta al otro.

¿Y cuáles son esos principios que rigen tanto la vida general de relaciones humanas
como las específicamente sexuales?
Aunque los supongo harto conocidos, no está de más enumerar algunos de ellos para
descubrir en qué medida también se refieren a las relaciones entre los sexos.

Así hablamos de honestidad y sinceridad en el trato con el otro; de una intencionalidad


sin dobleces ni mentiras o engaños; de respeto a sus derechos, a su intimidad, a su forma de ser o

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a su mundo de valores; de actuar con libertad y respetarla libertad del otro; de sentirnos iguales a
los demás sin dominarlos ni sojuzgarlos o desvalorizarlos. De sentirnos responsables de nuestros
actos y de sus consecuencias.
De procurar el bien del otro, su felicidad y el bien común de todos. De actuar con
solidaridad, con generosidad y altruismo...
Si hay un campo en el cual podemos poner en práctica todos nuestros esquemas de
relaciones es en el campo sexual, desde las variables enamoramiento, amor, emparejarse, hacer
el amor...

En encuestas que personalmente realicé entre estudiantes secundarios de los cursos


superiores, en lo que más se insiste es en el respeto al otro.
Quizá sea la palabra "respeto" la que refleje un conjunto de actitudes que esperamos del
otro hacia nosotros: respeto a las decisiones, al cuándo, al cómo, a nuestro modo de pensar, a
nuestras características de personalidad, al pudor, a los miedos, a nuestros tiempos de
maduración...
Otro valor destacable es la sinceridad en el trato y la lucha contra toda forma de
manipulación. En las relaciones sexuales los gestos y las palabras tienen que reflejar lo que
expresan y dicen... y el lenguaje está siempre tan cerca de la veracidad como de la mentira, del
engaño, de la trampa, de la seducción con intencionalidades no confesadas.
En muchos casos, el miedo a enamorarse o emparejarse proviene de aquí: ¿No me
engañará, será cierto lo que me dice, podré confiar en él o ella?
Las relaciones intersexuales ponen a prueba la credibilidad y la confianza: un fracaso en
este punto puede generar por arrastre años de desconfianza.

En el caso de las relaciones íntimas, surgen elementos como que el acto sea libremente
aceptado por ambos, que se origine en el amor y en el respeto, que se asuman las posibles y
ulteriores responsabilidades; que se respeten los tiempos, el pudor, la forma de pensar y aun los
tabúes o prejuicios, etc.
Libertad y respeto: dos constantes de toda relación humana. Sentirse libre en la relación
y sentirse respetado en esa libertad.
La fidelidad al otro, a la palabra, al compromiso es otro elemento fundamental. No se
necesitan leyes para ser fieles: es asumirse a uno mismo en la palabra dada. La fidelidad es la
base para la confianza. La relación de amor sexual implica por sí misma la fidelidad.
Como también el sentido de intimidad, el ambiente de afecto y de ternura, la
comprensión mutua.

En las nuevas generaciones las relaciones se han vuelto más directas desde un lenguaje
espontáneo y sincero; hay una verdadera búsqueda de comunicación profunda, de decirse las
cosas, de no ocultarse nada, de ser simultánea mente amantes y amigos.

De ahí nuestra hipótesis o propuesta: las relaciones sexuales, en sentido amplio y en


sentido estricto (coito) no son un capítulo aparte de normas y restricciones, sino una de las
variables, seguramente la más rica, de las relaciones humanas, cuyas bases serán siempre el
respeto, la igualdad, la libertad, el gozo en común.

Como lo señalamos cuando hablamos de los cuatro componentes de una sexualidad


madura y plena, hay un elemento que en las nuevas generaciones suele generar cierta resistencia:
y es el carácter social de la sexualidad.
En la sexualidad no solamente ponemos en juego nuestro nivel de relación con el otro (lo
cual ya es un rasgo social), sino también con la sociedad toda.

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Hay una tendencia a ver la sexualidad como algo de a dos exclusivamente, o como un
derecho puramente individualista hacia el propio cuerpo.
Pero los seres humanos siempre estamos enclavados en una sociedad, de la que recibimos
mucho, la vida entre otras cosas, y a la que tarde o temprano también debemos darle.
Asi las relaciones sexuales sanas y armónicas van construyendo una sociedad mejor, más
armónica y positiva; las parejas estables y las familias se van transformando en células, no sólo
de nuevos seres humanos, sino también de valores, de creatividad, de proyectos, de propuestas
abiertas a la comunidad, al barrio., al país.

La salud sexual y la ética sexual aluden también aeste sentido social de la sexualidad que,
si no puede ser exclusivizado en la paternidad y en la maternidad, la incluyen, como también la
creatividad de muchos “hijos”, verdaderas concreciones de proyectos e ideales, de felicidad
compartida, de solidaridad mutua, de apertura hacia los otros.

5. El problema del placer como placer

Como lo he afirmado en varias oportunidades, si la sexualidad no entrañara el


componente de placer físico, seguramente los moralistas le dedicarían algunos renglones, como
una de las tantas actividades humanas.
Pero el componente erótico placentero, el placer genital, ha sido la variable que en tantas
religiones y sociedades despertó toda una ola de sospechas sobre la moralidad sexual, y un sinfín
de prohibiciones y normas que sería largo y tedioso enumerarlas, solamente teniendo en cuenta
las de nuestro contexto cultural occidental y judeocristiano.
Es en este tópico donde se da lo que llamo “el capítulo aparte” como si se diera por
sobreentendido que no existe placer en otras áreas de la vida (en el comer, el beber,,el dormir, el
jugar, etc.); y dando por supuesto que el placer sexual . siempre es sospechoso de bajeza,
animalidad y pecado.
Es notable observar, por ejemplo, que en el cristianismo se han elaborado interesantes
teologías sobre distintas realidades humanas, sobre el trabajo, sobre el problema. social, sobre el
sentido de la historia, sobre el deporte y el tiempo libre... pero no existe el tópico llamado
“teología del placer” dando por sobreentendido que el placer sexual no parece ser un camino que
pueda acercar a Dios ni elevar al hombre o hacerlo crecer y sobredimensionarlo.

No sucede lo mismo. con otras antiquísimas religiones como el Shivaísmo en la India que
desde más de cinco mil años antes de Cristo divinizó el placer sexual como reflejo de la felicidad
divina. Para los seguidores de Shiva lo que asemeja a la divinidad en el hombre no es su
capacidad reproductora de la vida sino el placer en sí mismo. Entienden que el goce físico refleja
el verdadero estado de la perfección, o sea, el estado divino. En el instante del orgasmo el
hombre se transpersonaliza, como diríamos hoy, supera sus contingencias de trabajo, problemas,
deberes, y se transporta a una nueva naturaleza.
Para el Shivaísmo, lo que mejor refleja a la divinidad en esta vida y en la creación toda es
el encuentro sexual y el placer que de ella deriva. (Me remito al libro Risus paschalis de María
C. Jacobelli, una mujer teóloga, la única que se plantea la problemática de una teología del
placer sexual, analizándolo desde sus raíces bíblicas).
Concepciones similares tiene el Tantrismo, el Taoísmo en China y las religiones
mistéricas en Egipto, Grecia y el Cercano Oriente. (Un recorrido sobre estos aspectos puede
verse en El valor sagrado del erotismo, del orientalista americano Georg Feuerstein, Planeta,
Buenos Aires).
Pero entre nosotros, aun los libros modernos dedicados al matrimonio, ciertamente más
evolucionados que los antiguos, apenas si les dedican al placer unos renglones, diríamos

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inevitables, pero en ningún caso el placer sexual es uno de los puntos de partida para la
elaboración de un concepto positivo de la sexualidad y del matrimonio, así como lo es el mutuo
enriquecimiento de los esposos, la capacidad de dar vida, etc.

Libros sobre ética tratan de la masturbación o de las relaciones entre adolescentes o


novios, volviendo una y otra vez a poner en entredicho cualquier cosa que suponga el placer
sexual; soslayando, dicho sea de paso, aspectos mucho más importantes para la convivencia
humana como la veracidad y el amor.
Tradicionalmente cuando se hablaba de pecado a secas, se trataba del pecado del placer
sexual... con un extraño olvido de tantas injurias sociales que vive el hombre, especialmente si es
pobre, o de temas tan importantes como la usura, la corrupción política, el ultraje a las minorías
étnicas y raciales, etc.
Reconocemos que la tendencia se está revirtiendo, pero sin superarse la vieja sospecha de
que todo aquello que produce placer sexual debe ser minuciosamente juzgado, criticado y
generalmente condenado.

Lo paradójico del caso es que toda esta mentalidad es la misma que habla de un Dios
bueno que todo lo hizo bien, incluso nuestro cuerpo y nuestro sexo, y que disfruta cuando nos ve
felices y contentos... Pero ¡qué mal se habla de Dios cuando se condena una criatura suya
llamada placer sexual!
Insisto en la problemática religiosa, pues en nuestra cultura el origen de esta fobia al
placer sexual está precisamente en nuestros conceptos religiosos ya internalizados en nuestro
inconsciente, seamos creyentes o no, casi como una matriz indeleble.

¿Significa esto que el placer sexual puede ser vivido sin límites ni normas de ninguna
especie?
Vuelvo a mi propuesta: es un caso más de relación, sea con otros, sea con nosotros
mismos y con nuestro cuerpo.
Para entrar despacio en este espinoso tema, , veamos el caso del placer en las comidas. Al
acto de alimentarnos lo acompañamos con el placer del sabor y en muchos casos, como en los
postres, helados, etc., buscamos simplemente el placer por sí mismo. Pero si por buscar sólo ese
placer podemos perjudicar nuestra salud, todos entendemos que hay que poner cierto límite o
mesura, y en más de un caso, abstenernos totalmente de tal insumo de nuestro agrado.

¿Y por qué no podemos vivir el placer sexual con la misma naturalidad y frescura con
que vivimos el placer de comer?
Simplemente por un prejuicio cuyas raíces rastrearemos en el próximo capítulo.
Si toda la ética se basa en el respeto y él amor a uno mismo y al otro, como lo plantea el
mismo Decálogo, ¿por qué no aplicar este principio al placer sexual?
Es más que evidente que el placer, el placer en general, es algo positivo se lo mire desde
cualquier punto de vista. Asi buscamos el placer de respirar aire puro, de estar con un amigo, de
ver un buen Paisaje, de gozar del mar o de disfrutar una buena película.
El placer del amor sexual, como lo subrayan los pueblos y religiones orientales desde
hace milenios, es la máxima expresión de placer humano, sólo comparable al estado de plenitud
de la divinidad. Un placer todo él nacido e impregnado de amor, de ternura, de encuentro
profundo de dos seres humanos que se dan a sí mismo en la máxima expresion de entrega...

Los limites del placer vienen dados, como en los demás casos, cuando puedan
representar un daño al propio sujeto o una lesión en los derechos de otra persona o de la

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sociedad. Tal sería el caso de obligar a alguien a tener placer sexual con uno, o hacerlo en
circunstancias tales que provocara un daño físico, moral o psicológico.
El hambre de placer puede llevar a alguien a manipular a otra persona, a utilizarla como
un objeto a los puros fines de satisfacerse a sí mismo en forma egoísta o para lucrar ciertas
ganancias, o como forma de sometimiento o esclavitud, situaciones todas que se dieron y se dan
con relativa frecuencia.

Se podrá decir que, de todos modos, la sexualidad está orientada a la procreación, y que
el placer separado de esa intencionalidad atenta contra los fines de la sociedad.
Pero es más que evidente que cada acto sexual no está ordenado a la procreación... En
todo caso, cada ser humano asume esa responsabilidad a lo largo de su vida, engendrando
aquellos hijos que juzga poder educar.
¿Valdrá este mismo principio para el autoerotismo? Si el placer es un bien y si no lesiona
la propia salud física o psíquica de uno mismo o de un tercero, no se ve por qué motivo tenga
que ser algo intrínsecamente malo.
Comprendo que esta forma de pensar les pueda provocar a ciertas personas cierta
confusión o un mar de dudas; no por nada se nos inculcó lo contrario durante milenios o siglos al
menos.
Pero si nos ponemos a pensar que en otras culturas y pueblos se tuvo y se tiene una
concepción positiva e incluso mística, y que esta mentalidad toma cuerpo día a día entre
nosotros, será interesante que al menos intentemos mirar al placer sexual desde otro ángulo
posible.

Dos escollos

Quizá todavía nos quedan dos escollos por vencer:


Uno, la imagen de animalidad con que reversos al acto sexual y al placer que provoca.
Pasar de personas sensatas, bien vestidas y con finos modales al estado de desnudez, caricias
sexuales y posturas que fuera de la intimidad resultarían chocantes, les parece a ciertas personas
algo poco humano y edificante.
¿Pero nos pusimos alguna vez a pensar en lo poco estético que resulta ver comer a
alguien o sonarse la nariz?
El conflicto se genera cuando percibimos el acto sexual y el orgasmo fuera de su
contexto: o sea, como algo aislado de toda la persona que, haga lo que haga, siempre está
actuando como persona total, con su cerebro, con ideas e imágenes, con amor y un sentido
global. ,
La relación sexual, tal como la entendemos, nunca es un acto puramente físico ni
tampoco aislado e individualista: su tendencia y su objetivo es el encuentro más íntimo con el
otro, siendo ese encuentro la fuente del placer y de la felicidad... aun en los casos en que no haya
coito completo.
Aislar el acto sexual de su contexto humano se llama pornografía, la exhibición de la
genitalidad con fines puramente comerciales.

Pensemos en la experiencia que todos vivimos la primera vez que nos desnudamos en la
relación sexual: lo que podía aparecer como algo vergonzoso y hasta poco decoroso, de pronto se
vuelve algo hermoso porque cada gesto sexual está integrado en la totalidad de una persona que
siente y goza la increíble experiencia de estar unido con otro ser humano, o de sentir su propio
cuerpo como un amigo que le da lo mejor de sí mismo.

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A quienes recibieron un significado deformado o negativo de la sexualidad, les llevará
tiempo reubicarse en este nuevo contexto. Pero quienes hemos tenido la oportunidad de
dedicamos a la educación sexual para niños pequeños -a menudo suponiendo que tienen los
mismos tabúes que nosotros- nos llevamos la gran sorpresa de ver con qué naturalidad y frescura
los niños aceptan la relación sexual justamente como lo que es, algo hermoso.
Esta fue la experiencia que recogí mientras elaboraba el libro Papá y mamá me cuentan
todo, para la educación sexual de niños pequeños, y esta es la experiencia que constantemente
los padres que lo utilizan con sus hijos me transmiten.

Nuestra generación de adultos tiene marcado en el inconsciente con tinta indeleble un


concepto peyorativo sobre la sexualidad y el placer sexual en particular, porque lo recibimos
desde niños y lo alimentaron durante toda nuestra educación, con el agravante de reforzarlo con
argumentaciones religiosas.
Las nuevas generaciones -si reciben un concepto positivo- estarán en óptimas
condiciones para integrar su sexualidad y el placer sexual a sus vidas como tuvo que ser desde un
principio: como lo más maravilloso de la vida. Y si son creyentes, podrán dar gracias a su Dios
de haberles regalado algo nunca soñado, sin necesidad de convertirse al Shivaísmo...

El segundo escollo que se presenta, sobre todo a ciertos dirigentes religiosos y


educativos, es suponer que la valoración del placer sexual puede ser la puerta para desviaciones
morbosas, para el libertinaje y quién sabe cuántas aberraciones más.

La experiencia de todos estos últimos siglos demuestra más bien todo lo contrario las
aberraciones y el libertinaje se producen como respuesta a las represiones antinaturales que las
personas tienen que soportar; o como forma de escape a la tortura. moral a la que se los ha
sometido.
Pero cuando una persona encuentra la salida natural, sana y positiva a su deseo de placer
y de encuentro gozoso con el otro, no sentirá ninguna necesidad de formas aberrantes cuando
todo lo que desea ya lo vive.
Es lo perversamente reprimido lo que se vuelve contra el propio sujeto y contra toda la
sociedad.
El libertinaje se dio y se da cuando una persona o una sociedad no vive en libertad;
entonces busca una salida compulsiva, más como una descarga y una venganza, como un
hambriento que, por comer desaforadamente, termina por hacerse daño y atragantarse.

Porque este .es el momento de recordar que si el placer .en cualquiera de. sus formas
necesita de una medida equilibrada, Justamente para que sea placer, también es cierto que la
carencia o ausencia de placer es una forma enfermiza de vivir, como que tiene su expresión
máxima en el masoquismo.
El que realmente peca y lesiona los derechos del prójimo, el que realmente hace
libertinaje y abuso de su libertad contra los derechos de los otros, no es el que goza sino el que
prohíbe gozar, entrometiéndose en la conciencia de los demás y sometiéndolos durante toda su
vida a la tortura psíquica y moral.
Porque, como lo he dicho en más de una oportunidad, lo que hay detrás de tanta represión
y censura de, las. conciencias es un afán de poder y de dominación, cuya postura máxima es el
sadismo.

Y de sadismo está plagada nuestra cultura occidental, como también gran parte de nuestra
concepción cristiana; el sadismo de unos que dominan, y el masoquismo de otros que son
sometidos y tratados como eternos infantes.

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6. Conceptos a distinguir

En este proceso que con toda propiedad podemos llamar de "purificación"' de nuestro
concepto de placer sexual, será interesante que distingamos y elaboremos cuatro conceptos muy
imbricados pero con matices muy diferentes: prejuicio, culpa, vergüenza, pudor.

Los prejuicios

Los prejuicios (o preconceptos) son, como lo indica la misma palabra, elaboraciones


mentales -generalmente recibidas masivamente desde la infancia por la misma cultura y que
nunca hemos sometido al análisis y a la crítica- que aplicamos automáticamente a una
determinada situación... a la que supuestamente estamos sometiendo a un análisis racional.
Todos conocemos los famosos prejuicios raciales, siempre simples y apodícticos; pero
donde más funcionan los prejuicios es en el campo sexual por todas las connotaciones culturales
y religiosas ancestrales, y por la íntima relación entre la sexualidad y nuestro mundo
inconsciente.
María L. Lerer (Sexualidad femenina. Mitos, realidades y el sentido de ser mujer, María
L. Lerer, Sudamericana Planeta, Buenos Aires) habla de los "mitos" culturales especialmente
sobre la sexualidad femenina, verdaderos prejuicios transmitidos de padres a hijos y que jamás
cuestionamos. Son verdades de fe, tales como: el varón es activo y la mujer pasiva; el varón tiene
más necesidad sexual que la mujer... y, desde ya, el placer sexual es sucio, es pecaminoso, está
contra la Biblia; una mujer decente no hace tal cosa, etc. (Por su parte, Sapetti y Kaplan, en La
sexualidad masculina, presentan un listado de mitos sobre la sexualidad masculina).

¿Qué hacer con nuestros prejuicios, generalnente llamados “verdades absolutas”?


Un solo camino: someterlos al análisis y a la crítica; cotejarlos con otras formas de pensar
de personas tan sensatas y honestas como nos sentimos nosotros. Abandonar la postura del
sabelotodo y dueño de la verdad, abrirse con humildad a lo que otros piensan y opinan; hacer
autocritica, leer, informarse, reflexionar. Experimentar nuevas modalidades, ver sus efectos y
comparar con los anteriores...
En fin, algo que hacemos en la educación cuando, honestamente, nos ponemos a “buscar
la verdad”, sintiendo que la buscamos porque no la tenemos.

La tolerancia

Buscar la verdad con la conciencia sincera de que nunca la encontraremos en forma


plena; buscarla y respetar la búsqueda sincera de los otros: esa es la base para algo que se llama
tolerancia, una virtud social casi desconocida en la historia y en la cultura de Occidente.
La intolerancia no es sino la resultante lógica del convencimiento de ser los dueños de la
verdad.
Y si hay un terreno donde la intolerancia religiosa y moral sentó sus reales fue en el de la
sexualidad humana: allí donde más debe reinar la comprensión, el respeto, la libertad y el amor.

La culpa

La culpa es la desagradable sensación que tenemos después de haber hecho algo malo, en
contra de lo correcto, de nuestra conciencia o de nuestros valores.
Desde la concepción judeocristiana, la culpa es la consecuencia de haber pecado,
violando la ley de Dios y los preceptos religioso-morales.

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Como ya lo adelantamos con algunos, ejemplos, una persona puede sentir culpa (por
ejemplo, de una relación sexual prematrimonial) aunque psicológicamente la haya visto sana y la
haya gozado.
La culpa está relacionada con la formación de nuestra conciencia y es uno de. los signos
de nuestro sentido ético de la vida. Sentir culpa cuando hacemos algo malo y, por tanto, sentir la
necesidad de reparar el mal hecho a otro o a uno mismo, es un sentimiento positivo de
responsabilidad y madurez.
Pero podemos sentir culpa por una deformación de nuestra conciencia, considerando
malo lo que no es malo. Tal el caso de tantas prohibiciones sexuales que transformaron en
"culpógeno" todo lo referente al sexo y en especial al placer, en cuyo caso, decían los moralistas,
nunca hay culpa leve sino que siempre es grave.
Desde ya que si alguien considera que el placer sexual, por sí mismo, es algo
infrahumano, bestial y abominable... sentirá tremenda culpa cada vez que goce.
Pero justamente es esto lo que nos estamos cuestionando.

La vergüenza

La vergüenza es también una sensación desagradable que nos proviene cuando nos
sentimos afectados en nuestra imagen de dignidad y de autorrespeto, de estima y de prestigio
ante los otros. Es más un sentimiento de cara a los otros y no tanto con nuestra conciencia.
Sentimos vergüenza (como una humillación) cuando fracasamos, cuando hacemos un
papelón, cuando somos sometidos a la burla y al escarnio; cuando sentimos que hemos sido
infieles a nosotros mismos o a la palabra dada, o por haber fallado a un amigo.
Desde ya que se puede sentir culpa y vergüenza al mismo tiempo (por haber sido infiel al
cónyuge y haber sido descubierto); pero, aunque ambos sentimientos tienden a confundirse, la
vergüenza es una sensación diferente.
Con relación a la sexualidad, la vergüenza es la sensación de hacer algo sucio, feo,
desagradable, algo impropio de alguien razonable y sensato.
También es vergüenza cuando somos utilizados sexualmente o la intimidad de nuestra
sexualidad es expuesta públicamente.

Los pueblos antiguos, distinguieron entre verguenza verdadera y falsa. Así el libro
sapiencial del Eclesiástico, recogiendo ideas egipcias y de otros pueblos, dice:
"Sientan vergüenza de lo que les voy a decir, porque no está bien avergonzarse de
cualquier cosa. Tengan vergüenza de la mentira ante un jefe, del delito ante un juez, de la
iniquidad ante la asamblea del pueblo.
De la injusticia ante un compañero o un amigo, y del robo ante un vecindario.
De violar un juramento o un pacto, y de apoyar los codos en la mesa.
De dar o recibir con desdén un saludo, o de no devolverlo. De mirar a una prostituta y dar
vuelta la cara a un pariente. De desear la mujer ajena, de decir palabras hirientes a tus amigos, de
repetir lo que se ha oído y de revelar los secretos.
Entonces sentirás una auténtica vergüenza y serás apreciado por todos." (Eclesiástico 41,
16 y siguientes.)

El pudor

El pudor (al que vulgarmente llamamos vergüenza) es, en cambio, un sentimiento que
preserva nuestra intimidad, tanto física como psíquica, tanto sexual como profesional.

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Donde más lo sentimos es en la sexualidad a partir de la infancia: preservamos nuestra
intimidad al desnudarnos, al hacer nuestras necesidades, al relacionamos íntimamente con otra
persona.
Todos los antropólogos han observado que aun en las tribus donde su miembros viven en
total desnudez, existe un sentimiento muy arraigado de pudor en el trato cotidiano.

Mientras que la vergüenza es un sentimiento posterior al acto o concomitante, el pudor es


un sentimiento previo. En la vergüenza pasó algo que nos hace sentir mal; el pudor, en cambio,
es ese espacio que siempre reservamos para nosotros mismos y para nuestra intimidad. Cuando
alguien lo viola, ciertamente que sentiremos vergüenza e indignación. Violar el pudor de otro es
lesionar su derecho, y en ciertos casos es delito aun en las leyes civiles.
Los niños lo comienzan a sentir desde los cinco o seis años, y los padres han de saber
respetar esa intimidad.
De "pudor" vienen sus derivados: púdico impúdico; hasta hace poco se hablaba de las
partes "pudendas" del cuerpo humano, aquellas que se cubrían ante los demás.

El pudor, aunque es un sentimiento "aparentemente innato" ante muchas situaciones,


puede estar más o menos subrayado por la educación y la cultura.
Hoy estamos perdiendo cierto exceso de pudor ante lo sexual; aunque algunos dirán que
este pudor es excesivo.
Tradicionalmente en nuestra cultura las mujeres han sido y son más pudorosas que los
varones. Lo contrario al pudor es la deshinibición, siendo su forma patológica el exhibicionismo.
El pudor, desde ya, es relativo a cierto contexto en que la persona actúa: en una playa el
desnudo parcial o total es aceptado con toda naturalidad, pero no lo será en una oficina o en la
via pública. En ciertas familias sus miembros practican cierta forma de nudismo, aun entre
padres e hijos pequeños, y esto con la mayor naturalidad. Hay culturas que consideran
impudoroso actos o gestos que otras practican no sólo naturalmente sino con alto sentido
positivo. y social, como besarse, saludar efusivamente, hablar con una mujer desconocida en la
calle, etc.
Finalmente, y sin agotar este tema, el pudor varía según el carácter o estilo de
personalidad de una persona, y suele estar relacionado con el grado de autoestima y seguridad en
sí mismo.

