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No, nunca me evadí, e incluso ignoraba los límites de mi región.

Pero me parecían
bastante lejanos. Pero esta creencia no estaba basada en ningún fundamento serio, era
simplemente una creencia. Porque si los límites de nuestra región estuvieran al alcance de
mis pasos, creo que una especie de degradación me lo habría hecho presentir. Porque las
regiones no terminan de golpe, que yo sepa, sino que se funden insensiblemente unas con
otras. Y nunca advertí nada parecido a esto. Sino que, por más lejos que haya ido, en un
sentido o en otro, he encontrado siempre el mismo cielo y la misma tierra, exactamente,
día tras día y noche tras noche. Por otra parte, si las regiones se funden insensiblemente
unas con otras, lo que está por demostrar, es posible que muchas veces haya salido de mi
región creyendo seguir en ella. Lo que induciría a creer que mis desplazamientos no
debían nada a los parajes que dejaban atrás, sino que se debían a otra cosa, a la rueda
oculta que me llevaba, por imperceptibles sacudidas, de la fatiga al reposo e
inversamente, por ejemplo. Pero ahora he dejado de vagar, y ni siquiera me muevo, y sin
embargo nada ha cambiado. Y los confines de mi habitación, de mi cama, de mi cuerpo,
están tan lejos de mí como los de mi región en mi época de esplendor. Y el ciclo de huidas
y descansos continúa, dando tumbos. Y cuando miro mis manos sobre las sábanas, que se
complacen en estrujar, estas manos ya no son mías, son menos mías que nunca, no tengo
brazos, es una pareja, juegan con las sábanas, quizá se trata de juegos de amor, quién
sabe si una mano va en busca de la otra. Pero no dura mucho, poco a poco las devuelvo al
reposo. Y con los pies me ocurre lo mismo, algunas veces, cuando los veo al borde de la
cama: uno, con dedos, y el otro, sin ellos. Lo cual merece una más detenida exposición.
Porque mis piernas, que vienen a reemplazar a los brazos del ejemplo anterior, están
rígidas actualmente ambas y poseen una gran sensibilidad, y no debiera poder olvidarlas
como puedo olvidar mis brazos, que, por así decirlo, están intactos. Y sin embargo las
olvido y contemplo la pareja amorosa que se observa, lejos de mí. Pero a mis pies, cuando
vuelven a ser mis pies, no los llevo hacia mí, porque no puedo, sino que se quedan ahí,
lejos, aunque menos lejos que antes. Fin de la llamada al presente.

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