El placer sexual tiene el raro privilegio de estar en nuestra cultura íntimamente


relacionado con los prejuicios, la culpa, la vergüenza y el pudor.
Un motivo más para entender por qué nos cuesta tanto un cambio de mentalidad y de
actitud hacia él. Algo que, seguramente, no lo lograremos en un día ni en un año.
Es una de nuestras asignaturas pendientes en este proceso de sexualidad creativa.

7. En sintesis: primacia de las actitudes y de la totalidad.

Tras estas reflexiones acerca de las normas y de la ética sexual -un tema ciertamente
polémico y todavía no cerrado ni completamente elaborado; por lo tanto, siempre abierto a
nuevas investigaciones y reflexiones-, digo que todas estas reflexiones nos parecen conducir a
esta síntesis:

Hagamos primar las actitudes por sobre los actos; las intenciones honestas por sobre los
resultados.
Hagamos primar la totalidad del acto sexual por sobre la particularidad de algunos de sus
componentes, por ejemplo lo puramente genital.

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Hagamos primar las actitudes

Hay dos actitudes fundamentales entre cuyos polos nos podemos mover: amor o egoísmo.
Si hay amor hacia el otro -y nunca lo será ni total ni completamente altruista-, si hay una
actitud de entrega, de consideración y de respeto amoroso: en caso de conflicto, valoremos en
primer lugar esa actitud por sobre cualquier otra consideración.
El acto humano en sí mismo es algo objetivo, es una cosa. Pero lo que le da sentido es la
actitud y la intencionalidad con que es realizado, aunque los resultados no siempre sean ni los
deseados ni los mejores.

También podemos decir: hagamos primar una actitud de salud y de búsqueda de lo mejor
para uno mismo y para el otro. Es el criterio de lo “conveniente” (Palabra derivada del latín
"conveniens”: que está en armonía o en buenas relaciones; apropiado, conforme. El verbo con-
venire, alude a agrupar o juntar lo que debe estar junto, reunirse.), osea de aquello que debemos
juntar para obtener el mejor efecto.
Conviene amarse a uno mismo, conviene estar con otros, conviene ayudarse, conviene
amar, conviene gozar.
La auténtica conveniencia a la que aludimos nunca puede ser egoísmo, porque
precisamente es “con”, es la tendencia a sumar y juntar aquello que tiene que estar junto y unido.
En la sexualidad: ¿Qué tenemos que con-venir, que juntar, que unir, que amalgamar, que
integrar?
Esta tendencia es la sana, porque es la,integradora.
En cambio, la enfermedad cuyo punto supremo es la muerte, desintegra, corrompe,
separa, destruye... lo que tiene que estar junto y unido: la vida.

Hagamos primar la totalidad del acto

Cuando tenemos que analizar una conducta sexual -nuestra o de otros, de nuestros hijos,
educandos o feligreses- miremos por sobre todo la totalidad de la conducta sexual y busquemos
esa totalidad.
La sexualidad ni comienza ni termina en la genitalidad; ni comienza ni termina en la
mente; ni comienza ni termina en el deseo o en el enamoramiento...
La sexualidad es la tendencia a que todo nuestro ser -en cuanto ser
psicosomáticoespiritual- se comunique intimamente con otro ser humano, conjuntando amor,
entrega, afecto, corporalidad, genitalidad, placer, ternura y, en fin, esa maravillosa sensación que
incluso supera al placer genital, porque lo trasciende en una relación estable y gozosa, sólo
comparable a lo que sería una forma divina de vivir.

Hacer ética sexual o una normativa sexual separando los elementos, juzgando cada
elemento separado de su conjunto -tal nuestra moral tradicional- es un pecado contra la
naturaleza misma de la sexualidad.
Juzgar toda esta globalidad integral sólo desde el punto de vista puramente físico, de si se
tocaron o no, si hubo o no hubo penetración, si sintió o no sintió placer, si consintió o no
consintió, si lo hizo sólo por amor o sólo por pasión, si tuvo la intención positiva y consciente de
procrear o no... si juzgamos esta maravillosa totalidad de la sexualidad desde nuestra mania
persecutoria para buscar culpables y condenarlos, es que estamos muy enfermos y lo peor del
caso, que somos absolutamente injustos con quienes tienen una mente y una intención sana y
honesta.

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Parafraseando a la Biblia bien podemos decir aquí: "Que el hombre no separe lo que Dios
ha unido".
Se trate de la masturbación, de relaciones íntimas entre adolescentes, de actos sexuales
entre casados... atender a la intencionalidad de las personas, a la totalidad de lo que hacen, a las
tantas cosas buenas que ponen con su mejor buena voluntad para aprender a vivir con un poco de
felicidad...
¿Es tan difícil tener esta mínima actitud comprensiva?
Entonces, también parafraseando a la Biblia, en este caso a Jesús cuando le trajeron
aquella mujer encontrada en flagrante adulterio para que fuera lapidada, digamos: "El que se creá
inocente, que tire la primera piedra".
Nos encantaría conocer a quienes creen que viven una sexualidad perfecta, a quienes se
consideran modelos de amor, de comprensión y de misericordia; a quienes tienen plenamente
asumido su cuerpo y su genitalidad; a quienes conocen por experiencia personal toda la hondura
de la relación entre el hombre y la mujer, y lo realizan con total perfección...
¡Cuánto más beneficioso sería un mínimo de autócritica y de autosinceramiento!
Nada mejor para comprender los límites y las debilidades ajenas, que conocernos y
aceptamos a nosotros mismos.

Dos conclusiones importantes:

a) No existe una ética sexual al margen o por sobre la ética de las relaciones humanas.

Lo sexual no es algo aparte ni separado de las relaciones humanas; tampoco es algo que
está por encima de todas las conductas humanas.
En todo caso es un lugar donde cada uno se manifiesta cómo es de una forma más
auténtica, más personal y completa; donde se desnuda no solamente en su cuerpo sino en todo su
ser psíquico y espiritual.
Y para los que son creyentes judeocristianos, es en la sexualidad donde Dios se
manifiesta como amor y donde la pareja humana vive la presencia y la intimidad divina desde la
experiencia del amor.
El amor no es exclusividad de la relación sexual: el amor o el altruismo es el principio y
la culminación de cualquier relación humana.
Es uno de los pocos aspectos en que todas las culturas, filosofías, psicologías y religiones
están de acuerdo.
En lo que no hay acuerdo, es en llevarlo a la práctica.

Esta fue la síntesis que hizo Jesús, retomando un viejo concepto del Deuteronomio:
“Toda la ley se resume en amar a Dios y en amar al prójimo como a uno mismo” (Mateo 22, 34-
40).
Un concepto que todas las culturas en todos los tiempos proclamaron de una o de otra
forma.
Sólo nos resta, ser coherentes con nuestros prójimos más cercanos: nosotrós mismos
(amor a uno mismo), nuestra pareja y nuestros hijos.

Por eso vuelvo a enfatizar: la normativa y la ética sexual son exactamente las mismas de
cualquier relación del ser humano con sus semejantes.
Se rigen por los mismos principios, por la misma intencionalidad y por los mismos
valores.
La única variable está dada por el contexto: relaciones de trabajo, de familia, con los
vecinos, relaciones políticas... relaciones sexuales.

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En todos los casos y en cada caso, habrá que atender al amor y al bien de uno mismo; al
bien, al amor y al respeto del otro; al bien de toda la sociedad.

b) Como toda conducta humana, la sexualidad es un aprendizaje

No nacemos perfectos... como tampoco morimos perfectos, dicho sea de paso.


El ser humano tiene la única tarea de aprender a vivir. Inicia este aprendizaje el día en
que es concebido en el seno materno, y no termina esta tarea ni siquiera cuando vuelve al seno de
la madre tierra.
Somos aprendices por naturaleza.
La sexualidad es uno de estos aprendizajes, y por ser tal, supone desconocimientos,
errores, fracasos, conductas enfermas y antisociales, como también limitaciones aun cuando
progresemos constantemente.

8. Desdramatizar

Por lo tanto, si en la condición del aprendizaje están el error y el fracaso,


desdramaticemos los errores y las culpas sexuales que, como ya lo hemos afirmado, no son los
problemas más graves de la humanidad.
Aceptemos como normal la situación de una sexualidad plagada de errores, de límites, de
fracasos y, si se quiere, de pecados.
La verdadera gravedad de un acto sexual, su verdadero peligro, no pasa por ser sexual,
sino por una actitud egoísta y destructiva, destructiva de uno mismo y del otro; pasa por la
deshonestidad con que lo realicemos, por la hipocresía y la falsedad en nuestra propuesta hacia el
otro.
En el aprendizaje sexual todos vamos a aprender desde la experiencia del intento y del
posible fracaso. Esto nos pasa desde que nacemos, desde que intentamos hablar, caminar,
escribir o andar en bicicleta... desde la búsqueda de afecto o desde el intento de darlo; en la
aproximación a un desconocido o en el cortejo a una mujer o en la seducción de un hombre.

Cuando en los ambientes educativos, especialmente en la familia, la escuela y la Iglesia,


reina este clima de tolerancia y de amorosa comprensión, el error o el fracaso son la oportunidad
de una buena reflexión, de aprender desde ese error o fracaso, y el impulso para un nuevo intento
más exitoso.
En cambio, la severidad, la intolerancia, la culpa y el castigo, inhiben a la persona y la
condicionan para nuevos fracasos.
Algo que nuestra experiencia personal nos habrá enseñado infinidad de veces sin
necesidad de ser expertos en psicología o pedagogía.
También necesitamos desdramatizar las deficiencias y limitaciones que, en forma casi
inevitable, podamos tener a lo largo de nuestras relaciones sexuales, tales los casos de
impotencia sexual, frigidez o anorgamia, miedos, angustias y otras patologías referentes a la
sexualidad. (Ver ítem siguiente).
La sexualidad se aprende y también se cura, con más o menos éxito según los avances de
la medicina, psicología, biología, etc.
Muchas personas se sienten verdaderos monstruos de la naturaleza porque alguna vez no
pudieron tener una erección, o porque de pronto atraviesan un período de cierta inapetencia
sexual; otros se asustan por su timidez,
o porque no pueden hacer el acto sexual con mayor placer; o porque sienten sensaciones que les
parecen extrañas y ridículas; o porque desean un coito anal o de pronto sienten atracción por una

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mujer o varón que no son su pareja; o porque no pueden dejar la masturbación, o necesitan
excitarse con figuras pornográficas, etc., etc.
Todas estas limitaciones y deficiencias son el terreno habitual de la sexualidad humana:
lo fue, lo es y lo será.

La sexualidad se aprende y se cura

Como nos sucede con otras áreas de nuestra vida, también la sexualidad se aprende y se
cura... o se intenta curarla y mejorarla. Como también se aprende a aceptar los propios límites
sin abandonar un deseo de constante superación.
Y esta experiencia de aprendizaje, aunque lleva casi dos millones de años de recorrido,
cada ser humano la tiene que hacer como si fuese la primera vez porque no la recibimos por
herencia.
Todos vivimos nuestra sexualidad, pero cada uno la vive a su manera, como puede y de
la mejor forma que le parece. No hay modelos ápodicticos, no existen normas innatas al estilo de
los instintos que se cumplen siempre de la misma forma e inexorablemente.
Cada ser humano, cada cultura, cada pareja, tiene que encontrar su forma de vivirla lo
más sanamente posible... con esa sensación tan humana de que siempre nos falta un poco para
que sea totalmente plena.

Si esto vale para todo el mundo, mucho más para los adolescentes.
Ayudarlos a vivir su sexualidad, a progresar paso a paso en ella, a descubrir toda su
hondura, a evitar ciertos riesgos, pero más importante que todo eso: que no se sientan
"perseguidos" por un afán perfeccionistía y normativo; que no se sientan torturados por una
mirada inquisitoria que, justamente, los conduzca a esa situación que supuestamente se quiere
evitar: el fracaso.
En el consultorio he conocido a muchos adolescentes y jóvenes con esta mentalidad
legada de su familia y educación: "Si lo haces, no puedes fracasar."
Entonces: “Si invito a salir a una chica y me dice que no, soy un fracasado; si no llego al
éxtasis en la relación sexual, soy un fracasado...”
En estos casos suelo decir lo siguiente: la sexualidad 'hay que vivirla con espíritu
"deportivo", como una interesante aventura, como un buscar caminos desde los objetivos
posibles. Lo valioso -como se dice en deporte- es competir aunque no siempre ni todos pueden
ganar.
Este es el espíritu de mis palabras: lo valioso es meterse, vivir la experiencia, aprender
hoy esto y mañana lo otro, sin sentirnos obligados y sin que el otro o la otra se sientan obligados
a decir que sí o que no, a hacerlo de esta forma o de la otra.
El aprendizaje de la sexualidad es como una aventura al aire libre: nada está prefijado de
antemano. Nos dejamos invadir por el sol o por la noche; nos adaptamos a la lluvia o al calor.
Hoy encontramos un arroyo fresco y mañana subimos una montaña. Aprendemos a comer
sentados en el suelo, cocinando con leña o con una cocina a gas... Lo lindo es la aventura, la
curiosidad, la búsqueda, el placer de sentirnos libres y de encontrar tantas formas bellas de sentir
y de vivir que jamás pudimos soñar.
Y de paso sea dicho: este es el antídoto contra el famoso y nunca bien ponderado
aburrimiento matrimonial, una cierta plaga que tarde o temprano invade a las parejas sin
distingos de clase social.
O como lo propone un libro que estuvo de moda (Dagmar 0' Connor, Cómo hacer el
amor con la misma persona por el resto de su vida y con el mismo entusiasmo, Sudamericana-
Planeta, Buenos Aires.): cómo hacer el amor durante toda la vida, con la misma persona, de

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forma diferente, encontrando siempre una nueva forma de gozar, de crecer, de estar juntos, de
enamorarse, de sentir...

Como lo dije en una charla a padres de adolescentes, no sin suscitar cierto escándalo, "ya
que ustedes están convencidos de que sus hijos, tarde o temprano tendrán experiencias sexuales,
ayúdenlos a que lo hagan de la mejor forma posible".

Un principio que, todos los que somos padres, comenzamos a aplicar desde el primer día
del nacimiento de nuestro primer hijo: dado que les corresponde vivir en esta familia y en este
país, pongamos lo mejor de nosotros mismos para que lo puedan hacer de la mejor forma, con el
máximo de felicidad y con el mínimo de sufrimiento... y todo esto en medio de tantas preguntas
que día a día se nos superponían: ¿Y qué hago si se despierta de noche... y qué pasa si llora toda
la tarde... y cómo lo tengo que bañar... y si tengo poca leche... y cómo hago para descansar si no
paro en todo el día... y podremos hacer el amor en algún momento..?
Hicimos el cursito de preparación al parto, llenamos nuestra biblioteca de libros sobre el
primer año de vida de los bebes, consultamos a todos los amigos y amigas... pero el día en que el
bebito tuvo su primera diarrea toda nuestra ciencia se nos vino abajo y terminamos llamando
desesperadamente a la abuela...
Esta es la experiencia del aprendizaje, sobre todo la primera vez...
¿Por qué no aplicarlo en el aprendizaje sexual?

Humor

Y ya que aludimos a la abuela, en este aprendizaje desdramatizado, nada mejor que la


receta del buen humor.
La sexualidad no es un drama ni una tragedia ni un capítulo del apocalipsis.
Si es el camino hacia el gozo y la felicidad, encarémoslo desde esa perspectiva.
Seguramente que todos, siendo estudiantes, vivimos aquella tensión que casi se podía tocar con
la mano cuando se nos iba a dar una clase de educación sexual, o se nos hablaba de los peligros y
pecados sexuales.

La misma tensión ante las preguntas de nuestros hijos o cuando tenemos que hablar con
el hijo o la hija adolescente del famoso tema tabú.
El humor es la forma de reímos de nuestros problemas o supuestos problemas; es
encontrarle el lado claro de los conflictos.
El humor es una de mis propuestas en mi libro Papá y mamá me cuentan todo, porque
genera un clima de serenidad, de familiaridad, de credibilidad; porque permite la pregunta,
porque no cierra el tema; porque deja pensando; porque no reprime, no culpabiliza, no tortura.

Sólo el humor nos permite decirles a nuestros hijos los nombres científicos referidos a la
sexualidad, hablar de escroto, de testículos, de la vulva y del coito, para que nos pregunten
después si eso es lo mismo que "otras palabras" que usan en el colegio con los compañeros ... ¿Y
qué palabras?... “Vamos, papi, no te hagas el tonto...”
Humor para hablar del acto sexual sin entrar en esas fatídicas comparaciones con el coito
animal. Humor para recordar cómo fue nuestra supuesta educación sexual, y lo mal que lo
pasamos en nuestra adolescencia o la primera vez que invitamos a alguien a bailar.
Y como adultos, humor para reímos de nuestros prejuicios, de nuestras increíbles
verdades sexuales, de nuestra torturante moralidad.

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La risa y el sexo son una pareja que congenia muy bien, ¿será por eso que abundan tantos
chistes sexuales? ¿O necesitamos de la risa histérica provocada por los chistes porque no
tenemos humor en la vida cotidiana?

Esto nos lleva a una nueva reflexión:

9. La doble moral y el doble mensaje sobre la sexualidad

En el campo de la sexualidad buscar coherencia es casi una tarea imposible.


Cualquier discurso sobre el tema puede significar eso o su contrario.
Se proclama la primacia del amor pero se exige la obediencia y la ley por sobre todo.
Se apela a la conciencia de cada uno menos en el terreno de la intimidad.
Se habla de que somos seres psicosomáticos, pero desconfiamos del cuerpo y
condenamos sus deseos y tendencias.
Se exige madurez y responsabilidad, pero se nos trata como niños diciéndosenos qué
tenemos que hacer, cómo, dónde y cuándo.

La declamación de los derechos humanos es voceada de todas formas, pero se invade la


intimidad de las personas,se manipula el cuerpo de la mujer, se abusa de los mensajes erotizantes
a los jóvenes y a los niños.
Se proclama la igualdad y el respeto en el trato a los semejantes, salvo que no sean tan
semejantes como los homosexuales, o con los que tienen otros criterios sobre sexualidad, o los
que se atreven a tener un pensamiento diferente, o los que postulan una igualdad de oportunida
des en la vida sexual entre varones y mujeres.
Se habla de educación integral del ser humano total, acompañada de un impresionante
silencio sobre lo que realmente les pasa a los educandos, sobre sus experiencias sexuales, sobre
sus problemas y conflictos con sus deseos y necesidades.
Se nos dice que Dios creó a1 sexo como bueno, pero que en realidad es malo; que vamos
a resucitar con nuestro cuerpo, pero que sólo el alma es inmortal pues el cuerpo no tiene nada
que hacer en la otra vida...

En fin, que sería interminable codificar este doble discurso, esta doble moral, esta doble
perspectiva que nos llega desde la sociedad, desde la religión, desde la experiencia de los otros,
desde lo que dicen los médicos, los psicólogos, los sacerdotes y los educadores.
Y en medio de tal confusión, les exigimos a nuestros adolescentes que sean claros y
objetivos...

Bástenos observar la abundante y casi exagerada literatura sexual, tan densa, tan
complicada, tan contradictoria que terminamos como al principio: haciendo como podemos,
esquizofrenizados, tironeados por tantas teorías y verdades, no sobre una ciencia esotérica o de
biología molecular, sino sobre esto tan cotidiano y universal como es la sexualidad.
Y entonces surge un pedido casi dramático del cual me hago eco:
"Por favor, déjennos vivir. Permítannos el mínimo derecho de vivir y de disfrutar de la
única cosa que no se puede comprar ni vender: el amor".
Queremos crear nuestra propia manera de vivir la sexualidad, tenemos el supremo
derecho a una sexualidad creativa, a vivirla y a gozarla, que ya es bastante... Estamos
aprendiendo.

10. La sexualidad, un lugar donde podemos enfermarnos

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Si la sexualidad abarca todo nuestro ser, si forma parte de nuestra misma esencia, si es un
aprendizaje: no nos podremos extrañar que la sexualidad sea un campo en el cual se dan cita
todas las enfermedades y patologías, como asimismo todo tipo de enfrentamientos y conflictos
de relación.
En la sexualidad se expresa todo el comportamiento humano en cuanto de sublime tiene,
pero también en cuanto capaz de generar la destrucción y la muerte hasta sus instancias más
finales.
Al relacionarnos intersexualmente, aparecen todas las variables que hacen tan compleja
nuestra existencia y, por momentos también, tan triste y dramática.

Lo que aparece como diseñado para la comunicación, para el amor, para el respeto y la
intimidad, puede ser distorsionado desde los factores del poder, de la opresión de los otros, desde
la violencia y el desprecio, desde la esclavitud y la manipulación.

Si hablamos de guerras entre los pueblos, hay también guerra entre los sexos; hay
opresión de un sexo por el otro, hay esclavitud sexual, hay prostitución, hay violaciones
sexuales, hay abusos sexuales; hay tortura sexual física, psíquica y moral.
Podemos encontrar la pasión descontrolada y destructiva, crímenes sexuales hasta el
grado de sadismo casi inconcebible por la mente humana, sadismo del que los periódicos se
hacen eco casi todos los días.

Toda regla de relación y respeto humano puede ser violada: incestos, abusos de padres y
padrastos a sus hijos; exhibicionismo sexual; sometimiento a menores a la prostitución;
perversión de menores; trata de blancas, comercio de mujeres, abuso de mujeres, esclavitud de
mujeres.
Discriminación sexual, de mujeres, de homosexuales, de madres solteras, de hijos sin
padres legalizados.
Y lo que era la tierra del amor hacia donde marchábamos, puede convertirse en una
guerra de odios, de insultos, de peleas, de desprecios, de separaciones, de escándalos. Lo que
comenzó ante un altar o en una jubilosa fiesta, puede terminar en los tribunales, con abogados y
testigos, con reproches y acusaciones interminables, con hijos despedazados en sus afectos.
Lo que un día fue felicidad y gozo, de pronto atraviesa una etapa de dolor, de
sufrimientos, de tortura, de soledad.

Ningún adulto se asusta ni extraña de esta negra lista. Simplemente es la realidad, es una
posibilidad que, de una o de otra forma, se nos puede presentar a todos en cualquier momento.
Es lo que nos sucede con nuestra salud física: mientras estamos bien miramos a la
enfermedad desde lejos, es lo que le pasa a los otros. Hasta que llega el día en que caemos
enfermos o sufrimos un accidente, o un virus misterioso tuvo la ocurrencia de anidar entre
nuestras células.

Pareciera, entonces, que el aprendizaje sexual no es tarea tan fácil. En realidad, es tan
fácil o tan difícil, como sea fácil o difícil convivir, relacionamos, formar una comunidad, crear
una sociedad mínirnamente habitable.
Descubrimos que el aprendizaje sexual va más allá del cuidado personal que podamos
tener sobre nosotros mismos; que es una tarea de toda la sociedad, como lo es la convivencia.
Existe la enfermedad en las relaciones humanas; existe la enfermedad sexual.
Es un dato de la realidad. Es un aviso para no ser ingenuos ni incautos.
La relación sexual es algo que hay que cuidar, defender, cultivar.
Reitero: no sólo entre las parejas o dentro de la familia, sino en la sociedad toda.

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Cuando una sociedad vive en un clima de violencia, de guerra, de discriminación, de
opresión... engendra esos mismos episodios en la relación sexual, pues no se trata de dos campos
separados sino de un solo campo.
Basta pensar, para poner un ejemplo actual y conocido por todos, lo que sucedió en la
guerra entre los países de la ex Yugoslavia: guerra, exterminio étnico, violación masiva de
mujeres. Es el dato frío que registra toda la historia humana desde sus orígenes hasta nuestros
días.
O el otro caso siempre de actualidad: cuando reina la desigualdad de clases y el pueblo se
ve sometido a la pobreza y la miseria, entonces aparece la prostitución como fenómeno
sintomático: prostituirse para comer.

Si del campo social y genérico pasamos al marco más estrictamente psicológico, la


patología sexual también es abundante y con infinidad de matices. Podemos así enumerar
sintéticamente:

- Anomalías por inhibición sexual: impotencia amplia o relativa entre los varones,
eyaculación precoz; anorgamia, frigidez y vaginismo, entre las mujeres.

- Anomalías por exceso del apetito sexual, ninfomanía (sexualidad insaciable en la


mujer), falta de control; exhibicionismo; compulsión sexual.

- Anomalías en la elección del partenaire sexual: homoexualidad; indiferenciación


sexual; bisexualidad; travestismo (usar vestidos del otro sexo); transexualismo (adoptar la
postura psicológica del otro sexo).

- Perversiones en relación a objetos sexuales: bestialismo (sexualidad con animales),


fetichismo (placer sexual con ciertos objetos); voyerismo (placer en la visión de situaciones
sexuales); coprofilia (excitación sexual ante funciones excretoras); necrofilia (sexualidad con
muertos).

- Sexopatías: violaciones (Según encuesta fidedigna realizada en Londres en 1985, el 17


por ciento de las mujeres admitió haber sido violada; pero sólo el 8 por ciento hizo la denuncia
policial), pederastia; masoquismo (placer en el sometimiento y en el dolor) y su opuesto, el
sadismo.

Los libros especializados hablan largamente de estos problemas; en tanto, médicos,


psiquiatras y psicólogos buscan las fórmulas para subsanar estas situaciones, algunas de las
cuales lindan lo criminal y requieren la intervención de la policía.
Algunas de estas situaciones anómalas no son tan graves, suelen ser frecuentes en la
mayoría de las personas y desde tratamientos adecuados se consiguenbuenos resultados. Así con
estados pasajeros de impotencia o inapetencia sexual, donde los factores psicológicos, anímicos
y sociales pueden generar cierta angustia que inhibe sexualmente.
Lo mismo sucede con las dificultades orgásmicas en la mujer.

En otros casos, los factores educativos y religiosos refuerzan ciertas tendencias, inhiben o
distorsionan la vivencia sexual. Problemas de inhibición, fobias sexuales, exceso de culpa,
represión, a los que damos el nombre genérico de “neuróticos”, son prácticamente una constante
en nuestra sociedad.

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Otras patologías entran de lleno en el campo psiquiátrico, son de una etiología más
complicada, no excluyéndose cierta tendencia innata, y son de más difícil tratamiento y
pronóstico.
A menudo inciden factores hormonales, neurológicos o biológicos, que se suman a los
psicológicos o ambientales.

Enfermedades sexuales somáticas

La sexualidad, expresión de todo el cuerpo, adolece también de una amplia gama de


patología específica por contagio sexual como la sífilis, la gonorrea, el herpes y, últimamente la
aparición del Sida con su secuela de muerte y miedo.
La sexualidad hay que cuidarla, como hay que cuidar la vida porque su relación es
íntima. El Sida en nuestro tiempo (como antes fue la sífilis) es un signo patológico de la estrecha
relación entre la sexualidad y el cuerpo como totalidad: puede conducir a la vida o a la muerte. Y
no es una metáfora.

Hoy tomamos conciencia de que en nuestra sociedad la relación sexual no es un acto


ingenuo e inofensivo. Este solo pensamiento nos molesta, pero es una realidad. Y mientras la
ciencia busca la fórmula curativa, cada uno debe utilizar la fórmula preventiva porque el valor de
la vida está por encima de cualquier otra consideración: es nuestra vida y la vida de los otros.

Una vez más, no hagamos de la sexualidad un capítulo aparte. El dilema no es decirle sí o


no a los preservativos. El dilema es decirle sí o no al amor a uno mismo ("ama a tu prójimo
como a ti mismo") y al respeto y amor al otro.
El hombre y su vida están por encima de cualquier otra ley, aun la sagrada ley del sábado
emanada del mismísimo Decálogo.
¿Diremos ahora reviviendo el espíritu farisaico que el hombre y su vida valen menos que
esta o aquella técnica profiláctica? Si utilizamos toda la ciencia médica para prevenir la muerte
de nuestro perrito o de los vacunos de nuestros campos, ¿nos escandalizaremos porque alguien
está previniendo su propia muerte o la muerte de su prójimo?

Como toda situación límite, también la del Sida cuestiona nuestra coherencia con los
principios declamados: ¿Creemos realmente que somos un cuerpo viviente sexuado? ¿Creemos
realmente que la vida, el máximo don de Dios para los creyentes, merece todo nuestro cuidado y
que está por encima de cualquier otra preocupación? ¿Creemos realmente que todo el ser
humano se expresa en su sexualidad y que cuidar la sexualidad es cuidar al ser humano?
Desde ya que la sexualidad no requiere solamente del cuidado físico, pero lo incluye
justamente porque el ser humano-psíquico-corpóreo es una unidad.

Para los cristianos: ¿No curó Jesús a la hemorroísa que llevaba doce años su enfermedad
sexual a cuestas?" (Lucas 8, 43-49)... Y no era el Sida.
¿No curó a un paralítico violando la ley sagrada del sábado, porque más importante es
"salvar una vida" (Lucas, 6, 6-11) ¿Y a aquella «hija de Abraham, aprisionada durante dieciocho
años" por su columna torcida? (Lucas 13, 10-17) ... Y no era el Sida.
Así, pues, Ia ley ha sido hecha para el hombre y no el hombre para la ley" (Marcos 2,
27).

Cuánta razón tuvo Jesús cuando, al referirse a la relación entre la ley y el hombre, dijo:
“Si pudieran comprender lo que significa: ‘Misericordia quiero y no sacrificios’, no condenarían
a los inocentes” (Mateo, 12, 7).

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¿Condenaremos a tantos inocentes que con un corazón compasivo (Misericordia es una palabra
latina compuesta miser-cor, que significa: coraz6n que se compadece:'Misereor', en latín: me
compadezco) hacia si mismos y hacia los otros preservan el don de la vida?

Concluyamos, entonces: si la sexualidad es un lugar donde puede darse todo tipo de


patologías, incluso mortales, también es un lugar para el cuidado de la salud, tanto social, como
psicológica y física.
Por eso la sexualidad es creativa: porque cada día hay que recrearla, cuidarla, protegerla
y sanarla.

11. La sexualidad: un lugar para todas las formas maravillosas de vivir

El ítem. anterior nos pudo dejar cierto sabor amargo y no faltará quien piense: Si es así y
hay tantos riesgos, quizá lo mejor sea vivir solo y dejar la sexualidad para una circunstancia
mejor...
Pero, afortunadamente, en este campo nos pasa como con las noticias de los periódicos:
nos pueden dejar la sensación de que lo único que sucede en el mundo son conflictos, guerras,
asesinatos y asaltos, amén de un poco de deporte y noticias necrológicas. Porque lo que los
periódicos no cuentan es esa vida que continúa, que no es noticia porque no se sale de la
normalidad esperada.
Algo similar sucede con la sexualidad: ella es el lugar donde se van a dar y efectivamente
se dan todas las formas más maravillosas de encuentros personales, las formas más sublimes de
amor, de ternura, de afecto, de solidaridad, de altruismo, de entrega, de creatividad.

Sea que tomemos la sexualidad en su sentido amplio (relación con personas de otros
sexos, experiencia del propio cuerpo), sea que la tomemos en un sentido más estricto
(enamoramiento, amor, relación genital, orgasmo), sea que la vivamos en pareja estable, u
ocasional, como novios o como casados:
qué mundo impresionante de novedades, de expectativas, de fantasías hermosas que se
van cumpliendo, de proyectos que se van concretizando.
Y cuántos momentos felices, cuántas experiencias fascinantes: el primer beso, aquella
salida en que revelamos un sentimiento de amor, las primeras caricias, la primera vez que nos
desnudamos, la primera relación genital.
Y ese recordar todo el día a la persona amada, las llamadas por teléfono, el estudiar
juntos, el preparar el casamiento.
La sensación de que no estamos solos, de que alguien nos ama, de que somos personas
queribles, de que valemos. Descubrir nuestra capacidad de amar, de entregamos, de cuidar a otra
persona, de sentirla dentro de nosotros.
Y desde esas experiencias, descubrirnos a nosotros mismos, cómo somos, cómo
sentimos, qué sentimos. Aprender a expresar sentimientos, a hablar de nosotros mismos, a
escuchar, a comprender, a consolar, a sentimos consolados.
Y ver cómo la vivencia sexual nos cambia, nos modifica,nos recrea.
Entonces nos entroncamos con la antiquísima sabiduría que nos llega desde la India
lejana y que pasa por tantas culturas: que la sexualidad es una fuerza, es energía, es mucho más
que un acto o una tendencia. Que es vida, que es la forma plena de vivir; que es lo que nos hace
varones o mujeres, hombres en todo el sentido de la palabra.

Y seguir paso a paso, día a día toda la evolución de nuestra sexualidad: el


descubrimiento de nuestro cuerpo, sentimos enamorados, amar, sentimos trascendidos a nosotros
mismos en una unión que parece casi infinita, casi divina, llena de magia y de hechizos.

73
Entonces llega la experiencia suprema del orgasmo, mucho más que un placer puramente
físico, una especie de éxtasis oceánico -como se lo ha llamado- un trasportarnos a un mundo
nunca soñado, indescriptible. ¿Somos hombres, somos dioses, qué es esta extraña y fascinante
sensación?

Y el amor que se prolonga en días y días, en meses y años. Ahora "somos": somos una
pareja, somos la unión de lo masculino y lo femenino; somos algo que ha sido creado de nuevo,
y somos lo que crea cosas nuevas.

Surgen los proyectos; el hijo, un tercero que se nos instala en el medio y que nos recrea
como familia...

Desde donde todo adquiere sentido

¿Qué serían el amor, la comprensión, la entrega, el cariño, la compañía, la donación, la


felicidad si no emergieran de la relación de los sexos y de la experiencia de nuestra sexualidad?
Palabras huecas, meras abstracciones, definiciones del diccionario.
En la vivencia de la sexualidad plasmamos nuestros conceptos, los hacemos experiencia,
les damos sentido, descubrirnos su auténtico valor.
Allí nos definimos como seres humanos, allí asumimos nuestro cuerpo, allí nos sentimos
seres pensantes, síntientes y amantes.
La experiencia del amor sexual va plasmando el sentido de nuestra vida, su orientación,
su razón de ser: hacemos por amor, pensamos con amor, vivimos del amor. Y descubrimos que
no son frases hechas, no son meros deseos... que es una realidad que la palpamos dentro de
nosotros y en el otro.

Entre tanto los creyentes religiosos descubren otra dimensión de su fe, de su credo, de su
imagen de Dios, de su presencia en el mundo: Dios no está fuera del amor, es amor; lo
conocemos en nuestra experiencia del amor, está donde hay amor:
"El amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Uos y conoce a Dios. Dios es
Amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él". (Primera carta de Juan
4, 7. 16.)

Es el Dios del fuego, del calor, de la intimidad, de la libertad, de la sonrisa, del placer. El
Dios que está adentro, la esencia misma de la vida.

La sexualidad como sabiduría: como un disfrute del cuerpo, de las cosas; como un
conocimiento de uno mismo,del otro; como una aventura, como una constante novedad, como un
juego que se renueva y se trasciende.
La sexualidad como fiesta, como celebración, como ritual de la vida. Algo que los
antiguos cultos religiosos descubrieron como el verdadero camino de la gnosis, del
conocimiento, de la verdad, de la verdadera realidad.
Sexualidad como sabiduría, como fiesta, como intimidad, como reposo, como
contemplación.

El silencio que produce la experiencia sexual, el quedarse sin palabras no porque no haya
nada que decir sino porque todo está dicho.
Y la mirada de los amantes: la silenciosa mirada en los ojos, el sentir que se dicen todo
sin decirse nada, el saberse que se están tocando la punta del alma, que están juntos aun cuando
estén separados. Que son uno, pero cada cual es "sí mismo".

74
La experiencia de la unidad, la antigua búsqueda de todas las culturas: unir lo que está
separado, encontrar la perfección uniendo las partes complementarias, cerrar el círculo de la
vida. Es la experiencia del Tao en los chinos, de la iluminación interior de los hindúes, de la
androginia original, del misterio de los griegos, de la unión mística de judios y cristianos.
Desde esta experiencia comenzamos a comprender todas las culturas, la búsqueda
humana por milenios, las
grandes filosofías, los movimientos espirituales que crearon nuevas culturas y que
revolucionaron la historia.
Desde allí nos sentimos conectados a la larga evolución del cosmos, a la filogenia, a la
antropología, a la historia humana.
Desde allí nos sentimos hermanados con las plantas, con los animales, con el surgimiento
de las estrellas, con el nacimiento de la vida en las cálidas aguas primigenias. Desde allí nos
identificamos con el Sol o con la Luna, con Marte o con Venus, con Saturno o con Júpiter; con lo
brillante y con lo oculto, con la fuerza y con la ternura, con lo rígido y con lo flexible.
Es lo masculino y lo femenino presentes en toda la creación, en todas sus
manifestaciones, en todos sus gestos, en todos sus colores, en sus planetas, en todos los seres
vivientes.
Desde la sexualidad nos sentimos una síntesis del universo: materia y energía, cuerpo y
mente, gesto y palabra, movimiento hacia afuera y hacia adelante, y movimiento hacia dentro.
Penetrar y ser penetrado; engendrar y dar vida...

Y damos cuenta, amigos lectores, de que todo esto no es un discurso, no es una reflexión
cerebral, no es una fantasía ociosa.
El amor sexual es como un bosque milenario en el que nos adentramos y cada uno
descubre ese algo misterioso que va cobrando vida desde nuestro contacto: se hace sonido
cuando lo escuchamos, color cuando lo miramos, ruido al pisar sus hojas secas o cuando sopla el
viento. Lo olemos, lo palpamos, miramos hacia arriba y hacia los costados. No hay un solo
instante en que sea igual a sí mismo: segundo a segundo se transforma, desde la luz, desde la
emergencia de un hongo, de una flor o de un fruto, o desde la presencia de una tormenta.
Lo sentimos vivo en el canto de los pájaros, en sus infinitas tonalidades de verdes,
amarillos, anaranjados, violetas... No hay nada rígido en él, nada estático, nada cuadrado.
Su infinidad de elementos se combinan en un todo, el bosque, renovándose siempre,
naciendo desde la tierra, sin estridencias ni voces de mando...
Simplemente allí está, naciendo siempre y proyectándose hacia arriba.
El bosque que se recrea... sexualmente, con esa sexualidad espontánea, casi mágica.

Así cada ser humano caminará haciendo su propia experiencia, cada uno expresará esa
experiencia a su manera, y cada uno terminará diciendo que en realidad no puede expresar todo
lo que vive, que es inefable.
Porque sólo el que la vive la puede sentir y dimensionar.
Es la sexualidad creativa y creadora.
Para vivir y gozar... que ya es bastante.

75
CAPITULO V
LA SEXUALIDAD EN LA BIBLIA

En todos los países del área occidental la vivencia de la sexualidad estuvo y está
condicionada por el factor religioso judeocristiano. Esto no sólo lo vio Freud en su momento,
sino que es una experiencia que recogen todos los psicólogos y quienes de una u otra forma se
aboquen al problema sexual de nuestra cultura, sean creyentes o no, tengan pacientes de práctica
religiosa o indiferentes.
Esto quiere decir que hay una íntima relación entre nuestra imagen y praxis de la
sexualidad y las ideas religiosas del judeocristianismo.
Lamentablemente en nuestras universidades no se hace un estudio a fondo, ni mucho
menos, sobre esta situación tan particular. En la literatura sexual tampoco se da una buena
información sobre un tema que es de interés primordial a la hora de entender por qué hemos
tenido y tenemos en nuestra cultura tantos problemas con la sexualidad.

Lo que en cambio sucede, tanto en las universidades como en la literatura, es que se


manejan con generalidades tales como:
“La Biblia está en contra del sexo... la Biblia cóndena la masturbación y las relaciones
prematrimoniales... Cuando llegó la Biblia el sexo sólo quedó reducido a una función
procreativa...”.
Estas y otras similares, también repetidas por los mismos dirigentes religiosos, están
plagadas de falsedades y distorsiones, nunca analizadas y cuestionadas. Como lo iré mostrando
en este capítulo, ninguna de las frases arriba señaladas es exacta.

Al mismo tiempo se cometen dos errores garrafales:

El primero, pensar que la Biblia es un código de moral absoluta escrito de una vez y
para siempre. En realidad la Biblia es, fundamentalmente, un conjunto de libros escritos entre los
siglos VIII y I antes de Cristo que narran la historia del pueblo hebreo, sus ideas religiosas y sus
avatares. Se trata de una historia que abarca dos mil años, desde Abraham (1800 aC.) hasta fin
del siglo primero de nuestra era con la predicación de Jesús y el inicio del cristianismo.
Por lo tanto, en estos dos mil años existe una verdadera evolución histórica y religiosa,
hubo profundos cambios culturales, y en lo que respecta a la sexualidad, tema que nunca tuvo
mucha importancia en la Biblia, hay opiniones e ideas muy variadas y contrarias, conforme
avanzaban los siglos y se producían los cambios.

Nunca podemos decir: "La Biblia dice que..."; en todo caso, que en la Biblia se afirma tal
cosa, pero también tal otra ... en tal época se vivía de esta forma, en tal otra de otra..., tal libro
dice que... y tal profeta, en cambio, afirma que...
Sería algo similar a la historia de la Iglesia cristiana: son justamente veinte siglos, donde
también hubo una impresionante evolución, cambios, rupturas, nuevos pensamientos espirituales,
cismas. Algo muy similar a los otros veinte siglos de la historia antes de Cristo.
Por tanto, la Biblia no está escrita por alguien o por una institución -como podría ser un
Concilio o un conjunto de teólogos- para dejar un tratado de dogma y de moral. La Biblia es un
conjunto de libros que recogen una experiencia vivida, donde hay leyes, por cierto, pero
fundamentalmente una historia viva y dinámica, con todas las contradicciones y polémicas del
caso.

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Precisamente en este capítulo, que es un resumen de un extenso libro que estoy preparando sobre
sexualidad y erotismo en la Biblia, haremos un recorrido histórico para mostrar la evolución y
las variables de la mentalidad de la Biblia sobre la sexualidad. (Santos Benetti, amén de
psicólogo y pedagogo reconocido en nuestro medio, es un experto biblista y conocedor de la
historia de las religiones y de la mitología, licenciado en filosofía v teología, con numerosas
publicaciones en Europa, Argentina, Brasil y México. (Nota de la Editorial)).

El segundo error consiste en pensar que todas las ideas religiosas de Occidente, en
especial las cristianas, son exclusivas de la Biblia. En realidad la Biblia es su raíz, pero después
hubo importantísimas influencias del pensamiento griego, de la gnosis y de los maniqueos, de las
culturas de los pueblos bárbaros, del aristotelismo y de la cultura árabe, del renacimiento, etc.,
etc. En muchos casos incluso hubo una verdadera contradicción entre el pensamiento bíblico y
las nuevas ideas.
Y es en el terreno sexual donde más se nota esta influencia y esta contradicción, porque
como lo expondremos en este capítulo, toda la fobia contra el sexo tan característica del
cristianismo no le viene básicamente de la Biblia sino del gnosticismo, en especial, del
maniqueísmo.
Por eso en este capítulo abordaremos el pensamiento bíblico sobre la sexualidad,
observando después las nuevas variables ideológicas que se superpusieron en los primeros siglos
del cristianismo.

Cuanto llevamos dicho más mi experiencia terapéutica con pacientes cristianos, judíos,
agnósticos y ateos, tanto en la Argentina como en España, me llevaron a realizar un profundo y
casi exhaustivo estudio del pensamiento bíblico sobre la sexualidad, precisamente para
comprender cómo se fue formando en la cultura de Occidente este sustrato ideológico sobre la
sexualidad, y el por qué de este profundo conflicto entre la sexualidad y la religión
judeocristiana.
Creo que es un tema de interés, no sólo para los psicólogos, sino para todos en general,
ya que la única forma de resolver un problema es comprenderlo en todas sus instancias, sobre
todo en sus causas y orígenes.

1. La sexualidad en la época patriarcal

La historia bíblica nace con el Padre del pueblo hebreo, Abraham, 1800 años antes de
nuestra era. Este primer período está caracterizado por el sistema patriarcal y por la vida
seminómada, aunque se observan vestigios de matriarcado, típico de la era anterior.

Como sucede en general en la Biblia, la sexualidad no es un problema en el sentido


moderno de la palabra: la Biblia recoge costumbres de la época y las asimila, con un código
realmente mínimo, también recogido de otros pueblos.

El matrimonio no se realizaba por mutuo consentimiento de los contrayentes, algo que


sucederá muchos siglos después especialmente por influencia romana, sino que era un contrato
entre los padres, o si se prefiere, entre las familias. Casi podemos decir que se casaban las
familias por mediación de sus cabezas patriarcales. La mujer era entregada por su padre a
cambio de una dote que sólo sería devuelta en caso de divorcio.

El matrimonio era poligámico, con el sistema de una esposa principal y otras concubinas.
La poligamia era el sistema natural de matrimonio semita, tomará gran auge en la época de los

77
reyes, especialmente con Salomón, y en realidad nunca fue condenado ni en el Antiguo ni en el
Nuevo Testamento.
Dentro del judaísmo irá desapareciendo por muerte natural, sobre todo a partir del siglo V
aC., sea por motivos económicos (la poligamia era un privilegio de los ricos y un signo de
prestigio) sea por motivos de fe, ya que en general las concubinas eran paganas. Cuando el
judaísmo, para preservarse a sí mismo, prohíbe terminantemente el matrimonio con mujeres no
judías después del Exilio, en realidad también le dio un golpe mortal a la poligamia.
Pero en los siglos anteriores tener numerosas mujeres y muchos hijos era considerado
como un signo de bendición divina.
Por eso uno se sorprende cuando todavía hoy se habla dentro de las Iglesias de que el
matrimonio monógamo es “de ley natural”, como si casi toda la Biblia estuviese en contra de la
ley natural.
El tema de la procreación de muchos hijos era el problema principal de aquella época en
lo que al matrimonio se refiere. Las incipientes tribus necesitaban sobrevivir al hambre, las
enfermedades y las guerras de exterminio con los pueblos vecinos. Entonces, tener hijos,
especialmente varones, era la verdadera ley del matrimonio, al punto tal que una mujer estéril
podía darse por despedida; amén de que eso le significaba la peor de la humillaciones.
La Biblia recoge el caso de numerosas e importantes mujeres estériles: Sarai, la esposa de
Abraham, nada menos que el padre del pueblo hebreo; Raquel, la esposa amada de Jacob; Ana,
la que sería madre de Samuel, etc.
En todos estos casos los respectivos maridos eran polígamos.

Como se daba por descontado que la falta de hijos era exclusiva responsabilidad de la
mujer, todo el peso de la responsabilidad y de la humillación recaía en la mujer. No hace falta
recordar que el óvulo femenino recién es descubierto hacia 1830, mientras que la esterilidad
masculina sólo en nuestro siglo. Se daba entonces por sentado que, si hubo emisión de semen, la
responsabilidad de la procreación era exclusiva de la mujer.

Cómo resolver la esterilidad.

¿Cómo se podía resolver el problema, sobre todo cuando la mujer era amada por su
marido y éste no deseaba divorciarse?
Por un método que hoy llamaríamos “alquiler de vientre de esclava”.
Tenemos el caso de Abraham quien, habiendo recibido de Dios la promesa de que sería
padre de un numeroso pueblo, se encuentra con que “Sarai, su mujer, no le había dado ningún
hijo. Pero ella tenía una esclava egipcia llamada Agar. Sarai dijo a Abram: ‘Ya que el Señor me
impide ser madre, únete a mi esclava. Tal vez por medio de ella yo pueda tener hijos.’ Y Abram
accedió al deseo de Sarai”, dice textualmente el capítulo 16 del Génesis.

Aún más significativo es el caso de Jacob a quien su tio Labán obligó a casarse con su
hija mayor Lía, si quería tener por esposa a Raquel, la menor, y de la cual estaba realmente
enamorado. (Génesis, cap.29).
Mientras que Lía le daba hijos, Raquel era estéril: “Cuando Dios vio que Lía no era
amada, la hizo fecunda, mientras que Raquel permaneció estéril”...
Entonces “al ver Raquel que no podía dar hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana y le
dijo a Jacob: ‘Dame hijos porque si no me muero’. Pero éste, lleno de indignación le dijo:
‘¿Acaso yo puedo hacer las veces de Dios, que te impide ser madre?’.
Entonces Raquel añadió: ‘Aquí tienes a mi esclava Bilhá. Unete a ella y que dé a luz
sobre mis rodillas. Por medio de ella, también yo voy a tener hijos’.

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Así le dio por mujer a su esclava Bilhá. Jacob se unió a ella, y cuando Bilhá concibió y
dio un hijo a Jacob, Rauel dino: ‘Dios me hizo justicia. El escuchó mi voz y me ha dado un hijo’.
Por eso lo llamó Dan”.
Posteriormente Bilhá le da otro hijo, Neftalí. Tiempo después tampoco Lía podía tener
más hijos, y entonces por medio de su esclava Zilpá le da a Jacob otros dos hijos, Gad y Aser.
Para completar esta historia más que apasionante, digamos que finalmente Raquel tuvo dos hijos
propios, el primero fue José; el segundo fue Benjamín, en cuyo parto murió en las cercanías de
Belén. (Ver el relato por extenso en el cap. 30 del Génesis).

Todo esto es un buen ejemplo acerca de lo que hemos afirmado en varias oportunidades:
que la ética sexual es relativa a un contexto cultural. Es evidente que la Biblia aprueba este tipo
de conducta y resuelve el problema de la falta de hijos por un método que hoy ninguna autoridad
religiosa, y posiblemente ninguna esposa, estarían dis puestos a aceptar.
Ejemplo claro de que nuestros esquemas mentales sobre el sexo tienen muy poco que ver
con los de aquella época.
También es interesante observar la frase: “Sarai, Raquel... no le dio hijos a su esposo...”,
frase que revela el rol de la esposa mucho más al servicio de la supervivencia del clan patriarcal,
y el punto de vista siempre masculino con que se mueve toda la Biblia.

Pero nos resulta muy moderno el criterio de que, aun cuando el hijo venga de la esclava,
al darlo a luz sobre las rodillas de la esposa legal, ésta tomaba al hijo en adopción y lo
consideraba como propio.
Si judíos y cristianos, que consideran a estos textos bíblicos como inspirados y revelados
por Dios, los aplicaran al pie de la letra (poligamia, esclavitud, alquiler de vientre) provocarían
una auténtica revolución sexual y matrimonial.
Sin embargo el Catecismo Católico de reciente aparición, no sólo condena como inmoral
el alquiler de semen de un varón distinto del de la pareja para la inseminación artificial en casos
de comprobada esterilidad, sino que afirma:
“Practicadas estas técnicas dentro de la pareja, son quizá menos perjudiciales, pero no
dejan de ser moralmente reprobables, porque disocian el acto sexual del acto procreador”.
("Catecismo de la Iglesia Católica", nro. 2377.)

La ley del levirato

El libro del Génesis que relata la historia patriarcal nos trae otros ejemplos de cómo la
sexualidad se manejaba por cánones que han escandalizado a más de un teólogo y moralista
cristianos, milenios después.
Un caso es el de Tamar, nuera de Judá. Al morir su esposo Er, por la ley del levirato que
regirá la vida matrimonial de los hebreos a lo largo de los siglos, su cuñado estaba obligado a
casarse con ella para darle descendencia al hermano muerto. Judá obliga a Onam a hacerlo, pero
éste, por posible rivalidad con su hermano, se niega a darle hijos a Tamar, derramando el semen
en la tierra, dice el texto sagrado, o sea, practicando el coito interrupto.
Entonces Dios castiga con la muerte a Onam.
Jacob, al ver que ya perdió dos hijos con Tamar, retrasa a propúsito la entrega de su
tercer hijo, por la ley del levirato, a Tamar. Entonces ésta, se disfraza de prostituta y, con.el
rostro velado, incita a Judá cuando éste venía por un camino. Tienen relaciones y Tamar queda
embarazada, desconociendo Judá la realidad de la historia. Cuando le informan que su nuera está
embarazada, pensando obviamente que cometió adulterio -pues era la prometida de su tercer
hijo- la manda matar en la hoguera, de acuerdo con la ley que regirá siempre en el judaísmo de
pena de muerte a las adúlteras.

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Mientras Tamar es conducida a la hoguera, le hace saber a Judá quién es el verdadero
padre.
Judá salva a Tamar de la muerte y, reconociendo que todo se debió a su culpa de no
haberle dado el tercer hijo a Tamar, dice textualmente:
"Ella es más justa que yo, porque yo no le di a mi hijo Selá". (Ver el texto completo en el cap. 38
del Génesis.)

Acotemos lo siguiente: cumplir la ley del levirato es más importante que cualquier otro
aspecto, incluso que la "picardía" de Tamar de engañar a Jacob, hacerse pasar por prostituta y
realizar un incesto. (De este incesto nacen dos mellizos: Fares y Zéraj. Según el evangelista
Mateo, Jesús desciende por línea directa de Fares (Mateo 1, 3).)

El acto sexual en sí mismo, el coito, no es visto como algo particularmente grave ni tiene
para nada esa connotación de algo sucio y reprobable que tendrá después en la cultura cristiana
occidental. Lo que sí se busca es que esté al servicio de ciertas leyes o necesidades de la época:
fertilidad y fidelidad.

Onanismo

Con respecto a Onam, es curioso que se utilizará su historia para "demostrar" que la
masturbación está prohibida por la,Biblia, cuando el mismo texto bíblico afirma que su pecado
es contra la ley del levirato, ni siquiera por el hecho de hacer coito interrupto.

El pecado de Onam no tiene nada que ver con la masturbación ni con la prohibición de un
método anticonceptivo: basta la honestidad profesional de leer el texto bíblico para comprobarlo:
“Judá dijo a Onam: 'Unete a la viuda de tu hermano Er, para cumplir con tus deberes de
cuñado y asegurar una descendencia a tu hermano. Pero Onam, sabiendo que la descendencia no
le pertenecería, cada vez que se unía con ella, derramaba el semen en la tierra para evitar que su
hermano tuviera descendencia. Su manera de proceder desagradó a Dios que lo hizo morir a él
también” (38, 7 10).

Por tanto 0nam peca contra el derecho de su hermano a tener descendencia (derecho
fundamental en estos pueblos), aspecto este que el relato lo repite con insistencia, pues se trataba
de una ley importante dentro del judaísmo, ley que obviamente tenía sus resistencias a la hora de
ser cumplida.
Por eso, en la introducción de este apartado, he aludido a la ligereza con que se dicen
cosas de la Biblia, y ahora agrego: no podemos leer la Biblia desde nuestra mentalidad
pretendiendo que diga lo que nosotros pensamos. Es al revés de cómo debe leerse un libro:
comprenderlo desde su mentalidad y desde su contexto. Este es el sentido de la exégesis
hermenéutica.
Si no estamos de acuerdo con la masturbación o con el coito interrupto (ambas cosas
llamadas comúnmente por los moralistas "onanismo") estamos en nuestro derecho, pero no
utilizando o manipulando los textos bíblicos para esos fines.
A esto llamo honestidad profesional. El mismo criterio vale, desde ya, para la poligamia
y demás instituciones y leyes bíblicas.

Otro caso que escandaliza a nuestras mentes es el de las hijas de Lot, sobrino de
Abraham. Las dos mujeres veían que crecían, no tenían pareja y tampoco hijos. Entonces traman
emborrachar al padre en dos noches sucesivas y acostarse con él. Y el texto agrega literalmente:
"Así,por medio de nuestro padre tendremos descendencia". (Génesis 19, 30-38)

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Así lo hacen y nacen sendos hijos que el autor judío considera como padres de dos
pueblos enemigos, de los hebreos: moabitas y amonitas. Se trata de un cruel sarcasmo del autor
bíblico.
Pero una vez más descubrimos hasta qué punto la descendencia es un criterio casi
absoluto.

Supremacía de la hospitalidad

También la hospitalidad es algo superior a ciertos criterios sexuales. El mismo capítulo


19 del Génesis lo revela: mientras Lot está con su mujer y sus hijas en Sodoma, recibe la visita
de dos ángeles en forma de hombres quienes le anuncian el pronto castigo de Sodoma por sus
abominables pecados. Por la noche los sodomitas cercan la casa de Lot y le exigen la entrega de
los dos hombres para tener relaciones sexuales con ellos. Lot se opone porque eran sus
huéspedes, pero les propone a los sodomitas entregarles a sus hijas a cambio:
"Pues yo tengo dos hijas que todavía son vírgenes. Se las traeré y ustedes podrán hacer
con ellas lo que mejor les plazca. Pero no hagan nada a estos hombres, ya que se han hospedado
bajo mi techo".
Felizmente para las pobres hijas, los sodomitas no aceptan, aunque tampoco logran forzar
la puerta de la casa.

Cualquiera de nosotros, sobre todo si es padre, seguramente no estará de acuerdo con esta
ley patriarcal: que es preferible la violación de las hijas a faltar a la ley de la hospitalidad. Pero
es sólo un ejemplo más que sobre la sexualidad, como solemos decir, "no hay nada escrito".

Con tal de salvar la vida...

Y por si no bastaran los ejemplos anteriores para que comprendamos cuánto influye cada
cultura en las costumbres y normas sexuales, tenemos otro caso más que interesante de Abraham
y Sarai. En una de sus correrías ambos esposos van a Egipto. Pero Abraham, al ver que su esposa
era muy bella y que esto provocaría su muerte a manos egipcias para quedarse con su mujer, le
hace a su pareja lo que hoy -recordando el título de una sonada película- llamaríamos "una
propuesta indecente". Efectivamente, Abraham le propone a su esposa que se haga pasar por
hermana suya y que acceda a mantener relaciones sexuales con los egipcios "así yo, gracias a ti,
seré bien tratado y salvaré mi vida". Sarai acepta y termina en el harem del faraón, mientras
Abraham hace prósperos negocios. Finalmente el faraón descubre la verdad, reprocha a Abraham
su engaño y deja partir a la pareja. (El episodio es narrado en el cap. 12 del Génesis.)
Curiosamente Abraham reincide en su propuesta indecente, tiempo después, con el rey
Abimelec. (Episodio narrado en el cap. 20 del Génesis.)
En ambos casos Dios, según el relator bíblico, decide castigar al faraón y al rey Abimelec
por lo que estaban haciendo, mientras que Abraham no recibe ninguna sanción.

Todos estos episodios narrados con la mayor frescura y naturalidad por el autor sagrado
nos muestran casi hasta el escándalo que las normas sexuales que encontramos en la Biblia
emergen del contexto cultural semita. El texto en forma explícita no hace comentarios sobre la
moralidad de tales conductas, entre otros motivos, porque los autores bíblicos no tenían nuestros
prejuicios con respecto a la sexualidad; en todo caso, tenían los de su cultura.
Todavía hoy recuerdo a aquel paciente musulmán al que atendí en España, quien no
podía comprender cómo los occidentales podíamos vivir con una sola mujer...
Sabido es que el Islam permite tener hasta cuatro mujeres, un signo muy especial de
bendición de Alá y, desde ya, de un buen nivel económico.

81
Y hablando de preconceptos, uno de ellos es el relacionado con la estructura totalmente
masculina (o machista) en desmedro de las mujeres. En esto el mundo bíblico no se diferencia de
los demás pueblos semitas y no semitas de la antigüedad hasta nuestros días.
Los hebreos tenían un Dios antropomórficamente masculino, desconociendo deidades
femeninas, lo que configura un criterio inamovible: toda la vida es vista desde los ojos del varón,
siendo varones todos los redactores de la Biblia.
Pero es interesante observar que en la época patriarcal, las esposas de los grandes
patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, todavía mantienen restos del antiguo esplendor femenino de
la época matriarcal.
Ya vimos con qué liberad se maneja Sara, la misma que al ver que su esclava Agar pudo
tener un hijo, Ismael (el padre de los árabes), obliga a Abraham a que despida a
ambos y los lance al desierto donde estuvieron a punto de
morir de sed, en uno de los relatos más duros del Génesis. (Capítulo 16 del Génesis).

Con mayor soltura y fuerza se maneja la esposa del débil Isaac, Rebeca, la madre de los
famosos gemelos Esaú, el primogénito, y Jacob.
Como Isaac tenía predilección por Esaú, Rebeca -cuyo preferido era Jacob- trama con
éste un engaño a su ciego esposo para que la bendición por la primogenitura recaiga sobre Jacob.
Así sucede. Cuando Esaú descubre el engaño, es la propia Rebeca la que ayuda a Jacob a
escapar de la muerte y refugiarse en Mesopotamia, donde contraerá matrimonio con Lía y
Raquel. (Ver estos relatos en los capítulos 25 y especialmente 27 del Génesis).

2. La sexualidad bíblica en Canaán: época de los Jueces y de la Monarquía

Las tribus hebreas, a partir de los últimos años de Jacob, se instalan en Egipto donde
permanecerán unos cuatrocientos años. Tras una primea etapa de convivencia pacífica,
terminarán esclavizados y sometidos a trabajos forzosos.
Hacia el año 1200 aC. Moisés logra imponer el éxodo y la fuga, encaminándose hacia
Canaán a través del desierto. Según los textos llegan a penetrar en la "tierra prometida" cuarenta
años después, conducidos por Josué.
Allí se instalan, no sin continuas guerras con los pueblos cananeos y filisteos, y, tras estar
un tiempo desperdigados, cada tribu por su lado, ocasionalmente regidos por los Jueces,
finalmente hacia el año 1000 se instala la monarquía, primero con Saúl, y después con David y
Salomón que consiguen la unidad de todas las tribus en un solo reino.
Tras la muerte de Salomón, las tribus del norte se sublevan por los pesados impuestos y
se separan, instaurando el reino de Israel. Las dos tribus del sur, Judá y Benjamín, constituyen el
reino de Judá, teniendo a Jerusalén por capital. Ambos reinos sucumben, primero el de Israel, a
manos de los asirios hacia el 730; y dos siglos después, el de Judá, a mano de los babilonios en el
587.

La nueva situación: hacía el sincretismo con los cultos cananeos

Este extenso período, entre el 1230 y el 600 aC., tendrá características muy diferentes de
las de la etapa anterior ya que las tribus seminómades a quien Moisés impuso un Dios único
(Yavé) y un culto monoteísta más espiritualizado y con una moral (el Decálogo) más severa que
la de los pueblos vecinos, se encontrarán de pronto con una nueva cultura, la cananea, muy rica
en sus expresiones, con una monarquía bien organizada, con ciudades fortificadas, con cultivos
agrarios y, especialmente con un culto religioso muy frondoso que constituirá para ellos una
permanente tentación.

82
Efectivamente, los cananeos que habitaban una tierra siempre necesitada de la lluvia,
practicaban el culto, de la fertilidad con una pareja de dioses unidos en hierogamia, Baal y
Astarté.
Baal era el dios de la lluvia, de la tormenta, del viento y de las nubes. Se lo representaba
por un toro y era. un claro símbolo de la masculinidad y de lo fálico.
Por su parte Astarté (o Aserá), la Venus cananea, era la diosa de la fertilidad. Uno de sus
símbolos era la serpiente, antiquísimo símbolo andrógino de muchas culturas.
Tanto la fertilidad de la tierra, como la de los animales y de los seres humanos, se la
buscaba a través de la relación sexual con las sacerdotisas y prostitutas sagradas de los templos y
santuarios de Baal y Astarté. También existían varones prostitutos a los que la Biblia llama
despreciativamente ‘perros’. El culto incluía también sacrificios humanos, especialmente de
niños.

En cuanto las tribus hebreas tomaron contacto con este culto, incluso en vida de Moisés
en Baal de Peor, abandonaron casi masivamente al espiritual Yavé y se entregaron al frondoso y
sexualizado culto cananeo. Los libros de los jueces, los dos de Samuel, los dos de los Reyes, los
dos de las Crónicas, y los escritos de los profetas dan abundantísimo testimonio de esta situación.
Cuando ambos reinos sucumben, la interpretación profética fue que todo el desastre
provino a causa del abandono de la Alianza que tenían establecida con Yavé.

Buscando a la culpable

Ahora bien, cuando algunos dirigentes religiosos fieles a Yavé tomaron cuenta de esta
situación que ponia en peligro la identidad de los hebreos y su supervivencia como pueblo,
llegaron a la conclusión de que la responsabilidad de esta deserción recaía en las mujeres
cananeas, sea por la prostitución sagrada sea por la poligamia. Las mujeres apartaban a los
hombres hebreos del culto a Yavé.
Este es el verdadero "pecado original", la raíz de todos los males de ambos reinos: el
abandono de Dios por la incitación de la mujer pagana.
El escándalo llegó a su culminacíón con Salomón, el rey que había dado tanto prestigio a
los hebreos, famoso por su sabiduría y por sus riquezas incontables, pero también porque había
construido el templo de Jerusalén y reestablecido el culto a Yavé.

Salomón, casado en primer lugar con la hija del faraón, poco a poco fue ampliando su
harem con mujeres paganas que lo apartaron del culto a Yavé y llevaron al reino a una apostasía
pública. A modo de síntesis sigamos el texto bíblico en el capítulo 11 del primer libro de los
Reyes:
“El rey Salomón amó a muchas mujeres, además de la hija del Faraón: mujeres moabitas,
amonitas, edomitas, sidonias e hititas; es decir, de esas naciones de las cuales el Señor había
dicho a los israelitas: 'No se unan a ellas y que ellas no se unan a ustedes, porque les desviarán su
corazón hacia otros dioses'.
Pero Salomón se anamorá de ellas. Tuvo setecientas mujeres con rango de princesas y
trescientas concubinas, y sus mujeres le pervirtieron el corazón.
Así, en su vejez, sus mujeres le desviaron el corazón hacia otros dioses, y su corazón ya
no perteneció íntegramente a Yavé. Salomón fue detrás de Astarté, la diosa de los sidonios;
detrás de Milcom, el abominable ídolo de los amonítas, e hizo lo que es malo a los ojos de
Yavé...”
Lo mismo harán sus sucesores en forma casi continua.

83
Ante esta situación los conductores religiosos se dan cuenta de que necesitan
contrarrestar la mitología cananea con una contrapropuesta también en estilo mitico, y así
comienza a gestarse lo que hoy es el capítulo segundo y tercero del Génesis.

Esta es su tesis: es Dios el que creó primero al varón; después le buscó una ayuda
semejante y creó de una costilla de Adán a Eva, la madre de todos los vivientes. La fertilidad
humana es un don de Yavé y fruto de su bendición; aspecto éste que ya vimos se traslada
también a la época patriarcal.
Adán y Eva vivían muy felices en una huerta (paraíso) que Dios les había dado (la tierra
prometida de Canaán que manaba leche y miel, a tenor de los relatores bíblicos).
Pero esta situación se rompe cuando la mujer hace alianza con la serpiente (símbolo del
culto cananeo); por la mujer también sucumbe Adán y Dios los castiga.
La mujer es castigada con el parto difícil y el sornetinúento al varón:
"Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos y darás a luz a tus hijos con dolor.
Sentirás atracción por tu marido y él te dominará".
Esta frase, verdadera maldición para generaciones de mujeres, “legaliza” el sometimiento
y la esclavitud de las mujeres por varios milenios, mientras presenta la atracción sexual más
como una deformacíón por el pecado que como algo positivo.
Siglos posteriores -desde el siglo segundo de nuestra era-, como veremos oportunamente,
estos textos serán la base para nuevas corrientes antisexuales, antimatrimoniales y fuertemente
misóginas.

Adán, por su parte, es castigado con el duro trabajo en la tierra; y ambos con la muerte.
La serpiente se arrastrará por el suelo y constantemente conspirará contra la mujer.

De esta forma Eva pasa a ser el símbolo arquetípico de la mujer pagana que conduce al
hombre creyente en Yavé hacia la apostasia. Esta tesis es literalmente indicada por el libro
sapiencial del Eclesiástico, hacia el siglo tercero aC., cuando dice:
"Por una mujer tuvo comienzo el pecado, y a causa de ella todos morimos" (Eclo. 25, 24).

Esta tesis será retomada en la era cristiana por san Pablo y por el cristianismo con todas
las consecuencias del caso.
La mujer, que ya sufría su insubordinación al varón en una sociedad fuertemente fálica y
patriarcal, recibe el golpe de gracia por ser la causante de todas las desgracias humanas, algo
similar a la famosa Pandora griega, cuya caja fue abierta y de ella surgieron todas las
calamidades humanas.
La Biblia nos presenta varios casos de estas mujeres, además de las mujeres de Salomón.
Ya en la época de los jueces vemos a Dalila que seduce y engaña al gran campeón Sansón y lo
lleva a la muerte. También está Jezabel, la esposa del rey Ajab, que universaliza el culto a Baal y
Astarté, mata a los profetas de Yavé y persigue a muerte al profeta Elías, campeón del Yavismo.

Nueva visión de la sexualidad

Por su parte, la sexualidad que era vista por los cananeos (al igual que por los hindúes,
chinos, babilonios, egipcios, etc.) como una participación de la sexualidad de los dioses, es
desacralizada totalmente por la Biblia y reducida a una simple criatura de Dios, buena, pero
peligrosa.
El matrimonio deja de ser una ritual réplica de la hierogamia y se transforma en un ritual
laico, aunque posteriormente se le agregará alguna intervención del sacerdote para la bendición.

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Los profetas terminarán dándole al matrimonio un sentido más profundo: es una alianza
de amor y fidelidad entre el hombre y la mujer, tal como la Alianza que Dios establece con su
pueblo.

Simultáneamente se inicia una campaña contra el matrimonio con extranjeras, aunque sin
éxito durante ambos reinos, pero exitosa cuando Esdras y Nehemías la imponen a los retornados
del exilio, obligando a los ya casados a desprenderse de sus mujeres paganas e hijos tenidos de
ellas. (El relato está en los capítulos 9 y 10 de Esdras, y en el 13 de Nehernías.)
Desde el punto de vista del tema que nos ocupa en este libro, la sexualidad, observamos
cómo un problema cultual, la adoración a Yavé, tendrá importantísimas consecuencias para la
percepción y la vivencia de la sexualidad.
La sexualidad, despojada de ricas connotaciones simbólicas que se remontan hasta la
lejana India, es centrada en el matrimonio especialmente como fuente de hijos, como lugar
doméstico del culto a Dios, pero con un erotismo muy controlado, como veremos en el punto
siguiente.
Al mismo tiempo la mujer, de compañera del varón, pasa a ser no sólo su semiesclava
sino la sospechosa de un erotismo peligroso para el hombre.
Lo demoníaco comienza a hacerse presente en la sexualidad, especialmente en la mujer;
aspecto éste que desde principios del siglo segundo de la era cristiana adquirirá connotaciones
muy especiales en el cristianismo, repercutiendo hasta nuestros días.
Así la mujer pasa a ser el sexo débil, no tanto por su menor fotaleza física, cuanto porque
se la considera inferior al varón en virtud, en fidelidad a Dios; más débil ante las pasiones y el
llamado de la concupiscencia, como se dirá después. Toda la literatura sapiencial insistirá en
estos puntos, y en esos textos se apoyarán siglos espués los Padres y teólogos de la Iglesia.

3. La sexualidad desde el exilio hasta Jesucristo. Monogamia endogámica

El destierro en Babilonia, por unos sesenta años, les sirve a los hebreos para repensar su
historia y sacar conclusiones a los efectos de no reincidir en el futuro en los mismos errores que
los llevaron al desastre nacional.

Nueva versíón del orígen del cuerpo sexuado

El contacto con la riquísima cultura caldea y con sus mitos cosmogónicos les permite
redactar el famoso capítulo primero del Génesis (la creacion en siete días), texto en el cual
aparece otro relato de la creación del hombre, atribuido por los expertos a la tradición sacerdotal:
"Dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza...Y Dios creó al hombre
a su imagen; lo creó a imagen de Dios; lo creó varón y mujer’.
Y los bendijo diciéndoles: 'Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra...'.
Dios miró todo lo que había había hecho y vio que era muy bueno".

El lector observará que es un relato más sobrio que el del capítulo segundo, y que la
pareja casi parece andrógina, resaltándose el hecho de que el hombre fue creado a imagen de
Dios, o sea, como fuente de vida y de creatividad.
"Y vio Dios que era muy bueno": se trata de una importante corrección que el autor del
actual primer capítulo hace sobre el segundo: no sólo parece ignorar el trasfondo algo pesimista -
pues ahora Israel vive en otro esquema cultural sin miedo a la idolatría cananea- sino que
reafirma la sexualidad inicial de la primera pareja, creada al mismo tiempo por Dios como
imagen suya en cuanto pareja, como si la perfección humana estuviese en la relación varón-

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mujer. El relator pasa por alto toda alusión a un posible pecado original y enfatiza la procreación
por vía de la relación sexual como una bendición divina.

El lector puede comparar ambos relatos y sacar sus conclusiones.


En el relato del capítulo segundo, Dios crea al hombre moldeándolo con arcilla, y a la
mujer de su costilla, míentras Adán dormía. Al despertar dijo Adán lleno de sorpresa: “Esta sí
que es carne de mi carne y hueso de mis huesos. Se llamará Varona porque ha sido sacada del
varón”.
El texto es ambiguo con respecto a la igualdad de los
sexos: por un lado Eva es sacada de su costado, casi es una parte del hombre; por otra, Adán
reconoce que es carne de su carne y hueso de sus huesos, o sea, parte de él pero igual a él.
El nombre que le da se entiende en lengua hebrea donde varón se dice Ish y mujer Isha,
un nombre que vuelve a fortalecer la mentalidad masculina.

El matrimonio y la relación sexual son descritos con el famoso texto:


"Por eso el varón dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer.Y los dos serán una
sola carne".
Según algunos intérpretes, el texto parece aludir a la monogamia (los dos serán...) y
establece la íntima relación de la pareja en una unidad integrada.
También en el capítulo segundo (que recuerdo a los lectores que es anterior al primero en
al menos tres o cuatro siglos) se alude a la desnudez de Adán y Eva sin sentir vergüenza,
vergüenza que aparece después del pecado, por lo que el mismo Dios, en un gesto muy paternal,
los viste con hojas para cubrir sus genitales.

Mucho se habló del significado de esta desnudez. Pero es importante recordar que
Astarté, al igual que Venus, como también los dioses fálicos, eran generalmente representados
desnudos. El texto parece ridiculizar la pretensión de los adoradores de los cultos que intentaban
divinizarse (desnudarse) en los cultos sexuales. En lugar de divinizarse, diría el texto, sienten
vergüenza de su nulidad, de su pecado y del castigo que reciben.
Para otros, es la versión más tradicional, la primigenia desnudez aludiría a que los
primeros padres tenían una sexualidad sin erotismo ni pasión, postura que adoptaron los teólogos
cristianos cuya aversión al erotismo y al matrimonio en favor de la vida celibataria y virginal era
su característica principal.

Dejemos finalmente esta constancia: cuando Pablo preconiza la superioridad del varón
sobre la mujer (punto 6) se remite al relato del capítulo segundo, pero otras hubieran sido sus
conclusiones si hubiera partido del primer capítulo del Génesis.
Lo mismo sucede con los Padres de la Iglesia cuando aluden a la pecaminosidad del acto
sexual: se apoyan exclusivamente -y desde una interpretación muy dudosa- al relato de la caída,
pero pasando por alto el relato sacerdotal.

Un ideal matrimonial

Durante el post-exilio se escribe un librito, el de Tobías, que si bien no será incluido en el


canon judío de libros sagrados, refleja la mentalidad de la época y tendrá una gran influencia en
la Iglesia cristiana.
Tobit tiene un hijo llamado Tobías, aún sin casarse. Entre los consejos que el padre le da,
figura éste:
"Cuídate de toda unión ilegítima y, sobre todo, elige una mujer del linaje de tus padres".

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El texto revela la tendencia monogámica endogámica, típica del judaísmo hasta nuestros
días, o sea, un hombre con una mujer, pero ambos de la misma raza.

Entre tanto en Ecbátana, capital de Persia, vivía otro matrimonio cuya hija Sara se había
casado sucesivamente con siete maridos que morían todos ellos la misma noche de bodas. Esto
se debía a que un demonio de nombre Asmodeo los asesinaba. La pobre Sara, desesperada,
piensa suicidarse y pide clemencia a Dios.

El libro de Tobías (una novela con fines didácticos) recoge así otro antiquísimo mito que
nuevamente relaciona al demonio con la sexualidad, especialmente con la mujer. En este caso es
un demonio que atenta contra la relación sexual de la pareja y contra los hijos.

Como Tobit tiene que enviar a su hijo a una lejana ciudad persa a recoger cierto dinero,
para lo cual necesita un guía de ruta, Tobías se encuentra casualmente con un personaje, en
realidad el ángel Rafael, que se hace,pasar por un tal Azarías, quien se ofrece a acompañarlo en
su largo y peligroso viaje.
El mismo Rafael se encarga de convencer a Tobías para que se case con Sara, diciéndole
que él tiene la fórmula para derrotar al demonio. Se trata de utilizar la noche de bodas el corazón
y el hígado de un pez, que sacan del río Tigris, y quemarlo antes de ir a la cama.
Así se concierta el matrimonio con los padres de Sara y se celebra la boda.
Mientras la pareja se va a su habitación, el padre de Sara hace cavar una fosa esperando
encontrar muerto a su yemo a la mañana siguiente. Pero Tobías ejecuta el ritual mágico enseñado
por Rafael y el demonio huye a Egipto donde es encadenado por el mismo Rafael.

Antes de acostarse, Tobías hace una oración que refleja toda la mentalidad y la teología
ya vigente sobre el matrimonio, teología que perdurará hasta nuestros días entre judíos y
cristianos. Dice así:
"Señor, tú creaste a Adán e hiciste a Eva, su mujer, para que le sirviera de ayuda y de
apoyo, y de ellos dos nació el género humano.
Tú mismo dijiste: ‘No conviene que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante
a él’.
Yo ahora tomo por esposa a esta hermana mía (de raza), no para satisfacer una pasión
desordenada sino para constituir un verdadero matrimonio. Ten misericordia de mí y de ella y
concédenos llegar juntos a la vejez".

La oración establece las bases, inamovibles por siglos, de la nueva situación: pareja
monogárnica endogámica, la esposa como ayuda del hombre, hacer un matrimonio legítimo,
controlar la pasión.
Desde la Edad Media los sacerdotes aconsejaban a los recién casados que por tres noches
seguidas no accedieran al deseo sexual sino que las dedicaran a la oración, imitando a Tobías y
Sara, pues en alguna versión del texto se alude a tres noches.

Para terminar esta pintoresca historia, digamos que la sorpresa de los padres de Sara fue
mayúscula cuando fueron a espiar su habitación y los encontraron dormidos como dos benditos.
Tras la fiesta de bodas, la joven pareja retorna a la casa de Tobit, pero es interesante transcribir
los consejos que Edna, la suegra, le da a Tobías:
"En presencia de Dios te confío a mi hija para que la cuides. No la entristezcas ni un solo
día de su vida... Ojalá pudiéramos ser felices todos los días de nuestra vida".
De alguna manera, pues, el libro de Tobías presenta un esquema idealizado de pareja en
el que abunda la piedad religiosa, el amor a padres y suegros, y un clima de alegría y felicidad.

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Corno ya lo hemos señalado, vueltos del destierro, los judíos ponen las bases del
judaísmo posterior y se mantienen fieles a Yavé; su vida sexual, sólo peligrosa de cara a los
ídolos, queda encuadrada en el matrimonio monógamo-endógarno, aunque la poligamia en
realidad nunca fue prohibida, siempre y cuando las mujeres fueran de la misma raza.

Líteratura sapíencial

Durante los siglos siguientes comienza una nueva literatura religiosa, tanto en Palestina
como en la nutrida comunidad judía de Alejandría de Egipto. Son los libros sapienciales que dan
una orientación práctica a la vida de la gente, con consejos y refranes, muchos de ellos sacados
de la sabiduría egipcia.
La tendencia sapiencial canoniza las ideas que ya conocemos, siempre desde el exclusivo
punto de vista masculino: familia bien constituida, condena frontal del adulterio, fidelidad a las
leyes del pueblo hebreo; valoración de la mujer bella, piadosa y virtuosa; prevención contra la
sensualidad femenina y sus seducciones.

Transcribimos algunos textos que no necesitan mayores comentarios a modo de ejempo.


(En "La Biblia temática” Santos Benetti, Edit. San Pablo, el lector puede encontrar todos los
textos bíblicos referentes a la sexualidad, el matrimonio y la mujer, desde el número 03200
hasta el 03277.)

"El que encontró una mujer, encontró la felicidad y obtuvo el favor de Dios.
Una mujer perfecta es la corona de su marido; la desvergonzada es como la caries en sus
huesos.
Una mujer prudente es un don del Señor.
Una mujer pudorosa es la mayor de sus gracias y no escala para medir a la que es dueña
de sí misma.
La hermosura de la mujer alegra el rostro y supera todos los deseos del hombre.
El que adquiere una mujer tiene el comienzo de la fortuna, una ayuda adecuada a él y una
columna donde apoyarse".

En tanto al marido se le aconseja:

"Si amas a tu mujer, no la repudies (divorcio); pero si no la amas, no te fíes de ella.


No te entregues ciegamente a una mujer no sea que llegue a dominarte".

Este último consejo parece de actualidad: es el miedo del hombre a amar porque
sospecha que el amor es camino a la dependencia.
La idea tan en boga en Occidente sería esta: amar sí, pero con cierta distancia. Un
hombre nunca tiene que perder su libertad casi total a cambio de un amor comprometido.

La mayoría de las reflexiones sapienciales son contra el adulterio, típica tentación del
matrimonio monógamo. A tenor de la abundancia de textos, el adulterio parece bastante
extendido. No por nada algún autor comenta que el adulterio es una especie de poligamia
sucesiva.
Los otros textos sapienciales alertan contra los peligros de la seducción femenina (la
mujer como trampa), textos que inspiraron fuertemente la educación cristiana de los jóvenes.
Veamos algunos:

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"Hijo mío, atiende los consejos de la Sabiduría... porque los labios de la mujer ajena
destilan miel y su paladar es más suave que el aceite, pero al final es amarga como el ajenjo y
cortante como espada de dos filos...
Yo encuentro más amarga que la muerte a la mujer cuando ella misma es una trampa, su
corazón una red y sus brazos, ataduras...
No fijes tus ojos en la belleza de nadie ni trates con familiaridad a las mujeres. Porque de
la ropa sale la polilla y de la mujer, malicia de mujer.
Más vale malicia de hombre que bondad de mujer...
Anillo de oro en la trompa de un cerdo es la mujer hermosa pero falta de juicio...
Vino y mujeres extravían a los inteligentes, y el andar conprostitutas es más temerario
aún.
El que frecuenta prostitutas dilapida sus bienes. No te entregues a las prostitutas para no
arruinar tu patrimonio.
No te entretengas con una cantante para no ser atrapado por sus artimañas.
No mires demasiado a una joven para no incurrir en su misma condena.
No vayas mirando por las calles de la ciudad ni rondes por lugares solitarios. Aparta tu
vista de la mujer hermosa y no fijes los ojos en la mujer ajena: muchos se extraviaron por la
belleza de una mujer y por su causa el deseo arde como un fuego...".

Observemos que la prostitución común (no la sagrada) no es condenada como un pecado


sino más bien como una irresponsabilidad: trae la ruina del patrimonio.
El siguiente texto del libro de los Proverbios (7, 6-27) es una pintoresca descripción que
refleja una aguda observación del autor, y condensa toda una mentalidad:

"Mientras yo estaba en la ventana de mi casa vi entre los incautos adolescentes a un joven


falto de juicio que pasaba por la calle y se dirigía hacia la casa de una mujer en medio de la
noche.
De pronto le sale al paso una mujer con aire de prostituta y el corazón lleno de astucia; es
bulliciosa, procaz, sus pies no paran en su casa; unas veces en la calle, otras en la plaza, está al
acecho en todas las esquinas. Ella lo agarra, lo cubre de besos y le dice con todo descaro: ‘He
cubierto mi lecho con mántas multicolores, la he perfumado con mirra y áloes. Ven,
embriaguémonos de amor hasta la mañana, entreguémonos a las delicias del placer. Porque mi
marido no está en casa, ha emprendido un largo viaje, se llevó labolsa del dinero yno volverá
hasta la luna llena.’
Así lo persuade con su gran desenvoltura, lo arrastra con sus labios seductores.
El la sigue como un buey que es llevado al matadero, como un ciervo que cae hasta que
una flecha le atraviesa el hígado.
Y ahora, hijo mío, que tu corazón no se desvíe hacia sus caminos, porque son muchas las
víctimas que ella hizo caer y eran fuertes todos los que ella mató: su casa es el camino del
Abismo que baja a las cámaras de la muerte".

Sólo esta observación: la insistencia sapiencial en este y otros textos anteriores en la


fuerza de la seducción femenina que hace caer a los hombres más fuertes. Y esto desde Adán en
adelante...
Como lo observaron atinadamente algunas escritoras feministas, el varón aparece más
como un juguete en manos de las hábiles y astutas mujeres, que como el sexo fuerte.
Al mismo tiempo, pareciera que la malicia sólo puede provenir de la mujer,
especialmente si es prostituta, quedando el varón libre de toda culpa y cargo. En todo caso es una
víctima. Un criterio que no ha sufrido mayor variación aun en nuestros días.

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4. Normativa sexual en la Biblia

La normativa biblica sobre la sexualidad es muy escasa en comparación a la del


cristianismo posterior. Se trata de pocas normas, pero muy precisas y ordenadas para preservar
tres elementos fundamentales: el culto a Dios, el orden social, los derechos del prójimo.
En consecuencia: se prohíbe terminantemente la prostitución sagrada, porque atenta
contra el culto a Yavé.
Se prohibe el incesto, la homosexualidad y el bestialismo, a los que se considera como
abominaciones, por atentar contra el orden social.
Ejemplos de esto son la destrucción de Sodoma y Gomorra, entre otros.
Se prohíbe terminantemente el adulterio, especialmente por atentar contra los derechos del
varón; y la violación de una mujer, por la vejación a que es sometida. (La mujer era también
condenada a muerte si no pedía auxilio, lo que era obligatorio si estaba en una ciudad. Si la
violación sucedía en el campo, se presumía su inocencia, pues aún cuando hubiera gritado,
nadie la habría escuchado.Véase el capítulo 22 del Deuteronomio.)

Todos estos pecados, si se demuestra en juicio que son reales (para eso se necesitan al
menos dos testigos) tienen por castigo la pena de muerte.

Como vemos, pocas y taxativas normas, que no se explican ni razonan sino que se
establecen como bases de vida social; normas que, por lo general, ni siquiera son típicas de la
Biblia (salvo las relativas al culto a Yavé) sino sacadas de la legislación caldea y egipcia.
En cuanto al Decálogo, ya comentamos en la página (50, Normas, punto 5) que sólo se
refiere al adulterio y a la codicia de la mujer ajena.

Con respecto a la homosexualidad, es inútil buscar en la Biblia cualquier connotación


psicológica: se la considera un desorden social que pone en peligro la vida misma de la
comunidad.

En este sentido también se prohíbe la automutilación y el travestismo.

Otras normas se refieren a la impureza sexual, restos de antiguos tabúes presentes en el


hombre bíblico. La impureza no es una falta o un pecado sino una situación que impide la
relación con la comunidad, especialmente cultual.
En el varón, la eyaculación produce impureza por un día. La blenorrea necesita un rito
purificatorio.
En la mujer, hay impureza en la menstruación y en el parto. Se sale de la impureza con
determinados rituales.
La relación sexual produce impureza por un día.
También se prohíben las relaciones sexuales durante la menstruación.

Resabios de esta impureza ritual quedaron en el cristianismo. Hasta no hace mucho los
sacerdotes pedían a las parejas que querían comulgar sacramentalmente en la misa que se
abstuvieran de relaciones desde el día anterior, siendo ésta una costumbre que estuvo muy
arraigada por siglos.
No se trata de un pecado sino de una especie de "falta de respeto".

Problemas que tanto preocuparon y preocupan a los rnoralistas y pastores religiosos son
totalmente ignorados por la Biblia, así el problema de la masturbación. En toda la Biblia, tanto

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en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, no hay un solo texto relativo a la masturbación.
Este es un tema que se introduce en la Iglesia recién en el Renacimiento.

Con respecto a las relaciones sexuales prematrímoniales, hay que tener en cuenta que las
chicas se casaban entre los doce y catorce años; los varones entre los 16 y 18.
Pero el matrimonio propiamente dicho era precedido por un año de compromiso en el que
preparaban la boda. Durante ese año la pareja se debía fidelidad.
Como las parejas prácticamente casi no se veían, pues todo era un arreglo entre los
padres, no tenían los problemas de intimidad que hoy tienen nuestros adolescentes y jóvenes.
La costumbre -típica de casi todos los pueblos antiguos semitas- era que la mujer llegara
virgen al matrimonio; pero no se consideraba pecado si los novios tenían relación sexuales,
especialmente en Judea.
Pero si la novia tenía relaciones con otro hombre, se lo consideraba adulterio. (Esta fue la
situación que vivió José cuando, estando comprometido con María, descubre su embarazo. El
relato está en el capítulo primero del evangelio de Mateo.)
Si el varón tenía dudas al respecto, la Biblia establecía un complejo ritual para
comprobar su virginidad. (Ver los textos relativos a toda esta normativa en el capítulo 5 del
libro de los Números, y en el capítulo 22 del Deuteronomio.)
0 sea, estaban prohibidas las relaciones de la novia con otro hombre que no fuera su
novio. Pero no existe un solo texto que considere pecado grave las relaciones sexuales entre
novios o que explícitamente las prohíba.

El divorcio vincular siempre estuvo autorizado en la Biblia y fue legislado en el


Deuteronomio (24, 1 4). Era siempre un derecho del marido y era suficiente motivo “descubrir
algo que le desagrada en ella”. (Textos normativos pueden verse en los capítulos 18 y 20 del
Levítico, capítulo 22 y 23 del Deuteronomio).

El espíritu de estas normas: fidelidad y amor

Ahora que ya conocemos la normativa, es importante que hablemos de su espíritu global:


para la religión hebrea lo fundamental era la Alianza que Dios había establecido con su pueblo.
La ley -sobre todo el Decálogo- expresaba esa alianza; violar la ley era ser infiel a la alianza con
Dios. De allí que todas las normas fundamentales están expresadas como la voz misma de Dios,
quien las escribiera en tablas de piedra y se las entregara a Moisés.

Por eso, toda la normativa se resume en el amor y fidelidad a Dios, y en el amor y


fidelidad al prójimo.
Jesús -que fue un judío muy fervoroso y respetuoso de la ley- citando precisamente al
Deuteronomio (6, 5) y al Levítico (19,18), cuando le preguntaron por la importancia de los
mandamientos y de tantas leyes, dio aquella conocida respuesta que sintetiza muy bien el
pensamiento bíblico:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.
Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo mandamiento es semejante al
primero: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley
y los Profetas". (Mateo 22, 37-40).

En síntesis: respetar el culto a Dios y respetar los derechos del prójimo en un espíritu de
amor.

91
Por eso está prohibida explícitamente la prostitución sagrada (Deuteronomio 23, 18-19;
Levítico 19, 29 y 21, 9), “porque es una abominación para el Señor”, o sea, porque atenta contra
la alianza con Dios.

En cambio la prostitución profana no está prohibida porque si es entre solteros se


considera que no atenta contra el prójimo; si interviniese un casado es adulterio y ya tiene
sanción propia.
Ya vimos que los libros sapienciales la desacQ'nsejan porque llevan a la ruina del que la
practica.
Es interesante observar que los profetas, además de denunciar la apostasía religiosa como pecado
fundamental, denuncian otro pecado como gravísimo: es el pecado social, especialmente contra
los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Pero nunca se,refieren a nuestros llamados
pecados sexuales, salvo el adulterio. (Para el adulterio, el más significativo es el texto del
capítulo segundo de Malaquías: "El Señor ha sido testigo entre ti y la esposa de tu juventud, a la
que traicionaste, aunque ella era la compañera y la mujer de tu alianza".

En el Nuevo Testamento aparecen listas de pecados que tampoco se explican, pues


siguen una línea de pensamiento muy antigua que se considera conocida por todos. Así jesús
dice:
“Del interior del corazón salen los homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, injurias, falsos
testimonios. Esto es lo que mancha al hombre”. (Mateo 15, 10-20.)

Por su parte san Pablo dice:


“Las obras de la carne (del pecado) son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje,
idolatría, odios, celos, divisiones, envidias, orgías y cosas semejantes”. (Carta a los Gálatas 5,
18-21.)

Como Pablo escribe a cristianos del ambiente pagano alude al libertinaje sexual y a las
orgías típicos de los cultos mistéricos del paganismo.

La palabra "fornicación" tiene un sentido amplio y poco preciso, pudiendo significar


tanto el adulterio, como la prostitución sagrada como todo pecado sexual que la ley considera
pecado. (En griego es ‘porneia’, de donde deriva la palabra pornografía)

Finalicemos este ítem haciendo una importante observación: algo no es pecado porque lo
prohíbe la Biblia, pues ésta recoge un sinnúmero de normativas que recibe de otras culturas o
que surgen por circunstancias especiales. En todo caso si la Biblia lo prohíbe, es porque
considera que la cosa en sí misma es mala en un contexto cultural determinado.
De la misma forma no todo lo que la Biblia prescribe tiene un valor eterno.
Quienes quieren tomar al pie de la letra ciertas prescripciones, seguramente no estarán de
acuerdo en condenar a muerte a los homosexuales y adúlteros, ni prohibirán como pecado las
relaciones sexuales durante la menstruación de la esposa, etc.
Al mismo tiempo hay muchas cosas buenas y virtuosas de las que la Biblia no habla, sea
porque las da como sobreentendidas, sea porque no eran preocupaciones de la época.

Espero, de todos modos, que a los lectores les haya quedado claro que la Biblia a lo largo
de veinte siglos de grandes transformaciones culturales, fue buscando el camino, dejando
algunas normas y estableciendo otras, mucho más por circunstancias históricas y culturales que
por una preocupación dogmatista de establecer criterios absolutos para todos los pueblos y para
todos los tiempos.

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Si no fuera asi, sólo podemos hablar de contradicciones entre una norma y otra.
Lo que en cambio sí queda como constante es el principio, fundamental al que ya hemos
aludido: respetar la alianza con el Dios Unico Yavé, respetar los derechos del prójimo y respetar
el orden social.

5. El amor, el enamoramiento y el erotismo en la Biblia

Hemos dejado para el final uno de los capítulos más apasionantes de la Biblia y,
paradójicamente, casi absolutamente desconocido.
Cuanto llevamos desarrollado en este complejo capitulo pudiera dejar la sensación de que
la Biblia parece desconocer la esencia misma de la sexualidad humana, el erotismo y el amor,
exclusivamente preocupada por la descendencia de los hijos y por un cierto orden social
matrimonial.
Pero de ninguna manera es así y más de un lector se sorprenderá al encontrar en la Biblia
toda una erótica del amor humano que nuestros libros de teología occidentales siempre
eludieron.
Más aún, en la Biblia tenemos un pequeño libro dedicado exclusivamente al erotismo de
los amantes. Pero vayamos paso a paso.

Los grandes amantes

La Biblia nos presenta el erotismo humano, más que en textos teóricos, en la misma vida
de sus personajes. Sólo presentaré algunos casos a modo de ejemplos.

En la época patriarcal el gran romance fue entre Jacob y Raquel. Jacob al ver la belleza
de Raquel se enamora a primera vista y la pide en matrimonio a su padre Labán. Este accede
pero en la noche de bodas hace introducir en la habitación a su hija mayor Lía y Jacob se acuesta
con ella pensando que era Raquel. A la mañana Jacob se da cuenta del engaño y se queja a su
suegro, quien por toda explicación le dice que las costumbres del lugar son así, primero que se
case la mayor. Por lo tanto, tendrá que trabajar para el, como pago de la dote, durante siete años.
Si además quiere a Raquel, otros siete años más.
El texto señala que esos siete años “le parecieron unos pocos días por el gran amor que le
tenía”.
En cambio a quien no amaba era a la pobre Lla que no hacía más que darle hijos, pues
pensaba “ahora sí que mi esposo me amará... Ahora sí sentirá afecto por mí pues le he dado tres
hijos...”.
¿Qué fue lo que cautivó a Jacob al ver a Raquel?
Dice el texto: “Lía tenía una mirada tierna, pero Raquel tenía un linda silueta y era muy
hermosa. Entonces Jacob se enamoró de Raquel “. (Ver todo el relato en el capítulo 29 del
Génesis).

En la época de los Jueces el gran amante fue Sansón, de extraordinaria fuerza gracias a
sus largos cabellos, pero de carácter infantil y caprichoso.
Se enamora de una filistea y, ante la protesta de sus padres porque no se casaba con una
hebrea, responde: "Esa es la que a mí me gusta".
El matrimonio fracasa rotundamente y después Sansón tiene su famoso romance con otra
filistea, Dalila, quien lo traiciona y le saca el secreto de su fuerza". (Ver el relato en jueces 14 y
16).

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Pero ciertamente que el gran galán de toda la Biblia es David, un joven apuesto, guerrero
victorioso y hábil político.
Después de matar al gigante Goliat, las mujeres, salen a aclamarlo por donde pasa,
cantando: "Saúl mató á mil, pero David a diez mil".
Todas las mujeres tenían puestos sus ojos en él, pero como corresponde a un héroe
romántico y bello, fue la hija del rey la destinada al matrimonio.
Curiosamente, se trata del único caso en la Biblia en que se dice que una mujer se
enamora de un hombre, o sea, toma la iniciativa. Dice el texto:
“Mientras tanto Mical, la hija de Saúl, se había enamorado de David... Saúl, al ver que su
hija lo amaba...”.

El matrimonio, aunque perduró, no fue muy exitoso, y David, aún perseguido a muerte
por Saúl, tuvo tiempo de enamorarse de Abigail, en ese momento casada, quien tras la súbita
muerte de su marido, se casa con David.
Años después, cuando lo proclaman rey de todas las tribus, contaba varias mujeres y
amplía su harem. Eso no le impidió enamorarse perdidamente de otra mujer casada, Betsabé, al
verla bañarse desnuda en su jardín. Como era la esposa de un fiel guerrero suyo, Urías, lo manda
al frente de la batalla para que allí encuentre la muerte. Tras lo, cual trae al palacio a Betsabé.
El profeta Natán le reprocha su conducta, le anuncia la muerte del hijo que nacerá de
Betsabé, y le dice en nombre de Dios: "Te ungí rey de Israel y puse a sus mujeres en tus brazos ",
lo que no fue obstáculo para que cometieras adulterio y homicidio.
El segundo hijo de Betsabé será nada menos que Salomón que heredaría el trono y su
espíritu mujeriego, consituyendo el harem más famoso de la historia, unas mil mujeres.

También la Biblia conoce el drama pasional en un relato que sorprende por sus
observaciones psicológicas.
Absalón, hijo de David, tenía una hermana llamada Tamar. En tanto Amnón, también
hijo de David de madre distinta, "se enamoró de ella y era tal su ansiedad que llegó a enfermarse
a causa de su hermanastra, porque como la joven era virgen, a Amnón le parecía imposible llevar
a cabo algo con ella".
Al verlo tan deprimido, un amigo le pregunta qué le pasaba y le aconseja hacerse el
enfermo y pedir que venga Tamar a prepararle algo de comer.
Así se hace, Entonces "Anmón la agarró y le dijo: ‘Acuéstate conmigo’. Pero ella replicó:
'No, hermano, no trates de forzarme porque eso no se hace en Israel. No cometas esa infamia. ¿A
dónde iría yo con mi deshonra? En cuanto a ti, quédate como un infame en Israel. Por favor,
habla con el rey y él no se opondrá a que seas mi esposo'. Pero Anmnón no quiso escucharla, la
tomó por la fuerza y se acostó con ella.
En seguida Amnón sintió hacia ella un odio terrible, más fuerte aún que el amor con que
la había amado, y le dijo: 'Levántate, vete`.
Ella se opone a ser echada de esa manera, y Amnón ordena a sus sirvientes que la
expulsen y tranquen la puerta.
Tamar sale gritando y se encuentra con su hermano Absalón, quien le aconseja cautela y
discreción. David se entera, se indigna profundamente mientras que Absalón prepara la
venganza.
En efecto, dos años después Absalón organiza un banquete en las afueras de la ciudad e
invita a miembros de la realeza, en especial a Amnón. En pleno banquete y de acuerdo con un
plan minuciosamente organizado los sirvientes de Absalón asesinan a Amnón. Después huye de
las iras de David y a los tres años se reconcilian.

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Judit: el poder de la seducción

También se conoce en la Biblia a la mujer heroína que doblega al poderoso enemigo con
sus encantos femeninos. Se trata de Judit (El libro de Judit, del siglo tercero antes de Cristo, es
una novela con fines nacionalistas), "mujer muy hermosa y de aspecto muy agradable", quien,
cuando el poderoso Holofernes con un inmenso ejército sitia la ciudad de Betulia se presenta al
jefe de la ciudad y le promete acabar con los enemigos con la ayuda de Dios.
Se engalana con sus mejores atavíos, "se bañó, se ungió con perfumes y peinó sus
cabellos. Después se ciñó la cabeza con un turbante y se puso la ropa de fiesta con que solía
engalanarse cuando aún vivía su marido; se calzó las sandalias, se puso collares, brazaletes,
anillos, aros y todas sus joyas: en una palabra, se embelleció a tal extremo que podía seducir a
todos los que la vieran".

Así se presenta ante el campamento asirio. "Cuando se divulgó en el campamento la


noticia de su llegada, se produjo una agitación general. Maravillados de su hermosura, no podían
menos de admirar también a los israelitas y decían: ‘¿Quién podrá despreciar a un pueblo que
tiene semejantes mujeres? No conviene dejar a uno solo vivo, pues sus sobrevivientes podrían
seducir a toda la tierra...’ Cuando apareció Judit ante Holofernes, todos quedaron maravillados
de su hermosura ... y decían: ‘De un confín al otro de la tierra no hay mujer como ésta, por la
hermosura de su rostro y por la sensatez de sus palabras’".

Entre tanto Holofemes prepara un banquete con estas indicaciones a su lugarteniente:


"Trata de convencer a esa mujer hebrea para que venga a comer con nosotros, porque sería
vergonzoso que la dejáramos partir sin haber gozado con ella. Si no logramos conquistarla, todos
se burlarán de nosotros".
Judit simula acceder y "cuando entró en el banquete, el corazón de Holofemes quedó
cautivado por ella, su espiritu se turbó y ardía con deseos de poseerla, porque desde la primera
vez que la vio buscaba la oportunidad de seducirla...".

El resto es conocido: A la madrugada y completamente ebrio, Holefernes se halla a solas


en la tienda con Judit. Cuando queda profundamente dormido, la heroína toma la espada del
general y le corta la cabeza. Con ese trofeo vuelve a la ciudad, muestra la cabeza de Holofernes y
los judíos salen a combate ante los enemigos que huyen al descubrir que su general estaba
muerto. (Otra famosa heroína es Ester, cuya historia se narra en la novela didáctica del libro
homónimo. Por su belleza logra ser la esposa del rey Asuero y así salva a los judíos del
exterminio que planeaba el Amán.)

El amor del esposo

Por supuesto que la Biblia conoce toda la profundidad del amor entre esposos, un amor
tal que es propuesto por los profetas, especialmente Oseas, Isaías, Jeremias y Ezequiel, nada
menos que como forma de entender el profundo amor de Dios por Israel, su esposa amada.
Los profetas no dicen que en el matrimonio se da un amor como el de Dios por su pueblo,
sino a la inversa: que el amor de Dios es como el amor del esposo.

Transcribo sólo tres textos de una incomparable hondura, textos que nos hacen
comprender que aquella cultura tan antigua sabía mucho sobre la profundidad del amor entre un
hombre y una mujer.

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Cuando Ezequiel muestra el amor de Dios por su esposa el pueblo de Israel pone en boca
de Dios el siguiente texto:
"Yo pasé junto a ti, comenzaste a crecer, te desarrollaste y te hiciste mujer, se formaron
tus senos y crecieron tus cabellos, pero estabas completamente desnuda.
Yo pasé junto a ti y te vi.
Era tu tiempo, el tiempo del amor.
Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez.
Entonces te hice un juramento, hice una alianza contigo y tú fuiste mía... ". (El texto completo en
Ezequiel 16).

Nos costará mucho encontrar en nuestra literatura teológica un texto similar, no sólo por
lo atrevido de la metáfora, sino por la pasión con que se vive el amor de un hombre por una
mujer.
Magnífica síntesis del amor humano de hace dos mil quinientos años:
“Pasé junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo del amor.
Te hice un juramento, hice una alianza contigo y tú fuiste mía...”

No menos atrevida es la metáfora de Isaías quien, para reflejar el amor de Dios por su
pueblo-esposa que le ha sido infiel y su deseo de reconciliación, pone en boca de Yavé estas
palabras:
"Ya no te dirán más 'abandonada' ni a tu tierra ‘devastada’, sino que te llamarán `mi
placer` y a tu tierra `desposada'.
Porque el Señor pone en ti su placer y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye, y como la
esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios " (Isaías 62, 4 5. 51).

No sólo se habla de placer y de alegría, sino que Dios habla del placer que siente por
estar con su pueblo, el mismo placer del esposo con la esposa.

El texto de Oseas interpreta audazmente la relación de Dios con su pueblo como el


mismo "conocimiento" que se tienen los esposos, expresión semita que significa la relación
sexual:
"Por eso yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón... Aquel día tú me
llamarás 'mi esposo'... Te desposaré para siempre en la justicia, en el amor y en la misericordia;
te desposaré en la fidelidad y 'tú conocerás al Señor". (Oseas 2, 16 22).

El lector no tendrá dificultad en reencontrarse con esas palabras que hacen al amor
sexual, que son de hoy y que son de siempre:
pasión, seducción, amor, placer, alegría...

Y para los que son creyentes, he aquí unos textos que pueden ayudarlos a superar la vieja
dicotomía entre religi6n y sexualidad.
Es evidente que los profetas no tenían esa dicotomía, muy por el contrario, tanto
valorizan el amor sexual, el placer sexual, la relación sexual y el gozo que produce, que los
proponen como símbolos del amor de Dios por su pueblo.
Por eso recojo lo que dijera una psicoanalista francesa:
"Jamás he comprendido por qué una religión fundada en el amor tiene tanto miedo a la
sexualidad". (Maryse Choysi, Psicoanálisis y catolicismo, Edit. La Pléyade, Bs. Aires).
Mientras leamos y estudiemos la Biblia no lo comprenderemos. Algo pas6 después para
que esto sucediera.

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Pero aún nos queda lo mejor: un libro erótico en el corazón de la Biblia.

El Cantar de los Cantares: cuando dos adolescentes se aman

Se trata de una especie de collage de poemas de amor con tres personajes: el amado, la
amada y el coro, sin mucha unidad interna.
Aunque el Cantar le fue atribuido a Salomón, hoy se lo supone terminado hacia el siglo V
aC., y se han dado todo tipo de interpretaciones, desde que se trata de cánticos para las fiestas de
bodas o que reflejan la relación entre Baal y Astarté, o de Yavé con el pueblo hebreo.
Lo cierto es que fue admitido en el canon biblico tanto por judíos como por cristianos,
aunque siempre se evitó darle la interpretación que realmente tienen sus palabras,
escamoteándolo bajo una simbólica religiosa y mística.
Nada mejor que leerlo, dejarse invadir por sus palabras y atrevidas imágenes, y sacar
cada uno sus conclusiones de un libro religioso absolutamente sorprendente.

El Cantar comienza con una ardiente invitación de la amada:


“¡Que me bese ardientemente con su boca!
Porque tus amores son más deliciosos que el vino; sí, el aroma de tus perfumes es
exquisito, tu nombre es un perfume que se derrama: por eso las jóvenes se enamoran de ti.
Llévame contigo, corramos. El rey me introdujo en sus habitaciones: gocemos y
alegrémonos contigo, celebremos tus amores más que el vino.
¡Cuánta razón tienen para amarse!" (1, 2-4).

Esta es la tesis de todo el pequeño libro: una invitación a amarse y gozar, y un ansia
profunda por encontrarse en cualquier parte...
"Dime, amado de mi alma, dónde llevas a pastar tu rebaño, para que yo no ande vagando
junto a los rebaños de tus compañeros..." (1, 7).

Cuando llega el encuentro, es pleno de felicidad y placer:


"Como un manzano entre los árboles silvestres es mi amado entre los jóvenes:
yo me senté a su sombra tan deseada y su fruto es dulce a mi paladar.
El me hizo entrar en la bodega y enarboló sobre mí la insignia del Amor.
Reconfortémonos con pasteles de pasas, reanimémonos con manzanas, porque estoy
enferma de amor. Su izquierda sostiene mi cabeza y con su derecha me abraza" (2,3-6).
El árbol con sus apetitosos frutos, la bodega con el extático vino: algunos de los símbolos
amoroso-sexuales del poema para describir la relación íntima, mientras el amado enarbola su
insignia masculina.

Después llega la primavera, la estación del comienzo del año en el hemisferio norte, de la
primera luna llena, de la fuerza de la vida, del amor.
Y la amada se entusiasma como cualquiera de nuestras adolescentes:
“¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas como un ciervo joven. Ahí
está: se detiene detrás del muro, mira por la ventana y espía por el enrejado.
Entonces habla mi amado y me dice: `Levántate, amada y hermosa mía, ven, porque ya
pasó el invierno y cesaron las lluvias. Aparecieron las flores, llegó el tiempo de las canciones y
se oye el arrullo de la tórtola.
Ya la higuera dio sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume.
¡Levántate, mi amada, ven, mi hermosa! Paloma mía, que anidas en las grietas,
muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz, porque tu voz es suave y hermoso es tu semblante`”.

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Y la amada que le responde: "Mi amado es para mí y yo soy para mi amado" (cap.2),
verdadera síntesis universal del amor entre hombre y mujer.

Y el joven que replica:


"Ven conmigo, novia mía... Me has robado el corazón con una sola de tus miradas, con
una sola vuelta de tus collares. ¡Qué hermosos son tus amores¡ novia mía! Tus amores son más
deliciosos que el vino, y el aroma de tus perfumes mejor que todos los ungüentos; tus labios
destilan miel pura y la fragancia de tus vestidos es como el aroma del Líbano.
Eres un jardín cerrado, una fuente sellada. Tus brotes son un vergel de granadas con
frutos exquisitos..." (4, 9-15).
Y ella que. acepta el invite y responde:
"¡Que mi amado entre en su jardín y saboree sus frutos exquisitos!".
Y la respuesta del joven amante:
"Yo entré en mi jardín, novia mía, recogí mi bálsamo, comí mi miel y mi panal, bebí mi
vino y mi leche. ¡Coman y beban, amigos míos, embriaguémonos de amor! (5, 1-4). Tu talle se
parece a la palmera, tus pechos a sus racimos. Entonces dije: subiré a la palmera y recogeré sus
frutos. Que tus pechos sean como racimos de uva y tu paladar como vino delicioso que corre
suavemente hacia el amado..." (7, 8-10).

Entonces la joven amante prorrumpe entusiasmada hasta la locura:


"Yo soy para mi amado y él se siente atraído hacia mí.
¡Ven, amado mío, salgamos al campo! Pasaremos la noche en los poblados; de
madrugada iremos a las viñas, veremos si brotan las cepas, si se abren las flores, si florecen las
granadas... ¡Allí te entregaré mi amor!
¡Ah, si fueses mi hermano, criado en los pechos de mi madre! Así, al encontrarte por la
calle podría besarte sin que la gente me despreciara.
Yo te llevaría a la casa de mi madre, te haría entrar en ella y tú me enseñarías..." (7, 11--
8, 2).
La joven se rebela contra las costumbres de su época y busca cualquier situación para ser
iniciada (enseñada) en el amor por su apuesto novio.

El coro sorprendido pregunta:


“¿Quién es esa que sube del desierto reclinada sobre su amado?”.
Y el amante que responde:
“Te desperté debajo del manzano, allí donde tu madre te dio a luz”.
Y la amada que nos deja los inmortales versos:
"Grábame como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo, porque el Amor
es más fuerte que la Muerte, inflexibles como el Abismo son los celos. Sus flechas son flechas
de fuego, sus llamas, llamas de Dios. (Es la única vez que se nombra a Dios en el poema. Se
solía llamar flechas de Dios a los relámpagos).
Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo.
Si alguien ofreciera toda su fortuna a cambio del amor, sólo conseguiría desprecio" (8, 5-
7).
El amor y la muerte (eros y thánatos, como decía Freud), las dos grandes fuerzas que
atraen irresistiblemente al ser humano. Pero el amor tiene el fuego y la fuerza del mismo Dios.
Nada lo puede destruir.
Quien no lo siente, en vano intentará comprarlo...

El Cantar también tiene varias descripciones físicas de los amantes, exultantes hasta la
exageración, como pasa con todos los enamorados, y llena de metáforas orientales que revelan

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cuán difícil es hablar cuando se ama... Los piropos se suceden a lo largo del poema en una
constante exaltación de la belleza física.
Extraigamos algunos versos de la amante hacia su novio:

“¡Qué hermoso eres, amado mío, eres realmente encantador. Y qúe frondoso es nuestro
lecho!”.
Y las compañeras que le preguntan:
"¿Qué tiene tu amado más que los otros... ?".
Y ella que responde:
"Mi amado es apuesto y sonrosado, se distingue entre diez mil.
Su cabeza es un lingote de oro puro, sus cabellos como ramas de palmera. Sus ojos son
dos palomas ... sus mejillas son canteros perfumados. Sus labios, lirios que destilan mirra pura.
Sus manos, brazaletes de oro; su vientre, un bloque de marfil; sus piernas, columnas de alabastro.
Todo su aspecto es como el Libano, esbelto como los cedros. Su paladar rebosa dulzura y todo él
es una delicia. Así es mi amado, así es rni amigo, hijas de Jerusalén" (cap. 5).

Del novio hacia la amada:


"¡Qué hermosa eres, amada mía! Tus ojos son palomas detrás del velo. Tus cabellos,
como rebaños de cabra... Como una cinta escarlata son tus labios y tu boca es hermosa. Como
cortes de granada son tus mejillas ... Tus pechos son como dos ciervos jóvenes, mellizos de una
gacela... Eres toda hermosa y no tienes ningún defecto..." (c. 4). "Yo te comparo con una potra
uncida al carro del faraón..." (1, 9).
En otro momento ve danzar a su amada y la va describiendo desde abajo hacia arriba:

"Tus pies son bellos en las sandalias, hija de príncipe.


Las curvas de tus caderas son como collares... Tu ombligo es un cántaro donde no falta el
vino aromático. Tu vientre, un haz de trigo, bordeado de lirios. (La metáfora parece aludir a la
fertilidad de su seno (trigo) cubierto por el vello púbico (los lirios)).
Tus pechos como dos ciervos jóvenes mellizos. Tu cuello es una torre de marfil, tus ojos
como las piscinas de Jesbón, tu nariz como la torre del Líbano.
Tu cabeza se yergue como el monte Carmelo; tu cabellera es como púrpura.
¡Qué hermosa eres, qué encantadora, mi amor y mi delicia!” (cap. 7).

También el poema conoce la ansiedad de la amante que espera, la ausencia del amado,
como su alocada búsqueda olvidándose de todo:
"En mi cama, durante la noche, busqué al amado de mi alma. Lo busqué y no lo encontré.
Entonces, me levantaré y recorreré la ciudad, por las calles y por las plazas buscaré al
amado de mi alma.
Me encontraron los centinelas que hacen la ronda: '¿Han visto al amado de mi alma?’.
Apenas lo había pasado, encontré al amado de mi alma. Lo así y no lo solté hasta que lo
hice entrar en la casa de mí madre..." (c. 3).
En el capítulo quinto, ella lo espera ansiosa a altas horas de la noche, con miedo a ser
descubierta y fantaseando que no venga:

"Yo duermo, pero mi corazón vela: de pronto oigo a mi amado que golpea:
'Abreme, mi amada, mi preciosa paloma, porque mi cabeza está empapada de rocío’.
Yo pensé: `Ya me quité la túnica, ¿me la voy a poner de nuevo? Ya me lavé los pies, ¿me
los voy a ensuciar?'.
Entre tanto mi amado pasó la mano por la abertura de la puerta y se estremecieron mis
entrañas.

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Me levanté para abrirle y mis manos destilaron mirra, fluyó mirra de mis dedos por el
pasador de la cerradura.
Yo mismo le abrí a mi amado, pero ¡él ya habla desaparecido y mi alma se fue detrás de
él!".

La joven se siente desesperada y, olvidándose de su desnudez se lanza a la calle en plena


noche:
“Lo busqué y no lo encontré, lo llamé y no me respondió.
Me encontraron los centinelas que hacen la ronda; los guardias de la ciudad me golpearon
y me hirieron, me arrancaron el manto.
Júrenme, hijas de Jerusalén, que si encuentran a mi amado le dirán, ¿qué le dirán?: ¡Que
estoy enferma de amor!”.

Nos sorprenden estas descripciones que tan profundamente conocen el alma de los
adolescentes enamorados y que revelan una finísima psicología.
Como sorprendente es el final del poema:

Los hermanos de la chica (de doce o trece años) se sienten preocupados por lo que está
pasando, y deciden cuidarla paternalmente:
"Tenemos una hermana pequeña, aún no le han crecido los pechos. ¿Qué haremos con
nuestra hermana cuando vengan a pedirla? Si fuera una muralla, le pondríamos almenas de plata;
si fuera una puerta, la reforzaríamos con tablas de cedro".
La joven amante se sintió herida en su amor propio, la tratan de niña e incapaz de
cuidarse.Y su respuesta es inmediata:
"Yo soy una muralla y mis pechos son como torreones.
Por eso soy a los ojos de él como quien ha encontrado la paz”.
Que no se molesten por mí: soy una mujer y encontré la paz en el amor.

Como el lector lo habrá descubierto ya, los protagonistas no son dos esposos, sino dos
amantes novios, adolescentes.
Un motivo más para que valoremos al Cantar dentro de la Biblia: la frescura con que
viven en el amor, su libertad, la profundidad de su ardor.
Es el único libro bíblico donde la mujer aparece en pie de igualdad con el varón, tomando
generalmente la iniciativa en su propuesta amorosa, y mostrándose la más audaz y ardiente.

Por eso, el Cantar es el más universal de los libros biblicos, y pareciera escrito hace
horas, aquí mismo entre nosotros.
Para los educadores, siempre preocupados por buscar un libro de educación sexual que
no contradiga a la palabra de Dios: allí está el Cantar con toda su frescura testimonial.
Curiosamente es el menos utilizado en la liturgia, ni si quiera en la celebración del
matrimonio, y ha sido totalmente dejado de lado de toda reflexión religiosa sobre la sexualidad,
ausente eterno de toda educación religiosa de los jóvenes. (!)
Todo un monumento a nuestra coherencia ideológica...

De allí la pregunta que me hago:


Cómo es posible que una religión que tiene un libro sagrado e inspirado por Dios sobre el
erotismo sexual, pudo llegar a una fobia tan grande contra la sexualidad...

6. La sexualidad en el cristianismo. Una nueva perspectiva histórica

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Jesús: tradición y moral interior

El cristianismo nace dentro del judaísmo como una reforma interna, del que después de
algunos años se separa, admitiendo al Antiguo Testamento como inspiración de su vida. Los
cristianos lo completan con los Evangelios, las Cartas y el Apocalipsis, los llamados libros del
Nuevo Testamento. (La palabra Testamento tiene el sentido de "Alianza". Para el cristianismo
la antigua alianza de Yavé con el pueblo hebreo, es llevada a la plenitud con la nueva alianza
realizada por medio de Jesucristo, el Mesías).
En consecuencia, jesús se mantiene fiel al pensamiento bíblico.
Con respecto a la sexualidad y al matrimonio, no hace mayores innovaciones dentro de su
prédica, insistiendo en una moral interior:
"Han oído: ‘No cometerás adulterio'. Yo les digo:'Todo el que mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón'. (Evangelio de Mateo 5, 27-28).
Respecto al divorcio, adopta la escuela rigorista que sólo lo permitía ante causas graves,
y así dice:
"¿No han leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo:'Por
eso el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola
carne'? De manera que ya no son dos sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios
ha unido".
Como le protestan porque Moisés permitió el divorcio, agregó:
"Lo hizo por la dureza de ustedes,pero al principio no fue asi. Por tanto, el que se
divorcia de su mujer, salvo el caso de adulterio, y se casa con otra, comete adulterio".
Sus discípulos desalentados ante tanto rigor, le dijeron: "Si esta es la situación del hombre con
respecto a su mujer, entonces es mejor no casarse”. (El texto griego utiliza la palabra 'porneia',
para la única excepción, lo que dio pie a interminables discusiones que continúan aún hoy.
La traducción más común es adulterio, pero también puede aludir a cualquier otro pecado
sexual, incluso a una unión ilegítima.
o cierto es que la Iglesia Ortodoxa griega admite el adulterio como causal de divorcio,
al igual que las Iglesias Protestantes. La Iglesia Católica sólo admite la separación, pero sin
derecho de la parte inocente a casarse de nuevo.
Lo cierto es que Jesús incluye una excepción, lo que está implícito en la pregunta:, "¿Es lícito
divorciarse por cualquier motivo?").
Pero Jesús se opone a un criterio tan egoísta y les responde que hay un solo motivo por el
que valga la pena permanecer solteros: la entrega a Dios y su reinado: "Hay eunucos que
nacieron así del seno materno o fueron hechos por los hombres; y hay los que se hicieron a sí
mismos por el Reino de Dios" (Mt. 19, 10-12).

Desde el punto de vista femenino, es importante tener en cuenta que el rigorismo sobre el
tema del divorcio, tanto en Jesús como en otros rabinos, era una forma de defender a la mujer del
capricho de sus maridos que buscaban cualquier excusa para el divorcio, incluso una sopa mal
servida.
En esta misma línea, Jesús, contraviniendo costumbres de la época, admite mujeres entre
sus discípulos y mantiene una postura condescendiente y abierta con las mujeres, especialmente
con las prostitutas. Estas mujeres, entre otras María Magdalena, darán ejemplo de gran fidelidad
y entereza cuando Jesús sea crucificado, mientras los apóstoles huían y se escondían.

También hará numerosos milagros en favor de las mujeres, destacando desde nuestro
tema la curación de una mujer hemorroísa, devolviéndola al goce de su sexualidad, ya que

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mientras duraba la emisión de sangre -ya llevaba doce años en esa situación- era considerada
impura y no podía tener contacto con hombre alguno (Mt. 9, 20-22).
Que su postura hacia la mujer y hacia la sexualidad fue abierta y positiva lo prueba el
hecho de la repercusión de su mensaje entre las mujeres y cómo estas le permanecieron fieles
ante el abandono general de los discípulos varones. (En el Nuevo Testamento Temático (Santos
Benetti; San Pablo), en los nros. 854-883 el lector puede encontrar todas las situaciones de
encuentro entre Jesús y la mujer, tema que por cierto merece un estudio especial).

La sexualidad en un clima escatológico

Lo que, en cambio, es nuevo es el ambiente espiritual que se vive en su época, ya desde


dos siglo atrás, y en los inmediatos siglos siguientes: es la expectación escatológica y
apocalíptica. (Escatología, palabra griega que significa: "palabra sobre los últimos tiempos o
sucesos". Apocalipsis, en cambio, significa la "revelación" que se hace sobre el final del mundo.
El género literario apocalíptico, presente en el libro de Daniel, y en partes de los evangelios y
de las cartas, pero especialmente en el Apocalipsis de Juan, describe con metáforas y símbolos
muy característicos el final de la historia y del mundo en una gran batalla entre Dios y las
tinieblas del mal).
¿Qué significa esto?
Es la firme creencia que la historia de salvación de Dios llegaba a su término. Que el fin
del mundo estaba cercano, y muy pronto, en esta misma generación, llegarla el Señor como Rey
universal, instaurando el Reino de los cielos con la victoria completa sobre el mal.

Muerto Jesús, los cristianos entendían que seria el mismo Jesús, el Cristo, el que llegaría
en nombre de Dios, su Padre, como Señor y Juez del mundo.
Digamos de paso que esta creencia en un fin cercano no sólo era compartida por el
judaísmo sino también, está presente en otros movimientos espirituales de la época fuera del área
judaica.

Desde esta perspectiva, lo importante era prepararse para el encuentro con el Reino de
Dios, convertirse, cambiar de vida y pensar en las cosas absolutas frente a la relatividad de un
mundo que estaba terminando.
Y esta perspectiva teológica también tendrá incidencia en la sexualidad. Así como siglos
atrás, la fidelidad a Yavé llevó al judaísmo a elaborar una concepción propia del mundo y de la
sexualidad frente a los cultos cananeos, ahora el cristianismo interpreta que tanto la realidad
política como el matrimonio y la sexualidad se vuelven relativos ante la inminencia de lo que se
avecina.
Si -como decía Pablo- "el tiempo es corto", poca importancia tiene casarse o no, elaborar
un proyecto comercial o cierta transformación política.
Si lo importante es él ya inmediato encuentro final con Dios, lo importante es prepararse
para ese encuentro: mejor es casarse con Dios que con un hombre o una mujer...

Pablo: virginidad y matrimonio

Así surge, por primera vez en la historia bíblica, la valoración de la virginidad incluso por
encima del matrimonio. Este es el hecho más relevante de la concepción cristiana de la
sexualidad, después de Jesús.

Pablo en la primera carta a los corintios, aludiendo a que "el tiempo es corto", adopta una
posición más extrema cuando dice:

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"Sobre la virginidad no tengo ningún precepto del Señor...", frase que revela que Jesús se
mantuvo en la posición bíblica tradicional.
Después continúa dando su opinión personal:
"Considero que por las dificultades del tiempo presente, lo mejor para el hombre es vivir
sin casarse. ¿Estás unido a tu mujer? No te separes de ella. ¿No tienes mujer? No la busques.
Pero si te casas, no pecas... Mientras tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuvieran;
los que compran, como si no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si no
disfrutaran: Porque la apariencia de este mundo es pasajera".
La expresión “por las dificultades del tiempo presente”, alude a la inminencia del fin del
mundo y a lo difícil que resulta permanecer fieles a Dios.
Pablo aconseja seguir su ejemplo, el celibato, pero si alguien no puede hacerlo porque no
puede dominar sus impulsos, que se case:
"Bien está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de la impureza, tenga
cada hombre su mujer y cada mujer su esposo... Si no pueden contenerse, que se casen. Mejor es
casarse que abrasarse..." (Todo el capítulo séptimo de esta carta está dedicado al tema del
matrimonio y de la virginidad).

Surge así un concepto que se hará carne en toda la teología posterior: el matrimonio
como remedio contra la concupiscencia.
La virginidad sería el estado para los más perfectos, para los que pueden dominarse. El
matrimonio, para los débiles.
Que la virginidad es superior al matrimonio lo afirmará Pablo y será doctrina eclesiástica
sobre todo desde los siglos tercero y cuarto en adelante.
Pero insisto: lo fundamental en Jesús y Pablo –ambos judíos fervorosos- no es hablar de
la sexualidad, sino de la inminencia del Reino de Dios.
Desde esa inminencia, ambos célibes, relativizan el matrimonio.

Con respecto al matrimonio y a la situación de la mujer, se siguen las lineas generales del
Antiguo Testamento, con los matices del caso. El amor del esposo a la esposa es comparado con
el amor de Jesucristo a la Iglesia; ésta y la esposa deben estar sometidas como quien lo está a su
cabeza.
Así Pablo afirma:
“Tengan todos en gran honor al matrimonio, y el lecho conyugal que sea inmaculado,
pues a los fornicarios y adúlteros los juzga Dios... Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo
y a la Iglesia...
Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por
ella. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos... Que cada cual ame
a su mujer como a sí mismo; y que la mujer respete al marido... Quiero que sepan que la cabeza
de la mujer es el hombre... Las mujeres sean sumisas a sus maridos, como al Señor, porque el
marido es cabeza de la mujer...” (Los textos pueden verse en la Carta a los Efesios (el texto de la
liturgia cristiana del matrimonio): cap. 5, 25 y siguientes; Carta a los Colosenses 3, 18-19;
Primera Carta a Timoteo, 2, 13-14, etc.).
Pablo, fiel a su tradición rabínica –era un fariseo converso- sigue la tradición en cuanto a
considerar a la mujer inferior al varón, negándole al mismo tiempo toda ingerencia en las
asambleas litúrgicas y en la conducción de la iglesia, criterio que no tendrá variables hasta
nuestros días.
Apoyándose en los textos de la creación, afirma por ejemplo:
“La cabeza de la mujer es el varón... porque Adán fue formado primero y Eva después. El
engañado no fue Adán sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión...” (Pueden verse
los textos en Primera a Coríntios 11, 3; Efesios 5, 21-24; Colosenses 3, 18, etc).

103
Estos desafortunados textos, comprensibles en una época de dominio absoluto del
hombre sobre la mujer, sentaron bases teológicas por veinte siglos, postulando la conducta de la
mujer con dos palabras: sumisión y silencio.

Sintetizando: Mientras que Jesús mantiene una postura tradicional acorde con el Antiguo
Testamento, y de simpatía y apertura hacia el matrimonio y la mujer (recordemos que su primer
milagro, según Juan, lo hizo a favor de dos jóvenes que celebraban su fiesta de bodas y se
encontraron sin vino (Evangelio de Juan, 2, 1ss.) y que también entre sus primeros milagrosd
está la curación de la suegra de Pedro, según los sinópticos (Mateo 8, 14-15) ), Pablo,
admitiendo la vida celibataria voluntaria sólo por el Reino, elabora una tesis que afirma la
superioridad de la virginidad sobre el matrimonio, visto como un remedio contra las pasiones; al
mismo tiempo, reafirma la superioridad del varón sobre la mujer.
Queda en el lector valorar ambas posiciones y reflexionarlas desde nuestra cultura no
exigida por un fin del mundo cercano.

Las nuevas corrientes de pensamiento


a) Los cultos mistéricos: exaltación de la sexualidad

Entre tanto, el mapa del pensamiento religioso del siglo primero en adelante, cambia
vertiginosamente, y este cambio incidirá en la concepción de la sexualidad de una manera
decisiva hasta nuestros días.
Dos fueron los grandes movimientos espirituales que se combinaron con el
judeocristianismo: los cultos mistéricos y, especialmente, el gnosticismo.

Los cultos mistéricos constituían el verdadero culto popular en el Imperio Romano en los
primeros siglos de la era cristiana.
Su principal característica era la promesa de salvación e inmortalidad a sus iniciados y
adeptos: se trataba siempre de una “iniciación” a ciertos misterios (La palabra Misterio viene del
griego "Mys, myein” y significa sellar los labios, mantener secreto.) y cultos caracterizados por
rituales en los cuales se representaba la historia del dios, generalmente su muerte y resurrección,
con el objetivo claro de participar de su salvación ("sotería") y de la vida nueva e inmortal.
Generalmente la iniciación se hacía en siete grados, según los siete planetas, como etapas
sacramentales.
La Grecia clásica ya había conocido los misterios de Eleusis y Orfeo, y sobre todo el
popularísimo culto de Dioniso, que perduraron hasta el triunfo del cristianismo con Constantino.
Después aparecieron otros como el de Cibeles y Attis, y desde Egipto, el de Osiris (el sol) e Isis
(la luna).

El cristianismo, al tomar contacto con el mundo de los griegos y al convertirlos a su fe


por el bautismo, adopta ciertos elementos mistéricos (como la misma palabra "misterio” el
concepto de sacramentos, ritos de iniciación, etc.), pero hubo un elemento mistérico con el cual
el cristianismo (como el judaísmo con los cultos cananeos) nunca transigió: fue la exaltación de
la sexualidad y su divinización mediante ritos orgiásticos y consumición de alucinógenos, lo que
llevaba a cierto frenesí que ya amenazaba entrar en la comunidad cristiana de Corinto, lo que
obligó a una drástica intervención de Pablo (Capítulo 14 de la Primera Carta a los Corintios).
Corinto era famosa en la antigüedad por el culto a Venus y por sus, numerosas prostitutas
sagradas y profanas.

A título de ejemplo veamos el culto de Cibeles, la gran madre, y Attis, el hijo.

104
Se trata del culto de la vegetación y de la maternidad, en el qué la ofrenda a la divinidad
consistía en la sangre y en los órganos sexuales que aseguraban la fertilidad. Este culto cruento,
que no excluía la castración de sus sacerdotes, penetró en Roma durante el gobierno de Claudio,
coincidiendo con la evangelización y las cartas de Pablo.
Sus grandes fiestas se celebraban en la primavera y duraban una semana, coincidiendo
con la Pascua. A través de sus variados ritos, el iniciado participaba de la muerte y de la
resurrección de Attis, no faltando la música desenfrenada, danzas frenéticas, tatuajes y
consumición de plantas alucinógenas (un hongo), para forzar la unión mística con la divinidad.
Más tarde, Attis será identificado con el sol y con el dios egipcio Osiris, y también con
Dioniso, en un gran sincretismo desde sus elementos comunes, pues siempre se trataba de dioses
muertos y resucitados, como arquetipos de la permanente regeneración de la naturaleza y de la
vida.
El culto a las divinidades femeninas (Cibeles, Isis, etc.) será transformado por el
cristianismo en el culto a María, la madre de Dios y reina del cielo, como una exaltación
suprema de la mujer virgen.
En tanto Jesucristo asumirá las virtualidades del sol que ilumina a todos los mortales (la
Navidad coincidirá con el solsticio de invierno, nacimiento del sol y del dios iranio Mitra) y
como la fuente de resurrección y de vida, con un sentido mucho más espiritual.

b) El gnosticismo: negación y rechazo de la sexualidad

Pero el gran movimiento espiritual que generará complejos problemas será el dualismo,
ya existente en la filosofía griega de la época, el neoplatonismo (sobre las bases del dualismo
cuerpo-alma de Platón). Se entendía que el cuerpo y sus instancias (también la sexualidad) eran
una cárcel de la cual el espíritu debía liberarse.

Las ideas del neoplatonismo, como también la ascética del estoicismo (entre sus
representantes está Séneca, contemporáneo de Pablo, y el emperador Aurelio) influirán
muchísimo en la elaboración del cristianismo para el mundo helénico-romano.
El gnosticismo llevará estas ideas hasta sus últimas consecuencias.

El gnosticismo también se presenta como una religión de salvación del hombre mediante
la "gnosis” o sea, el conocimiento verdadero de Dios y del camino para llegar a él, pero desde
una visión totalmente negativa y pesimista del mundo, del cuerpo y de la sexualidad, como
nunca la humanidad lo había vivido antes.
El gnosticismo entrañará un mayor peligro para el cristianismo-biblico, porque muy
pronto asumirá formas cristianas, haciendo su propia síntesis entre las ideas bíblicas, las
cristianas y otras provenientes del dualismo persa, del dualismo griego neoplatónico e, incluso,
de los cultos mistéricos.
Con el maniqueísmo (cuyo fundador fue el persa Mani, en el siglo II) se transformará en
una religión con un gran aparato ideológico y proselitista que competirá con el cristianismo.
Lo cierto es que la gnosis adopta formas cristianas y, aunque considerada herética en
muchas de sus teorías, dejará una marca negativa hacia el cuerpo y la sexualidad que aún
perdura.

Según los gnósticos el mundo y todo lo que es material, por tanto también el cuerpo
humano, no fueron creados por el Dios verdadero sino, o bien por un Dios falso y malo (incluso
el mismo Yavé) o por seres intermediarios y demoníacos, llamados demiurgos, siete en total, que
detentaban el poder sobre el mundo.

105
No faltaron gnósticos que llegaron a afirmar que el cuerpo de la mujer fue creado
directamente por el demonio; en cambio, el del varón, sólo desde la cintura para abajo...

El alma es una chispa de luz que, habiéndose escapado de la esfera del Dios verdadero,
terminó encerrada y encarcelada dentro del cuerpo, del cual tiene que liberarse.

Este exacerbado dualismo cuerpo malo-alma buena, los llevó a dos actitudes morales
opuestas:
O bien a un rigorismo absoluto y a apartarse del mundo, del matrimonio y de la
sexualidad (concepto éste que arraigará en la vida monástica y religiosa), llegando los Encratitas
cristianos a pretender imponer la virginidad a todos los cristianos sin excepción, o a prohibirse
las segundas nupcias a los viudos; o bien a un laxismo y libertinaje total, considerando en estos
casos que el pecado sexual es cosa exclusiva del cuerpo y que nada tiene que ver ni con el alma
ni con Dios. Esto los conducirá a prácticas tan aberrantes que hasta tuvieron que intervenir las
autoridades civiles.

El movimiento gnóstico cristiano (cuyas cabezas fueron, entre otros, Marción, Cerinto,
Basílides.y Valentín), que abarca desde fines del siglo primero hasta fines del segundo, elabora
su propia síntesis entre la Biblia y Jesucristo, adaptando las teorías al caso.
Así, por ejemplo, afirman que el verdadero Dios fue desconocido hasta Jesús y Pablo,
siendo Yavé un Dios malo y falso; prueba de ello es que creó este mundo material y al hombre
sexuado.
A su vez, afirman que Jesús, o no tuvo verdadero cuerpo sino una apariencia (Docetismo)
o bien el Jesús histórico fue una especie de engaño para que el demonio no reconociera al
verdadero Cristo, revelado a los gnósticos.

En consecuencia, si el mundo y sus realidades, son algo malo y diabólico, la actitud del
gnóstico es apartarse del mundo, de la cultura humana, de las instituciones, del matrimonio y del
sexo.
Quienes logran hacerlo son los "perfectos", también llamados "espirituales" o
pneumáticos, hijos del rey: y por supuesto, son los únicos que conseguirán la salvación.

Como ya lo hemos señalado, si bien muchas ideas gnósticas serán declaradas heréticas y
falsas por la Iglesia,otras de sus ideas influirán en la vida monástica y en el alejamiento del
mundo; en la valorización de la virginidad y del celibato por encima del matrimonio; en el
desprecio del matrimonio y de la sexualidad sólo tolerables en su función procreativa y como
recurso extremo para que las personas débiles no caigan bajo la lujuria y la concupiscencia.

La principal forma de gnosticismo, en el siglo tercero, será el maniqueísmo, fundado por


el persa Mani (nacido en el 216), heredero del antiguo dualismo persa del dios bueno, la Luz
(Ormuz) y el dios malo, las Tinieblas (Arhimán).
Al maniqueísmo se adhería san Agustín, antes de convertirse al cristianismo, y sus ideas
influirán en el doctor de la Iglesia que inspirará como nadie el pensamiento cristiano en los
siglos siguientes, casi sin oposición alguna.

Por eso, bien podemos afirmar que el gnosticismo y el maniqueísmo perduran en sus
ideas sobre el cuerpo y la sexualidad hasta nuestros días.
¡Qué lejos ha quedado el pensamiento de la Biblia!

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Observe el lector que el dualismo griego y gnóstico -cuerpo, alma- es totalmente ajeno al
pensamiento bíblico que concibe al hombre como una unidad al punto que en su etapa final se
afirmará nada menos que la resurrección de los cuerpos, doctrina predicada por Jesús y Pablo,
mientras que los griegos y gnósticos afirmaban la destrucción del cuerpo y la inmortalidad del
alma.
Así, el cristianismo se encontrará en una verdadera encrucijada, puesto ante el dilema de
la postura bíblica (el cuerpo sexual como algo bueno creado por Dios, etc.) y la postura dualista
(el cuerpo malo como cárcel del espíritu).
En la práctica, aunque nunca se renegó del pensamiento bíblico, será el pensamiento
dualista el que regirá para las cuestiones relativas a la sexualidad.
O bien se elaborarán curiosas interpretaciones del Génesis, como la de san Juan
Crisóstomo, quien afirmaba que, de no haber sucedido el pecado de Adán y Eva, la procreación
se hubiera hecho por creaciones sucesivas. Por lo tanto, y esto fue enseñado por varios Padres y
teólogos, el matrimonio sexuado nace después del pecado y lleva el sello indeleble del pecado.
Se razonaba así: es cierto que Dios creó al varón y a la mujer, pero en estado de
virginidad y sin pasiones. La sensualidad y el erotismo son fruto y consecuencia del pecado del
hombre.

La doctrina de la Iglesia

En los primeros siglos, el pensamiento de los grandes Padres y teólogos de la Iglesia gestaron las
siguientes ideas sobre la sexualidad, ideas que con pocas variables llegarán hasta nuestros días
(Sigo en este punto al excelente libro Una reivindicación ética de la sexualidad humana, Tony
Mifsud, Ed. Paulinas, Chile.)

-La preeminencia de la virginidad sobre el matrimonio.

Como botón de muestra, leamos la célebre frase de san Jerónimo, un empedernido


misógino, traductor de la Biblia al latín:
"Eva en el paraíso fue virgen. Pero después que hubo de vestirse de pieles, tuvo origen el
matrimonio... Debes saber que la virginidad fue concedida por la naturaleza; el matrimonio, en
cambio, a raíz de la culpa... Aprecio el matrimonio, pero porque hace nacer vírgenes. Las rosas
se recogen de las espinas".
Desde ya que no todos compartían posición tan extrema, pero es indicativa.

-La sexualidad debe ser sometida en todos los casos a la continencia, aun dentro del
matrimonio, controlando la fuerza sexual.
No faltaron quienes prohibían, desde esta perspectiva, las segundas nupcias a los viudos y
restringiendo de muchas formas la relación íntima entre esposos.

-Se consideraba lícito al matrimonio, aunque al acto conyugal se lo consideraba en


cualquier caso como una concesión; y siempre era pecado si no había intención de procreación.
Se recomendaba también la abstinencia sexual en las fiestas religiosas, adviento, cuaresma, etc.

-Los bienes del matrimonio eran: primero, la procreación; segundo, la fidelidad de los
esposos; tercero, la ayuda mutua de los cónyuges; cuarto, impedir la fornicación.

Estas ideas, con muchos matices y no sin grandes polémicas, llevarán al cristianismo a
una situación de verdadero conflicto con la sexualidad, llegándose a muchos casos de verdadera
neurosis sexual.

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Algunos textos ilustrativos

Sólo a título de ejemplo ilustrativo, transcribo algunos textos del libro de san Agustín:
"El bien del matrimonio" compuesto en el año 401 para defender la legitimidad del matrimonio
contra las teorías extremistas, pero insistiendo en la superioridad de la virginidad y de la
continencia total, y rubricando el primordial objetivo de la procreación.
"Los hijos vienen inmediatamente a consolidar la eficacia de esta sociedad vincular como
el único fruto honesto, resultante no sólo de la mera unión del hombre y de la mujer, sino del
comercio y trato conyugal; ya que podría darse otro tipo de unión... sin ese comercio
matrimonial, en el que el hombre llevará la razón del mando, y la mujer la razón de la
obediencia...
Hay hombres de tal modo dominados por la incontinencia, que no se abstienen de
acercarse a sus esposas ni siquiera cuando se hallan en estado. Pero hay que decir que todo
cuanto los esposos realicen en contra de la moderación, de la castidad y de la verecundia, es un
vicio y un abuso, que proviene no del matrimonio sino de los hombres desenfrenados... Pero,
aunque las costumbres depravadas fuercen a los hombres a tales abusos, aun así afirmamos que
el matrimonio es un bien, porque preserva a los casados del adulterio y de la fornicación...

Los esposos están obligados a cumplir fielmente sus deberes conyugales con recíproca
donación en cuanto a la carne, no sólo con el fin primario de criar hijos, que en este mundo
visible y perecedero es la razón primera... sino también para evitar el contraer, a espaldas de esta
unión sagrada, otros vínculos concubinarios e ilícitos...
Si se hace uso del débito conyugal sólo con el fin de satisfacer la concupiscencia, la culpa
no excedería de venial. En cambio, el adulterio y la fornicación constituyen pecado mortal.
Luego, para concluir, el estado de continencia es más excelente, y por lo tanto, preferible
al matrimonio mismo, incluso cuando sólo tiene por fin la procreación".

Siglos más tarde, santo Tomás reforzará el argumento de la superioridad de la virginidad


afirmando que “incluso la razón llega a descubrir esta verdad, pues el bien divino es superior al
humano; el bien. del alma, al del cuerpo. Pues bien, la virginidad se ordena al bien del alma que
es la vida contemplativa -pensar en las cosas de Dios-, mientras que el matrimonio se ordena al
bien del cuerpo, por la multiplicación corporal del género humano, y tiene que dedicarse a la
vida activa, pues el hombre y la mujer casados necesitan pensar en las cosas del mundo, como
enseña san Pablo. Por lo tanto, es indiscutible que la virginidad es preferible...”

La aplicación a la moral sexual

Estas ideas serán aplicadas desde la predicación, el catecismo y desde la confesión. Los
“Libros penitenciales”(desde el siglo VI) en cuanto manuales de moral práctica señalaban las
penas a los pecados sexuales dentro de una complicada casuística, de la que damos un resumen
(Según Marciano Vidal en Moral de la persona, Madrid, 1985; citado por Mifsud en el libro ya
citado).
El uso del matrimonio sólo es aceptable si está legitimado por una posibilidad concreta
de procreación éfectiva.
Se prohiben las relaciones sexuales a los casados incapaces de procrear, tanto por
esterilidad, inmadurez sexual o senectud, como en caso de embarazo, ciclo menstrual, etc.
Se ven las faltas sexuales en un contexto y ambiente de magia e idolatría, sobre todo el
aborto y la anticoncepción.

108
Otros libros penitenciales, como el famoso de Burcardo, aplica penas de penitencia y
ayuno al esposo que hace el coito por detrás, o durante la menstruación, o durante el embarazo o
el postparto; como también si realizan ambos la relación en domingo, durante la cuaresma, antes
de Navidad y en otras fiestas religiosas.

En los siglos siguientes los manuales de moral llevarán la casuística hasta límites
inimaginables para el hombre moderno, casuística que será especialmente enseñada en los
colegios religiosos, parroquias, etc., en la formación de la juventud y aplicada en el confesonario.
Con una meticulosidad impresionante se distinguen pecados veniales de mortales, se
analiza la intención de cada hecho en particular hasta límites verdaderamente enfermizos, en
extensos y exhaustivos comentarios del sexto y del noveno mandamientos. A tal punto llega la
obsesividad sexual que ciertos textos más directos se escriben en latín, modalidad constante de
los libros sobre moral sexual.

Sólo como ejemplo, cito textos de un manual español moderno, aparecido en 1951
(Arregui-Zalba, Compendio de teología moral).
“Respecto a los besos, abrazos y otras manifestaciones semejantes:
En las partes excitantes es pecado mortal, aun cuando no haya afecto malo.
En las partes menos excitantes (piernas, pecho) también es pecado mortal, al menos si
practicadas con torcido afecto.
En las partes no excitantes (manos, rostro), si por afecto venéreo, es pecado mortal; si por
sensual, al menos implica algo de desorden; si por costumbre admitida o urbanidad, no es
pecado; con todo, fácilmente serán pecado grave esos besos entre adolescentes de diverso sexo, y
más si no están estos en relaciones o si los practican con morbosidad, por el peligro que
implican.

Mirar las propias partes, a no ser que se haga con detención y sin causa o por torpe
afecto, no es pecado mortal...
Mirar las partes de otros del mismo sexo, no es pecado mortal, a no ser que se proceda
detenidamente o con el afecto sodomístico.
Mirar las partes de otros de distinto sexo, es pecado mortal de ordinario, a no ser que se
haga rápidamente y como de improviso o desde lejos.
Mirar el apareamiento de animales, sin mal afecto, no es por sí pecado mortal, sobre todo
si se trata de animales pequeños, perros, aves, etc., y sin mayor detención.
Mirar las figuras completamente desnudas de uno y otro sexo, a no ser que se miren
rápidamente y por utilidad, puede ser pecado mortal... Es censurable la costumbre de muchos
estudios de tomar modelos naturales de mujeres casi completamente desnudas...”

Siguiendo esta larga e inquisitoria lista, sobre los novios se dice:


"Les son lícitos, siempre que traten en serio el matrimonio y a plazo no muy largo: las
visitas mutuas conforme a las costumbres razonables del lugar, pero con las debidas cautelas, por
ejemplo no permaneciendo mucho tiempo juntos ni en sitio retirado, etc. Y estén persuadidos
que de suyo no hay absolutamente nada lícito para ellos que no lo sea para los demás solteros.
También les está permitido señales admitidas de mutuo amor, como el darse la mano
como saludo, las conversaciones, y a veces hasta el besarse las manos o el rostro, aún con
previsión, pero sin intención de algún deleite venéreo; pues puede darse causa suficiente para
permitir ese afecto.
Ciertas manifestaciones del afecto con actos más o menos excitantes, son más peligrosos
para ellos que para los demás; por lo tanto, sean muy cautos y moderados en las conversaciones
y en la familiaridad, para hacerse acreedores a las bendiciones del cielo".

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¡A cuántos años luz estamos del Cantar de los Cantares!

Por supuesto que a la masturbación se le dedican varias páginas con meticulosas


divisiones entre emisión seminal voluntaria e involuntaria, consentida o no consentida,
espontánea o provocada, etc.
Así se afirma:
"La masturbación o polución -que los médicos llaman onanismo- es un acto vergonzoso -
vicio solitario- practicado a solas hasta la satisfacción completa en uno y otro sexo.

Sigue en latín el texto sobre la masturbación femenina, afirmándose que 1a emisión del
humor vaginal en la mujer... tiene la misma malicia de la polución, pues consiste en el uso
separado completo de la actividad sexual".
Se declara que "si es voluntaria, aun como un medio distinto del deleite, siempre es
pecado grave...", condenándosela incluso cuando el marido requiera del semen para algún
estudio médico, fertilidad, etc.
Respecto a la polución nocturna natural se afirma que “si es completamente involuntaria,
no es pecado... pero si se inicia espontáneamente y se la promueve con tactos o movimientos, es
pecado grave; pero no hay que confundir con los movimientos deliberados ciertos impulsos
naturales incoercibles (¿), que pueden ocurrir entonces y que no son pecado... No impedirla
positivamente no es pecado, con tal de que no haya peligro de consentir...”

Dejo al lector los comentarios del caso. Sólo he querido -y esta experiencia la he vivido
en mis años de educación en colegios religiosos- mostrar de dónde nos ha llegado todo ese clima
de tortura y esa mentalidad antisexual, tan lejana de la mentalidad bíblica y tan opuesta a esto
simple y hermoso que es vivir y gozar, que ya es bastante...

Los nuevos aires

Hoy todas estás ideas están en revisión, algunas ya superadas, y otras en estado de
permanente polémica, especialmente desde la celebración del Concilio Vaticano II.
Dentro de las diversas confesiones cristianas existe la más variada gama de corrientes y
de opiniones, contrastándose muchas veces las versiones oficiales de la Iglesia con el parecer de
biblistas, teólogos y laicos, particularmente en los paises anglosajones y en los Estados Unidos.
Entre tanto, los decretos morales de las autoridades eclesiásticas son contestados tanto
dentro del cátolicismo como de las iglesias protestantes.
Y son muchos los que reclaman, tanto teólogos como laicos, una visión más positiva e
integradora de la sexualidad, volviendo a ciertas ideas fundamentales de la Biblia, y recogiendo
importantes formas modernas de pensar.
Reencontrados con la unidad psicosomática espiritual del ser humano, las personas con fe
religiosa ya no creen que el matrimonio y la sexualidad son una vivencia sólo del cuerpo y de la
materia, en oposición a las cosas espirituales, como enseñaba el Doctor Angélico, santo Tomás.
El ser humano está con todo su ser, con todo su cuerpo, con todo su espíritu en cada acto que
realiza.

Desde los objetivos de este libro, me ha parecido conveniente hacer ver, en forma parcial
y sustancial, cómo la sexualidad humana, desde los orígenes bíblicos (los patriarcas) hasta su
cristalización en el cristianismo, sufrió infinidad de cambios en su concepción y en su praxis.
O, dicho de otro modo, todas las culturas fueron creando y recreando la vivencia de la
sexualidad con más o menos fortuna, y con la misma buena intención, pero desde circunstancias
muy diversas.

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También me ha parecido importante analizar de dónde nos nace toda esa conflictividad
con lo sexual, desde qué enfoque ideológico surgió una normativa tan asfixiante. Estoy
convencido de que lo que hay que modificar es la mentalidad de origen, nuestra actitud frente al
cuerpo y al sexo.
Todo lo demás vendrá por añadidura.
Espero que haya quedado claro que dentro de la teología y de la moral cristianas, no todo
tiene origen bíblico y que en más de un caso se introdujeron conceptos que contradicen el
pensamiento de la Escritura.
Y que, cuando se habla de moral evangélica, en muchas oportunidades se traen normas
de los estoicos y de los gnósticos de espaldas a las palabras y al proceder de Jesús según lo
atestiguan los evangelistas.

Judíos o cristianos, creyentes, agnósticos o ateos, pertenecemos a una cultura que hunde
sus raíces en la Biblia y que se fue gestando en milenios con el aporte de muchas formas de
pensamiento, a menudo contradictorias entre sí.
Y este trasfondo cultural es parte de nuestro ser y empapa nuestra cultura, nuestras
instituciones, nuestra forma de vida, y por qué no, nuestro inconsciente...
También me parece importante que cuando hablamos de la Biblia y de la sexualidad,
seamos honestos en dejar hablar a la Biblia y en no manipular este texto o aquella cita para que
confirme lo que nosotros pensamos o decimos, sin atender al contexto cultural e histórico de
dicho texto o cita.
La Biblia no fue escrita para que Dios confirme nuestras ideas, sino y en todo caso, para
que nos abramos a una forma de pensar diferente de un Dios que se va revelando en la cultura y
en la historia del pueblo, no en manuales de teología que se escriben de espaldas al vivir de un
pueblo al que se considera "pueblo de Dios".

Y aquí estamos nosotros, finalizando el siglo veinte, en la misma coyuntura y con los
mismos derechos que nuestros antecesores de recrear una vivencia sexual que nos resulte sana,
positiva y agradable.

En la sexualidad todos somos aprendices: tanto los psicólogos como los teólogos, tanto la
Biblia como las modernas formas de pensamiento, tanto los eruditos como la gente en general.
Y esto es lo que me resulta más confortable: que recuperemos nuestro derecho a vivir y a
vivir sexualmente como personas adultas, o sea, encontrando nuestra forma de vivir y de ser
sexuados; conscientes de que no es la mejor forma, ni la definitiva, pero es la nuestra.
El derecho que tuvieron Abraham, Moisés, David, el Cantar, jesús, Pablo y Agustín.. es
nuestro mismo derecho.

Alejados de polémicas estériles y de miedos ancestrales (a la idolatría, al demonio


femenino, al erotismo opuesto al espíritu, etc.) hoy necesitamos volver a la esencia de la Biblia y
preguntamos cómo podemos reflejar la imagen de un Dios amor en este amor de pareja que es la
obra de sus manos.
En ese amor el lector creyente puede reecontrarse con el Dios de los profetas, del Cantar
y de Jesús.
Y, sobre todo, reencontrarse con la coherencia: si se predica a un Dios amor a cuya
imagen fueron creados el hombre y la mujer, si se afirma que Dios ama a su pueblo como un
esposo ama a su esposa, y que siente placer de estar entre los suyos como siente placer el hombre
con la mujer a la que ama, si se dice que el amor es la síntesis de la ley y de los profetas,

111
entonces no hay por qué tenerle miedo al sexo (porque... o miente la Biblia o mentimos
nosotros).

112
EPILOGO

LA SEXUALIDAD Y SU DESTINO

Todos tenemos alguna imagen interna de nuestra vivencia de la sexualidad, generalmente


poco descriptible.
Pero todos, de una u otra forma, la percibimos como una fuerza, como un impulso, como
una energía vital.
Mientras que para Freud esta energía o libido no se confunde con la energía vital del
hombre, para Jung, más abierto a las teorías orientales, la libido es la misma y total
energía de vida que nos impulsa a desarrollar todas nuestras capacidades y posibilidades.

Energía vital y sexualidad

Desde siempre y desde la más remota antigüedad, todas las culturas interpretaron que el
mundo se mueve por una energía vital.
Para esos pueblos, la sexualidad y la fertilidad eran manifestaciones de esta energía vital,
energía de los dioses, de los hombres y de todo el cosmos.
Esta energía, constantemente renovada, se manifestaba cada año en la primavera, el
tiempo del renacimiento de la vida, la edad joven que hace estallar todos los impulsos vitales
latentes.
Por eso, al llegar la primavera con su primera luna llena, se celebraban rituales de
regeneración, fertilidad e inmortalidad. Estos rituales dejan reminiscencias en la pascua
judeocristiana, aunque con características más espirituales y no sexualizadas, por los motivos
que ya conocemos.
En estas festividades, como en otras que luego comentaremos, la sexualidad se hacía
presente con variados ritos, sin excluirse las orgías o bacanales. (Sobre estos temas me remito,
entre otros, a los libros de dos profundos conocedores de los mitos antiguos, Mircea Eliade y
Gerog Feuerstein, en sus respectivos libros ya citados: Tratado de Historia de las religiones y
El valor sagrado del erotismo).
La orgia, con su desorden sexual casi sin límites, tenía el sentido de vivenciar la vuelta al
caos original, a la muerte, para renacer después con renovada y ordenada energía. En la orgía, la
muerte y la vida se asocian complementariamente. De la una surge la otra; y ésta lleva a la
primera, en un proceso continuo.
La orgía concientiza acerca de la regeneración de la vida, una vida que sufre constantes
transformaciones y que siempre está relacionada con la sexualidad.

En efecto, para las grandes culturas antiguas, sin excluirse la semita, la energía sexual no
es sino una manifestación de la energía vital que mueve a todo el cosmos.
En cada pueblo esta energía cósmica tiene nombres diferentes, pero el concepto es muy
similar. Es el Mana de los melanesios, esa fuerza oculta o secreta que opera en forma silenciosa
en las personas, animales y cosas, algo así emergía como hoy entendemos popularmente a la
corriente eléctrica.
Esta energía es llamada Prana por los hindúes, Tao por los chinos, Od por los pueblos
germánicos, Orenda por los iroqueses, Wakonda por los sioax, Megbe por los pigmeos; y la
podemos asociar con el concepto hebreo de Rúaj, soplo o espíritu, Pneuma según los griegos.
Esta energía vital es la principal característica de los dioses. Por eso la Biblia llama a
Yavé "el viviente” y Jesús dirá: "Yo soy la vida".

113
Pero, para los pueblos del área externa al judeocristianismo, esta misma energía vital
divina es la que se expresa en los seres humanos, no sólo para existir corrientemente, sino sobre
todo en su expresividad sexual, tanto como placer y éxtasis, como en la procreación y la
fertilidad.
Mientras el hombre tenga esta energía vital sexual, vive; en caso contrario, muere.

Sexualidad e inmortalidad

No nos sorprenderá, entonces, que en estos pueblos existieran cultos ordenados a conferir
a sus adeptos la inmortalidad desde la práctica de rituales sexuales, como ya lo hemos acotado en
los ritos mistéricos y como se dio en general entre los cananeos, babilonios, egipcios, hindúes,
etc.
Ya sabemos los motivos por los cuales el judeocristianismo evita este tipo de cultos -el
temor a la apostasía religiosa a Yavé-, pero hoy, sin ese peligro, podemos abocarnos a la
comprensión de esta actitud cuyo sentido los occidentales, día a día, descubrimos y valoramos.
Lo cierto es que nosotros -con una mentalidad más científica, aunque no ajenos a la
magia en múltiples manifestaciones-, también sentimos que a medida que pasan los años,
mientras decrece la energía sexual, también decrece la energía vital.
Esta idea, que se remonta a los hombres en sus mismos orígenes culturales, dio lugar
entre hindúes y chinos taoístas a entender que el mismo semen del varón es energía vital, y que
retener el semen mediante prácticas que hoy aplican algunos ginecólogos y psicólogos con sus
pacientes es prolongar la vida.
Entre los hindúes esto se practicó especialmente en el Tantrismo; entre los chinos y
japoneses, en el Taoísmo. Retener el semen, sea durante períodos de continencia voluntaria, sea
incluso en la misma relación sexual (algo que a los occidentales nos resulta casi imposible), fue
una de las técnicas que se aprendían en estas religiones.
Se entendía, al mismo tiempo, que las mujeres tienen menos problemas al respecto, pues
no pierden sus humores vaginales sino que los reabsorben.

En los cultos mistéricos, especialmente en el antiguo y tan popular culto griego de


Dioniso -pero también en el de Attis y Cibeles, en el egipcio de Isis y Osiris- se procuraba la
inmortalidad mediante la comunión sexual con la divinidad a través de la prostitución sagrada,
de las orgías, y de otros rituales con connotaciones sexuales.
Aunque estos ritos dieron lugar a excesos sobre todo en el Imperio Romano -no
excluyéndose rituales homosexuales, automutilaciones y hasta asesinatos- no podemos ignorar su
profundo sentido positivo: la búsqueda de la vida sin excluir la inmortalidad, desde el
fortalecimiento de la sexualidad.
Los occidentales hemos permanecido ajenos a esta forma de pensar, pero la biología
moderna podrá ayudarnos a establecer la íntima relación entre sexualidad y vitalidad.

Ya Freud aludió a que toda la cultura humana es una sublimación de la energía sexual en
un concepto bastante similar al de los antiguos hindúes.
Entre tanto, médicos, biólogos y psicólogos de diferentes corrientes se preguntan en qué
medida podemos mejorar nuestra calidad de vida, mejorando nuestra vivencia sexual.

Como enseñan los taoístas, el problema no reside en tener relaciones sexuales, sino en
cómo hacerlo; principio con el cual hoy todos podemos estar de acuerdo.
Hay formas y formas de vivir la sexualidad, desde el desenfreno destructor hasta la
inhibición represora.

114
La vida no es sino la cara luminosa de la muerte, y cuando la vida es descontrolada o
carece de significaciones, se transforma en una forma de muerte.

Una energía en constante transformación y liberación

En esto la naturaleza parece enviarnos sus señales: no todo es primavera, como tampoco
todo es invierno. Y el desarrollo evolutivo del ser humano también nos muestra etapas y fases,
unas de preparación, otras de fuerte eclosión, otras de remanso; unas más expansivas y otras más
reflexivas.
Para los taoístas es la danza compenetrada entre el Yan y el Yen ... entre la vigilia y el
sueño, entre el consciente y el inconsciente, entre la actividad y el descanso.
También la sexualidad tiene sus etapas históricas y culturales, unas calmas y otras
borrascosas, unas de deshinibición y otras de control.
Hoy, en nuestra cultura estamos viviendo unáetapa de desconcierto sexual.
Los viejos esquemas ya no nos sirven, pero tampoco hemos logrado una nueva síntesis.
Nuestra sexualidad se ha desembarazado del viejo concepto que estaba ligado
fundamentalmente a la procreación, sea porque el mundo moderno está superpoblado, sea porque
la procreación es controlada científicamente.Ya no está supeditada al azar sino a la planificación.
Se engendra cuando se quiere y los hijos que se desea.
Por tanto, la sexualidad se siente liberada de la obligación de procrear, verdadera
obsesión de los antiguos, especialmente para la mujer.
Como dice el filósofo Ricoeur: hoy incluimos a la procreación dentro de la sexualidad, y
no a la sexualidad dentro de la procreación (Paul Ricoeur, Sexualidad, la maravilla, la errancia,
el enigma, Ed. Almagesto, Buenos Aires).

Una sexualidad libre de la procreación pone el acento en el placer, en el goce de la


intimidad, en la relación en sí misma valiosa como forma de comunicación entre el hombre y la
mujer, como forma total de expresión de sentimientos y virtualidades.
En la década del sesenta se llegó a pensar que esta sexualidad liberada era la panacea de
todos nuestros males. Pero pronto llegó la desilusión: el descontrol puede provocar la muerte, no
sólo simbólica sino real. El Sida se hizo presente como en siglos anteriores se hizo presente la
sífilis y otras enfermedades venéreas.
Pero también está la angustia cotidiana, la pobreza, la mala comunicación entre las
personas y las comunidades, la guerra...
Para muchos la sexualidad se ha transformado, como dice Ricoeur, en algo banal,
insignificante, prostituido, casi confundido con la pornografía, separada de la relación humana y
reducida a un momento de placer físico.
Para otros es una simple forma de descarga, más como un alivio de la angustia que como
ternura, como amor, como encuentro.
También está la sexualidad como compensación de frustraciones en el trabajo, en las
relaciones humanas, en el quehacer cotidiano. Es la sexualidad "aspirina" que calma
momentáneamente, que alivia una tensión.
Es, en definitiva, la sexualidad fisiológica tan mentada en la literatura sexual corriente,
con sus manuales de técnicas como si el ser humano manipulara un aparato electrónico,
siguiendo un manual de instrucciones.

El problema no es tener relaciones sexuales, sino cómo hacerlo y desde dónde hacerlo.
¿Por qué no darle toda su proyección humana, relacional, de amor, de ternura, de placer, de
gozo, de felicidad, de creatividad, de expresión?

115
Hemos aprendido a "tener"" relaciones sexuales, pero ¿hemos aprendido a comunicamos
sexualmente, a expresamos sexualmente?

Nuestra sexualidad moderna, en tanto, logra otra liberación, más o menos internalizada:
se libera de la tutela de la religión y de la moral tradicional. Pareciera que estamos al final de la
era de la sexualidad sagrada. La sexualidad es asumida como una instancia laica, cotidiana; no
carente de normas, pero sí liberada de la tutela eclesiástica.
El judaísmo monoteista desacralízó a la sexualidad haciendo de ella una pura criatura de
Dios.
Pero después fue sacralizada, no desde un íntimo sentido religioso, sino desde la
normativa religiosa, desde un sinnúmero de catálogos de faltas y de pecados, Siempre
dependientes de la autoridad religiosa que se entiende a sí misma como la defensora de la verdad
moral y la única capaz de dar normas de validez universal.

Buscando un sentido

Por eso, hoy descubrimos, que más que una ética sexual, lo que necesitamos es un
sentido de la sexualidad. De ese sentido emergerá un criterio o una ética para vivirla.
De cómo somos y cómo nos sentimos seres sexuados, emergerá el cómo actuaremos
sexualmente.
Una praxis sexual carente de sentido -la norma por la norma; la norma desde los otros- es
el verdadero libertinaje: la deformación de la libertad humana.
La libertad siempre es un acto creativo. Sin creatividad no hay libertad (Este concepto de
libertad como creatividad lo desarrollo en Por una educación audaz, sana y creativa, Santos
Benetti, San Pablo, Buenos Aires).

Toda la sexualidad, por ser un acto creativo: nace, crece, se desarrolla y cambia,
buscando siempre nuevas formas de existir, recreándose a sí misma en formas nuevas pero sobre
una misma energía que es la misma hoy que ayer, y que nos permite reconocernos en la
sexualidad cantada en El Cantar, en Ovidio, en los trovadores y románticos, en los poetas y
cantantes modernos.
La naturaleza es la misma, pero la cultura cambia.
Una misma es la energía, pero cuán variados son sus destinos, sus vicisitudes, sus
experiencias, sus modalidades, sus formas de ser.

Sexualidad, entre el amor y la muerte

Y la sexualidad, por ser creativa, nace, crece, cambia, se desarrolla y evoluciona en cada
ser humano. Nadie vive su sexualidad de la misma forma que otro. Y nadie la vive hoy como la
vivirá mañana.
Pero nos preguntamos: ¿Cuál es el destino final de nuestra sexualidad?
¿Será la muerte, será la vida?
Del Cantar recogimos la vieja sabiduría: El Amor es fuerte como la Muerte. Eros y
Thánatos nos atraen con fuerza singular en un duelo interminable.
¿Estamos destinados a vivir esta maravillosa experiencia sexual para terminar en la nada
de la muerte? ¿Será todo esto un sueño efímero que nos despierta a una realidad irreal?
Aprender a vivir nuestra sexualidad ¿es aprender a morir?

Respondiendo a estas viejas preguntas, quise dedicar este libro a mis tres mujeres: mi
esposa Elsa y mis hijas, María Celeste y Amanca y Jimena.

116
A mi esposa, porque con ella aprendí, aprendo y aprenderé a vivir mi sexualidad de la
forma más plena posible.
En realidad, no aprendo: aprendemos.
Aprendemos a ser distintos y a ser uno solo; a dialogar, a intercomunicarnos, a gozar
juntos, a experimentar la vida como placer y felicidad, no sin los pasos inevitables por el dolor,
por las crisis y por la búsqueda ansiosa en medio de la noche.
Pero, ¿cuál es el destino de este Amor?

Por eso dedico este libro a mis hijas, de quince y trece años, capullos que estallan a la
primavera de la vida.
En ellas mi esposa y yo estamos vivos, sin confundirnos.
Y estaremos vivos en sus hijos y en los hijos de sus hijos...
No solamente son nuestras hijas: somos en ellas, como nuestros padres son en nosotros,
como los primeros "Adanes" y "Evas" son en cada uno de los seres humanos que hoy pueblan la
tierra.
Y todos seremos, dentro de cien, quinientos, un millón de años, en otros seres humanos
que despertarán un día preguntándose: ¿Qué es la vida?
Y quizá rastreen el tiempo, como hoy lo hacemos nosotros, y se encuentren con nuestra
cultura, con nuestras fotografías y miren nuestros ojos, y digan: ‘son mis ojos’. Ese hombre y esa
mujer están presentes en mi sangre, en mis huesos, en mi psiquis, en mi inconsciente, en esta
maravillosa energía de la vida y de la sexualidad.

Este es el sentido de aquellos rituales de búsqueda de la inmortalidad en la relación


sexual: que la sexualidad se hace vida inmortal mientras perdure su infinita energía y mientras el
sol -Yan ilumine a la tierra-Yin, y de ese abrazo de luz brote una simiente.
Quizá resucitemos, quizá nos transformemos en otros seres, quizá sólo nos confundamos
con la energía de la tierra.
Pero estaremos vivos y prolongados en aquellos seres que nacieron cuando nuestro
espermatozoide masculino se unió al óvulo femenino para crear algo nuevo, en un abrazo
intenso, compenetrados nuestros cuerpos y nuestros espíritus, rebosando un placer inefable,
radiante de amor.
Estamos vivos en los hijos de nuestros hijos... mientras "las llamas del amor"
permanezcan encendidas sin ser anegadas por las aguas torrentosas.

En este libro he volcado algo de lo que siento como hombre cuando me siento vivo; algo de mi
aprendizaje; algo de mi experiencia sexual, tan difícil como la suya, lector que me ha seguido
hasta aquí, y tan fascinante como la suya.
Fueron muchas palabras, quizás en exceso, para decir una sola cosa:
Qué bueno es aprender a vivir.

Cuando mis hijas, como usted, lean este libro, no espero que compartan mis ideas ni que
vivan su sexualidad como yo vivo la mía.
Sólo espero que este libro les sirva, y haya servido a usted, para buscar su propia forma
de vivir, no la mía.
Esta es mi síntesis y éste mi mensaje:
Sexualidad creativa... para vivir y gozar, que ya es bastante.

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INDICE GENERAL

Introducción ........................................................................................................................ 3
I - LA SEXUALIDAD - UN APRENDIZAJE
1. Qué hago con el sexo ...................................................................................................... 4
2. Qué es eso de aprender ................................................................................................... 5
3. Actitudes ante el sexo: .................................................................................................... 6
a El sexo como sagrado o como demoníaco .......................................................... 7
b El sexo como sucio, indigno y prohibido ........................................................... 8
c El sexo como meta suprema o pasatiempo ......................................................... 9
4. Una constante: la tendencia a separar los elementos .................................................... 10
5. Hacia un acercamiento sereno y natural ........................................................................11
Somos un cuerpo sexuado ..................................................................................... 11

II - ETAPAS DE LA MADURACION Y DEL APRENDIZAJE


SEXUAL
1. Donde se ponen las bases: la infancia ........................................................................... 14
a- Primera infancia .................................................................................................... 14
b- Segunda infancia ................................................................................................... 15
c- Tercera infancia y pubertad .................................................................................. 16
2. La sexualidad adolescente y adulta. Hacia la maduración genital y social.................... 17
Los grandes cambios ............................................................................................. 17
Características de estas experiencias ..................................................................... 20
3. Algunas variables de un proceso complejo ................................................................... 22
Enamorarse, amar................................................................................................... 22
Emparejarse............................................................................................................ 24
Hacer el amor......................................................................................................... 26
Complementar........................................................................................................ 27
Sexo y felicidad...................................................................................................... 28
4. Una sexualidad madura y completa .............................................................................. 29

III LO MASCULINO Y LO FEMENINO


1. ¿Opuestos o complementarios? .................................................................................... 33
Conciliar los opuestos. ......................................................................................... 33
2. ¿Diferencias sexuales naturales o culturales? ............................................................... 34
Diferencias orgánicas ............................................................................................ 35
Características psicológicas ................................................................................... 35
Hay algo más importante que las diferencias o semejanzas.................................. 42
3. Definirnos sexualmente. Indefinición y bisexualidad ................................................... 44
4. Hacia una comprensión de la homosexualidad ............................................................. 45
Homosexualidad, arte y religión ........................................................................... 48

IV SALUD Y ETICA DE LA SEXUALIDAD


1. Un problema complejo: sexo y normas ......................................................................... 50
2. De dónde vienen las normas .......................................................................................... 51
3. Sentido de las normas: ¿restricción o vida? ................................................................... 53
4. La sexualidad: una situación dentro de las relaciones humanas .................................... 54
5. El problema del placer como placer ............................................................................... 57
Dos escollos ........................................................................................................... 59
6. Conceptos a distinguir .................................................................................................... 61

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Los prejuicios .................................................................................................................. 61
La tolerancia .................................................................................................................... 61
La culpa ........................................................................................................................... 61
La vergüenza ................................................................................................................... 62
El pudor .......................................................................................................................... 62
7. En síntesis: primacía de las actitudes y de la totalidad ........................................................... 63
Hagamos primar las actitudes ......................................................................................... 64
Hagamos primar la totalidad del acto ............................................................................. 64
Dos conclusiones importantes: ....................................................................................... 65
a- No existe una ética sexual al margen o por encima de la ética de las
relaciones humanas ............................................................................................. 65
b- Como toda conducta humana, la sexualidad es un aprendizaje ............................... 66
8. Desdramatizar ......................................................................................................................... 66
La sexualidad se aprende y se cura ................................................................................. 67
Humor ............................................................................................................................. 68
9. La doble moral y el doble mensaje sobre la sexualidad. ......................................................... 69
10. La sexualidad, un lugar donde podemos enfermarnos .......................................................... 69
Enfermedades sexuales somáticas .................................................................................. 72
11. La sexualidad: un lugar para todas las formas maravillosas de vivir .................................... 73
Desde dónde todo adquiere sentido ................................................................................. 74

V - LA SEXUALIDAD EN LA BIBLIA
1. La sexualidad en la época patriarcal ........................................................................................ 77
Cómo resolver la esterilidad ............................................................................................ 78
La ley del levirato ............................................................................................................ 79
Onanismo ......................................................................................................................... 80
Supremacía de la hospitalidad ......................................................................................... 81
Con tal de salvar la vida ................................................................................................... 81
2. La sexualidad bíblica en Canaán: época de los jueces y Monarquía ....................................... 82
La nueva situación: hacia el sincretismo con los cultos cananeos .................................. 82
Buscando a la culpable .................................................................................................... 83
Nueva visión de la sexualidad ......................................................................................... 84
3. La sexualidad desde el exilio hasta Jesucristo, Monogamia endogámica................................ 85
Nueva versión del origen del cuerpo sexuado ................................................................. 85
Un ideal matrimonial ....................................................................................................... 86
Literatura sapiencial ......................................................................................................... 88
4. Normativa sexual en la Biblia .................................................................................................. 90
El espíritu de estas normas: fidelidad y amor .................................................................. 91
5. El amor, el enamoramiento y el erotismo en la Biblia ............................................................ 93
Los grandes amantes ....................................................................................................... 93
Judit, el poder de la seducción ......................................................................................... 95
El amor del esposo .......................................................................................................... 95
El Cantar de los Cantares: cuando dos adolescentes se aman ......................................... 97
6. La sexualidad en el cristianismo. Una nueva perspectiva histórica ...................................... 100
Jesús: tradición y moral interior .................................................................................... 101
La sexualidad en un clima escatológico ........................................................................ 102
Pablo: virginidad y matrimonio ..................................................................................... 102
Las nuevas corrientes de pensamiento:.......................................................................... 104
a- Los cultos mistéricos: exaltación de la sexualidad ................................................. 104
b- El gnosticismo: negación y rechazo de la sexualidad ............................................ 105

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La doctrina de la Iglesia ................................................................................................. 107
Algunos textos ilustrativos ............................................................................................ 108
La aplicación a la moral sexual ..................................................................................... 108
Los nuevos aires ............................................................................................................ 110

EPILOGO LA-SEXUALIDAD Y SU DESTINO


Energía vital y sexualidad ......................................................................................................... 113
Sexualidad e inmortalidad ......................................................................................................... 114
Una energía en constante transformación y liberación.............................................................. 115
Buscando un sentido ................................................................................................................. 116
Sexualidad, entre el amor y la muerte ....................................................................................... 116

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